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8 acciones efectivas para humanizar tu relación con el mercado

Desde niño, siempre tuve afinidad con la tecnología. Que, por supuesto, era muy distinta de la actual. Mi primer juguete fue un radio de mesa, de aquellos que se conectaban a la corriente eléctrica y, cuando los encendías, se tomaban unos segundos en funcionar. ¿Por qué? Porque en su interior contenían unos tubos que necesitaban calentarse.

Los más antiguos incorporaban un mueble y por su tamaño casi siempre estaba en la sala. Su parlante (bocina) no era muy potente y el sonido, deficiente. Era lo que había, sin embargo. Luego apareció el radio transistor, mucho más pequeño, de baterías (pilas) y portátil. Fue inventado en 1947, pero en Colombia no era fácil de conseguir y también era costoso.

Con el paso del tiempo, los transistores se hicieron cada vez más pequeños hasta llegar a ser de bolsillo. Ah, y con un avance significativo: podían escucharse con audífono (en singular, porque no había emisoras de FM, con sonido estéreo). Y después, a finales de los 70, llegó el walkman, maravillosa combinación de radio (AM/FM) y grabadora/reproductora de casete.

El sonido era estéreo, incorporaba los audífonos y la calidad del sonido era sobresaliente. ¡Una experiencia fantástica para el usuario!, además porque permitía privacidad. Era el medio ideal para escuchar música y enterarse de las noticias. En aquel tiempo, en Colombia la televisión comenzaba emisión a las 5 p. m. y no había una amplia oferta de noticieros.

La radio era magia, la magia de la inmediatez. Cada vez que sucedía algo, lo primero que hacíamos era prender la radio. Que, ¡oh, maravilla!, transmitía en directo. Durante todo el tiempo que fuera necesario, horas continuas. Y ese pequeño aparato era también tu compañero en el estadio o para escuchar los partidos de fútbol o las carreras de ciclismo.

Más adelante, ya en los 90, los procesadores de palabras, primero, y los computadores, después, fueron mis fieles compañeros, en función del trabajo. A ellos se unieron las cámaras fotográficas, las grabadoras, los computadores portátiles y el celular. Y, claro, internet, la maravilla de la conexión virtual que potencia las herramientas de inteligencia artificial.

En pocas palabras, no concibo mi vida sin la tecnología. Que no solo me facilita las tareas, sino que fundamentalmente me permite transmitir mi mensaje, compartir mis contenidos con otras personas sin importar dónde se encuentren. Y no solo eso: interactuar con ellas o quizás compartir una charla o dictarles un curso, o ser miembros de una comunidad virtual.

Como mencioné al comienzo, desde niño tengo afinidad con la tecnología. Sin embargo, a diferencia de otras personas, el motivo es que me acerca a otros seres humanos. Y no solo eso: también me da la posibilidad de compartir con ellas mi conocimiento, mis experiencias y el aprendizaje de mis errores; me permite ofrecerles mis servicios y nutrirme de ellos.

Hoy, estoy convencido de que lo mejor no es la tecnología, sino el contacto con las personas. Lo que más disfruto de mi trabajo es conversar con ellas, conocerlas, escucharlas, recibir su retroalimentación. Que, valga mencionarlo, es un acervo de información invaluable que me da la posibilidad de aprender, de conectar con sus necesidades y deseos, ayudarlas.

Lo que valoro y agradezco de mi trabajo, de mi profesión, es la oportunidad de conectarme e interactuar con otras personas. Sin importar que están en otro país, a miles de kilómetros y en un huso horario distinto. Sí, es una posibilidad que nos brinda la tecnología con sus poderosas herramientas y recursos, que son un intermediario indispensable hoy.

Lo importante, lo que hace que mi trabajo valga la pena, lo que me nutre como persona y como profesional, esa ganancia que jamás estaría dispuesto a negociar es interactuar con otros. Porque si bien se concibe que vivimos la era de la tecnología, también es la era de la comunicación, que es un privilegio que nos fue concedido a los seres humanos.

Por eso, me preocupo de que mi trabajo sea más humano. Si bien la tecnología me brinda un servicio prácticamente insustituible (dado que necesito de internet), son las personas con las que me relaciono, las que solicitan mis servicios y se benefician con ellos, las que me brindan una valiosa retroalimentación de los contenidos compartidos.

Solo mientras la prioridad, el foco y el fin de mi trabajo sea promover un intercambio de beneficios, valdrá la pena. El día que la tecnología, las herramientas o los canales sean lo más importante lo mejor que puedo hacer es cambiar de oficio. ¿Por qué? Porque, aunque pueda realizar una labor más rentable, más estable, no estará conectada con mi propósito.

Hoy, tristemente, veo en el mercado, así como en empresas y personas que han sido mis clientes, un enfoque en los canales (principalmente, redes sociales), en las herramientas (obsesión por el cada vez más inútil SEO) y las ventas. Es claro que no somos una ONG o una entidad de beneficencia, pero entiendo que la venta es tan solo una consecuencia.

Por eso, mi prioridad es humanizar mi labor, mi comunicación, mi mensaje. Porque, más allá de un propósito personal, se trata también de una exigencia del mercado. Hoy, en especial después de acontecimientos dolorosos, los consumidores no quieren relacionarse con marcas, sino con personas, con seres humanos de carne y hueso, sensibles como ellos.

Lo irónico es que muchas marcas se niegan a ser más humanas (solo les interesa vender, es decir, tu dinero, no tu bienestar), una actitud que tristemente también es común entre los profesionales independientes que monetizan su conocimiento (o intentan hacerlo). Unas y otros se refugian en la tecnología, en las herramientas, por su incapacidad para relacionarse.

La humanización de las marcas (empresas o personas) es una de las tareas que cumple el contenido. De hecho, el objetivo primordial de una estrategia de marketing de contenidos es establecer vínculos con el mercado, basados en la confianza y la credibilidad. Un vínculo que durante el proceso se traduce en un intercambio de beneficios y redunda en una venta.

Claro, siempre y cuando la experiencia que le hayas brindado a tu cliente, un ser humano, haya sido satisfactoria, agradable. La premisa es muy sencilla, pero muy poderosa: ninguna herramienta tecnológica, ningún robot (o algoritmo) te va a comprar (o te compró), así que no tiene sentido trabajar en función de ella; tu prioridad, no lo olvides, son los seres humanos.

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Estas son 8 acciones de comunicación que te ayudarán a humanizar tu relación con el mercado:

1.- Cuenta tu historia.
A todos, absolutamente a todos, nos gusta saber quién es ese amigo con el que nos relacionamos. Queremos saberlo todo de él. ¿Qué le gusta? ¿Cuáles son sus valores? ¿Y sus principios? ¿Cuál es su propósito? ¿Por qué hace lo que hace? ¿Con qué dificultades se estrelló en el camino? ¿Cuál es el mensaje que me quiere transmitir? ¿Qué tiene para mí?

2.- Confiesa tus errores.
Nadie, absolutamente nadie, es perfecto. Y, de hecho, nadie necesita serlo porque el mercado no cree en esos superhéroes que nunca se equivocaron. Más bien, ese mensaje es origen de desconfianza. Mostrar tus vulnerabilidades, tus limitaciones, tus malas decisiones, le dirá al mercado que tienes la capacidad para levantarte, reponerte y conseguir tus objetivos.

3.- Tu día a día.
No se trata de publicar videos insulsos mientras caminas por la calle, o tomas un café o acaricias a tu mascota. Eso déjalo para los influencers. Como marca (empresa o persona), lo que vale la pena contar de tu día a día es cómo lo haces, con quién lo haces, en dónde lo haces, para quién lo haces. El tras bambalinas del éxito es un mensaje muy persuasivo.

4.- Muestra a tu gente.
Nadie, absolutamente nadie, escaló el Everest en solitario. Todos, absolutamente todos, necesitamos de otros para alcanzar nuestros objetivos y el éxito en la vida. Permite que el mercado conozca a tu equipo, dales el crédito que les corresponde, di cómo cada una de esas personas te complementa, te fortalece. El mercado, sin duda, compensará tu gratitud.

5.- No olvides a tus clientes.
Que, finalmente, son la razón de ser de lo que haces. Puedes, por un lado, ofrecer los testimonios de personas o empresas a las que tus servicios les hayan dado buenos resultados. Es el poder del voz a voz, recomendaciones que podrás aprovechar. Por otro lado, puedes entrevistarlos, que cuenten su historia, cómo los ayudaste, cómo se transformaron.

6.- Brinda soluciones.
Elige un problema (no el gran problema) que enfrenten tus clientes potenciales, uno que sea común, y comparte la solución. Hazlo en video (masterclass), un tutorial en pdf, un e-book… El formato no importa, porque lo verdaderamente valioso es el contenido que ofreces, por un lado, y la generosidad de compartir gratuitamente una solución a un dolor que los aqueja. por otro.

7.- Interactúa.
Fundamental. ¿Cómo puedes hacerlo? Hay muchas alternativas: una encuesta, un reto, un concurso o cualquier otra actividad sencilla, y ojalá divertida, que nada tenga que ver con la venta de un producto o servicios, a través de la cual puedas conectarte con tu audiencia. Haz de cuenta que vas a salir a tomar café o unas cervezas con tus amigos: divertirse, esa es la premisa.

8.- Aporta valor.
Lo más importante, sin duda. Eso significa informar, educar, entretener e inspirar de tantas formas como sea posible. Que, cuando llegue el momento de vender, esas personas tengan una deuda moral contigo en virtud de todo lo que les has compartido, que no puedan negarse a comprarte. Y si no te compran, al menos te queda la satisfacción de cumplir tu propósito.

Moraleja: no me canso de repetirlo porque algo que marcará la diferencia en tu negocio, emprendimiento o profesión: si te enfocas en vender, solo en vender, tarde o temprano tus clientes se irán con la competencia. Enfócate en construir relaciones de intercambio de beneficios a largo plazo y verás cómo las ventas suceden casi sin que te lo propongas.

Si no creas y compartes contenido de valor, construir esa relación será imposible. Porque mientras no haya un vínculo de confianza y credibilidad, el mercado durará de ti. Recuerda que los seres humanos, los de carne y hueso, los sensibles, nos relacionamos a través de la comunicación, de conversar, de interactuar, de compartir valor. No es una elección…

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¿Sabes cuáles el poder de las palabras? Generar emociones

Está claro que, por ahora, ninguna de las maravillosas opciones de generación de contenido que nos brinda la inteligencia artificial está en capacidad de transmitir emociones. Ese, seguro lo sabes, es un privilegio concedido al ser humano. Lo que sí puede hacer la IA es servir de canal para que tú transmitas tus emociones y puedas conectar con tu audiencia.

¿Entraste a X, Instagram o LinkedIn en los últimos días? Si lo hiciste, lo más probable es que te hayas sentido abrumado. ¿Por qué? Por el inclemente bombardeo de los adalides de la IA, que nos anuncian que ahora prácticamente nada se podrá hacer sin concurso de esta tecnología. Peor aún, proclaman que, si no la utilizas, tu vida será miserable en verdad.

Un día te dicen que ChatGPT es la maravilla y al siguiente te envían un email en el que te anuncian que esa herramienta es basura y que es cuestión del pasado porque apareció Gemini. Al siguiente, te informan que Gemini quedó obsoleto por cuenta de Claude o de Lobo AI, Illustroke, Tabnine, Microsoft Designer, ReccloudIA o alguna otra. Un verdadero tsunami…

La humanidad vivió más de 20 siglos sin inteligencia artificial. Y tan mal no le fue. Logró ir a la Luna, por ejemplo, y sobrevivió a terremotos, inundaciones y pandemias, entre otros males. ¡Logró sobrevivir al propio ser humano!, con su poder autodestructivo, toda una hazaña. Y escribió, dibujó, creó, cantó, bailó, aprendió idiomas y trabajó sin la inteligencia artificial.

Sin embargo, los autoproclamados gurús de esta disruptiva tecnología ahora nos dicen que la IA es “indispensable” para todo, absolutamente todo. Hasta para pensar, que es un privilegio exclusivo de nuestra especie. Es claro que esta herramienta, como muchas otras de las que disfrutamos hace décadas, está en capacidad de facilitarnos la vida en distintos ámbitos.

Soy un abanderado de la tecnología y, especialmente en mi trabajo, la he disfrutado y aprovechado. Ten en cuenta que, desde que comencé mi carrera profesional hace casi 37 años usaba máquina de escribir y luego migré a Tandy, PC y portátil. Transmití información a través de télex (teletipo), fax y, ahora, por los distintos canales y medios de internet.

El mensaje es claro: la clave del éxito de tu mensaje, del impacto que puedas producir (sea cual fuere tu intención), no radica en las herramientas o la tecnología. Siempre contamos con poderosas herramientas y tecnología, ajustadas a la época, a las condiciones, a las posibilidades de cada momento. Y siempre, también, fue posible impactar con tu mensaje.

En otras palabras: no porque uses ChatGPT, Gemini, Claude o cualquier otra de las poderosas herramientas de AI que ya existen, o alguna de las que vendrá, tienes asegurado el resultado que esperas. Repito: no son ellas las que determinan el impacto de tu mensaje. Si te enfocas en ellas y menosprecias lo que tú estás en capacidad de aportar, lo lamentarás.

Sí, porque la diferencia la marcas tú, porque eso que algunos llaman magia la pones tú. De hecho, ¡está en ti!En tu conocimiento, en el aprendizaje a partir de tus experiencias, de tus vivencias; en las lecciones surgidas de tus errores, en tu pasión, en tu vocación de servicio. Todo este poderoso coctel sumado a las herramientas adecuadas es… ¡dinamita pura!

Es cierto que la interpretación del mensaje y, por ende, el impacto que este pueda causar es distinto en función del canal a través del cual se transmite. No es lo mismo ver imágenes, un video, que escuchar la voz e imaginarlo. No es lo mismo escuchar la voz, en un pódcast, con sus altos y bajos, sus entonaciones, que leer un texto y conectarse con lo que este transmite.

¿La razón? Las palabras incorporan y expresan emociones. Y las emociones, ya lo sabes, son diferentes para cada persona, para cada situación. ¿Por qué? Porque las emociones son la respuesta del cerebro a un estímulo interno o externo. Respuesta que está determinada por lo que conocemos, lo que hemos vivido, nuestras creencias, pensamientos y miedos.

A ti, por ejemplo, subirte a un avión puede producirte pánico, mientras que para otra persona es un placer. A ti, por ejemplo, las arañas o los ratones te producen repugnancia, mientras que para otra persona son inofensivos, no le generan emoción alguna. Es, por eso, que en una reunión alguien hace un chiste y, aunque la mayoría ríe carcajadas, otros más ni se inmutan.

Así mismo, si tú publicas un mensaje relacionado con cómo hacer el duelo y superar una pérdida, sin duda este impactará más a quienes la hayan sufrido recientemente, es decir, a quienes tienen una herida abierta. Esta premisa, que muchos pasan por alto, es la que te permitirá atraer la atención de tu audiencia, despertar su curiosidad y que muestre interés.

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¿Cómo lograr este objetivo? Lo fundamental, evita caer en la trampa de las patéticas y odiosas plantillas, elimina de tus hábitos el copy + paste y no hagas caso de las tendencias que, muchas veces, son un peligroso atajo que te desvía. ¿Sabes cuál es la primera piedra de un mensaje de impacto? La autenticidad. Si haces caso omiso de ella, si no la aprovechas, lo lamentarás.

¿Por qué? La respuesta es sencilla: la rueda ya fue inventada, lo mismo que el agua tibia. ¿Eso qué significa? Que, inclusive en esta era de la tecnología que nos sorprende cada día, todo fue inventado, absolutamente todo. Y prácticamente todo fue probado, de modo que ya sabemos qué funciona y qué no, qué es útil y qué no, que es humo o fake news y qué no.

Médicos pediatras hay cientos de miles y, en esencia, todos son buenos. Sin embargo, cuando uno de tus hijos se enferma o presenta algún síntoma tú no acudes a todos. Buscas uno con el que haya empatía, uno que te brinde confianza, uno que no te deje espacio para las dudas (es decir, uno auténtico). Uno que, además, sintonice contigo a través del mensaje.

Sí, porque hay personas, en cualquier profesión o ámbito de la vida, convencidas de que el miedo y el dolor son el único camino para provocar un impacto. Y no es así, por fortuna. Sí, sé perfectamente que todos los días, sin excepción, somos sometidos a un inclemente e incesante bombardeo mediático de miedo y dolor, mensajes que son una verdadera peste.

El problema, ¿sabes cuál es el problema con el miedo y el dolor? Que nos paralizan. Es decir, producen el efecto contrario al que esperamos. En esencia, provocan que el cerebro dé una respuesta automática, pero que se manifiesta solo, exclusivamente, como una voz de alerta. Sin embargo, jamás se traducirá en realizar la acción que tú esperar generar con tu mensaje.

Entonces, dejemos claro algo fundamental: lo que produce el impacto, lo que genera la respuesta por parte de quien recibe tu mensaje, no son las palabras, sino las EMOCIONES. Y lo escribo en mayúscula para que no haya duda. Por supuesto, para alcanzar el impacto esperado, debes usar las palabras correctas, aquellas de desaten el caudal de emociones.

Por eso, justamente por eso, las patéticas plantillas no sirven, como tampoco el odioso copy + paste. Las palabras correctas son aquellas que expresan, sin temor a confusión, el mensaje que deseas transmitir y que, además, te permiten conectar con esas personas y generar una respuesta emocional que se manifieste en una acción concreta (no simplemente en una reacción).

Ahora, otro tema crucial: ¿cuáles son las emociones que nos movilizan? El amor y todas sus manifestaciones: pertenencia, tenacidad, afecto, paz, bondad, consuelo, serenidad, ternura o admiración. También, agradecimiento, apoyo, compasión, confianza, empatía, solidaridad, seguridad, aceptación, armonía, generosidad, paciencia, compromiso y atracción.

Tu tarea, entonces, es determinar, en función de la persona o grupo de personas a las que te diriges, cuál es la manifestación de esa emoción movilizadora (el amor) es la adecuada para ese mensaje en particular. Y así cada vez que te comuniques con el mercado, con tu audiencia. Siempre habrá una más conveniente que otra, una que provoque mayor impacto.

El miedo y el dolor, igual que todas sus manifestaciones, nos paralizan. Sí, es cierto, hay una reacción automática que se frena tan pronto la alarma se difumina, desaparece. O cuando la sensación de inseguridad se dispersa. Por eso, mi consejo es que no apeles a este recurso más allá de lo necesario para llamar la atención de tu audiencia. ¡Excederte será negativo!

El amor, en sus múltiples manifestaciones, en cambio, nos moviliza. Provoca curiosidad, genera empatía, produce identificación a partir de principios, valores y experiencias; nos inspira desde la comunión de sueños y propósito de vida. El amor y sus manifestaciones son una fuerza muy poderosa que nos permite establecer vínculos estrechos y muy sólidos.

Las palabras tienen poder por sí mismas y, sobre todo, en función de las emociones que generan. Si es para bien o para mal, si ayudan a otros o solo los mortifican (más sal en la herida), dependerá de tu intención, primero, y de qué palabras elijas. Y, por favor, grábate algo: no existen palabras inocentes, porque todas, absolutamente todas, provocan una emoción.

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¿Cómo lograr el mismo impacto de Jeff Bezos con tu mensaje?

Vivimos un momento crucial para la humanidad. Uno que, quizás, signifique la última oportunidad para dar marcha atrás, para dejar atrás los malos hábitos y adquirir unos positivos y constructivos. Uno que, más allá de las poderosas herramientas y de los canales que nos brinda la tecnología, nos permita entender que llegamos a este mundo para ayudarnos los unos a los otros, sin distingo.

Nunca a lo largo de más de veinte siglos el ser humano había disfrutado de tantas, de tantas oportunidades. Atrás, en el baúl de los recuerdos, quedaron aquellos tiempos en los que los beneficios de la tecnología eran para unos pocos. Hoy, por fortuna, prácticamente cualquier persona puede acceder a internet, aunque también es cierto que hay mucho por mejorar.

Quizás coincides conmigo en que, en algunos aspectos, la realidad superó la ficción. Con solo un pequeño aparato como un teléfono celular podemos hablar (esa, que no se nos olvide, es la función básica), tomar fotografías de alta calidad, grabar videos, transmitir en vivo, intercambiar mensajes instantáneos a través de varias aplicaciones y disponemos de internet a un clic de distancia.

Hubo una época, que nos parece de la prehistoria, pero que la vivimos hace no más de 25 años, en la que para comunicarte con una persona que estaba en otro país, o en otra ciudad de tu país, debías comunicarte con la operadora. Esa persona tomaba los datos (teléfono del receptor, tu teléfono y algo muy importante: quién se hacía cargo del costo de la llamada) y te comunicaba.

A veces, muchas veces, era imposible la conexión. “Las líneas están saturadas”, recuerdo que decía. Y no había más remedio que intentarlo más tarde u otro día. Si lograbas la comunicación, de antemano sabías que no debías demorarte mucho, porque el costo de la llamada a larga distancia era elevado. Sin embargo, bien valía la pena escuchar la voz de la otra persona al otro extremo.

Era una experiencia fascinante aquella de saber que esa otra persona estaba a cientos o miles de kilómetros y podías escuchar su voz. Hoy, no solo la escuchas: también la puedes ver, en vivo y en directo, y gratis. Sin límite de tiempo y puedes grabar esa charla y volver a verla o a escucharla las veces que desees. Y también puede haber más personas conectadas desde distintos lugares.

Es maravillosa la tecnología y, lo mejor, cada día es más sencilla, más intuitiva. Hasta los abuelos, que casi siempre son reacios a este tipo de avances, intercambian mensajes con sus familiares a través de WhatsApp o hay quienes se animan a grabar videos y crear stories. Lo que hace unos años nos parecía irreal, propio de las películas de ciencia ficción, hoy es una increíble realidad.

Sin embargo, ese no es el fondo del tema, no es lo más importante. Es cierto que la tecnología, sus herramientas y recursos nos han facilitado la vida, nos brindan nuevas posibilidades en el trabajo y nos permiten disfrutar de inolvidables momentos en la vida personal. Eso, en todo caso, es tan solo la punta del iceberg: lo verdaderamente valioso, lo que vale la pena, es lo que está oculto.

¿A qué me refiero? Jeff Bezos es el fundador de Amazon y uno de los hombres más ricos del planeta, pero lo que en realidad le permite dejar huella es su pensamiento disruptivo. Es un genio para llevar la contraria, para salirse con la suya en terrenos que para otros fueron estériles y, en especial, para invitarnos a la reflexión con las premisas que soportan en éxito de sus empresas.

Quizás sabías que desde 2004 en Amazon están prohibidas las presentaciones en PowerPoint, que todos usamos recurrentemente. Según el instructivo de Bezos, en las reuniones de su empresas se utilizan memos o documentos que son elaborados por varias personas. Por lo general, son al menos seis páginas y su contenido, de la menos media hora, es leído durante la reunión.

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Las presentaciones tipo PowerPoint nos dan permiso, de alguna manera, para tratar las ideas superficialmente, aplanar cualquier sentido de importancia relativa e ignorar la interconexión interna de las ideas, argumenta Bezos. “Buscamos un texto bien estructurado y narrativo, y no solo un texto. Si alguien crea una lista de viñetas en Word, eso sería igual de malo que un PowerPoint”, agrega.

Sin embargo, hay más: “La razón por la cual escribir un memo de cuatro páginas es más difícil que ‘escribir’ un PowerPoint de 20 páginas es porque la estructura narrativa de un buen memo obliga a pensar mejor y a comprender mejor qué cosa es más importante que otra y cómo se relacionan las cosas. Pensar, comprender y relacionar, los tres conceptos básicos de un escrito de calidad.

En relación con este tema, alguna vez le preguntaron si se requería ser un escritor profesional para redactar lo que él llama “un memo de primera clase”. Su respuesta fue “desde mi punto de vista, no tanto. El entrenador de fútbol americano no necesita ser capaz de lanzar, y un cineasta no necesita saber actuar. Pero ambos deben reconocer el alto nivel en esas actividades”, explica.

Según el fundador de Amazon, la capacidad para producir un texto de calidad no se relaciona estrictamente con el talento, sino con la habilidad que se desarrolla y la posibilidad de entender cuándo ese escrito es bueno. “Los escritores medios no reconocen lo que diferencia su trabajo del de los mejores escritores en su campo. No pueden mejorar porque no comprenden cómo es algo mejor”.

Uno podrá estar de acuerdo o no con la teoría de Bezos, pero la realidad es que le ha dado buenos resultados, tal y como lo expresan empleados y antiguos colaboradores. Uno de ellos, Brad Porter, que fue vicepresidente de robótica de Amazon hasta 2015, dice que “desde nuestro punto de vista, obtenemos muy poca información, obtenemos unas viñetas. Es más sencillo para el presentador, pero difícil para el público”.

Dado que en los últimos años nos hemos acostumbrado a este tipo de formatos y estructuras mediáticas, nos resulta más difícil escribir un texto bien estructurado, coherente y, sobre todo, con impacto. Lo increíble de esta situación es que el ser humano, cualquier ser humano, está en capacidad de crear un texto de calidad, siempre y cuando desarrolle la habilidad y practique.

Cuando le envías un mensaje escrito o hablado a tu hijo o a tu pareja lo que menos importa es a través de qué plataforma o aplicación lo haces. Cuando publicas un artículo en redes sociales o en tu blog lo que en verdad genera un impacto es tu mensaje, el conocimiento y las experiencias que eres capaz de transmitir en esas líneas, la información de valor que compartes, como el memo de Jeff Bezos.

Es tu imaginación, es tu creatividad, es tu conocimiento, es tu rigor para tratar la información, es tu mensaje lo que realmente importa. Al comienzo, seguro, será difícil, como fue difícil para los empleados de Amazon adaptarse a los memos y dejar las presentaciones de PowerPoint. Sin embargo, con la práctica mejorarás la habilidad y podrás convertirte en un muy buen escritor.

Si logras escribir una página, tan solo una, con una buena estructura, apegado a las normas de la gramática y de la ortografía y, además, le imprimes tu toque personal, el sello de tu conocimiento y de tus emociones, es muy probable que tu escrito sea digno de leer. Y que, lo más valioso, que el mensaje que transmites logre conectar con tus lectores y promover un intercambio, una relación.

Vivimos un momento crucial para la humanidad. Uno que más allá de las poderosas herramientas y de los canales que nos brinda la tecnología, debemos aprovechar para cambiar el rumbo errático de esta vida desordenada y atrapada en la histeria mediática y superficial. La solución está, como lo dice Jeff Bezos, “en reconocer el alto nivel”: el de tu imaginación, tu conocimiento y tus vivencias.

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Las 4 poderosas herramientas que te harán un buen escritor

Vivimos, gozamos y sufrimos la era de la tecnología. En el curso de no más de 30 años, la vida nos cambió radicalmente y, tal y como lo hemos experimentado en el último año, seguirá cambiando. Una vida en la que la tecnología cada vez tiene más injerencia, más influencia, y que nos enfrenta a un dilema: aprovechar sus enormes beneficios, pero también estar expuestos a su dependencia.

Cuando comencé mi carrera periodística, por allá en agosto de 1987, todavía se trabajaba en las vetustas máquinas de escribir que hoy son reliquias, piezas de museo. Por aquel entonces, en el periódico El Tiempo, el medio más importante del país, ya había algunos computadores que, en esencia, eran nada más procesadores de palabras, porque los PC como tal apenas surgían.

La armada del periódico, el montaje de las páginas antes de enviarlas a impresión, también se hacía de forma manual, pegando las tiras con cera a las páginas maestras. Una experiencia alucinante, fascinante, aquella de ver al armador cortar los textos e irlos pegando con cuidado, con delicadeza, hasta que cada página quedaba armada como si fuera un rompecabezas.

Por allá en 1992/93, la redacción sufrió un cambio drástico, inevitable: las enormes pantallas de los procesadores de palabras fueron remplazadas por computadores personales. Antes, aquellas pantallas debían ser compartidas por el personal de cada sección, mientras que ahora cada uno tenía su computador propio. ¡Maravilloso! No fue un cambio fácil, en especial para los antiguos.

Sí, los periodistas más veteranos, los de libreta de apuntes, para quienes la grabadora ya era algo parecido a un sacrilegio, trabajar en computador le restaba arte al oficio. Por supuesto, fueron ellos los que más sufrieron el proceso de adaptación a la tecnología, que llegó para quedarse. Y unos años más tarde, a finales de los 90, llegó internet y, entonces, ya no hubo marcha atrás.

Lo mejor es que internet no venía solo. Trajo consigo las cuentas de correo electrónico, las redes sociales, la banda ancha, las conexiones wifi, los teléfonos celulares, las tabletas, una cantidad de dispositivos digitales maravillosos. Que nos cambiaron la vida, que nos facilitan la vida, pero que, tristemente, nos complican la vida. No por la tecnología en sí misma, sino por cómo la utilizamos.

La tecnología es maravillosa, de muchas formas, y decir lo contrario sería una necedad. Además, cada día hay nuevos dispositivos o mejoras en los que ya empleamos que los convierten en más funcionales y productivos. Y, algo que no podemos pasar por alto, la gran mayoría de estos dispositivos o sistemas están al alcance de muchos, ya no son un privilegio exclusivo de pocos.

Lo malo es que, como lo ha dicho desde hace tiempo el controvertido escritor estadounidense Nicholas Carr, “Nos estamos volviendo menos inteligentes, más cerrados de mente e intelectualmente limitados por la tecnología”. Estoy casi completamente de acuerdo con él, con la salvedad que, a mi juicio, no es la tecnología la que nos limita, sino el uso que hacemos de ella.

No es el celular el que te convierte en un esclavo de la tecnología: es tu hábito de estar pendiente de redes sociales y demás aplicaciones todo el tiempo, como si el mundo se fuera a acabar porque no leíste un mensaje o no lo respondiste. De la misma forma que poseer un arma no te convierte en un asesino o en un delincuente: es el uso que les damos a la tecnología y a las cosas lo que nos condena.

“Mi sensación —por mi propia experiencia y por las de otras personas con las que hablé, además de los estudios que se estaban realizado entonces— era que internet iba a suponer un gran cambio en la manera en que pensamos y leemos, pero tenía dudas sobre si estaba dándole demasiada importancia a esa tendencia. Lamentablemente, los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije”, afirma Carr.

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“En estos 10 años he analizado interesantes y a la vez aterradoras investigaciones que muestran que, cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye. Nos volvemos tan absortos con la información que nos ofrece el celular que hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo”, agrega.

“En términos generales, internet nos brinda información de una manera que debilita nuestra capacidad para prestar atención. Obtenemos una enorme cantidad de información al navegar por internet o al usar el celular, pero nos llega de manera muy fragmentada; muchos pedacitos de información multimedia (sonidos, fotos, imágenes en movimiento, textos) que compiten entre sí, solapándose mutuamente”, explica.

Esta teoría de Carr es particularmente cierta en el tema de la escritura. Hoy, cuando disponemos del conocimiento de calidad a un clic de distancia, se escribe peor que cuando a duras penas teníamos un lápiz y un papel. Los niños sufren por serios problemas de comprensión de lectura y, en general, son incapaces de escribir un ensayo, un relato sencillo. Y no es por la tecnología.

Es porque los educamos mal, porque les decimos que el poder está en el celular, en la tableta, en el reloj inteligente o en cualquier otro dispositivo digital, cuando no es cierto. La verdad es que el poder está en ti, siempre ha estado en ti. Solo que no aprendemos a usarlo, a sacar provecho de él, o simplemente que nos da pereza hacer un mínimo esfuerzo para utilizar esos recursos.

Con frecuencia, alumnos y clientes me preguntan cuáles son las herramientas que les pueden ayudar a escribir. Honestamente, durante mucho tiempo no tuve respuesta para ese interrogante porque, si bien siempre trabajo en un computador, bien podría hacerlo también en una vieja máquina de escribir y estoy completamente seguro de que la calidad de mi trabajo sería igual.

Sin embargo, cuando leí el artículo con las declaraciones de Carr descubrí cuál era la respuesta. Las más poderosas herramientas para escribir (o para cualquier cosa que quieras hacer en la vida) ya están en ti y solo debes apreciarlas, valorarlas y explotarlas. Son inagotables y, además, únicas. Las comparto contigo porque estoy seguro de que desde hoy mismo puedes aprovecharlas:

1.- Tu cerebro. Es el órgano más maravilloso que existe. Ilimitado, apto para el trabajo duro y con una gran virtud: cuanto más lo uses, cuanto más lo alimentes, cuanto más lo aproveches, mejor funciona. Allí está todo lo que necesitas para escribir bien: conocimiento, recuerdos, experiencias e imaginación. No necesita recarga, pues unas pocas horas de descanso son suficientes.

2.- Tu corazón. ¿Qué sería de nosotros sin el corazón? Allí nacen y se albergan las emociones, esas caprichosas, traviesas y divertidas compañeras de viaje. Si bien conocimiento marca diferencia, es tu corazón el que te hace único: tus sentimientos, tu sensibilidad, tu capacidad para sorprenderte y la forma en que reacciones a lo que te sucede. Es la herramienta más poderosa que existe.

3.- Tus experiencias. Todo lo que vives, desde la experiencia más aterradora hasta la más insignificante, es una historia potencial. Aunque no lo creas, lo que te sucede encierra una lección que a otros les sirve, que otros necesitan conocer. Lo que tú vives es modelo para otros, de la misma forma en que tú te inspiras en las vivencias de otros. Tu realidad es el alimento de tu imaginación.

4.- Tus habilidades. Así como, por ejemplo, tu computador viene con aplicaciones geniales por defecto, tú, como ser humano, también fuiste configurado con todas las habilidades necesarias. ¡Todas! El problema está en que te limitas a unas pocas, que menosprecias muchas, que no te das la oportunidad de desarrollar algunas maravillosas como, por ejemplo, la habilidad de escribir.

Moraleja: no es la tecnología, una aplicación o una plantilla lo que te llevará a ser un buen escritor. Tú ya tienes todo lo que se necesita. Lo mismo que tenía, por ejemplo, Gabriel García Márquez o lo que tiene tu autor favorito. La diferencia está en que ellos sí aprovecharon y potenciaron esos recursos, esas herramientas. La buena noticia es que nunca es tarde para comenzar.

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Las otras 10 habilidades que necesitas para escribir bien

Para cualquier actividad que realices en la vida, bien sea de manera recreativa o profesional, no basta con una habilidad. Aunque domines la básica, necesitas más de una, seguramente varias, para sobresalir del promedio, para alcanzar tus objetivos si estos son ambiciosos. Pero, por favor, no te confundas: eso no significa que tengas que ser experto o muy bueno en muchas áreas.

Un abogado, especialmente uno litigante, no solo debe ser bueno en su especialidad y dominar las normas (que cambian con frecuencia), sino que también necesita ser un buen orador, para cuando tenga que actuar en un juicio oral, y un buen redactor, para escribir sus demandas con acierto. Y requiere, así mismo, paciencia y tacto para tratar con sus clientes, que no son siempre gentiles.

Un médico cirujano, por ejemplo, no solo debe ser bueno en su especialidad, sino que tiene que actualizarse permanentemente, conocer las nuevas técnicas y herramientas que la tecnología le ofrece para realizar su trabajo. Además, necesita dominar una comunicación asertiva para poder establecer relaciones armoniosas con sus pacientes, en especial si sufren enfermedades graves.

Un chef, mientras, no solo debe ser un especialista de un tipo de comida específico, sino que su profesión le exige aprender de los alimentos básicos de sus recetas, conocer su origen y sus características para poder realizar combinaciones innovadoras y atractivas para el paladar de sus comensales. Y requiere, también, empatía para escuchar a sus clientes, para soportar sus críticas.

En otras palabras, sin importar cuál sea la actividad a la que te dediques, debes entender que el éxito radica en la sumatoria de habilidades que desarrollas. Las básicas son indispensables, pero hay otras, las complementarias, que no solo te permiten obtener mejores resultados, y en un plazo más corto, sino que también te dan la posibilidad de descollar, de ser sobresaliente.

Si lo que deseas es escribir, la premisa se mantiene. Es decir, no basta con leer mucho, como pregonan por ahí, porque eso no es suficiente. Hay millones de voraces lectores que son incapaces de escribir dos párrafos seguidos. De la misma manera que, por ejemplo, hay apasionados por el deporte que se inscriben al gimnasio y abandonan luego de tan solo un par de sesiones.

Escribir se antoja difícil porque requieres una variedad de habilidades o cualidades para conseguir los objetivos que te propones. No es cuestión de talento, porque todos lo poseemos, pero no todos escribimos; no es cuestión de ser expertos en un tema, porque para comunicar un mensaje hace falta más que conocimiento. Sin embargo, cualquier persona puede escribir bien.

Y no es una contradicción, sino un reto. La buena noticia es que los ingredientes de la receta para ser un buen escritor, o al menos para comenzar a escribir, a desarrollar esta habilidad, son parte de la configuración básica de cualquier ser humano. Es decir, todos podemos desarrollarlas, todos estamos en capacidad de escribir bien, siempre y cuando estemos dispuestos a pagar el precio.

¿Cuál precio? El de desarrollar estas habilidades (cualidades) complementarias y necesarias:

1.- Imaginación. Puede sonarte raro, pero la creatividad también es una habilidad que se puede potenciar, mejorar. Cuanto más ejercites tu cerebro, cuanto más lo retes, mejores resultados te ofrecerá. No basta con leer o estar bien informado: hay que dejar que la mente vuele, hay que soñar despiertos, hay que darse la oportunidad de recrear libremente lo que vives y experimentas.

2.- Disciplina. Solo quien es disciplinado puede mejorar de forma constante y consistente. Dado que escribir es un arte que nunca se termina de aprender, solo la disciplina te permitirá aprender cada día. No requieres estar horas frente al computador: comienza con 10 minutos y, como en una rutina de ejercicio físico, aumentas paulatinamente. No demorarás en ver resultados increíbles.

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3.- Paciencia. Sé que no es una cualidad que abunde, de ahí que es muy valiosa. Escribir bien es el resultado de un proceso que no se da de la noche a la mañana, así que requieres paciencia. Y, así mismo, la necesitas para entender que no todos los días estás lúcido o con chispa, que no todos tus escritos serán brillantes. Paciencia y disciplina van de la mano: si alguna falta, no tendrás éxito.

4.- Tolerancia. Una de las razones por las cuales a la mayoría de las personas les cuesta trabajo escribir es porque quieren hacerlo perfecto desde el comienzo. Y la verdad es que nunca se logra esa perfección. Más bien, hay que aceptar que en ocasiones se escribirá decididamente mal y que esa es una parte importante del proceso de aprendizaje. Sin tolerancia, abandonarás muy pronto.

5.- Organización. ¿Recuerdas al gran Gabo? “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un 1 por ciento de inspiración”. El tal bloqueo mental (que ya sabemos que es una mentira) se da cuando no tienes un plan, cuando te quedas esperando la inspiración. El método es el gran secreto de un buen escritor: necesitas diseñar un paso a paso que te permita ser productivo a largo plazo.

6.- Persistencia. Mantener el enfoque en los objetivos trazados no es fácil cuando comienzan las dificultades, cuando no obtienes los resultados que esperas o te fijas expectativas muy altas. A la cima solo llegan aquellos que persisten, que no se dejan vencer, que entienden que se requiere fortaleza interna para triunfar. Ser persistente no solo te ayudará a ser escritor, sino que te hará mejor escritor.

7.- Curiosidad. Las ansias de saber qué hay más allá, qué más puedes aprender, cómo puedes ser mejor, qué otras técnicas contribuirán a hacer de ti un buen escritor son fundamentales. Ser conformista riñe con tu deseo de ser un buen escritor: si te impones límites, si crees que lo sabes todo, si te dejas guiar por el ego, te estancarás. La curiosidad es el combustible de la imaginación.

8.- Sensibilidad. Que se manifiesta a través de la honestidad de lo que escribes, de que esté en concordancia con tus principios y valores, pero también a través del respeto por tu lector, por su situación, por su dolor, por su espacio. Un buen escritor requiere sensibilidad para apreciar en la realidad lo que para otros es imperceptible, para generar un vínculo de empatía con su audiencia.

9.- Humildad. Nunca llegarás a ser un buen escritor si no conoces y aceptas tus límites, si te guías por el ego y te indigestas con los elogios, si no te exiges más cada día. La humildad del escritor consiste en ser un eterno aprendiz, en trabajar cada día con la misma ilusión del primero, en ser consciente de que tu trabajo no les gustará a todos y de que recibirás críticas injustas y duras.

10.- Actitud. Lo que escribas, y la forma en que el público lo recibirá, está condicionado por tus pensamientos, por tu actitud frente a la vida y a tu realidad. Si no crees en ti, nadie lo hará; si no te gusta lo que escribes, a nadie le gustará; si solo ves lo negativo de la realidad, tu mensaje será negativo… Una buena actitud y una adecuada disposición son aliadas de un buen escritor.

En este punto, es pertinente una aclaración: no esperes a desarrollar estas diez habilidades para, ahí sí, sentarte a escribir. Quizás ya desarrollaste algunas, pero no eres consciente. Por eso, el autoconocimiento es un paso imprescindible para ser un buen escritor, porque solo así sabrás con certeza cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y cuáles son tus debilidades, para suplirlas.

Entiende que todas son necesarias si quieres ser un escritor profesional, si quieres vivir de escribir, pero si tan solo deseas escribir como un pasatiempo o una terapia puedes comenzar con algunos vacíos. Eso sí, tarde o temprano requerirás desarrollarlas todas o, de lo contrario, nunca alcanzarás los resultados que esperas. Identifica cuáles son los casos urgentes y enfócate en solucionarlos.

Cuando comencé mi carrera profesional, es decir, cuando comencé a escribir, no acreditaba más que imaginación, paciencia, actitud y sensibilidad. Entonces, no solo tuve que trabajar en fortalecerlas, sino que debí esforzarme en desarrollar las demás. Y, ¿sabes qué? Aún no termino el proceso: sigo aprendiendo y subo el listón a sabiendas de que puedo mejor un poco más.

Pensándolo bien, quizás esa sea la razón por la cual me gusta tanto escribir: no hay un límite. Cada artículo, cada proyecto que me propone un nuevo cliente, significa un reto, un aprendizaje. Y, por supuesto, la posibilidad de avanzar en ese proceso de desarrollar estas habilidades. Esa es la única forma de garantizar que tengo absoluto control sobre la calidad de mi trabajo como escritor.

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