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10 beneficios imperdibles que recibirás (tú) si te lanzas a escribir

Comienzo con algo así como una confesión: no sé qué habría sido de mí sin la escritura. Que la descubrí en el ámbito laboral (antes de comenzar a trabajar poco o nada escribía) y con el paso del tiempo se convirtió no solo en mi gran compañera, sino también en mi salvadora. Hoy, no concibo pasar varios días sin escribir: me hace falta, no me veo en algo que no implique escribir.

Una frase que suelo decir con una dosis de sorna es que “todos tenemos alguna aberración”, en referencia a esos hábitos o mañas que nos hacen distintos de otros. En mi caso, sin duda, esa aberración es la escritura. Gracias a ella, a través de mi trabajo, no solo encontré el propósito de mi vida, sino también mi lugar en este mundo. Ella es mi alma gemela.

Algo que me gusta de escribir, inclusive en estos tiempos de copy + paste, de plantillas y de prompts de inteligencia artificial, es que cada vez que me siento frente al computador es un nuevo comienzo. No importa si voy a escribir de un tema recurrente, cada historia es nueva, una aventura distinta e independiente de las anteriores. Es decir, se trata de un desafío.

Un desafío para encontrar nuevos ángulos, para ofrecer ejemplos diferentes, para hacer énfasis en otras ideas que antes habían sido relegadas, para incorporar giros que le den al texto un mayor poder. Que no solo informe (la premisa fundamental del trabajo periodístico), sino que eduque, que entretenga y, sobre todo, que inspire a quien consume el contenido.

Otro aspecto apasionante es el aprendizaje constante. Durante varios años escribí sobre golf, el desarrollo de múltiples torneos. Que, en esencia, son un poco más de lo mismo. Sin embargo, cada torneo, cada ronda, era distinta, nueva. Asumir la aventura de escribir con la mentalidad de aprender expande la posibilidad de aprender, abre las alas de tu imaginación.

Un dato nuevo (o actualizado), el concepto de un experto que ofrece una opinión distinta, el análisis a partir de datos recientes comparados con los antiguos o, simplemente, una mirada diferente (positiva o negativa) de los hechos representa una oportunidad de aprendizaje. Que, no sobra decirlo, es valiosa y, quizás, única. Más hoy, cuando el conocimiento está a un clic de distancia.

Por otro lado, si bien no es algo exclusivo de los periodistas o de los escritores, está el gran privilegio que te concede la vida de generar un impacto en la vida de otros. Tú eliges si es positivo o negativo, constructivo o destructivo, inspirador o banal. Un privilegio que, claro, incorpora también una responsabilidad y un reto, porque es muy difícil dar marcha atrás.

¿A qué me refiero? El mensaje, seguro lo sabes, lo has vivido, lo has sufrido, es como una bola de nieve: una vez empezó a rodar cuesta abajo, es imposible detenerla. Y se llevará todo lo que esté por delante. Y sé que en este justo momento en tu mente aflora algún recuerdo de una de esas conversaciones que derivó en agresiones, en conflicto. Es el poder de las palabras.

A lo que voy, lo que me interesa que entiendas, es que a los seres humanos nos fue concedido el privilegio de comunicarnos de manera consciente. Y lo podemos hacer a través de distintos canales y en distintos formados, y no me refiero a los digitales: la voz, la escritura, la pintura, la fotografía, la actuación, en fin. Todas son formas de empaquetar el mensaje y comunicarlo.

Si bien no es una verdad comprobada, o una sentencia definitiva, para mí el punto de partida es el texto escrito. ¿Por qué? Porque es el más versátil. Es decir, un texto se transforma en audio, en video, en fotografía, en un post para redes sociales, en un carrusel, en infografía. De hecho, son cientos los libros que se convirtieron en películas o series, nunca a la inversa.

Hoy, gracias a la magia de las herramientas que nos brinda la tecnología, son caminos de doble vía. ¿Eso qué significa? Voz a texto, imagen a voz, imagen a infografía y más, en cuestión de unos pocos minutos. Para mí, sin embargo, el camino original sigue siendo el más conveniente y no solo porque me permite darle múltiples usos distintos a un texto. Eso es secundario.

Porque lo verdaderamente importante es el cúmulo de beneficios que recibo al escribir. Y, por favor, repara en que afirmo “recibo”, en vez de “aporto” o “comparto” con otros. Porque nos han enseñado que todo lo que somos, lo que tenemos, debemos transmitirlo a otros; y no solo eso: si no lo haces, se las ingenian para hacer sentir mal, para que te sientas culpable.

Y no hay tal. Si bien es algo que requiere desaprender, primero, y volver a aprender, después, la vida me enseñó que mi prioridad soy yo. No es egoísmo, es autoestima. La premisa es: lo que les das a otros, lo que compartes a otros, lo que transmites a otros, es lo que hay dentro de ti; entonces, cuida primero lo que hay en ti para que, cuando lo compartas, sea de valor.

¿Eso qué significa? Que el primer beneficiado con la escritura, con lo que escribes, eres tú. En la medida en que lo que escribes te dé conocimiento, te eduque, te entretenga, te inspire, más adelante, cuando lo compartas con otros, el impacto se multiplicará. El problema, porque siempre hay un problema, es que la mayoría desconoce cuáles son los beneficios de escribir.

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Te menciono algunos que, quizás, te animen a dar el primer paso para comenzar:

1.- Potencia tu cerebro.
Este órgano, quizás lo sabes, es un músculo y, como tal, requiere ejercicio. En su caso, el ejercicio es el aprendizaje o, de otro lado, la potenciación de sus características a través de tareas que lo exigen, como la escritura. Escribir mejora la memoria, despierta la curiosidad y provoca que tu cerebro quiera saber más. Es decir, escribir mejora tu salud mental

2.- Optimiza tu capacidad comunicativa.
A medida que la escritura se convierte en un hábito, que practicas más, lo haces mejor. Y eso se refleja no solo en tus escritos, sino en las otras formas de comunicación que utiliza el ser humano en su relación con otros. ¿Por qué? Porque el cerebro aprende las estructuras de la escritura y las pone en práctica en el lenguaje oral, por ejemplo. El impacto será inocultable

3.- Organiza tus ideas.
Escribir es muy fácil cuando haces la tarea previa. ¿Sabes cuál es? Investigación, preparación, estructuración del contenido, de tu historia o texto. Establecer qué quieres comunicar y cómo lo vas a hacer. Esto implica analizar opciones, tomar decisiones y definir jerarquías. Con este trabajo, tu cerebro aprende el método y, como le gusta, lo pone en práctica a menudo

4.- Fortalece tu autodisciplina.
A diferencia de lo que cree la mayoría, escribir no es un don, sino una habilidad y, por lo tanto, cualquiera la puede desarrollar. La capacidad está ahí, dentro de ti, lista para que la utilices y la aproveches cuando quieras. Cuanto más escribas, lo harás mejor y no solo eso: también será más fácil y los resultados, de mayor impacto. La disciplina será la gran aliada de tu talento

5.- Es una terapia.
¿Lo sabías? Te confieso que en algunos de los momentos más difíciles de mi vida, en especial en lo personal, escribir me salvó. Me ayudó a pensar en algo distinto, positivo y constructivo, pero también me sirvió para desahogar las emociones. Una catarsis. Escribir, créeme, te ayuda a liberar tensiones, a lidiar con eventos traumáticos, a reconciliarte con lo bueno de la vida

6.- Te hace resiliente.
Desarrollar el hábito de escribir, o escribir bien, no es un logro que se consiga de la noche a la mañana. Exige disciplina, constancia, dedicación y, sobre todo, mucho de esa virtud tan escasa que es la paciencia. Y serán muchos lo momentos en que te sentirás tentado a tirar la toalla; si no lo haces, si persistes, la resiliencia te hará fuerte y podrás superar las dificultades

7.- Serás más creativo.
Si bien hay una corriente muy grande que nos invita a escribir a partir de plantillas, prompts preelaborados o a acudir al vulgar copy + paste, tu cerebro te recompensará cuando le das la posibilidad de crear, de imaginar. Es algo que le encanta, por cierto. Cuando escribes, tu cerebro se siente como un niño en el receso en un día de colegio: es juego, es adrenalina…

8.- Desarrolla la empatía.
Una de las maravillosas experiencias que puedes disfrutar a través de la escritura es aquella de vivir en cuerpo ajeno. Es decir, puedes ser otra persona, un superhéroe, un animal, lo que sea, lo que quieras. Eso te permite desarrollar empatía, te metes en la piel de otros y puedes vivir situaciones distintas a las de tu vida cotidiana y, lo más importante, ayudar a esas personas

9.- Te cambia el humor.
Dado que actúa como una válvula de escape, que nos brinda un desahogo, la escritura también nos ayuda cuando las cosas no van bien, cuando tu actitud es negativa o, simplemente, estás de malas pulgas. Liberar tus emociones apagará los fuegos internos, hará que te burles de ti mismo y no tardarás en cambiar tu sentido del humor. Es este caso, también es una terapia

10.- Te acompaña en la soledad.
Estar solos es una realidad para la cual nunca estamos (o estaremos) preparados. Sin embargo, es una situación cada vez más frecuente que es posible enfrentar si aprovechas los beneficios de la escritura. Como mencioné antes, así como la música, la escritura es una gran compañía que no te juzga, no te critica, no te abandona. De nuevo, es una gran amiga, mi alma gemela

Dado que cada persona es un universo único y distinto del resto, no puedo asegurarte que vayas a recibir estos 10 beneficios mencionados. Quizás algunos se cambian por otros, quizás recibes más. Solo podrás saberlo en la medida en que desarrolles el hábito y escribas. Lo que sí puedo decirte con certeza es que tu vida será mejor si incorporas en ella la escritura

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10 pequeños momentos que son una genial fuente de inspiración

El famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, no es más que un cerebro mal entrenado o, dicho de otra forma, imaginación dormida. Eso significa que, primero, es responsabilidad de cada uno si esa luz está apagada y, segundo, que hay una solución al alcance de la mano. No importa si A y B se aplican a tu caso: ¡siempre hay solución!

Quizás en la niñez tu padre te llevó a la academia a que aprendieras a jugar tenis, que era su pasión. Su sueño era que te transformaras en un campeón. Dedicaste tiempo y trabajo para convertirte en un buen jugador, llegaste a ser el número uno de tu liga y en tu casa hay un lugar especial en el que exhibes los trofeos de aquella época dorada en la juventud.

Sin embargo, cuando ingresaste a la universidad las prioridades cambiaron. El estudio y el tiempo que pasabas con Claudia, tu novia, no te daban la posibilidad de entrenar con la disciplina requerida. Poco a poco dejaste de practicar hasta que un buen día, en silencio y con dolor, tomaste una decisión radical: guardaste la raqueta y pensaste “no volveré a jugar”.

La vida, sin embargo, es maravillosa y te dio una nueva oportunidad. Años más tarde, eras tú el padre que llevaba a su hijo (Joaquín) a la academia para que aprendiera los secretos de este deporte. Que todavía te apasiona, claro. Al verlo a él entusiasmado y disciplinado en la pista, no pudiste contenerte y al regresar a casa desempolvaste la raqueta. ¡Volverías a jugar!

Fue un sábado en la mañana, según la tradición, pero no resultó como lo esperabas, a pesar de la inmensa ilusión que bullía en tu interior. ¿Por qué? No tardaste más que unos golpes en darte cuenta de que estabas oxidado, de que habías perdido la sensibilidad y de que esa habilidad que antaño dominabas fácilmente ahora parecía una prueba insuperable para ti.

Asumo que entiendes el símil. Cuando le enseñas a tu cerebro o a tu cuerpo a realizar una actividad, cualquiera que sea, inclusive una harto difícil que exige mucho trabajo y constancia, en algún momento logras los objetivos propuestos. Toma unos segundos para recordar y te darás cuenta de que tu cerebro y tu cuerpo hacen lo que tú les enseñas o para lo que los entrenas.

¿Entiendes? Esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad en la vida. ¡Cualquiera! Sin límites, salvo que tú mismo los impongas como en el caso de la creación de contenido. Es uno de esos momentos en los que las objeciones, las creencias limitantes, los mitos y las mentiras se convierte en una excelente excusa. O, peor, en la justificación para renunciar a tus sueños.

Cuando comencé a escribir, por allá en 1987, carecía de formación más allá lo que había aprendido en las clases de Español en el colegio. Me diferenciaba por mi buena ortografía, pero nada más. No tenía estilo, ni una estructura y tampoco, el hábito. Es decir, comencé de cero. Escribía mal, con incongruencias, con muchas fallas de las que no era consciente.

Además, durante mi niñez y adolescencia, o mi paso por la universidad, fue poco o nada lo que leí. Eso, sin embargo, no fue un obstáculo. Comencé a escribir, a escribir, a escribir. A fallar, a fallar, a fallar, y a corregir. En algún momento, que no puedo determinar con exactitud, me transformé en un buen escritor, uno que producía textos que les agradaban a sus lectores.

El punto de partida del famoso y tristemente célebre bloqueo mental del escritor, o del creador de contenido, obedece a alguna de estas opciones: uno, falta de conocimiento del tema; dos, conocimiento a medias o, de otra forma, falta de información; tres, un cerebro mal entrenado, perezoso, que se niega a activar el chip de la imaginación; cuatro, no ves en tu interior.

Porque, si no lo sabes, todo, absolutamente todo lo que necesitas para comenzar a crear contenidos (independientemente del formato) están dentro de ti. Lo importante, lo valioso, que es la información, los principios, los valores, los sueños, los sentimientos, las reflexiones, las ideas. Lo demás, especialmente lo técnico, lo aprendes en el camino o lo contratas.

Es decir, no hay excusa. Solo tienes que cerrar los ojos, respirar lento y profundo y mirar a tu interior. Abstráete de lo que sucede afuera y concéntrate en todo aquello que ves ahí. Que, seguro, es maravilloso (recuerdos, alegrías, logros) o doloroso (pérdidas, frustraciones). Las pequeñas cosas de tu día a día son una inagotable fuente de ideas para crear contenido.

Pequeñas cosas que por lo general pasan inadvertidas, sin que percibamos su importancia o trascendencia. Situaciones o pensamientos que cada día nos ayudan a construir nuestra vida y que, de acuerdo con el modo en que los gestionemos, nos amargan o nos brindan la felicidad que anhelamos. Y que, aunque no lo parezca, son buenas ideas para crear mensajes de poder.

Antes de mencionarte cuáles son esas fuentes de buenas ideas para la creación de contenido, te invito a hacer una reflexión: lo que tú vives, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, es lo mismo que viven el resto de seres humanos del planeta. Cambian las circunstancias, los momentos en que se producen y, por supuesto, las consecuencias de cada hecho.

Que, no sobra decirlo, están determinadas por nuestras creencias, miedos, pensamientos y, sobre todo, nuestras emociones. Lo que quiero que te grabes en la mente es que lo que a ti te sucede SÍ (así, en mayúscula) es útil y necesario para otras personas. ¿Por qué? Porque puede ser la respuesta a sus interrogantes, a sus inquietudes; la luz que los conduzca a salir del túnel.

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Vamos, ahora sí, entonces, con esas situaciones fuente de buenas ideas:

1.- La felicidad está en ti. Los seres humanos tendemos a buscar la felicidad en lo material o en los demás, sin darnos cuenta de que está incorporada en el abrazo de tu hijo, la sonrisa de tu pareja, la magia del amanecer, el privilegio de respirar o la satisfacción de ayudar a otro. Dile a tu audiencia cómo experimentas esa felicidad, llama su atención acerca de esos pequeños tesoros.

2.- El pasado ya fue. El ayer, cercano o lejano, suele ser origen de preocupaciones o miedos que nos amargan la vida, el hoy, el presente. El pasado condiciona y determina la forma en que pensamos y actuamos si no somos capaces de cortar ese cordón umbilical. Comparte alguna experiencia en este sentido y sé explicito especialmente en cómo superaste la situación.

3.- Trata a los demás con te gusta que te traten a ti. Vivimos en un mundo frenético, histérico y, sobre todo, particularmente violento. Somos reactivos y hacemos de la agresividad, de la ofensa, un hábito. Todos los hemos sufrido y todos, también, lo hemos provocado. Relata de qué manera esto te afectó y cuenta cómo es la forma en que te gusta ser tratado.

4.- Rendirte es el único fracaso. Por lo general, tenemos pánico del fracaso y, en especial, de lo que piensen los demás cuando fallamos. Sin embargo, la sabiduría de la vida, el aprendizaje más valioso, surge de los errores que cometemos. Comparte alguna situación en la que el resultado no fue el esperado, cómo te sentiste, cómo lo superaste y qué aprendiste.

5.- Lo que piensen y digan de ti no te define. A los seres humanos, a todos, nos afecta la percepción que otros tienen de nosotros. Es algo que nos enseñan en la niñez y que luego nos encargamos de cultivar nosotros mismos. ¿Cuál ha sido esa opinión que te afectó?, ¿de qué forma lo hizo?, ¿ya lo superaste? Compartir esta experiencia ayudará a muchas personas.

6.- Lo que das, regresa a ti. En especial, si lo das de manera generosa y desinteresada, sin esperar nada a cambio. Y regresa convertido en múltiples bendiciones. Es el círculo virtuoso y maravilloso de la vida, que nos enseña que llegamos a este mundo con una sola tarea: la de ayudarnos los unos a los otros. Comparte alguna experiencia que refleje esta situación.

7.- Casi todo mejora con el tiempo. Aunque a veces, muchas veces, la vida nos enseña que la temible Ley de Murphy (“Todo aquello que está más puede empeorar”) es real. Siempre que llovió, escampó y el sol volvió a brillar; después de un momento aciago, la vida te brindó días de felicidad. ¿Recuerdas alguno en especial? Cuéntale a tu audiencia cómo fue el cambio.

8.- Se hace camino al andar. Cada ser humano es único, al igual que la tarea que le fue encomendada a su paso por este mundo. Esa es una realidad incuestionable y, sin embargo, son muchas las personas que viven una vida ajena. ¿Te sucedió a ti en algún momento? O, quizás, ¿conoces a alguien? Tu testimonio puede ser la luz que ilumine el camino de otro.

9.- Lento, pero seguro. Como dicen, “Roma no se construyó en un día”. La vida es un proceso y hay que vivir y, sobre todo, disfrutar cada etapa, sus características, sus oportunidades. Todos, sin embargo, queremos ir más rápido y lo único que logramos es estrellarnos contra el planeta. ¿Cómo fue tu estrellada? ¿Cómo te recuperaste? Sin duda, muchos querrán saber la respuesta.

10.- Atraes lo que sale de ti. “Si te preocupa lo que recibes de la vida, revisa bien lo que tú le ofreces a ella”, reza una frase que abunda en internet. Recibes lo que das, para bien o para mal, un aprendizaje que suele ser doloroso y, muchas veces, complicado. Y todos hemos sido víctimas de esto, así que todos podemos brindar un testimonio valioso. ¿Cuál es el tuyo?

Como ves, esos momentos insignificantes del día a día, si los aprecias en profundidad, son una fuente valiosa de experiencias y aprendizaje que otros necesitan. Entiende, así mismo, que el gran problema del ser humano es encontrar respuesta o explicación a lo que le sucede, de ahí que nuestras vivencias son útiles para otros. No te niegues el privilegio de ayudarlos.

Algo más: por favor, despójate de esa creencia limitante según la cual “lo que me sucede a mí no le interesa a nadie”. La verdad es que tu historia no solo les interesa a muchos, sino que también les sirve, es un espejo en el que pueden verse o, de otra manera, un modelo de lo que les puede ocurrir si replican tus errores. Eso sería cerrar las puertas de un universo maravilloso.

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Por qué es imposible quedarse ‘sin ideas’ o con la ‘mente en blanco’

¿Cómo es posible que un ser humano, cualquiera, diga que ‘se quedó sin ideas’? O, de otra forma, “que no se le ocurre ninguna idea”. Sencillamente, es imposible que esto suceda. Mientras estés vivo, mientras tu cerebro funcione, es imposible que esto suceda. Porque, no lo olvides, inclusive cuando dormimos (y dormimos la tercera parte de la vida), nuestro cerebro permanece activo.

No soy neurólogo, no soy sicólogo, no soy científico, así que no puedo darte un diagnóstico a partir de la ciencia. Tan solo puedo compartir contigo alguno postulado que encuentro en internet (otro cerebro maravilloso) y que confirman que no existe esa carencia de ideas. El cerebro, seguro lo sabes, es un órgano maravilloso, ilimitado, capaz de aprender todo lo que tú le pidas. ¡Todo!

¿Sabes qué hace tu cerebro mientras duermes? Trabaja. Durante el día, especialmente en esta era de la comunicación y de la infoxicación, el cerebro recibe millones de impulso, información que proviene tanto del exterior como del interior. Producto de estos impulsos, las neuronas se acercan y activas las redes que trabajan incansablemente para ayudarnos a procesar y utilizar esos datos.

En la noche, dado que ya ha cesado el bombardeo informativo, las neuronas se separan y permiten que los fluidos cerebrales hagan su tarea. ¿Cuál? Limpiar el cerebro, eliminar todos los residuos metabólicos que nos dejó la actividad diurna. Esta es una labor fundamental para la salud, no solo la de tu cerebro, sino la del resto de tu cuerpo, y posibilita que al día siguiente estés descansado.

Sin embargo, el trabajo nocturno de tu cerebro no termina ahí. De manera simultánea, procesa ese inmenso y variado caudal de información que recibió mientras estabas despierto. ¿Qué hace con esos datos? Los reorganiza, los asocia, los archiva y los consolida en la memoria para que luego los puedas utilizar cuando dispongas. Si esto no sucediera, esa valiosa información se perdería.

El procesamiento y consolidación de la información es, precisamente, lo que nos permite aprender. Como si se tratara de un disco duro, este proceso libera espacio en el hipocampo, la estructura cerebral relacionada con el aprendizaje, y le permite grabar los recuerdos que necesitamos. Esa consolidación requiere un sueño lento que libere capacidad y archive la información con eficacia.

Este procedimiento se traduce en la generación de nuevas conexiones entre las neuronas. Durante la noche, la conectividad se incrementa de tal modo que el cerebro se vuelve más creativo. ¿Lo sabías? Resolver problemas mientras dormimos, comprender de manera novedosa situaciones de la vida o darle una vuelta inesperada a algo que nos preocupa, son experiencias comunes en la noche.

En ese proceso de reorganización de la información recibida durante el día, el cerebro genera nuevas conexiones entre los conceptos y nos lleva a crear ideas que antes no existían. Selecciona información diurna al azar y asocia conceptos que no se relacionan entre sí produciendo ideas absolutamente innovadoras. Ideas que permanecen allí disponibles para lo que las requieras.

¿Ahora entiendes por qué es imposible ‘no tener ideas’? La verdad es que esa es una muy conveniente excusa para justificarnos, para no sentirnos mal, para no aceptar que, tristemente, desaprovechamos el poder de nuestro cerebro por simple pereza. Es duro decirlo, pero es la realidad: nos conformamos con lo mínimo, con lo básico, y no aprovechamos su gran poder.

El cerebro, quizás lo sabes, es un músculo. Y, como tal, se atrofia en la medida en que no lo uses, en que no lo exijas, en que no lo entrenes. De la misma manera que sucede, por ejemplo, con los músculos abdominales, o los de los brazos: se vuelven flácidos, débiles, si no realizamos ejercicios de fortalecimiento, si no los exigimos en el día a día. Los músculos están hechos para trabajar duro.

Y el cerebro no es la excepción, sino la norma. Cuanto más lo exijas, cuanto más lo exprimas, cuanto más lo uses, mayor será el potencial que desarrolle. Está hecho para trabajar duro, más allá de que, si lo educas de esa forma, si lo entrenas de esa forma, también puede ser conformista, mediocre. Lo que tu cerebro te dé dependerá exclusivamente de cómo lo uses, lo alimentes.

Una idea que tenemos en relación con el cerebro es que él controla nuestra vida, y no es así. ¿Lo sabías? Es el centro de control de tu cuerpo, de los órganos y de los sentidos, pero tu vida la controlas tú y tu cerebro lo controlas (o deberías controlarlo) tú. Es decir, tú eres quien da las órdenes, las instrucciones: el cerebro, con su infinito poder, aprende y ejecuta lo que le pides.

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Increíble, ¿cierto? Esa es la razón por la cual puedes hablar (aprender) varios idiomas, o puedes practicar varios deportes con un nivel superior al recreativo. También, por la cual a lo largo de estás en capacidad de adquirir y potenciar múltiples habilidades manuales y cognitivas. El cerebro, como un ilimitado disco duro, almacena y procesa toda la información que le proporciones. ¡Toda!

¿Entiendes? Literalmente, humanamente, es imposible que no se te ocurra una idea, que tu mente “se quede en blanco” cuando vas a crear contenido. ¿Por qué? Tu cerebro está lleno de ellas, de los millones de ideas con que lo has alimentado desde que naciste, con las experiencias que has vivido, con el aprendizaje de los errores que has cometido, con los sentimientos que has tenido.

Veámoslo de otra manera: la mejor biblioteca del mundo, una que tenga la mayor variedad de libros de todos los temas, es inútil si a ella no llegan personas curiosas con ánimo de aprender, de investigar, de profundizar, de explorar. Ese lugar solo tiene sentido si cada día cientos o miles de personas acuden allí para buscar, procesar, interpretar y disfrutar de la información disponible.

Igual que con tu cerebro. Cada interacción que tienes con cualquier persona es una fuente de información que llega a tu cerebro y queda almacenada. Y los mensajes de las canciones, o la moraleja de las películas que ves, o lo que aprendes de los libros que lees o, inclusive, lo que ves en la calle en situaciones en las que no participas. Toda esa información llega a tu cerebro.

Y en las noches, mientras duermes, él la procesa: la organiza, la depura, la cataloga, la organiza y la archiva, es decir, la deja lista, disponible para cuando la requieras. Son miles de millones de ideas almacenadas en ese maravilloso disco duro. Como cuando exploras en tu computador, solo tienes que ir a la carpeta en la que se encuentra la información y hacer clic en el archivo que necesitas.

¿Fácil, cierto? Entonces, ¿por qué insistes en aquello de “no se me ocurre una idea” o “mi mente se quedó en blanco”? Si no lo sabías, te lo informo: ¡es mentira! Simplemente, una excusa para no cargar con la responsabilidad de ese sueño que no arranca, de ese propósito que has revalidado una y mil veces y nunca prospera. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Todo está dentro de ti.

No tienes que ir a ninguna parte, no necesitas un dispositivo o conexión wifi: así como le preguntas a Mr. Google cuando buscas información acerca de algún tema, acudes a tu cerebro y le pides que te brinde las ideas que ha almacenado. ¿Y sabes qué? Tu cerebro se sentirá halagado, le encantará que le preguntes, porque su misión es ayudarte. Para eso fue creado, y adora el trabajo duro.

Otras terribles mentiras, y muy dolorosas, por cierto, son aquellas de creer que “no soy inteligente” o “no nací para eso”. Eso que llamamos “personas inteligentes” (o más inteligentes que nosotros, que el promedio) en realidad son personas que descubrieron, potencian y aprovechan los poderes de su cerebro. O, dicho de otra manera, personas que tomaron el control de su cerebro.

Una canción, el título de un libro, la frase que escuchaste en una película y se te grabó, el chiste que contó un compañero de trabajo, la reflexión a la que te invita tu mentor o las maravillas de la naturaleza que perciben tus ojos son ideas. No son buenas o malas, solo ideas, es decir, el punto de partida de mensajes, de contenidos valiosos a través de los cuales puedes conectar con otros.

Ahora, algo más: si llegara a suceder (y no sucederá, te lo aseguro) que dentro de los miles de millones de ideas que hay en tu cerebro no encuentras una, solo una, que te sirva para crear un contenido, puedes acudir a tu corazón. Allí, quizás lo sabes, también se encuentra un gran arsenal de ideas, solo que en una forma distinta de la almacenada en el cerebro: son emociones.

Lo que amas, lo que odias, lo que te produce miedo, lo que te genera confianza, lo que te ilusiona, lo que te inspira, lo que te hace soñar está allí, en tu corazón. Miles de millones de interacciones con otras personas, vivencias, experiencias o recuerdos que, en esencia, son ideas. ¿La clave para aprovecharlas? Conéctalas con la información que guarda tu cerebro y el resultado será grandioso.

Desde que naces y hasta que mueres, todo, absolutamente todo lo que te sucede, representa una idea susceptible de convertirse en contenido valioso. Lo que hay a tu alrededor, las emociones que sientes o el simple y maravilloso hecho de despertar cada mañana. Todo esto, absolutamente todo, es información que tu cerebro, en su infinita genialidad, guarda para ti, para que las uses (si quieres…).

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