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¿Me escuchas? Qué sucede si aprendemos a convivir con el ruido…

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Podríamos llamarlo un enemigo invisible. Es uno de los factores externos que más afecta la salud y al que, irónicamente, no le prestamos la atención que se merece. ¿Sabes a cuál me refiero? Al ruido. Que, según evidencias científicas, afecta la salud auditiva (lógico), la mental (cada vez más común) y la cardiovascular. También produce trastornos del sueño, estrés y otras alteraciones.

Estoy en una etapa en la que la vida me exige sosiego, bajar las revoluciones y, sobre todo, alejarme del ruido. En cualquiera de sus manifestaciones. Que, por cierto, están por doquier. El tráfico y el transporte, las obras en construcción y la vida nocturna (bares, tiendas, conciertos). También, los ruidos humanos, los animales, la vida doméstica (electrodomésticos) y hasta la naturaleza.

Por si todo lo anterior fuera poco, a través de nuestros hábitos agregamos algunas otras fuentes de ruido. ¿Por ejemplo? Las incesantes notificaciones de los dispositivos digitales, que son causa de distracciones constantes, producto de mensajes recibidos. Y, por supuesto, ese que llamamos ruido mediático, que aunque no suene nos hace daño a través de mensajes tóxicos frecuentes.

Lo insólito es que, fruto de nuestra increíble capacidad de adaptación, los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos al ruido. A comienzos del siglo pasado, tiempos lejanos en los que la vida era muy distinta de la actual, en los que los ruidos eran distintos de los actuales, el célebre científico Robert Koch, ganador del premio Nobel, nos dejó una frase célebre. ¿Sabes cuál fue?

“Un día el hombre tendrá que luchar contra el ruido tan ferozmente como contra el cólera y la peste”. Bueno, pues vivimos ese día, padecemos ese día. Y lo peor, de muchas formas. Un ruido que no solo nos distrae y nos hace daño, sino que también distorsiona lo que percibimos, lo que consumimos a través de los sentidos. Es difícil hallar algo que no esté contaminado por él.

El ruido, en alguna de sus manifestaciones, contamina las relaciones con otros. Gritos, histeria, impulsos posesivos, cualquier tipo de violencia (física o verbal), manipulaciones o mentiras son ruidos que rompen los vínculos. O, peor, que los convierte en tóxicos que desgastan, que poco a poco minan la salud. Sus efectos son terribles porque acaban con la confianza, con la paz.

El ruido, también, contamina la relación que tienes contigo mismo. Ruido es la cantidad de pensamientos negativos que permites que vuelen silvestres en tu mente. Ruidos son también las creencias limitantes que te impiden obtener las maravillosas bendiciones que la vida tiene para ti. Ruido es, asimismo, el síndrome del impostor por el que no confías en tu potencial.

Otra forma común del ruido que nos amarga la vida es la dependencia de los demás. ¿Por ejemplo? Necesitar la aprobación de otros para sentirte bien, adaptarte a sus exigencias para encajar o renegar de lo que la vida te ofrece para encajar socialmente. Hay exceso de ruido en los mensajes que te condicionan, que te manipulan, en los que te hacen sentir alguien inferior.

Si bien cualquiera de las manifestaciones del ruido es dañina, la que a mi juicio es la más perjudicial es aquella ligada a la comunicación. Nada más desagradable que una interacción enrarecida por el ruido. De hecho, y seguramente lo has experimentado, lo has sufrido, este ruido es el punto de partida de los cortocircuitos de la comunicación y, claro, de los malentendidos.

Como profesional de la comunicación desde hace 38 años y consultor de estrategias de contenidos, sin embargo, entiendo las consecuencias del exceso de ruido. En especial, del que consumimos de manera inconsciente, automática; de aquel al que nos acostumbramos y lo convertimos en un hábito. Y, claro, de ese que nos impide escuchar y nos limita solo a oír.

¿Por qué? Porque los mensajes que consumimos se transforman en pensamientos, en creencias y en emociones que cultivamos en nuestro cerebro. Luego, esos pensamientos, esas creencias y esas emociones se traducen en acciones, en decisiones, en comportamientos y en hábitos. Condicionan lo que sentimos, lo que hacemos y, principalmente, cómo lo hacemos.

El problema, porque siempre hay un problema, es que programamos nuestro cerebro para oír, en vez de acondicionarlo para escuchar. Cuando solo oyes, estás sometido al ruido porque este se encuentra incorporado en esas dinámicas de comunicación distorsionadas y manipuladas. Son parte de la esencia de esas interacciones contaminadas, tóxicas, que tanto daño nos hacen.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
La capacidad de escuchar, que es voluntaria, una decisión, es imprescindible para comunicarnos con otros y, lo más importante, establecer sólidos vínculos e interrelacionarnos.

Cuando escuchas, en cambio, lo primero que debes hacer es callar el ruido. O, dicho de otra manera, mientras haya ruido es imposible escuchar. Imagina que vas caminando por el centro comercial, mientras miras las vitrinas de los almacenes, y suena tu teléfono. Contestas porque es uno de tus hijos, pero no puedes hablar: no lo escuchas por el exceso de ruido, solo oyes ruidos.

En estas épocas de infoxicación, de matoneo mediático, de bombardeo mediático y, sobre todo, de fake-news y versiones de inteligencia artificial que suplantan a los humanos, los decibeles del ruido sobrepasaron, por mucho, los límites de la cordura. Todas nuestras comunicaciones, todos nuestros mensajes, están contaminados por el ruido y las consecuencias son catastróficas.

Por eso, es necesario aprender a escuchar y dejar de oír. ¿Cómo hacerlo? Te propongo cinco acciones sencillas y efectivas:

1.- Oír es pasivo, escuchar es activo. Mientras cocinas, cuando vas al gimnasio o si juegas con tu mascota, oyes música. Que te acompaña, que te distrae, pero no le prestas atención. Solo quieres que haya un poco de ruido porque no te gusta el silencio. Lo mismo sucede si conduces tu auto: la atención está en la carretera, en los transeúntes, pero la música te ayuda a relajarte, es agradable.

Por el contrario, si quieres escuchar un audiolibro o el video de una conferencia que te interesa, lo más seguro es que te pongas los audífonos. No quieres ruidos, necesitas estar concentrado para escuchar esos mensajes que te interesan. Tu atención ya no está dispersa, sino que se concentra en esa voz que te transmite conocimiento. Solo así puedes establecer una conexión poderosa.

2.- Oír es un sentido, escuchar es una habilidad. Oír es un privilegio que nos fue concedido a la mayoría de los seres humanos. Es uno de los cinco sentidos, maravillosos regalos que nos brindó la naturaleza, es una capacidad biológica innata. No tienes que pedirla, no tienes que educarla, porque ya lo incorporas, porque es una tarea de tu cerebro, que la usa para recibir información.

En cambio, escuchar es una acción consciente. Que, por si no lo sabías, se aprende. Exige tu atención, tu concentración, tu determinación, tu disciplina para aislarte del ruido. Escuchar no es algo que hacemos por instinto, como oír, sino que es producto de una decisión. Además, algo muy importante: para escuchar, debes brindar toda la atención posible, una actitud de disposición.

3.- Oír es involuntario, escuchar requiere atención. Oyes el canto de los pájaros, oyes el motor de los automóviles, oyes las conversaciones de quienes viajan en el transporte público, oyes porque la naturaleza te dio los oídos. Oyes los ruidos, o los sonidos, inclusive aquellos que son molestos, porque están ahí en el ambiente. No puedes bloquearlos, están fuera de tu control.

La escucha requiere, en la mayoría de las situaciones, de la abstracción. Exige que aprendas a aislar los ruidos del ambiente para concentrarte en lo que deseas escuchar. Si estás con tus amigos en un restaurante, oyes conversaciones, pero no escuchas, no puedes hacerlo. Cuando estás atento, tu cerebro se comporta de manera diferente, entiende que es algo importante.

4.- Oír es recibir un sonido, escuchar es comprenderlo. Recibir un sonido es una acción pasiva que podemos realizar de manera simultánea con otras actividades. Así, por ejemplo, puedes oír música mientras ves a tus hijos jugar en el patio de la casa. Lo que haces es aprovechar la capacidad fisiológica de captar las ondas sonoras, una función que es automática.

La comprensión que está ligada a la habilidad de escuchar, mientras, implica prestar atención y requiere conocimiento para procesar, decodificar e interpretar el mensaje que te comunican. Y no solo eso: también es necesario que conozcas el contexto del mensaje para darle el significado adecuado. ¿Un ejemplo? El aprendizaje. La comprensión, además, depende de tu cerebro.

5.- Oír no requiere memoria, escuchar implica recordar e interpretar. Tu cerebro almacena todos los sonidos o ruidos que oyes a sabiendas de que después los vas a identificar y eso te producirá una emoción, desencadenará una reacción. El canto de los pájaros, de cualquier pájaro, lo oyes y sabes que no es un perro o un caballo, pero no necesitas comprenderlo, solo lo procesas.

Lo que escuchas, en cambio, es un proceso más complejo, consciente. No puedes aprender un nuevo idioma si lo que escuchas del profesor no lo procesas, no lo interpretas, no le dices a tu cerebro que lo almacene y lo utilice. Solo si estas condiciones se cumplen puedes hablar en ese idioma y conseguir que otras personas te entiendan. Es una acción deliberada y voluntaria.

Los seres humanos, lo sabes, lo vives, lo sufres, nos comunicamos todo el tiempo. Inclusive, sin pronunciar palabra alguna. Esa interacción con otros y con el entorno es parte vital de nuestra esencia. Necesitamos comunicarnos porque nos hace sentir vivos. Sin embargo, es imposible comunicarnos de manera efectiva si nos limitamos a oír y no aprendemos a escuchar.

El acto de oír, no lo olvides, incorpora el ruido. Que está ahí, por doquier, que se presenta de múltiples formas, y te incomoda, distorsiona los mensajes. La capacidad de escuchar, mientras, es una habilidad adquirida, producto de una decisión consciente y voluntaria. Nos brinda una gran variedad de beneficios, en especial, el de poder relacionarnos e interactuar con otros.

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Estos son los 5 emails que debes enviar en tu primera secuencia

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El email, que apareció en nuestra vida en la segunda mitad de los años 90, pero se demoró casi una década en consolidarse, hoy es una herramienta imprescindible. Ya no solo para recibir y enviar correos electrónicos, su uso básico, sino que ahora también es la puerta de entrada a múltiples beneficios. Sin una dirección de correo electrónico, eres un cavernícola.

¿Por qué? Porque es el pasaporte para registrarte en un banco, en las redes sociales o en los servicios de suscripción (streaming, televisión, telefonía, plataformas digitales). También, para suscribirse a una newsletter, a un curso virtual, a la base de datos de un mentor. Para muchas cosas, la dirección de correo electrónico es más útil que el documento de identidad.

Recuerdo que, por allá en 1997, cuando “eso de internet” despertaba más incertidumbre y temores que ilusión, tener una cuenta de correo electrónico era un lujo. Significaba que en tu casa o en tu trabajo había un computador (de escritorio, por supuesto). En esa época, hace menos de 30 años, la conexión era a través de la vía telefónica: ruidosa e inestable.

Algunas personas abrían la cuenta, pero no recibían correos. ¿Por qué? Porque la promesa de ‘la red de redes’, como nos vendieron internet, era precaria. Y, además, eran escasos los proveedores de servicios: Yahoo! y AOL proporcionaban cuentas de correo electrónico y la conexión a internet casi siempre había que piratearla porque la suscripción era costosa.

Por fortuna, el vehículo de la tecnología viajaba a velocidades asombrosas. A la vuelta de unos pocos años, tener un computador en casa ya no era un lujo, las conexiones mejoraron y aparecieron actores como Hotmail o Gmail, que facilitaron que el uso del correo electrónico se popularizara. Luego, la irrupción de las redes sociales lo convirtió en algo ‘obligatorio’.

Según el portal australiano ProsperityMedia, cada minuto se envían 150.000 correos, lo que se traduce en más de 215 millones al día. ¡Una barbaridad! Una de las explicaciones es que la mayoría de las personas tenemos más de una cuenta de correo electrónico y que este se convirtió en la principal herramienta de comunicación en el trabajo, a nivel interno y externo.

Mientras, el Digital Global Report 2025 nos dice que al menos 5.560 millones de personas son usuarios individuales de internet. Eso significa casi el 70 % de la población mundial. En Estados Unidos, el 93,3 % de los ciudadanos usan internet, mientras que en Suramérica es el 83,2 %. La región con menor penetración de esta tecnología es el oriente de África (28,5 %).

Al comienzo, en los años 2000, los correos electrónicos se restringían al ámbito laboral y la mayoría eran gestionados (recibidos y respondidos) desde computadores del trabajo. Hoy, en cambio, gracias al teléfono móvil, casi la mitad de los correos (46 %) se abren en este dispositivo. El 85 % de los usuarios consulta sus cuentas a través de un smartphone.

El impacto del email responde a que posee una serie de superpoderes. ¿Sabes cuáles son?

1.- Personalización. No solo el diseño, no solo el saludo, sino en especial, el contenido. Es decir, darle a quien lo recibe justo lo que desea o necesita. Crucial para generar confianza

2.- Segmentación. No importa el tamaño de tu audiencia, la cantidad de suscriptores que hay en tu base de datos. Contenidos creados para públicos definidos, con intereses afines

3.- Automatización. Hoy disponemos de una diversidad de plataformas, muchas gratuitas, que nos permiten el envío masivo y el ahorro de tiempo a través de la programación

4.- Alto retorno de inversión (ROI). El resultado de tus campañas de email marketing es mejor que la publicidad. Por su bajo costo, puede impulsar los ingresos de tu negocio

5.- Comunicación directa (relaciones). Conexión directa, sin intermediarios, que facilita la interacción. Fomenta la confianza y la credibilidad, promueve y fortalece las relaciones

6.- Formato flexible. Al comienzo, solo se podía enviar texto sin formato. Hoy, los emails son interactivos, pues permiten incluir imágenes, color, videos, animaciones, archivos…

7.- Medición y optimización. Una de las características más importantes. Puedes hacer un seguimiento detallado para establecer el comportamiento de tu audiencia. ¡Es oro puro!

8.- Pruebas A/B. Una función, muy útil y poco utilizada, que se complementa a la perfección con la segmentación y la medición y optimización. Ideal para conocer a tus audiencias

9.- Fuente de tráfico orgánico. Si tienes otras propiedades digitales, como una web, a través del email puede enviarle tráfico orgánico (gratuito) de prospectos cualificados. ¡Eureka!

10.- Posicionamiento. A largo plazo, si nutres y fortaleces la relación con tu audiencia, te posicionas como una autoridad. Ninguna otra herramienta te da resultados similares

Moraleja

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Escribir buenos emails o crear secuencias de email de impacto no es un arte, ni una ciencia y tampoco es un privilegio o un don. Se trata de una habilidad y, como tal, cualquiera la puede aprender y desarrollar.

Todos recibimos y enviamos innumerables correos electrónicos cada día. Es el canal de comunicación por excelencia en el trabajo y en los negocios, también en las relaciones. Por eso, justamente, resulta insólito que haya tantas personas que digan que les cuesta escribir un email y transmitir un mensaje o, peor, que deleguen esa tarea en la inteligencia artificial.

Para tratar de solucionar el problema, la mayoría suele optar por dos caminos. El primero, el famoso y patético copy + paste, que pisotea la personalización y le resta poder al mensaje. El segundo, hacer uso de las plantillas que los vendehúmo promueven como hacedoras de milagros, pero que tampoco sirven. Email sin originalidad y autenticidad es pura basura.

Lo mismo sucede con las secuencias de emails, que son una herramienta poderosa en procesos como lanzamientos o captación de prospectos (o suscriptores). En este último caso, se recomienda que una vez la persona se suscriba a tu lista de correo pongas en marcha una estrategia de seguimiento, la misma que muchos llaman ‘de bienvenida’.

Algunos la implementan, pero cometen errores básicos que la echan a perder:

1.- Dan rienda suelta al ego, es decir, se limitan a hablar de sí mismos, de su empresa, de sus “maravillosos productos”, de sus hazañas, de sus bienes, de su cuenta bancaria…

2.- Se lanzan a vender en frío, sin caer en cuenta que la relación apenas comienza, sin saber si esa persona que se suscribió necesita o busca lo que pueden ofercerle…

3.- Hacen un mal uso del storytelling y se dedican a contar historias sin contexto, sin un propósito claro. Las historias son útiles si están respaldadas por una buena estrategia…

4.- Se empeñan en enviar mensajes relacionados con temas que nada tienen que ver con su especialidad o con el producto o servicio que ofrecen. Al final, distraen a sus prospectos…

La única justificación de esta primera secuencia, la de ‘bienvenida’, es comenzar a aportar valor. ¿Eso qué quiere decir? Que el contenido de tus correos electrónicos debe apuntar a establecer, nutrir y fortalecer el recién creado vínculo con tu prospecto. En últimas, se trata de comenzar a conversar con esa persona, generar una interacción auténtica y fluida.

Ahora, por favor, no caigas en la trampa de creer que hay una fórmula secreta o un libreto perfecto para escribir emails o para crear esta primera secuencia. El contenido de esos mensajes depende, fundamentalmente, de las características de tu audiencia, de la calidad de la relación que hayas establecido con esas personas. Todo lo demás es humo…

Una propuesta de secuencia es la siguiente:

1.- Email # 1 – Hazlo sentir importante. No solo es darle las gracias por suscribirse, sino hacerle saber que todo lo que haces y cómo lo haces tiene un porqué: ÉL, tu suscriptor. Dile que le vas a dar valor sin restricciones y que no escatimarás esfuerzos para ayudarlo

2.- Email # 2 – Infórmale qué esperas de él. La clave es que entienda que una relación es algo de dos, un camino de doble vía. Exprésale que su retroalimentación es valiosa, recalca que los resultados esperados solo serán posibles en la medida en que esté comprometido

3.- Email # 3 – Comparte algo de tu historia personal. NO toda tu historia personal. ¿Por ejemplo? El hecho que marcó el antes y el después de tu transformación. Cuenta qué vivías antes y cómo vives ahora, el bienestar que disfrutas. Sé auténtico y empático

4.- Email # 4 – Explica el proceso. ¿Qué haces?, ¿cómo lo haces?, ¿qué recursos y ayudas usas?, ¿cómo se miden los progresos? Cuanto más claro sea este mensaje, mejor porque así conseguirás que esa persona esté comprometida. Ah, no te olvides de las recompensas…

5.- Email # 5 – Pídele una primera acción. Nada trascendental, solo para animarlo a dar un primer paso, para saber si te sigue. ¿Por ejemplo? Que responda una pregunta, que vea un video, que descargue un reporte que preparaste especialmente. Una acción sencilla, rápida

El objetivo de esta primera secuencia es determinar la temperatura de ese prospecto. En otras palabras, es un filtro que te permitirá establecer en qué punto del proceso se encuentra. Es un primer indicio para determinar qué clase de contenido requiere para avanzar. Y no te extrañes si en el camino algunos se dan de baja: es autoselección…

Escribir buenos emails o crear secuencias de email de impacto no es un arte, ni una ciencia y tampoco es un privilegio o un don. Se trata de una habilidad y, como tal, cualquiera la puede aprender y desarrollar. ¿La clave? Date una oportunidad. No uses inteligencia artificial para escribir tus correos: intenta conectar como ser humano. Te aseguro que no te arrepentirás…

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Cómo la gestión de las emociones determina el impacto de tu mensaje

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Los seres humanos, todos, solemos satanizar aquello que está por fuera de nuestro control. Las emociones, esas caprichosas, traviesas, traicioneras y juguetonas señoritas que hacen pilatunas con nosotros, no son la excepción. Y les imponemos una carga negativa que no poseen y las vemos como las malas del paseo, como fuente ilimitada de desdichas.

El resultado es que, entonces, las despojamos de un inmenso poder que sí tienen y que, lo desconocemos o lo ignoramos, nos sirve. ¿Sabes a qué me refiero? A que las emociones nos ayudan a sobrevivir y, también, a cubrir necesidades básicas. Al final, se trata de aprender que las emociones son una brújula, un faro que nos guía en la oscuridad.

Lo desconocemos porque nadie, absolutamente nadie, nos lo enseña. Y nadie nos lo enseña porque la esencia de todos los seres humanos, sin excepción, es la misma. Es decir, sufrimos por los mismos motivos, aunque las manifestaciones de ese sufrimiento sean diversas. O, de otra manera, expresamos de distintas formas esas emociones que son comunes para todos.

Todos sentimos dolor cuando nos golpeamos. Todos nos reímos cuando escuchamos un buen chiste. Todos lloramos de tristeza cuando perdemos a un ser amado o una mascota. Todos nos alegramos cuando vemos que un hijo es el héroe del juego. Todos nos dejamos llevar por la ira al ser testigos de una injusticia. A todos nos da miedo la muerte inminente…

Aunque la emoción sea la misma, la manifestación es distinta. ¿Por qué? principalmente, por las experiencias vividas y, algo muy importante, por la influencia del ambiente. Solemos decir que los asiáticos son “serios e imperturbables”, que los nativos del Caribe son “alegres, joviales y fiesteros”, que los adultos mayores son “tranquilos, reflexivos y pacientes”.

No nos damos cuenta de que todos los seres humanos, más allá de dónde nacimos, del país en que vivimos, de las experiencias vividas, somos así. Es decir, según las circunstancias del momento, somos (o podemos ser) serios, imperturbables, alegres, joviales, fiesteros, tranquilos, reflexivos y pacientes. Nadie nace con más o con menos emociones.

Son señales de alerta que el cerebro utiliza para comunicarnos que algo del exterior llama su atención. Un grito, la lluvia, unas carcajadas o algo indeterminado que lo inquieta. Son señales a las que nosotros (no él) le damos un valor, un significado. El cerebro recibe la información, relaciona el estímulo con la reacción y responde de manera idéntica si se repite esa situación.

Lo que debemos aprender es que las emociones son necesarias para la supervivencia. Su rol principal es desencadenar una conducta apropiada en función del estímulo recibido. La reacción al impulso es algo natural, inconsciente, un botón que el cerebro activa de manera automática. Mientras, el comportamiento que le sigue a esa reacción es aprendido.

Un ejemplo: tu corazón late con más fuerza y tus sentidos se agudizan cuando abres la puerta de tu casa y tu mascota, enloquecida, salta sobre ti para recibirte. Hasta ahí, todo se da en modo automático. Lo que sigue después es aprendido: para recompensarlo, no solo le das unas tiernas caricias, sino que también le juegas o quizás le regalas su snack preferido.

Uno más: caminas desprevenido por la calle, mientras escuchas tu cantante favorito en los audífonos, y de repente ves que las personas a tu alrededor corren. Sin saber qué sucede, miras a un lado y al otro y corres. Sin rumbo fijo, solo corres. Desconoces el estímulo, pero tu intuición (que es algo aprendido) te dijo que había algún peligro en ciernes y reaccionaste.

Sin embargo, las emociones tienen un poder mucho mayor que alertarnos de eventuales peligros o incitar la reacción a un estímulo. Estas traviesas señoritas comunican valiosa información sobre cómo percibimos e interpretamos los estímulos que recibimos. Es el camino a través del cual los demás nos conocen, nos entienden, nos aceptan o rechazan.

Aunque la mayoría de las veces no nos damos cuenta, no somos conscientes, la parte más importante de la comunicación que emitimos es no verbal. Así transmitas el mismo mensaje, así utilices las mismas palabras, lo que comunicas es distinto si hablas pausado o si gritas. El impacto que ese mensaje produce en otros es distinto por las emociones.

Las abuelas del pasado, del siglo pasado, argumentaban que “no fue lo que me dijo, sino cómo me lo dijo (el tono)”. ¿Cuál crees que sería la reacción de tu pareja si a su petición de casarse la respuesta es un escueto “ok”?Probablemente creerá que rechazaste su propuesta, caso contrario a lo que sucedería si estallas de emoción, gritas, saltas y lloras.

La comunicación consciente es un privilegio exclusivo del ser humano. Ninguna otra de las especies que habitan este planeta posee esa habilidad. Que, por cierto, está ahí en especial para comunicarnos, que significa tender puentes, estrechar lazos, solventar diferencias y establecer conexiones poderosas. Cualquier otro uso es equivocado.

Moraleja

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Lo que comunicas y cómo lo comunicas va más allá de las palabras. El impacto de tu mensaje está determinado, y condicionado de manera especial, por las emociones, poderosas y volátiles.

Lo que sufrimos cada día a través de las redes sociales y otros canales de comunicación es clara muestra de ello. Publicas un post con una frase que te inspiró y recibes una andanada de críticas e improperios. Das una opinión sobre cualquier tema (religión, deporte, política, amor, música, cocina…) y afloran silvestres los haters que ni siquiera conoces.

La clave, entonces, es entender que la comunicación, el mensaje que transmitimos, va mucho más allá de las palabras. No importa si es verbal, escrito o visual, el mensaje está condicionado por las emociones que incorpora y, en especial, por la percepción que de ellas tiene cada una de las personas que recibe tu mensaje. Esto es algo ajeno a tu control.

Es muy probables que te hayas dado cuenta de que la mayoría de los cortocircuitos o de los conflictos surgen del impacto de lo que comunicamos. Y de cómo lo comunicamos, claro. Es decir, de las emociones que transmitimos. Por eso, más allá de la natural habilidad de la comunicación, que viene incluida en la configuración original, debemos desarrollar otra.

¿Sabes cuál es? La de aprender a gestionar las emociones. Significa reconocer la emoción, aceptarla y responder de manera consciente. En otras palabras, la gestión de las emociones implica tener el control de lo que respondes, de la reacción al impulso, del comportamiento que realizas enseguida. No es fácil, sin duda, pero es posible lograrlo.

La clave está en entender la diferencia entre el sentimiento que experimentamos a partir de una emoción determinada y la forma (conducta) en la que la expresamos. Sentir ira porque alguien maltrata a su mascota está bien, pero no pueden hacer justicia por tu propia mano. Estar triste porque no te dieron el ascenso que anhelabas está bien, pero insultar a tu jefe es inaceptable.

Hay un largo trecho entre la comunicación asertiva y madura, consciente, y la reacción impulsiva, una descarga sin contención. La diferencia es el impacto que provocas en otras personas. Con una buena comunicación, estableces y fortaleces lazos; por medio de los estallidos emocionales, rompes vínculos, levantas barreras y generas el rechazo.

El mensaje que quiero transmitirte con este contenido es la importancia de ser consciente de lo que comunicas y de cómo lo comunicas. No son solo palabras que se las lleva el viento, sino también, y de manera especial, emociones poderosas y volátiles. Basta que recuerdes la última vez que tu hijo te sacó que quicio y la reacción desproporcionada que tuviste.

Se nos olvida que nuestras acciones, todas, tienen un impacto en los demás. Y olvidamos también que esas personas no están obligadas a consentir nuestras reacciones, a soportar nuestras descargas emocionales. Por eso, hay que echar mano de habilidades como la empatía, la paciencia, la tolerancia y el respeto, que ya sabes que no abundan por ahí.

Para gestionar adecuadamente las emociones, prueba esto:

1.- Identifícalas. Bien sea que tú la experimentas o es el resultado que provocas en otros. Si tienes claro cuál es la emoción, podrás ofrecer una respuesta adecuada, consciente. Recuerda que las emociones son información encriptada, señales de alerta que nos indican sobre qué terreno pisamos. La clave está en respirar unos segundos antes de reaccionar

2.- Acéptalas. Que no significa estar de acuerdo, sino entender que no están al alcance de tu control. El dolor provocado por la pérdida de un ser querido es desagradable, pero si no lo aceptas, si te resistes a esa emoción, más daño te hará. Las emociones, por si no lo sabías, son como las olas del mar: vienen, te tocan y se van, siempre se van. No dejes que te dominen

3.- Autorregúlalas. Sí, no es fácil, lo sé. Sin embargo, la calidad de tus comunicaciones y, por ende, de tus relaciones con tu entorno y contigo mismo dependerá de si ejerces control sobre tus emociones o permites que hagan sus travesuras. Arrebátales el poder que tienen sobre ti y demuéstrales que eres más fuerte, más inteligente. Autorregularlas aumentará tu bienestar

4.- Comunícalas. De manera asertiva y consciente, a sabiendas del poder que tienen tanto las palabras como las emociones. Exprésalas sin permitir que se transformen en reacciones inadecuadas. En la medida en que tengas el control, tu mensaje, tu comunicación, estará blindado y transmitirá justamente lo que deseas, sin cortocircuitos, sin daños colaterales

Jon Kabbat-Zinn, profesor emérito de medicina conocido por fundar el programa de Reducción de Estrés Basado en la Atención Plena (MBSR), dijo algo fantástico: “no puedes evitar las olas, pero sí puedes aprender a surfearlas”. No puedes evitar las emociones, pero sí tienes la capacidad para surfearlas y disfrutar el impacto positivo, constructivo e inspirador de tus mensajes, de tu comunicación.

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¿Piensas que no eres creativo? Todo lo que necesitas está en ti

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Hay quienes me dicen que tengo “mucha imaginación”. No sé qué tan cierto sea, porque prefiero creer que poseo “mucha información, buena información”. Al fin y al cabo, como cualquier periodista, más allá de que mi trabajo se ha transformado, sé que el insumo básico, el indispensable, es la información. A partir de ella, estoy seguro, surge “mucha imaginación”.

La mayoría de las personas piensan que la imaginación y la creatividad son un don. O, también, un privilegio concedido a unos pocos. Sin embargo, no es así. De hecho, todos los seres humanos, absolutamente todos, poseemos imaginación y somos creativos. Es decir, todos disponemos del potencial necesario para sacar provecho de estas características.

La imaginación es la capacidad a través de la cual el cerebro puede formar imágenes, ideas o sensaciones que no están presentes en la realidad. Así, entonces, imaginamos que vamos a ganarnos la lotería y hacemos planes. O imaginamos que nuestra pareja nos traiciona porque le sonrió a un compañero de trabajo y, celosos, armamos la de Troya.

La creatividad, mientras, es la habilidad que nos permite transformar esas imágenes, esas ideas, esas sensaciones, en algo tangible y útil. Imaginamos un bodegón y lo dibujamos, lo creamos sobre el lienzo. Imaginamosuna historia de ficción y luego creamos un libro. Nos imaginamos en la playa durante las vacaciones y luego creamosuna galería de fotos allí.

¿Está clara la diferencia? Ojalá. En especial, si eres de aquellas personas que aseguran eso de “no tengo imaginación”, “a mí no se me ocurre ninguna idea buena” o “yo no nací para eso”. Son meras excusas para justificar lo que en últimas quizás no sea más que pereza. Porque, además, la vida nos ofrece cada día millones de estímulos para la imaginación.

¿Por ejemplo? Un libro, una canción, el canto y el vuelo de los pájaros en tu jardín, las ocurrencias de tu mascota, el aroma de la comida que se cocina, el mensaje que te envió tu hijo por WhatsApp, el azul del cielo sin nubes… Son ilimitados esos estímulos y, además, provienen de distintas fuentes y, lo mejor, los percibimos a través de los diferentes sentidos.

Porque, seguro coincidirás conmigo, no es lo mismo escuchar una canción que leer un libro. Son diferentes las zonas del cerebro que se activan de acuerdo con el estímulo recibido. Lo mismo sucede con las conversaciones que sostienes con tus padres: la experiencia es bien distinta a través del teléfono o en vivo y en directo, mientras compartes la comida con ellos.

Honestamente, me resulta insólito escuchar a las personas que se autoproclaman “negadas” para eso de la imaginacióny de la creatividad. Son características que vienen incluidas en la configuración original, de fábrica, de cualquier ser humano. La diferencia radica en lo que cada uno hace con esas características: las usan, las desechan, las potencian, las menosprecian…

¿Ahora entiendes por qué no estoy convencido de eso de que tengo “mucha imaginación”? Lo que sucede es que soy más perceptivo, más receptivo, que la mayoría. Soy más abierto a atender esos estímulos y lo más importante es que los aprovecho de manera consciente. ¿Cómo? Son fuente de primaria de la imaginación que luego se transforma gracias a la creatividad.

Otra consideración necesaria es que los seres humanos somos diversos tanto en lo que imaginamos como en la forma en que utilizamos las creatividad. Es la razón por la cual hay talentos superlativos para la música; otros, para un deporte determinado; unos más, para el cuidado de los demás (médicos, enfermeras) y otros, para el arte de escribir.

En tanto la capacidad de la imaginación está incorporada en todos y la creatividad es una habilidad y, por ende, cualquiera la puede desarrollar, ¡se acabaron las excusas! No hay una justificación válida para esgrimir esa patética disculpa. Que no es más que una práctica evasiva, un subterfugio para salir del paso y eludir la responsabilidad, para no tomar acción.

Te comparto una historia personal: durante ocho años fui parte de la redacción deportiva del periódico El Tiempo, por aquellos años 90 el medio de comunicación más importante e influyente de Colombia. Me destaqué, entre otras razones, porque les presté atención a disciplinas que eran transparentes, es decir, de las que poco o nada se publicaba.

¿Por ejemplo? Bicicrós, bolos, triatlón, patinaje y esquí náutico, hípica. Durante ese tiempo, escribí sobre prácticamente todos los deportes, pero nunca sobre golf. ¿Por qué? No se dio la oportunidad. Había un colaborador externo que proporcionaba la información y para los jefes eso era suficiente. Tras salir de esa empresa, sin embargo, se me abrió la puerta del golf.

En 1999, la Federación Colombiana de Golf buscaba un “periodista con experiencia” para que se encargara de la jefatura de prensa de la entidad. Un amigo de El Tiempo, al que le solicitaron ayuda, me postuló. “¿Le interesa?”, me preguntó. “Sí, pero debe quedarles claro que puedo aportar la experiencia periodística, aunque no sé absolutamente nada de golf”.

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Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente (toca para dar vuelta).
Todo, absolutamente todo lo que necesitas para ayudar a otros, para producir un impacto positivo en su vida, ya lo tienes. ¡Está dentro de ti! Compártelo y disfrútalo.

La historia corta: me contrataron y hoy soy considerado el especialista número uno de golf en el país. Desde hace ocho años hago los comentarios en transmisiones de torneos del PGA Tour en un canal privado de TV. ¿Cómo lo logré? Desarrollé la habilidad, pregunté (una y mil veces) estudié, leí, consulté cientos de páginas web y me nutro de información valiosa cada día.

Así como yo lo hice, cualquier persona puede hacerlo. En el tema del golf o de lo que sea. Más en estos tiempos en los que hay abundante conocimiento e información a la mano, a solo unos clics de distancia. Hay miles de cursos gratuitos de lo que quieras aprender. Y no solo eso: hay una gran cantidad de personas con la capacidad y el deseo de enseñarte.

El mensaje que quiere transmitirte con esta reflexión es que no existe ninguna razón válida para decir que “no se me ocurre nada”, “no tengo buenas ideas” o “no soy creativo”. Son simples excusas a partir de las cuales, tristemente, te niegas el privilegio de compartir lo que eres, lo que la vida te ha brindado y, sobre todo, el de producir un impacto positivo en la vida de otros.

Por la experiencia de los últimos 9 años dedicados a trabajar en el ámbito del marketing, como creador y consultor de contenidos, sé cuáles son los frenos que impiden avanzar (o al menos comenzar). El miedo a ser desaprobado, que a nadie le interese, que te critiquen, que destines mucho tiempo a producir y publicar contenidos que luego no producen impacto…

Hay más opciones, claro, pero estas son las principales, las más comunes. Y, como en el caso de la imaginación y de la creatividad, son excelentes excusas. También, obstáculos autoimpuestos, barreras que están más en la mente que en la realidad (fíjate el poder de la imaginación). Porque en la realidad la vida te ha dado todo lo que necesitas. ¿Lo sabías?

Me refiero a que en la tarea de crear contenido trabajo bajo una premisa sencilla: lo que no se comparte, no se disfruta. La vida me dio el privilegio de vivir experiencias increíbles, de conocer lugares y personas maravillosas, de ser testigo de momentos inolvidables… Además, de aprender cosas que me han nutrido en lo intelectual y en lo espiritual.

Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que aquello que compartes es una semilla que luego puedes cosechar. El fruto es la recompensa que la vida te brinda por haberte permitido ayudar a otros a través de tu conocimiento y experiencias, de tus dones y talentos. Para eso te fue concedido y tu deber, tu responsabilidad, es proporcionárselo a otros que lo necesiten.

Mi invitación, entonces, es que por una vez, aunque sea solo por una vez, te des la oportunidad de compartir con otros ese tesoro que guardas dentro de ti. Todo lo que la vida te dio, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo alegre y lo doloroso. Eres la sumatoria de estos factores, sin excepción, y pensar que a nadie le importa es otra buena excusa.

Todos, absolutamente todos, necesitamos de los otros, del conocimiento y las experiencias de otros. Y no solo eso: también, de los principios y valores de otros, de sus dones y talentos, porque a través de ellos nos identificamos, nos conectamos, y establecemos relaciones. Si no sabes qué tipo de contenidos puedes comenzar a compartir, te dejo unas propuestas:

1.- Cuenta tu porqué. Para conectar contigo, para entablar una relación, la gente necesita saber qué te moviliza, cuál es esa poderosa razón por la que cada mañana te levantas. Sé auténtico y compártela, di cómo la descubriste y eso cómo cambió tu vida. Esta información generará confianza y credibilidad, al tiempo que te conectará con las emociones de otros

2.- Derriba mitos y falsedades. Eres sobresaliente en algo, en un tema específico. No importa cuál sea, solo aporta valor a quienes saben menos que tú. Demuestra con ejemplos cuáles creencias populares no son ciertas o son dañinas. Relata cómo las identificaste y, lo más importante, cómo las solucionaste. No olvides incluir tus miedos y tus aprendizajes

3.- Haz referencia a los problemas de tu audiencia. Para que tu mensaje tenga el impacto que esperas, requieres que esas personas se identifiquen contigo. Quieren saber cómo les hiciste frente a esos problemas, cómo los superaste, cómo cambió tu vida para mejor. El objetivo es que quien reciba tu mensaje sepa que hay solución y que tú se la puedes proporcionar

4.- Refiere casos de éxito. Si con lo que sabes, con lo que haces, ayudaste a otros, cuéntalo. Explica qué hiciste, el método, los elementos y, claro, el resultado. Todos, sin excepción, estamos en la búsqueda de una transformación positiva en nuestra vida. Que no siempre es ganar más dinero o ser famoso: el componente espiritual es muy poderoso. ¡Aprovéchalo!

5.- Di cuál es tu solución. Es decir, cómo ayudas a otros con tu conocimiento y experiencias. Lo ideal es que ya tengas un producto o un servicio probado y validado, que le haya dado resultado a alguien. No te distraigas en las características y enfócate en los beneficios, en la transformación que esa solución proporciona. Ah, no prometas algo que no puedes cumplir.

Todo, absolutamente todo lo que necesitas para ayudar a otros, para producir un impacto positivo en su vida, ya lo tienes. ¡Está dentro de ti! Compártelo y disfrútalo. Una vez conectes con tu esencia, la imaginación volará silvestre y las buenas ideas abundarán. Será, entonces, cuando descubrirás que tu modo creativo es una maravillosa faceta para explorar y explotar.