Categorías
General

El marketing de contenidos gritón e histérico… ¡ha muerto!

Si lo prefieres, puedes escuchar el artículo completo

A veces, las circunstancias nos llevan a ser pesimistas. El panorama se antoja desagradable y pensamos que no hay motivos para ver el futuro con ilusión. Uno de los principales motivos es que cada día somos víctimas del apocalíptico bombardeo mediático. Prendes el televisor, sintonizas la radio, consultas internet y te enfrentas a una avalancha de malas noticias.

Una avalancha que condiciona lo que ves, lo que piensas, lo que sientes y, también, la forma en que reaccionas y cómo te comportas. Esa, quizás, es una de las explicaciones del ambiente tóxico que nos rodea: el de los gritos imperativos, la histeria colectiva, el acecho de los vendehúmo, en fin. Es como si habitáramos en una espesa jungla.

Vivimos la maravillosa era de la comunicación y de la tecnología. Un período que significa un privilegio para quienes tenemos la oportunidad de disfrutarlo. Sin embargo, también vivimos la era de la histeria colectiva, de la infoxicación, de los contenidos pornobasura, de los cortocircuitos en la comunicación. Una epidemia de la que nadie puede librarse.

Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que está por doquier. Los medios de comunicación, tanto sus versiones análogas como en las digitales; las marcas (de todos los tamaños e industrias) y hasta las marcas personales están contaminadas. ¡Sin excepción! No solo por fake-news, sino también por el marketing de contenidos basado en un estilo gritón e histérico.

¿Sabes cuál es? El de vender con amenazas, urgencias forzadas o dolor (dolor y más dolor), un estilo que ya no impacta. Sí, fue útil en el pasado, pero caducó porque se volvió el único recurso utilizado por las marcas (empresas y personas) y porque su uso fue ‘prostituido’. ¿Eso qué significa? Que se abusó de él, como si fuera una fórmula perfecta.

Todos tenemos una prenda de vestir favorita: una camiseta, un bluyín, unos zapatos, que nos encantan, nos hace sentir cómodos. Y buscamos cualquier oportunidad para lucirla, es la que elegimos para toda ocasión (inclusive, las formales). ¿El resultado? Esa prenda se desgasta rápido y dura menos de lo que desearíamos. Abusamos de ella y lo pagamos.

Eso fue lo que sucedió con ese estilo gritón e histérico de marketing de contenidos. Y también lo que les ocurrió a las marcas: las que gritan, las histéricas, ya no convencen. Solo producen ruido y, en consecuencia, ahuyentan a sus audiencias. Se trata de marcas desesperadas, sin brújula, que desconocen su esencia y son incapaces de transmitirle valor al mercado.

Son marcas débiles, que no conocen sus fortalezas, que menosprecian su potencial, que carecen de identidad. Se dedican a copiar el estilo de los líderes de su mercado, son una especie de picaflores en procura de la nueva fórmula ideal. Al final, sin embargo, dado que no son auténticas, el mercado les da la espalda y se quedan con las manos vacías. ¡Es doloroso!

En la otra orilla están las marcas que captan la atención del mercado y generan conexiones (relaciones) son las que atraen de forma magnética. Es decir, en vez de salir a perseguir a los clientes potenciales, de acecharlos, de acosarlos, de manipularlos con mensajes engañosos, son elegidas por el mercado. Seducen, conquistan, enamoran, lideran, guían, inspiran

Estas marcas dominan el juego y, por consiguiente, no necesitan gritar. Tampoco saben lo que es la histeria y, gracias a que reconocen su valor, a que poseen una propuesta de valor poderosa y atractiva, transforman atención en devoción. Más que marcas comunes son símbolos que le hablan al corazón, al sentimiento y a la emoción, no al algoritmo.

¿Cómo lo hacen? Usan el poder del marketing de contenidos para transmitir sus mensajes. Del marketing de contenidos que se guía por los pilares del buen marketing, del que busca no solo satisfacer las necesidades y deseos del mercado, sino que promueve en bien común. El que brilla con luz propia y produce un impacto positivo y transformador en las audiencias.

Estos son 12 tipos de mensaje que puedes utilizar para conseguir esos resultados:

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
No tienes que copiar los 'prompts' de nadie, no tienes que hacer 'copy + paste' de los contenidos de nadie y tampoco debes declararte víctima del bloqueo mental. Con lo que hay en ti (conocimiento, experiencias, valores, principios, sueños) es suficiente.

1.- El mensaje que EMPODERA.
 Rompe el molde, no se limita a lo establecido, derrumba mitos, se comunica sin tabúes. No se fija en las pavorosas tendencias y tampoco se refugia en las herramientas de inteligencia artificial para crear sus contenidos. Se enfoca en inculcar en el receptor la convicción de que posee inmenso poder para cumplir sus sueños y lo invita a utilizarlo, a aprovecharlo.

2.- El mensaje que GUÍA.
Básicamente, las historias de héroes (mentores). Todos amamos los héroes, todos somos héroes de alguna forma. Este tipo de mensaje apunta a que el receptor sea consciente de que es símbolo de fuerza, de poder, de transformación positiva. Algo importante: son mensajes en los que el concepto del acompañamiento durante el proceso cobra gran relevancia.

3.- El mensaje que INSPIRA.
Me interesa que comprendas la inspiración en qué sentido: no como ese rayo de luz espontáneo, producto de una iluminación, que se traduce en una idea genial. Es, más bien, la inspiración que te afirma que puedes ser quien quieras, lo que quieras. La que, además, te invita a abrir tus alas y volar libre en procura de tus sueños. Los límites los pones tú.

4.- El mensaje que DIVIERTE.
La vida no tiene por qué ser aburrida, y menos cuando la realidad cotidiana suele ser estresante, angustiosa, sinónimo de histeria. Este tipo de mensaje es ligero, entretiene, comparte alegría, es travieso y disruptivo. Mientras no caiga en lo ramplón o la ofensa, es bienvenido. No te prives de la recompensa que recibirás si le arrancas una sonrisa a tu cliente.

5.- El mensaje que SEDUCE.
No la seducción romántica, por supuesto. Más bien, como el proceso que nos permite entender que el deseo de placer mueve al ser humano. Este tipo de mensaje, entonces, te brinda opciones para disfrutar la vida, te invita a hacer lo que te gusta. Que te olvides de las preocupaciones, aunque sea por un rato, y te dediques a vivir al 1.000 % esos momentos.

6.- El mensaje que TRANSMITE CONFIANZA.
Es uno de los imprescindibles de cualquier estrategia de marketing de contenidos. ¿Por qué? Porque, no lo olvides, el marketing del siglo XXI consiste en establecer relaciones que redunden en un intercambio de beneficios. Te da seguridad para que te sientas bien, te cuida, te hace sentir arropado y protegido. Te dice que hay alguien con quien puedes contar.

7.- El mensaje que LIDERA.
A todos los seres humanos, sin excepción, nos gusta ser primeros, ganadores. O, cuando menos, estar al lado de ellos, de los líderes, de los referentes. Si eres uno, este mensaje te da autoridad, estatus y poder. Se asocia con la excelencia y la exclusividad. Incorpora una idea que es crucial: lo que tú ofreces no es para todo el mundo, no es más de lo mismo.

8.- El mensaje que ENSEÑA.
Otro de los mensajes habituales. Sin embargo, no puede quedarse en lo mismo de siempre o en lo mismo que hacen todos. Transmite conocimiento y experiencias útiles, prácticas, de aplicación inmediata y resultados rápidos. Es muy valorado si cumple la promesa. Una de las dos razones por las que la gente entra a internet es que busca conocimiento de valor.

9.- El mensaje que CONTAGIA.
Aporta las respuestas a los interrogantes que inquietan al mercado. Conecta a través de compartir conocimiento. Fomenta la curiosidad y la creatividad y promueve que esos clientes potenciales se decidan a seguirte. La clave de este tipo de mensajes es la sencillez, se enfoca en acciones que cualquiera puede realizar con éxito y que le facilitan la vida o el trabajo.

10.- El mensaje que UNE.
Muy importante en estos momentos. Transmite valores, principios, creencias y es empático. Además, inspira confianza y contribuye a establecer relaciones fuertes con el mercado. No te olvides que una necesidad básica del ser humano es la de la pertenencia, la de ser parte de algo que le dé sentido a su vida. Te permite forjar relaciones a través de la identificación.

11.- El mensaje que COMPROMETE.
Estrechamente ligado con el de inspiración. ¿Cómo? Su objetivo es el mismo: incentivar la acción, promover que tu cliente dé los pasos que lo lleven a cumplir sus sueños, que le brinden los resultados que le prometes. Se apalanca en ideas como “Tú lo puedes hacer”, “No te conformes con menos de lo que mereces”, “Eres un elegido” y más por el estilo.

12.- El mensaje que TRANSFORMA.
El final del proceso, del viaje de tu cliente. Demuestra cómo convertir lo que es corriente en algo extraordinario. Dibuja el camino que se va a seguir y resalta qué se requiere, cuáles son las eventuales dificultades y, por supuesto, el final. Proporciona herramientas sencillas y efectivas. Da cuenta del escenario en el que tu cliente quiere estar tras recibir tu ayuda.

Como ves, son variadas las opciones para no caer en la trampa del marketing de contenidos gritón e histérico. No tienes que copiar los prompts de nadie, no tienes que hacer copy + paste de los contenidos de nadie y tampoco debes declararte víctima del bloqueo mental. Con lo que hay en ti (conocimiento, experiencias, valores, principios, sueños) es suficiente.

El resto será encontrar el tono adecuado para comunicar un mensaje poderoso y de impacto que te permita conectar con otros. Ah, y disfrutar el proceso. ¿El formato? ¿Los canales? Eso, créeme, es secundario. Lo realmente importante es lo que puedes compartir con otros para que su vida sea un poquito mejor. Es una aventura apasionante de la que, te lo aseguro, no te arrepentirás.

Categorías
General

Las 9 posibilidades de que tu mensaje termine en cortocircuito

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. ¿Eso qué significa? Que no se cumple el objetivo previsto. En otras palabras, hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Eso, por supuesto, en el mejor de los casos.

¿A qué me refiero? A que son más las ocasiones en las que esos mensajes emitidos no solo no cumplen con el cometido, sino que… ¡producen el efecto contrario, el impacto contrario! Nos sucede todos los días en todos los ámbitos de la vida: las relaciones personales y sentimentales, las casuales o, inclusive, el trabajo. Salimos de un cortocircuito y no tardamos en sufrir uno nuevo…

Hay una famosa frase de Edmond Wells, el personaje de ficción creado por el escritor francés Bernard Werber. Está presente en las obras que componen su Trilogía de las hormigas. La puedes encontrar en internet, en las redes sociales, y a mi modo de ver es absolutamente genial para resumir esos cortocircuitos. Es probable que la hayas visto, sin prestarle la atención adecuada:

“Entre lo que pienso,
lo que quiero decir,
lo que creo decir,
lo que digo,
lo que tú quieres oír,
lo que crees oír,
lo que oyes,
lo que quieres entender y
lo que crees entender
hay 9 posibilidades de que haya problemas en la comunicación”.

Genial, ¿cierto? La primera vez que la leí me produjo risas. Sin embargo, a los pocos segundos me di cuenta de que, entre líneas, o tras bambalinas, se escondía el motivo por el cual nos resulta difícil eso de comunicarnos. Una habilidad innata en los seres humanos, la que nos distingue de las demás especies, la que nos hace únicos. Y, también, la que suele meternos en muchos problemas.

Es insólito, porque ya no estamos en la era de los mensajes de humo. Ya no es el mundo de las aldeas desconectadas. Es el mundo globalizado, conectado por la red de redes. Todo el tiempo. Se acortaron las distancias, prácticamente se acabaron las limitaciones y se derribaron las fronteras. Es un escenario único que ninguna otra generación de la humanidad había disfrutado. Pero…

Si lo piensas por unos segundos, recordarás alguna o varias situaciones en las que se produjo ese cortocircuito. A veces, con consecuencias lamentables. No fue lo que me dijo, sino el tono en que lo dijo”, afirmaban las abuelas de antes. Y hoy, cuando la susceptibilidad está a flor de piel, cuando las personas son propensas a ofenderse por lo mínimo, necesitamos ser conscientes de lo que comunicamos.

Y de cómo lo hacemos, por supuesto. Por eso, bien vale la pena tomarse unos minutos para leer, releer y analizar la famosa frase de Edmond Wells. Que, a pesar de ser difundida por un personaje de la ficción, está estrechamente conectada con la realidad. Porque, además, todos, sin excepción, caemos en la trampa de los cortocircuitos, todos armamos huracanes en un vaso de agua

Veamos, entonces, qué hay detrás de cada una de esas 9 posibilidades:

1.- Lo que pienso: la intención original del mensaje.
No podemos leer la mente de los otros y, claro, los demás tampoco pueden leer la nuestra. Es decir, no siempre sabemos qué objetivos se persiguen con un mensaje específico, y menos en el caso de que esté arropado por las emociones del momento. A veces, seguro lo has vivido, ni siquiera uno mismo sabe con certeza qué quiere decir. La intención es el punto de partida.

2.- Lo que quiero decir: la intención de expresar un pensamiento.
En medio del frenesí de la rutina diaria, del estrés y de la histeria colectiva, no siempre decimos lo que pensamos. ¿Por qué? Porque lo que decimos es simplemente una reacción emocional a una situación en particular. Un desahogo. Sin embargo, lo expresamos con énfasis, con energía, hasta con convicción, sin darnos cuenta de que no pensamos así. Un cortocircuito viene en camino…

3.- Lo que creo decir: la interpretación del mensaje emitido.
Dado que no siempre somos conscientes de los mensajes que emitimos, de su poder, creemos haber dicho algo cuando en realidad es distinto lo que dijimos. Sucede, principalmente, cuando el objetivo de nuestro mensaje es convencer, en vez de comprender al otro. Queremos ganar la discusión, queremos tener la razón, en vez de intercambiar opiniones, conocimiento, vivencias.

4.- Lo que digo: la forma en que se verbaliza el mensaje.
Producto de lo anterior, el mensaje que transmitimos no es el adecuado. No para ese momento, no para esas circunstancias. Al tenor de las emociones (caprichosas, traviesas y traicioneras), nos engañan las palabras. Destilamos agresividad; somos ofensivos, despectivos o discriminadores, hirientes. No nos damos cuenta de que, por desgracia, no hay marcha atrás. ¡El daño está hecho!

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
Cuanto más consciente seas de los mensajes que transmites, de su poder, menos probabilidades habrá de se produzcan cortocircuitos. Y no solo eso: también podrás disfrutar de la interacción con otros y producirás un impacto positivo.Recuerda: la tecnología es maravillosa, pero la clave está en ti.

5.- Lo que quieres oír: la expectativa del receptor.
La otra cara de la moneda. Así como tú expresas algo que no piensas o no sientes, algo que no quieres decir (no, al menos, de esa manera), tu receptor sufre un proceso parecido. Lo que quiere oír está determinado en función no solo de sus emociones, sino también de sus creencias, de su conocimiento de la situación o del tema, de sus experiencias previas. ¡Es una mezcla explosiva!

6.- Lo que oyes: lo que el receptor realmente percibe del mensaje.
Cuando no escuchamos con atención, cuando dejamos que la imaginación divague, lo que oímos casi nunca corresponde al mensaje que recibimos. ¡Ya hay un cortocircuito! Es, claramente, el escenario en el que surgen las desavenencias, los conflictos, esas discusiones que provocan heridas que tardan en sanar (o no sanan) y que dejan rencores, resentimientos y mucho dolor.

7.- Lo que crees entender: la interpretación del receptor.
Si no atiendes, no comprendes. Si tan solo oyes, si hay interferencia por ruido, crees haber oído algo, pero no siempre es la realidad. Interpretamos lo que otros nos dicen, manipulados no solo por el poder de las palabras del otro, sino también por las emociones. Lo grave es que todas las interpretaciones son verdades a medias, sesgadas, que por lo general nos inducen al error.

8.- Lo que quieres entender: el deseo del receptor.
Lo que está detrás, tras bambalinas, son las benditas expectativas. Que son primas hermanas de las emociones y, por lo tanto, juegan con nosotros. Muchas veces, la mayoría, el resultado de una conversación, de una interacción con otros, es una gran desilusión. ¿Por qué? Porque no se cumplió la expectativa que habíamos creado. Y lo peor es que no apreciamos lo que nos dijeron.

9.- Lo que entiendes: la comprensión final del receptor.
Entender y comprender no significan lo mismo. Entender es la punta del iceberg, lo que está a la vista de cualquiera. Comprender, mientras, es lo realmente importante, lo grande, lo que está oculto bajo la superficie. Lo malo es que casi siempre nos quedamos en la etapa de entender y no llegamos a comprender. Entonces, nos forjamos una idea equivocada del mensaje recibido.

Como vez, esto de comunicarnos con otros a veces se asemeja a intentar llenar un recipiente que está poroso o, peor, que tiene orificios. Será imposible lograr el objetivo, porque siempre habrá una fuga. La comunicación no es un proceso simple y directo, sino que implica múltiples pasos y posibles interferencias, ruidos, que desvían el mensaje o, peor, lo distorsionan o lo modifican.

Algo irónico en estos tiempos de tecnología de punta, de inteligencia artificial y demás, en los que la humanidad cuenta con herramientas y canales únicos. Poderosos. Sin embargo, basta dar una mirada a las publicaciones en redes sociales, a las reacciones de otros, para darse cuenta de que el mensaje que se transmitió no cumplió su objetivo. Y, además, de que cada uno entendió lo que quiso.

Esto es particularmente cierto en temas como el amor, la política, el deporte o la religión. Aunque, en la realidad, cualquier tema está expuesto a los cortocircuitos. La principal lección es que no se trata de los canales, de la tecnología, del formato: lo que realmente importa es el mensaje. Y, en especial, tu capacidad para transmitirlo, es decir, para evitar que tu idea se distorsione.

¿La clave? Ser conscientes de los mensajes que transmitimos. Eso significa ser cuidadosos tanto a la hora de crear el mensaje como a la hora de difundirlo. Velar porque no haya contradicciones, porque no se transmita algo contrario a lo que pensamos o deseamos. Es como cuando escribes un email para tu jefe: antes de hacer clic en enviar, relees, revisas, corriges. Así debería ser con todo.

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. Hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Cuando caemos en esa trampa, resignamos el privilegio de ayudar y servir a otros, de aprender y de transformarnos.

Categorías
General

¿Ya probaste el ‘faceless’ marketing? Quizás no sea una buena idea…

Cuando trabajaba como periodista en el periódico El Tiempo, por aquel entonces el principal medio de comunicación en Colombia (ya no), parte de mi trabajo era conectarme con los corresponsales. Ellos estaban en ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla, Manizales y Pasto, entre otras, y todas las semanas nos ofrecían información relacionadas con la actividad deportiva.

El trabajo consistía, básicamente, en comunicarse con ellos el lunes o martes y coordinar el envío de las noticias que se requerían en cada caso. Corría la primera mitad de los años 90 y todavía no había internet (ni celulares), así que la comunicación era telefónica. Con el paso del tiempo, nos conocimos poco a poco y se estableció una relación que traspasó las fronteras de lo profesional.

Lo interesante es que no los conocías. Es decir, no personalmente: ellos estaban en sus ciudades y yo, en Bogotá. Tras unos años, el trabajo me brindó una experiencia maravillosa y gratificante: la de viajar por el país, como cronista de las carreras de ciclismo. Fue, entonces, cuando pude ir a varias de esas ciudades y, por fin, conocer en persona, en vivo y en directo, a esos compañeros.

Lo que hoy, en tiempos de internet, conocemos como desvirtualizarnos. Fue divertido, de lado y lado, porque nos llevamos una que otra sorpresa. ¿A qué me refiero? De ellos solo conocía sus voces y su rostro, por vía telefónica y por fotografías, respectivamente. Como suele suceder, forjé en mi mente una imagen de cada uno, me los imaginé con unas características que no eran reales.

Así, cuando los conocí, hubo desconcierto. Algunos eran más bajitos de lo que creía, otros eran más gordos, otros se veían muy distintos a las fotografías, en fin. Y, por supuesto, algunos se sorprendieron cuando me conocieron: no encajaba estrictamente en ese perfil imaginario que habían creado. En especial, lucía mucho más joven de lo que creían. ¡Sorpresas te da la vida!

Siguiendo las caravanas ciclísticas recorrí prácticamente todo el país. Fueron casi cinco años en los que transité por carreteras y dormí en pueblitos que ni siquiera había oído mencionar. Viajes en los que tuve la oportunidad de ir a las principales ciudades. Tras la primera experiencia, establecí una norma: salvo que fuera imposible, iba a la oficina local del periódico a conocer a los compañeros.

Visitas en las que pude comprobar que, a diferencia de lo que sucedía en Bogotá, ellos trabajaban con las uñas, con escasos recursos. Descubrí, así mismo, que eran referentes de cada lugar y que inspiraban respeto y admiración en sus coterráneos. Y disfruté de su calidez y generosidad, pues todos fueron excelentes anfitriones. De esos momentos guardo muy gratos recuerdos.

Cuando salí del periódico y comencé a transitar por otros caminos por los que me llevó la profesión, les perdí la pista a muchos de ellos. A la mayoría. A otros, que siguen vigentes, de vez en cuando los veo en redes sociales y no puedo evitar que la nostalgia me embargue. ¡Qué felices fueron esos tiempos! De los que agradezco infinitamente a la vida, a mi profesión, a mi trabajo.

¿Por qué te cuento esta historia? Porque hoy, que estoy alejado de las salas de redacción y me transformé en un periodista digital, consultor y creador de contenidos, estoy convencido de que la magia sigue siendo un privilegio de los seres humanos. No reniego de la tecnología, que ha sido una maravillosa compañera de aventuras y las herramientas potenciaron mi conocimiento y mis talentos.

Es claro, sin embargo, que la tecnología y las herramientas, poderosas y sorprendentes, son tan solo intermediarios. El lazo que nos permite construir relaciones, a pesar de las distancias. Es increíble haber asistido a eventos virtuales con personas de España, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, México, Chile, República Dominicana, Ecuador, Perú y, por supuesto, de Colombia.

La diferencia es que ahora, gracias a la tecnología, no solo escucho su voz, sino que también puedo ver sus caras. A algunos ya los desvirtualicé, pero la mayoría sigue en ese maravilloso universo digital. Añoro la oportunidad de viajar a esos lugares para conocerlos, conversar frente a frente mientras degustamos un café o una cerveza. Es una ilusión que alimento todos los días.

Insisto: nada superar la magia que se produce en el encuentro entre dos seres humanos, en la interacción de dos seres humanos. Aunque sea solo a través de canales digitales. Ya no te los tienes que imaginar, porque los ves a través de la pantalla del celular o del computador, porque también puedes conocer mucho de ellos por medio de la información que comparten en sus redes sociales.

Por eso, me sorprende y me impacta que hagan carrera tendencias como el marketing sin rostro o faceless marketing. ¿Sabes qué es? Es la cara opuesta al marketing de influencers, un modelo desgastado y saturado. Consiste en publicar contenidos, especialmente videos, sin que haya un rostro humano visible. Lo que importa es la marca, y el resto se mantiene en el anonimato.

Ahora, entonces, se ve una gran cantidad de contenidos sin rostro. En videos de YouTube y TikTok, en reels de Instagram y más. No sé qué pienses tú, pero no me gusta esa idea. Mi santa madre solía decir “la cara del santo hace milagros” y creo que esa premisa se aplica perfectamente a la publicación de contenidos digitales. Más, en estos tiempos de infoxicación y suplantaciones.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.

¡No reniegues del poder que posees: la magia está en ti!

Nada, absolutamente nada, ni la tecnologia o las herramientas, supera el impacto que se deriva de la interacción de dos seres humanos. Ese es un privilegio único que nos fue concedido.
Haz clic aquí

El faceless es, en teoría, la solución ideal para aquellos que no quieren o sienten temor de aparecer en cámara, o que en su defecto no se sienten cómodos frente a ella. Que son muchos, la mayoría. De hecho, hay una gran cantidad de marcas (empresas y personas) que adoptaron esta modalidad a la hora de compartir contenidos en canales digitales. Dicen que les va bien, pero hay que esperar.

¿Por qué? Porque en el mundo de los negocios, en el mundo laboral, como la vida, los resultados confiables son aquellos que se pueden medir a largo plazo. Para no caer en la trampa de las tendencias, o en el cortoplacismo. Más en un tema como el de compartir contenidos, que exige continuidad, persistencia, coherencia y variedad. En otras palabras, se hace camino al andar.

Lo primero que puedo decirte es que ninguna opción es perfecta y ninguna es desechable. ¿Eso qué quiere decir? Que todo depende. Sí, depende de lo que hagas, de cómo lo hagas y, sobre todo, de cuáles sean tus objetivos, cuáles sean los resultados que esperas obtener. Eso sí, mi humilde opinión –como ya lo mencioné– es que nada supera o sustituye la magia de la interacción.

Veamos un ejemplo: un día tomas el teléfono y llamas a tus padres a saludarlos. Quieres saber cómo están y anunciarles que el próximo fin de semana los visitarás. Es una conversación de 15 minutos que disfrutas y que te hace sentir ese calor de hogar que tanto extrañas. Al colgar, aunque estás feliz, te queda un sinsabor: escuchaste la voz de mamá, pero no la viste, no la abrazaste…

El sábado te despiertas ilusionado porque irás a casa de tus padres. No sabes qué comerás, pero estás seguro de que, como siempre, te encantará. Postergas todos los planes, les dices que no a los amigos que te convidan a hacer deporte o a encontrarse y tomar unas cervezas. Sabes que nada, absolutamente nada, sustituye o supera un rato con tus padres: abrazarlos, besarlos, consentirlos…

La diferencia está en la experiencia. La tecnología nos acerca, nos brinda posibilidades increíbles y nos facilita la vida. ¡Es maravillosa! Ahora podemos hacer videollamadas, reunirnos virtualmente con los amigos de la universidad y más. Es sensacional, pero son momentos en los que siempre queda un vacío. “Tenemos que reunirnos, vernos en persona”, propone una de las compañeras.

El faceless marketing es una de tantas tendencias que se ponen de moda, irrumpen con fuerza y después… Algunas, la mayoría, desaparecen sin dejar rastro, sin dejar huella. Otras se transforman o son superadas por la competencia. Recuerda el caso de Skype, la aplicación a la que Microsoft le dio cristiana sepultura hace poco: de causar furor en algún momento pasó a ser casi invisible…

La clave, repito, radica en la experiencia. Y, además, en algo que no se puede pasar por alto: el indispensable vínculo de confianza y credibilidad. Regresemos al ejemplo: cuando hablas con tu mamá por teléfono, tan solo reconocer su voz, sus dichos, te brinda una experiencia satisfactoria. A pesar de que no la veas, de que no la abraces, el vínculo establecido es el que hace la magia.

Pero, ¿qué pasa si es un desconocido? ¿Si no reconoces la voz? ¿Si no existe ese lazo de confianza que hay con tus padres? Es una conversación completamente distinta, ¿cierto? Quizás actúas de manera prevenida, sientes temor de que sea una estafa o, quizás, no le prestas la atención que se requiere. Es algo que nos sucede, inclusive, con conocidos con los que nos une un vínculo débil.

Piensa en los patéticos influenciadores o en eso que llaman creadores de contenido: no te dicen nada, no te aportan valor, casi siempre te mienten… Sin embargo, tienen la capacidad de atraer tu atención porque se muestran cálidos, cercanos. Momentáneamente, se establece un vínculo de confianza que con el paso de los segundos se diluye hasta que desaparece. Pero hay conexión…

Los seres humanos estamos hechos para relacionarnos unos con otros, para interactuar unos con otros. Para ayudarnos unos a otros, una tarea en la que la tecnología, sus potentes herramientas, son un apoyo necesario, útil. Sin embargo, la esencia, lo que nos permite transmitir y compartir conocimiento y experiencias es el contacto con otros, la interacción. Y cuanto más real sea, mejor.

Como consultor de contenidos, me he encontrado con muchos casos de personas que no han conseguido los resultados esperados. Entonces, toman el atajo, la salida fácil: “no sirvo para eso”, “es que no me gusta estar ante la cámara”, “es que no se me ocurre ninguna buena idea” y tantas otras excusas más. Lo más probable, sin embargo, es que su mensaje no llegó a las personas correctas.

Es decir, a quienes están interesadas en escucharlo. O, una variante frecuente, era un mensaje enfocado en la venta y lo recibieron prospectos fríos. Sí, esos que no te conocen, con los que aún no estableciste el vínculo de confianza y credibilidad. Entonces, lo que debes entender es que hay mucho trabajo por hacer: pulir tu mensaje, filtrar tu audiencia, desarrollar una solución efectiva.

Moraleja: ninguna tecnología, o herramienta, incluida la inteligencia artificial, iguala o supera el poder de la interacción entre seres humanos. El impacto de esa relación es un privilegio exclusivo que la vida nos concedió. Mi invitación, entonces, es a que no reniegues del poder que posees y, más bien, descubras cuál es el camino adecuado para servir a otros. ¡No te arrepentirás!