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Cuando trabajaba como periodista en el periódico El Tiempo, por aquel entonces el principal medio de comunicación en Colombia (ya no), parte de mi trabajo era conectarme con los corresponsales. Ellos estaban en ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla, Manizales y Pasto, entre otras, y todas las semanas nos ofrecían información relacionadas con la actividad deportiva.
El trabajo consistía, básicamente, en comunicarse con ellos el lunes o martes y coordinar el envío de las noticias que se requerían en cada caso. Corría la primera mitad de los años 90 y todavía no había internet (ni celulares), así que la comunicación era telefónica. Con el paso del tiempo, nos conocimos poco a poco y se estableció una relación que traspasó las fronteras de lo profesional.
Lo interesante es que no los conocías. Es decir, no personalmente: ellos estaban en sus ciudades y yo, en Bogotá. Tras unos años, el trabajo me brindó una experiencia maravillosa y gratificante: la de viajar por el país, como cronista de las carreras de ciclismo. Fue, entonces, cuando pude ir a varias de esas ciudades y, por fin, conocer en persona, en vivo y en directo, a esos compañeros.
Lo que hoy, en tiempos de internet, conocemos como desvirtualizarnos. Fue divertido, de lado y lado, porque nos llevamos una que otra sorpresa. ¿A qué me refiero? De ellos solo conocía sus voces y su rostro, por vía telefónica y por fotografías, respectivamente. Como suele suceder, forjé en mi mente una imagen de cada uno, me los imaginé con unas características que no eran reales.
Así, cuando los conocí, hubo desconcierto. Algunos eran más bajitos de lo que creía, otros eran más gordos, otros se veían muy distintos a las fotografías, en fin. Y, por supuesto, algunos se sorprendieron cuando me conocieron: no encajaba estrictamente en ese perfil imaginario que habían creado. En especial, lucía mucho más joven de lo que creían. ¡Sorpresas te da la vida!
Siguiendo las caravanas ciclísticas recorrí prácticamente todo el país. Fueron casi cinco años en los que transité por carreteras y dormí en pueblitos que ni siquiera había oído mencionar. Viajes en los que tuve la oportunidad de ir a las principales ciudades. Tras la primera experiencia, establecí una norma: salvo que fuera imposible, iba a la oficina local del periódico a conocer a los compañeros.
Visitas en las que pude comprobar que, a diferencia de lo que sucedía en Bogotá, ellos trabajaban con las uñas, con escasos recursos. Descubrí, así mismo, que eran referentes de cada lugar y que inspiraban respeto y admiración en sus coterráneos. Y disfruté de su calidez y generosidad, pues todos fueron excelentes anfitriones. De esos momentos guardo muy gratos recuerdos.
Cuando salí del periódico y comencé a transitar por otros caminos por los que me llevó la profesión, les perdí la pista a muchos de ellos. A la mayoría. A otros, que siguen vigentes, de vez en cuando los veo en redes sociales y no puedo evitar que la nostalgia me embargue. ¡Qué felices fueron esos tiempos! De los que agradezco infinitamente a la vida, a mi profesión, a mi trabajo.
¿Por qué te cuento esta historia? Porque hoy, que estoy alejado de las salas de redacción y me transformé en un periodista digital, consultor y creador de contenidos, estoy convencido de que la magia sigue siendo un privilegio de los seres humanos. No reniego de la tecnología, que ha sido una maravillosa compañera de aventuras y las herramientas potenciaron mi conocimiento y mis talentos.
Es claro, sin embargo, que la tecnología y las herramientas, poderosas y sorprendentes, son tan solo intermediarios. El lazo que nos permite construir relaciones, a pesar de las distancias. Es increíble haber asistido a eventos virtuales con personas de España, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, México, Chile, República Dominicana, Ecuador, Perú y, por supuesto, de Colombia.
La diferencia es que ahora, gracias a la tecnología, no solo escucho su voz, sino que también puedo ver sus caras. A algunos ya los desvirtualicé, pero la mayoría sigue en ese maravilloso universo digital. Añoro la oportunidad de viajar a esos lugares para conocerlos, conversar frente a frente mientras degustamos un café o una cerveza. Es una ilusión que alimento todos los días.
Insisto: nada superar la magia que se produce en el encuentro entre dos seres humanos, en la interacción de dos seres humanos. Aunque sea solo a través de canales digitales. Ya no te los tienes que imaginar, porque los ves a través de la pantalla del celular o del computador, porque también puedes conocer mucho de ellos por medio de la información que comparten en sus redes sociales.
Por eso, me sorprende y me impacta que hagan carrera tendencias como el marketing sin rostro o faceless marketing. ¿Sabes qué es? Es la cara opuesta al marketing de influencers, un modelo desgastado y saturado. Consiste en publicar contenidos, especialmente videos, sin que haya un rostro humano visible. Lo que importa es la marca, y el resto se mantiene en el anonimato.
Ahora, entonces, se ve una gran cantidad de contenidos sin rostro. En videos de YouTube y TikTok, en reels de Instagram y más. No sé qué pienses tú, pero no me gusta esa idea. Mi santa madre solía decir “la cara del santo hace milagros” y creo que esa premisa se aplica perfectamente a la publicación de contenidos digitales. Más, en estos tiempos de infoxicación y suplantaciones.
Moraleja
¡No reniegues del poder que posees: la magia está en ti!
El faceless es, en teoría, la solución ideal para aquellos que no quieren o sienten temor de aparecer en cámara, o que en su defecto no se sienten cómodos frente a ella. Que son muchos, la mayoría. De hecho, hay una gran cantidad de marcas (empresas y personas) que adoptaron esta modalidad a la hora de compartir contenidos en canales digitales. Dicen que les va bien, pero hay que esperar.
¿Por qué? Porque en el mundo de los negocios, en el mundo laboral, como la vida, los resultados confiables son aquellos que se pueden medir a largo plazo. Para no caer en la trampa de las tendencias, o en el cortoplacismo. Más en un tema como el de compartir contenidos, que exige continuidad, persistencia, coherencia y variedad. En otras palabras, se hace camino al andar.
Lo primero que puedo decirte es que ninguna opción es perfecta y ninguna es desechable. ¿Eso qué quiere decir? Que todo depende. Sí, depende de lo que hagas, de cómo lo hagas y, sobre todo, de cuáles sean tus objetivos, cuáles sean los resultados que esperas obtener. Eso sí, mi humilde opinión –como ya lo mencioné– es que nada supera o sustituye la magia de la interacción.
Veamos un ejemplo: un día tomas el teléfono y llamas a tus padres a saludarlos. Quieres saber cómo están y anunciarles que el próximo fin de semana los visitarás. Es una conversación de 15 minutos que disfrutas y que te hace sentir ese calor de hogar que tanto extrañas. Al colgar, aunque estás feliz, te queda un sinsabor: escuchaste la voz de mamá, pero no la viste, no la abrazaste…
El sábado te despiertas ilusionado porque irás a casa de tus padres. No sabes qué comerás, pero estás seguro de que, como siempre, te encantará. Postergas todos los planes, les dices que no a los amigos que te convidan a hacer deporte o a encontrarse y tomar unas cervezas. Sabes que nada, absolutamente nada, sustituye o supera un rato con tus padres: abrazarlos, besarlos, consentirlos…
La diferencia está en la experiencia. La tecnología nos acerca, nos brinda posibilidades increíbles y nos facilita la vida. ¡Es maravillosa! Ahora podemos hacer videollamadas, reunirnos virtualmente con los amigos de la universidad y más. Es sensacional, pero son momentos en los que siempre queda un vacío. “Tenemos que reunirnos, vernos en persona”, propone una de las compañeras.
El faceless marketing es una de tantas tendencias que se ponen de moda, irrumpen con fuerza y después… Algunas, la mayoría, desaparecen sin dejar rastro, sin dejar huella. Otras se transforman o son superadas por la competencia. Recuerda el caso de Skype, la aplicación a la que Microsoft le dio cristiana sepultura hace poco: de causar furor en algún momento pasó a ser casi invisible…
La clave, repito, radica en la experiencia. Y, además, en algo que no se puede pasar por alto: el indispensable vínculo de confianza y credibilidad. Regresemos al ejemplo: cuando hablas con tu mamá por teléfono, tan solo reconocer su voz, sus dichos, te brinda una experiencia satisfactoria. A pesar de que no la veas, de que no la abraces, el vínculo establecido es el que hace la magia.
Pero, ¿qué pasa si es un desconocido? ¿Si no reconoces la voz? ¿Si no existe ese lazo de confianza que hay con tus padres? Es una conversación completamente distinta, ¿cierto? Quizás actúas de manera prevenida, sientes temor de que sea una estafa o, quizás, no le prestas la atención que se requiere. Es algo que nos sucede, inclusive, con conocidos con los que nos une un vínculo débil.
Piensa en los patéticos influenciadores o en eso que llaman creadores de contenido: no te dicen nada, no te aportan valor, casi siempre te mienten… Sin embargo, tienen la capacidad de atraer tu atención porque se muestran cálidos, cercanos. Momentáneamente, se establece un vínculo de confianza que con el paso de los segundos se diluye hasta que desaparece. Pero hay conexión…
Los seres humanos estamos hechos para relacionarnos unos con otros, para interactuar unos con otros. Para ayudarnos unos a otros, una tarea en la que la tecnología, sus potentes herramientas, son un apoyo necesario, útil. Sin embargo, la esencia, lo que nos permite transmitir y compartir conocimiento y experiencias es el contacto con otros, la interacción. Y cuanto más real sea, mejor.
Como consultor de contenidos, me he encontrado con muchos casos de personas que no han conseguido los resultados esperados. Entonces, toman el atajo, la salida fácil: “no sirvo para eso”, “es que no me gusta estar ante la cámara”, “es que no se me ocurre ninguna buena idea” y tantas otras excusas más. Lo más probable, sin embargo, es que su mensaje no llegó a las personas correctas.
Es decir, a quienes están interesadas en escucharlo. O, una variante frecuente, era un mensaje enfocado en la venta y lo recibieron prospectos fríos. Sí, esos que no te conocen, con los que aún no estableciste el vínculo de confianza y credibilidad. Entonces, lo que debes entender es que hay mucho trabajo por hacer: pulir tu mensaje, filtrar tu audiencia, desarrollar una solución efectiva.
Moraleja: ninguna tecnología, o herramienta, incluida la inteligencia artificial, iguala o supera el poder de la interacción entre seres humanos. El impacto de esa relación es un privilegio exclusivo que la vida nos concedió. Mi invitación, entonces, es a que no reniegues del poder que posees y, más bien, descubras cuál es el camino adecuado para servir a otros. ¡No te arrepentirás!