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¿Qué contenido debes usar para rebatir las 3 objeciones invisibles?

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Si eres uno de tantos que cree que el objetivo del contenido que compartes con el mercado es vender, lo siento por ti. Si te sirve de consuelo, eres parte de una inmensa mayoría. De los que han caído en la trampa de los vendehúmo y de los autoproclamados gurús del contenido que pregonan la venta forzada. Y, quizás lo has experimentado, no hay nada más incómodo.

Son muchos los mitos y los bulos en torno del marketing de contenidos, sus objetivos y sus posibilidades. Algunos lo presentan como una navaja suiza, otros aseguran que hace magia y no faltan aquellos que gritan que tiene superpoderes. Por supuesto, ninguna de estas versiones es cierta y, por eso, hay tantos que en la práctica desconfían de los contenidos.

Un grave error inducido, sin duda. Además, te dicen que tienes que estar presente en todos los canales digitales, que debes publicar contenidos en diferentes formatos todos los días. Lo irónico es que cuando revisas las publicaciones de los vendehúmo y de los gurús te das cuenta de que no aplican lo que pregonan. Es una estrategia, no una contradicción.

¿Por qué? Te marcan un camino que tú sigues al pie de la letra, sin percibir que te lleva al despeñadero. Una vez te caes, te estrellas con el planeta y tus ilusiones se frustran, entonces, los vendehúmo y los gurús surgen como salvadores. Te ofrecen su fórmula perfecta para conseguir resultados satisfactorios, se llenan los bolsillos con tu necesidad.

¡Negocio redondo! Y ahora, de la mano de las múltiples herramientas de inteligencia artificial generativa, han refinado sus libretos para engañar a los incautos y a los codiciosos. Que si no usas esta app no vas a vender, que si no usas la otra serás invisible, que si haces caso omiso de aquella tu competencia te va a devorar…, en fin. Es la feria de los bulos, de los engaños.

La realidad es que las marcas que venden, bien sea empresas o personas, son las que están en capacidad de aunar las estrategias de marketing con las de contenidos. Solo una, por sí misma, será insuficiente. Se complementan, potencian sus fortalezas. Las campañas de marketing inolvidables siempre aprovecharon las narrativas persuasivas de los contenidos.

De acuerdo con la fase del proceso de venta en la que se encuentre tu cliente potencial, el contenido cumple una tarea específica. Que, por supuesto, no es vender. La venta, quizás lo sabes, es la consecuencia directa de las acciones y decisiones que adoptas, pero también de que lo que ofreces, un producto o un servicio, solucione el problema de esa persona.

Los cuatro usos básicos del contenido son los siguientes:

1.- Informar. Salvo en casos excepcionales, cuando una persona es atraída por tu contenido no significa que esté en modo compra. En el 99 por ciento de las ocasiones, más bien, está en modo curiosidad. Quiere saber más de ti, de tu oferta. Quiere establecer si eres confiable o más de lo mismo. No olvides que en el mercado hay otros que ofrecen lo mismo que tú.

2.- Educar. Ten en cuenta que el 99,99 por ciento de los prospectos no sabe que tiene un problema, ni siquiera es consciente de los síntomas. Y no solo eso: es reacio a aceptar que sufre, inclusive si hay dolor físico. El contenido no solo debe responder sus preguntas, sino también, proporcionar el conocimiento necesario para salir del estado de inconsciencia.

3.- Entretener. Por si no lo has notado, 9 de cada 10 personas se conecta a internet por dos razones: requiere información o quiere distraerse. Entonces, no puedes obviar este objetivo. Si consigues arrancarle una sonrisa a tu prospecto, muy probablemente regresará en busca de más. Cuidado, eso sí, de caer en lo ramplón, lo vulgar, lo patético de los influenciadores.

4.- Nutrir. Una vez sacias la curiosidad y consigues atraer la atención de tu cliente potencial, a la fase de la educación le sigue la de la nutrición. ¿En qué se diferencian? Primero, en que la nutrición va más allá, profundiza en el problema que esa persona padece, en los síntomas, y esboza soluciones. Segundo, presenta la transformación, cómo será esa nueva vida.

En esas cuatro etapas, sin embargo, hay un hilo conductor que muchos desconocen y que otros, mientras, lo omiten por miedo. ¿Sabes a qué me refiero? A la indispensable tarea de derribar las objeciones. ¡Que siempre están!, así que no puedes ignorarlas. Pueden ser un gran obstáculo si miras para otro lado, si no les prestas la importancia que tienen.

Hay prospectos que son maestros en el arte de esgrimir objeciones, mientras que otros lo hacen en piloto automático. Es decir, es una respuesta a un estímulo específico. Inclusive, un cliente que esté en la última fase del proceso, ese que llamamos prospecto caliente, también nos ofrece objeciones. Entonces, creer que son invisibles no es una buena medida.

El problema, porque siempre hay un problema, es que subestimamos las objeciones. Por el miedo a rebatirlas o porque creemos que nuestro mensaje poderoso las derriba. O, lo peor, nos distraemos con las objeciones obvias, las de siempre, y nos olvidamos de las que en la práctica interrumpen el proceso y, a largo plazo, frenan la venta. ¡Esas son las importantes!

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que te grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Las objeciones pueden convertirse en un gran dolor de cabeza si lo permites. El contenido que las aborda, que las explica, que las desmitifica y que muestra una luz al final del túnel es muy poderoso. ¡No lo subestimes!

Las convencionales son precio, tiempo y poder de decisión (“tengo que consultarlo con mi pareja” o “con mi socio”). Las vemos como enormes montañas cuando en realidad, por lo frecuentes, son obstáculos fácilmente superables. ¿Sabes por qué? Porque, más que objeciones reales, se trata de excusas a las que tu prospecto recurre para salir del paso.

¿Sabes cuáles son esas otras objeciones que no vemos y son más importantes?

1.- Miedo al fracaso. Es paralizante, seguro lo sabes, seguro lo has experimentado. No solo porque duele, sino porque implica el rechazo de otros, sus críticas. Cuando tu prospecto no está convencido de que lo que ofreces es la solución que requiere, lo peor que puedes hacer es seguir de largo. Tu mensaje, entonces, debe abordar esta objeción y rebatirla.

¿Cómo hacerlo? Primero, describe cuál es la situación a la que se enfrenta en este momento, cómo su vida es un infierno porque no ha encontrado una solución. O cómo sus sueños se diluyen, mientras él padece lo indecible. Hazle saber que el miedo es cobarde y que desaparecerá tan pronto él demuestre determinación, convicción para enfrentarlo.

2.- Presión del entorno. Decimos que somos autónomos, pero la realidad es distinta. A todos nos afecta lo que piensan los demás, en especial nuestro entorno cercano. Por el miedo a su desaprobación, por temor a defraudarlos, muchas veces nos rendimos y nos sometemos a sufrir el problema indefinidamente. El miedo a fallar nos impide actuar.

¿Cómo derribar esta objeción? El contenido que compartas con tu prospecto debe informarle del problema que padece, educarlo para que lo lleve al plano consciente y plantearle una solución efectiva. Que entienda que no merece sufrir simplemente porque otros pasan por lo mismo, o porque se siente vulnerable. Descubre el héroe que hay en él.

3.- Experiencias pasadas. Todos, sin excepción, nos hemos equivocado. Millones de veces. Algunos, errores groseros, de esos que nos avergüenzan y no queremos que nadie se entere. Son heridas que quizás no terminaron de sanar o cicatrices que nos marcaron. Cada vez que estamos en una situación similar, el pánico nos congela y no sabemos cómo reaccionar.

¿Qué hacer? El contenido debe apuntar a hacerle entender que el error es parte del proceso y que incorpora un aprendizaje valioso. Cuéntale alguna experiencia personal en la que hayas estado en una situación similar, expón tu dolor y explícale cómo lo solucionaste. Es Importante que le digas cómo mejoró tu vida después de que dejaste eso en el pasado.

Son distintas de las normales, ¿cierto? Estas tres son las objeciones que casi nunca se manifiestan abiertamente. Más bien, son mecanismos de defensa que solo afloran cuando la presión es extrema. Y, por favor, no creas que son ocasionales. De hecho, son recurrentes, solo que no les prestamos la atención que merecen o nos distraemos con las habituales.

¿Cómo te ayuda el contenido a rebatir estas tres objeciones?

1.- Utiliza el poder de las preguntas. Las preguntas son sinónimo de empatía e interés y generan confianza. Olvídate de las certezas, de las afirmaciones, que suelen convertirse en muros infranqueables. Aprovecha las preguntas y promueve una conversación honesta

2.- Acude a la escucha activa. No solo es señal de respeto, sino de compasión. Hace que tu interlocutor se sienta importante y abra sus emociones. Comparte situaciones en las que te sentiste vulnerable y la ayuda de otros te permitió superar el inconveniente. Sé auténtico

3.- Ve hasta el fondo. Si te abrieron la puerta, ¡no te quedes ahí! Profundiza, con respeto y con tacto, para tratar de llegar al origen del problema. Apela a testimonios, a opiniones de expertos, presenta diferentes caminos de solución. No desaproveches la ocasión de servir

4.- Valida y aporta. La empatía es el punto de partida, no el punto final. ¿Eso qué quiere decir? Haz gala de tu conocimiento y experiencias para hacerle saber a tu cliente potencial que no está solo, que hay solución y que estás dispuesto a acompañarlo en el proceso

Las objeciones pueden convertirse en un gran dolor de cabeza si lo permites. El contenido que las aborda, que las explica, que las desmitifica y que muestra una luz al final del túnel es muy poderoso. ¡No lo subestimes! Además, es el tipo de estrategia que te diferenciará de los vendehúmo y de los gurús. Conviértelo en tu aliado y tus clientes te lo recompensarán.

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Cuando el exceso de visibilidad se convierte en tu peor enemigo…

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Cuando comenzaba mi trayectoria como periodista, a finales de los años 80, el mundo era muy distinto. No había internet, ni teléfonos móviles, ni conexiones wifi, ni computadores. Por supuesto, no había Google, ni redes sociales, ni inteligencia artificial. El teléfono estaba conectado a la toma en la pared, la programación de TV se iniciaba a las 5 de la tarde…

La vida era mucho más tranquila, sosegada. ¿Lo mejor? Había mucho menos ruido. Externo e interno, natural o artificial. Era la época de ver películas VHS (o Betamax) en casa con los amigos. La radio, sinónimo de inmediatez, era una compañera imprescindible, en especial para un joven que comenzaba con mucha ilusión la aventura en ese oficio maravilloso del periodismo.

Cuando entré a formar parte de la redacción del periódico El Tiempo, por aquel entonces el medio de comunicación más importante e influyente del país, la referencia para todos los demás, los impresos eran los reyes del mercado. Los periodistas más reconocidos del país, en las distintas especialidades, estaban alrededor, sentados a unos cuantos metros de tu lugar de trabajo.

Bastaba caminar unos pasos para cruzarse con alguno de ellos, para involucrarse en una conversación informal que, en la práctica, era una clase maestra. Economía, política, judicial, temas nacionales y cultura y entretenimiento, un concepto que iba en alza. Lo curioso es que todos, sin excepción, en algún momento terminaban en el corrillo de la sección Deportes.

¿Por qué? Porque el deporte era lo que nos unía en medio de las diferencias. Allí, frente a uno de los pocos televisores que había en la redacción, todos terminaban rendidos a las pasiones del deporte. Y allí, también, fue el escenario en el que aprendí todo lo necesario sobre los códigos del oficio, reglas que no vas a encontrar en los libros, pero que en la práctica son imprescindibles.

“El exceso de exposición, quema”, era una de ellas. ¿Eso qué quería decir? Que, a pesar de que estábamos lejos del frenesí y de la histeria que reina hoy, ya había figurines. Colegas que, por su contacto con ministros, empresarios o funcionarios de alto turmequé, se creían de un estrato distinto, de una galaxia diferente. Eran los que firmaban todas las notas que publicaban.

“Fulanito firma hasta un comunicado de prensa”, era lo que se decía entonces. Si bien ellos se pavoneaban por los pasillos como si estuvieran en una pasarela, con frecuencia también debían pagar escondederos a peso. ¿Por qué? Porque la noticia que publicaron despertó la ira santa de algún funcionario que llamó a los directivos del periódico, a quejarse, y les armó un gran lío.

“Firme únicamente las notas que usted cree que en realidad valen la pena”, me decían. “Ya llegará el momento para firmar lo que quiera”, agregaban. En la práctica, la mayoría de las noticias propias que publiqué durante al menos un año y medio no llevaban mi firma. Era una forma de protegerme y, también, de darle valor a esa rúbrica que, en aquellos tiempos, era tu cara visible ante el mundo.

Hoy, seguro lo sabes porque también lo padeces, vivimos tiempos muy distintos. Aquella premisa de “El exceso de exposición, quema” quedó en el pasado. De hecho, la norma, dentro y fuera de internet, es exponerse, hacerse ver, sin importar qué sea necesario hacer para que te vean. Fruto de esa modalidad, surgieron los patéticos influenciadores, payasitos que hablan sin decir nada.

Abres internet y te encuentras con infinidad de médicos, abogados, contadores, cocineros, coaches, vendedores, expertos en lo humano y lo divino, que pregonan la solución perfecta. Para lo humano y lo divino, por supuesto. Cantan, bailan, hacen las tareas de la casa y, lo peor, hacen el ridículo sin sonrojarse. Producen ruido durante un tiempo y, al no encontrar eco, desaparecen.

Pocos, muy pocos, perduran y logran conectar con las audiencias. Pocos, muy pocos, aportan valor con sus contenidos y logran llamar la atención. Pocos, muy pocos, son dignos de regalarles unos segundos de nuestro valioso tiempo, a sabiendas de que será bien invertido. Pocos, muy pocos, están respaldados por una estrategia que les permita posicionarse en la mente de las personas.

Hoy, la visibilidad es el santo grial de los negocios, de la vida en el ecosistema digital. Nos dicen que en un mercado saturado, con exceso de competencia, si no eres visible, no existes. Y es cierto, aunque no de forma literal. ¿Por qué? Porque cuando esa visibilidad es sinónimo de ruido, de chabacanería, de vulgaridad, el efecto que produce es contrario del esperado: genera rechazo.

Que es, precisamente, lo que les ocurre a la mayoría de esos influenciadores. Es posible que en alguna ocasión te resulten divertidos, que te arranquen una sonrisa, pero después de dos o tres veces son repulsivos. Da asco ver eso que comparten en redes sociales sin empacho, porque no tienen ningún otro recurso que el ridículo y la grosería para exacerbar los bajos instintos de otros.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que te grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Si no tienes un mensaje claro, atractivo y relacionado con el tema o el problema que interesa a la audiencia la que te diriges, solo harás ruido.

La realidad, que muchos desconocen y que otros pasan por alto premeditadamente, es que la visibilidad sin estrategia solo produce ruido. Y ningún ruido, quizás lo sabes, está por siempre. El mar ruge con fuerza y luego se calma; la lluvia cae con intensidad y luego vuelve a salir el sol; la tierra brama, pero después de que el volcán escupe reina la calma. ¡Ningún ruido es eterno!

Por cuenta de los vendehúmo, ha hecho carrera la idea de “hay que estar en todas las redes sociales”. Que, por supuesto, no es necesario y, a veces, muchas veces, es contraproducente. O, también, “hay que publicar todos los días, ojalá varias veces, para que te vean”, una premisa que tiene tanto de largo como de ancho. No porque grites te van a escuchar, te van a prestar atención.

Puedes aparecer todos los días en todas las redes sociales, pero si careces de una estrategia tu presencia pasará inadvertida. Si no tienes un mensaje claro, atractivo y relacionado con el tema o el problema que interesa a la audiencia la que te diriges, solo harás ruido. Es decir, el resultado será que te convertirás en una molestia, en algo incómodo, y te bloquearán, te silenciarán.

No importa cuánto sabes, qué logros has alcanzado, cuánto tiempo llevas en el mercado o cuáles son tus resultados. Siempre habrá otros que te superen, que suban el listón. Además, a esas personas a las que puedes ayudar solo les interesa saber cómo será su vida una vez hagan lo que tú pides, compren lo que tú ofreces. Pero no comprarán si no confían en ti, sino eres creíble.

Entonces, eso de ser visible no es la panacea, no te garantiza el éxito. Recuerda: “el exceso de exposición, quema”, como cuando vas a la playa y pasas muchas horas bajo el rayo del sol y después te duele hasta el alma. Además, eso de ser visible, de mostrarte, no es el primer paso del proceso, sino el último. ¿Lo sabías? Antes, debes cumplir tareas que muchos pasan por alto:

1.- Establecer quién eres y qué representas.
Es lo que suelo llamar mi yo avatar. ¿Cómo me voy a mostrar al mundo? ¿Cuál es el mensaje que quiero transmitir? ¿Cuáles son los principios y valores con los que se va a identificar el mercado? ¿Cuál es el camino que has recorrido? Son preguntas que cualquier persona que no te conoce se hace y que debes responder. Tampoco puedes permitir que cada uno te perciba como lo prefiera.

2.- Tu propuesta de valor.
¿Por qué no eres más de lo mismo? ¿Qué te diferencia del mercado y te hace único y especial? ¿Qué le aportas al mercado que tu competencia no esté en capacidad de proporcionar? ¿Cuál es el resultado que las personas que te elijan van a obtener para mejorar su vida? Si ese mensaje no es claro, preciso e inconfundible, te verán como otro más y quedarás condenado a competir por precio. ¡Auch…!

3.- Cómo quieres ser recordado.
Es decir, de qué manera te posicionarás en la mente de las personas que reciban tu mensaje. Es consecuencia de las anteriores. Llamas la atención, te identificas a través de principios, valores y experiencias y luego aportas una solución efectiva a través de una metodología ya probada. ¿Qué vas a hacer, y cómo, para ser inolvidable? ¿Qué huella positiva dejarás en la vida de otros?

4.- El público al que te diriges.
Olvídate de eso de “mi producto (o servicio) es para cualquiera o para todo el mundo”, porque no solo es mentira, sino también, un grave error. No todos lo necesitan, no todos están dispuestos a pagar lo que pides, no todos te verán como la solución que requieren. Cuanto más específico y detallado sea ese perfil de tu cliente, mejor. Tu mensaje provocará un impacto solo en aquellas personas que conecten contigo.

Cuando esa conexión se establezca, la ansiada visibilidad dejará de ser un fin, una obsesión, y se convertirá en tu carta de presentación, en el altavoz para que el mundo conozca tu mensaje. Será, entonces, cuando te darás cuenta del poder de tus acciones y disfrutarás del privilegio de ayudar a otros. Descubrirás que la vida te encomendó una de las tareas más increíbles que hay: servir.

No se trata de que todos te vean, porque de hecho no todos te verán. Tu objetivo debe ser atraer a quienes en verdad puedes ayudar, y generar el vínculo a través del cual se dé un intercambio de beneficios. Recuerda: “el exceso de exposición, quema”. En cambio, si te posicionas en la mente de las personas correctas y eres el agente de transformación que anhelan, ¡serás inolvidable!