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El orden del abecedario, la clave para que tus contenidos sean de impacto

El ser humano es muy particular de diversas formas. Una de ellas, de las más llamativas, esa de asumir la vida como una competencia. Y no es por la inmediatez, como nos han hecho creer en los últimos tiempos, porque desde antes de internet ya era así. Nos obsesiona ser los primeros, pero también la idea de ir más rápido, de superar etapas a grandes pasos, o quizás saltarlas.

Cuando somos niños, anhelamos llegar a la edad adulta “lo más rápido posible”. Más allá de que es imposible conseguir que las manecillas del reloj avancen más rápido, o que los días y la semanas sean más cortos, lo único que conseguimos es desperdiciar la oportunidad de valorar y disfrutar el momento, que en últimas es lo único que poseemos. Un aprendizaje doloroso.

Cuando llegamos a la universidad, anhelamos que la vida corra rápido para terminar la carrera y empezar a trabajar. Sin embargo, casi nunca resulta como lo imaginamos y es, entonces, comprendemos que todo tiene un porqué. La vida, en su inmensa sabiduría, ha establecido un orden para las cosas, nos ha marcado un proceso que es necesario cumplir.

¿Hacia dónde va esta reflexión a la que te invito? A que descubras y enfrentes una de las razones por las cuales tu mensaje carece de poder, no genera el impacto que tú deseas. ¿Te imaginas cuál es la razón? Es la misma por la que quieres dejar de ser niño y convertirte en adulto y luego ansías que el tiempo regrese: te saltas las etapas, no respetas el proceso.

Me explico: en el mundo actual, siglo XXI, sin importar si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, la premisa es la misma. ¿Sabes cual? Para atraer la atención del mercado, debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad, primero, y conectar con las emociones de tu audiencia, después.

¿Cómo se consigue ese objetivo? Si la respuesta que pensaste es “publicidad”, déjame decirte que estás equivocado. La respuesta correcta es COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR. Que no es lo mismo que llenar las redes sociales de post sin ton ni son. Que tampoco es, como piensa la mayoría, vender, inclusive a la fuerza. En este caso, también, hay que respetar el proceso.

¿Y cuál es el proceso? Te respondo con un ejemplo muy sencillo: toma un diccionario del idioma español y busca en dónde está la letra V, de vender. En las últimas páginas, ¿cierto? De hecho, es la letra 23 de las 27 que componen el alfabeto. Tras ella solo aparecen la ‘W’, la ‘X’, la ‘Y’ y, por último, la ‘Z’. Ese orden se estableció en el siglo XIV a. C., en el norte de Siria.

Como sabes, la ‘E’ es la quinta letra y la ‘I’, la novena. Claramente, están mucho antes que la ‘V’, ¿cierto? Y créeme que no es casualidad o capricho: es el orden establecido y, sin duda, hay una razón poderosa por la que así se dio. Igual que la vida misma: primero está la niñez, luego llega la adolescencia, avanzamos a la adultez y terminamos en la vejez. ¿De acuerdo?

¿Ya te diste cuenta para dónde voy? La mayoría de las personas, como mencioné, se enfocan y se limitan a vender, a intentar vender. Y lo triste es que no lo consiguen. Por supuesto, no hay una sola razón, sino una variedad de factores de diversa índole. Sin embargo, a nivel de la creación de contenidos, de aportar valor, la explicación es que se saltaron los pasos.

¿Me entiendes? De hecho, por si no lo has percibido, dentro de cada letra se establece el mismo orden. ¿Un ejemplo? Dentro de la ‘V’, primero está ‘Valor’ y luego, ‘Vender’. Y lo repito: no es un capricho, es algo que tiene un sentido, un propósito. Y, no sobra recalcarlo, este es uno de esos casos en los no puedes ir contra la corriente porque nunca la vencerás.

La que te voy a revelar es la fórmula que utilizo cuando creo contenido, tanto para mis clientes como el de mis propiedades digitales (blog, redes sociales, email marketing). ¿Te imaginas cuál es? La verdad, es muy sencilla: debes respetar el orden establecido en el abecedario. ¿Eso qué quiere decir? Que antes de llegar a la ‘V’ de ‘Vender’ debes utilizar otras letras, como la ‘E’ y la ‘I’.

La simple fórmula es un paso a paso que convertirá tus contenidos en mensajes irresistibles. Informar, Educar, Entretener e Inspirar. Fácil, ¿cierto? En la medida en que te concentras en estos cuatro objetivos transmites Valor y, como consecuencia lógica de ello, ¡vendes! Sí, porque vender es la consecuencia directa del valor que aportas al mercado.

¿Lo sabías? La venta no está determinada por el producto (o servicio) que ofreces, por el precio y ni siquiera por los beneficios que aporta. Entonces, ¿por qué? Por el valor que aportas, por el poder de tu propuesta de valor, es decir, por la capacidad de transformación que tu producto (o servicio) posee, por la mejora que va a producir en la vida de tu cliente.

Eso, precisamente, es lo que tienes que comunicar en tu mensaje. Esa, precisamente, es la poderosa razón por la cual DEBES compartir CONTENIDO DE VALOR. Si no lo haces, entonces, el mercado no puede saber, no tiene por qué saber, que no eres ‘más de lo mismo’, un vendehúmo o estafador. Si no lo haces, el mercado no tendrá argumentos para elegirte.

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Piensa lo siguiente: la rueda ya fue inventa. Lo sabías, ¿cierto? Hace siglos, además. Eso significa que no hay que reinventarla o, de otra forma, que ya todo, absolutamente todo, está inventado. ¿Qué cambia, entonces? El valor que tú estás en capacidad de aportar, tu toque personal a ese producto o servicio que ofreces, que surge de tu unicidad, de tu autenticidad.

Un ejemplo: eres coach y te especializas en el tema del liderazgo. ¿Sabes cuántas personas se dedican a lo mismo? Millones, y cada vez son más. Y muchas de ellas, sin duda, son excelentes. Y seguramente muchos acreditan mayor experiencia que tú, son reconocidos en el mercado y son seguidos por una comunidad fiel que disfruta de sus beneficios desde hace tiempo.

Y lo mismo se aplica para cualquier profesión u oficio, porque el mercado está sobresaturado. Por eso, ser visible y conseguir atraer la atención del mercado, de tus clientes potenciales, es cada vez más difícil. Por eso, igualmente, necesitas COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR para estar unos escalones arriba de los que no lo hacen, ser visible y generar un mayor impacto.

Ahora, veamos cómo seguir el orden establecido en el abecedario es la clave para conseguir un alto impacto con tus contenidos:

1.- Informar.
Que, no sobra recalcarlo, no significa ‘hablar de ti’, de tus hazañas, de tus bienes y lujos, de tu cuenta bancaria. ¡Nada de eso! Tampoco de las maravillosas característica de tu producto (o servicio). Se trata de brindarle a tu prospecto la información básica que le permita establecer un vínculo de confianza y credibilidad contigo. Es decir, el objetivo es abrir la puerta.

Si tú sabes cuál es el problema o necesidad que inquieta a tu prospecto, debes informarle. Ten en cuenta que la mayoría de los seres humanos no somos conscientes de los males que padecemos. Dile cuáles son las manifestaciones, qué pasará en su vida si no hace nada y, en especial, que entienda que, si ya hay una solución (la que le ofreces), no tiene por qué sufrir.

2.- Educar.
Lo dicho: los prospectos casi nunca saben que tienen un problema y eso que ellos llaman ‘necesidad’ en la mayoría de los casos es más bien un ‘deseo’ (es decir, algo que no necesitan). Y dado que su nivel de ignorancia de ese problema es casi absoluto, tu tarea consiste en darle la información que requiere para identificar las manifestaciones, traerlas al plano consciente.

Además, no olvides lo siguiente: como la mayoría se desboca a vender en frío, a la brava, un prospecto acogerá de buena gana que tú seas distinto, que le aportes algo que desconocía y que muestres preocupación por él. El contenido que educa, así mismo, está enfocado en dar respuesta a sus inquietudes y algo muy importante: rebatir, por anticipado, sus objeciones.

3.- Entretener.
Que, por supuesto, no significa asumir el rol de influencer milenial y dedicarte a bailar o a hacer payasadas en reels o videos de TikTok. ¿Entonces? Los seres humanos normales, como tú o como yo, ingresamos a internet por una de dos razones: buscamos información y/o queremos relajarnos (entretenernos), más en esta era de histeria colectiva en infoxicación.

Entretener, entre otros, tiene los siguientes sinónimos: divertir, recrear, deleitar, agradar, alegrar, aliviar, amenizar o animar. Si tu contenido logra alguno de estos objetivos, ten la seguridad de que tu audiencia lo amará porque se convertirá en un oasis en ese desierto de la infoxicación, los vendehúmo y las mentiras. La premisa: sé auténtico; lo postizo ahuyenta.

4.- Inspirar.
Los consumidores no les compran a las personas que les venden lo que necesitan o lo que desean, sino a aquellas que los inspiran. ¿Lo sabías? Más, en estos momentos en los que los seres humanos vivimos agobiados, estresados, ansiosos, preocupados y temerosos por tantos sucesos adversos que enfrentamos o que nos amenazan. Es decir, sino inspiras, no vendes.

Según el diccionario, inspirar significa “Infundir o hacer nacer en el ánimo o en la mente efectos, ideas”. Infundir, sugerir, despertar o aconsejar son sinónimos. Inspira a través de las historias que den cuenta de tus errores, de tus aprendizajes, de tus pensamientos, de tus reflexiones, de tus sentimientos. Inspirar es la condición indispensable para conectar.

Si tu objetivo es vender, un producto o un servicio o un infoproducto que ayude a otros, entiende que la venta es una consecuencia de lo que haces y, en especial, de lo que aportas con tus contenidos. Si quieres que estos sean de impacto, hazle caso al abecedario: la ‘I’ de Informar e Inspirar y la ‘E’ de Educar y Entretener, y la ‘V’ de Valor, están primero que la ‘V’ de Vender.

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Si alguien te da un consejo, te aconsejo ¡no tragar entero!

A mi juicio, una de las tareas más difíciles para un ser humano es aquella de dar un consejo. Por más que seas un experto en la materia, que seas exitoso, que hayas desarrollado una metodología o hayas implementado un sistema efectivo, dar un consejo es complicado. ¿La razón? Que quien lo recibe asume que el resultado que obtendrá será… ¡tu responsabilidad!

El diccionario nos dice que consejo es “Opinión que se expresa para orientar una actuación de una determinada manera”. Es decir, no es una orden, tampoco es una sentencia: tan solo, una opinión. Eso implica que, al final, la decisión, el camino que se tome, dependerá de la persona que recibe el consejo y, por supuesto, la responsabilidad del resultado será enteramente suya.

Lo que sucede en la práctica es que los seres humanos somos muy cómodos: le trasladamos la responsabilidad a otro para liberarnos de la culpa. Ah, eso sí, si el resultado es favorable fue porque tú lo hiciste bien, por tu talento, por tu capacidad, en fin. Ahora, lo segundo es entender que un consejo es simplemente una orientación, una opción que se te brinda.

Es decir, casi nunca (o nunca) es el único camino. Además, y esto sin duda es lo crucial, el mejor consejo del mundo no es perfecto o ideal para todos, para cualquiera. ¿Por qué? La explicación muy sencilla: el resultado está determinado por factores como conocimiento, experiencia, habilidades y práctica, que varían de persona en persona. No hay una verdad.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que estamos acostumbrados, según lo que nos enseñaron en la niñez, a seguir órdenes o instrucciones. ¡Todo el mundo te da órdenes!, y tu única opción es cumplirlas a rajatabla. ¡Ay de que no lo hagas!, porque la desobediencia se castiga. Entonces, crecemos con la idea de que tenemos que pedir consejo y… ¡seguirlo!

¿Por qué? Porque, primero, quien imparte el consejo se escuda en su sabiduría y asume que el receptor hará caso; segundo, porque quien recibe el consejo asume que el resultado será el que espera porque viene de alguien ‘que sabe’. Y, aunque es posible que las dos premisas sean ciertas, ya sabes que algo va de la teoría a la realidad, a la práctica, que incluye margen de error.

Esto de dar y recibir consejos se ha convertido en una epidemia, en el fuego que alimenta ese terrible fenómeno de la infoxicación. Entras a internet y te abruma la avalancha de consejos que llegan a la bandeja de entrada de tu correo electrónico y que pulula en las redes sociales. Dado que hoy todos y cualquiera son gurús que dice poseer la fórmula del éxito, la comparten.

Y, claro, lo hacen en forma de consejo. En tono imperativo, claro. Es decir, son consejos que se apartan de la definición que nos ofrece el diccionario. Recordémosla: “Opinión que se expresa para orientar una actuación de una determinada manera”. “Si no publicas en tal red social, nadie te verá”, “Si no usas estas palabras, no venderás”, “Si no posteas a esta hora, nadie te verá” y otras especies más.

Lo más curioso, y también lo patético, es que si te tomas la molestia de hacer unos cuantos clics e investigas quiénes son y qué hacen (o han logrado) estos gurús descubrirás que la mayoría son… ¡vendehúmo! En otras palabras: no han sido exitosos en eso que dicen ser o, lo peor, no pueden enseñarte a alcanzar el éxito (o los resultados) que ellos no han obtenido.

Sin embargo, son geniales para dar consejos. En especial, en el ámbito de la creación de contenidos y más ahora que contamos con la ayuda de una variedad de herramientas de la inteligencia artificial. Te sorprendería la cantidad de correos electrónicos y, sobre todo, avisos publicitarios que recibo y me encuentro en internet con sabios consejos para crear contenidos.

Sí, porque no son simples consejos: son sabios consejos (irrefutables, indiscutible). Que, te lo digo con la mano en el corazón, muy probablemente no te funcionarán. ¿Por qué? Porque la de escribir o crear contenidos es una actividad muy personal, que involucra tu esencia. No solo tu conocimiento o experiencia, tu pericia o habilidades, sino tu esencia como ser humano.

Porque, créeme, la clave para que tus contenidos, en el formato que elijas, consiga atraer la atención del mercado y produzca el impacto esperado está en tu esencia. Es decir, en lo que eres, en lo que piensas, en lo que sientes, en el valor que puedes transmitir, en lo que te hace único y valioso. El formato, la estructura que decidas, las palabras que escojas, todo esto es secundario.

Además, y esto seguramente lo has percibido, unos de esos sabios consejos se contradicen con los otros sabios consejos. Unos te dicen blanco, como si fuera la verdad absoluta, y los otros te pregonan el negro, porque aseguran esa es la verdad absoluta. Y así sucesivamente. Y, quizás lo sabes, lo has experimentado, no hay un solo camino, una fórmula única, un consejo perfecto.

Repito: pocas actividades en la vida de un ser humano tan personales, tan únicas, como la de producir contenidos (en el formato que elijas). Un ejemplo: cuando vas a conversar con tu hijo para enseñarle algo, se lo dirás con tus palabras, con tu estilo, con tu sensibilidad. Ahora, si esa tarea la cumple tu pareja, aunque el objetivo sea el mismo, el procedimiento será distinto.

No hay una fórmula única. Y eso, para mí, es maravilloso. ¡Qué aburrido sería estar sometido a seguir siempre el mismo camino, que además fue trazado por otro! Lo bonito de la vida es disfrutar de la potestad de hacerlo a tu modo, más allá de que te equivoques. Igual, si lo haces, será tu error, tu aprendizaje. De hecho, solo por ese camino (el tuyo) podrás aprender.

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Esa es la razón por la cual son archienemigo de las plantillas, de los libretos establecidos y, por supuesto, del odioso y patético copy + paste. Creo, soy un convencido, de que cada ser humano está en capacidad de crear contenidos valiosos, siempre y cuando no reniegue de su esencia, no caiga en la trampa del “no puedo, no nací para esto” o, peor, “no me inspiré”.

Ahora, ¿quieres que te dé algunos consejos? Recuerda son solo opiniones que te ayudarán a decidir qué camino tomar y qué hacer. Veamos:

1.- Entiende que ya lo tienes todo para crear contenidos que generen un impacto positivo en tu audiencia. Si algo te hace falta, lo aprenderás en el proceso. Lo importante es que aceptes que con lo que tienes ya es suficiente para comenzar. Entonces, ¡manos a la obra!

2.- Determina qué camino quieres seguir. Es decir, cuál será el formato básico que utilizarás para crear tus contenidos. Ten en cuenta que sea uno que facilite tu tarea de reconvertir esos contenidos a otros formatos para ampliar el alcance de tu estrategia. Comienza con uno solo

3.- Entiende y acepta que la estrategia más segura (no más rápida) es aquella de prueba y error. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “cuanto más rápido te equivoques y más grave sea el error, mayor será el aprendizaje”. Prueba, valida, corrige y vuelve a probar

4.- Establece tu propio estilo. Que, valga decirlo, no surgirá frotando la lámpara ni de la noche a la mañana. El estilo es fruto del trabajo, de producir y producir, probar e innovar, hasta que encuentres el tono y la voz que te identifiquen y, sobre todo, que resalten tu esencia única

5.- Preocúpate, así mismo, por algo muy importante sobre lo que nadie te da consejos: el hábito. No solo de producir contenidos con frecuencia para desarrollar la habilidad, sino para establecer tu propio sistema, uno que te permita replicar tu éxito una y otra vez, y otra vez

6.- Sigue a escritores o creadores de contenidos que te agraden, que te inspiren, de los cuales puedas aprender. Si ofrecen cursos o recursos, obtenlos (aunque tengas que pagar un poco). Mira sus contenidos y trata de identificar aquello que lo hace bueno, distinto; y modélalo

7.- La tarea de la creación de contenidos se asemeja a una ultramaratón: es una prueba de largo aliento. ¿Eso qué significa? Que no verás resultados consistentes a corto plazo, así que no te obsesiones, no te desesperes. Consistencia y persistencia son las claves del éxito

8.- Haz caso omiso de las críticas, que no faltarán y que, en algunos casos, serán despiadadas (y de ellas, muchas serán injustificadas). Tampoco caigas en la trampa del elogio barato que te lleve a creer que todo lo que haces está bien: utiliza las métricas que la tecnología te ofrece

9.- Olvídate de las plantillas, los libretos y los prompts para las aplicaciones de inteligencia artificial generativa. No solo son ‘más de lo mismo’ y te impedirán diferenciarte, sino que además no te servirá para cumplir con éxito la tarea de atraer la atención del mercado

10.- Valórate, agradece y aprovecha los dones y talentos que te fueron concedidos, así como el conocimiento que posees y las experiencias que has vivido, más el aprendizaje de tus errores. Son una mina que, si la sabes explotar, te permitirá conectar con otras personas, e impactarlas

Moraleja: no se trata de hacer caso omiso de los consejos, que pueden ser útiles y necesarios. Pero no puedes depender de ellos y, algo más importante, no todos son para ti, no todos te servirán. Eventualmente, pruébalos y, si ves que no marcan la diferencia, deséchalos. Los que en la práctica te brinden resultados y te permitan avanzar, impleméntalos y aprovéchalos.

Por último, hay un largo trecho entre escuchar un consejo y seguirlo. Antes de dar el primer paso, investiga, determina si esa persona que te lo brinda tiene autoridad, si en verdad hace el trabajo que dice hacer, si es bueno, si ya ayudó a otros con ese u otro consejo. Busca comentarios y testimonios de otros para evitar caer en una trampa. ¡No tragues entero!

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10+ habilidades periodísticas que potenciarán tu contenido

De niño, y aunque tenía tres hermanos y una buena cantidad de amigos, mi más fiel compañera fue la radio. Eran las épocas de los transistores de baterías, que sintonizaban las frecuencias AM (amplitud modulada) y la onda corta, a través de las cuales, con un poco de suerte, escuchábamos las conversaciones de los radioaficionados. ¡Era una aventura!

Más adelante, la tecnología de esos aparatos evolucionó e incluyó la frecuencia modulada (FM), que si bien no ofrecía demasiadas alternativas (emisoras), brindaba un beneficio: el sonido estéreo (en AM, era mono). Eso sí, había que estar en un lugar en el que la recepción de la señal fuera buena porque, de lo contrario, lo que se escuchara era puro ruido.

El radio transistor había sido un gran avance tecnológico. ¿Sabes por qué? Porque antes de su aparición las radios eran unos enormes aparatos de salón que para funcionar debía estar conectados a la corriente eléctrica. Es decir, eran estáticos. En cambio, los transistores eran portátiles y funcionaban con baterías. ¿La clave? Disponer siempre de unas de reemplazo.

Fue gracias a esos aparatos que conocí y me enamoré de la música y del periodismo. A diferencia de lo que sucede hoy, en la era de la infoxicación y la vulgaridad, la mayoría de las emisoras nos brindaban buena música. Había unas pocas estaciones dedicadas a las noticias, pero eran escasas. Y también estaban las que transmitían los partidos de fútbol.

Si no podías ir al estadio o tu equipo favorito jugaba fuera de la ciudad, la radio era todo lo que tenías para seguir las emociones del juego. Había unas pocas cadenas radiales en las que sobresalían buenos narradores (los de antes, claro) y comentaristas. Mis preferidos eran Armando Moncada Campuzano y Hernán Peláez Restrepo, dos voces que marcaron historia.

Cuando dejaban una cadena radial y se iban para otra, los aficionados nos trasladábamos con ellos. Así era esa fidelidad, que hoy es un tesoro extinto. En el ámbito de las noticias generales, había un personaje especial: Yamid Amat. Distinto del resto, con un estilo muy particular y un genial contador de historias, en especial de crímenes (la crónica roja).

Ellos, principalmente, y algunos más fueron los responsables de que forjara el sueño de ser periodista. ¿Mi ilusión? Quería ser narrador de fútbol. Y te cuento un secreto: todos los días, mientras me duchaba, narraba partidos imaginarios (mi equipo, claro, jamás perdía). Eran relatos que seguían el libreto, los aprendizajes adquiridos a partir de aquellos referentes.

Aunque consideré opciones como Derecho, Sicología y Administración de Empresas, me decanté por el periodismo. Una profesión que por aquel entonces, comienzos de los 80, era un reino de las mujeres (en la academia, al menos) y que muy pocas universidades ofrecían. ¿Por qué? Se concebía que el periodismo era un oficio empírico, surgido de la pasión, de la vocación.

Curiosamente, irónicamente, la vida me llevó por un camino distinto. ¿A qué me refiero? No fue la radio el medio en el que desarrollé mi carrera, sino los medios escritos. Hice radio mucho después, cuando ya acreditaba más de 30 años de trayectoria. Comencé por el periodismo de farándula (espectáculos y cultura) y me especialicé en deportes, pero escribí sobre todo.

Lo hice durante casi 30 años en medios de comunicación (impresos e internet) y también en empresas privadas. Hasta que el torbellino de la vida me llevó a una situación en la que mis cimientos se estremecieron: no conseguía trabajo. Había pasado la barrera de los 40 años y ser etiquetado como ‘periodista deportivo’ se convirtieron en obstáculos casi insalvables.

Dado que nunca me he visto haciendo algo distinto a lo que hago (comunicar), insistí, persistí. Fueron tiempos duros, sin duda. Hasta que a finales de 2016, cuando vino a Bogotá a un evento presencial, mi amigo Álvaro Mendoza, con el que había comenzado mis andaduras en el periodismo digital en 1997 antes de que se radicara en EE. UU., me hizo una oferta.

“Quiero que trabaje conmigo, que se encargue de producir mis contenidos”. Si bien era una oferta tentadora, le aclaré que no sabía nada en absoluta de marketing. “Yo le enseño lo que se necesita, no se preocupe”, me respondió. A eso me dedico desde entonces, un proceso de rediseño profesional que ha incluido desaprender, reaprender y desarrollar habilidades.

Hoy, el mercado me conoce como Carlos González Copywriter, aunque en términos estrictos no soy copywriter. Es decir, no escribo textos comerciales en una agencia publicitaria. Soy un periodista que se adaptó a un nuevo escenario, un ecosistema distinto en el que ha podido aprovechar su conocimiento, sus experiencias, y potenciar sus dones y talentos, su pasión.

Soy un creador y un estratega de contenidos. Creo contenidos para mí y para mis clientes, en distintos formatos: libros, ebooks, microlibros, blogs, textos para web (páginas de aterrizaje, cartas de ventas, secuencias de email, scripts para audios y videos) y soy escritor fantasma (ghostwriter). ¿Sabes en qué consiste? Es aquel que escribe contenidos a nombre de otros.

Un camino que ha sido divertido y emocionante, en el que he tenido la oportunidad de adquirir conocimiento muy valioso. Y lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que nunca dejé de ser periodista: simplemente puse mis habilidades periodísticas al servicio del marketing en campos tan diversos como la gastronomía, los bienes raíces o el desarrollo personal.

¿Cuáles son esas habilidades periodísticas? Veamos:

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1.- La inmediatez.
En tiempos de internet, de hiperconexión, las noticias no dan espera. Se requiere la capacidad para desarrollar contenidos de valor de forma rápida para atraer la atención de la audiencia primero que tu competencia. Cualquiera puede publicar de inmediato, pero no cualquier puede publicar contenido de valor, que es justamente lo que el mercado requiere.

2.- El contexto.
Si algo caracteriza a los contenidos de la era de la infoxicación es la ligereza para tratar la información como la falta de investigación. En épocas de “yo te copio, tú me copias…”, el diferencial está en el contexto: investigación, profundización, ángulos diferentes. Contenidos que aporten valor, que no sean ‘más de lo mismo’, que sean agradables para la audiencia.

3.- La fórmula I-E-E-I.
Desde la universidad, aprendí que los fundamentos del trabajo de un periodista son Informar, Educar, Entretener e Inspirar. La unión de estos cuatro pilares redunda en lo que llamamos contenido de valor. Lo mejor es que esos pilares los puedes aprovechar individualmente o en conjunto, de acuerdo con el objetivo que persigas con tu contenido. ¿La clave? Versatilidad.

4.- El lector (la audiencia).
Aprendí, también, que cualquier contenido carece de sentido si no se crea con la intención de brindarle un beneficio (información, educación, entretenimiento o inspiración) al receptor (que era el lector y hoy es audiencia). Si de algo carecen los contenidos de marketing es de la capacidad para enfocarse en las necesidades y deseos del cliente, no solo en la venta.

5.- Las historias.
Cuando comencé mi carrera, el sueño de todo periodista joven era convertirse en cronista, es decir, en un contador de historias. Eran los tiempos de apogeo de Gabriel García Márquez y en el país había cronistas sobresalientes. Hoy, lo sabemos, la forma más efectiva y honesta de conectar con las emociones de tu audiencia es contar historias, el famoso storytelling.

6.- La veracidad.
Vivimos la era de la infoxicación, de las fake news y de los robots que suplantan a los seres humanos. Además, los medios de comunicación dejaron de ser un oasis de independencia y libertad que fueron en el pasado y son solo piezas del engranaje de los poderosos. Por eso, se requiere voces auténticas, autónomas, veraces, que no distorsionen o manipulen la realidad.

7.- Credibilidad.
Derivado de lo anterior, lo aprendido en el oficio me ha servido para ser creíble y confiable en distintos ámbitos. ¿Cómo hacerlo? Honrar la verdad, poner a la audiencia en primer lugar, ser leal a los hechos y buscar el bien colectivo. La credibilidad es la base de las relaciones que, a su vez, son la base de los negocios. Sin credibilidad, cualquier contenido es solo basura.

8.- Relevancia.
La tarea básica del periodismo es relatar los hechos que suceden en el día a día. Estamos en la era de lo superficial, de lo cosmético, de lo tóxico que se disfraza de ridículo o cómico. Son contenidos efímeros, que nada aportan, mientras lo verdaderamente importante se deja de lado. La relevancia y oportunidad de los contenidos es un plus que casi nadie puede ofrecer.

9.- Variedad.
De formatos, de canales, de narrativas. La clave para conectar con las emociones de las audiencias, y con más audiencias distintas, y atraer su atención es la variedad de contenidos y de formatos. Si bien lo primordial, lo fundamental, es la calidad del contenido, el valor que aporta, la omnicanalidad y pluralidad de formatos me permite llegar a más personas.

10.- Legibilidad.
En la era del ‘más de lo mismo’ y del copy + paste, esta característica es un tesoro. ¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad que distingue a los textos para ser leídos y comprendidos por cualquiera. Además, que gusten por el ritmo de la narración, por la claridad, por el poder del mensaje. Los contenidos legibles están escritos para seres humanos, no para robots.

10+.- Persuasión.
Primero en la universidad y luego en los medios me lo recalcaron: “Si no va a hacer un bien, que su noticia (texto o contenido) no haga un mal”. Es una premisa que procuro practicar todos los días de mi vida. Un contenido persuasivo es el comienzo de un intercambio de beneficios, un gana-gana para las partes involucradas. Impactar de manera positiva.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no necesitas ser periodista o estudiar una carrera específica para aprovechar estas habilidades. Cualquiera las puede desarrollar de modo muy sencillo. ¿La clave? Disciplina, por un lado, y práctica, por otro. A medida que creas más, encuentras tu estilo, el camino correcto para impactar positivamente con tus contenidos.

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Este es el secreto para no depender de la volátil fuerza de voluntad

Los seres humanos, que por naturaleza disponemos de la capacidad para hacer lo que queramos, todo lo que queramos, solemos levantar obstáculos en el caminos que nos impiden alcanzar esos objetivos. Se trata de las manifestaciones de nuestros miedos, creencias limitantes y modelos de comportamiento, hábitos incluidos, adquiridos a partir del ejemplo de otras personas.

De la misma manera que podemos ser geniales para crear, para producir, para cristalizar nuestros sueños, también somos geniales para obstruirlos, para enterrarlos. Una de las razones, quizás, es que tememos al fracaso, que implica tanto el error (que lo queremos evitar a toda costa) como la aprobación de los demás. Nos aterra lo que otros piensan y dicen acerca de lo que hacemos.

De hecho, si te pones la mano en el corazón y lo piensas bien, son muchas las ocasiones en las que fuiste presa de esa zona de confort. Porque sí, eso es precisamente esa actitud, una placida zona de confort. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que, por lo general, elegimos el camino equivocado y, cuando nos damos cuenta de que no lograremos el objetivo, nos rendimos.

¿Un ejemplo? Los tristemente famosos propósitos de año nuevo. “Voy a hacer más ejercicio”, “Este año sí voy a aprender inglés”, “Voy a dejar de rodearme de personas tóxicas”, “Cambiaré mis hábitos de alimentación” y otros más que se quedan en palabras vacías, sin sustento. Sí, porque las mejores intenciones del mundo se pierden en el aire si no cuenta con el respaldo de las acciones.

Y ese es, justamente, el origen de nuestros problemas: queremos algo, a veces lo deseamos con ahínco, pero a la hora de tomar acción flaqueamos o, quizás, no estamos dispuestos a pagar el precio que vale. ¿Practicar ejercicio 3-4 días a la semana? Nos conformamos con 1-2 sesiones por un tiempo y luego desistimos; igual con la alimentación, el inglés y muchos otros propósitos.

Por ejemplo, el de compartir tu conocimiento con otros. Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza dice que “si posees conocimiento más allá del promedio en algún área específica, tu responsabilidad es compartirlo con otros”. Y hoy, lo sabes, internet nos ofrece todas las herramientas y los canales que podemos necesitar. De hecho, muchos más de las que en realidad vamos a utilizar.

No importa si eres una gran empresa (como Apple o Amazon), un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que, dadas las circunstancias, busca un oasis laboral en internet. Sea cual sea tu caso, hay una premisa fundamental que debes cumplir: ser visible y posicionarte en la mente del mercado, de tus clientes potenciales, de las personas a las que puedes ayudar.

De acuerdo con estudios del mercado digital, el 95 % de los expertos (en cualquier área) tienen información valiosa que se desperdicia porque no la comparten. Además, según Forbes, la industria del e-learning está en auge y se espera que para 2025 alcance los 325 mil millones de dólares. Quizás lo intuías, pero ya hay una certeza: hay una oportunidad esperando por ti.

De lo que se trata es de compartir ese conocimiento que posees, esas valiosas experiencias y, en especial, el aprendizaje de tus errores. Lo que quizás no has percibido es que tú ya estás en ese lugar en el que otros quieren estar, tú ya cristalizaste tus sueños o estás en camino de lograrlo. Y hay otros que quieren saber cómo lo haces, quieren que les enseñes a hacer realidad los suyos.

Ahora, recuerda la premisa fundamental: ser visible y posicionarte en la mente del mercado, de tus clientes potenciales, de las personas a las que puedes ayudar. ¿Cómo hacerlo? Muy sencillo: debes compartir contenido de valor que no solo te haga visible, sino también diferente del resto de lo que ya existe en el mercado y, a través de tu propuesta de valor, posicionarte (que te elijan).

Esta, seguramente lo sabes, es la asignatura pendiente para la mayoría. Y cuando digo ‘mayoría’ me refiero a empresas (grandes, medianas y pequeñas), negocios, emprendedores o profesionales independientes. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que en el camino por eludir esa responsabilidad toman un atajo que los lleva a una situación incómoda: se lanzan al agua e intentan vender en frío.

Es decir, sin ser visibles, sin haberse posicionado en la mente de sus prospectos. Ser visible significa que tienes la capacidad de conseguir que tu mensaje les llegue a las personas correctas, es decir, a aquellas a las que puedes ayudar con tu conocimiento y experiencias. Posicionarte significa que el prospecto elige tu propuesta de valor como la solución a su problema y quiere saber más de ti.

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Esto último es MUY IMPORTANTE (sí, en mayúscula). Repito: MUY IMPORTANTE. ¿Por qué? Porque cuando un prospecto abre el canal de comunicación no te dice que está listo para comprar. ¡No te equivoques! Te dice, simplemente, que atrajiste su atención, que despertaste su curiosidad y, entonces, quiere saber más de ti. Sí, comenzar una relación basada en confianza y credibilidad.

Es en este punto en el que la debes crear contenidos, en el formato que decidas, en el que más cómodo te sientas, y lo difundirlo a través de los canales en los que se concentran tus prospectos. Necesitas definir a ese prospecto ideal (el avatar en sus distintas facetas), tu mensaje (qué tienes, para quién es, para quién no es) y tu propuesta de valor (la transformación que puede producir).

Una tarea que no es imposible de cumplir, pero también un camino en el que debes evitar los atajos de las plantillas, las fórmulas perfectas o, peor aún, de la infoxicación. Una tarea que te va a exigir no solo creatividad (que ya está en ti y es aliada de tu conocimiento), sino también una alta dosis de disciplina, consistencia y enfoque. Estos tres factores garantizarán el éxito, tu impacto.

Y, seguro lo has experimentado, son los que primero se resquebrajan. ¿Sabes por qué? Porque apostamos todos nuestros recursos a la fuerza de voluntad. Es una manifestación de esa tendencia al pensamiento positivo, esa idea de creer que es suficiente para lograr todo lo que queremos, pero no es así. Es el punto de partida, sin duda, pero se requiere algo más para tener éxito.

¿Sabías que es posible aprender a mejorar los resultados a partir de la fuerza de voluntad? Es una capacidad que te da el poder de controlar lo que quieras en tu vida, en especial, tus emociones. Y tu atención, tus finanzas, tu salud, tus relaciones, el éxito en tu profesión o negocio. Entonces, se trata de que aprendas a utilizar esa fuerza y la pongas al servicio de tus objetivos, de tus sueños.

Para la mayoría de las personas, la tarea de sentarse a crear contenido, en cualquier formato, exige una fuerza de voluntad de la que carecen. Por eso, el resultado es que procrastinan una y otra vez o, peor aún, se convencen de que no pueden hacerlo. “Eso no es lo mío”, “No me inspiro”, “No nací para esto” y muchas otras ideas que grabamos en el cerebro, a las que recurrimos con frecuencia.

Esos pensamientos limitantes son producto de enseñanzas que recibimos, ejemplo de lo que vemos que hacen otras personas que influyen en nosotros (padres, amigos, compañeros). Sin embargo, está demostrado que esas barreras se pueden derrumbar con facilidad. ¿Cómo? A través del autocontrol, de pensamientos positivos como “puedo hacerlo”, “voy a hacerlo” o “está hecho”.

La diferencia entre pensarlo o soñarlo y realmente hacerlo no es la fuerza de voluntad, sino las acciones que efectivamente siguen a esos pensamientos. Como humanos, cada día tomamos una gran cantidad de decisiones que, asumimos, surgen de nuestra fuerza de voluntad. Es una forma de eludir la responsabilidad en caso de error, un camino para no sentirnos culpables después.

Si quieres crear contenido, pero de inmediato sientes que careces de la fuerza de voluntad necesaria para avanzar, ten en cuenta estos factores:

1.- No tienes claro qué quieres hacer y, por ende, tu cerebro no se da por enterado

2.- Eliges un tema en el que no eres experto y te da miedo cometer un error al abordarlo

3.- No has desarrollado las habilidades necesarias para sentirte confiado

4.- Tienes expectativas muy elevadas y temes por ser juzgado con dureza por otros

5.- Te aterra la idea de que otros desaprueben tu trabajo, de que no les guste

6.- Piensas que necesitas aprender más y más para “hacerlo bien”

7.- Te dejas llevar por la idea de la perfección, un obstáculo que no puedes salvar

8.- No confías en tus capacidades, en tu creatividad, y te niegas la oportunidad

9.- Desconoces, o no reconoces, tu potencial y no sabes de qué eres capaz en realidad

10.- No has desarrollado la autoestima y la tolerancia y no admites la posibilidad del error

10 (+).- Dejas todo en manos de la fuerza de voluntad

En cualquier actividad de la vida, crear y cultivar un hábito es el antídoto contra prácticamente todos los males que nos incomodan de alguna manera. No puedes depender de factores tan volátiles como la fuerza de voluntad porque perderás el control de la situación y, lo peor, quedarás expuesto a las emociones. Que, seguro lo sabes, son traviesas, caprichosas y traicioneras.

Ayudar a otros con tu conocimiento y experiencias es un privilegio que te concede la vida. No lo desestimes, no lo subestimes. Con lo que tienes hoy dispones de lo suficiente para comenzar a generar un impacto positivo en la vida de otros. En el camino aprenderás lo que haga falta y, créeme, desarrollarás las habilidades que te permitirán avanzar. Y cada vez lo harás mejor.

Claro, siempre y cuando forjes un hábito que te evite depender de la volátil fuerza de voluntad y establezcas un método, uno propio que se adapte a tus posibilidades y objetivos. En últimas, de lo que se trata es de crear un sistema efectivo que no solo te brinde los resultados que esperas, sino que puedas replicar una y otra vez, mil y una veces, siempre con éxito. Y, créeme, ¡puedes hacerlo!

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¿Trabajas para la IA generativa o haces que ella lo haga para ti?

A comienzos de marzo de 2020, un misterioso virus proveniente de China, del que muchos en Occidente decían era una invención, un bulo, llegó y nos alteró la vida. Y no solo eso: se llevó, también, cientos de miles de vidas. El COVID-19 (o coronavirus) nos obligó a encerrarnos en las casas por un largo período y, sobre todo, nos llenó de miedo y causó gran incertidumbre.

A pesar de las advertencias provenientes de algunos sectores científicos, casi nadie creía en el tal coronavirus. Por eso, a su letal impacto se sumó algo que podríamos llamar el factor sorpresa: no estábamos preparados para enfrentarlo, dado que lo habíamos ignorado, lo habíamos menospreciado. Hoy sabemos que ese fue uno de los graves errores cometidos.

Una de las mayores dificultades que enfrentamos en ese momento fue desconocerlo todo, o casi todo, del COVID-19. Y las informaciones no eran certeras; más bien, abundaban las contradicciones, los desmentidos y, por supuesto, pulularon las fake news, las mentiras. Que, no sobra recordarlo, provocaron más pánico, más incertidumbre, más desolación.

En diciembre de 2022, una vez más el mundo fue sorprendido por una noticia, aunque esta era bien distinta. ¿Sabes a qué me refiero? A la irrupción de ChatGPT, la versión generativa de la inteligencia artificial. Una maravillosa tecnología sobre la que también se posan los bulos, las fake news, las mentiras y las versiones apocalípticas. Igual a lo que se dio con el COVID-19.

Como seguramente lo sabes, se trata de una suerte de inteligencia artificial que puede ser entrenada para sostener conversaciones. En esencia, es un chat basado en un modelo de lenguaje creado por la empresa OpenAI. ¿Su especialidad? Realizar tareas relacionadas con la generación de contenidos diversos a partir de las instrucciones que se le brindan.

Si bien surgió con notorias limitaciones y los expertos nos dicen que todavía es mucho lo que se puede desarrollar, la clave de los resultados obtenidos a partir de ChatGPT radican en los prompts (la instrucción que alimentas al chat para que genere el contenido). En palabras muy sencillas, si lo alimentas con basura, te arrojará basura. Por favor, no olvides esta premisa.

A pesar de que ChatGPT irrumpió con fuerza y tuvo un gran eco mediático, la verdad es que la inteligencia artificial está en nuestra vida desde hace décadas. Para ser más exactos, desde mediados del siglo pasado, cuando se crearon las primeras máquinas capaces de emular la inteligencia del ser humano y realizar, de manera efectiva y rápida, una variedad de tareas.

Unas de las versiones más conocidas fue el AOL Instant Messenger, que cautivó a unos 30 millones de usuarios, o la enciclopedia virtual Encarta, de Microsoft. Una famosa fue Deep Blue. ¿La recuerdas? El ordenador creado por IBM y programado con millones de partidas de ajedrez que, en 1997, venció al campeón mundial de aquel entonces, el ruso Gary Kaspárov.

Sin hacer ruido, pero de manera consistente, la IA fue incorporada en múltiples dispositivos que tenemos en casa. Alexa, el asistente virtual de Google, o Siri, la versión de Apple, son un ejemplo. Hoy, su aplicación es prácticamente ilimitada y ha permitido grandes avances en campos como la medicina, los juegos electrónicos, el cine o la creación de contenido.

El problema, ¿sabes cuál fue el problema? Que, como sucedió con el coronavirus, para el común de los seres humanos la inteligencia artificial seguía siendo “algo del futuro”. Y quizás por eso no le prestamos la atención que merecía y hoy, de nuevo, somos presas del pánico, de la incertidumbre, y víctimas de la infoxicación, de la manipulación. ¡Otro apocalipsis!

Sí, nos dicen que llegó para “exterminar la especie”, la versión más radical, o para “acabar con millones de trabajos”. Estoy seguro de que desde hace tiempo utilizas alguna de las formas en que la inteligencia artificial está presente en nuestra vida y, eventualmente, le diste una mirada a ChatGPT, Gemini, Copilot, Dall-E, Midlourney, Jasper o CopyAi, entre otras.

A pesar de que ChatGPT surgió hace solo año y medio, son pocas las personas que en verdad le han podido sacar provecho. Y no porque sea difícil de utilizar, sino porque tienen un gran recelo que provoca que vean la inteligencia artificial como un enemigo. Y no lo es, de ninguna manera, por supuesto. Es, simplemente, producto de la desinformación, de la infoxicación.

Una de las amenazas es aquella de que la IA generativa acabará con todas las formas de creación de contenido (escrito, hablado, visual). Otra, que acabará con los empleos de todos los que, en distintas modalidades, nos dedicamos a la creación de contenido. Hasta ahora, por lo menos, nada de esto sucedió. Ni lo uno ni lo otro. Más bien, se ha dado lo contrario.

A qué me refiero: a que los creadores de contenido que no nos dejamos llevar por el pánico y que entendemos el poder de la capacidad creativa que poseemos hemos hecho de ChatGPT y otras aplicaciones de inteligencia artificial generativa los aliados de nuestro trabajo. No los enemigos, no las amenazas, sino los socios que nos ayudan a potenciar la productividad.

Lo insólito hoy es escuchar decir que la inteligencia artificial “no sirve para nada”. Ya no es que “va a provocar la extinción de la especie” (como en la saga de Terminator) o “te va a quitar el trabajo”, sino que “no sirve para nada”. A mi juicio, solo hay dos opciones: no has utilizado la inteligencia artificial o, peor aún, eres uno de tantos que no saben utilizar.

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Estos son los cinco errores más frecuentes al utilizar la IA generativa:

1.- Crees que la IA es autosuficiente.
Y no, no es así. Por definición, esta tecnología es parte del fenómeno conocido como machine learning. ¿Sabes en qué consiste? Máquinas que están en capacidad de aprender. ¡Sí, aprenden! Como cuando, por ejemplo, le dices a Siri que llame a tu pareja o que prenda la luz de tu celular. Lo que a algunos atemoriza es que su capacidad de aprendizaje es ilimitada.

En el caso específico de ChatGPT, repito la premisa fundamental: si alimentas el chat con basura, te arrojará basura. Es decir, esta tecnología hará todo lo que tú le enseñes, aquello para que la programes y lo hará en los términos que le proporciones. Tú eres el que brinda las instrucciones, así que el resultado lo determinas tú, no la IA. ¿Ya sabes cómo crear prompts?

2.- No verificar sus resultados.
Este sigue siendo el talón de Aquiles de ChatGPT y otras versiones de IA generativa. En principio, porque no estaba conectada a internet y, entonces, usaba su imaginación para darte respuestas. Hoy, porque, a pesar de que echa mano de los contenidos de la web, todos sabemos que este maravilloso universo está lleno de mentiras, falseades y otras especies.

Todas tóxicas, por supuesto. Mi consejo: utiliza esta tecnología solo para generar contenido relacionado con temáticas en las que seas un experto y estés en capacidad de detectar los errores que a otros les resultarían invisibles. Sin embargo, eso no es suficiente: tienes que hacer una verificación exhaustiva, en especial si no eres un experto en crear prompts.

3.- Cuidado con los derechos de autor (copywright).
En medio de su inocencia y de su afán por ayudarte, la IA generativa toma prestado cualquier contenido que encuentre en la red. Por eso, a veces, muchas veces, usa contenidos llenos de mentiras, o con verdades manipuladas o, quizás, que son propiedad ajena. No es su culpa, por supuesto, porque la tecnología cumple con el objetivo de ayudarte, de darte respuestas.

Haz de cuenta que le pides a tu secretaria que elabore el informe que vas a presentar en la asamblea de accionistas. ¿Es ella la indicada? Seguramente, no. Es tú responsabilidad, como en el caso de la IA generativa. Es un tema álgido especialmente en lo relacionado con las imágenes, no solo con los textos. Cuidado, porque si te confías puedes caer en la trampa.

4.- Eres ‘más de lo mismo’.
Este es un error frecuente para los amantes del copy + paste. Insólito en el uso de la IA generativa que llegó para ayudarnos a potenciar nuestras habilidades y fortalezas, pero en la práctica se ha convertido en una variante del abominable “yo te copio, tú me copias, él nos copia, nosotros nos copiamos (unos a otros)”, tan popular hoy. Es la feria de la mediocridad.

Si utilizas los prompts creados por otros, no esperes resultados satisfactorios. Recuerda que el poder del mensaje está en tu capacidad para controlar los aspectos fundamentales. ¿Los recuerdas? A quién te diriges, qué le vas a comunicar, cuál es el objetivo que persigues, qué formato eliges, es decir, lo que en el marketing se conoce como las 3M: mensaje, mercado y medio.

5.- Asumir que la IA sustituye al ser humano.
Por ahora, no es así (y no creo que se dé en algún momento). Repito: creo que esta tecnología llegó para facilitarnos la vida (las actividades que realizamos de manera rutinaria). Sin embargo, lo que obtengamos de ella está en función del uso que cada uno le dé, porque en esencia la IA no es buena o mala: esa valoración la proporcionamos los seres humanos.

La IA generativa no sustituirá a nadie que, apoyado en ella, haga mejor su trabajo, obtenga mejores resultados de manera más eficiente. Los que perderán su trabajo serán aquellos que no sean capaces de utilizarla, que se nieguen a usarla y no puedan brindar unos resultados satisfactorios en su labor. Recuerda: no es un enemigo, sino un aliado.

Hubo una época, hace tan solo 25 años, en la que nos dijeron que esa disruptiva tecnología llamada internet iba a arrasar con todo: empleos o empresas. La realidad nos demostró, sin embargo, que esos anuncios apocalípticos eran mentira. Hoy, dado que la humanidad no aprendió la lección, la historia se repite: nos dicen que la IA es la peor de las amenazas.

Moraleja: pienso que, como todo en la vida, cada uno elige el camino que crea conveniente. En mi caso, ni dependo de la IA generativa ni me he convertido en un subalterno de ella para que realice mi trabajo. Creo y confío en mis capacidades, intento aprender cada día y también desarrollar nuevas habilidades. Una de ellas, poner a trabajar a la IA para mí.

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¿Creas y compartes contenido? Cómo no ser parte de la infoxicación

Vivimos obsesionados con la felicidad, a pesar de que no sabemos exactamente qué es o qué esperamos de ella. Desde la segunda mitad del siglo XX, en el escenario posguerra, la felicidad se convirtió en una premisa, casi en una imposición de la sociedad. Es decir, tenemos que ser felices en todo lo que hagamos, a cualquier precio, en procura de la siempre esquiva vida perfecta.

Este, como puedes suponerlo, es un tema que se debe tomar con pinzas. ¿Por qué? Porque no hay verdades absolutas, no hay sentencias definitivas, no hay punto final. ¿Por qué? Primero, porque no hay una definición exacta de lo que es felicidad y, segundo, porque como seguramente lo has experimentado el concepto de felicidadque tenemos evoluciona, cambia con el tiempo.

Recuerdo que cuando era niño la felicidad era regresar del colegio y salir al parque del vecindario, con mis amigos, a jugar fútbol. Hasta que las sombras de la noche no nos permitieran ver el balón o, quizás, hasta que los padres de alguno de los jugadores nos llamaran al orden. Felicidad también era ir de casa en casa tocando el timbre antes de salir corriendo para evitar que nos reprimieran.

Más adelante, después de cumplir los 18 años, la felicidad era poder elegir por mí mismo, tomar mis propias decisiones. Y, claro, estar con los amigos, reunirnos el viernes o el sábado a escuchar música, cantar y tomarnos unos tragos hasta que amaneciera o, en su defecto, hasta que se nos acabaran las fuerzas. Eran épocas en las que la única premisa era disfrutar la vida al máximo.

Hoy, la felicidad está ligada a otros aspectos. ¿Por ejemplo? Gozar de buena salud, tener paz interior y tranquilidad o pasar tiempo de calidad con personas cercanas en actividades que nos apasionan. También, disfrutar actividades como el trabajo con un propósito que va más allá de recibir un sustento o de ostentar un cargo. Hoy, felicidad es calidad de vida en todas sus manifestaciones.

Aunque no es mi caso, para muchas personas la felicidad está representada por bienes materiales o logros personales. ¿Por ejemplo? Tener casa propia, atesorar riqueza (un carro de lujo, viajes…), ocupar un cargo ‘importante’, ser reconocido y aprobado por otros, conformar una familia (feliz, por supuesto), es decir, encajar tanto como sea posible en el estándar establecido por la sociedad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que esa obsesiva búsqueda de la felicidad en la mayoría de las ocasiones es infructuosa. ¿La razón? Primero, porque no sabemos en realidad qué es la felicidad para cada uno de nosotros; segundo, porque quizás apuntamos muy alto y no es posible cumplir con las expectativas; tercero, porque no hacemos lo necesario para alcanzarla.

La buscamos por doquier y no la encontramos. O, quizás, buscamos donde no está o, lo peor, lo que hallamos no nos brinda felicidad. Lo cierto es que en los últimos años, en especial después de los golpes que la vida nos propinó, de mucho sufrimiento y estrés, la obsesión por la felicidad es cada vez mayor. No solo la buscamos con insistencia, sino que también deseamos proveerla.

Y es justo en este punto en el que el tema de la esquiva felicidad se conecta con mi especialidad: la creación de contenidos. ¿De qué forma se relacionan? Dado que la mayoría de las personas no hallan en su interior la felicidad que anhelan, que es donde realmente está, la buscan afuera. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que se arriesgan a caer en manos del mejor postor o vendehúmo.

Especialmente después de lo vivido durante la pandemia, ahora la búsqueda de la felicidad se trasladó a las redes sociales y demás canales digitales. Una buena parte del terrible tsunami de infoxicación al que estamos expuestos, del peligroso discurso de los gurús que lo saben todo y que tienen la ‘solución ideal’ para todo, es la promesa de felicidad que se esconde en sus ofertas.

Un contenido tóxico, una mentira que esconde la avaricia, la velada intención de aprovecharse de la necesidad o el deseo del otro, que abunda en medios de comunicación y que en internet no es exclusivo de marcas o de los autoproclamados expertos, sino también de los temibles influencers. Sí, de los que se lucran vendiendo un modelo de felicidad que ni siquiera ellos experimentan.

Una tendencia, un riesgo, que se ha trasladado al campo de la creación de contenido. ¿De qué manera? Que para vender un producto o un servicio, para conseguir monetizar tu conocimiento si eres un profesional independiente, debes prometer (garantizar) felicidad. ¿El resultado? Cada vez que entras a internet, abres una web o miras tu correo, te abruma el tsunami de promesas de felicidad.

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Que, quizás lo has comprobado, en el 99,99 por ciento de los casos son falsas, puro humo, flagrantes mentiras. Sin embargo, dado que se convirtió en una tendencia, que “todo el mundo lo hace”, que “hay gente que lo compra”, son cada vez más los creadores de contenidos que caen en la trampa. Entonces, se dedican a vender su estilo de vida feliz, perfecta y revelan sus secretos.

Y, claro, por eso estamos como estamos, ¡mal! Por eso, todos los canales de comunicación, dentro y fuera de internet, son cloacas infestadas de especies depredadoras, colmadas de basura en sus múltiples manifestaciones. Por eso, también, ser auténtico, ser distinto, no caer en la trampa, es el camino más seguro (no más corto) para conectar con otros, para disfrutar el privilegio de ayudar a otros.

No necesitas ser el nuevo “gurú de la felicidad”. De hecho, cuando entras en ese terreno asumes un riesgo que puede costarte caro. Además, ten en cuenta esto: no puedes vender felicidad, no puedes garantizar felicidad dado que esto no es lo mismo para todos o, peor, que la mayoría de las veces no es lo que pensamos. Creemos que está en algo, en alguien, y luego vemos que no es así.

¿Por ejemplo? Son muchas las personas que piensan que el dinero hace la felicidad y dedican su vida a producir tanto dinero como sea posible. Con suerte, algunos obtiene una gran cantidad, más de lo que necesitan, pero no son felices. En su vida hay vacíos que el dinero o lo material no están en capacidad de llenar. O, quizás, le apuesta a un trabajo, un cargo específico, un auto, una pareja.

Y eso, justamente, es lo que nos vende la mayoría de los creadores de contenido. Fórmulas ideales, libretos perfectos, plantillas mágicas, pócimas y otros menjurjes que, por supuesto, no funcionan. Avisos, post, reels, videos y más que pregonan la felicidad en cualquier manifestación. Promesas que no se pueden cumplir, artimañas diseñadas exclusivamente para quedarse con tu dinero.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que son tantos mentirosos, tantos vendehúmo, tantos estafadores disfrazados de creadores de contenido que el mercado ya no sabe en quién creer. Es decir, los buenos, los honestos, los que nos preocupamos por brindar una solución a la necesidad del mercado, pagamos el precio de los que se aprovechan del dolor y del deseo de otros.

Ahora, como sabes, toda moneda tiene dos caras. Y esta situación no es la excepción. ¿Cuál es la cara positiva? Que en ese ambiente enrarecido, turbio, hay una oportunidad para los que somos profesionales de la creación de contenidos. ¡El mercado clama a gritos por nuestra ayuda!, ¿lo sabías? Allá afuera de la jungla digital, de la selva mediática, hay personas que te necesitan.

Sí, necesitan tu mensaje, tu conocimiento, el aprendizaje de tus experiencias y errores, tu pasión, tu vocación de servicio, tu empatía. Necesitan que les cuentes cómo superaste tus problemas y cómo puedes ayudarlos a solucionar los suyos. Necesitan que les digas de manera genuina que son personas valiosas, que les indiques cuál camino tomar y, sobre todo, que las inspires a actuar.

Algo que debes entender, si eres empresario, emprendedor, dueño de un negocio o un profesional independiente que monetiza su conocimiento es que no eres la solución perfecta, no tienes la solución perfecta. En el mejor de los casos, eres un privilegiado si la vida te da la oportunidad de brindarles a otros una solución a un problema o necesidad o puedes satisfacer un deseo.

Uno nada más. Después, quizás, si le has brindado una experiencia satisfactoria, si has cumplido tus promesas, si has sido generoso al compartir tu conocimiento, te dé la oportunidad de ayudarlo una vez más. Quizás. Eso, sin embargo, solo será posible si lo que les has dado supera con creces las expectativas iniciales que esa persona tenía, lo que esperaba de ti. ¿Qué hacer para lograrlo?

Olvídate de las tendencias, de los gurús, de los vendedores de promesas que no van a cumplir y enfócate en ofrecer tanto valor como sea posible a través de tu contenido. Informa (pocos, casi nadie, lo hacen), educa (pocos, casi nadie, lo hacen), entretén y, sobre todo, inspira. Tu contenido puede iluminar los caminos oscuros que transitan otros: tu responsabilidad es compartirlo.

Regresemos al comienzo: la felicidad no es algo que puedas vender, que puedas transferir a otros. se trata, sobre todo, de una construcción propia. Sin embargo, estamos en capacidad de brindar una valiosa ayuda a través del contenido, con mensajes que cambien el chip, que empoderen y aporte valor. Mensajes que no sean “más de lo mismo”, que no nos lleven a caer en la trampa.

Los seres humanos, todos, actuamos en función de lo que conocemos y de lo que pensamos, de aquello en lo que creemos. Por eso, el buen contenido es tan importante y necesario en especial en momentos en los que el tsunami de la infoxicación, de las noticias falsas, amenaza con arrasarnos. Compartir valor con otros a través del contenido, ayudar a otros, ¡eso es la felicidad!

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¿Sabes cuáles el poder de las palabras? Generar emociones

Está claro que, por ahora, ninguna de las maravillosas opciones de generación de contenido que nos brinda la inteligencia artificial está en capacidad de transmitir emociones. Ese, seguro lo sabes, es un privilegio concedido al ser humano. Lo que sí puede hacer la IA es servir de canal para que tú transmitas tus emociones y puedas conectar con tu audiencia.

¿Entraste a X, Instagram o LinkedIn en los últimos días? Si lo hiciste, lo más probable es que te hayas sentido abrumado. ¿Por qué? Por el inclemente bombardeo de los adalides de la IA, que nos anuncian que ahora prácticamente nada se podrá hacer sin concurso de esta tecnología. Peor aún, proclaman que, si no la utilizas, tu vida será miserable en verdad.

Un día te dicen que ChatGPT es la maravilla y al siguiente te envían un email en el que te anuncian que esa herramienta es basura y que es cuestión del pasado porque apareció Gemini. Al siguiente, te informan que Gemini quedó obsoleto por cuenta de Claude o de Lobo AI, Illustroke, Tabnine, Microsoft Designer, ReccloudIA o alguna otra. Un verdadero tsunami…

La humanidad vivió más de 20 siglos sin inteligencia artificial. Y tan mal no le fue. Logró ir a la Luna, por ejemplo, y sobrevivió a terremotos, inundaciones y pandemias, entre otros males. ¡Logró sobrevivir al propio ser humano!, con su poder autodestructivo, toda una hazaña. Y escribió, dibujó, creó, cantó, bailó, aprendió idiomas y trabajó sin la inteligencia artificial.

Sin embargo, los autoproclamados gurús de esta disruptiva tecnología ahora nos dicen que la IA es “indispensable” para todo, absolutamente todo. Hasta para pensar, que es un privilegio exclusivo de nuestra especie. Es claro que esta herramienta, como muchas otras de las que disfrutamos hace décadas, está en capacidad de facilitarnos la vida en distintos ámbitos.

Soy un abanderado de la tecnología y, especialmente en mi trabajo, la he disfrutado y aprovechado. Ten en cuenta que, desde que comencé mi carrera profesional hace casi 37 años usaba máquina de escribir y luego migré a Tandy, PC y portátil. Transmití información a través de télex (teletipo), fax y, ahora, por los distintos canales y medios de internet.

El mensaje es claro: la clave del éxito de tu mensaje, del impacto que puedas producir (sea cual fuere tu intención), no radica en las herramientas o la tecnología. Siempre contamos con poderosas herramientas y tecnología, ajustadas a la época, a las condiciones, a las posibilidades de cada momento. Y siempre, también, fue posible impactar con tu mensaje.

En otras palabras: no porque uses ChatGPT, Gemini, Claude o cualquier otra de las poderosas herramientas de AI que ya existen, o alguna de las que vendrá, tienes asegurado el resultado que esperas. Repito: no son ellas las que determinan el impacto de tu mensaje. Si te enfocas en ellas y menosprecias lo que tú estás en capacidad de aportar, lo lamentarás.

Sí, porque la diferencia la marcas tú, porque eso que algunos llaman magia la pones tú. De hecho, ¡está en ti!En tu conocimiento, en el aprendizaje a partir de tus experiencias, de tus vivencias; en las lecciones surgidas de tus errores, en tu pasión, en tu vocación de servicio. Todo este poderoso coctel sumado a las herramientas adecuadas es… ¡dinamita pura!

Es cierto que la interpretación del mensaje y, por ende, el impacto que este pueda causar es distinto en función del canal a través del cual se transmite. No es lo mismo ver imágenes, un video, que escuchar la voz e imaginarlo. No es lo mismo escuchar la voz, en un pódcast, con sus altos y bajos, sus entonaciones, que leer un texto y conectarse con lo que este transmite.

¿La razón? Las palabras incorporan y expresan emociones. Y las emociones, ya lo sabes, son diferentes para cada persona, para cada situación. ¿Por qué? Porque las emociones son la respuesta del cerebro a un estímulo interno o externo. Respuesta que está determinada por lo que conocemos, lo que hemos vivido, nuestras creencias, pensamientos y miedos.

A ti, por ejemplo, subirte a un avión puede producirte pánico, mientras que para otra persona es un placer. A ti, por ejemplo, las arañas o los ratones te producen repugnancia, mientras que para otra persona son inofensivos, no le generan emoción alguna. Es, por eso, que en una reunión alguien hace un chiste y, aunque la mayoría ríe carcajadas, otros más ni se inmutan.

Así mismo, si tú publicas un mensaje relacionado con cómo hacer el duelo y superar una pérdida, sin duda este impactará más a quienes la hayan sufrido recientemente, es decir, a quienes tienen una herida abierta. Esta premisa, que muchos pasan por alto, es la que te permitirá atraer la atención de tu audiencia, despertar su curiosidad y que muestre interés.

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¿Cómo lograr este objetivo? Lo fundamental, evita caer en la trampa de las patéticas y odiosas plantillas, elimina de tus hábitos el copy + paste y no hagas caso de las tendencias que, muchas veces, son un peligroso atajo que te desvía. ¿Sabes cuál es la primera piedra de un mensaje de impacto? La autenticidad. Si haces caso omiso de ella, si no la aprovechas, lo lamentarás.

¿Por qué? La respuesta es sencilla: la rueda ya fue inventada, lo mismo que el agua tibia. ¿Eso qué significa? Que, inclusive en esta era de la tecnología que nos sorprende cada día, todo fue inventado, absolutamente todo. Y prácticamente todo fue probado, de modo que ya sabemos qué funciona y qué no, qué es útil y qué no, que es humo o fake news y qué no.

Médicos pediatras hay cientos de miles y, en esencia, todos son buenos. Sin embargo, cuando uno de tus hijos se enferma o presenta algún síntoma tú no acudes a todos. Buscas uno con el que haya empatía, uno que te brinde confianza, uno que no te deje espacio para las dudas (es decir, uno auténtico). Uno que, además, sintonice contigo a través del mensaje.

Sí, porque hay personas, en cualquier profesión o ámbito de la vida, convencidas de que el miedo y el dolor son el único camino para provocar un impacto. Y no es así, por fortuna. Sí, sé perfectamente que todos los días, sin excepción, somos sometidos a un inclemente e incesante bombardeo mediático de miedo y dolor, mensajes que son una verdadera peste.

El problema, ¿sabes cuál es el problema con el miedo y el dolor? Que nos paralizan. Es decir, producen el efecto contrario al que esperamos. En esencia, provocan que el cerebro dé una respuesta automática, pero que se manifiesta solo, exclusivamente, como una voz de alerta. Sin embargo, jamás se traducirá en realizar la acción que tú esperar generar con tu mensaje.

Entonces, dejemos claro algo fundamental: lo que produce el impacto, lo que genera la respuesta por parte de quien recibe tu mensaje, no son las palabras, sino las EMOCIONES. Y lo escribo en mayúscula para que no haya duda. Por supuesto, para alcanzar el impacto esperado, debes usar las palabras correctas, aquellas de desaten el caudal de emociones.

Por eso, justamente por eso, las patéticas plantillas no sirven, como tampoco el odioso copy + paste. Las palabras correctas son aquellas que expresan, sin temor a confusión, el mensaje que deseas transmitir y que, además, te permiten conectar con esas personas y generar una respuesta emocional que se manifieste en una acción concreta (no simplemente en una reacción).

Ahora, otro tema crucial: ¿cuáles son las emociones que nos movilizan? El amor y todas sus manifestaciones: pertenencia, tenacidad, afecto, paz, bondad, consuelo, serenidad, ternura o admiración. También, agradecimiento, apoyo, compasión, confianza, empatía, solidaridad, seguridad, aceptación, armonía, generosidad, paciencia, compromiso y atracción.

Tu tarea, entonces, es determinar, en función de la persona o grupo de personas a las que te diriges, cuál es la manifestación de esa emoción movilizadora (el amor) es la adecuada para ese mensaje en particular. Y así cada vez que te comuniques con el mercado, con tu audiencia. Siempre habrá una más conveniente que otra, una que provoque mayor impacto.

El miedo y el dolor, igual que todas sus manifestaciones, nos paralizan. Sí, es cierto, hay una reacción automática que se frena tan pronto la alarma se difumina, desaparece. O cuando la sensación de inseguridad se dispersa. Por eso, mi consejo es que no apeles a este recurso más allá de lo necesario para llamar la atención de tu audiencia. ¡Excederte será negativo!

El amor, en sus múltiples manifestaciones, en cambio, nos moviliza. Provoca curiosidad, genera empatía, produce identificación a partir de principios, valores y experiencias; nos inspira desde la comunión de sueños y propósito de vida. El amor y sus manifestaciones son una fuerza muy poderosa que nos permite establecer vínculos estrechos y muy sólidos.

Las palabras tienen poder por sí mismas y, sobre todo, en función de las emociones que generan. Si es para bien o para mal, si ayudan a otros o solo los mortifican (más sal en la herida), dependerá de tu intención, primero, y de qué palabras elijas. Y, por favor, grábate algo: no existen palabras inocentes, porque todas, absolutamente todas, provocan una emoción.

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5 tareas, paso a paso, para ser un AS de la creación de contenidos

Los seres humanos, en general, vaya uno a saber por qué, tendemos a querer forzar todo en la vida. ¿Por ejemplo? En la niñez, anhelamos crecer rápido para ser adultos. En el trabajo, queremos aprender rápido para llegar a ser jefes. En los negocios, nos obsesionamos con ir directo del punto A al punto B, sin caer en cuenta de que en medio hay un camino que puede ser muy largo.

Ese afán por acelerar los procesos, por quemar las etapas con rapidez (o saltarlas, si es posible), es una actitud que casi siempre nos conduce por el camino equivocado. El lunes en la mañana nos concentramos en lo que deseamos hacer el fin de semana y, entonces, no disfrutamos el día a día. Es decir, permanentemente nos enfocamos en el punto final, en el destino, y olvidamos el proceso.

Y, seguro lo sabes, seguro lo has vivido, la clave del disfrute, y del éxito, está en el proceso. Así, por ejemplo, en algún momento de la vida debemos aprender que el éxito y la felicidad, esos anhelos prioritarios, no son un lugar o un destino. ¿Entonces? Es la capacidad de disfrutar el paso a paso, las pequeñas victorias, los momentos significativos, las experiencias que dejan los aprendizajes.

El problema, ¿sabes cuál es el problema con esta actitud, con esta obsesión? Que la convertimos en un hábito que nos lleva a estrellarnos repetidamente contra la realidad, que se niega a concedernos el gusto de avanzar sin respetar el proceso. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? En su inmensa sabiduría, la vida te hace tropezar con la misma piedra una y mil veces, hasta que aprendamos.

Y, valga recalcarlo, aprender significa no solo “saber cómo hacerlo y hacerlo”, sino también aceptar que hay un proceso que se debe seguir, un paso a paso que está diseñado, específicamente, para ayudarnos a no caer en los errores y, también, a desviarnos por un atajo. Sin embargo, de manera terca, los seres humanos insistimos en ir directo del punto A al punto B, y luego lo pagamos caro.

Esta es una actitud frecuente, en especial, a la hora de crear contenidos. Y no me refiero solo para publicar en las redes sociales o en internet, sino también para producir documentos o contenidos en el ámbito laboral y en formatos distintos al texto (por ejemplo, una presentación de Power Point). Intentamos acelerar el proceso y, ¿sabes qué ocurre? Aparece el famoso bloqueo mental.

Que no es bloqueo ni es mental, hay que decirlo. Se trata, simplemente, de un cortocircuito que nosotros mismos hemos provocado y que se origina tanto en falta de conocimiento o información como en la carencia de una metodología. Si eres seguidor de mis publicaciones, te habrás dado cuenta de que este es un aspecto al que me refiero con frecuencia, porque es muy importante.

Para cualquier tarea o actividad que realicemos en la vida, requerimos dos recursos: por un lado, la teoría, el conocimiento de los fundamentos y un poco más de ese tema específico. Por el otro, la práctica, que para que brinde los resultados esperados debe ser dirigida y, sobre todo, metódica. Esta es una premisa que se aplica a todo: cocinar, hacer deporte, estudiar o crear contenidos.

Veamos un ejemplo: ¿te imaginas a los miembros de un equipo de fútbol profesional que llegan a un entrenamiento y, sin la presencia de un cuerpo técnico que dirija, se dedican a jugar con el balón, a divertirse? Podría apostar que 9 de cada 10 veces ese equipo pierde el siguiente partido porque no está preparado para enfrentar los retos que le presentan el juego y su contendor.

El método, en la práctica, es ejecutar en el campo de juego la estrategia que se expuso en el pizarrón. Sin un plan detallado, sin una estrategia definida, sin unos recursos y habilidades desarrolladas, el resultado de ese ejercicio se convierte en una apuesta riesgosa. Alguna vez funcionará, sí, pero la mayoría de las veces ese equipo se bloqueará y será superado por su rival.

Siento pena ajena, y un terrible escalofrío, cuando veo esos avisos publicitarios que prometen-garantizan “resultados extraordinarios” (léase “te harás millonario en un abrir y cerrar de ojos”) que venden “fórmulas perfectas de copywriting”. Son las perversas plantillas, libretos o, algo muy frecuente ahora, prompts para que las herramientas de inteligencia artificial hagan su magia.

Y no funcionan, debes saberlo. Ni las plantillas, ni los libretos ni los prompts. ¿Por qué? Porque se enfocan en el punto B, en el final, y se olvidan del proceso, del paso a paso. Es decir, nos inducen a cometer el mismo error de siempre: obsesionarnos con ir del punto A al punto B en un solo paso, tan rápido como sea posible, y sin respetar el proceso, sin poner en práctica una metodología.

Repito: entre el punto A y el punto B puede haber, suele haber, un largo camino. Como de Miami a Sídney, o de Los Ángeles a Moscú, o de la Patagonia a Alaska. Para ir de una ciudad a la otra requieres, como mencioné, un plan, una estrategia y una metodología, que en este caso sería un medio de transporte. Igual que para cocinar, practicar deporte, estudiar o crear contenidos.

En estos tiempos de gurús autoproclamados, vendehúmos e inteligencia artificial, es muy fácil caer en la trampa. En especial, si no sabes cómo evitarla. ¿Mi consejo? El más sabio que puedo darte, con humildad y fruto de mi experiencia de más de 35 años, es que no te atrevas a dar el primer paso antes de haber hecho la tarea más importante. ¿Cuál? El plan, la estrategia y la metodología.

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Antes de crear contenido, debes haber cumplido a cabalidad con estas tareas:

1.- Saber a quién te diriges. ¿A todo el mundo? Si eres de los que piensan esto, ya caíste en la trampa. Las generalizaciones no solo son odiosas, sino también, traicioneras. Si eres padre y tienes más de un hijo, lo sabes: no puedes decir “los niños” o “todos los hijos” o “ustedes”, porque corres el riesgo de herir susceptibilidades, de incomodar a uno que no tiene velas en ese entierro.

¿A quién te diriges? ¿Qué tanto sabe de ti? ¿Ya existe un vínculo de confianza y credibilidad entre ustedes? ¿Esa persona es consciente del problema del que tú le hablas? Estas son solo algunas de las preguntas que debes responderte antes de emitir un mensaje. De hecho, las respuestas son las que determinan el mensaje, que debe adaptarse en función de quién es la persona objetivo.

2.- Determinar qué le vas a dar. Parece obvio, pero no lo es. ¿Por qué? Porque la mayoría de las veces cometemos el error de creer que lo que tenemos, un producto o un servicio, “es para todo el mundo” o, peor, “es la solución perfecta para todo”. Y no es así, por supuesto. En el mejor de los casos, si posees el conocimiento y la experiencia, estás en capacidad de solucionar un problema.

Uno solo, primero. Después, quizás, puedas ofrecer la solución a otros más, subyacentes, que irán apareciendo. Recuerda: respeta el proceso, el paso a paso, no intentes abarcar más de lo que puedes, no invadas espacios a los que todavía no te concedieron acceso. Concéntrate, más bien, en informar y educar a tu cliente potencial o receptor acerca del problema que lo aqueja.

3.- Saber para qué sirve. Esto se aplica a productos/servicios y a mensajes, por supuesto. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que muchas veces asumimos que todo el mundo nos va a entender, que todo el mundo tiene el mismo nivel de conocimiento que los demás o que nosotros, y no es así. Entonces, una de tus prioridades es informar y educar el significado de tu mensaje.

El objetivo de tu mensaje debe ser claro, preciso, inconfundible: una reflexión, una pregunta, un llamado a la acción (¿a cuál?), una información pertinente, una actualización, una invitación, en fin. A veces, muchas veces, nos desviamos en las fórmulas perfectas, nos quedamos en las frases hechas, y nuestro mensaje pierde poder y/o, quizás, no genera el impacto que deseamos.

4.- ¿Por qué es mejor que el resto? Esta es una de las preguntas que muy pocos pueden responder con convicción. Es increíble, pero todo el tiempo nos comunicamos y les decimos a otros lo que deben hacer o cómo hacerlo sin explicarles por qué elegir esta opción que les ofrecemos en particular. Recuerda: para todo, siempre, hay múltiples opciones disponibles, algunas muy buenas.

Si, por ejemplo, hablas con tu hijo para que ordene su cuarto, solo lo hará cuando esté convencido de que redundará en un beneficio para él. Todo lo demás que le digas, todo, carecerá de valor para él. La clave, en este sentido, radica en conocer muy bien los beneficios de lo que ofrece, de tu mensaje, y cuál es el poder transformacional (mejora) que incorpora. Beneficios, no características.

5.- Por qué es la solución requerida. Uno de los errores más comunes a la hora de configurar un mensaje es dar por sentado que tu cliente potencial o audiencia entiende perfectamente lo que tú quieres comunicar. La verdad, casi nunca lo entiende, de ahí que, entonces, una de tus tareas es la de informarlo, educarlo y establecer un vínculo de confianza y credibilidad a largo plazo.

¿Te has puesto a pensar por qué nos resulta tan difícil vender algo, a pesar de que sea la solución al problema que nuestro cliente potencial requiere, lo que satisfará su deseo? O, ¿por qué tu hijo no te hace caso, no sigue tus instrucciones? La razón es que el mensaje carece de poder, no logra comunicar la transformación que promete, no es capaz de vencer la resistencia de tu cliente.

Saber a quién te diriges, saber qué le vas a dar y para qué sirve, comunicar por qué es mejor que el resto de las opciones que ofrece el mercado y por qué es la solución requerida son las escalas que te llevarán del punto A al punto B. No te las puedes saltar, no debes omitir ninguna. Recuerda: la clave del éxito de tu mensaje, del impacto que puede lograr, radica en respetar el proceso.

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Cómo evitar que tu cerebro caiga en la ‘obsolescencia programada’

Si lo quieres ver así, es tanto un gran privilegio como una dificultad (al menos, para algunos). ¿A qué me refiero? Los seres humanos, todos, sin excepción, tenemos tanto el privilegio de aprender cada día y la dificultad (si así la quieres ver) de entender que el aprendizaje nunca termina. Aunque no me lo preguntaste, para mí no hay dualidad: lo interpreto como una maravillosa bendición.

Vivimos la era de la tecnología, con poderosas y sorprendentes herramientas y recursos que nos llegan para mejorar las tareas que realizamos cada día. Desde las sencillas en casa hasta las más complejas en el ámbito laboral. Ciertamente, nunca antes la humanidad disfrutó más, nunca antes la vida fue tan fácil, ni tan cómoda como lo es ahora. ¡Y cada vez será más fácil, más sencilla!

Más allá de que para algunos el manejo de la tecnología y sus herramientas es un desafío, estas nuevas versiones son cada vez más humanas, más intuitivas. Así, por ejemplo, puedes impartirle instrucciones a tu teléfono por voz y él las interpreta y las realiza de inmediato. O la inteligencia artificial generativa, que crea imágenes o textos, entre otros, a partir de instrucciones sencillas.

De nuevo, vivimos la más fantástica era para el ser humano. Lo que para otras generaciones fue un problema o un proceso de aprendizaje, lento, complicado y costoso (especialmente, en términos de tiempo), hoy es fácil. ¿Por ejemplo? Hoy puedes leer o escuchar libros a través de aplicaciones en 1, 3 o 5 horas, del mismo modo que aprendes inglés desde el celular, al ritmo que desees.

 Sin embargo, y aquí está el pero de la historia, esta maravillosa era de la tecnología es también la era de la odiosa obsolescencia programada. ¿Sabes en qué consiste? Es la acción consciente y premeditada de los creadores de productos (sobre todo, de tecnología) para que dejen de servir (o que sus funciones y características se vuelvan obsoletas) tras un determinado tiempo.

Televisores, celulares, computadores y otros electrodomésticos que al cabo de 2-3 años se transforman en un estorbo porque ya no están en capacidad de cumplir a cabalidad las funciones para las que fueron creados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no hay un plan B válido. Es decir, la única opción es ir a la tienda y renovar el equipo (esa es la esencia de la obsolescencia).

Durante años, lidié con ese problema principalmente con mis computadores, tanto de escritorio como portátiles. Microsoft, con sus múltiples versiones de Windows, siempre infestadas de mil y un virus, es por mucho el rey de la obsolescencia programada. Una estela que han seguido todos sus partners, todos los que de una u otra manera están involucrados en esos aparatos.

Hace poco más de dos años, me enfrenté a uno de esos problemas. Mi computador, que en teoría estaba “perfecto”, rendía al mínimo con video. Y el video es parte fundamental de mi trabajo, así que no puedo estar limitado. Tuve la posibilidad de dar el salto a los productos Apple y adquirí un Mac mini, primero, y luego un computador de escritorio. ¡Fue la mejor decisión que pude tomar!

Sí, son más costosos; sí, Apple te cobra además por servicios relacionados como aplicaciones (y no es económico); sí, la mayoría de las personas usan PC o dispositivos Android; sí, los periféricos que se requieren para los computadores Apple son exclusivos y costosos. Sí, sí… pero los productos de esta marca son MUCHO mejores que los demás y te olvidas de la obsolescencia programada.

Que también se sufre con esta marca, pero de manera distinta: no es a corto plazo (2-3 años), sino a largo plazo (al menos 10 años). Es decir, tiempo suficiente para que le saques el jugo a esa inversión que realizaste, que a partir de los beneficios que obtienes o, en mi caso, del ROI que recibo a partir de mi trabajo te permite recuperar con creces lo que pagaste por ese dispositivo.

Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que las actualizaciones, a diferencia de las de Windows, no están destinadas a corregir fallos de seguridad, de estabilidad del sistema o de funcionamiento. ¿Entonces? Son verdaderas mejores de funciones, ampliación de servicios o cobertura. Es un gana-gana. Y no te cobran más por esas actualizaciones, que por demás se realizan con frecuencia.

Por eso, cada vez que me aparece la notificación “Hay actualizaciones pendientes” no me molesto, como ocurría antes, cuando tenía mi computador Windows. ¿Por qué? Porque sé perfectamente que es un proceso rápido (otro gran beneficio) y, además, positivo. Es decir, algo que sirve, que va a potenciar las características de mi iMac, la va a potenciar y mi trabajo será más agradable.

Es, justamente, lo que sucede con tu cerebro, ¿lo sabías? Sí, como si fuera una computadora, cuando nacemos tiene un disco duro dispuesto para recibir información y unas funciones básicas programadas por defecto. Sin embargo, desde el momento en que llegas a este mundo es tu responsabilidad programarlo, configurarlo con las aplicaciones que te permitan aprovecharlo.

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¿Cuáles son esas aplicaciones? El conocimiento, para comenzar. Que, a diferencia de lo que sucede con un computador, no tiene límites. Puedes almacenar tanto como desees, como seas capaz de adquirir. Puedes, por ejemplo, aprender dos, tres o cinco idiomas. Puedes, también, leer un par de libros al mes o tomar un curso sobre pintura, si esa es la afición que te apasiona y disfrutas.

También están las habilidades, que el diccionario define como “capacidad y disposición para algo”. Eso significa que tenemos más facilidad para aprender unas, pero no cometas el error de pensar que “no estás hecho” para las demás. La diferencia es que las primeras las desarrollarás más rápido y las disfrutarás más, mientras que estas otras requerirán mayor esfuerzo y disciplina de tu parte.

Así mismo, el cerebro se nutre de las experiencias que vivimos cada día. De todas, no solo de las negativas, como solemos pensar. Todo lo que nos ocurre en la vida tiene un porqué, es decir, una razón o un propósito, e incorpora una lección, un aprendizaje. Ese porqué dependerá un poco de tus metas en la vida, de tus planes, mientras que la lección es inevitable, aunque sea dolorosa.

Hay otro componente importante de esa configuración del cerebro: creencias, pensamientos, sentimientos y emociones (amor y miedo y todas sus manifestaciones). Son esas aplicaciones que muchas veces incorporamos de manera inconsciente, impulsiva, y que en la práctica son un problema porque nos distraen, nos consumen tiempo valioso y son perjudiciales a largo plazo.

La vida es como una App Store que nos brinda infinidad de aplicaciones, de programas, de gadgets que podemos instalar en nuestro cerebro y utilizar. No todas son convenientes o productivas, no todas las aprendemos a gestionar, no todas nos brindan los servicios o beneficios prometidos. La clave está en saber cuáles sí y las demás, eliminarlas: hay que liberar espacio para algo útil.

Una de las situaciones incómodas a la que me enfrento a mi trabajo es encontrarme personas que se niegan a ejecutar las “actualizaciones pendientes”. Tristemente, han convertido su cerebro en un dispositivo con fecha de expiración, de caducidad. Le han impuesto una obsolescencia programada que se traduce en que no están en disposición de aprovechar las actualizaciones.

Soy un eterno aprendiz y, además, me encanta enfrentar el reto del aprendizaje. Es decir, no soy de los que se quedan sin responder la pregunta fundamental: aquella de “¿Podré hacerlo?” o “¿Seré capaz de aprenderlo?”. Gracias a esta mentalidad abierta, la vida me ha dado el privilegio de aprender una gran cantidad de cosas que no imaginabao, inclusive, que no estaban en mis planes.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que con frecuencia en mi camino aparece la famosa notificación de “tienes actualizaciones pendientes”. La vida me brinda la posibilidad de aprender más, de vivir nuevas experiencias, de conocer más personas, de explorar otros ámbitos de mi profesión. La vida me abre horizontes infinitos, gratificantes, que refuerzan mi propósito y le dan sentido a cada día.

Y tú, ¿aprovechas las “actualizaciones pendientes?”. En el caso de la creación de contenidos, de las estrategias efectivas para comunicar nuestro mensaje, la experiencia me ha enseñado que son muy pocos los que se atreven a hacer clic en “actualizar todo”. La mayoría, la gran mayoría, funciona con la configuración limitada producto de la temida y odiada obsolescencia programada.

Y, créeme, no es la herramienta que utilizas, o el canal que eliges, o la inteligencia artificial lo que te permitirá aprovechar esto tan valioso que la vida te brinda. El valor no está allí, sino en el poder de tu mensaje que está determinado por lo que sabes, lo que has vivido, lo que has aprendido de tus errores, así como de lo que te apasiona y, por supuesto, del propósito que guía tu vida.

No me canso de repetirlo: tienes todo, absolutamente todo, lo que necesitas para crear un mensaje poderoso que produzca un impacto positivo en la vida de otros. Uno que informe, eduque, entretenga y, sobre todo, inspire. Uno que sea la otra cara de la moneda de la perversa infoxicación y sirva para crear relaciones poderosas, vínculos transformadores e innovadores.

“Tienes actualizaciones pendientes” y, a diferencia de los dispositivos sujetos a la obsolescencia programada que los convierte en chatarra tecnológica en poco tiempo, tu cerebro te permite aprender cada día, todos los días, sin excepción. Cuanto más actualizada esté tu configuración, mejor. Elige bien las aplicaciones que vas a utilizar y, una vez las descargas, ¡aprovéchalas!

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El ciclo del miedo: ¿qué es y cómo puedes sacarle provecho?

El miedo es la emoción más estudiada de la historia. Existen miles de estudios que profundizan en ella y nos permiten conocerla bien. ¿Sabes por qué es tan popular el miedo? Porque es muy fácil de transmitir y, sobre todo, de contagiar. Porque, además, los seres humanos somos tierra fértil para los miedos, al punto que creamos y cultivamos una gran cantidad de ellos en nuestra mente.

Lo increíble es que, según diversos estudios recientes, el 91 % de las situaciones o de las cosas que nos producen miedo… ¡no existen! No solo no se han dado (y las estamos anticipando), sino que lo más probable es que no se den (pero las experimentamos, las vivimos). Son miedos infundados, inventados, emociones que cocinamos a fuego lento en nuestra mente y las sufrimos.

El miedo, en palabras sencillas, es una emoción que se manifiesta de múltiples formas para alertarnos de un peligro o riesgo y desencadenar los mecanismos de protección, de supervivencia. Es decir, no es bueno o malo, positivo o negativo: esa es una valoración que cada persona hace en el momento de enfrentarse a una situación determinada en la que se siente en riesgo o peligro.

¿Por ejemplo? Cuando caminas por la calle y ves que se te acerca un perro, grande y de esas razas consideradas de riesgo; cuando tienes pánico (miedo extremo) a las alturas y te subes a un avión, a sabiendas de que estarás allí durante 4-5 horas. O cuando vives con una persona que reacciona de manera agresiva y se sale de casillas fácilmente; cuando tiembla la tierra y el piso se estremece.

Todos los días, sin excepción, nos enfrentamos a situaciones que nos producen miedo. En distintos niveles, por cierto, de ahí que muchas veces ni siquiera lo percibamos. Ahora, también hay que decir que ese miedo, esa reacción instintiva y automática, está determinada en función de lo que cada persona en particular conoce acerca de esa situación, de sus creencias y sus pensamientos.

Por eso, justamente, hay personas que sienten miedo de volar en un avión, mientras que para otras esta es una experiencia que disfrutan al máximo. O, quizás, el miedo a las arañas, o a las serpientes, o a las ratas, animales que para algunos son inofensivos. La razón es que cada uno le da a esa situación, a esa potencial amenaza, a ese riesgo, una valoración distinta, particular.

Ahora, hay algunas cosas que es bueno conocer sobre el miedo:

1.- Es inevitable porque es parte de la naturaleza del ser humano. Además, las raíces de muchos de los miedos que experimentamos están en la cultura, en las creencias populares, en el entorno. Así, entonces, no tiene sentido obsesionarse con la idea de que vas a dejar de sentir miedo

2.- Desde el punto de vista sicológico, sentir miedo es bueno. En algunas circunstancias, el miedo es una ayuda porque activa una respuesta rápida que puede evitarnos males mayores. Es decir, la voz de alarma, la reacción instintiva, es natural: lo malo, lo negativo, surge con las valoración

3.- El miedo nos saca de la zona de confort, de lo conocido y controlable. De ahí que no nos guste, que por lo general nos resulte desagradable o incómodo. Por eso, hay miedos que se diluyen o que desaparecen en la medida en que la situación de riesgo se vuelve familiar, ya no nos atemoriza

4.- El miedo llega, se transforma, cambia, se va, desaparece. ¿Lo sabías? Quizás eres consciente de esto, pero es la realidad. El miedo, como todas sus manifestaciones, nos incomodan en la medida en que les prestemos atención, que les demos importancia. Si no es así, entonces, se evapora

También, y aunque no es una sentencia definitiva (porque las teorías evolucionan, cambian, lo sabemos), se establece que hay tres tipos de miedos:

1.- El miedo natural. Es aquel que sentimos todos los seres humanos como especie, que está incorporado en nuestra configuración de origen y, por lo tanto, no lo podemos eliminar. Es esa alerta temprana que se activa cuando nos enfrentamos a lo desconocido o lo que nos atemoriza

2.- El miedo aprendido. A mi juicio, el miedo más peligroso porque es el que desarrollamos nosotros mismos, el que cultivamos con esmero, al que le tenemos mucho respeto. Surge, por lo general, de lo que nos enseñan en casa, en el entorno cercano, y también de las vivencias

3.- El miedo proyectado. Es aquel que generamos en los demás o que los demás producen en nosotros. ¿Por ejemplo? El que nos llega a través de los medios de comunicación o las redes sociales, el que se origina en rumores y el que nos involucra sin querer (como la pandemia)

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Desde siempre, el miedo está presente en la vida del ser humano porque es la emoción clásica, la respuesta automática, cuando nos enfrentamos a lo desconocido o, como lo mencioné, a lo que nos resulta incómoda. Y es también una de las herramientas predilectas de los estrategas de marketing y copywriters, algunos de los cuales son dignos discípulos del rey del terror Alfred Hitchcock.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que Hitchcock murió en 1980 (hace más de 40 años) y la última de sus películas fue producida en 1976 (Family plot). Y con el paso del tiempo no solo su legado se ha ido diluyendo, sino que los gustos y los intereses de los aficionados al cine cambiaron. Y, puedes imaginarlo, el terror (sinónimo de miedo y dolor) cayó varios puestos en el escalafón.

Un estudio de Cloudwards, que analizó los gustos de los espectadores en distintos canales de streaming (Netflix, Hulu, HBO, Amazon, Disney, Google y iTunes) estableció que el género favorito en cine y televisión en línea es el drama. Como dato destacado, el romance y los thrillers cayeron en la preferencia, mientras que otros como la comedia y la acción escalaron posiciones.

El estudio se realizó en 91 países y allí el 30,8 % de los consultados eligió el drama como su género favorito. Las películas de acción y las animadas comparten el segundo puesto, empatadas con un 25,3 %. Comedia (cuarto), crimen (quinto), ciencia ficción (sexto), fantasía (séptimo), terror (octavo) y western (lejano oeste, noveno), siguen en el listado. El terror sigue, pero disminuido.

Y, si lo piensa, es razonable. ¿Por qué? Creo que una buena explicación es que la realidad superó a la ficción. Es decir, lo que vivimos en el día a día es más terrorífico que cualquier película, inclusive la obra maestra de Alfred Hitchcock. No hay que ir muy atrás para constatarlo: lo que vivimos en la pandemia, con millones de muertes, confinamiento, caos emocional, afectación de la salud mental.

Para colmo, a diferencia de las películas, en la vida real los malos sí ganan, se salen con la suya e imponen su ley de terror. Y ya hay suficiente miedo, exagerado dolor. ¡No queremos más!, así sea en la ficción, así sepamos que tan solo se trata de una película. El problema es que nuestro cerebro, maravilloso y genial como es, no sabe distinguir entre la realidad y la ficción.

Y cae en la trampa. Como sucede cada vez que recibe un mensaje a través de redes sociales o de algún otro canal masivo, dentro o fuera de internet. Por eso, somos propensos a creer en noticias falsas (fake news), en timos o, cuando menos, en manos de los vendehúmo que solo quieren nuestro dinero (y se esfuman como por arte de magia tan pronto como lo consiguen).

Ahora, si tú eres dueño de una empresa, un negocio; si eres emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, debes entender que la vieja estrategia de transmitir miedo está mandada a recoger. Ya no conecta con las emociones y la razón es simple, pero también es muy poderosa: el miedo PARALIZA, INMOVILIZA. Además, nadie COMPRA un DOLOR.

Cuando el cerebro recibe el estímulo, reacciona de manera instintiva. Afloran los miedos, las creencias limitantes, los prejuicios, los hábitos y toda aquella información que aprendimos de las experiencias vividas. Son las manifestaciones de esa emoción (miedo/dolor) que, en la práctica, actúan como un mecanismo de defensa, como un bloqueo que esperamos nos proteja de una amenaza.

Es justamente lo que sucede con nuestro mensaje si está cargado de miedo y dolor: el cerebro, que ya está harto de esta emoción, lo rechaza, levanta las defensas y te induce a alejarte. Como cuando te cruzas con un animal que te produce miedo. Sin embargo, con el fin de llamar la atención de tu cliente potencial, y despertar su curiosidad, tu mensaje de incorporar una dosis de dolor (miedo).

No hay una medida exacta, ni siquiera una sugerida: depende de cada caso, del estado de la relación que has establecido con esa persona, de cuánta confianza exista, del punto del proceso en el que se encuentre. Para que esa dosis de miedo (dolor) te ayude a persuadir a esa persona, la lleve a ejecutar la acción que esperas de ella, debes dominar el ciclo del miedo. ¿Lo conoces?

En una situación de riesgo o peligro potencial, de miedo o dolor, así actúa tu cerebro:

1.- Recibe un estímulo: que puede ser externo o interno y se altera

2.- Anticipa un riesgo: ve una amenaza potencial y se prepara para responder

3.- Activa la emoción: dolor o miedo, o una de sus múltiples manifestaciones

4.- Reacciona físicamente: en el exterior, se nota que algo te afecta, no lo puedes ocultar

5.- Interpreta y responde: procesa la información (estímulo-respuesta) y lo ejecuta

6.- Almacena la vivencia: establece una automatización, una programación que usará en el futuro

7.- Repite la respuesta: cada vez que te enfrentes al mismo estímulo, activa la respuesta procesada

La dosis de miedo (dolor) en tu mensaje será la conveniente sí y solo sí conoce y controlas el ciclo del miedo, cuando estás en capacidad de transformar esa emoción negativa en una positiva. Es decir, una acción que persuada a tu cliente potencial y lo inspire a realizar la acción que esperas de él. Si pierdes el control, si la situación se te sale de las manos, irremediablemente te rechazarán.

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