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Porqué conocer las emociones básicas le dará poder a tu mensaje

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Están presentes en todos los seres humanos, sin excepción. Nos acompañan desde que nacemos hasta el último instante de la vida. Son incontenibles y contagiosas. Independientemente de la raza, la cultura, el nivel de educación o el lugar de nacimiento, son comunes en todas las personas. Así mismo, cualquiera puede aprenderlas y son indispensables para relacionarnos unos con otros.

¿Sabes a qué me refiero? A las coquetas, traviesas, caprichosas y traicioneras emociones. Sí, esas señoritas que nos acompañan a lo largo de la vida y son las responsables de nuestras dichas y desdichas. De ellas se habla mucho, se tienen creencias sin fundamento (mitos apoyados en el imaginario popular) y se les ha estudiado por décadas sin conseguir unificar conceptos.

Son rebeldes, almas libres que nadie puede atrapar, que nadie puede controlar. En el mejor de los casos, se puede aprender a gestionarlas, que en la práctica significa reducir el impacto que están en capacidad de producir en cada ser humano. Una tarea que no es fácil, por supuesto, dado que no hay un acuerdo acerca de cuántas y cuáles son en realidad. Las definiciones son ilimitadas…

Una definición básica de las emociones es que se trata de la respuesta automática que emite el cerebro a un estímulo recibido, interior o exterior. Por ejemplo, el dolor cuando nos golpeamos con un mueble o la risa que se desata al escuchar o ver algo que nos resulta gracioso. O el llanto que surge cuando experimentamos una inmensa alegría o, también, profunda tristeza o dolor.

En esencia, las emociones son señales de alerta que el cerebro utiliza para informarnos acerca de algo que lo inquieta. Dado que una de sus tareas primordiales es protegerte, hace uso de estas herramientas para prevenirte de peligros o provocar acciones inmediatas. ¿Por ejemplo? Corres cuando escuchas un estallido, gritas cuando algo te asusta, abrazas a alguien para compartir una alegría.

Robert Plutchik, un afamado sicólogo estadounidense, creó la que se considera la herramienta fundamental para identificar las emociones básicas. Se trata de la rueda de las emociones. ¿Sabes qué es? Establece 8 emocionesbásicas: alegría, confianza, miedo, sorpresa, tristeza, aversión, ira y anticipación. De cada una se desprenden parejas que están estrechamente relacionadas.

Hay tres niveles de parejas:

1.- Nivel primario:
Alegría más confianza redunda en amor
Alegría más anticipación, en optimismo
Confianza más miedo, en sumisión
Miedo más sorpresa, en alarma
Sorpresa más tristeza, en decepción
Tristeza más asco, en remordimiento
Asco más ira, en desprecio
Ira más anticipación, en agresión

2.- Nivel secundario:
Alegría más miedo redunda en culpa
Alegría más ira, en orgullo
Confianza más sorpresa, en curiosidad
Confianza más anticipación, en fatalismo
Miedo más tristeza, en desesperación
Sorpresa más asco, en incredulidad
Tristeza más ira, en envidia
Asco más anticipación, en cinismo
Ira más tristeza, en envidia

3.- Nivel terciario:
Alegría más sorpresa redunda en deleite
Alegría más asco, en morbosidad
Confianza más tristeza, en sentimentalismo
Confianza más ira, en dominación
Miedo más asco, en vergüenza
Miedo más anticipación, en ansiedad
Sorpresa más ira, en indignación
Tristeza más anticipación, en pesimismo

Según el experto, las emociones nos ayudan tanto a conocernos a nosotros mismos como a conocer a otros. Y no solo eso: algo muy importante es que la identificación de las emociones nos permite entendernos. Además, establecer y fortalecer lazos a través de los cuales interactuamos y nos relacionamos. Del mismo modo, son útiles para adaptarnos a las circunstancias del momento.

Paul Ekman, otro sicólogo estadounidense, nos ofrece otra visión: profundizó en el estudio de las emociones y su expresión facial. Como resultado de sus investigaciones, estableció seis emociones básicas, las mismas de las que habló Plutchik. Identificó otras, a las que llamó secundarias, que a menudo surgen de la combinación de dos o más primarias y son más complejas, más elaboradas.

¿Por qué? Porque sus manifestaciones están influenciadas por factores cognitivos, culturales y personales, y pueden variar de forma significativa entre individuos y culturas. Es la razón por la que un comportamiento determinado en un país es considerado normal, hasta jocoso, mientras que en otro resulta ofensivo y es rechazado. O que a ti algo te produzca miedo y a tu hermano, ira.

Otros especialistas han hablado de emociones positivas y emociones negativas. Sin embargo, hay que tener cuidado en su interpretación: no es que haya emociones buenas o malas, sino que sus manifestaciones nos resultan agradables (positivas) o desagradables (negativas). Por supuesto, no hay normas establecidas y cada persona las expresa distinto, en función de las circunstancias.

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Ahora, otro aspecto importante: la diferencia entre emociones y sentimientos. En el lenguaje común, especialmente el verbal, suele asimilarse, asumirse, que son iguales, y no es así. La diferencia radica en que los sentimientos son interpretaciones subjetivas y conscientes de las emociones. Son más duraderos e intensos y están influenciados por creencias, experiencias y pensamientos.

La razón por la cual a veces, muchas veces, no entendemos nuestros sentimientos, o ignoramos el origen de esa manifestación, es porque creemos que es una emoción. En realidad, desconocemos o no hemos identificado cuál es la emoción real que está detrás de ese sentimiento específico. Una confusión que, por supuesto, abre la puerta para que las emociones hagan sus travesuras.

La conclusión es que los seres humanos somos complejos y, sobre todo, impredecibles. Sin embargo, una vez conocemos estos fundamentos de las distintas teorías de las emociones es posible desvelar algunos de nuestros secretos. En otras palabras, nos permite comprendernos mejor, aceptarnos y tolerarnos, y de la misma manera relacionarnos con otras personas.

Este tema de las emociones, por si no lo sabías, es responsable del éxito o fracaso de tus estrategias de contenidos. También, de que tus contenidos y mensajes compartidos con el mercado produzcan el impacto que tú deseas. Ojo: no es una de esas fórmulas mágicas que pregonan los vendehúmo, sino las herramientas más poderosas de las que dispones en tu intención de ser más persuasivo.

Muchas marcas (empresas y personas) hacen caso omiso de esto y se van por otro camino. ¿Sabes cuál es? El de apuntar sus contenidos, sus mensajes, a nuestro otro yo: el racional. Además, se apalancan en el miedo, en el dolor de sus clientes potenciales, para tratar de conseguir que tomen una decisión de compra en el menor tiempo posible. Sin embargo, obtienen un resultado distinto.

¿Cuál? El rechazo. Que se da porque la compra, siempre, es la respuesta a un impulso emocional. La razón solo entra en juego después de que la compra está consumada con el objetivo de justificar esa decisión, de evitar el sentimiento de culpa, de sentirnos bien. Ir por el camino racional se traducirá en enfrentar objeciones, la resistencia de tu cliente y malgastar tus energías.

Una de las premisas básicas del marketing nos dice que debes conocer a tu cliente potencial de manera profunda, “mejor que a ti mismo”. Sin embargo, muchos, la mayoría, omiten esta tarea o se limitan a llenar el tradicional mapa de empatía, que en el pasado fue muy útil, pero hoy es una herramienta limitada. ¿El resultado? Se dan cuenta de que intentan conectar con un desconocido.

Para conectar con esas personas a las que puedes ofrecerles una solución debes aprender a identificar sus emociones básicas. Saber qué lo hace sentirse alegre, qué le produce miedo, por qué se enfada, qué lo entristece, qué lo sorprende, a qué le tiene aversión y qué eventos provocan la anticipación. Cuanto más precisa sea la información que poseas, mejores resultados obtendrás.

Cada ser humano experimenta y expresas sus emociones de manera particular, única, en función de su historia de vida. Esto significa de su conocimiento, de sus experiencias, del aprendizaje de sus errores, de sus logros, de sus sueños. Y todos, sin excepción, manifestamos las emociones todo el tiempo, le decimos al mundo cómo nos sentimos, casi siempre de manera inconsciente.

La mejor herramienta para hacer esta tarea de identificar las emociones de tus clientes potenciales y conectar con ellas es el contenido. ¿Cómo hacerlo? Comparte tus historias de vida, en especial aquellas de esos momentos positivos o negativos en los que las emociones afloraron de manera abundante. A través de la identificación, las personas correctas te dirán que vivieron lo mismo.

Por ejemplo, relata el día en que nació tu primer hijo de manera tan detallada como sea posible. O revela cómo fue el proceso que experimentaste hasta pedirle matrimonio a tu pareja. O comparte cuál es el logro de tu vida del que más orgulloso te sientes. O, si te atreves, habla de qué hiciste para superar un duelo. O, quizás, cuenta cuál fue el peor día de tu vida y cómo te marcó.

Sí, ya sé que son historias muy personales, casi íntimas, pero debes saber que son precisamente las que mayor identificación generarán. También, las que te permitirán establecer conexiones más sólidas, más cercanas con esas personas. Ten en cuenta que, al fin y al cabo, a pesar de que las circunstancias sean distintas, ellas pasaron por lo mismo o, en el peor de los casos, por algo parecido.

Los seres humanos, todos, sin excepción, somos un universo infinito de emociones. Nuestra vida transcurre al vaivén de ellas, a pesar de ellas. Nos guste o no, son el ingrediente que le da sabor a la aventura de la vida, el motivo por el cual aquello que vivimos lo recordamos con gratitud o con dolor. El valor que damos a cada experiencia está determinado por la emoción que nos produjo.

Conocer y gestionar las emociones, entonces, es una habilidad que debemos desarrollar. Cuando gestionemos las emociones, cuando impidamos que ellas nos dominen, la perspectiva de la vida cambiará radicalmente. Y la vida misma, por supuesto, así como las relaciones con los demás. Será el momento en el que dejaremos de huir de ellas y comencemos a disfrutarlas…

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¿Sabes cuál es el verdadero poder de las palabras? Te lo revelo

A veces, muchas veces,  los seres humanos confundimos la magnesia con la gimnasia, como decían las abuelas en tiempos inmemoriales. Lo grave, lo preocupante, es que nos sucede en las actividades que realizamos a diario, en las más comunes y hasta en las vitales. ¿Por ejemplo? En la comunicación, un privilegio de nuestra especie que no sabemos aprovechar.

O, lo que es peor, que su uso se convierte más en fuente de conflicto, de división, de distanciamiento, que de concordia, de unión, de disfrute. Una de las razones es porque las palabras, todas, están cargadas con un inmenso poder. El problema es que a veces lo que decimos y lo que la otra persona interpreta no coincide. Ahí es cuando se arma la de Troya.

Nos sucede a diario y en las interacciones más sencillas. Cuando le pides algo a tu hijo, cuando tu jefe te hace un comentario, cuando tu pareja te formula una pregunta, cuando alguien de tu trabajo emite una opinión o, inclusive, cuando vemos las noticias en la televisión o en internet. Lo más grave es que en la mayoría de las ocasiones no somos conscientes del porqué.

Entonces, nos pasamos la vida tropezando con la misma piedra y preguntándonos “¿Qué hice?, qué dije?”, sin hallar una respuesta. Y no la hallamos porque nos concentramos en las palabras, que son tan solo un instrumento, una herramienta para comunicarnos y relacionarnos con otros. Lo importante, lo que origina los problemas y cortocircuitos, es lo que está detrás.

¿Sabes a qué me refiero? A las benditas, traviesas y caprichosas emociones. La realidad es que nos relacionamos con otras personas desde emociones, del bienestar o el malestar que nos produce esa emoción específica. La emoción es lo que determina la forma de relacionarnos y la calidad de las relaciones. Sin embargo, intentamos comunicarnos con la parte racional.

Ese detalle, que nunca es menor, es la razón por la cual tantas empresas, emprendedores y negocios no venden. A pesar de que tienen buenos productos o servicios, de que está en capacidad de acabar con el dolor de sus clientes potenciales, no venden. En la práctica, lo que sucede es que sus palabras no consiguen atraer la atención de sus clientes potenciales.

¿Por qué? Cuando nos dirigimos al cerebro, a la parte racional del ser humano, tenemos que luchar contra las objeciones, que muchas veces se convierten en un obstáculo insalvable. Es decir, activamos el principal enemigo, damos pie para que ese cliente potencial eleve sus barricadas y se ponga lejos del alcance. Además, activa también los mecanismos de defensa.

En cambio, cuando nuestro mensaje está dirigido a las emociones las posibilidades de conseguir que esa persona realice la acción que a nosotros nos interesa son altas. Un ejemplo: tu hijo pequeño hace un berrinche porque no quiere comer lo que le serviste en el almuerzo. Si lo abordas por la razón, si lo incriminas, si intentas obligarlo, solo conseguirás exacerbarlo.

Mientras, si apelas a las emociones, tus opciones de lograr que coma son mayores. ¿Por qué? Porque las emociones son el punto débil del ser humano. La razón es tan sencilla como poderosa: dado que son una reacción espontánea, inconsciente, no podemos controlarlas. Solo podemos aprender a gestionarlas, pero para muchos esta es una asignatura pendiente.

Es algo que comprobamos todos los días, en diferentes circunstancias, pero no valoramos. Cada vez que te diriges a las emociones, en especial a las positivas, conseguimos el objetivo. Así es con tus hijos, con tu pareja, con tu mascota, con tus compañeros de trabajo, con tus amigos y, créeme, contigo mismo. Recuerda: las emocionesson nuestro punto débil.

Es muy común escuchar aquello de “descubre el dolor de tu cliente ideal y agítalo”, una estrategia de marketing que durante décadas ha dado buenos resultados. Sin embargo, en virtud de los cambios de hábitos y comportamientos de los consumidores, así como su mayor nivel de conocimiento, ha perdido eficacia. En otras palabras: nadie te comprará un dolor.

Si investigas un poco, bien sea en libros o en internet, encontrarás muchas teorías y posiciones diversas, todas válidas. A mí, en particular, me gusta aquella según la cual solo hay dos emociones: el amor y el miedo. Las demás, todas las demás, son manifestaciones de una u otra. ¿Por qué creo en esta teoría? Porque, en últimas, son las dos emociones que nos mueven.

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Piensa un poco: lo que haces, en cualquier actividad de la vida o en cualquiera de tus relaciones, está dirigido, condicionado, por el amor o por el miedo. Que, y esto quizás se te antoje polémico, al final de cuentas son lo mismo, es decir, son las caras de la misma moneda. A lo mejor, en algún momento experimentaste aquello de “del amor al odio solo hay un paso”.

Y es cierto. Repito: son las dos emociones que nos movilizan o frenan. Por amor, el ser humano es capaz de hacer lo que sea, sacrificios y esfuerzos que signifiquen llegar a sus límites. Por miedo, o alguna de sus manifestaciones como el odio, el ser humano puede quedarse postrado, desaprovechar sus dones y talentos y someterse a no disfrutar la vida.

¿Entiendes? Cuando conoces a alguien y después de 5 minutos de conversación te sientes como si fueran amigos de toda la vida es, precisamente, por las emociones que te despierta. Te brinda confianza, te hace sentir seguro, alegre, puedes ser tú mismo y eso te entusiasma. Son las emociones, también, la razón por la que rechazas a otra persona con la que no congenias.

Las palabras están cargadas con un inmenso poder, el poder de las emociones que transmiten o que generan (reacción). Son las emociones, no las palabras, las que nos permiten establecer relaciones sólidas y duraderas con otras personas, o las que nos alejan de ellas. No lo olvides: las emociones son el punto débil del ser humano, la puerta de entrada a sus profundidades.

Cuando quieras llamar la atención de otra persona, un camino rápido es el miedo, una emoción que llevamos a flor de piel en estos tiempos modernos de incertidumbre y zozobra. Sin embargo, una vez captas su atención el miedo ya no te sirve, porque el miedo paraliza y a ti lo que te interesa es que esa persona se movilice, realice una acción específica de tu agrado.

Es, entonces, cuando entran en juego el amor, la emoción positiva más poderosa, y todas sus manifestaciones. Es por esta razón que puedes enamorar con palabras, puedes conseguir que un desconocido te aprecie y siga, puedes crear una comunidad entorno de tus ideas. Si lo que pretendes es generar una reacción positiva, una acción efectiva, activa la emoción del amor.

La emoción es lo que determina la forma de relacionarnos y la calidad de las relaciones que establecemos con otras personas. Sin embargo, intentamos comunicarnos con la parte racional, es decir, confundimos la gimnasia con la magnesia. Recuerda: lo positivo, lo que nos hace sentir bien, nos moviliza; el miedo, el dolor y todas sus manifestaciones, nos paraliza.

Algunos dicen que comunicarnos es un arte, otros opinan que es una ciencia. Algo de verdad hay en cada una de esas premisas. Para mí, sin embargo, es una aventura que nos exige destrezas, habilidades y sensibilidad. Una aventura a veces encantadora y enriquecedora y otras, terrorífica y traumática. Ese es el poder de la carga emocional de las palabras.

Si desconoces esto, sino eres capaz de plasmar esto en tus mensajes (escritos, orales o visuales), estarás sometido a una de dos situaciones. Por un lado que tus mensajes sean palabras vacías que se las lleva el viento; por otro, que estén sobrecargadas de emociones y se conviertan en detonantes de conflictos, malentendidos, y te hagan pasar muy malos ratos.

“Las empresas tienden a vender soluciones a problemas externos, pero los clientes compran soluciones a problemas internos”. Esta genial frase es autoría del autor, orador y empresario estadounidense Donald Miller. Y cuando se refiere a “problemas internos” hace relación, específicamente, a aquellas emociones que nos dominan, que juegan con nosotros.

A lo largo de 35 años de trayectoria profesional como periodista en diferentes ámbitos y tareas, descubrí que el verdadero poder de las palabras está en las emociones. Para bien o para mal, según el uso que se les quiera dar. En mi caso, procuro honrar ese privilegio que me dio la vida de comunicarme con otros, de relacionarme, a través de las palabras, de mis mensajes.

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¿Qué necesitas para que escribir sea algo agradable y productivo?

La satisfacción personal, que poco o nada tiene que ver con el ego (vale la pena aclararlo de una vez), es uno de los ingredientes indispensables de la fórmula del ¡sí puedo! Dicho de otra manera, si aquello que haces, sea lo que sea, no lo disfrutas, no es un tiempo que consideras bien invertido, tarde o temprano lo vas a dejar. Es la triste historia del ser humano.

¿Por qué? Porque nos han enseñado que aprender está relacionado con sacrificio, con esfuerzo, con trabajo, términos que asumimos con una carga negativa. Que, por supuesto, no la tienen. No se trata de renunciar a, ni de perder algo, sino de priorizar. ¿Entiendes? De ser consciente de lo que en realidad es importante para ti, de lo que quieres en tu vida.

Para ser una persona saludable, por ejemplo, nos han vendido el tema de las dietas, que ya sabemos no funcionan y, más bien, derivan en daños colaterales. También, el del ejercicio casi profesional, con sesiones diarias de 45-90 minutos en el gimnasio, como si no hubiera mañana. Sin embargo, hay una fórmula más sencilla y, sobre todo, más efectiva: los buenos hábitos.

El problema con los buenos hábitos es que no nos los enseñan, no nos los cultivan. Una buena alimentación, la supervisión médica adecuada y una vida alejada del sedentarismo y malos hábitos como el cigarrillo, el excesivo consumo de licor, el estrés o el mal descanso, entre otros, es suficiente. Si nunca lo intentaste, te sorprenderían los resultados que podrías lograr.

Lo que sucede es que los buenos hábitos son menos rentables para la industria del consumismo. Por eso, justamente por eso, nos refuerzan los mensajes surgidos del miedo, de la ignorancia, del patético tienes que ser, como si todos los seres humanos fuéramos iguales. Por eso, justamente por eso, el 99,9 por ciento de las personas fracasa en el intento.

Nos venden la idea, así mismo, de que el esfuerzo es un precio demasiado alto. Es por aquella terrible mentalidad del éxito exprés, de creer que merecemos lo mejor y que es suficiente con rogar a una deidad, a un ser supremo (sea cual fuere la idea que tengas de este) para obtener lo que deseamos. Y si no lo conseguimos, a convencernos de que era porque no lo merecíamos.

Un esquema perverso del que hemos sido víctimas todo el tiempo y que, lo peor, nosotros mismos nos hemos encargado de replicar, de perpetuar. Sin embargo, y esta es la buena noticia, un esquema perverso que podemos frenar, que podemos (¡debemos!) cambiar. Y que, lo mejor, si lo hacemos, nos ofrecerá resultados impactantes en todas las facetas de la vida.

Inclusive, en aquellas actividades que consideramos más difíciles, o lejos de nuestro alcance, o que no son para nosotros, a de esas para las que ‘no nacimos’. Como, por ejemplo, escribir mejor, escribir bien (¿qué tal publicar un libro?). La verdad, toda la verdad, es que el ser humano, cualquier ser humano, nació para hacer lo que quiera, para conseguir lo que quiera.

Si otros pudieron hacerlo, ¿por qué crees que tú NO puedes hacerlo? Es cuestión de disciplina, de establecer un método (incluidos el plan y la estrategia) que te permitan lograr las metas previstas y, en especial, de eliminar de tu mente las terribles creencias limitantes que te frenan. Porque, sí, tristemente, el enemigo está dentro de ti, el obstáculo está dentro de ti.

Tengo que confesarte que escuchar a las personas que acuden a mí en procura de ayuda para eso que llaman aprender a escribir (que no les puedo enseñar, porque ya lo saben hacer), es descubrir esa variedad de creencias limitantes. Que son aprendidas, pero también, cultivadas. Y que, así como se grabaron en tu mente, también pueden ser borradas para siempre.

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Estas son algunas de las más comunes, de las más fuertes:

1.- “Mi historia no le va a gustar a nadie”.
Y eso, ¿cómo lo sabes con tanta certeza? Uno de los aprendizajes básicos y necesarios, cuando quieres escribir o transmitir un mensaje de cualquier índole en cualquier formato, es que no puede agradarle a todo el mundo, nunca serás aprobado por todo el mundo. Y está bien porque así es la vida. Olvídate de las benditas expectativas y concéntrate en lo importante.

¿Qué es lo importante? Lo que tú puedes controlar, lo que tú puedes crear. Enfócate en que tu mensaje sea positivo y constructivo, que cualquier persona que lo reciba se beneficie de alguna manera. Nunca sabes en qué situación está esa persona que lo recibe, así que no puedes anticipar el impacto. Escribe, que lo que deba ocurrir ocurrirá, para bien o para mal.

2.- “No sé por dónde empezar”.
Otra habitual excusa que a muchos les funciona bien. “Es que tengo muchas ideas en la cabeza y no puedo elegir solo una de ellas para empezar”, dicen. Si ese es el problema, entonces, no hay ningún problema. ¿Por qué? Porque se trata simplemente de elegir una. Las demás, que pueden ser muy buenas, las dejas para después, para más tarde, para otros mensajes.

Es como cuando abres tu armario y no sabes qué ropa ponerte: ¡elige una cualquiera! El resto permanecerá ahí y la podrás lucir cualquier otro día. Un consejo: escribe (a mano) esas ideas en una hoja, haz una lista, y juega al tin marín, deja que la suerte escoja por ti. O pídele a alguien que le asigne a cada una un número, que determinará el orden en que las utilices.

3.- “Nunca voy a escribir como lo hace…”.
Compararse con otros es el peor error que un escritor, novato o experimentado, puede cometer. ¿Por qué? Porque cada escritor es único, como único es su proceso. No hay fórmulas que le sirvan a todo el mundo, porque el único camino es crear la fórmula que a ti te resulte, esa que puedas replicar con éxito una y otra vez. No puedes imitar y/o copiar a nadie.

Tu trabajo, especialmente en la etapa inicial del proceso, es descubrir qué tipo de escritor hay en ti, qué tipo de temática es la que más se te facilita (y cuál no), cuál es tu estilo. No son respuestas que vayas a recibir de manera inmediata o tajante: es un descubrimiento, entiende, y por lo tanto se dará paso a paso, lentamente. Cuando lo hagas, ¡aprovéchalo al máximo!

4.- “Cometo demasiados errores, soy terrible”.
Si es así, agradécelo. ¿Por qué? Porque el mayor aprendizaje, el más valioso, proviene de los errores. ¡En cualquier campo de la vida, en cualquier actividad! Si no te equivocas, no aprendes. El problema es que intentamos evitar los errores y eso es imposible. Por supuesto, se trata de que, a medida que avanzas, mejores y no repitas siempre los mismos errores.

Estudia, acude a personas con preparación y trayectoria idónea que puedan ayudarte, consulta diversas fuentes (Mr. Google y otras poderosas herramientas digitales te sirven) y practica. Una y otra vez, un día sí y al otro, también. Un poco cada día. Si trabajas bien, con disciplina, notarás que los errores disminuyen, como también disminuye tu prevención a cometerlos.

5.- “Escribo y escribo, pero no termino”.
Esto sucede, principalmente, porque comenzaste sin un plan definido, sin una estructura definida, sin una historia definida. Comenzaste confiado en que la tal inspiración (que no existe, que nadie la ha visto) llegara y te brindara una mano. Y no sucedió, por supuesto. Entonces, escribes y escribes, sin ton, ni son, y te agobias, te llenas de ansiedad.

No me canso de repetirlo, porque es crucial: sentarte frente al computador a escribir es (debe ser) el último paso del proceso, uno que solo puedes dar cuando todos los demás hayan sido cubiertos a cabalidad. De eso se trata, precisamente, el método de trabajo que les permite a los escritores profesionales trabajar aun cuando la cabeza esté en otra parte, en otro planeta.

Cuando te das a la tarea de crear un mensaje, bien sea escrito o en cualquier otro formato, las dificultades aparecerán en la medida en que no erradiques tus creencias limitantes y, sobre todo, en que te dejes llevar por las emociones (traviesas y caprichosas como son). Para que sea exitoso y productivo, el proceso de escribir debe ser consciente, tú debes tener el control.

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