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Las habilidades comunicativas, una cuestión de supervivencia

La irrupción de la inteligencia artificial supone un dilema para la humanidad. Su influencia se manifiesta en todas y cada una de las actividades de la vida, sin excepción, y son múltiples los oficios y profesiones que, dicen, están en peligro de desaparición. Sin embargo, sabemos que si algo caracteriza a la especie humana es, precisamente, su resiliencia, su capacidad para sobrevivir.

No olvides que los dinosaurios, una especie fuerte, depredadores, desaparecieron y muchas otras especies menores permanecieron en el planeta. El ser humano, además, ha sobrevivido a pandemias, pestes, catástrofes naturales como terribles huracanes, devastadores terremotos, pavorosas inundaciones y a eventos demoledores como la guerra. Parece que fuera indestructible.

Hace 25 años, quizás lo recuerdes, cuando internet irrumpió en nuestra realidad y la cambió por completo, nos dijeron que la vida no sería igual, jamás sería la misma. También dijeron que millones de empleos se perderían y que muchas empresas desaparecerían. Así fue, pero el ser humano volvió a exponer su asombrosa capacidad de adaptación y logró sobrevivir.

Con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que era un cambio beneficioso, aprendimos que la tecnología no llegaba para sustituirnos o, peor, para destruirnos, sino para ayudarnos. Que en la práctica significa complementarnos, potenciar nuestras habilidades, sacarnos de la zona de confort y, lo mejor, para brindarnos nuevas y maravillosas posibilidades de crecimiento.

No sé qué opinas, pero soy un agradecido de la tecnología. Cuando comencé mi carrera profesional, hace más de 37 años, los periodistas aún trabajábamos en máquina de escribir y los computadores eran un sueño. Es decir, he vivido en carne propia lo bueno y lo malo de esta revolución tecnológica que significó la transformación del oficio y de la mentalidad.

Fui de los primeros periodistas que utilizó internet en Colombia, en 1997. Para que te hagas una idea del contexto: ninguna empresa o medio de comunicación tenía una página web, los bancos apenas implementaban los cajeros electrónicos y lo que los expertos nos decían era que internet era “algo pasajero”, “una nueva moda que desaparecerá pronto”.

Por supuesto, y por fortuna, no fue así. Desaparecieron los que se quedaron en lo mismo de antes, los que fueron incapaces de evolucionar, los que no cumplieron con la premisa de saber adaptarse. Los demás, mientras, nos fortalecimos, adquirimos habilidades y nos convertimos en mejores personas, en profesionales más capacitados, gracias a la tecnología.

Hoy, el nuevo dinosaurio, la amenaza mediática, es la inteligencia artificial generativa. Sí, la que muchas personas llaman ChatGPT, pero esta herramienta es tan solo una de tantas de las que ya disponemos. Y vendrán otras más, sin duda, un tsunami tecnológico. Algunas de esas especies serán efímeras, no cumplirán con su propósito y desaparecerán. No hay remedio.

Otras, las más valiosas, las más poderosas, en cambio, permanecerán. Y se convertirán en una parte importante de nuestra vida, como ocurrió con internet hace más de 25 años. Por eso, más que una obligación es una decisión acertada aprender a utilizar esta maravilla. No al punto, quizás, de ser un experto, pero sí bajo la premisa de aprovechar su poder ilimitado.

Lo que, en todo caso, no se puede perder de vista, es que la diferencia, para bien o para mal, no la marca la tecnología: este es un privilegio del ser humano, del uso que haga de ella. No olvides que muchas personas, millones en el mundo, desconocían y/o desaprovechaban el poder de internet antes de la pandemia. Fue durante el encierro cuando lo descubrieron.

Después de ese punto bisagra, hoy estamos familiarizados con las reuniones virtuales y con otra serie de opciones que antes pocos usaban. Para muchas familias, por ejemplo, pasar la pandemia con un buen balance fue fruto, entre otras cosas, de las reuniones virtuales con familiares y amigos. En medio del encierro, pudieron salvaguardar su salud mental.

Repito: la tecnología es asombrosa, maravillosa, increíble. Ponle el calificativo que quieras y seguro te quedarás corto. Sin embargo, la magia está en el ser humano, en su inteligencia natural, en su capacidad para aprender, en su creatividad, en el uso que le brinda. Así, por ejemplo, la dinamita no fue creada para matar, para destruir, el uso más común que se le da.

Lo que la inteligencia artificial generativa hará por ti, si se lo permites, es potenciar tus habilidades, sacar el máximo provecho de tu conocimiento y producir un mayor impacto en la vida de quienes te rodean, de aquellos sobre los que ejerces influencia. Esta tecnología llegó para ayudarnos, para facilitarnos la vida, para permitirnos ser más productivos y rentables.

Lo esencial, lo fundamental, lo que marca la diferencia, repito, está en ti. ¡ERES TÚ! De hecho, un reciente estudio de la prestigiosa consultora Kantar Media, llamado Las competencias que definirán el ecosistema mediático del mañana, nos ofrece unas lecciones valiosas. Se hicieron 1.110 encuestas en 53 países a personas relacionadas con investigación, datos e insights.

Estas fueron algunas de las conclusiones más destacadas:

1.- Se reconoce la necesidad de adaptarse a los cambios que llegaron y a los que vendrán

2.- Se entiende que tecnología y talento van de la mano, son complementarios, no opuestos

3.- Los expertos en estas nuevas tecnologías son la nueva joya de la corona laboral

¿Cómo te parece? A mi juicio, nada sorprendente, nada que no fuera previsible. Lo que me llamó la atención de los resultados de la encuesta, el motivo por el cual escribí esta nota, fue el escalafón de las 10 competencias más importantes hoy. Ten en cuenta que los consultados son personas relacionadas con los medios de comunicación, agencias de marketing y afines:

1.- Habilidades de comunicación y storytelling79 %

2.- Análisis e interpretación de datos – 73 %

3.- Capacidad para explicar técnicas y metodologías complejas – 65 %

4.- Posibilidad de conectar fuentes de datos – 60 %

5.- Visualización de datos – 59 %

6.- Experiencia diversa y nuevas perspectivas – 57 %

7.- Experiencia en investigación – 46 %

8.- Conocimientos de data science39 %

9.- Manejo de big data – 36 %

10.- Experiencia en el uso de la IA – 27 %

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¿Qué opinas? Honestamente, a mí me sorprendió ver en el número uno las habilidades de comunicación y el storytelling, que en teoría son las principales víctimas de la inteligencia artificial generativa. No porque desconozca su importancia, sino porque la percepción del mercado era distinta. Es decir, veía que lo prioritario era la tecnología, las herramientas, no la habilidad.

Por supuesto, es algo que me alegra, me entusiasma. Entre otras razones, porque respalda mi lucha de los últimos años: crear conciencia de que el factor diferencial, lo que realmente provoca impacto, no es el canal, no es el formato, no es el recurso, no es la herramienta: es la capacidad del ser humano para sentir, compartir y transmitir emociones y experiencias.

Un ejemplo: cuando desarrolló su carrera periodística, primero, y la de escritor, después, el gran Gabriel García Márquez, Gabo, escribió en cuartillas. Es decir, en máquina de escribir. Solo al final, cuando ya era famoso y consagrado, cuando ya había ganado el Premio Nobel, usó la computadora. El talento estaba en él, la imaginación estaba en él, no en la herramienta.

Uno más: cuando ganó sus 18 campeonatos mayores, entre 1962 y 1986, el estadounidense Jack Nicklaus utilizó palos que hoy no solo son reliquias, sino arcaicos. Por aquel entonces, el desarrollo de la industria del golf iba a lomo de mula, a diferencia de lo que sucede hoy, cuando los cambios, los avances tecnológicos, se dan a la velocidad de un rayo.

A lo largo de su sensacional trayectoria, Nicklaus acumuló 73 triunfos en el PGA Tour, para ubicarse como el tercero de la historia. Solo lo superan Sam Snead y Tiger Woods, con 82. El Oso Dorado es considerado por muchos el mejor jugador de todos los tiempos, tanto por su capacidad técnica como, en especial, por su férrea mentalidad ganadora y su determinación.

Hoy, sin embargo, muchas personas creen que lo importante es la herramienta, el canal o el formato y menosprecian lo realmente valioso: el contenido. Menosprecian lo que pueden entregarle al mercado y se limitan a seguir la tendencia, la moda. Algunas logran hacer ruido, pero su efecto es a corto plazo y pronto surge un nuevo objeto brillante que las desplaza.

Las habilidades comunicativas son las que nos permiten comunicarnos de manera efectiva con otros, bien sea a través del habla, de la escritura, de la gestualidad (movimiento), de la pintura, del canto o, inclusive, de las señas. Son fruto de un proceso consciente cuyo fin es transmitir un mensaje, establecer un vínculo o realizar un intercambio de conocimiento y experiencias.

La escucha activa, la comunicación verbal, la no verbal, la empatía, la asertividad y la inteligencia emocional son, entre otras, las principales habilidades comunicativas. Todos los seres humanos disponemos de ellas, pero cada uno las desarrolla en distinta medida o, de otra forma, cada uno privilegia algunas que le resultan más cómodas o que son más fáciles.

En la película Náufrago, lo que le permitió sobrevivir a Chuck Noland (interpretado por Tom Hanks) no fue la tecnología. De hecho, no tenía herramientas porque perdió el transmisor de emergencia de la balsa en la que llegó a una isla desierta. Sobrevivió gracias a sus habilidades y a su ingenio para arreglárselas en un medio de un ambiente inhóspito.

Volvamos al comienzo: amenazado por los depredadores, con pocos recursos y un precario conocimiento del entorno, el ser humano sobrevivió en la prehistoria. Y a lo largo del tiempo ha hecho lo mismo una y otra vez tras tragedias naturales, guerras o pandemias. Lo ha hecho gracias a su inteligencia, a su intuición, a su resiliencia y a su capacidad de adaptación.

En una sola palabra, gracias a sus habilidades. Entre ellas, las comunicativas, que le han servido para transmitirles a otros, de generación en generación, el conocimiento adquirido y el aprendizaje fruto de sus experiencias. Haber enseñado a otros cómo sobrevivir a pesar de las dificultades es lo que le ha permitido al hombre ser la especie que no se extingue.

Como dice la canción, “yo no sé mañana”, no sé qué pasará mañana, dentro de unos años. No sé cuál será el resultado de una encuesta similar de Kantar Media en 5 o 10 años. De lo que sí estoy seguro es de que las habilidades comunicativas se darán mañas para entreverarse entre las más importantes, las indispensables, las más valoradas. Es cuestión de supervivencia…

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4 lados de una historia: comunica para comprender, no para convencer

Jean-Jacques Rousseau murió en 1778, hace 246 años. Sin embargo, algunas de sus enseñanzas siguen vigentes. Nació en 1712 en Ginebra (Suiza) y se le recuerda como escritor, músico, botánico, naturalista y filósofo. Abogaba por combatir la tiranía a través de la razón y el conocimiento y sus ideales ejercieron una fuerte influencia en la Revolución Francesa.

Si le preguntas a Mr. Google, que lo sabía casi todo antes de la llegada de ChatGPT, pondrá a tu disposición una gran variedad de frases célebres que se le atribuyen a Rousseau. Una de ellas es, precisamente, el motivo de este post: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. ¿La conocías?Genial, ¿cierto?

Cuando la leí, de inmediato llamó mi atención. Y también le causó gracia, porque no tardé en darme cuenta de que esas 18 palabras resumen el origen de uno de los problemas más complejos a los que se enfrenta el ser humano. ¿Sabes cuál es? El de comunicarse con otros. Comunicarse entendido como conectar, enlazar, empatizar, intercambiar, relacionarse.

El diccionario nos dice que hablar y comunicar son sinónimos. Al primer término lo define como Comunicarse con otra u otras personas por medio de palabras. Otras acepciones son “Tratar, convenir, concertar” y “Razonar, o tratar de algo conversando”. Nos ofrece sinónimos tales como expresar, decir, enunciar, conversar, dialogar o platicar.

De comunicar, mientras, nos dice que es “hacer a una persona partícipe de lo que se tiene” o “conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito”. ¿Sinónimos? Informar, notificar, transmitir, revelar, anunciar y compartir, entre otros. Como ves, similares en la teoría, pero seguro sabes, lo has experimentado, se manifiestan distinto en la práctica, en la realidad.

Algo parecido a lo que ocurre con oír y escuchar. En términos estrictos, son lo mismo, pero el segundo término implica “prestar atención a lo que se oye”, una condición que el primero no exige. El problema es que hablamos mucho y comunicamos poco (o casi nada) y también oímos mucho y escuchamos poco (o casi nada). Es una terrible contradicción y una lástima.

Primero, porque vivimos la era de la comunicación, de la tecnología, una etapa que ninguna otra generación disfrutó. Disponemos de increíbles y poderosos canales y herramientas que nos facilitan la vida, que nos permiten estar en contacto con otros de manera inmediata. Segundo, porque en la práctica renegamos del gran privilegio de los seres humanos.

¿Sabes cuál es? El que nos distingue del resto de las especies del planeta: la capacidad para comunicarnos de manera consciente. Un privilegio que no aprovechamos o que utilizamos de manera equivocada. ¿Cómo? Son más las ocasiones en las que nuestro mensaje es fuente de discordia, de provocación, de agresión, de ofensa, que de lo contrario.

Un cortocircuito que, por lo general, es el resultado de nuestras comunicaciones, de nuestros diálogos. Discutimos, peleamos, agredimos más de lo que conversamos, de lo que comunicamos. Ese, por supuesto, es el principal obstáculo al que nos enfrentamos cada día en todos los ámbitos de la vida. Un problema complejo que, por fortuna, tiene solución.

La principal dificultad a la hora de comunicarnos es que los seres humanos, todos, sin excepción, asumimos que tenemos la razón. ¡Estamos seguros de que tenemos la razón! Y no solo eso: queremos, pretendemos, que otros piensen igual que nosotros, que no difieran y que no nos contradigan, aunque quizás tengan la razón. Es el origen de los cortocircuitos.

No es un problema menor, sin duda. Hay estudios que han determinado que los malentendidos surgidos entre empleados y directivos en las empresas, discusiones simples que pasaron a mayores, cuestan hasta 37.000 millones de dólares al año. Y millones de divorcios, de amistades de años que terminan mal, de negocios potenciales que se frustran.

Probablemente porque olvidamos la premisa de Rousseau: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. Así es en las conversaciones más sencillas como en las complejas. En las que sostienes informalmente con tu pareja o con uno de tus hijos y la que adelantas con un cliente, con tu jefe o con un socio estratégico.

Siempre, sin excepción, cada historia, cada conversación, nos ofrece cuatro lados. Sin embargo, a pesar de que seguramente lo sabemos, en la práctica tendemos a sostener conversaciones sobre nosotros mismos, simplemente por costumbre, porque somos hábiles para dominar el escenario o, lo peor, por ego. En últimas, por un cúmulo de emociones.

Distinto de lo que pensamos, de lo que creemos, los seres humanos somos más emocionales que racionales. Diversas investigaciones han establecido que más del 85 por ciento de las decisiones que tomamos se basan en las emociones del momento, son una respuesta a ellas. Luego le damos cabida a nuestro YO racional para justificarlas.

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La esencia de la vida radica en la calidad de las relaciones que establecemos. Y esas relaciones están determinadas por la calidad de las conversaciones que se dan entre las personas involucradas. Estudios científicos demuestran que las personas que establecen una conexión humana con los demás tienen más posibilidades de éxito en sus relaciones.

Y esa conexión humana implica empatía, transparencia (honestidad), autenticidad y curiosidad. Es un intercambio, un ida y vuelta, no un camino de una sola vía. Es decir, conversar, comunicarse, no implica imponer tus ideas, o tu criterio. De lo que se trata es de que se dé una confrontación, que significa “carear a dos personas” o “cotejar dos cosas”.

William Jennings Bryan, un destacado político demócrata estadounidense, que fue tres veces candidato presidencial y murió en 1925, hace casi un siglo, dijo: “Dos personas en una conversación equivalen a cuatro hablando. Las cuatro son lo que dice una persona, lo que realmente quería decir, lo que escuchó su interlocutor y lo que creyó haber escuchado.

¿Entiendes? Los cuatro lados de la historia de los que nos habló Rousseau hace 250 años. Entonces, no se trata de una necedad o de un capricho, tampoco es una tendencia o una moda de las redes sociales: es una realidad. Si quieres que tus relaciones sean armónicas y fructíferas, que tus negocios sean rentables, debes aprender a comprender estos cuatro lados.

1.- TU lado.
Que, por lo general, asumimos como ‘la verdad’, como ‘la única verdad’, como ‘toda la verdad’. Y no nos damos cuenta de que, al final, solo es un lado de la historia, una parte, una versión, una opinión. Sin embargo, nos empeñamos en hacerla valer, procuramos que la otra persona asuma nuestra posición, adopte nuestras ideas, que piense igual que nosotros.

El problema es que nos dejamos llevar por las emociones, por la pasión, quizás por el deseo de ayudar a otros, y cruzamos la línea invisible que divide nuestro lado de su lado. Y en ese momento, entonces, entramos al terreno de los cortocircuitos, de los malentendidos. No lo olvides: TU lado es solo una parte, igual de grande y de importante que la parte del otro.

2- SU lado.
Que, no sobra decirlo, es tan válido como el tuyo. Aunque sea opuesto, aunque te ofenda, aunque no te guste ni un poquito. ¡Es válido! Lo que debes aprender, y entender, es que ese lado de la otra persona está determinado por sus creencias, por sus experiencias, por su conocimiento, por sus miedos, por sus emociones. Entonces, lo más normal es disentir.

Que, por supuesto, no significa asumir posiciones irreconciliables, sino lo contrario: hallar puntos de acuerdo. Para entender y aceptar SU lado de la historia, debemos conocer a la otra persona y no solo eso: aceptar también sus limitaciones, vulnerabilidades y, sobre todo, sus emociones. ¿La clave? Escuchar de manera activa, empática, sin juzgar, sin descalificar.

3.- La VERDAD.
Sí, ya sé que es un tema espinoso, arenas movedizas. Sin embargo, es más sencillo de lo que piensas. ¿Por qué? Solo necesitas aceptar que NO hay una VERDAD, una verdad única, incuestionable. O, de otra manera, entender que cada uno tiene su VERDAD, su propia verdad. De nuevo, fundamentada en creencias, miedos, conocimiento, experiencias…

Y, claro, en sus pensamientos y en sus emociones. Un ejemplo: un escenario colmado por 50.000 personas que acuden a un evento deportivo y millones más que lo siguen a través de la televisión o internet. Al final, cada uno tiene su verdad de lo sucedido, porque lo que cada uno vio fue distinto. Si entiendes esta premisa, tus relaciones serán menos traumáticas.

4.- Lo que REALMENTE sucedió.
Que, valga recalcarlo, cada uno lo ve distinto, a partir de su VERDAD. El ejemplo anterior se aplica a la perfección. Por eso, los hinchas al deporte, los que gustan de la política o los que conversan sobre la pareja ideal, difícilmente, por no decir nunca, se pondrán de acuerdo. Y está bien, porque cada uno ve la realidad a partir de su verdad, desde su lado de la historia.

Si vas por la calle, ocurre un accidente y te paras a preguntarles a 10 testigos qué ocurrió, al final tendrás 10 verdades distintas, 10 versiones válidas. Como en cualquier conversación con tus amigos, cuando se reúnen a cenar. O cuando los compañeros del colegio recuerdan los años maravillosos: saber lo que REALMENTE sucedió es armar un gran rompecabezas.

Moraleja: comunicarnos entre seres humanos va más allá, mucho más allá, de emitir mensajes, de conversar. De lo que se trata es de comprendernos. Según el sicólogo clínico estadounidense Jeffrey Bernstein, “Las personas tienen una necesidad innata de ser comprendidas. Esa necesidad de comprensión es más fuerte que la de ser amado”.

Entonces, de lo que se trata es de sostener conversaciones, interacciones, relaciones, enfocadas más en comprenderque en convencer. Esta es una premisa que, si la pones en práctica, te sirve para todas las actividades de la vida, en especial en aquellas, como tu trabajo, en la que tu labor más importante es relacionarte con otros, comunicarte con otros.

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Mitos (mentiras), verdades y claves acerca del calendario editorial

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Si la idea de crear y publicar contenido en canales digitales ya es un gran dolor de cabeza para la mayoría de los emprendedores y profesionales independientes, la de establecer un calendario editorial es una tragedia. De hecho, es tal el miedo que produce que se convirtió en la ‘excusa perfecta’ a partir de la manida frase “no sé qué publicar, no se me ocurre nada”.

Por supuesto, se trata de uno de los tantos bulos que ha alzado vuelo en el ecosistema digital, una de esas mentiras que se transformó en verdad en virtud de la repetición. Porque, claro, todos, absolutamente todos los expertos (en esto, en aquello, en lo uno, en lo otro) te juran que sin un calendario editorial estás condenado al fracaso. ¡Es una GRAN MENTIRA!

Que ni siquiera ellos se la creen. Sin embargo, les resulta útil para manipular al mercado, para engañar a las personas que no saben, para atraerlas a sus redes y luego sacarles su dinero. El calendario editorial es una ayuda, positiva si la sabes utilizar, inútil si careces de la estrategia adecuada. Porque, más que el calendario, lo que determinará tu resultado es la estrategia.

Hablemos claro: el calendario editorial NO es la panacea, NO te solucionará los problemas y NO te garantizará buenos resultados por sí mismo. De hecho, te lo confieso, NO uso esta herramienta. ¿Por qué? Porque, por formación, no soy dado a programar a largo plazo, sino que vivo al vaivén de los acontecimientos, de la noticia del momento. Recuerda: soy periodista.

Me encanta la adrenalina de la inmediatez, de producir el contenido inmediatamente después de que suceden los hechos. Y, también, la adrenalina del seguimiento, de la evolución de los sucesos, de la reflexión. Por supuesto, sé que soy la excepción a la regla y, por eso, no espero que las demás personas desprecien una herramienta que puede ser útil.

He empleado el calendario editorial con algunos clientes que prefieren disponer de esta guía, de esta ayuda. Además, porque están condicionados por el mercado, por aquella idea, expresada en tono perentorio, de “debes tener un calendario editorial”. No tengo problema en hacerlo, pero, repito, en mi día a día me rijo por la inmediatez, por el instinto, por el olfato.

Instinto y olfato que, valga la pena recalcarlo, no son caprichosos o arbitrarios. Responden a una juiciosa y permanente observación del mercado. ¿Eso qué significa? Que estoy en permanente actitud de exploración, de investigación, de encontrar nuevas temáticas y, en especial, de responder las preguntas habituales del mercado y de derrumbar mitos y bulos.

Soy parte de dos comunidades digitales de emprendedores y participo con frecuencia en charlas, eventos y cursos no solo de marketing, sino de áreas complementarias como la inteligencia artificial, diseño gráfico, storytelling, neuromarketing, coaching y persuasión. Es decir, estoy siempre en modo cacería, en la búsqueda de información de valor para nutrirme.

Una de las fuentes más valiosas está representada por los estudios que realizan empresas y consultoras de confianza y credibilidad. No tanto en el tema de las pavorosas tendencias, que no son más que interpretaciones caprichosas y muchas veces malintencionadas de los datos para favorecer un interés particular, sino de comportamientos, hechos comprobables.

Si veo que la información de esos estudios resulta interesante y pertinente para alguna de las audiencias a las que me dirijo, lo utilizo. También sigo en redes sociales a referentes de distintas áreas (las ya mencionadas), atento a sus publicaciones. Muchas de ellas son fuente de ideas (ángulos) a partir de las cuales elaboro contenidos enriquecidos, complementados.

Es decir, para que no haya equívocos, tomo alguna idea, la proceso, le doy mi toque, mi estilo, la adapto a los intereses de la audiencia con la que voy a compartir el contenido y procuro mejorar la versión original. Algunos dirán que es copy + paste, pero no es así: por si no lo sabías, todas las ideas que creas en tu mente surgen de lo que aprendes, de lo que ves.

Por ejemplo, no puedes imaginar el mar si no ves una foto, o un video; si no escuchas el golpe de las olas contra la costa, si no oyes el graznido de las gaviotas. A partir de esos estímulos, tu cerebro procesa la información y luego crea su propia versión. O ves una película, lees un libro, escuchas un pódcast o ves algo a tu alrededor que incentiva una idea y la desarrollas.

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Esto es importante entenderlo para no caer en la trampa del ‘contenido único’, del ‘contenido cero kilómetros’ o del objeto brillante de la ‘idea disruptiva’. ¿Por qué es una trampa? Por la sencilla razón de que TODO, absolutamente TODO lo que tu mente imagina, YA EXISTE. Tu cerebro toma esa idea, ese estímulo, lo adapta a lo que eres y lo pone a tu disposición.

Si caes en esa trampa, serás una más de tantas víctimas que, a pesar de poseer valioso conocimiento y experiencias que pueden ayudar a otros, eligen guardarlo. No se animan a crear contenido, se dejan dominar por el síndrome del impostor o, por último, toman el camino más sencillo: las excusas que se manifiestan a través de la procrastinación.

Ahora, volvamos al calendario editorial. ¿Sirve? Sí, pero NO es la panacea. ¿Es útil? Sí, pero dependerá de tu disciplina, de tu constancia y, sobre todo, de la coherencia de la estrategia de contenidos que establezcas. Porque carece de utilidad un calendario de contenidos si, a la hora de la verdad, vas a hacer una publicación al mes, o cada 15 días. No tiene sentido.

Veamos, entonces, algunos puntos clave que debes considerar:

1.- NO es una camisa de fuerza.
El principal error cuando se establece un calendario de contenidos es que las expectativas son muy altas. Como ven que la competencia publica todos los días, o varias veces al día, piensan que también deben hacerlo. Y no es así, no es camisa de fuerza. ¿Por qué? Porque son audiencias distintas, porque el nivel de confianza y credibilidad también es distinto.

Antes de crear un calendario de contenidos debes responder esta pregunta: ¿estoy en la capacidad y con la disposición necesaria para crear ese contenido? Es decir, ¿le vas a dedicar el tiempo requerido? (para investigación, elaboración y programación). Si la respuesta no es un SÍ categórico y surgido de la convicción, el calendario no te ayudará.

2.- Depende de tu relación con el mercado.
Si eres de aquellos (tantos) que solo se comunican con el mercado, con su audiencia, cuando le van a ofrecer (vender) algo, el calendario no te ayudará. El valor del calendario editorial es que te permite hacer el seguimiento de tu relación con el mercado a partir de tus publicaciones, de las interacciones, de la retroalimentación. La clave es la relación.

Entonces, a la hora de crear tu calendario editorial piensa primero en ¿qué puedes ofrecerle al mercado para informarlo, educarlo, entretenerlo o nutrirlo (inspirarlo)? O ¿cuáles son esas inquietudes de tus clientes potenciales que puedes resolver en la actualidad? Repito: esta herramienta te será útil en función de la calidad de la relación que tengas con el mercado.

3.- Es personal e intransferible.
¿A qué me refiero? Que no se vale copiar el calendario editorial del gurú de turno, el de la competencia o el de tu mentor. Cada caso es único y particular. Un calendario editorial te servirá en la medida en que responda no solo a las necesidades de tu mercado, de tu audiencia, sino, también, en que encaje en tus posibilidades de creación de contenidos.

¿Sugerencias? Estas son algunas que quizás te pueden ayudar:

1.- Comienza lento.
En especial si aún no tienes un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, si esos clientes potenciales no te ven como una autoridad en el tema, ve paso a paso. No vas a ganar nada al publicar mucho contenido: la premisa es prioriza calidad por encima de cantidad. Prueba con una publicación a la semana y mide resultados, luego aumentas paulatinamente.

2.- En la variedad está el placer.
Porque si solo vas a vender, si solo vas a hablar de ti o de tu producto (o empresa), si no le vas a aportar valor al mercado, el calendario no te ayudará. Recuerda: la utilidad del calendario va de la mano de los cuatro objetivos del contenido de valor. ¿Cuáles? Informar, educar, entretener y nutrir (inspirar). Ten en cuenta, además, la temperatura de tu audiencia.

3.- Mide, retroaliméntate.
El ROI del contenido de calidad no es un esprint de 100 metros, sino una ultramaratón. Es decir, se mide a mediano y largo plazo. Pero, si no mides, si no recibes la retroalimentación del mercado, no sabrás cómo vas, qué puedes corregir o qué debes reforzar. Recuerda: lo que da valor al calendario es tanto la calidad de lo que produces como la estrategia que implementas.

Moraleja: el calendario editorial no hace magia, no te garantiza resultados y, si no lo sabes utilizar, más bien te dará problemas, muchos dolores de cabeza. La clave es la estrategia que diseñes, que debe estar en concordancia tanto con las necesidades e intereses de tu público como de tu real capacidad para generar contenido de calidad. No es publicar por publicar…

Como tampoco es vender y vender, nada más. El contenido que publiques, que compartas con el mercado, servirá en la medida en que ayude a esas personas de alguna manera. Y ese es un objetivo que puedes cumplir sin necesidad de un calendario editorial, si así lo decides. Por último, no olvides la premisa que marca la diferencia. ¿Cuál? ‘La magia la pones tú…’.

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5 acciones efectivas para enseñarle a tu cerebro a inspirarse

El ser humano, desde siempre, utilizó la imaginación para justificar, para racionalizar, aquello que le resulta incomprensible. O de lo que, en ese determinado momento, no encuentra una explicación. Ese es el punto de partida de los miedos que lo acosan, de los mitos que se transmiten de generación en generación y de las fantasías que alivianan sus cargas.

Así, por ejemplo, muchas personas están convencidas de que su destino ya está determinado y de que su tarea en este mundo es cumplirlo sin excusa. Es decir, seguir al pie de la letra el libreto que alguien (no sabe qué o quién es, o dónde está) escribió para ellas. Son creencias que se alimentan con el acervo cultural y con las enseñanzas de las distintas religiones.

Versiones, verdades a medias que se transforman en certezas por la fuerza de la repetición. Las decimos tantas veces, que el cerebro termina por creerlas, por darles crédito. Y, entonces, las utiliza con frecuencia para darnos una salida cuando la vida nos lleva por un callejón sin salida o cuando vemos la luz al final del túnel, pero seguimos atrapados en su interior.

Uno de los ejemplos clásicos de esta situación es la tal inspiración. Que si bien en los últimos tiempos de nuevo se puso de moda, anda por ahí con sus travesuras desde el siglo VIII a. C. Los que hablaron de ella fueron los griegos clásicos, maestros de la creatividad, de la imaginación, de la fantasía. A través de sus relatos, la inmortalizaron y hoy es todo un mito viviente.

Entre otras razones, porque múltiples creativos famosos, de la pintura, de la música y de las letras, principalmente, se refirieron a ella. Algunos de ellos, inclusive, le pusieron nombre. Así, por ejemplo, Salvador Dalí dijo que su esposa Gala lo inspiraba, mientras que el poeta Dante Alighieri señaló a Beatriz, una joven de la que se enamoró cuando solo contaba 9 años.

De hecho, cuenta la historia, cuentan las historias, en muchas ocasiones esas musas no eran exclusivas. ¿Eso qué significa? Que la misma musa inspiraba a varios artistas. Es el caso de la modelo francesa Fernande Olivier, una de las musas del pintor español Pablo Picasso, que también trabajó con otros artistas. Algunas, inclusive, luego se convirtieron ellas en artistas.

Las musas son figuras clave en la mitología griega y desempeñaron un papel fundamental en la inspiración de los artistas y poetas de la época. Son nueve divinidades a las que se consideraba las protectoras de las artes y las ciencias, y se creía que eran las fuentes de la creatividad y el conocimiento. Según la leyenda, cada una se asociaba con un arte o una ciencia en particular:

1.- Calíope, la musa de la poesía épica.
Era la más importante, la líder del grupo. Era la que inspiraba a los poetas, los que narraban las batallas, las grandes gestas y las hazañas de los héroes. Se creía que otorgaba el don de la elocuencia y, además, que proporcionaba la habilidad de contar historias magistrales.

2.- Clio, la musa de la historia.
Era la inspiradora de historiadores y cronistas. Se le atribuye la creación de la historia como disciplina. Se dice que la buscaban para que los iluminara en la tarea de contar los sucesos y preservar la memoria. Otorgaba el don de la objetividad y la capacidad de investigar.

3.- Erato, la musa de la poesía lírica y amorosa.
Su nombre significa ‘la amante’ y era muy demandada a la hora de escribir poemas para transmitir sentimientos manifiestos o pasiones ocultas. Se la consideraba la musa del amor y su influencia era fundamental para crear poemas y desencadenar el éxtasis emocional.

4.- Euterpe, la musa de la música.
Su nombre significa ‘la que deleita’ y era representada por una flauta o una lira. Por supuesto, era la inspiración de músicos, compositores y cantantes, y fuente de creatividad. Reza la tradición que ayudaba a los autores a encontrar la armonía y el ritmo en sus composiciones.

5.- Melpómene, la musa de la tragedia.
Relacionada con el arte dramático, un pilar de la cultura griega. Su nombre significa ‘celebrar el canto’ y era representada por una máscara trágica, una corona de hiedra o un báculo. Era la fuente de creación de obras llenas de emociones y conflictos en las artes escénicas y el teatro.

6.- Polimnia, la musa de la poesía sagrada y la retórica.
Se representaba con un velo en la cabeza y sostenía un libro o un rollo de papiro. Su nombre significa ‘la de muchos cantos’. Además de la poesía y la retórica, extendía su influencia a la meditación y la contemplación, al inspirar la reflexión profunda y la búsqueda de la verdad.

7.- Talía, la musa de la comedia.
En la cultura griega, la comedia era una forma de entretenimiento muy valorada. Se la representaba con una máscara cómica en su mano y se la relacionaba con la alegría y el humor. Otorgaba el don de la risa y brindaba ideas ingeniosas. Era la preferida del pueblo.

8.- Terpsícore, la musa de la danza y la poesía coral.
Es una de las musas más conocidas y veneradas de la cultura griega, dado que la danza era un pilar de la sociedad. Estaba presente en ceremonias religiosas, festivales y eventos sociales. Se creía que su presencia inspiraba la gracia y la belleza en cada movimiento y palabra.

9.- Urania, la musa de la astronomía y la astrología.
Se la representaba con un globo terráqueo y una vara celestial, simbolizando su dominio sobre los cielos y las estrellas. En la cultura griega, la astronomía y la astrología eran disciplinas muy valoradas. Se creía que los astros ejercían clara influencia en el destino de los seres humanos.

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Cuenta la historia que los artistas y poetas rezaban a las musas antes de comenzar su trabajo, a la espera de recibir su guía y apoyo en la búsqueda de la perfección artística. Una creencia que, sin duda, se mantiene hoy. Además, se consideraba que la relación entre musas y artistas era una conexión directa con lo divino y que el artista inspirado trascendía lo mundano.

Los artistas griegos asumían las musas como personales, como fuente de inspiración individual y única. Las buscaban constantemente, en procura del don de la creatividad. Cada artista tenía su propia musa a la que adoraba y buscaba en su proceso creativo. Eran guías y mentoras en el arte que ayudaban a los artistas a alcanzar nuevas alturas en su trabajo, un nivel de excelencia.

Lo cierto es que de la Antigua Grecia hasta la modernidad, en plena era de la tecnología, de la comunicación y del conocimiento, en la era de la inteligencia artificial, las musas se dieron mañas para perdurar. El simbolismo de estas diosas griegas ha sido retomado en diversas expresiones artísticas y culturales en el siglo XXI, inclusive en actividades cotidianas.

Es decir, las musas ya no son un privilegio de los artistas, sino que, dice la leyenda, son invocadas por cualquiera. Hoy, la búsqueda de inspiración y creatividad se asocia con la presencia de una musa que guía al autor en su proceso creativo. Además, la figura del mentor o la de cualquier otra entidad superior se conecta con la inspiración, como padres o ídolos.

Si sigues con atención mis publicaciones en canales digitales, sabrás que no creo en la tal inspiración. Es decir, no tengo musas. Sí, efectivamente, como en el caso de cualquier ser humano común y corriente, hay algunos disparadores que me motivan, que prenden la chispa creativa, que activan la imaginación. Sin embargo, para nada se parecen a las musas griegas.

¿Entonces? Según el diccionario, la inspiración es un “estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia”. Una definición que, por supuesto, se queda corta porque no se limita a los ámbitos del arte o de la ciencia, sino que está presente en todas y cada una de las actividades de la vida cotidiana. En el deporte, en la cocina, en el estudio y hasta en las relaciones.

Nunca está de más una pizca de inspiración, que no es más que un chispazo que se origina en tu cerebro y te proporciona una salida genial al problema, situación o dilema que enfrentas. Lo que es importante entender es que la inspiración está en ti, sale de ti. Es opuesto a lo que pensaban en la Antigua Grecia, en el sentido que creían que la inspiración llegaba del exterior.

El mito de las musas griegas, además, nos dice que estas se presentaban solo ante algunos elegidos, pero hoy sabemos que los seres humanos, absolutamente todos, nos inspiramos. Lo que nos diferencia a unos de otros es que solo unos pocos sabemos activar ese chispazo, ese rayo de luz que ilumina el proceso creativo. Los demás, la mayoría, siguen a la espera de las musas.

Estas son algunas de las acciones sencillas que he descubierto potencian mi inspiración:

1.- El descanso. Cuando tu cerebro está acelerado, cuando está agotado, es como un bulto de anzuelos. Se le dificulta encontrar la respuesta adecuada, se confunde, no tiene claridad. Un buen descanso (que no solo significa dormir) le ayudará a recuperar su potencial máximo

2.- El aprendizaje continuo. Lo maravilloso del cerebro es que jamás se llena, jamás se cansa de aprender. Es más: disfruta del aprendizaje, le encanta adquirirlo. Cuanto más aprendas, cuantas más habilidades desarrolles, más opciones de respuesta le darás a tu cerebro

3.- La lectura y la música. Las dos están estrechamente ligadas tanto al aprendizaje como a la memoria, son fuente ilimitada de recuerdos. Y es a estos, a los recuerdos, a las historias que encierran los libros y las canciones, que recurre tu cerebro cuando requieres inspiración

4.- La paz mental. Parecida a la primera, pero distinta. ¿Por qué? Porque no se refiere al órgano como tal, sino al estado de ánimo, a las emociones que experimentas en ese momento en especial. Cuanto más tranquila y clara esté tu mente, mejores serán las ideas que crees

5.- La naturaleza. Que, supongo lo sabes, es mágica. Siempre nos sorprende y nos maravilla con sus creaciones. El canto de los pájaros, la majestuosidad del paisaje, la flora o los atardeceres son fuente inagotable de inspiración. Naturaleza y soledad, una fórmula infalible

La gran enemiga de la inspiración es la rutina. Hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. Hay que romper el círculo, hay que quebrar las leyes de lo establecido y darse permiso de hacer algo diferente. En el proceso, tu cerebro aprende a inspirarse. No lo olvides: la inspiración está en ti, sale de ti; allá tú si prefieres seguir en la Antigua Grecia…

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