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¿Conoces el método creativo de Walt Disney? Te digo cómo aprovecharlo

La pereza, además de un pecado capital, es una de tantas verdades hechas a partir de la reiteración que nos sirve como una plácida zona de confort. Aunque nos provoque un poco de sonrojo, debemos admitir que los seres humanos, todos, somos perezosos. Es decir, en determinadas circunstancias somos flojos, holgazanes para cumplir con algunas tareas.

Es lo que está detrás de aquellas máximas “no puedo”, “no nací para esto”, “lo he intentado y no lo conseguí” y otras más que aprendemos a partir del ejemplo de otros. Frases fáciles que creemos nos van a liberar de la responsabilidad, y de hecho a veces así es. Sin embargo, casi nunca nos despoja de la culpa, que la cargamos como una pesada lápida. Es algo agotador.

Nos rendimos fácil, es la verdad. Renunciamos a nuestros sueños sin darnos cuenta de que son más que una ilusión. ¿A qué me refiero? Cumplir un sueño puede llegar a cambiar el rumbo de tu vida. Entre otras razones, porque es la demostración de que “sí puedes”, “de que sí naciste para conseguir lo que quieras”. Esta, como cualquier moneda, tiene dos caras.

Lo que sucede es que no todos estamos dispuestos a pagar el precio que corresponde. Porque nada es gratis en la vida, en especial, lo bueno. Aprender un segundo idioma implica un esfuerzo, disciplina, trabajo y disposición. Hay algunos más sencillos de aprender porque son afines a tu lengua nativa, pero es posible aprender cualquier idioma, sin limitación.

De hecho, hay personas que dominan a la perfección (hablado y escrito) más de 10 idiomas. O, quizás, conoces a alguien que es muy bueno (mejor que el promedio) en varios deportes, lo que implica aprender los fundamentos de la técnica y ponerlos en práctica. El mensaje que te quiero transmitir es que los seres humanos disponemos de lo necesario para aprender.

Y cuando digo “lo necesario” no significa que ya lo sabemos todo, sino que lo podemos aprender todo. Y no solo eso: con dedicación, disciplina y trabajo, podemos ser buenos en lo que nos propongamos. No hay más límites que aquellos que te imponen tu mente, los hábitos adquiridos y tus miedos. Sin embargo, a estos rivales los puede vencer.

Una de las manifestaciones más comunes de esta creencia limitante es aquella de pensar, y asumir, que no somos creativos. O, en otras palabras, que la creatividad es un don especial que les fue concedido a unos pocos. Y no es cierto: todos, sin excepción, somos creativos, aunque en distintas áreas o tareas. Lo primordial es descubrir en cuál, y aprovecharla.

El diccionario nos dice que creatividad es “la facultad de crear” y nos ofrece como sinónimos “inventiva”, “imaginación”, “ingenio” y la tristemente malinterpretada y nunca comprendida “inspiración”. A primera vista, sin embargo, el diccionario no nos dice lo más importante. ¿Sabes a qué me refiero? A que se trata de una capacidad innata, de una habilidad.

Ya lo había mencionado antes: todos los seres humanos, sin excepción, podemos aprender lo que queramos. Y no solo eso: también podemos ser muy buenos en esa actividad, sea cual sea. Pintar, cantar, correr, nadar, escribir, interpretar datos, diseñar, cocinar, enseñarles a otros, en fin. No hay límites, repito. Sin embargo, la clave está en la palabra facultad.

¿Sabes cuál es su significado? “Poder o derecho para hacer algo”, así como “Aptitud, potencia física o moral”, cuyos sinónimos son “capacidad”, “inteligencia” y “talento”, entre otros. Entonces, descubrimos algo que, a mi parecer, es superpoderoso: la creatividad, esa facultad que muchos creen es un don, en realidad se trata de una decisión, de una elección.

Es decir, tú eliges en qué quieres ser creativo. O, de otra forma, tú pones los límites. Si tú decides ser creativo para aprender inglés, lo harás y seguramente en un nivel superlativo, al punto de no desmerecer ante un nativo. O, quizás, eliges ser un muy buen diseñador y lo consigues a partir de tu aprendizaje, de tu dedicación, de tu disciplina, de tu creatividad.

Ahora, te voy a revelar un secreto que seguramente desconoces y que, si lo aprovechas, si lo sabes adaptar a tu trabajo creativo, cambiará los resultados (y quizás cambie también tu vida). Vamos: la creatividad es producto de un método. A lo mejor piensas “es lógico” o, más bien, “es una locura”. No importa cuál opción tomes, porque te daré un ejemplo irrefutable.

Uno de los seres humanos que fue etiquetado como genio, como creativo en nivel superlativo, fue Walt Disney. No tengo que decirte quién fue, porque todos lo disfrutamos desde la niñez con sus maravillosas creaciones. Su habilidad se manifestaba a través de dibujos animados, de caricaturas, que fueron la base de sus películas. Ese era el insumo, pero faltaba más.

Robert Dilts, uno de los mayores impulsores de la Programación Neurolingüística, autor de varios libros sobre el tema, y experto en la PNL aplicada a la creatividad, desentrañó el método creativo de Disney. Estableció que contempla tres etapas y junto con su equipo de trabajo se dio a la tarea de aplicar y replicar estos conceptos en el ámbito empresarial.

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Estos son los roles o etapas del proceso creativo de Walt Disney:

1.- El soñador.
Walt Disney solía repetir esta frase: “Si puedes soñarlo, puedes crearlo. Recuerda que esto comenzó con un ratón”. El punto de partida de todo proceso creativo, cualquiera, es una idea. Tan solo una idea. Ni siquiera una buena idea, o una genial. Y las ideas, todas, quizás ya lo sabes, están en ti: en tu conocimiento, valores, principios, experiencias y, claro, sueños.

Deja volar la imaginación, libre, caprichosa. Y nútrela, para que te permita generar nuevas y mejores ideas. Lee, haz ejercicio, aliméntate bien, haz lo que te gusta, medita, pasa tiempo de calidad con tu familia y seres queridos, sé generoso con quienes tienes menos que tú. Y algo más: observa, escucha, abre tus sentidos a las experiencias más simples de la vida.

2.- El realista.
La magia de las creaciones de Disney radica, entre otras razones, en que la delgada línea que divide la imaginación de la realidad es difusa unas veces y otras, magistralmente manejada. Todo lo que el hombre ha creado desde siempre incorpora una dosis de realidad y la razón es muy sencilla: nuestro cerebro crea a partir de lo que ya conoce, de lo que le has enseñado.

Otro aspecto que debes considerar: ¿qué tan atractiva es esa idea, esa creación, para otras personas? Y algo más: ¿en ese justo momento cuentas con los recursos necesarios para crear lo que imaginas? ¿Qué hace falta? ¿Cómo lo conseguirás? El proceso creativo de cualquier idea, de una buena idea, requiere un polo a tierra que aporte credibilidad.

3.- El crítico.
Olvídate de caer en la misma trampa en la que se extinguen las buenas ideas. ¿Sabes cuál es? Enamorarte de ella, pensar que es perfecta, asumir que le encantará a todo el mundo. En esta etapa del proceso se trata de mirar tu idea en perspectiva y detectar eventuales vacíos o debilidades que puedan manifestarse más adelante y, lo más triste, echar a perder la idea.

De lo que se trata es de blindar tu idea para que pueda convertirse en el producto creativo que tanto anhelas, el que soñaste. Ponlo a prueba con tu familia, tus amigos, con algunos compañeros de trabajo, con alguien con quien no tengas relación. Validar es fundamental porque nos permite identificar los errores en un escenario que podemos controlar.

¿Eso es todo? No, es la punta del iceberg. ¿A qué me refiero? Siempre se requiere algo más, porque como mencioné al comienzo, la idea, la mejor de las ideas, es tan solo el comienzo. Para que se convierta en una creación que valga la pena compartir, que sea apreciada por quienes la reciben y, en especial, que les aporte valor, se requiere que la rodees bien.

Es decir, que tu creación contemple todos los elementos de una buena historia. Como las de Disney, no lo olvides. Es decir, que esté en capacidad de conectar con las emociones de la audiencia y, no sobra recalcarlo, emocionarla, conmoverla y, sobre todo, inspirarla. Que a través de la identificación cada persona se sienta parte de la historia, quiera ser parte de ella.

Moraleja: la creatividad no es un don y tampoco está determinada por la inspiración. Es una capacidad innata del ser humano, por un lado, y una habilidad que se desarrolla, se potencia, se fortalece, por otro. Las buenas ideas están dentro de ti, pero para que se transformen en creaciones que valgan la pena es necesario cultivarlas, mimarlas, para que la cosecha sea buena.

Y no puedes olvidar algo básico: la mejor idea del mundo se diluirá en el camino si no está respaldada por un plan y una estrategia. Es decir, a quién va dirigido tu mensaje, cuál es el objetivo que persigues, por qué le ha de interesar a otros esa idea (o creación) y cuál es el valor que le aportarás con esa creación. Estos elementos blindarán tu proceso creativo.

Lo que me interesa que aprendas es que un proceso creativo es algo personal, único. Cada uno tiene el suyo y, por más que quieras, no puedes copiar el de otro. Puedes, sí, tomar su modelo y adaptarlo al tuyo, pero recuerda que una creación, cualquiera, surge de esencia. Y eso, precisamente, es lo que la hace valiosa. En este caso, no vale el odioso copy +paste.

Así mismo, me encantaría que entiendas, y aceptes, y pongas en práctica, que dentro de ti hay un genio. ¡Sí, un genio! Que está a la espera de que frotes la lámpara y le asignes una tarea. De eso se trata, precisamente. No olvides lo que dijo Walt Disney: “piensa, sueña, cree y atrévete”. Atrévete porque la vida te brinda un privilegio de ser inolvidable con tu historia.

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¿Ideas geniales? No las busques: más bien, cultívalas e incentívalas

¿Estás obsesionado porque te llegue una idea genial? ¿Para crear un negocio, para presentar una propuesta, para escribir un libro que sea bestseller, para convencer a tus clientes y que te compren más? Esta de la idea genial (o mágica o perfecta) es una obsesión del ser humano, pero no solo ahora en los tiempos de la inmediatez, sino que lo ha sido desde siempre.

Y es algo natural que surge de la curiosidad, de las ansias de conocimiento, de que buscamos una explicación (una razón, un motivo) en lo que nos sucede. Además, también porque nos han metido en la cabeza la idea de ser únicos, ricos, exitosos, felices y otras más. Que, a mi modo de ver, se resumen en la idea de ser los mejores, como si la vida fuera una competencia.

No sé qué pienses tú, pero para mí no lo es. De ninguna forma. ¿Sabes por qué? Porque hace años, producto de los golpes que recibí de la vida, aprendí que soy único. Lo soy como todos los seres humanos, únicos, irrepetibles, modelo exclusivo. Aun si tienes un hermano gemelo, sabes que son distintos de muchas formas: nadie, absolutamente nadie, es igual a otro.

Y eso, precisamente, es lo que nos hace valiosos. La clave, ¿sabes cuál es la clave? Entender que ya todas las maravillas posibles en el mundo, absolutamente todas, fueron creadas. Eventualmente, algunas de ellas son desconocidas por nosotros y nos sorprenderán cuando las hallemos. Sin embargo, repito, ya todo lo maravilloso del mundo está ahí, en algún lugar.

Como las ideas geniales, por ejemplo. Todo, absolutamente lo que podemos imaginar, ¡ya existe! ¿Lo sabías?Créeme, a mí también me costó entenderlo. En su famoso libro Piense y hágase rico, Napoleon Hill escribió: “Todo aquello que el hombre crea empieza con un impulso del pensamiento. El hombre no puede crear nada que primero no haya concebido en su pensamiento”.

Es decir, todo lo que hay en el mundo, en tu vida, pasó antes por tu pensamiento, surgió de ahí. En especial, las ideas geniales. En términos sencillos, cuando observas algo, percibe un olor o escuchas una canción, las neuronas asocian esas percepciones con alguna circunstancia previa y conforma una idea. Así es como funcionan la memoria, la imaginación y la creatividad.

¿Entiendes? La información ya está dentro de tu cerebro porque la viste, la escuchaste, la oliste, la tocaste o la experimentaste antes. Aunque fuera de forma lejana, imperceptible para los sentidos. Tu cerebro asocia esa información a una circunstancia, a un lugar, a una persona con la que te encuentres, y la recupera cada vez que el estímulo se repite. Una y otra vez.

Hay personas más sensibles a esos estímulos externos porque han educado su cerebro para eso, porque observan más (no solo ven), escuchan más (no solo oyen). Además, son personas que han cultivado positivos hábitos para estimular la creación: gustan del silencio, tienen más contacto con la naturaleza, practican ejercicio, se alimentan y descansan bien, aprenden más.

En otras palabras, tienen una mayor cantidad de información en su cerebro que otras, que la mayoría. Y no solo eso: es también información de mejor calidad. Además, su actitud frente a la vida, a lo que les sucede, es positiva, constructiva, propositiva. No son de las que lloran sobre la leche derramada, sino que buscan soluciones, aprender de sus errores y continúan.

Lo que la ciencia ha podido establecer es que una mente tranquila es más propensa a generar ideas geniales. No solo porque es más receptiva, sino también porque tiene la capacidad para enfocarse en lo que verdaderamente importa. Por eso, es importante el ambiente, la gente con la que te rodeas, los hábitos de tu día a día y, sobre todo, cómo te hablas a ti mismo.

Según Rowan Gibson, considerado uno de los mayores expertos en innovación y gestión empresarial, orador y escritor de varios libros, las ideas se configuran a partir de pensamientos organizados. ¿Eso qué significa? Que antes de las ideas están los pensamientos y, no hay que olvidarse de ellas, las experiencias vividas, que proporcionan la información que necesitamos.

Entonces, no sería errado pensar que las ideas geniales son fruto de un proceso de estimulación del pensamiento. Es ahí donde está la diferencia: hay personas que creamos el hábito de estimular el pensamiento de múltiples formas (lectura, pintura, canto, baile, cocina, deporte y más) y otras que, por su lado, son reactivas y esperan que las ideas les lleguen.

Es lo que comúnmente llamamos inspiración, que es una mentira muy vendedora, pero no por eso deja de ser mentira. El famoso estudio de animación DreamWorks Animation, en EE. UU., por ejemplo, promueve el acceso de sus empleados a clases de yoga o arte durante la jornada laboral, con el fin de estimular su creatividad. Y ya sabemos que Google está en la misma línea.

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Lo he mencionado en otros artículo, pero es menester repetirlo: la tal inspiración no llega a ti, nunca llegará, porque la verdadera inspiración, ese chispazo brillante, esa idea genial, surge de ti. Es la genial tarea que cumple tu cerebro cuando lo has alimentado con información de calidad y cuando lo entrenas permanentemente, cuando lo retas, cuando lo exiges al máximo.

Porque, no podría ser de otra manera, un cerebro perezoso solo te brinda ideas comunes y corrientes. Esa es la realidad. No sé cómo lo veas tú, pero a mí esto se me antoja maravilloso. ¿Sabes por qué? Porque significa que cualquier ser humano, tú o yo, está en capacidad de crear ideas geniales. O, de otra forma, ya eres un genio, solo debes agitar la botella y dejarlo salir.

El filósofo escocés David Hume dijo algo que puede ayudarte a entenderlo. Según él, son tres las cualidades que asocian la generación de ideas: la semejanza, la contigüidad y la causa y el efecto. No sobra decir que son cualidades incorporadas en cualquier ser humano, como para que te desprendas de la creencia de que las ideas geniales son un don concedidos a pocos.

Por la ley de semejanza, la mente tiene a reproducir ciertas ideas cuando el impulso que las originó es semejante a alguna circunstancia o experiencia previa. Por ejemplo, ves la fotografía de uno de tus hijos y te dan una ganas terribles de hablar con él, de verlo pronto, de darle un gran abrazo. O, quizás, tomas un libro y de inmediato recuerdas a la persona que te lo regaló.

Por la ley de contigüidad, la mente trae a colación ideas que son afines o que se han dado de manera simultánea con la idea presente. ¿Por ejemplo? O, si escuchas una canción, la mente te transporta a vivencias atadas a cuando la aprendiste, te hace recordar a las personas con las que las cantabas y los lugares que frecuentaban. O, quizás, una película o una serie de tv.

Por la ley de la causa y el efecto, mientras, la mente trae un pensamiento complementario asociado a uno preliminar. ¿Por ejemplo? Escuchas las sirenas de una ambulancia y piensas que hubo un accidente o a la distancia ves una columna de humo y asumes que hay un incendio. O, quizás, tu pareja saluda a una mujer con la que se cruzó y asumes que es infiel.

Lo que realmente me importa que comprendas, la idea que me motivó a escribir este artículo, es que no necesitas ser un genio para crear o producir ideas geniales, no requieres un don especial para ser creativo y tampoco te servirán las plantillas, fórmulas o libretos de otros. Lo único que debes hacer es entrenar a tu cerebro, enseñarle a producir esas ideas geniales.

Por supuesto, debes ayudarle. ¿Cómo? Para comenzar, vive la vida bajo tus propias reglas, es decir, no sigas el camino establecido por otros. Hazles caso a tu intuición, a tus sueños, a tu corazón. No reprimas tus emociones (que son fuente inagotable de ideas geniales si sabes canalizarlas) e incluye en tu rutina actividades que promuevan la creatividad y la imaginación.

Por ejemplo, la lectura, la escritura, escuchar música, jugar con tus hijos, pasear a tu mascota, practicar algún ejercicio, alimentarte bien, descansar, dedicarte tiempo para ti en soledad, en fin. Ve al cine con tu pareja, sal a comer con tus amigos, asiste a teatro o al concierto de tu cantante preferido, cocina y atiende a tu familia y amigos en casa, ayuda a otras personas…

Algo que debes saber es que la mente, tu cerebro, no está preparada para ir contra la corriente. ¿Eso qué significa? Que si quieres que te brinde ideas geniales, debes facilitarle la tarea, proporcionarle el ambiente adecuado. Y no solo eso: también debes alimentarla y ejercitarla constantemente a través del aprendizaje y del desarrollo de nuevas habilidades.

¿Alguna vez escuchaste o leíste aquello de “cosecharás lo que hayas sembrado”? Bueno, este es uno de esos casos, específicamente. Hoy, por ejemplo, los padres y los maestros se quejan de la falta de creatividad de niños y jóvenes y lo asocian con la obsesión de estar conectados a internet, jugando y viendo videos insulsos. No es el único factor, pero su influencia es innegable.

Las ideas son como las mariposas: vuelan silvestres hasta que las atrapas. Tu tarea, entonces, consiste en darles forma, en ponerles tu toque personal, tu estilo, y asignarles un rumbo, un propósito. Esto (tu toque, tu estilo, tu intención) lo que las hace geniales, distintas, únicas. Recuerda lo que mencioné al comienzo: todo, absolutamente todo, ya fue inventado.

Un ejemplo: el amor. Está ahí, omnipresente. Sin embargo, para cada persona significa algo distinto, todos lo manifestamos de formas diferentes. Se han escrito millones de canciones inspiradas en el amor y, aunque muchas son parecidas, creadas con el mismo molde, cada una es única. Inclusive, un bolero cantado en ritmo de ranchera o de balada es una idea única.

No te olvides de la frase de Napoleon Hill: “Todo aquello que el hombre crea empieza con un impulso del pensamiento. El hombre no puede crear nada que primero no haya concebido en su pensamiento”. Todo lo que necesitas ya está dentro de ti. Lo que quizás haga falta es aprender cómo estimularlas; una vez lo hagas, el resto de la tarea será la realizará tu maravilloso cerebro

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