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5 tareas, paso a paso, para ser un AS de la creación de contenidos

Los seres humanos, en general, vaya uno a saber por qué, tendemos a querer forzar todo en la vida. ¿Por ejemplo? En la niñez, anhelamos crecer rápido para ser adultos. En el trabajo, queremos aprender rápido para llegar a ser jefes. En los negocios, nos obsesionamos con ir directo del punto A al punto B, sin caer en cuenta de que en medio hay un camino que puede ser muy largo.

Ese afán por acelerar los procesos, por quemar las etapas con rapidez (o saltarlas, si es posible), es una actitud que casi siempre nos conduce por el camino equivocado. El lunes en la mañana nos concentramos en lo que deseamos hacer el fin de semana y, entonces, no disfrutamos el día a día. Es decir, permanentemente nos enfocamos en el punto final, en el destino, y olvidamos el proceso.

Y, seguro lo sabes, seguro lo has vivido, la clave del disfrute, y del éxito, está en el proceso. Así, por ejemplo, en algún momento de la vida debemos aprender que el éxito y la felicidad, esos anhelos prioritarios, no son un lugar o un destino. ¿Entonces? Es la capacidad de disfrutar el paso a paso, las pequeñas victorias, los momentos significativos, las experiencias que dejan los aprendizajes.

El problema, ¿sabes cuál es el problema con esta actitud, con esta obsesión? Que la convertimos en un hábito que nos lleva a estrellarnos repetidamente contra la realidad, que se niega a concedernos el gusto de avanzar sin respetar el proceso. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? En su inmensa sabiduría, la vida te hace tropezar con la misma piedra una y mil veces, hasta que aprendamos.

Y, valga recalcarlo, aprender significa no solo “saber cómo hacerlo y hacerlo”, sino también aceptar que hay un proceso que se debe seguir, un paso a paso que está diseñado, específicamente, para ayudarnos a no caer en los errores y, también, a desviarnos por un atajo. Sin embargo, de manera terca, los seres humanos insistimos en ir directo del punto A al punto B, y luego lo pagamos caro.

Esta es una actitud frecuente, en especial, a la hora de crear contenidos. Y no me refiero solo para publicar en las redes sociales o en internet, sino también para producir documentos o contenidos en el ámbito laboral y en formatos distintos al texto (por ejemplo, una presentación de Power Point). Intentamos acelerar el proceso y, ¿sabes qué ocurre? Aparece el famoso bloqueo mental.

Que no es bloqueo ni es mental, hay que decirlo. Se trata, simplemente, de un cortocircuito que nosotros mismos hemos provocado y que se origina tanto en falta de conocimiento o información como en la carencia de una metodología. Si eres seguidor de mis publicaciones, te habrás dado cuenta de que este es un aspecto al que me refiero con frecuencia, porque es muy importante.

Para cualquier tarea o actividad que realicemos en la vida, requerimos dos recursos: por un lado, la teoría, el conocimiento de los fundamentos y un poco más de ese tema específico. Por el otro, la práctica, que para que brinde los resultados esperados debe ser dirigida y, sobre todo, metódica. Esta es una premisa que se aplica a todo: cocinar, hacer deporte, estudiar o crear contenidos.

Veamos un ejemplo: ¿te imaginas a los miembros de un equipo de fútbol profesional que llegan a un entrenamiento y, sin la presencia de un cuerpo técnico que dirija, se dedican a jugar con el balón, a divertirse? Podría apostar que 9 de cada 10 veces ese equipo pierde el siguiente partido porque no está preparado para enfrentar los retos que le presentan el juego y su contendor.

El método, en la práctica, es ejecutar en el campo de juego la estrategia que se expuso en el pizarrón. Sin un plan detallado, sin una estrategia definida, sin unos recursos y habilidades desarrolladas, el resultado de ese ejercicio se convierte en una apuesta riesgosa. Alguna vez funcionará, sí, pero la mayoría de las veces ese equipo se bloqueará y será superado por su rival.

Siento pena ajena, y un terrible escalofrío, cuando veo esos avisos publicitarios que prometen-garantizan “resultados extraordinarios” (léase “te harás millonario en un abrir y cerrar de ojos”) que venden “fórmulas perfectas de copywriting”. Son las perversas plantillas, libretos o, algo muy frecuente ahora, prompts para que las herramientas de inteligencia artificial hagan su magia.

Y no funcionan, debes saberlo. Ni las plantillas, ni los libretos ni los prompts. ¿Por qué? Porque se enfocan en el punto B, en el final, y se olvidan del proceso, del paso a paso. Es decir, nos inducen a cometer el mismo error de siempre: obsesionarnos con ir del punto A al punto B en un solo paso, tan rápido como sea posible, y sin respetar el proceso, sin poner en práctica una metodología.

Repito: entre el punto A y el punto B puede haber, suele haber, un largo camino. Como de Miami a Sídney, o de Los Ángeles a Moscú, o de la Patagonia a Alaska. Para ir de una ciudad a la otra requieres, como mencioné, un plan, una estrategia y una metodología, que en este caso sería un medio de transporte. Igual que para cocinar, practicar deporte, estudiar o crear contenidos.

En estos tiempos de gurús autoproclamados, vendehúmos e inteligencia artificial, es muy fácil caer en la trampa. En especial, si no sabes cómo evitarla. ¿Mi consejo? El más sabio que puedo darte, con humildad y fruto de mi experiencia de más de 35 años, es que no te atrevas a dar el primer paso antes de haber hecho la tarea más importante. ¿Cuál? El plan, la estrategia y la metodología.

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Antes de crear contenido, debes haber cumplido a cabalidad con estas tareas:

1.- Saber a quién te diriges. ¿A todo el mundo? Si eres de los que piensan esto, ya caíste en la trampa. Las generalizaciones no solo son odiosas, sino también, traicioneras. Si eres padre y tienes más de un hijo, lo sabes: no puedes decir “los niños” o “todos los hijos” o “ustedes”, porque corres el riesgo de herir susceptibilidades, de incomodar a uno que no tiene velas en ese entierro.

¿A quién te diriges? ¿Qué tanto sabe de ti? ¿Ya existe un vínculo de confianza y credibilidad entre ustedes? ¿Esa persona es consciente del problema del que tú le hablas? Estas son solo algunas de las preguntas que debes responderte antes de emitir un mensaje. De hecho, las respuestas son las que determinan el mensaje, que debe adaptarse en función de quién es la persona objetivo.

2.- Determinar qué le vas a dar. Parece obvio, pero no lo es. ¿Por qué? Porque la mayoría de las veces cometemos el error de creer que lo que tenemos, un producto o un servicio, “es para todo el mundo” o, peor, “es la solución perfecta para todo”. Y no es así, por supuesto. En el mejor de los casos, si posees el conocimiento y la experiencia, estás en capacidad de solucionar un problema.

Uno solo, primero. Después, quizás, puedas ofrecer la solución a otros más, subyacentes, que irán apareciendo. Recuerda: respeta el proceso, el paso a paso, no intentes abarcar más de lo que puedes, no invadas espacios a los que todavía no te concedieron acceso. Concéntrate, más bien, en informar y educar a tu cliente potencial o receptor acerca del problema que lo aqueja.

3.- Saber para qué sirve. Esto se aplica a productos/servicios y a mensajes, por supuesto. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que muchas veces asumimos que todo el mundo nos va a entender, que todo el mundo tiene el mismo nivel de conocimiento que los demás o que nosotros, y no es así. Entonces, una de tus prioridades es informar y educar el significado de tu mensaje.

El objetivo de tu mensaje debe ser claro, preciso, inconfundible: una reflexión, una pregunta, un llamado a la acción (¿a cuál?), una información pertinente, una actualización, una invitación, en fin. A veces, muchas veces, nos desviamos en las fórmulas perfectas, nos quedamos en las frases hechas, y nuestro mensaje pierde poder y/o, quizás, no genera el impacto que deseamos.

4.- ¿Por qué es mejor que el resto? Esta es una de las preguntas que muy pocos pueden responder con convicción. Es increíble, pero todo el tiempo nos comunicamos y les decimos a otros lo que deben hacer o cómo hacerlo sin explicarles por qué elegir esta opción que les ofrecemos en particular. Recuerda: para todo, siempre, hay múltiples opciones disponibles, algunas muy buenas.

Si, por ejemplo, hablas con tu hijo para que ordene su cuarto, solo lo hará cuando esté convencido de que redundará en un beneficio para él. Todo lo demás que le digas, todo, carecerá de valor para él. La clave, en este sentido, radica en conocer muy bien los beneficios de lo que ofrece, de tu mensaje, y cuál es el poder transformacional (mejora) que incorpora. Beneficios, no características.

5.- Por qué es la solución requerida. Uno de los errores más comunes a la hora de configurar un mensaje es dar por sentado que tu cliente potencial o audiencia entiende perfectamente lo que tú quieres comunicar. La verdad, casi nunca lo entiende, de ahí que, entonces, una de tus tareas es la de informarlo, educarlo y establecer un vínculo de confianza y credibilidad a largo plazo.

¿Te has puesto a pensar por qué nos resulta tan difícil vender algo, a pesar de que sea la solución al problema que nuestro cliente potencial requiere, lo que satisfará su deseo? O, ¿por qué tu hijo no te hace caso, no sigue tus instrucciones? La razón es que el mensaje carece de poder, no logra comunicar la transformación que promete, no es capaz de vencer la resistencia de tu cliente.

Saber a quién te diriges, saber qué le vas a dar y para qué sirve, comunicar por qué es mejor que el resto de las opciones que ofrece el mercado y por qué es la solución requerida son las escalas que te llevarán del punto A al punto B. No te las puedes saltar, no debes omitir ninguna. Recuerda: la clave del éxito de tu mensaje, del impacto que puede lograr, radica en respetar el proceso.

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¿Cómo crear una buena historia en 5 sencillos pasos?

Los seres humanos tenemos la capacidad de hacer difícil lo fácil. A pesar de que disponemos de la inteligencia, que nos otorga una increíble ventaja sobre el resto de especies del planeta, nos empeñamos en tropezar con la misma piedra. Así sucede en todas las actividades de la vida, desde las cotidianas hasta las que realizamos esporádicamente. Y lo padecemos, claro.

Una de ellas, por ejemplo, es el proceso de escribir. Aunque prácticamente todos aprendemos en la escuela primaria, muchos viven con la idea de que no lo saben hacer. Lo irónico es que una persona común y corriente escribe todos los días, más en estos tiempos en los que estamos hiperconectados y nos comunicamos permanentemente a través de la tecnología.

En realidad, ese “no sé escribir” que argumenta tanta gente es más bien un “me gustaría escribir como un profesional y no sé cómo hacerlo”. Una de las razones es que nos preocupa el qué dirán los demás, recibir su aprobación, o que nos digan que no les gustó, que está mal. En la práctica, no siempre se escribe bien, ni siquiera el escritor consagrado lo hace perfecto.

El oficio de escribir es como la vida misma: cada día es distinto, a veces el balance es positivo y otras, negativo. No siempre estás con la disposición adecuada porque tu mente está distraída u ocupada con preocupaciones, con el estrés acumulado. O, lo que más se da, que no hay claridad acerca de lo que se quiere transmitir y, entonces, aparece el síndrome de la página en blanco.

Que es una bonita excusa, por cierto. El origen de este problema es un error de metodología o, peor, falta de una metodología. Es que nos han metido en la cabeza la idea que escribir es una cuestión de talento o, bendito Dios, de inspiración. Y no es así. Porque talento poseemos todos los seres humanos, así que este no tiene por qué ser el factor diferenciador en este caso.

En cuanto a la tal inspiración, si sigues con atención los contenidos que comparto, sabrás cuál es mi posición: ¡no existe! Más bien, a los seres humanos nos otorgaron el privilegio de la imaginación, una capacidad inagotable que siempre está al alcance de la mano. Lo que sucede es que somos perezosos y nuestro cerebro es cómodo: si no lo exiges, él tampoco se rebela.

Escribir es producto del trabajo, esa es la verdad. Todo lo demás que se diga es una excusa o, simplemente, una mentira. Que nos sirve para justificarnos, para procrastinar, para esconder la falta de compromiso. Se requiere planificación, investigación, imaginación y paciencia porque, por más talento que poseas, forjar un estilo propio no se da de la noche a la mañana.

Además, no es algo que te puedan enseñar. ¿Por qué? Porque el estilo del escritor es reflejo de su personalidad, de su visión del mundo, de su conocimiento, de sus experiencias, de sus creencias, de sus vivencias, de sus miedos, de entorno y, claro, de su disciplina. Disciplina para escribir con frecuencia, para leer, para escuchar, para observar y, por supuesto, para trabajar.

Ah, y que no se olvide: evitar elegir el camino difícil, el complicado. Especialmente en el comienzo del camino, cuando necesitas adquirir ritmo, mantener la motivación y no dejarte llevar por la incertidumbre, por tus miedos. Ahora, no es que haya un camino fácil, porque eso dependerá tanto de tu metodología como de tu disciplina, de tu persistencia y de tu paciencia.

La mayoría de las personas que anhela escribir usualmente piensa al revés. ¿A qué me refiero? Quiere comenzar por el final, no por el principio. Me explico: “Quiero escribir una novela” o “Quiero publicar un libro sobre los viajes que he realizado”. ¿Entiendes? Si vas a correr una maratón, primero debes gatear, luego caminar, después trotar y, por último, correr.

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Ese es el proceso ineludible de la vida. En la escritura, a mi juicio el primer paso, el que más te servirá en la tarea de descubrir y forjar tu estilo y, en especial, de adquirir confianza y soltarte es contar historias. ¿Por qué? Porque los seres humanos por naturaleza somos contadores de historias, lo hacemos todo el tiempo, la mayoría de las veces de modo verbal.

Lo mejor es que estamos rodeados de historias: el amanecer, el aroma del café en el desayuno, el sol de la mañana, el atardecer, la lluvia, la luna en la noche, el ladrido de tu mascota, el abrazo de tu pareja, la sonrisa de tus padres, el relato de tu hijo luego de regresar del colegio, en fin. Hay historias, buenas historias, por doquier. Solo hay que escribirlas.

En internet abundan las plantillas que promete convertirte en un escritor consagrado, pero la verdad es que no sirven. Para algunas personas serán una buena guía, pero no te ayudarán si no aportar lo tuyo. ¿Y qué es lo tuyo? Imaginación, disciplina. Y atrevimiento, porque escribir siempre es una aventura que nos permite entrar a fascinantes mundos imaginarios.

Escribir, también, es algo similar a armar un rompecabezas. La salvedad es que las piezas siempre son distintas y las puedes armar a tu antojo, caprichosamente. Lo importante es que al final, cuando termines, haya valido la pena el esfuerzo y sea una historia digna de leer. A continuación, te relaciono los cinco elementos indispensables (la fichas de tu rompecabezas):

1.- El porqué.
¿De qué se trata tu historia? ¿Por qué vale la pena contarla? Esta idea debe estar clara en tu mente, muy precisa, porque de lo contrario le abrirás la puerta a la improvisación (que es la enemiga de la imaginación) y puedes echarla a perder. No tiene que ser un gran motivo, sino un aprendizaje, una pequeña lección, una experiencia que resultó agradable, en fin.

2.- El contexto.
Fundamental. Es el escenario en el que se desarrolla tu historia, el que le brinda color y calor a tu relato, el que lo hace único. Incluye tanto el entorno como la problemática, el conflicto sobre el que gira tu historia, que no tiene que ser la Tercera Guerra Mundial. Una duda, un sentimiento encontrado, una discusión, un descubrimiento… Sencillo, pero preciso.

3.- El protagonista.
El quien va a resolver ese conflicto. No tiene que ser un superhéroe ni un superdotado. Cuanto más humano sea, mejor, porque así podrá conectar con más personas. Lo deben acompañar otros personajes secundarios para darle color y calor al relato, para hacerlo creíble. Un buen protagonista sufre, se equivoca, cae y se levanta, pero encuentra la manera de salir airoso.

4.- El antagonista.
Una historia sin antagonista carece de picante, no sabe a nada. Ten en cuenta, eso sí, que no necesariamente es otra persona: puede ser una situación, una creencia, un miedo. La clave radica en no exagerar su rol en la historia, porque le puede restar credibilidad. Y, bien sea una persona y otra manifestación del mal, su poder es inferior al del protagonista y siempre pierde.

5.- La moraleja.
¿Qué está en juego en tu historia? ¿Cuál es el riesgo que corre el protagonista? ¿Qué puede perder? ¿Qué puede ganar? ¿Qué lección aprenderá? Tan importante como un final feliz es la moraleja, el mensaje que vas a transmitir. Lo debes tener claro y definido antes de escribir la primera palabra. Una reflexión, una sentencia, un aprendizaje, algo que inspire a tu lector.

¡Importante!: la clave para llamar la atención del lector, para atraparlo, radica en tu capacidad para jugar con estos cinco elementos mencionados. Es decir, de tu imaginación. Déjala volar con libertad, crea, inventa sin límites. El resto es probar una y otra vez, escribir y escribir. No hay otro camino, créeme. Lo único que te convertirá en buen escritor es escribir y escribir…

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