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¿Conoces el método creativo de Walt Disney? Te digo cómo aprovecharlo

La pereza, además de un pecado capital, es una de tantas verdades hechas a partir de la reiteración que nos sirve como una plácida zona de confort. Aunque nos provoque un poco de sonrojo, debemos admitir que los seres humanos, todos, somos perezosos. Es decir, en determinadas circunstancias somos flojos, holgazanes para cumplir con algunas tareas.

Es lo que está detrás de aquellas máximas “no puedo”, “no nací para esto”, “lo he intentado y no lo conseguí” y otras más que aprendemos a partir del ejemplo de otros. Frases fáciles que creemos nos van a liberar de la responsabilidad, y de hecho a veces así es. Sin embargo, casi nunca nos despoja de la culpa, que la cargamos como una pesada lápida. Es algo agotador.

Nos rendimos fácil, es la verdad. Renunciamos a nuestros sueños sin darnos cuenta de que son más que una ilusión. ¿A qué me refiero? Cumplir un sueño puede llegar a cambiar el rumbo de tu vida. Entre otras razones, porque es la demostración de que “sí puedes”, “de que sí naciste para conseguir lo que quieras”. Esta, como cualquier moneda, tiene dos caras.

Lo que sucede es que no todos estamos dispuestos a pagar el precio que corresponde. Porque nada es gratis en la vida, en especial, lo bueno. Aprender un segundo idioma implica un esfuerzo, disciplina, trabajo y disposición. Hay algunos más sencillos de aprender porque son afines a tu lengua nativa, pero es posible aprender cualquier idioma, sin limitación.

De hecho, hay personas que dominan a la perfección (hablado y escrito) más de 10 idiomas. O, quizás, conoces a alguien que es muy bueno (mejor que el promedio) en varios deportes, lo que implica aprender los fundamentos de la técnica y ponerlos en práctica. El mensaje que te quiero transmitir es que los seres humanos disponemos de lo necesario para aprender.

Y cuando digo “lo necesario” no significa que ya lo sabemos todo, sino que lo podemos aprender todo. Y no solo eso: con dedicación, disciplina y trabajo, podemos ser buenos en lo que nos propongamos. No hay más límites que aquellos que te imponen tu mente, los hábitos adquiridos y tus miedos. Sin embargo, a estos rivales los puede vencer.

Una de las manifestaciones más comunes de esta creencia limitante es aquella de pensar, y asumir, que no somos creativos. O, en otras palabras, que la creatividad es un don especial que les fue concedido a unos pocos. Y no es cierto: todos, sin excepción, somos creativos, aunque en distintas áreas o tareas. Lo primordial es descubrir en cuál, y aprovecharla.

El diccionario nos dice que creatividad es “la facultad de crear” y nos ofrece como sinónimos “inventiva”, “imaginación”, “ingenio” y la tristemente malinterpretada y nunca comprendida “inspiración”. A primera vista, sin embargo, el diccionario no nos dice lo más importante. ¿Sabes a qué me refiero? A que se trata de una capacidad innata, de una habilidad.

Ya lo había mencionado antes: todos los seres humanos, sin excepción, podemos aprender lo que queramos. Y no solo eso: también podemos ser muy buenos en esa actividad, sea cual sea. Pintar, cantar, correr, nadar, escribir, interpretar datos, diseñar, cocinar, enseñarles a otros, en fin. No hay límites, repito. Sin embargo, la clave está en la palabra facultad.

¿Sabes cuál es su significado? “Poder o derecho para hacer algo”, así como “Aptitud, potencia física o moral”, cuyos sinónimos son “capacidad”, “inteligencia” y “talento”, entre otros. Entonces, descubrimos algo que, a mi parecer, es superpoderoso: la creatividad, esa facultad que muchos creen es un don, en realidad se trata de una decisión, de una elección.

Es decir, tú eliges en qué quieres ser creativo. O, de otra forma, tú pones los límites. Si tú decides ser creativo para aprender inglés, lo harás y seguramente en un nivel superlativo, al punto de no desmerecer ante un nativo. O, quizás, eliges ser un muy buen diseñador y lo consigues a partir de tu aprendizaje, de tu dedicación, de tu disciplina, de tu creatividad.

Ahora, te voy a revelar un secreto que seguramente desconoces y que, si lo aprovechas, si lo sabes adaptar a tu trabajo creativo, cambiará los resultados (y quizás cambie también tu vida). Vamos: la creatividad es producto de un método. A lo mejor piensas “es lógico” o, más bien, “es una locura”. No importa cuál opción tomes, porque te daré un ejemplo irrefutable.

Uno de los seres humanos que fue etiquetado como genio, como creativo en nivel superlativo, fue Walt Disney. No tengo que decirte quién fue, porque todos lo disfrutamos desde la niñez con sus maravillosas creaciones. Su habilidad se manifestaba a través de dibujos animados, de caricaturas, que fueron la base de sus películas. Ese era el insumo, pero faltaba más.

Robert Dilts, uno de los mayores impulsores de la Programación Neurolingüística, autor de varios libros sobre el tema, y experto en la PNL aplicada a la creatividad, desentrañó el método creativo de Disney. Estableció que contempla tres etapas y junto con su equipo de trabajo se dio a la tarea de aplicar y replicar estos conceptos en el ámbito empresarial.

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Estos son los roles o etapas del proceso creativo de Walt Disney:

1.- El soñador.
Walt Disney solía repetir esta frase: “Si puedes soñarlo, puedes crearlo. Recuerda que esto comenzó con un ratón”. El punto de partida de todo proceso creativo, cualquiera, es una idea. Tan solo una idea. Ni siquiera una buena idea, o una genial. Y las ideas, todas, quizás ya lo sabes, están en ti: en tu conocimiento, valores, principios, experiencias y, claro, sueños.

Deja volar la imaginación, libre, caprichosa. Y nútrela, para que te permita generar nuevas y mejores ideas. Lee, haz ejercicio, aliméntate bien, haz lo que te gusta, medita, pasa tiempo de calidad con tu familia y seres queridos, sé generoso con quienes tienes menos que tú. Y algo más: observa, escucha, abre tus sentidos a las experiencias más simples de la vida.

2.- El realista.
La magia de las creaciones de Disney radica, entre otras razones, en que la delgada línea que divide la imaginación de la realidad es difusa unas veces y otras, magistralmente manejada. Todo lo que el hombre ha creado desde siempre incorpora una dosis de realidad y la razón es muy sencilla: nuestro cerebro crea a partir de lo que ya conoce, de lo que le has enseñado.

Otro aspecto que debes considerar: ¿qué tan atractiva es esa idea, esa creación, para otras personas? Y algo más: ¿en ese justo momento cuentas con los recursos necesarios para crear lo que imaginas? ¿Qué hace falta? ¿Cómo lo conseguirás? El proceso creativo de cualquier idea, de una buena idea, requiere un polo a tierra que aporte credibilidad.

3.- El crítico.
Olvídate de caer en la misma trampa en la que se extinguen las buenas ideas. ¿Sabes cuál es? Enamorarte de ella, pensar que es perfecta, asumir que le encantará a todo el mundo. En esta etapa del proceso se trata de mirar tu idea en perspectiva y detectar eventuales vacíos o debilidades que puedan manifestarse más adelante y, lo más triste, echar a perder la idea.

De lo que se trata es de blindar tu idea para que pueda convertirse en el producto creativo que tanto anhelas, el que soñaste. Ponlo a prueba con tu familia, tus amigos, con algunos compañeros de trabajo, con alguien con quien no tengas relación. Validar es fundamental porque nos permite identificar los errores en un escenario que podemos controlar.

¿Eso es todo? No, es la punta del iceberg. ¿A qué me refiero? Siempre se requiere algo más, porque como mencioné al comienzo, la idea, la mejor de las ideas, es tan solo el comienzo. Para que se convierta en una creación que valga la pena compartir, que sea apreciada por quienes la reciben y, en especial, que les aporte valor, se requiere que la rodees bien.

Es decir, que tu creación contemple todos los elementos de una buena historia. Como las de Disney, no lo olvides. Es decir, que esté en capacidad de conectar con las emociones de la audiencia y, no sobra recalcarlo, emocionarla, conmoverla y, sobre todo, inspirarla. Que a través de la identificación cada persona se sienta parte de la historia, quiera ser parte de ella.

Moraleja: la creatividad no es un don y tampoco está determinada por la inspiración. Es una capacidad innata del ser humano, por un lado, y una habilidad que se desarrolla, se potencia, se fortalece, por otro. Las buenas ideas están dentro de ti, pero para que se transformen en creaciones que valgan la pena es necesario cultivarlas, mimarlas, para que la cosecha sea buena.

Y no puedes olvidar algo básico: la mejor idea del mundo se diluirá en el camino si no está respaldada por un plan y una estrategia. Es decir, a quién va dirigido tu mensaje, cuál es el objetivo que persigues, por qué le ha de interesar a otros esa idea (o creación) y cuál es el valor que le aportarás con esa creación. Estos elementos blindarán tu proceso creativo.

Lo que me interesa que aprendas es que un proceso creativo es algo personal, único. Cada uno tiene el suyo y, por más que quieras, no puedes copiar el de otro. Puedes, sí, tomar su modelo y adaptarlo al tuyo, pero recuerda que una creación, cualquiera, surge de esencia. Y eso, precisamente, es lo que la hace valiosa. En este caso, no vale el odioso copy +paste.

Así mismo, me encantaría que entiendas, y aceptes, y pongas en práctica, que dentro de ti hay un genio. ¡Sí, un genio! Que está a la espera de que frotes la lámpara y le asignes una tarea. De eso se trata, precisamente. No olvides lo que dijo Walt Disney: “piensa, sueña, cree y atrévete”. Atrévete porque la vida te brinda un privilegio de ser inolvidable con tu historia.

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Realidad e imaginación: cómo gestionar esta mezcla para ser mejor escritor

A veces, la mayoría de las veces, no lo percibimos. O, quizás, nos damos cuenta, pero de inmediato miramos hacia otro lado, distraemos la atención. La vida, nuestra vida, es una combinación de realidad y ficción o, dicho de otra forma, lo que en verdad vivimos y lo que creemos que vivimos. Esto, seguramente lo sabes, se aplica tanto a los acontecimientos positivos como a los negativos.

Sucede, por ejemplo, cuando conocemos a una persona que nos atrae, nos llama la atención. Aunque quizás solo pasamos unos minutos con ella, aunque fueron pocas las palabras que cruzamos, aunque es poco o nada lo que sabemos de ella, en nuestra mente hay una relación. Nos imaginamos momentos felices que aún no llegaron, soñamos momentos que quizás no se darán.

Sucede, por ejemplo, cuando tenemos la oportunidad de viajar, en especial a uno de esos lugares que nos atraen como imán. Bien sea por su cultura, por su historia, por sus paisajes naturales, por su gastronomía, por alguna personalidad que nació allí. Antes de llegar, mucho antes, la mente nos paseo por sus calles, nos hace sentir el frescor de la brisa, nos derrite el paladar con sus menús.

La capacidad de imaginación del ser humano, de cualquier ser humano, es ilimitada. Por supuesto, algunos la hemos desarrollado mejor que otros, la utilizamos como una poderosa herramienta, la hemos explotado en un nivel superlativo y la disfrutamos. No es un talento, o un don, mucho menos un privilegio reservado para unos pocos: es una habilidad que todos poseemos.

La otra cara de la moneda es la razón, una capacidad exclusiva del ser humano, precisamente la que nos distingue del resto de especies. Podemos ejercer control sobre nuestros actos, sobre nuestras decisiones; podemos controlar las emociones y los instintos. Podemos, aunque a veces, muchas veces, no lo hacemos. ¿Por qué? Porque la razón está ligada a la responsabilidad.

¿A dónde quiero llevarte con esta reflexión? A que te des cuenta de que los seres humanos somos una mezcla de razón e imaginación. Una mezcla que, es importante entenderlo, no es estática, sino que se moldea a las circunstancias. A veces, de manera inconsciente; otras, por fuera de nuestro control. Y está bien, porque así es la naturaleza, porque así somos todas las personas.

A veces, quizás porque nos cuesta aceptar la realidad que vivimos, la vida que hemos construido; quizás porque nos dejamos llevar por las emociones, permitimos que la imaginación vuele de más y nos provoque inquietud y temor, nuestra vida se restringe a una lucha incesante, desgastante. ¿Entre qué y qué? Entre la imaginación y la razón. La verdad, sin embargo, es que no tiene sentido.

¿Por qué? En esta batalla, seguramente ya lo sabes (o por lo menos tienes sospechas) no hay un ganador, tampoco, un perdedor. ¿Por qué? Porque el rival al que enfrentas eres tú mismo, tus creencias limitantes, tu ignorancia sobre algunos temas, tu falta de autoconocimiento, tus miedos a enfrentar las circunstancias que has creado. Si no te detienes, solo conseguirás autodestruirte.

Y no es lo que deseas, ¿cierto? Más bien, ¿por qué no aprendes a aprovechar esa dualidad, esa rivalidad entre imaginación y razón? Por si no lo sabías, son la materia prima básica de cualquier escritor. Olvídate de la tan cacareada inspiración (las musas o como la quieras llamar), del talento, de los dones y de tantas otras falacias que han hecho carrera en el imaginario popular.

Lo que sucede es que no lo vemos así, no las vemos así. ¿A qué me refiero? A que cualquier persona puede ser un buen escritor. ¡Tú puedes ser un buen escritor! Que no necesariamente significa millonario o afamado, que es el modelo que nos venden, pero que solo unos pocos alcanzan. Se trata, en esencia, de desarrollar la capacidad de transmitir mensajes persuasivos.

Mensajes que motiven, que inspiren, que eduquen, que entretengan, que ayuden a generar cambios positivos en la vida de otras personas, que las impulsen a transformarse. ¡Tú puedes ser el buen escritor que cause este efecto! Y una de las asignaturas que debes aprobar en ese camino es, precisamente, aquella de aprender a utilizar esa poderosa mezcla de imaginación y razón.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que actuamos a partir de la imaginación, que se manifiesta a través de las traviesas y caprichosas emociones, y luego nos justificamos con la razón. Así en todas y cada una de las actividades de la vida, en todas y cada una de las decisiones de la vida, en todas y cada una de las acciones que realizamos en la vida.

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Sucede cuando aceptas un trabajo o tomas la decisión de cambiar. Cuando le pides matrimonio a tu pareja. Cuando solicitas un préstamo en el banco para adquirir un auto de lujo que no puedes pagar de contado. Cuando miras la vitrina de un almacén y, al fondo, ves ese suéter que tanto habías buscado y lo compras, aunque está fuera de tu presupuesto. Y así sucesivamente…

El obstáculo con el que muchos se enfrentan a la hora de comenzar a escribir, en especial cuando no han desarrollado la habilidad, cuando no han cultivado el hábito o, peor aún, cuando se dejan llevar por sus miedos, es que le apuestan todo a la razón. Es decir, dejan de lado la imaginación con la excusa de que “la inspiración nunca llegó”, pero sabemos que esa es una gran mentira.

El origen del obstáculo es eso que llaman objetividad, que como la inspiración o el tal bloqueo mental no existe. Nadie, absolutamente nadie, puede ser objetivo. Porque, valga recalcarlo, en este tema no hay puntos intermedios, no hay matices: 0 o 100, todo o nada. Nadie es 50 % objetivo o 99 % objetivo; eso no existe. Sin embargo, muchos tropiezan con esa piedra.

De lo que se trata es de ser fiel a la realidad, a los hechos, relatarlos tal y como sucedieron. El problema es que, aunque hagas tu mayor esfuerzo, nunca podrás evitar que las emociones, que tus creencias, que tus valores y principios entren en juego. ¡Siempre estarán presentes, siempre! Por eso, aunque tú y yo seamos testigos de una realidad, cada uno la ve e interpreta a su manera.

Un ejemplo: podemos estar sentados en un sofá viendo un partido de fútbol y ser hinchas del mismo equipo. Sin embargo, cada uno verá su propio partido, uno distinto, al vaivén de sus emociones, de sus percepciones. Cada uno valorará aspectos distintos, recordará momentos diferentes, criticará jugadas distintas, se hará una idea del resultado diferentes de la del otro.

Cuando vas a escribir y eres novato, o no cuentas con experiencia profesional, es común caer en esta trampa. Sin embargo, ya sabes que para cada problema hay una solución (al menos una). En este caso, la solución es darte licencia para apartarte de la realidad, del espacio de la razón, y aprovechar lo que la imaginación (la creatividad) te pueden aportar. Que es mucho, por cierto.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, somos creativos. En distintas facetas o actividades de la vida, es cierto, pero todos somos creativos. Así mismo, todos necesitamos de la creatividad en lo que hacemos, sin importar a qué nos dedicamos: el abogado, el médico, el obrero, el jardinero, el deportista, el profesor, el panadero y el escritor necesitan la creatividad.

Que, y esto es muy importante, no significa estrictamente crear de cero. Es decir, no tienes que crear una nueva realidad, porque la realidad ya está creada. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “no es necesario reinventar la rueda”. Se trata de contar esa realidad con tus propios ojos, dejándote guiar por tu conocimiento y experiencias, por tus emociones.

Como en el caso del partido de fútbol. Por supuesto, debes entender que hay un límite razonable entre recrear la realidad (verla desde tu perspectiva y relatarla) y llegar a los terrenos de la ficción. ¿Por qué? Porque aquí es posible darles juego a elementos o hechos que no son reales. ¿Cuáles, por ejemplo? Animales que hablan, seres humanos con alas o los tradicionales superhéroes.

Es un recurso válido, un estilo que tiene muchísimos adeptos, pero no es lo mío. Lo mío es ver la realidad, interpretarla y recontarla. Sazonarla con mi conocimiento, experiencias, creencias y emociones tratando de brindarles a mis lectores un platillo delicioso. A veces se logra y otras, no. Esa es la realidad. Por eso, no queda otro camino que escribir y escribir, trabajar y trabajar.

Una de las tareas primarias de un escritor, en especial de los que no tienen experiencia, es la de aprender a darse licencia. ¿A qué me refiero? A perder el miedo de contarle al mundo cómo lo ves, cómo lo sientes, expresar qué te gusta y qué te disgusta, con qué estás de acuerdo y con qué no. ¿Por qué nos cuesta trabajo? Por el bendito qué dirán, por temor a la crítica o la desaprobación.

Escribir, amigo mío, es, como lo he mencionado otra veces, un acto soberano de rebeldía, la máxima expresión de libertad. Mientras escribes, eres Dios. Quizás posees el conocimiento, quizás ya desarrollaste la habilidad, quizás tienes un mensaje poderoso, pero te faltan cinco centavitos para el peso: aprender a dominar la mezcla de imaginación y razón para recrear la realidad y contarla.

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Cómo la imaginación llena los vacíos del conocimiento

La línea entre la realidad y la ficción, o la imaginación, es muy delgada. De hecho, con frecuencia la traspasamos, aun sin darnos cuenta. Y es inevitable, sin duda, no solo porque es la naturaleza del ser humano, sino también porque es imposible controlar la mente, que es traviesa, caprichosa, que nos juega malas pasadas. Que, además, es infinitamente poderosa.

Tan poderosa, que muchas veces, en muchas circunstancias, no somos capaces de saber a ciencia cierta si vivimos en la realidad o en la ficción (imaginación). Nos montamos películas, vemos enemigos que no existen, creamos escenarios que solo están en nuestra mente y nos mortificamos por situaciones o hechos que no se dieron o que se dieron de una forma distinta.

Quizás lo sabes, quizás lo has experimentado, la mayoría de los males que nos aquejan a los seres humanos están en nuestra mente, surgen de nuestra mente. Así mismo, habrás escuchado que los pensamientos tienen poder curativo y de transformación: lo que piensas y aquello en lo que crees determina lo que haces, tus comportamientos, hábitos y deseos.

La clave radica en que tu vida tenga más realidad que ficción (imaginación), porque de lo contrario la puedes pasar muy mal si vives en un mundo irreal. Esta, seguramente lo sabes, es una premisa que se aplica a todas las actividades de la vida y, por supuesto, la escritura es una de ellas. Pero, no solo la escritura: cualquier forma o especialidad de creación que elijas.

Por allá en el lejano año 1981, cuando a Gabriel García Márquez le otorgaron el premio Nobel de Literatura, los periodistas colombianos corrieron a Aracataca, su pueblo natal, un lugar polvoriento, caluroso y enigmático, con la intención de saber más de Gabo. Una de las paradas obligatorias era la casa natal del laureado escritor, donde los atendía doña Luisa Santiaga Márquez.

Ella, la madre de Gabo, con gentileza y paciencia, también con una encomiable naturalidad, respondió todos los interrogantes. Algunos de ellos, decenas de veces, porque las preguntas se repetían. Una de esas, de las más frecuentes, era cómo Gabo había aprendido (o quién le había enseñado) a crear esos personajes e historias fantásticas que maravillaban a los lectores.

No tengo ni idea. Lo único que les puedo decir es que todo lo que Gabo escribió es cierto porque a él se lo contaron”, decía la matrona. Por supuesto, nadie, absolutamente nadie, a excepción del propio escritor, sabía qué tanto de cada personaje, qué tanto de cada historia, era realidad y cuánto era ficción (imaginación). O, probablemente, ni él mismo lo sabía.

Y este, a mi juicio, es uno de los mayores poderes de la escritura, de la mente humana: puedes crear lo que sea, inclusive un mundo nuevo, y vivir allí aunque sea solo un rato, mientras lees. O puedes convertirlo en tu refugio privado, secreto, un espacio al que solo tú tienes acceso y en el que te sientes libre por completo. Sin ataduras, sin límites, sin preocupaciones.

Como lo mencioné en algún artículo anterior, escribir es el acto de rebeldía más increíble del ser humano. Entendiendo eso de la rebeldía como la resistencia a ser encasillado, a vivir una vida ajena condenado a seguir los patrones impuestos por otros; como la decisión voluntaria y valiente de vivir la vida bajo tus propios términos y aceptando los riesgos que esto implica.

De eso, justamente, se trata el privilegio de escribir: de hacerlo bajo tus propios términos, los que tú eliges, sin límites, y aceptando los riesgos que se presentan en camino. Aceptarlos y enfrentarlos, enfrentarlos y disfrutarlos. Un de los ineludibles es la creación de los personajes y de las situaciones (contexto) que le dan forma a tu historia, que le dan vida a tu historia.

Y este, créeme, es uno de los obstáculos más complicados para muchas personas, para la mayoría. ¿Por qué? Porque requiere darle rienda suelta a tu imaginación, dejar que tu creatividad vuele libremente. Y no saben cómo quitarse las ataduras, no saben cómo despojarse de los miedos y de las creencias limitantes, del peso de los errores del pasado.

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Por eso mismo, a lo mejor no lo sabías, escribir es también un acto de valentía. Las experiencias más ricas, más poderosas y las que te permiten generar mayor identificación con las personas que leen tus textos son aquellas que, irónicamente, más pánico nos producen. ¿Por qué? Porque son las que nos obligan a enfrentarnos a nuestros demonios internos.

Esa es la razón, una de las razones, por las que cuando creamos un personaje o una situación para una historia o un relato no podemos basarnos por completo, al ciento por ciento, en algo real, en una persona. “Nunca terminarás de conocer a una persona”, reza una popular frase. Le agregaría “ni a ti mismo”, porque hay mucho de nosotros mismos que desconocemos.

Son esas misteriosas profundidades de la mente y del corazón del ser humano que, quizás, sea mejor no explorar. Pero, no importa porque, al fin y al cabo, disponemos de un maravilloso recurso que nos permite llenar ese vacío: la imaginación (creatividad). Es lo que nos brinda la posibilidad de convertir en bueno lo malo, en hacer un villano de un héroe… ¡genial!

El de la realidad y la ficción es un círculo virtuoso: la una nutre a la otra, una se nutre de la otra. No hay realidad sin ficción y, por supuesto, no hay ficción sin realidad. En este caso, distinto de lo que ocurre con el huevo, sí sabemos qué fue primero: la realidad. Primero conocemos lo que el mundo nos ofrece y luego, a través del poder de la mente, lo recreamos, lo adaptamos.

Es usual que, cuando vas a escribir una historia, tomes algún modelo de la realidad. Sobre todo, a la hora de crear tu protagonista. La tendencia que seguimos, porque es lo que nos enseña el mercado, es tomar el modelo de alguien que conocemos, de alguien que nos es muy familiar, alguien muy cercano, y lo involucramos en la trama. Sin embargo, no siempre es bueno.

No si lo que haces es un copy+paste, es decir, si el protagonista de tu historia es, por ejemplo, tu abuelo o un amigo o una pareja que tuviste en el pasado. Recuerda: “Nunca terminarás de conocer a una persona”, así que ese modelo no es suficiente para tu relato. Para que no se noten los vacíos, tienes que echar mano de la imaginación, debes retocar a tu personaje.

El personaje o la situación en la que se desarrolla tu historia (el contexto) siempre es una mezcla de realidad y ficción. Siempre. Toma solo los rasgos más característicos de esa persona real que conoces y agrégale los matices que desees, surgidos de tu imaginación. Por supuesto, debe haber coherencia, debe ser creíble, debe tener un sentido y un propósito para tu historia.

Más que aquello que puedas leer (que no se puede descartar, por cierto), la mejor fuente de información para un escritor, para alguien que desea transmitir un mensaje, es su realidad. Sí, las experiencias que vive, las lecciones que surgen de sus errores, las interacciones que tiene con otras personas y con su entorno y, de manera muy especial, con sus emociones.

Una de las características que distingue a los buenos escritores es la capacidad para conectar con otras personas, para identificarse con ellas, a través de las emociones. Tu miedo quizás sea distinto del mío, pero es miedo al fin. Gracias a las emociones, nos acercamos a otros, nos sentimos acompañados, nos ayudamos unos a otros. Gracias, también, a la imaginación.

El oficio de escribir, en cierta forma, es muy similar al de cocinar: todos los chefs pueden preparar una deliciosa pasta con los mismos ingredientes, pero cada uno, gracias a la imaginación, le dará toque personal. ¿Entiendes? Y en esos, justamente en eso, radica la genialidad de cada uno, aquello que lo hace diferente y por lo que un comensal lo elige.

No te frenes simplemente porque no lo sabes todo, porque no lo conoces todo. Nadie, absolutamente nadie, lo sabe todo. Y, aunque se antoje una contradicción, es lo mejor. ¿Sabes por qué? Porque, entonces, puedes echar mano del maravilloso recurso de la imaginación, de la creatividad, una facultad única del ser humano que te permite ser el amo del mundo, de tu mundo…

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