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¿Quieres ser el elegido o más bien dejas que otros decidan por ti?

La vida es una elección. De la primera no fuiste consciente, pero eres fruto de ese resultado. ¿La recuerdas? Cuando ganaste la carrera, cuando fuiste el espermatozoide más rápido. El destino te eligió y te dio la posibilidad de elegir. Y nos pasamos la vida entera tomando decisiones, eligiendo, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente.

Es decir, de manera reactiva: reaccionamos a un estímulo, principalmente emocional, con una respuesta aprendida. ¿Por ejemplo? Gritamos cuando nos asustan o cuando en medio de la noche le damos una patada a un mueble. Lloramos cuando algo nos conmueve, bien sea positivo o negativo. Vociferamos cuando, en la calle, alguien nos tira el carro encima…

Es algo que experimentamos todos los días sin excepción. Y que, también, es el punto de origen de la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos cotidianamente. Lo hacemos porque así lo aprendimos, porque todo el mundo lo hace, porque no deseamos que nos vean como algo diferente. Reacciones aprendidas y automáticas no son una elección.

Esta capacidad, la de razonar, analizar y, luego, decidir, elegir, es lo que nos distingue a los seres humanos del resto de especies. La que nos convierte en la especie superior. A pesar de que actuamos en contravía de ese principio, de que reaccionamos como las otras especies, de modo instintivo. Una capacidad que, además, nos distingue a unos humanos de los otros.

Si bien siempre fue así, hoy es algo más importante. ¿A qué me refiero? A que las personas que ejercen mayor influencia sobre las demás, las que se convierten en un modelo digno de imitar, las que inspiran a otras, son aquellas que aprovechan la habilidad de elegir. Y que, claro, la saben expresar a través de sus mensajes, los que consumen y los que emiten.

Porque, no lo olvides, los seres humanos solo podemos dar aquello que ya está dentro de nosotros, lo que recibimos y procesamos. El problema, porque siempre hay un problema, es que lo que consumimos no es lo adecuado. Menos en estos tiempos de fake-news, de una insoportable infoxicación, de manipulación, de verdades a medias y mentiras descaradas…

Todos, sin querer queriendo, somos víctimas de ese fenómeno. ¿O quién no ha caído en la trampa de una ‘noticia’que vio en redes sociales y al final descubrió que era un bulo? Nadie puede decir que está libre de culpa, pues hasta figuras reconocidas, políticos, consumieron y, lo peor, replicaron especies tóxicas que, a la postre, las llevaron a hacer el ridículo.

Una de las tareas básicas del oficio del periodismo es aquella de mantenerse bien informado. Sobre todo, en lo relacionado con aquella área en la que te desempeñas, tu especialidad. Eso, sin embargo, no implica que puedas hacer caso omiso del resto, porque una de las características que distingue al buen comunicador es aquella de saber un poquito de todo.

Era una tarea sencilla en otros tiempos, cuando no había internet, no había redes sociales y, en especial, no había infoxicación (hoy alimentada con inteligencia artificial). Además, dado que la competencia no era tan grande, feroz y despiadada como la de ahora, la información que obtenías de los medios era bastante confiable. Hoy, esa es, sin duda, la excepción.

Y no solo eso: es tal el caudal de información, tantos los canales a través de los cuales somos sometidos a un incesante e inclemente bombardeo, que es prácticamente imposible no ser una víctima, resistirse a él. Por eso, justamente por eso, es tan importante que aprendamos, cultivemos y, sobre todo, pongamos en práctica aquella valiosa habilidad de saber elegir.

Desde mi juventud, fui un gran oyente de la radio. Música, deporte y noticias, principalmente. Durante años, una radio (o un walkman) fueron mi compañía, inclusive cuando salía de casa. Más cuando comencé a trabajar, porque estar ya no era una elección, sino una necesidad. Hoy, sin embargo, es poco o nada lo que escucho radio. Y lo extraño, lo echo de menos…

Es que ya no hay emisoras de música, solo reguetón o eso que dicen es vallenato, pero solo es reguetón con acordeón. Y no hay deporte, porque ahora los programas son solo vulgares discusiones entre figuritas ególatras que no tiene empacho en demostrar su ignorancia. ¿Y las noticias? Ya no hay, tampoco, porque ya no hay periodistas: todos se volvieron militantes

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De los que promueven lo que al dueño del medio le interesa, lo que favorece sus aspiraciones económicas o ideológicas. Los periodistas de antes hoy son patéticos influencers o activistas que defienden a ultranza una causa que, para colmo, es ajena. Encontrar buena información, veraz, fiel, con contexto, con responsabilidad, es hallar una aguja en un pajar.

Por eso, justamente por eso, el mundo necesita hoy otras voces, más voces. Y no solo en lo que a periodismo se refiere, sino también a los generadores de contenidos que los seres humanos consumimos habitualmente. Voces que no estén contaminadas, no que militen en uno y otro partido o grupo económico, que se atrevan a ser diferentes y, claro, auténticas.

Voces que, en especial, permitan que las audiencias, independientemente de los canales o de los formatos, tengan la posibilidad de elegir. No por descarte, no porque ‘no hay más’, sino porque les gusta, porque lo que eligieron las nutre, las educa, las entretiene y, sobre todo, las inspira. Sí, que las invita a reflexionar, a construir su mejor versión, una de impacto.

Positivo, por supuesto. Esa, mi querido amigo que lees estas líneas, es la tarea que nos ha sido encomendada no solo a los creadores de contenido, sino a los seres humanos de bien. No se necesita haber estudiado Comunicación Social o ser periodista o trabajar para un medio de comunicación. Basta tener una voz propia y, sobre todo, anhelar un mundo mejor.

Cuando tú entras al supermercado, más allá de que llevas una lista de las provisiones que necesitas, estás en modo elección. Es decir, no siempre tienes que elegir la misma marca, no siempre debes elegir lo más económico, no siempre debes elegir lo que otros llevan. Ten en cuenta que los gustos, las necesidades y las prioridades cambian todo el tiempo.

En la juventud, quizás, ibas a comprar refrescos o bebidas alcohólicas, hoy eliges infusiones naturales que puedes disolver en agua. Antes ibas directo a la sección de los ultraprocesados y ahora, casi sin querer queriendo, vas a donde están las verduras, las frutas, las hortalizas, y te das gusto eligiendo lo que está más fresco. Te das algún gustito, sí, pero con moderación.

Mientras recorres los pasillos del supermercado, observas a otros clientes y ves lo que eligen: lo dañino, por encima de lo sano; lo que está de moda (y es más costoso) por delante de lo básico o lo que vieron en la televisión o lo que promovió su influencer preferido, más allá de que no lo requieren, de que no es una prioridad y de que tampoco suple una necesidad.

En resumen, hay mucho de dónde elegir y cada uno toma lo que considera que requiere o lo que más le gusta. Y está bien, de eso se trata la vida. Por eso, precisamente, repito, es crucial que personas como tú, con tu conocimiento, con tus experiencias, con tus aprendizajes, con tus sueños, con tus valores y principios, te des la oportunidad de ser la elección del mercado.

La infoxicación, los bulos, las fake-news, los patéticos influencers y la pornobasura no son fruto de la casualidad. Surgieron y tomaron vuelo porque las audiencias lo permitieron, porque las audiencias las eligieron (y lo siguen haciendo). Y, sobre todo, porque los creadores de contenido de calidad, el positivo, el constructivo, el inspirador, brillan por su ausencia.

Hoy, en la era de la tecnología, en la era de la comunicación, en la era de la información, contamos con las herramientas, los recursos, los canales y el conocimiento que ninguna de las generaciones anteriores disfrutó. ¡Somos unos privilegiados!, y no nos damos cuenta. O, peor, no nos importa y, por eso, elegimos mal, optamos por consumir lo que nos hace daño.

Con frecuencia, clientes y amigos me preguntan si es difícil trabajar hoy cuando existe tanta competencia. Mi respuesta es siempre la misma: “lo malo no es que haya mucha competencia porque siempre la hubo. Lo malo es que sea mala competencia, basura, infoxicación, la feria del yo. Lo malo es que no hay periodistas, sino hinchas y militantes”.

¡Ojalá hubiera buena competencia!, porque esta es la que te exige, la que te obliga a prepararte mejor, a estar más informado, a desarrollar nuevas habilidades. La que no te deja entrar en tu zona de confort, la que te reta; aquella con la que puedes establecer alianzas y lazos de colaboración que redunden en beneficio de las audiencias. ¡Buena competencia!

No importa si eres abogado, contador, médico, arquitecto o diseñador; no importa si eres un empresario, dueño de un negocio o un profesional independiente. Lo que importa es que seas consciente de que eres único, irrepetible, y de que el mundo necesita tu voz, quiere escuchar tu voz. Una voz que le permita elegir la opción buena y dejar de lado la basura que abunda.

No importa si escribes, si grabas videos, si lanzas un pódcast, si compartes contenidos en las redes sociales… ¡no importa! Lo que sí importa es que honres el invaluable privilegio que te fue concedido como ser humano: aquel de generar un impacto en la vida de otros. Tú eliges cuál quieres que sea. Por supuesto, lo que recibas estará determinado por lo que entregas…

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Yo avatar: define tu mensaje, provoca un impacto positivo y sé memorable

“Todo lo que digas (o escribas) será utilizado en tu contra”, es una frase que escuchamos con frecuencia en las series televisivas policiacas. En la realidad, en especial en estas épocas de redes sociales (cloacas), se transformó en “Todo lo que digas (o escribas) será distorsionado en tu contra”. Lo cierto, lo único cierto, es que todo lo que hacemos o escribimos, comunica.

Estamos en tiempos en los que el mensaje nos define. ¿No lo crees? Publica algo polémico, algo hiriente o, simplemente, una opinión personal en redes sociales, y presta atención a las reacciones. La gente ve lo que quiere, lee lo que quiere, interpreta lo que quiere, lo ajusta a su conveniencia, lo distorsiona para sacar provecho propio y luego te acusa, se victimiza.

Hoy, tu palabra, tu mensaje, es la que le da significado a quien eres. No importa si eres una empresa, un negocio, un emprendedor o simplemente un ciudadano. Somos un mensaje ambulante, aunque no seamos conscientes de ello, aunque no nos guste o creamos que si guardamos silencio estamos a salvo. ¡Error: el silencio también comunica!, ¿lo sabías?

Estamos en tiempos de infoxicación, en los que cada mensaje que emitamos puede ser la salvación o, quizás, la perdición. Por eso, justamente por eso, desarrollar la habilidad de comunicarnos bien, ser conscientes de cómo lo hacemos, de cuál es el propósito por el que lo hacemos y de cuál es el impacto que pretendemos causar, es una necesidad, no una opción.

Las personas quieren verse bien, quieren que las demás las perciban positivamente y, en especial, que les den su aprobación. Entonces, se visten con prendas costosas de marcas reconocidas, adoptan modales que en la práctica son una camisa de fuerza y se esmeran en ser políticamente correctas en sus acciones y, sobre todo, en sus mensaje. Pero, se equivocan.

¿Por qué? Recuerda: la gente ve lo que quiere, lee lo que quiere, interpreta lo que quiere, lo ajusta a su conveniencia. Claro, siempre y cuando se lo permitas. ¿Eso qué quiere decir? Que si tú defines tu mensaje, tú determinas qué quieres comunicar, tú escoges las palabras que te identifican para expresar tus mensajes, tus pensamientos, serás el dueño de lo que comunicas.

Cuando comienzo un trabajo con un cliente o realizo una asesoría, es habitual que el primer obstáculo se dé cuando pido que me compartan la definición del yo avatar. ¿Sabes a qué me refiero? El yo avatar es el primero de los ocho avatares que toda persona (emprendedor) o empresa (negocio) debe definir en para generar un canal de interacción con el mercado.

“No sabía que tenía que definirlo, no sé cómo definirlo”, son las respuestas más comunes. Se trata, básicamente, de lo que acabo de mencionar: definir tu mensaje, el que tú quieres transmitir, uno que te defina como persona o empresa, uno que les diga a los otros cuáles son tus límites. Tus creencias, tus miedos, tus aspiraciones y tus tropiezos son parte de tu mensaje.

Definir tu yo avatar, tu mensaje, es una tarea que a algunos les resulta harto complicada. ¿Por qué? Porque requiere un alto nivel de autoconocimiento y, sobre todo, de aceptación. Es decir, entender que no eres perfecto(no tiene por qué serlo) y que, más bien, eres muy valioso tal y como eres. Tu esencia, tus vivencias y, sobre todo, tus acciones son las que te definen.

Y,  por supuesto, algo muy importante: tanto se vale equivocarse como corregir. Y esto último significa, también, cambiar de rumbo, es decir, cambiar de parecer, dejar de hacer algo que era parte de tu vida en el pasado. Se vale dejar atrás personas que fueron parte vital de nuestra historia y cerrar ciclos o capítulos que no terminaron de la mejor manera, que causaron dolor.

No se trata de hablar de ti, de relatar tus hazañas, de mostrar los lujos que la vida te permite o de presumir del saldo de tu cuenta bancaria o de la cantidad de seguidores que tienes en las redes sociales. Eso, créeme, a nadie le importa. Si piensas que eso es lo que te da valor como persona, como ser humano, estás muy equivocado y tarde o temprano lo vas a descubrir.

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Y, seguramente, no será de una manera agradable. Además, algo que no puedes pasar por alto: no solo tus palabras, no solo tu mensaje, no solo tus creencias te definen. Tus acciones son tan poderosas como las palabras, tus acciones son un mensaje que otros perciben. Por eso, debe haber coherencia entre lo que piensas, lo que sientes, lo que dices y lo que haces.

Repito: no se trata de ser perfecto, porque nadie lo es. Se trata de ser , de ser auténtico, de identificar tus fortalezas para potenciarlas, de saber cuáles son tus debilidades para trabajar en ellas y evitar que te opaquen. También, se trata de no conformarte, de aprender cada día, de desarrollar más habilidades y, de manera muy especial, de ser útil para otros, para el mundo.

En estos tiempos modernos de hiperconexión, de hiperinformación (o infoxicación) y de múltiples canales y formatos el poder lo ejercen aquellos que tienen un mensaje de impacto. No los que hablan de más, los que gritan, los que ofenden, los que hacen ruido, los que te aparecen por doquier, ¡NO! El poder es de los que son en sí mismos un mensaje de impacto.

No es crear un libreto y ajustarse a él, como hacen los políticos, la mayoría de las figuras públicas como artistas o deportistas y, peor aún, los lamentables influenciadores (que solo son un mal ejemplo, en ejemplo de lo que no debes seguir). Es ser tú mismo, mostrarte sin miedo a la reprobación, a las críticas; dejar que otros vean tus vulnerabilidades, tus secretos.

La gente no quiere modelos perfectos que pueda imitar, por dos razones. Primero, porque sabe que nadie es perfecto y, segundo, porque apuntarle a un objetivo tan ambicioso es agotador, te desgasta mucho. En cambio, la gente sí quiere modelos que la inspiren, que la motiven, que le enseñen a través de las experiencias, que sean una referencia válida.

Definir tu mensaje, ese que quieres proyectar y el que deseas que otros perciban es una tarea que no puedes aplazar, que no puedes evitar. ¿Por qué? Porque hoy la vida (no solo el trabajo o el marketing) es una cuestión de visibilidad, de posicionamiento y de relevancia (propuesta de valor). Además, no olvides, el mundo hoy necesita de tu conocimiento y experiencias.

Ahora, supongo que no sabes cómo definir tu mensaje, necesitas un modelo o requieres una guía. Te invito a que visites la sección Quién soy, de mi página web, en la que verás reflejado justamente lo expresado en este artículo. Te recomiendo, en especial, que leas con atención el apartado Algo de mí, en el que consigno 50 ideas que me describen, que definen mi mensaje.

Verás un recorrido divertido a través de mi interior, ideas que describen claramente mi forma de pensar y de sentir, que marcan mis límites (para bien, para mal). Escribir esas líneas, definir ese mensaje fue algo divertido y aleccionador, un ejercicio personal muy enriquecedor. Y es un contenido que se nutre, que se recicla, que se reinventa y reescribe cada día.

Lo que me interesa, el mensaje que quiero transmitirte en estas líneas, es que seas consciente de que tú también eres un mensaje de impacto, uno poderoso, si eso es lo que quieres. Busca dentro de ti, que allí está todo lo bueno que eres, lo bueno que puedes ofrecerle al mundo. Busca con curiosidad y sin miedo; busca sin prevención y con espíritu de beneficio de la duda.

“Todo lo que digas (o escribas) será distorsionado en tu contra”. Esta es una verdad contra la cual no puedes luchar. Así, entonces, enfócate en lo que puedes controlar: lo que haces, lo que escribes, lo que comunicas. Preocúpate porque sea algo que te permita dejar huella positiva en la vida de otros, sin esperar nada a cambio. La vida te recompensará de forma maravillosa…

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