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Los 8 elementos indispensables de una historia memorable

Sentarnos en el regazo del abuelo (o de la abuela) y, paciente y silenciosamente, escuchar sus historias, sus relatos, sus experiencias, es algo que no se paga con todo el dinero del mundo. Muchos fuimos bendecidos con muchos de estos momentos, en especial durante la infancia, que nos dejaron no solo gratos recuerdos, sino también muy valiosas lecciones de vida.

Contar historias y escuchar historias es algo inherente al ser humano. Por naturaleza, todos, absolutamente todos, somos contadores de historias, lo que en el mundo del marketing se conoce como storytellers. La razón es muy clara: por un lado, todos somos parte de una red de historias y, por otro, estamos rodeados de historiasque componen el rompecabezas de la vida.

No estamos aquí, en este mundo, por casualidad. Cada uno de nosotros es el fruto de una historia entre dos personas, nuestros padres. Y, quizás lo mejor, llegamos para escribir nuestra propia historia y, también, para ser parte de la historia de la vida de otras personas. A veces, de manera fugaz; otras, como protagonistas, como héroes, como lecciones o aprendizajes.

Todo lo que sucede a nuestro alrededor, absolutamente todo, determina nuestra historia, la condiciona. Por ejemplo, el lugar donde nacimos, el país y la ciudad. Porque, por supuesto, no es lo mismo nacer en Bogotá (Colombia) que hacerlo en Seúl (Corea del Sur), en el campo o la ciudad, en las montañas o al borde del mar. Este contexto determina nuestra historia.

Muchos de los factores que nos condicionan están lejos de nuestro alcance. Los que acabo de mencionar, así como la familia y las circunstancias en las que nacemos, las oportunidades de las que disfrutamos. De manera especial, el barrio en el que crecimos (nuestro pequeño mundo), el colegio en el que nos educamos, las amistades y relaciones que forjamos.

Hay, sin embargo, otros factores que determinan nuestra historia y que elegimos de manera consciente o inconsciente. Por ejemplo, los libros que leemos, la música que escuchamos, los lugares a los que viajamos, la comida que disfrutamos, la ropa que vestimos, la profesión que estudiamos, los trabajos que desempeñamos y hasta las mascotas que nos acompañan.

Nada, absolutamente nada, es casual. Aunque no sea una decisión consciente, no es casual. Siempre hay una razón, un porqué. A veces, logramos unir las piezas y armar el rompecabezas, mientras que otras historias quedan abiertas, con cabos sueltos, sin punto final. A veces, nos vemos involucrados en historias que no comprendemos, que pasan rápido, sin dejar huella.

Una de las situaciones tristes de la vida es que muchas personas no saben que son los protagonistas de su propia vida. Y, peor todavía, se limitan a ser actores secundarios de la vida de otros, roles de esos que nadie recuerda, que pasan inadvertidos. Otros, mientras, asumimos el riesgo de ser héroes o villanos, a cambio del privilegio de escribir nuestra propia historia.

Si eres una de esas personas, sabrás que a veces es una comedia con final feliz, pero otras nos involucran en películas de terror que nos hacen sufrir o en dramas que nos producen llanto. Es porque, como mencioné al principio, no estamos solos: hay otras personas, otros actores, que condicionan nuestra historia, que la determinan, que modifican y reescriben el libreto original.

Lo que debemos aprender es que, nos guste o no, estemos de acuerdo o no, todos estamos en este mundo para escribir una historia propia. Una historia que, quizás no lo sabes, puede llegar a ser fuente de inspiración para otros. De hecho, y esto es lo que se me antoja apasionante, cada uno está en capacidad de ser el héroe de la historia de aquellos que nos necesitan.

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Si eres padre, seguramente lo sabes, lo has vivido. Estás conectado emocionalmente, a través de un vínculo muy fuerte, a esa personita que te mueve el piso con sus travesuras, su ternura, su alegría o la cara opuesta (dolor, debilidad). Y haces lo que esté al alcance de tu mano para convertirte en el héroe de su historia, para garantizar que su historia tenga un final feliz.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que puedes replicar esto mismo en todas y cada una de las actividades de tu vida, inclusive, en el ámbito laboral. Especialmente si eres emprendedor, si aprovechas tus dones y talento, tu conocimiento y experiencias, estás en capacidad de generar un impacto positivo en la vida de otros. Puedes convertirte en el gran héroe de sus historias.

Hoy, dado que 9 de cada 10 personas que tocan a tu puerta son prospectos fríos, es decir, que todavía no están en disposición de comprar (y mucho menos quieren que les vendan), tu tarea consiste en educarlos, nutrirlos y entretenerlos. ¿Cómo? A través de contenido de valor, de buenas historias. Que es más fácil de lo que crees si tu historia reúne estos 8 elementos:

1.- Una idea (solo una).
Uno de los errores más frecuentes, y que se puede evitar de una forma sencilla, es que la mayoría de las personas quieren contar tooooodas las historias de su negocio, de su vida, en una sola historia. Y no es conveniente, ni posible. Una buena historia parte de una única idea, precisa, que tiene un principio y un final. El resto de tus ideas déjalas para otras historias.

2.- Un propósito (uno solo).
Una faceta distinta del mismo problema. Hay quienes quieren abarcar mucho y al final no aprietan nada, como dice el dicho. Establece un objetivo que quieras conseguir con esa única idea y preocúpate por alcanzarlo. Un propósito bien definido te ayuda a darle fuerza a tu historia y, además, potencia a los protagonistas, además de que facilita la comprensión.

3.- Un contexto (ambiente).
La mayoría de las malas historias que vemos por ahí es la falta de un contexto. Son historias que surgen de la nada y que no llegan a ningún lugar. Es como si fuera una bocanada de humo que se la lleva el viento con rapidez. El contexto es a tu historia lo que los cimientos a un gran rascacielos: el soporte, lo que le da solidez. El contexto explica el porqué de la historia.

4.- Un conflicto (uno solo).
Y, valga decirlo, no tiene que ser de las dimensiones de una Tercera Guerra Mundial. Un conflicto es algo que incomoda a tu protagonista, que le provoca ansiedad, que no lo deja dormir tranquilo. Debe ser uno solo, para que la historia no se disperse, para que no pierda fuerza. Debe tener un origen claro y, algo muy importante, una solución posible.

5.- Protagonista y antagonista.
Es necesario que hay otros actores, pero tu historia debe definir muy bien al protagonista (el bueno) y al antagonista (el malo). Que no pueden ser superhéroes, sino seres de carne y hueso para que la credibilidad de tu historia no se debilite. La rivalidad, el origen del conflicto entre estos dos, debe estar claramente definido y los hechos no deben salir del ámbito de la realidad.

6.- Un héroe.
Que, en ocasiones, puede ser el mismo protagonista. En el ámbito de los negocios, sin embargo, el héroe eres tú, el emprendedor que con su conocimiento, experiencia y pasión está en capacidad de brindarle al mercado, a cada uno de sus clientes, una solución efectiva a su problema, a su dolor. Un héroe creíble que es omnipresente, pero que no asume el rol del protagonista.

7.- Un punto bisagra.
Infaltable. Es el antes y el después de tu historia, aquel momento de la trama en la que el rumbo de tu relato cambia radicalmente y, por supuesto, a favor de tu protagonista. Es ese momento en el que héroe y protagonista se unen para vencer al antagonista, cuando logran la victoria en la batalla final. Es vital que haya coherencia en el relato para justificar este punto.

8.- Final feliz y moraleja.
Una historia sin final feliz no transmite, no emociona, no impacta (y, por ende, no vende). Todos, absolutamente todos, queremos vivir o ser protagonistas de historias felices. Mientras, la moraleja es la lección, el aprendizaje que nos queda de esa situación, la transformación que tu cliente experimentará una vez reciba lo que le ofreces. Una historia sin moraleja no sirve.

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El punto bisagra (o de inflexión): qué es, cómo y cuándo usarlo

Así como hay un día, hay una noche; como hay paz, hay tempestad; como hay blanco, hay negro; como hay amor, hay odio; como hay risa, hay llanto. Nada es eterno en la vida, como dice la canción y siempre que llovió, volvió a salir el sol, reza el dicho. ¿A qué me refiero? A que en la vida, en cualquier situación o circunstancia, siempre hay un momento en el que se produce un cambio.

Uno drástico, lo que en algunos países llaman un parteaguas y en otros, un punto bisagra. O, más comúnmente, un antes y un después. El día, por ejemplo, que saliste de paseo con los amigos a un lugar campestre y eras el único que no se atrevía a lanzarse a la piscina del trampolín más alto. Después de padecer el matoneo (y a riesgo de perpetuarlo), hiciste de tripas corazón y te tiraste.

O el día que, después de perder varios oportunidades petrificado por el pánico, te decidiste a hablar con esa jovencita que te atrae, que está en tu mente todo el tiempo, y a diferencia de lo que te habías imaginado te acogió muy amablemente. Con el tiempo, recordarás que ese día comenzó una linda relación, que se fortaleció con el paso del tiempo y te brindó mucha alegría.

Si haces memoria, son incontables los momentos similares a estos que viviste en el pasado. Momentos que significaron un antes y un después en tu vida, que te enseñaron que siempre es posible enfrentar tus miedos y vencerlos y que, lo mejor, te dejaron grandes lecciones y sirvieron para superar otras dificultades. Son pequeños grandes trofeos que atesoras como si fueran oro.

Tanto en la vida como en el marketing y los negocios, el punto bisagra es uno de los recursos cruciales a la hora de contar una buena historia. Es lo que podríamos llamar el condimento de tu platillo, el que le da ese sabor especial, el que impide que pase inadvertido. Una historia sin un punto bisagra carece de sabor, es un relato plano que no consigue impactar las emociones.

Y, por si no lo sabías, el fin último de nuestro mensaje, de nuestro escrito (sea cual sea el formato que elijas) es impactar las emociones de tu lector, de tu cliente. Esto, sin embargo, no significa de manera alguna que tengas la intención de vender: ofrecer conocimiento, aportar elementos de juicio para un análisis consciente o impulsar una acción (descargar, ver un video) son otras opciones.

Lo primero que hay que decir sobre el punto bisagra o de inflexión es que se trata de uno de los elementos imprescindibles de tu relato, o historia, o mensaje. Es aquel momento en el que el protagonista toma una decisión radical que cambia el rumbo de la trama. Lo más importante es que entiendas que el punto de inflexión no es algo caprichoso, como tampoco puede ser forzado.

¿Eso qué quiere decir? Que el punto de inflexión debe ser coherente y creíble, porque, si no, tu historia va a perder credibilidad. Y algo más: la forma más conveniente de ambientar ese momento crucial es ofrecer un contexto adecuado, completo. Eso, significa ubicar a tu lector o cliente en el escenario en el que se desarrolla tu relato o historia, para que no se confunda.

Es cuando debes responder preguntas como ¿quién es tu protagonista?, ¿qué conflicto le quita el sueño?, ¿cómo llegó a esa situación?, ¿qué intentos ha realizado sin obtener resultados?, ¿cuál es el impacto de esa situación (problema) en su vida (incluido su entorno)?, y algunas más. En suma, el contexto es la autopista por la que tu lector o cliente transitará, los límites de tu historia.

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Por supuesto, incluye otros elementos como los aliados de tu protagonista y el o los antagonistas. El último ingrediente, hasta ese punto, es el conflicto, el problema. Debe estar planteado de forma clara, sin espacio para las dudas: si el conflicto no es claro, tu lector o cliente se confundirá, podrá hacerse unas expectativas equivocadas y al final, consecuencia de esto, terminar desilusionado.

Y eso no es lo que deseamos. Por el contrario, la intención es engancharlo para que se mantenga conectado a lo largo de la historia, que llegue hasta el final y, lo más importante, que tenga ganas de más. Es decir, que la próxima vez que reciba un email con un contenido tuyo no duden en hacer clic, en leerlo, y lo disfrute al punto de animarse a compartirlo con otras personas.

Una de las características necesarias del punto de inflexión es que debe ser fuerte, un golpe, un impacto, un rompimiento. Por ejemplo, tu protagonista siempre vivió en la zona de confort, pero tan pronto falleció su padre, su sustento, no tuvo más remedio que buscar un trabajo. Desde ese momento, no solo vio la vida de un modo distinto, sino que descubrió sus dones y talentos.

Otro aspecto que debes considerar en tu historia, relato o contenido es que puede haber uno o más puntos bisagra. Sin embargo, no te puedes sobreactuar, no puedes exagerar, porque le restas credibilidad a la trama. De acuerdo con el mensaje de la historia, con la extensión y con los giros que quieras darle, puedes incluir más o menos de ellos. Y, de nuevo, que sean coherentes.

Uno de los efectos que se buscan con los puntos bisagra es aportarle velocidad y acción al relato, una dosis de emoción a tu historia. A veces, muchas veces, los escritores se centran en un evento único, en un solo personaje, y a largo plazo eso no es conveniente porque la historia se torna en un monólogo, la temperatura de las emociones decae y, en consecuencia, la atención de tu lector.

El impacto del punto bisagra en la vida de tu protagonista es un tema que no puedes olvidar. No todos estos momentos de inflexión son positivos (a su favor), como tampoco todos pueden ser negativos (en su contra). Lo ideal es que cuando plantees la estructura de tu historia, cuando diseñes tus personajes, cuando determines la trama, establezcas qué puntos bisagra incluirás.

El objetivo del punto bisagra, además del ya mencionado de cambiar el rumbo de la trama, es definir el talante de tu protagonista. ¿Eso qué quiere decir? Que le permitirá descubrir una fuerza interior que desconocía, le permitirá exhibir sus fortalezas y su temperamento, revelará esa faceta de héroe que todos llevamos dentro y que solo aflora, justamente, en los momentos más difíciles.

Para aportarle mayor credibilidad al relato, es conveniente que tu protagonista cuente con algo de ayuda externa: un socio, un aliado o quizás una fuerza de la naturaleza, la que elijas. Se trata de que no pierda su condición de ser humano (débil y vulnerable), porque es importante que sirva como un modelo de éxito replicable, uno que cualquier persona pueda emular. ¿Entiendes?

En caso de que utilices más de un punto de inflexión, el último de ellos debe ser, además, el clímax de tu historia, es decir, el evento que asegura la victoria de tu protagonista, el triunfo del bien sobre el mal, el final feliz (que, ya sabes, es imprescindible). Y, para rematar con broche de oro, solo falta la moraleja, la lección, el aprendizaje, el mensaje que quieres transmitir con tu historia.

Como ves, la construcción de una historia digna de contar, de un buen relato, de un mensaje poderoso e impactante, está determinada por tu creatividad, por el vuelo que logre alzar tu imaginación, por tus vivencias y conocimiento. Es resto es cómo asumes ese rol de creador, tu capacidad para jugar con los personajes y las situaciones y, claro, tu estilo para atrapar al lector.

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Consejos para que tus historias de vida generen un impacto positivo

“Nadie reconoce el valor de lo que sabe y ha vivido hasta que lo comparte”. Desde pequeños, tanto en el seno del hogar como en el colegio nos enseñan a tener, es decir, a privilegiar lo material sobre lo espiritual. La premisa es “cuanto tienes, cuanto vales” y, por eso, lo que nos preocupa es tener, poseer, en vez de conocer, de ser, de vivir, que es lo realmente valioso.

Una de las experiencias más increíbles que puede vivir un ser humano es aquella de comprobar que lo que hace o produce desprevenidamente, sin esperar nada a cambio, provoca un impacto positivo en la vida de otros. La gratitud espontánea y emotiva de esas personas es la recompensa más valiosa a la que puedas aspirar y te brinda lecciones poderosas que son de valor incalculable.

Hace unos años, cuando publiqué mi segundo libro, titulado Santa Fe, la octava maravilla, con ocasión de la octava consagración del primer campeón del fútbol colombiano, viví momentos que jamás olvidaré. La gratitud de los hinchas es algo que no se puede describir y, por supuesto, es algo que está lejos de tu control. Sin embargo, su retroalimentación, literalmente, vale oro.

Un día, durante la Feria del Libro, tenía programada una sesión firma de libros para las 3 de la tarde. Antes de salir de mi casa, recibí la llamada de alguien de la editorial que me dijo que había una persona que me esperaba. “No programé ninguna cita”, le respondí. “Llego antes de las 3. Si me puede esperar, con mucho gusto, después de la firma de libros la puedo atender”, agregué.

La sorpresa que me llevé fue grande. Era una jovencita, por supuesto hincha de Santa Fe, a la que le habían puesto como tarea en el colegio hacer un ensayo sobre alguien a quien admirara. Ella (tristemente, no recuerdo su nombre) me eligió a mí porque había comprado el libro y, según me comentó la mamá, lo había leído menos de una semana y estaba encantada con las historias.

Entonces, decidió que le personaje de su historia debía ser yo y ese sábado, temprano, se fue a la Feria a buscarme. Finalmente, la puede atender como a las 4:30, después de cumplir con los compromisos adquiridos con la editorial. Charlamos media hora y luego nos tomamos una foto. “Nunca la había visto tan feliz como hoy”, me dijo la mamá, algo que en verdad tocó mis fibras.

Ocho días antes de este episodio, mientras conversaba con un amigo a la espera de que comenzara la firma de libros, una joven como de 22 años se acercó y preguntó por el autor del libro Santa Fe, la octava maravilla. “Es él, aprovéchalo ahora, dile que te firme el libro y te tomas una foto”, le dijo mi amigo. Lo que siguió fue una de las experiencias más embarazosas que viví.

Esta mujer comenzó a llorar y se puso tan nerviosa que no podía hablar. Cuando logramos que se calmara, nos dijo “yo debí ser la primera persona que compró el libro y ya me lo leí dos veces”. Le pedí que lo trajera para firmárselo. “Ay, lo tengo en mi casa”, respondió, al tiempo que nos explicó que esa había sido la razón de su reacción emocional. “Yo regreso la próxima semana; tráelo y te lo firmo”, la invité.

Era una joven universitaria que trabajaba en un stand cercano al de la editorial que me publicó mi libro y, con algo de incredulidad, aceptó mi propuesta. “Por favor, averigua con las personas de la editorial para qué día está programada mi firma de libros. Acá te espero”. Una semana más tarde, apareció con el libro, se lo firmé y, otra vez muy emocionada, nos tomamos unas fotografías.

¿Por qué te comparto estos recuerdos? Para que entiendas el poder de las palabras y de las emociones, para que comprendas cuán feliz puedes hacer a otros casi sin proponértelo, solo con un mensaje que les llegue al corazón. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú puedes conseguir lo mismo si te despojas de miedos y prevenciones y compartes tu conocimiento y experiencias.

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Cuando alguien se acerca y me dice que quiere comenzar a escribir, pero no sabe cómo hacerlo y no sabe de qué tema hacerlo, le sugiero que escriba pequeños relatos de experiencias propias que le hayan dejado valiosas lecciones. “Ah, pero es que eso que me pasó a mí a nadie le interesa”, es la respuesta que me ofrecen generalmente y, créeme, carece de fundamento absolutamente.

Veamos un ejemplo: si eres mamá por primera vez y estás agobiada con el cuidado de esa criatura, ¿no te interesaría saber qué hicieron otras mujeres para aprobar esta asignatura? Lo normal es que le preguntes a tu mamá, a tus amigas o a tus hermanas mayores, pero a veces lo que dicen otras mujeres, a las que no conoces, es más útil porque está desprovisto de presiones o intereses.

Otro ejemplo: todos hemos pasado por el dolor de una pérdida, bien sea un familiar, un amigo o hasta una mascota. Hacer el duelo es imprescindible para que ese episodio no se convierta en una carga y nos ayuda a cerrar el ciclo y seguir con nuestra vida. ¿Cuál es la persona indicada para que te ayuda en esta difícil etapa? Alguien que sufrió lo mismo y que nos cuente cómo logró superarlo.

¿Entiendes? En todas las situaciones de la vida, siempre habrá alguien que nos enseñe cómo salir del atasco o cómo conseguir mejores resultados. De hecho, tú puedes ayudar a otras personas que padecen el mismo problema que tú enfrentaste hace unos años o a las que, con tu conocimiento en un área específica, puedas darles luces para encontrar una solución. ¿Cómo puedes hacerlo?

A través de tu mensaje, del impacto positivo que puedes provocar con tus palabras, con tus experiencias y aprendizajes. Desde temas sencillos como, por ejemplo, qué cuidados requiere un cachorro en los primeros seis meses de vida o algunos más complejos como qué disciplina deportiva se recomienda para niños con déficit de atención o que tienen baja autoestima.

Si tú conoces la respuesta a esos interrogantes, créeme, tu mensaje es valioso para otros en la medida en que los ayude a superar el problema. No tienes que ser un especialista, ni haber estudiado la materia, solo requieres reconocer el valor de lo que sabes y compartirlo para que otros puedan disfrutarlo. Solo tienes que contar tu historia y, seguro, alguien te lo agradecerá.

Estos son algunos consejos que te ayudarán a contar esas historias, a transmitir ese mensaje de impacto que genere una emoción positiva en otras personas y les aporte conocimiento:

1.- No es el qué, es el cómo. El qué se refiere al problema, mientras que el cómo está relacionado con la solución. Enfócate en esta última y verás cómo logras llamar la atención con rapidez. Y, si lo que compartes en verdad ayuda a otros a acabar con esa situación que los atormenta, cuanto más sencillo y directo sea lo que escribes, mucho mejor. Cuéntale en detalle cómo lo hiciste.

2.- No omitas los errores. Esto es algo muy importante, porque si solo das instrucciones del tipo de una receta de cocina, cuando se enfrente a la primera dificultad se frenará, no sabrá qué hacer. Explícale cuáles fueron los errores que cometiste y cómo los corregiste o cómo lograste salir del atolladero en el que te encontrabas y hallaste la solución. Ayúdale a evitar los mismos errores.

3.- El punto bisagra. Toda buena historia tiene un punto específico que marca un antes y un después en la trama. El momento en el que se produjo algo, un chispazo o una idea loca, o quizás algo casual que te permitió desenredar el nudo y avanzar. Esta es la clase de información por la que cualquier persona estaría dispuesta a pagar y, por supuesto, si la compartes lo agradecerá.

4.- No te olvides de la moraleja. La moraleja en una historia esta representada por las lecciones que aprendimos de esa situación. Esto es oro puro para otros que padecen el mismo problema y será la razón por la cual se grabarán tu nombre. No importa si es un consejo de cocina, o uno para criar a los hijos, o uno útil para el mantenimiento de vehículo: si funciona, su valor es incalculable.

Una de las principales trabas a la hora de comenzar a escribir es aquella de creer que lo que sabemos o hemos vivido carece de valor para otros. La verdad es que adquiere valor justamente cuando lo compartimos con otros no para que nos cataloguen como expertos, sino como una vivencia que nos dejó una lección. Esa, créeme, es una historia digna de contar, digna de leer.

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9 pasos para contar buenas historias sin ser un escritor profesional

“Las historias siguen un patrón: principio – nudo – desenlace”. Esa es la guía más común que vas a encontrar si le preguntas a Mr. Google. ¿En serio crees que es así de elemental? Si es así de fácil, por qué, entonces, ¿las buenas historias son tan escasas? ¿Por qué tan pocas empresas y tan pocos emprendedores incorporan el storytelling en su estrategia de marketing de contenidos?

No, por supuesto que no es tan elemental, ni tan fácil. Quizás el cuento que le relatas a tu niño en las noches para ayudarlo a conciliar el sueño tenga esta estructura, pero una historia destinada a conectar con las emociones de tus clientes es algo más elaborado. Entre otras razones, porque tus clientes, seguramente, no son niños. Además, tú no eres el único que les cuenta historias.

Pero, vamos por partes, como decía Jack, el destripador. Los seres humanos somos contadores de historias por naturaleza. Lo hacemos todo el tiempo, inclusive sin darnos cuenta. Y lo hacemos sin una estructura formal, especialmente cuando son historias orales. Eso quiere decir que en esencia cualquiera puede ser un buen storyteller. Sin embargo, no es tan fácil como suena.

¿Por qué? Un tema es contar cuentos, relatarles a los amigos lo que nos ocurrió en el trabajo o hablarles de la nueva relación que entablaste y otro, muy distinto, es contar historias para conectar con las emociones de tus clientes y persuadirlos para que ejecuten una acción específica que a ti te interesa. Son historias, sí, pero de niveles diferentes, con objetivos diferentes.

La primera puede ser improvisada o incoherente, puede no transmitir un mensaje, puede no tener un final, no importa. La segunda, la destinada a persuadir, la que tienes que contar en tu negocio o como emprendedor, en cambio, requiere un plan, una estructura que lleve al lector del punto A al punto B y que, por supuesto, transmita el mensaje que a ti te interesa. Si no lo hace, no sirve.

Si tú quieres ser un storyteller profesional, un artista para contar historias, primero debes ser un buen escritor. Así como el médico primero debe ser general, antes de ser especialista, o el abogado, o el sicólogo. El storytelling, y esto es algo que nunca te dicen porque no les conviene, es un nivel superior de la escritura profesional. Nadie es un storyteller sin antes ser un escritor.

“¿Eso significa que, si no escribo con frecuencia, jamás seré un storyteller?”, podrás preguntarte. Sí y no. Sí, repito, si tu interés es ser un escritor profesional, si vas a producir contenido para otros o vas a generar el contenido para comunicarte con tus clientes. No, si te olvidas del esquema que mencioné en el primer párrafo (principio – nudo – desenlace) y sigues la estructura que te enseñaré a continuación:

1.- Planteamiento del problema. Toda historia requiere un punto de partido que ubique al lector en un escenario: ¿de qué se trata? ¿Por qué se cuenta esa historia en particular? En este punto, lo que se pretende es generar la identificación, que el lector se dé cuenta de que él vive ese problema, de que no está solo en este mundo, de que es algo que aqueja a otras personas más.

“Alberto había intentado varias veces abordar a Carolina, pero cada vez que quería dar el primer paso su cuerpo se paralizaba. Era una situación incómoda, que lo hacía sentir muy mal, sobre todo porque había algo que le decía que ella no era una mujer más en su vida. Además, se le había metido en la cabeza la idea de que ella también estaba interesada en él, y eso lo mortificaba más”.

2.- Contexto. Es muy, muy muy importante y casi todos los narradores de historias lo omiten. El contexto es por qué tu protagonista es así, cómo llegó a sufrir este problema, qué episodios de su niñez o de su pasado lo marcaron. El contexto brinda el escenario de la historia, nos ubica en un tiempo y en un lugar, nos permite entender las circunstancias y el origen del problema.

“Habían pasado más de dos años desde que Alberto rompió con Sofía, a la que había considerado como el amor de su vida. Fue el momento más doloroso de su vida, porque jamás imaginó que ella pudiera traicionarlo. Y lo hizo. Desde entonces, decía que no había nacido para amar y, lo peor, se había vuelto inseguro y muy desconfiado en las relaciones, convencido de que era la solución”.

3.- El protagonista. Es uno solo y tiene que ser fuerte, muy bien delineado, que sobresalga con nitidez del resto de participantes de la historia. Es necesario definirlo bien en cuanto a su comportamiento, necesidades, sueños, miedos y debilidades, porque esa es la forma en que vas a conseguir que tu lector se identifique con él. Tiene que ser, además, de carne y hueso, no un superhéroe.

“Alberto es hijo único y fue sobreprotegido. Siempre se las arregló para hacer su santa voluntad, aún a costa de sus seres queridos. No era de muchos amigos, porque era posesivo y lo que más le interesaba era ser el centro de atención. Si no lo conseguía, se convertía en una persona tóxica y eso, por supuesto, le provocó muchos problemas cuando se graduó y comenzó a trabajar”.

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4.- El antagonista. Es el malo de la película y es indispensable. Siempre tiene que haber un malo, pero no siempre tiene que ser una persona: puede ser también una situación, una enfermedad, una creencia limitante, un miedo, en fin. Es el motivo por el que el protagonista tropieza una y otra vez con la misma piedra. Su rol es hacerle la vida imposible, pero al final será vencido.

“Sentir que estaba en una situación que no podía controlar era algo que lo ponía mal, impaciente, irascible, agresivo. De hecho, por varios episodios de este estilo lo despidieron de su último trabajo, a pesar de su buen rendimiento. Su actitud perjudicaba al equipo y el jefe decidió cortar por lo sano. Por supuesto, Alberto nunca aceptó su responsabilidad, ni entendió que él era el problema”.

5.- El héroe. Muchos creen que el protagonista siempre debe ser el héroe, y no es así. De hecho, es conveniente que sean personajes independientes, en especial, si son relatos de una empresa: en este caso, el protagonista es el cliente y el héroe, tú, el propietario, el que va a proveer la solución, el que acabará con su dolor. Y, atención, no puede ser más importante que tu protagonista.

“Era tal su desespero, que tuvo que dejar atrás el orgullo y recurrir a Ana María, su prima, a la que él consideraba la hermana que nunca tuvo. Era su confidente y lo conocía mejor que nadie, conocía secretos que jamás había revelado a otra persona. Era su última esperanza porque como mujer podía entender qué pasaba por la cabeza de Carolina y, en especial, qué sentía en su corazón”.

6.- Agitación del problema. A esta altura de la historia, tu relato ya debió haber conectado con las emociones de tu lector, que además debió sentirse identificado con tu personaje porque él también pasó por algo similar. Entonces, hay que exacerbar el dolor para que acepte que, sin el concurso de otros, será vencido. Pero, atención: el dolor tiene un límite, no lo vayas a superar.

“Ana María le propuso que hiciera una fiesta en su casa e invitara a algunos amigos para que fueran con sus parejas y así el ambiente resultara favorable. Y, claro, que invitara a Carolina. Lo que nunca imaginaron que fue Carolina apareció acompañada y Alberto era el único que no tenía pareja. Eso fue como una daga clavada en el corazón, un golpe muy fuerte para su orgullo”.

7.- El punto bisagra. Si te extralimitas con el dolor, tu historia no tendrá vuelta de hoja, no habrá un final feliz y las historias con final triste no le gustan a nadie. Por eso, tiene que haber algo que cambie el rumbo de la historia, algo que marque un antes y un después, algo que incline la balanza a favor de a tu protagonista en medio de la desesperación. Es una luz de esperanza.

“Después de un rato, sin embargo, ocurrió algo inesperado: Andrés, el acompañante de Carolina, no era su pareja, sino su hermano, al que convidó porque tenía pánico de estar sola con Alberto. Ella también se sentía muy atraída, pero la inseguridad de él la desconcertaba, la confundía. Lo llevó como escudo, pero no pasó mucho tiempo antes de que Andrés se distrajera hablando de fútbol, su pasión”.

8.- La solución. Es el momento en que el héroe asume su rol y actúa para acabar con el dolor del protagonista, para proporcionarle una salida. Tiene que ser convincente, contundente, algo que solo una persona especial, con superpoderes, pueda ejecutar. Pero, cuidado: también tiene que ser creíble, o la historia pierde validez. Recuerda que no todas las historias son ciencia ficción.

“Ana María se dio cuenta de inmediato y le dijo a Alberto que era hora de tomar la iniciativa. ‘Es hoy, ahora, o la pierdes para siempre’, le dijo. Luego, se encargó de programar la música y, claro, eligió las canciones que, sabía, le llegaban al alma a su primo. Cuando Alberto la invitó a bailar, Carolina también sabía que era ‘su momento’: por el resto de la noche, no hubo poder humano que los separara”.

9.- La moraleja. Es la parte más importante de tu historia y también la que más suele olvidarse. Es el epílogo de la película, la lección que transmite tu mensaje, el aprendizaje que arroja la experiencia que narraste. Una historia sin moraleja queda inconclusa y la historias inconclusas no le gustan a nadie. Además, y esto es superimportante, debe incorporar el final feliz, la transformación.

“Tras esa noche, esa maravillosa noche, Alberto entendió que tenía que cambiar, que no podía dejar que su ego y su temperamento causaran más problemas. Y entendió también que la mejor compañera en esa aventura era Carolina. Ella, por su parte, descubrió un hombre sensible y noble, justo como lo había soñado, y se comprometió a ayudarlo a dejar atrás ese pasado de tristezas”.

¿Cómo te pareció? ¿Demasiado difícil? ¿Crees que puedes hacerlo? Sí, claro que puedes hacerlo. Si sigues el esquema que te propuse, ¡puedes hacerlo! Por supuesto, la clave está en practicar una y otra vez, hasta que desarrolles la habilidad y se vuelva algo entretenido para ti. Inténtalo, crea una historia a partir de algo que te haya sucedido y pon en práctica estos 9 pasos: te sorprenderá el resultado…