Categorías
General

La música, un manantial inagotable de geniales ideas

Si lo prefieres, puedes escuchar el audio del artículo completo

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Un carnaval que cada uno disfruta a su manera. O lo sufre, también. Puedes ser el héroe de una ranchera, el villano de un tango, el enamorado empedernido de una balada. O el frenético guitarrista de una banda de rock, el parrandero de un vallenato o el fiestero de la salsa…

Cada uno escribe su propia historia, su propia canción. Lo que se me antoja genial es que cada día puede vivirse al tenor de un ritmo distinto. No hay limitaciones, más allá de las que te imponen tu creatividad, las circunstancias y tus emociones. En un mismo día, inclusive, puedes bailar varios ritmos, al vaivén de los acontecimientos. ¡La vida es un carnaval!

Cuando reveo el carrete de mi vida, siempre hay un radio a mi lado. Tenía uno grande, de esos que para funcionar necesitaban conectarse a la corriente eléctrica y el dial se movía de manera manual. Luego tuve un transistor, de batería, que llevaba conmigo a todos lados. Más adelante llegaron el walkman (¡qué maravilla de invento!) y, claro, los dispositivos digitales.

Siempre he creído que la radio es la mejor compañía. Es una especie de caja de Pandora que esconde miles de sorpresas. Las emociones del deporte, el impacto de las noticias diarias, el entretenimiento de las entrevistas y la magia de las canciones. Y más. Durante muchos años, lo primero que hacía al despertar era prender la radio y solo la apagaba antes de ir a dormir.

Sin duda, mi vocación por el periodismo responde a la influencia que la radio tuvo en mi vida en esos años de infancia y adolescencia. No en vano, mis primeros ídolos surgieron de esa cajita mágica: narradores deportivos, periodistas, deportistas y cantantes. Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Raphael, Armando Moncada Campuzano, Yamid Amat, Hernán Peláez…

Aprendí que había un ritmo musical que se conectaba directamente con cada estado emocional. Quizás por eso mis gustos musicales siempre fueron diversos: ranchera, balada, bolero, vallenato, tango, salsa… Más adelante, en la adolescencia, música latinoamericana (en algún momento, de protesta), bailable (cumbia, merengue). Una colección interminable.

Con el tiempo, me convertí en periodista y, vaya ironía, qué alegría, mi primer trabajo me dio el privilegio de disfrutar de algunos de mis ídolos. Era redactor de una revista de espectáculo y entretenimiento y entrevisté a Raphael, Rocío Dúrcal, Facundo Cabral, Franco De Vita, Yordano, Timbiriche (Thalía, Edith Márquez, Paulina Rubio) y me hice amigo del Binomio de Oro.

Con ellos, Rafael Orozco (qepd) e Israel Romero, disfruté parrandas inolvidables, hasta amanecer, haciendo gala del título de uno de sus primeros éxitos. Creé una biblioteca musical que hoy es tanto uno de mis más valiosos tesoros y un orgullo. Tengo unos 300 acetatos y más de mil discos compactos. ¿Lo mejor? Toda la música está digitalizada en un dispositivo.

Y va conmigo a todas partes. Son más de 15.000 canciones que en conjunto resumen mi vida. Son como un maravilloso viaje al pasado, a esos recuerdos imborrables, a esos momentos inolvidables. También, a los amigos y circunstancias que sirvieron de excusa perfecta para escuchar música, para compartir. Para mí, antes y ahora, la música es felicidad pura.

Lo insólito es que muchos años después, cuando el oficio de narrar historias se convirtió en mi sello como periodista, primero, y como creador de contenidos digitales, después, me di cuenta de que todo había comenzado con la música. No fue algo planeado, sino casual, un capricho de la vida que agradezco infinitamente y procuro disfrutar y aprovechar cada día.

Te explico: siempre tuve problemas para memorizar. En el colegio, claro, esa dificultad me enfrentó a serios retos. En la música, así escuchara la canción decenas de veces, no podía aprenderme la letra. Entonces, decidí darme a la tarea de transcribir la letra de las canciones y tenía varios cuadernos a los que acudía cuando quería cantar. Así aprendí las letras.

Pero no fue solo eso. Dado que cada ritmo musical incorpora una estructura específica y distinta de los demás, sin querer queriendo mi cerebro las incorporó y aprendí a contar historias. Cuando comencé a escribir como periodista, esa habilidad afloró y me permitió diferenciarme de mis colegas: me convertí en storyteller a partir de cantar canciones.

Puede parecerte increíble, o quizás una mentira. Sin embargo, es la verdad. Jamás leí algún texto relacionado con la creación de historia, con copywriting o algo por el estilo. Tampoco me lo enseñaron en la universidad. Fue un aprendizaje espontáneo que adquirí de escuchar distintos ritmos, de aprenderme la letra, de cantarlas a grito herido una y otra vez, y una más.

musica-ideas

La música siempre ha ocupado un lugar importante en mi vida. Como compañía, como aliento, como paño de lágrimas y, en especial, como vínculo. En esas parrandas conocí a personas que luego fueron amigos por mucho tiempo con los que compartí momentos que no olvido. Experiencias sin filtros, en las que cada uno se mostraba tal como es.

Diversos estudios científicos, de antes y de ahora, han demostrado que la música le encanta al cerebro. De hecho, está comprobado que al nacer los bebés reconocen la música que escucharon mientras estaban en el vientre de mamá. Y también se sabe que a través de la música, de las canciones, nos relacionamos con el mundo exterior y aprendemos sobre él.

Una influencia muy importante proviene del entorno. En mi caso, por ejemplo, el gusto por las rancheras fue heredado de mi padre; por las baladas, de mi madre; por el vallenato, de mis amigos. Otra característica especial es que adquirimos nuevos gustos musicales a medida que crecemos, que tenemos contacto con más personas, que vivimos más experiencias.

Según el músico y periodista científico canadiense Michel Rochon, experto en el tema, “los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace cien mil años para comunicarse. Y no solo eso: “También, para aprovechar sus poderes con fines de supervivencia”. Todas las civilizaciones y todas las culturas crearon y disfrutaron la música.

“Es nuestra mejor amiga”, dice Rochon. “Lo mejor es que podemos elegir la música que mejor se adapta a la emoción del momento”. Todos tenemos una canción que nos hace reír, o llorar, o reflexionar, o bailar, o recordar viejos amores, o añorar la juventud. Según el experto, esa es la razón por la cual la música es crucial para la cohesión social y la felicidad personal.

Cada etapa de la vida está acompañada de música. Que, por supuesto, cambia a medida que crecemos, que evolucionamos. Música que, además, nos ayuda a forjar una identidad, una mentalidad. Que, también, y esto se me antoja maravilloso, nos permite ir y venir en el tiempo, regresar a la infancia o la juventud, revivir momentos que disfrutamos con personas que ya no están.

“Cuando escuchamos la música 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto demuestra el poder y la importancia de la música en nuestra vida”, dice Rochon. Tan importante, que es posible contar la historia de nuestra vida a través de las canciones que nos han marcado.

No sé qué sería de mi vida sin música. O, de otro modo, no concibo mi vida sin música. Y no concibo, tampoco, mi trabajo sin la influencia de la música. Tanto que, quizás lo sabes, me atrevo a catalogar a José Alfredo Jiménez como el copywriter más brillante que conocí. Y otros autores, como Juan Gabriel, Armando Manzanero o Marco Antonio Solís, son fuente de inspiración.

Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. Para cada situación de tu vida, positiva o negativa, siempre hay una canción ideal. Una que encaja perfectamente para permitirte gestionar las emociones del momento. Y esas canciones, esos recuerdos, esas experiencias, esos aprendizajes, son ideas para crear contenidos.

Sí, muchos de los contenidos que comparto contigo a través de canales digitales, en múltiples formatos, están inspirados en canciones que son parte de la historia de mi vida. Escuchar música es uno de los consejos que doy a quienes me dicen que están bloqueados o que no se les ocurre una buena idea. ¿La clave? Elegir bien la canción que conecte con la emoción del momento.

Hay quienes, por otro lado, me dicen que no se animan a contar su historia personal. ¿El motivo? Se sienten vulnerables, piensan que otros se van a aprovechar de esas debilidades. ¿La solución? La música. Si no me crees, te propongo un ejercicio, uno sencillo. Uno que no tienes que compartir con nadie, uno que te servirá como una profunda introspección.

¿Te animas? Solo tienes que elegir diez canciones (o 5, las que tú quieras) que representen momentos importantes de tu vida en diferentes etapas. Por ejemplo, alguna de la niñez, otra de la adolescencia, una de la universidad, la que le dedicabas a la que hoy es tu pareja, la que coreabas con tu familia en el cumpleaños del abuelo o en Navidad, y así sucesivamente.

Tienes dos opciones: o utilizas las canciones elegidas para contar tu historia, para escribir tu historia, o haces una historia independiente a partir de cada canción. O las dos, ¿por qué no? Ponle buena onda, escucha las canciones varias veces antes de sentarte a escribir. También es conveniente que establezcas un libreto, una estructura, para evitar que la improvisación te estorbe.

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Y a mí lo que más me gusta del carnaval, lo que más disfruto, es la música. La música me lo ha dado todo: momentos inolvidables con seres queridos, amigos, experiencias imborrables, además de ser un ilimitado manantial de ideas para crear contenido de valor, de impacto.

Categorías
General

10+ habilidades periodísticas que potenciarán tu contenido

De niño, y aunque tenía tres hermanos y una buena cantidad de amigos, mi más fiel compañera fue la radio. Eran las épocas de los transistores de baterías, que sintonizaban las frecuencias AM (amplitud modulada) y la onda corta, a través de las cuales, con un poco de suerte, escuchábamos las conversaciones de los radioaficionados. ¡Era una aventura!

Más adelante, la tecnología de esos aparatos evolucionó e incluyó la frecuencia modulada (FM), que si bien no ofrecía demasiadas alternativas (emisoras), brindaba un beneficio: el sonido estéreo (en AM, era mono). Eso sí, había que estar en un lugar en el que la recepción de la señal fuera buena porque, de lo contrario, lo que se escuchara era puro ruido.

El radio transistor había sido un gran avance tecnológico. ¿Sabes por qué? Porque antes de su aparición las radios eran unos enormes aparatos de salón que para funcionar debía estar conectados a la corriente eléctrica. Es decir, eran estáticos. En cambio, los transistores eran portátiles y funcionaban con baterías. ¿La clave? Disponer siempre de unas de reemplazo.

Fue gracias a esos aparatos que conocí y me enamoré de la música y del periodismo. A diferencia de lo que sucede hoy, en la era de la infoxicación y la vulgaridad, la mayoría de las emisoras nos brindaban buena música. Había unas pocas estaciones dedicadas a las noticias, pero eran escasas. Y también estaban las que transmitían los partidos de fútbol.

Si no podías ir al estadio o tu equipo favorito jugaba fuera de la ciudad, la radio era todo lo que tenías para seguir las emociones del juego. Había unas pocas cadenas radiales en las que sobresalían buenos narradores (los de antes, claro) y comentaristas. Mis preferidos eran Armando Moncada Campuzano y Hernán Peláez Restrepo, dos voces que marcaron historia.

Cuando dejaban una cadena radial y se iban para otra, los aficionados nos trasladábamos con ellos. Así era esa fidelidad, que hoy es un tesoro extinto. En el ámbito de las noticias generales, había un personaje especial: Yamid Amat. Distinto del resto, con un estilo muy particular y un genial contador de historias, en especial de crímenes (la crónica roja).

Ellos, principalmente, y algunos más fueron los responsables de que forjara el sueño de ser periodista. ¿Mi ilusión? Quería ser narrador de fútbol. Y te cuento un secreto: todos los días, mientras me duchaba, narraba partidos imaginarios (mi equipo, claro, jamás perdía). Eran relatos que seguían el libreto, los aprendizajes adquiridos a partir de aquellos referentes.

Aunque consideré opciones como Derecho, Sicología y Administración de Empresas, me decanté por el periodismo. Una profesión que por aquel entonces, comienzos de los 80, era un reino de las mujeres (en la academia, al menos) y que muy pocas universidades ofrecían. ¿Por qué? Se concebía que el periodismo era un oficio empírico, surgido de la pasión, de la vocación.

Curiosamente, irónicamente, la vida me llevó por un camino distinto. ¿A qué me refiero? No fue la radio el medio en el que desarrollé mi carrera, sino los medios escritos. Hice radio mucho después, cuando ya acreditaba más de 30 años de trayectoria. Comencé por el periodismo de farándula (espectáculos y cultura) y me especialicé en deportes, pero escribí sobre todo.

Lo hice durante casi 30 años en medios de comunicación (impresos e internet) y también en empresas privadas. Hasta que el torbellino de la vida me llevó a una situación en la que mis cimientos se estremecieron: no conseguía trabajo. Había pasado la barrera de los 40 años y ser etiquetado como ‘periodista deportivo’ se convirtieron en obstáculos casi insalvables.

Dado que nunca me he visto haciendo algo distinto a lo que hago (comunicar), insistí, persistí. Fueron tiempos duros, sin duda. Hasta que a finales de 2016, cuando vino a Bogotá a un evento presencial, mi amigo Álvaro Mendoza, con el que había comenzado mis andaduras en el periodismo digital en 1997 antes de que se radicara en EE. UU., me hizo una oferta.

“Quiero que trabaje conmigo, que se encargue de producir mis contenidos”. Si bien era una oferta tentadora, le aclaré que no sabía nada en absoluta de marketing. “Yo le enseño lo que se necesita, no se preocupe”, me respondió. A eso me dedico desde entonces, un proceso de rediseño profesional que ha incluido desaprender, reaprender y desarrollar habilidades.

Hoy, el mercado me conoce como Carlos González Copywriter, aunque en términos estrictos no soy copywriter. Es decir, no escribo textos comerciales en una agencia publicitaria. Soy un periodista que se adaptó a un nuevo escenario, un ecosistema distinto en el que ha podido aprovechar su conocimiento, sus experiencias, y potenciar sus dones y talentos, su pasión.

Soy un creador y un estratega de contenidos. Creo contenidos para mí y para mis clientes, en distintos formatos: libros, ebooks, microlibros, blogs, textos para web (páginas de aterrizaje, cartas de ventas, secuencias de email, scripts para audios y videos) y soy escritor fantasma (ghostwriter). ¿Sabes en qué consiste? Es aquel que escribe contenidos a nombre de otros.

Un camino que ha sido divertido y emocionante, en el que he tenido la oportunidad de adquirir conocimiento muy valioso. Y lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que nunca dejé de ser periodista: simplemente puse mis habilidades periodísticas al servicio del marketing en campos tan diversos como la gastronomía, los bienes raíces o el desarrollo personal.

¿Cuáles son esas habilidades periodísticas? Veamos:

habilidades-periodismo

1.- La inmediatez.
En tiempos de internet, de hiperconexión, las noticias no dan espera. Se requiere la capacidad para desarrollar contenidos de valor de forma rápida para atraer la atención de la audiencia primero que tu competencia. Cualquiera puede publicar de inmediato, pero no cualquier puede publicar contenido de valor, que es justamente lo que el mercado requiere.

2.- El contexto.
Si algo caracteriza a los contenidos de la era de la infoxicación es la ligereza para tratar la información como la falta de investigación. En épocas de “yo te copio, tú me copias…”, el diferencial está en el contexto: investigación, profundización, ángulos diferentes. Contenidos que aporten valor, que no sean ‘más de lo mismo’, que sean agradables para la audiencia.

3.- La fórmula I-E-E-I.
Desde la universidad, aprendí que los fundamentos del trabajo de un periodista son Informar, Educar, Entretener e Inspirar. La unión de estos cuatro pilares redunda en lo que llamamos contenido de valor. Lo mejor es que esos pilares los puedes aprovechar individualmente o en conjunto, de acuerdo con el objetivo que persigas con tu contenido. ¿La clave? Versatilidad.

4.- El lector (la audiencia).
Aprendí, también, que cualquier contenido carece de sentido si no se crea con la intención de brindarle un beneficio (información, educación, entretenimiento o inspiración) al receptor (que era el lector y hoy es audiencia). Si de algo carecen los contenidos de marketing es de la capacidad para enfocarse en las necesidades y deseos del cliente, no solo en la venta.

5.- Las historias.
Cuando comencé mi carrera, el sueño de todo periodista joven era convertirse en cronista, es decir, en un contador de historias. Eran los tiempos de apogeo de Gabriel García Márquez y en el país había cronistas sobresalientes. Hoy, lo sabemos, la forma más efectiva y honesta de conectar con las emociones de tu audiencia es contar historias, el famoso storytelling.

6.- La veracidad.
Vivimos la era de la infoxicación, de las fake news y de los robots que suplantan a los seres humanos. Además, los medios de comunicación dejaron de ser un oasis de independencia y libertad que fueron en el pasado y son solo piezas del engranaje de los poderosos. Por eso, se requiere voces auténticas, autónomas, veraces, que no distorsionen o manipulen la realidad.

7.- Credibilidad.
Derivado de lo anterior, lo aprendido en el oficio me ha servido para ser creíble y confiable en distintos ámbitos. ¿Cómo hacerlo? Honrar la verdad, poner a la audiencia en primer lugar, ser leal a los hechos y buscar el bien colectivo. La credibilidad es la base de las relaciones que, a su vez, son la base de los negocios. Sin credibilidad, cualquier contenido es solo basura.

8.- Relevancia.
La tarea básica del periodismo es relatar los hechos que suceden en el día a día. Estamos en la era de lo superficial, de lo cosmético, de lo tóxico que se disfraza de ridículo o cómico. Son contenidos efímeros, que nada aportan, mientras lo verdaderamente importante se deja de lado. La relevancia y oportunidad de los contenidos es un plus que casi nadie puede ofrecer.

9.- Variedad.
De formatos, de canales, de narrativas. La clave para conectar con las emociones de las audiencias, y con más audiencias distintas, y atraer su atención es la variedad de contenidos y de formatos. Si bien lo primordial, lo fundamental, es la calidad del contenido, el valor que aporta, la omnicanalidad y pluralidad de formatos me permite llegar a más personas.

10.- Legibilidad.
En la era del ‘más de lo mismo’ y del copy + paste, esta característica es un tesoro. ¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad que distingue a los textos para ser leídos y comprendidos por cualquiera. Además, que gusten por el ritmo de la narración, por la claridad, por el poder del mensaje. Los contenidos legibles están escritos para seres humanos, no para robots.

10+.- Persuasión.
Primero en la universidad y luego en los medios me lo recalcaron: “Si no va a hacer un bien, que su noticia (texto o contenido) no haga un mal”. Es una premisa que procuro practicar todos los días de mi vida. Un contenido persuasivo es el comienzo de un intercambio de beneficios, un gana-gana para las partes involucradas. Impactar de manera positiva.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no necesitas ser periodista o estudiar una carrera específica para aprovechar estas habilidades. Cualquiera las puede desarrollar de modo muy sencillo. ¿La clave? Disciplina, por un lado, y práctica, por otro. A medida que creas más, encuentras tu estilo, el camino correcto para impactar positivamente con tus contenidos.

habilidades-periodismo