Categorías
General

Cómo la gestión de las emociones determina el impacto de tu mensaje

Si lo prefieres, puedes escuchar el artículo completo

Los seres humanos, todos, solemos satanizar aquello que está por fuera de nuestro control. Las emociones, esas caprichosas, traviesas, traicioneras y juguetonas señoritas que hacen pilatunas con nosotros, no son la excepción. Y les imponemos una carga negativa que no poseen y las vemos como las malas del paseo, como fuente ilimitada de desdichas.

El resultado es que, entonces, las despojamos de un inmenso poder que sí tienen y que, lo desconocemos o lo ignoramos, nos sirve. ¿Sabes a qué me refiero? A que las emociones nos ayudan a sobrevivir y, también, a cubrir necesidades básicas. Al final, se trata de aprender que las emociones son una brújula, un faro que nos guía en la oscuridad.

Lo desconocemos porque nadie, absolutamente nadie, nos lo enseña. Y nadie nos lo enseña porque la esencia de todos los seres humanos, sin excepción, es la misma. Es decir, sufrimos por los mismos motivos, aunque las manifestaciones de ese sufrimiento sean diversas. O, de otra manera, expresamos de distintas formas esas emociones que son comunes para todos.

Todos sentimos dolor cuando nos golpeamos. Todos nos reímos cuando escuchamos un buen chiste. Todos lloramos de tristeza cuando perdemos a un ser amado o una mascota. Todos nos alegramos cuando vemos que un hijo es el héroe del juego. Todos nos dejamos llevar por la ira al ser testigos de una injusticia. A todos nos da miedo la muerte inminente…

Aunque la emoción sea la misma, la manifestación es distinta. ¿Por qué? principalmente, por las experiencias vividas y, algo muy importante, por la influencia del ambiente. Solemos decir que los asiáticos son “serios e imperturbables”, que los nativos del Caribe son “alegres, joviales y fiesteros”, que los adultos mayores son “tranquilos, reflexivos y pacientes”.

No nos damos cuenta de que todos los seres humanos, más allá de dónde nacimos, del país en que vivimos, de las experiencias vividas, somos así. Es decir, según las circunstancias del momento, somos (o podemos ser) serios, imperturbables, alegres, joviales, fiesteros, tranquilos, reflexivos y pacientes. Nadie nace con más o con menos emociones.

Son señales de alerta que el cerebro utiliza para comunicarnos que algo del exterior llama su atención. Un grito, la lluvia, unas carcajadas o algo indeterminado que lo inquieta. Son señales a las que nosotros (no él) le damos un valor, un significado. El cerebro recibe la información, relaciona el estímulo con la reacción y responde de manera idéntica si se repite esa situación.

Lo que debemos aprender es que las emociones son necesarias para la supervivencia. Su rol principal es desencadenar una conducta apropiada en función del estímulo recibido. La reacción al impulso es algo natural, inconsciente, un botón que el cerebro activa de manera automática. Mientras, el comportamiento que le sigue a esa reacción es aprendido.

Un ejemplo: tu corazón late con más fuerza y tus sentidos se agudizan cuando abres la puerta de tu casa y tu mascota, enloquecida, salta sobre ti para recibirte. Hasta ahí, todo se da en modo automático. Lo que sigue después es aprendido: para recompensarlo, no solo le das unas tiernas caricias, sino que también le juegas o quizás le regalas su snack preferido.

Uno más: caminas desprevenido por la calle, mientras escuchas tu cantante favorito en los audífonos, y de repente ves que las personas a tu alrededor corren. Sin saber qué sucede, miras a un lado y al otro y corres. Sin rumbo fijo, solo corres. Desconoces el estímulo, pero tu intuición (que es algo aprendido) te dijo que había algún peligro en ciernes y reaccionaste.

Sin embargo, las emociones tienen un poder mucho mayor que alertarnos de eventuales peligros o incitar la reacción a un estímulo. Estas traviesas señoritas comunican valiosa información sobre cómo percibimos e interpretamos los estímulos que recibimos. Es el camino a través del cual los demás nos conocen, nos entienden, nos aceptan o rechazan.

Aunque la mayoría de las veces no nos damos cuenta, no somos conscientes, la parte más importante de la comunicación que emitimos es no verbal. Así transmitas el mismo mensaje, así utilices las mismas palabras, lo que comunicas es distinto si hablas pausado o si gritas. El impacto que ese mensaje produce en otros es distinto por las emociones.

Las abuelas del pasado, del siglo pasado, argumentaban que “no fue lo que me dijo, sino cómo me lo dijo (el tono)”. ¿Cuál crees que sería la reacción de tu pareja si a su petición de casarse la respuesta es un escueto “ok”?Probablemente creerá que rechazaste su propuesta, caso contrario a lo que sucedería si estallas de emoción, gritas, saltas y lloras.

La comunicación consciente es un privilegio exclusivo del ser humano. Ninguna otra de las especies que habitan este planeta posee esa habilidad. Que, por cierto, está ahí en especial para comunicarnos, que significa tender puentes, estrechar lazos, solventar diferencias y establecer conexiones poderosas. Cualquier otro uso es equivocado.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Lo que comunicas y cómo lo comunicas va más allá de las palabras. El impacto de tu mensaje está determinado, y condicionado de manera especial, por las emociones, poderosas y volátiles.

Lo que sufrimos cada día a través de las redes sociales y otros canales de comunicación es clara muestra de ello. Publicas un post con una frase que te inspiró y recibes una andanada de críticas e improperios. Das una opinión sobre cualquier tema (religión, deporte, política, amor, música, cocina…) y afloran silvestres los haters que ni siquiera conoces.

La clave, entonces, es entender que la comunicación, el mensaje que transmitimos, va mucho más allá de las palabras. No importa si es verbal, escrito o visual, el mensaje está condicionado por las emociones que incorpora y, en especial, por la percepción que de ellas tiene cada una de las personas que recibe tu mensaje. Esto es algo ajeno a tu control.

Es muy probables que te hayas dado cuenta de que la mayoría de los cortocircuitos o de los conflictos surgen del impacto de lo que comunicamos. Y de cómo lo comunicamos, claro. Es decir, de las emociones que transmitimos. Por eso, más allá de la natural habilidad de la comunicación, que viene incluida en la configuración original, debemos desarrollar otra.

¿Sabes cuál es? La de aprender a gestionar las emociones. Significa reconocer la emoción, aceptarla y responder de manera consciente. En otras palabras, la gestión de las emociones implica tener el control de lo que respondes, de la reacción al impulso, del comportamiento que realizas enseguida. No es fácil, sin duda, pero es posible lograrlo.

La clave está en entender la diferencia entre el sentimiento que experimentamos a partir de una emoción determinada y la forma (conducta) en la que la expresamos. Sentir ira porque alguien maltrata a su mascota está bien, pero no pueden hacer justicia por tu propia mano. Estar triste porque no te dieron el ascenso que anhelabas está bien, pero insultar a tu jefe es inaceptable.

Hay un largo trecho entre la comunicación asertiva y madura, consciente, y la reacción impulsiva, una descarga sin contención. La diferencia es el impacto que provocas en otras personas. Con una buena comunicación, estableces y fortaleces lazos; por medio de los estallidos emocionales, rompes vínculos, levantas barreras y generas el rechazo.

El mensaje que quiero transmitirte con este contenido es la importancia de ser consciente de lo que comunicas y de cómo lo comunicas. No son solo palabras que se las lleva el viento, sino también, y de manera especial, emociones poderosas y volátiles. Basta que recuerdes la última vez que tu hijo te sacó que quicio y la reacción desproporcionada que tuviste.

Se nos olvida que nuestras acciones, todas, tienen un impacto en los demás. Y olvidamos también que esas personas no están obligadas a consentir nuestras reacciones, a soportar nuestras descargas emocionales. Por eso, hay que echar mano de habilidades como la empatía, la paciencia, la tolerancia y el respeto, que ya sabes que no abundan por ahí.

Para gestionar adecuadamente las emociones, prueba esto:

1.- Identifícalas. Bien sea que tú la experimentas o es el resultado que provocas en otros. Si tienes claro cuál es la emoción, podrás ofrecer una respuesta adecuada, consciente. Recuerda que las emociones son información encriptada, señales de alerta que nos indican sobre qué terreno pisamos. La clave está en respirar unos segundos antes de reaccionar

2.- Acéptalas. Que no significa estar de acuerdo, sino entender que no están al alcance de tu control. El dolor provocado por la pérdida de un ser querido es desagradable, pero si no lo aceptas, si te resistes a esa emoción, más daño te hará. Las emociones, por si no lo sabías, son como las olas del mar: vienen, te tocan y se van, siempre se van. No dejes que te dominen

3.- Autorregúlalas. Sí, no es fácil, lo sé. Sin embargo, la calidad de tus comunicaciones y, por ende, de tus relaciones con tu entorno y contigo mismo dependerá de si ejerces control sobre tus emociones o permites que hagan sus travesuras. Arrebátales el poder que tienen sobre ti y demuéstrales que eres más fuerte, más inteligente. Autorregularlas aumentará tu bienestar

4.- Comunícalas. De manera asertiva y consciente, a sabiendas del poder que tienen tanto las palabras como las emociones. Exprésalas sin permitir que se transformen en reacciones inadecuadas. En la medida en que tengas el control, tu mensaje, tu comunicación, estará blindado y transmitirá justamente lo que deseas, sin cortocircuitos, sin daños colaterales

Jon Kabbat-Zinn, profesor emérito de medicina conocido por fundar el programa de Reducción de Estrés Basado en la Atención Plena (MBSR), dijo algo fantástico: “no puedes evitar las olas, pero sí puedes aprender a surfearlas”. No puedes evitar las emociones, pero sí tienes la capacidad para surfearlas y disfrutar el impacto positivo, constructivo e inspirador de tus mensajes, de tu comunicación.

Categorías
General

Y tú, ¿sabes qué comunicas, cómo lo comunicas y su impacto?

Aunque no pronuncies una sola palabra, aunque no escribas en papel o en la pantalla de un computador, aunque permanezcas inmóvil, estás comunicando un mensaje. Comunicar, por si no lo sabías es un de las actividades que el ser humano más repite a lo largo de su vida, casi como respirar. Inclusive cuando estamos dormidos, nos las arreglamos para comunicar.

Creemos que una persona comunicativa es aquella que habla mucho o que, en esta era de los medios digitales, es activa en internet, en las redes sociales. Sin embargo, tanto comunica este locuaz como el que es introvertido, de pocas palabras. Comunicamos con palabras habladas y escritas, con miradas, con gestos, con movimientos, también comunicamos con el silencio.

Una gran ironía, porque el gran drama de la humanidad en estos tiempos modernos de poderosas herramientas, de hiperconexión, es que no podemos comunicarnos con otros, que no sabemos comunicarnos con los demás. El problema es que entendemos mal el privilegio de la comunicación: los utilizamos para responder (reactivo), no para construir (proactivo).

En la escuela, nos enseñan a hablar y a escribir, nos enseñan el cómo. Sin embargo, les falta enseñarnos lo más importante: el con quién, el para qué, el por qué. Nos enseñan la parte operativa, pero no la estratégica. Por eso, en la práctica, en la realidad, la mayoría de las veces no nos comunicamos, sino que hacemos ruido, mucho ruido. Y daño, mucho daño también.

Nos preocupamos más por impartir órdenes, por dar instrucciones, que por persuadir, que es el gran secreto de la verdadera comunicación. El problema, porque siempre hay un problema, es que olvidan enseñarnos la parte más importante, la más valiosa, del proceso: observar y escuchar. Son habilidades que todos poseemos, pero que muy pocos desarrollamos.

Nos quedamos a mitad del camino. ¿Sabes a qué me refiero? Que nos limitamos a ver, en vez de observar; nos limitamos a oír, en vez de escuchar. Cuando vemos y oímos, solo la vista y el oído están enfocados en el objetivo, mientras que cuando observamos y escuchamos son varios los sentidos que se combinan, nos concentramos y prestamos la atención requerida.

Pero, la verdad, observamos poco, escuchamos poco. En cambio, vemos mucho, oímos mucho y, sobre todo, hablamos mucho. Somos expertos en el arte de responder, que es un atajo que nos conduce directamente a los conflictos, a los malos entendidos. Un inconveniente que se manifiesta de mil y una formas en todas las actividades de la vida. ¡Toda una pesadilla!

La buena noticia (¡siempre hay una buena noticia!) es que todos los seres humanos estamos en capacidad de encontrar una solución a este problema. ¿Cómo? La condición fundamental es aprender a no ser reactivos, a no responder instintivamente, emocionalmente. Porque, sí, son las emociones, siempre traviesas y caprichosas, las que nos meten en líos y nos condenan.

“No es necesario decir todo lo que se piensa, pero sí es necesario pensar todo lo que se dice” es una genial frase que veo con frecuencia en internet. Y no podría estar más de acuerdo con ella. Necesitamos desarrollar una estrategia que nos permita comunicarnos adecuadamente, a través de la cual nuestros mensajes produzcan un impacto positivo, sean constructivos.

Antes de continuar, no obstante, es menester aclarar algo: no necesitas ser comunicador graduado en una universidad, o un periodista vinculado a un medio de comunicación o un experto en los medios digitales para conseguir el objetivo. Como mencioné, comunicar es una habilidad incorporada en todos, absolutamente todos los seres humanos. Es un privilegio.

Ahora, volvamos a lo importante, al motivo de estas líneas: aprender a comunicar. Eso es, en otras palabras, que tengas el máximo control posible de lo que dices, de lo que escribes, de lo que los demás perciben a través de tus gestos, de tus movimientos. Hay que entender que no es posible un control total, pero que, al menos, tu comunicación no sea fuente de conflicto.

CGCopywriter

¿Cómo conseguirlo? Tu comunicación debe incorporar estas estrategias:

1.- ¿Quién soy?
Estamos acostumbrados, estamos educados, a dejar que nuestros títulos y nuestros cargos hablen por nosotros. Y no está bien, porque casi nunca comunican lo que nos interesa, que es nuestro valor, lo que en verdad podemos hacer por otros. Es saber aprovechar el poder de la primera imagen, esa que se queda grabada en la mente de los demás, que nos condiciona.

Lo que otras personas quieren saber de ti es cómo las puedes ayudar, cómo tu conocimiento y tus experiencias, el aprendizaje surgido de tus errores, les ayudarán a llegar adonde quieren ir. Lo que quieren saber es cómo lo hiciste, cómo superaste las dificultades. La base de este tipo de comunicación es la empatía, aquella habilidad que nos permite entender a los demás.

2.- ¿Qué tengo para ti?
En estos tiempos, hagas lo que hagas, sea cual fuerte tu profesión y oficio, trabajes dentro o fuera de internet, si no eres visible, no existes. Y ser visible no consiste en ser omnipresente o en estar en todos lados (en especial, en todas las redes sociales), sino allí donde tus clientes potenciales, aquellos a los que puedes ayudar, pueden verte y saber quién eres.

Lo fundamental de esta estrategia es responder a la pregunta que inquieta a tu cliente potencial, aquella de ¿Qué hay aquí para mí? De lo que se trata es de llamar su atención y despertar su curiosidad para que averigüen por ti, para que se interesen en lo que estás en capacidad de ofrecerles. La idea es abrir la puerta y dejar que investiguen, que pregunten.

3.- ¿Por qué confiar en ti?
Nadie, absolutamente nadie, quiere tener una relación, y mucho menos si esa relación está encaminada hacia una venta, con alguien en quien no confía. No en estos tiempos de internet en los que hay tanto vendehúmo, tanto engaño a la vuelta de un clic. Tristemente, la web se convirtió en una cloaca a la que llegan los más bajos instintos de los seres humanos.

¿Por qué debería confiar en ti, comprarte a ti, por encima de cualquier otra opción? Este es el interrogante que la confianza que brindas puede disipar. Olvídate de argumentos como “soy honesto” o “soy ético”, porque eso se da por descontado. Ten en cuenta que, si no consigues generar esa confianza, la relación con esa persona terminará ahí, quizás definitivamente.

4.- ¿Por qué puedes ayudarme?
La estrategia de comunicación destinada a exponer autoridad es, seguramente, la más incomprendida de todas. ¿Por qué? Porque normalmente se la confunde con hablar de ti mismo, de tus hazañas, de tus títulos académicos, de tus cargos, de tu cuenta bancaria, de tus seguidores en redes sociales. Y, no, no es por ahí: nada de eso te ayudará a posicionarte.

De lo que se trata es de hacer que tu cliente potencial, esa persona que recibe tu mensaje, comprenda la capacidad de transformación que tiene tu producto o servicio. Que le queden claros los resultados que va a experimentar y cómo será esa transformación (qué se espera de ella). La clave es posicionarte en la mente de esa persona como la mejor opción, la solución.

Todo el tiempo, de distintas maneras, algunas de ellas inconscientes, nos comunicamos. Es inevitable hacerlo. Lo que sí podemos controlar es lo que comunicamos y lo que los demás conocen de nosotros, es decir, podemos evitar las percepciones equivocadas, superficiales. Entiende que cada persona es un mensaje y cada uno es responsable de lo que comunica.

Una buena comunicación consiste tanto en saber qué expresar (cualquiera que sea el formato o el medio utilizado) como qué callar cuando es necesario o conveniente. Si los seres humanos aprendiéramos esto, muchos de los conflictos que nos amargan la vida, que son tormentas en un vaso de agua, se evitarían. El cambio solo se dará cuando cada uno aporte su granito de arena.

CGCopywriter
Categorías
General

Comunicar: no es solo lo que dices, sino lo que otros perciben de ti

Visibilidad, posicionamiento, empatía. Tres palabras muy trajinadas, muchas veces menospreciadas o, quizás, distorsionadas. Tres palabras que encierran la clave del éxito en los negocios y en la vida. Tres palabras cuyo resultado está determinado por el impacto del mensaje que estás en capacidad de compartir con el mercado, por la interacción con tus clientes.

Desde hace poco más de dos décadas, con la aparición de internet y sus poderosas herramientas y recursos, la vida nos cambió. A todos y de manera radical en todas las actividades sin distingo. En especial, en la comunicación con otros seres humanos en cualquier ámbito de la vida. Bien sea en las relaciones personales, en las laborales, en los negocios, con los amigos, con tu pareja.

La de comunicarnos es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Desde el día en que nacemos, nos comunicamos con otros. Lo hacemos a través de señas o de ruidos, más tarde con las palabras cuando nos enseñan a hablar y escribir. Y luego lo hacemos por medio de habilidades como la música (cantar o interpretar), la imagen (fotografía, pintura), el baile o el silencio.

Nos comunicamos todo el tiempo, pero irónicamente casi siempre nos comunicamos mal. ¿Eso qué quiere decir? Que hablamos mucho, demasiado, y escuchamos poco, casi nada. Y en el arte de la comunicación, por si no lo sabías, lo enriquecedor es escuchar. No solo por lo que puedas aprender de otros, sino porque cuando prestas atención estás en capacidad de aportar valor.

Sin embargo, no nos enseñan a escuchar y, en cambio, sí nos enseñan a hablar y hablar. Y lo hacemos como un acto automático, a veces inconsciente, o simplemente como una reacción a lo que escuchamos, a lo poco que escuchamos. Hacemos caso omiso del uso de la razón, de la capacidad de análisis y raciocinio, y nos limitamos a responder. Porque hay que hablar y hablar.

El problema no termina ahí, en todo caso. ¿Por qué? Porque además del lenguaje verbal, aquel que más utilizamos, y del escrito, también están el no verbal, el gestual. Decimos mucho con las expresiones del rostro, con el movimiento de las manos o cualquier otra parte del cuerpo, con una sonrisa o un gesto de desaprobación, por ejemplo. Y decimos mucho, también, con el silencio.

Sí, porque el silencio también es una respuesta, por si no lo sabías. Callamos porque no sabemos qué decir (o no tenemos qué decir), porque queremos evitar decir algo de lo cual más tarde nos vamos a arrepentir o, simplemente, porque es lo más conveniente para el momento. Elegir el silencio como respuesta es una de las actitudes más sabias que puede asumir un ser humano.

Además, decimos mucho con lo que expresamos a través de la ropa que usamos, de la forma en que nos comportamos y reaccionamos (o si no lo hacemos), de cómo nos perciben los demás. Y este, créeme, no es un tema menor. ¿Por qué? Porque la percepción es subjetiva, porque cada uno percibe lo que le conviene y lo interpreta a su acomodo, porque es un estímulo emocional.

Y las emociones, en especial las negativas, quizás ya lo aprendiste, son malas consejeras. La percepción surgida de las emociones es origen de la mayoría de los malentendidos. “Yo creí”, “Me imaginé”, “Asumí que tú me decías…” y otras por el estilo. Es una nefasta cadena: no escuchamos con atención lo que nos dicen, nos dejamos llevar por las emociones y reaccionamos mal.

Por otro lado, no es una buena estrategia permitir que los demás nos juzguen o se formen una idea de nosotros basados en las percepciones, en lo que proyectamos. La clave del éxito en la comunicación radica en la asertividad. ¿Sabes en qué consiste? “Es la habilidad de expresar ideas y pensamientos de modo amable, franco, abierto, directo y adecuado, sin atentar contra los demás”.

La asertividad no es solo lo que se dice, sino las palabras que se utilizan, el tono que se emplea. Esta habilidad (sí, todos la incorporamos, pero tenemos que desarrollarla, ponerla en práctica) parte de la escucha activa (atenta, interesada) y de la respuesta inteligente (no emocional). La asertividad, además, incorpora otro elemento fundamental: la capacidad de negociación.

 

 

CGCopywriter

Algo muy importante, así mismo, es entender que la asertividad es el punto medio, el del equilibrio, entre dos extremos. Por un lado, la pasividad, es decir, permitir que otros asuman lo que quieran, lo que les convenga, que interpreten lo que dice. Por otro, la agresividad, que se da cuando reaccionamos instintivamente, emocionalmente, sin pensar, sin medir las consecuencias.

Comunicarnos asertivamente es tanto un privilegio de los seres humanos como una elección. Una elección que parte del autoconocimiento, de identificar y gestionar de manera adecuada las fortalezas y debilidades que nos caracterizan. Cuando somos asertivos, estamos en control de la situación, por crítica o estresante que sea, y podemos tomar una decisión consciente e inteligente.

Cuando escribimos, cuando intentamos transmitir un mensaje, no solo debemos preocuparnos por la ortografía, la gramática, la veracidad de la información y el estilo. Todos estos aspectos son muy importantes, es cierto, pero de nada te sirven si no eres asertivo, si tu mensaje es malinterpretado o distorsionado. No puedes darte el lujo de que los demás entiendan lo que les parezca.

Si asumes el reto de escribir, si aceptas vivir la aventura de escribir, ser asertivo no es una opción, sino una necesidad. Por eso, antes de pensar en qué vas a escribir debes emprender un viaje a tu interior y explorar en las profundidades de tu ser para descubrir, para determinar quién eres, cómo eres, porqué eres así. También, que te gusta (que no), qué te apasiona, qué te da miedo.

Solo a través de ese autoconocimiento profundo y detallado estarás en capacidad de construir un mensaje asertivo poderoso y persuasivo, agradable y llamativo. Que no significa, de ninguna manera, intentar ser perfecto (que nadie lo es), sino aprovechar tus fortalezas, dones y talentos para comunicarte con acierto, es decir, con claridad, con respeto, generando un impacto positivo.

Ser asertivo te permite ser visible, porque te diferencia del resto, del común de las personas que se escudan en un mensaje confuso, en decir lo que otros quieren escuchar. La visibilidad es muy importante en el mundo actual en medio de una globalización que tiende a cortarnos con la misma tijera, a uniformarnos. Si no eres visible, nada de lo que hagas o digas te dará resultado.

Ser asertivo y emitir mensajes claros y precisos, oportunos y adecuados para cada situación, te permite posicionarte en la mente de quienes te escuchan o leen. Cuanto puedes transmitir tu conocimiento y experiencias y este mensaje es de valor para otros, no tardarás en ganarte su atención, el privilegio de su elección. Esas personas querrán que los nutras una y otra vez.

Ser asertivo, por último, es la condición que te permite entender al otro en forma genuina y positiva a través de la empatía. Que no es solo ponerse en el lugar del otro, sino de manera especial comprender el origen de su problema o dolor, escucharlo sin juzgar y tratar de aportar una solución efectiva. La empatía se traduce en un valioso intercambio de beneficios.

La capacidad de comunicarnos con otros a través de la palabra, hablada o escrita, así como de otros lenguajes no verbales, es un privilegio de los seres humanos. A veces, muchas veces, no la aprovechamos o la utilizamos mal porque no somos asertivos. Esto, en últimas, quiere decir que no sabemos quiénes somos, cómo somos; que desconocemos nuestras fortalezas y debilidades.

El autoconocimiento es una luz que nos guía por caminos seguros, que nos ayuda a evitar atajos y a superar dificultades. También es la base del proyecto de vida, sin importar lo que esto signifique para ti, pues puedes trazar metas, fijar objetivos, diseñar una estrategia de acuerdo con tus posibilidades, con tus capacidades. Y, claro, emitir mensajes asertivos, poderosos y de impacto.

 

 

CGCopywriter