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La marca (el mensaje) eres tú: 5 claves para potenciarla

¿Sabías que todo lo que haces, y cómo lo haces, es un mensaje poderoso? ¿Y que aquello que no haces también comunica? Es lo que conocemos como personal branding o marca personal. Un concepto que, si le preguntas a Mr. Google, te informará que fue acuñado por Tom Peters, un escritor estadounidense, en el artículo titulado The Brand Called You (La marca llamada tú).

Se publicó en la revista Fast Company, el 31 de agosto de 1997. La idea básica del texto es que cualquier persona, toda persona, debe verse a sí misma como una marca que está en constante competencia con otras marcas (otras personas) en procura de atención. Según Peters, el conocimiento, las experiencias y las habilidades son la base de la marca personal.

Asegura, así mismo, que para influir en el mercado, en otras personas, es indispensable construir una marca personal poderosa, fuerte. Es, precisamente, lo que cada día vemos en personalidades como políticos, artistas (cantantes, escritores, actores) o deportistas, entre otras, que transmiten un mensaje que es consumido por sus seguidores y grandes audiencias.

“Tu marca es lo que dicen de ti cuando no estás presente”, es una frase que se le atribuye a Jeff Bezos, el fundador de Amazon, y que resume a la perfección el sentido de la marca personal. Es, en otras palabras, el impacto (positivo o negativo) que generas en otras personas en cada una de tus interacciones con ellas, la huella que dejas en la vida de otros con tu mensaje.

Desde siempre, en el ámbito de los negocios se habló de marca, pero referida a las empresas, a los negocios, no a las personas. Fue solo después de la irrupción de internet, más el artículo de Peters, cuando se comenzó a hablar de las marcas persona. En un comienzo se concibió como algo exclusivo de los famosos, las figuras públicas reconocidas, pero ahora se generalizó.

¿Eso qué significa? Que todos, absolutamente todos, somos una marca personal. Lo irónico es que muchas personas no lo entienden o no lo perciben así y menosprecian el impacto que están en capacidad de generar. O, peor aún, se dedican a imitar a algún personaje público con la idea de que ellas también serán adoradas, de que el brillo de la estrella las cobijará.

Todos, absolutamente todos, nos convertimos en una marca personal el día en que nacemos y la construimos hasta el día en que morimos. Lo hacemos de manera consciente o inconsciente. Por supuesto, quienes entienden su importancia y trabajan para potenciarla son aquellos que mayores réditos obtienen. Es decir, mayor influencia ejercen sobre los que los rodean.

Hoy, gracias a las poderosas y recursivas herramientas que nos ofrece la tecnología, hay una gran cantidad de influenciadores. Una tendencia que ha ido en crecimiento impulsada por las astronómicas cifras que estos reciben por cuenta de la publicidad y, también, de la cantidad de seguidores que acumulan. La mayoría de ellos, sin embargo, son unos payasos ridículos.

Su virtud, seguramente la única, es saber sacar provecho de los bajos instintos de una audiencia en busca de mecanismos de escape a una realidad agobiante y traumática. Por lo mismo, también son estrellas fugaces que brillan un corto tiempo y luego desaparecen, se extinguen. Bien sea porque entraron en desgracia, bien porque el público se aburrió de ellas.

Hoy, igualmente, no importa a qué te dedicas, qué cargo ocupas o qué tan reconocido eres: todos, absolutamente todos, necesitamos ser una marca personal. Una consciente, una que sea coherente, una que aporte valor a su entorno, una capaz de dejar huella (o legado) en este mundo. Una que, sobre todo, tenga la capacidad de inspirar a otros a ser su mejor versión.

Con tu conocimiento, las experiencias que has vivido, el aprendizaje surgido de tus errores, más los dones y talentos que te regaló la naturaleza, ya eres una marca personal poderosa. ¿Lo sabías? ¿Eres consciente de ello? ¿Lo aprovechas? ¿Ya definiste el mensaje que quieres transmitir? ¿Ya sabes cuál es la marca personal que te identifica y cómo comunicarla?

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Veamos algunas claves que seguro te van a ayudar:

1.- Autenticidad.
¿Sabes por qué son efímeras las marcas personales hoy? Porque son burdas copias de otras marcas. Así de sencillo, así de triste. El mercado te adorará o te odiará, porque esa es la realidad, por ser tú, tú mismo, auténtico. Si te empeñas en ocultar tus defectos o debilidades o, de otro modo, por mostrarte perfecto, tu marca será rechazada por no ser auténtica.

Ya eres distinto, así naciste: un modelo único e irrepetible. No tienes que imitar a nadie, no puedes copiar a nadie. Además, lo que el mercado anhela es encontrar marcas personales poderosas y auténticas que lo puedan inspirar, que sean honestas y coherentes. Si no eres auténtico, no eres una marca personal: tan solo, quizás, puedas llegar a ser una buena copia.

2.- Mensaje.
No puedes salvar al mundo, así te empeñes. Nadie, en solitario, puede hacerlo. Sin embargo, y esto es maravilloso, todos podemos cambiar algo de nuestro mundo, de nuestro entorno, con pequeñas acciones que generar grandes y profundos cambios. Olvídate de las frases bonitas y sonoras, de los clichés que pululan en internet, de los libretos perfectos que tantos pregonan.

¿Cuál es tu mensaje? Una vez lo hayas definido y lo compartas con las personas correctas, es decir, con aquellas que se identifican con tu propósito de vida y están dispuestas a recorrer el camino contigo, se creará una poderosa cadena de intercambio de beneficios. El poder de tu marca personal es tu mensaje. Lo demás, todo lo demás, es accesorio, segundario o irrelevante.

3.- Tu historia.
No eres un superhéroe y no vas a salvar al mundo, eso está claro. Pero, eso no es un problema. ¿Por qué? Porque tu mayor valor, tu principal activo, es precisamente ser una persona común y corriente que consigue logros extraordinarios, que deja huellas positivas y profundas. Algunos se esfuerzan en mostrarse como víctimas de la vida y solo logran despertar lástima.

Más que saber de tus dificultades, que por supuesto son pertinentes, lo que el mercado quiere saber es cómo las superaste, a qué recurriste (y si funcionó) y quién te ayudó. Y no te olvides de lo más importante: cuál fue el resultado obtenido, es decir, cómo es tu vida hoy, después de sufrir esa transformación. Utiliza tu historia para inspirar a otros a que tomen acción.

4.- Los errores.
Aparecerán en el camino. Y tu tarea no consiste en tratar de evitarlos, porque no lo lograrás, sino en aprender de ellos. Un error no es más que una oportunidad de aprendizaje, una lección que la vida te ofrece para que te des cuenta de algo que no funciona o que haces mal. Es tan solo un llamado de atención, así que no te obsesiones con él y continúa con tu camino.

Las marcas personales poderosas no son perfectas, porque nadie lo es. Son, precisamente, las que han aprendido de sus errores y, lo mejor, han dejado atrás esos acontecimientos y no los cargan consigo. Eso sí: cuanto más rápido te equivoques, más rápido aprenderás y, además, es muy probable que el precio del error sea menor. Aunque te equivoques, cree en ti.

5.- Coherencia.
Con la autenticidad, son las características fundamentales de tu marca personal. Lo que piensas, lo que sientes, lo que dices y lo que haces (y cómo lo haces) debe estar conectado. No puede haber vacío o incoherencias (contradicciones) porque, de lo contrario, tu marca se irá abajo. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que ser coherentees más fácil de lo que se antoja.

¿Cómo lograrlo? Ser auténtico, tener claro tu mensaje y la forma de transmitirlo y, en especial, dedicarte a servir a otros. Esa es la clave: servir. Cuanto más sirvas, mayor será el impacto positivo que puedas provocar y, por ende, mayor la huella que dejarás. Coherencia + servicio desinteresado son los ingredientes de la fórmula del éxito en cualquier actividad en la vida.

Vivimos la era de las marcas, pero de las marcas personales. Hoy, especialmente si eres de quienes vivimos de nuestro talento y conocimiento, sabes que TÚ ERES LA MARCA. Todo el tiempo encarnamos un mensaje poderoso y todo el tiempo nos vendemos, nos ponemos a disposición de otros. Por eso, es imprescindible trabajar tu marca, desarrollarla y potenciarla.

Tu marca personal te acompañará hasta el último de tus días y, además, cuando tú te vayas de este mundo permanecerá acá, en la memoria de quienes te conocieron, de aquellos con los que tuviste contacto, en los que recibieron tu impacto positivo. No te definen un cargo, un salario, unos bienes o lo que acumulas en redes sociales: lo que te define es tu marca personal.

Moraleja: lo primero es ser consciente de que eres una marca personal y, después, darte a la tarea de trabajar en ella. Cada día. Con consistencia, con disciplina. Siguiendo un plan y unas estrategias específicas. Y, lo más importante: transmitiendo un mensaje poderoso que les aporte valor a otros, que deje huella en su vida, que garantices que serás inolvidable.

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Desarrolla esta cualidad (hábito) y escribir será como un juego para ti

“Ten cuidado con lo que preguntas, no vaya a ser que no te guste la respuesta”. Esta fue una premisa que aprendí, hace muchos años, cuando comenzaba mi trayectoria como periodista y debía entrevistar a diversos personajes. En aquella época, del siempre complicado mundo del espectáculo y la farándula, algunas estrellas ya consagradas y otras, en pleno ascenso.

Cuando uno es joven e inexperto, cuando desconoce cuáles son las normas bajo las que se rigen ciertas actividades, está expuesto a pasar límites establecidos. De ahí la advertencia, que no solo fue pertinente en ese momento, sino que se convirtió también en una máxima de vida para todas las actividades de la vida. Sabiduría popular de esa que siempre te sirve.

Suelo acudir a ella cuando algún cliente o un alumno de mis cursos me pregunta qué necesita hacer para empezar a escribir. Es una pregunta simple, hasta tonta, que no deja de causarme sorpresa. ¿Por qué? Porque los seres humanos, prácticamente todos, escribimos todos los días en el estudio, en el trabajo o en actividades recreativas como gestionar las redes sociales.

Lo que sucede es que hay una larga distancia entre lo que hacemos y lo que queremos hacer. Una distancia que surge del modelo que nos impone el mercado, que nos exige ser los mejores o hacerlo como profesionales, cuando no es necesario. No, mientras tu intención sea distinta de vivir de escribir, mientras escribir para ti solo sea un pasatiempo o solo quieras mejorar tu estilo.

En otras palabras, pensamos que, si no escribimos como un escritor profesional, no sirve. Y no es así, de ninguna manera. Puedes jugar al tenis y disfrutarlo si necesidad de ser Roger Federer o Rafael Nadal. Puedes salir a pasear en bicicleta sin pensar en competir con Egan Bernal o Richard Carapaz. Puedes cantar en un karaoke sin ilusionarte con ser Shakira o Raphael.

¿Entiendes? Ahora, otra consideración: que no juegues al tenis como Federer, que no seas un escalador infumable como Bernal o que no cantes como Shakira no quiere decir que seas malo o mediocre. Ellos son profesionales, están dedicados 24/7 a esa tarea. Lo tuyo con la escritura es más nivel amateur, que igual vale la pena. No ser un profesional no debe ser un obstáculo.

Y hay algo que quizás sabes, o necesitas saber: la escritura es una habilidad que cualquier puede desarrollar y que, una vez aprendida, puede ser mejorada, perfeccionada. O, dicho de otra forma: nunca se termina de aprender. Ni siquiera los escritores consagrados, los que viven del oficio, dejan de aprender; siempre están en evolución, siempre con opción de crecer.

Entonces, la edad tampoco es un obstáculo; apenas, en algunos casos, una excusa. Así mismo, no es requisito que hayas leído todas las obras cumbre de la literatura, todos los clásicos, a todos los maestros de la literatura, para escribir. De hecho, no todos te servirán porque no conectas con ellos, porque no son del género que te atrae, porque son demasiado complejos.

Dado que se trata de una habilidad, como cocinar, como montar en bicicleta, como patinar o bailar, escribir requiere práctica. Cuando más practiques, más rápido encontrarás un estilo propio (que es fundamental) y más rápido, también, evolucionarás. Que significa cambiar, desaprender y volver a aprender y, sobre todo, arriesgarte a entrar a universos desconocidos.

Y no tienes que comenzar el proceso de escribir como autor de una novela. Arranca por el principio, por lo sencillo, lo que puedas controlar sin que te abrume. ¿Un diario? ¿Un blog? ¿Artículos de análisis sobre distintos temas de la realidad? Elige el que quieras, aquel en el que te sientas más cómodo, en el que puedas avanzar tranquilamente sin quedarte bloqueado.

Escribe lo que se te ocurra, escribe cuando pases por distintos estados de ánimo, escribe sobre lo que ves en la calle, escribe sobre tus sentimientos (miedos o sueños), escribe sobre tus hijos o tu pareja, en fin. ESCRIBE. Fíjate una rutina, elabora un plan de contenidos y lánzate a la aventura, sin miedo. Solo progresarás en la medida en que haya un método, un proceso.

Y, claro, la cualidad más importante, la imprescindible. ¿Sabes cuál es? No es el talento, que todos lo poseemos de manera ilimitada. No es la inspiración, que es un bulo que nos vendieron y la gente se lo creyó. No es un don con el que la naturaleza dotó a unos pocos o un privilegio de unos elegidos. No es esa sarta de mentiras que uno encuentra en internet, ¡puro humo!

Entonces, ¿cuál es? La DISCIPLINA. Sí, la DIS-CI-PLI-NA. En mayúsculas, unida o separa por sílabas, como lo prefieras. Es la ficha que le hace falta al rompecabezas de la mayoría. Es un recurso transversal, que necesitas desde el comienzo hasta el final. Una cualidad que debes utilizar en todos y cada uno de los pasos del proceso, la única que te garantiza el éxito.

El obstáculo principal de la mayoría de las personas que quieren escribir es que no saben cómo hacerlo o, de otra forma, de qué escribir. Se enfrentan al síndrome del impostor, por el que no se sienten capaces de escribir sobre ningún tema. Y también sienten pánico (que se esmeran en ocultar) por lo que puedan decir otros, por las críticas, porque quizás no las aprueben.

Excusas, solo excusas. Igual que cuando quieres practicar algún deporte y, por falta de disciplina recurres a ellas. Igual que cuando no eres capaz de seguir un régimen alimenticio sano y recurres a ellas. Igual que cuando no puedes soltar el vicio de fumar y siempre tienes un motivo para hacerlo (una excusa). Igual que cuando quieres leer un libro, pero nunca empiezas…

El hilo conductor de esos empleos, lo que hay detrás de esos fracasos no es más que falta de disciplina. Hacer lo que hay que hacer, aun cuando no tengas ganas, o estés cansado, o tienes una reunión con tus amigos, en fin… La DISCIPLINA, quizás lo sabes, es un hábito, es decir, una conducta que se puede aprender. ¿Lo mejor? Una vez la aprendes, ¡jamás se te olvidará!

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Ahora, cómo puede ayudarte la DISCIPLINA en el proceso de escribir:

1.- En la fase de recopilar información.
Cuando por fin deciden dar el paso y comenzar a escribir, muchas personas tropiezan con un obstáculo: ¿y ahora de qué escribo? Para que esto no te ocurra, adquiere el hábito de recopilar información de tantas fuentes como sea posible: anota ideas que se te ocurren, guarda textos y artículos impresos que te llamen la atención, videos o fotografías, conferencias o audios.

Las buenas ideas vuelas por ahí, silvestres, solo hay que tener una red para atraparlas. Esa red es la DISCIPLINA. Estadísticas, enlaces de webs o textos que hayas producido antes también son útiles. Guárdalos con orden, ojalá clasificados, para que la consulta sea fácil y rápida. Y no olvides la música: tus canciones preferidas son fuente inagotable de buenas ideas para escribir.

2.- Para establecer un método.
Sin un método, el proceso de escribir será tedioso y complicado. Esa es, justamente, la razón por la cual tantas personas tiran la toalla. Debes diseñar tu propio paso a paso, un sistema que puedas replicar una y otra vez y que te dé buenos resultados. Que, además, sea divertido, que no sea una excusa para procrastinar. El método es el as bajo la manga de los buenos escritores.

Puedes investigar cómo lo hacen los escritores que admiras, establecer cuál es su rutina. Luego, la modelas a tu personalidad, le das tu toque y la sigues con DISCIPLINA. Entiende, eso sí, que el mejor método del mundo es inútil si no lo aplicas con juicio, si decides tomar el atajo de la improvisación o, peor aún, eliges sentarte a esperar que la tal inspiración llegue a ti.

3.- Para establecer una estructura.
Una estructura, si bien es similar a una receta de cocina, no es una camisa de fuerza. Cuanto más flexible sea, mucho mejor, porque así te convertirás en un escritor versátil, no en uno aburrido que produce textos idénticos. No hay fórmulas secretas y, como en el punto anterior, puedes investigar cuál es la estructura que utilizan aquellos escritores que te inspiran.

Prueba distintos modelos, mira con cuál te sientes más identificado, más cómodo. Y no dejes de darle tu toque personal, que es finalmente lo que te hace distinto y único. Cuando tengas una estructura definida, trabájala, practícala cuanto más puedas. Solo así la incorporarás, la convertirás en algo automático. Método + Estructura son las cualidades de los mejores.

4.- Para aprender más.
Lo que sabes, lo que has vivido y lo que piensas/sientes te ayudará a comenzar, pero si lo que deseas es ser un escritor productivo, será insuficiente. Una vez elijas el tema (s) del que vas a escribir, una línea editorial, investiga, lee a los referentes, mira los videos que puedas hallar en la red y mantente con la mente abierta para aprender más, para profundizar tu conocimiento.

A veces, muchas veces, buenos escritores se estancan porque, después de recibir las críticas favorables de sus lectores, creen que ya lo saben todo. Y dejan de aprender. Esa es la razón del estancamiento. No olvides, así mismo, que hoy las audiencias son universales, que tus escritos pueden ser leídos por cualquiera en cualquier lugar. Preocúpate porque te elijan una y otra vez.

5.- Para escribir.
Lógico, ¿cierto? Lo ideal es que antes de sentarte frente al computador hayas completado el proceso previo. ¿Cuál? Determinar el tema, investigar (recopilar la información) y establecer la estructura (idea central, contexto, desarrollo y moraleja o conclusiones). Si algo hace falta, no me canso de repetirlo, el proceso de escribir se frenará en algún punto (y tirarás la toalla).

Parte de la DISCIPLINA del buen escritor consiste en contar con los equipos y el ambiente adecuados para escribir. Luz y ventilación adecuadas, una silla cómoda y, en fin, un espacio diseñado especialmente para esta labor. También, conviene fijar un horario o, cuando menos, una rutina (una hora, dos horas…) y ajustarse a él. La DISCIPLINA es socia de la IMAGINACIÓN.

No es porque no sepas cómo hacerlo, porque de hecho lo haces todos los días. No es porque no tengas el conocimiento, porque estoy seguro de que posees mucho acerca de un tema. No es porque no puedas hacerlo, porque es una habilidad que cualquiera está en capacidad de desarrollar. No es porque te falte talento, porque el ser humano es una fuente inagotable.

Si no escribes, si tienes la inquietud desde hace tiempo, pero no comienzas, la única razón es porque te falta DISCIPLINA. Lo demás, todo lo demás, son excusas. Piensa en todo aquello que en algún momento de tu vida creíste que era imposible; piensa en cómo con DISCIPLINA fuiste superando uno tras otro todos los obstáculos; ahora, aplica esto mismo para escribir. ¡Voila!

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Esta habilidad, si la dominas, te facilitará el proceso de escribir

Lo complejo del arte de escribir no es la escritura en sí. Menos cuando sabemos que a todos no enseñan a escribir en la escuela primaria y que, además, todos los días escribimos. La dificultad reside en que lo hacemos instintivamente, de manera impulsiva, sin tener control de lo que producimos. Lo complejo, mientras, está representado por las otras habilidades necesarias.

La clave para escribir bien es hacerlo con frecuencia, ojalá un poco cada día. Y lo hacemos, ciertamente, pero inconscientemente. Nos limitamos a responder a estímulos externos y por eso casi nunca obtenemos el resultado que anhelamos. Escribimos, pero no desarrollamos la habilidad, no establecemos el hábito y, lo que nos impide avanzar, no tenemos un método.

Entonces, recurrimos a las excusas fáciles: “Es que no tengo tiempo”, “Es que todavía no puedo inspirarme”, “Es que he comenzado mil y una veces, pero no consigo avanzar”, es que… Siempre hay una justificación que nos libera de la responsabilidad y que, sobre todo, nos ayuda a liberar la carga de la culpa. Y en esas se nos va la vida, sin escribir lo que deseamos.

Disciplina, constancia y organización son tres habilidades que todo escritor necesita desarrollar, tres cualidades sin las cuales el proceso de escribir es prácticamente imposible. En especial, si lo quieres hacer bien, si quieres que tus escritos sean bien recibidos por sus lectores, si quieres que tus textos generen un impacto positivo en las personas que los reciben.

Olvídate de la famosa inspiración, una de las excusas recurrentes: olvídate de ella porque no existe, porque no es necesaria como la mayoría piensa. Nos han vendido la idea de que es un don reservado a unos pocos, a unos privilegiados, pero esa es una gran mentira, pura ficción. Lo que necesitamos para escribir es imaginación y todos los seres humanos contamos con ella.

El problema, porque siempre hay un problema, es que no sabemos cómo activarla, cómo aprovecharla. Creemos, porque es lo que nos enseñan, que es como prender una lámpara: basta operar el interruptor. Sin embargo, ya sabrás que no poseemos ese interruptor. ¿Y sabes por qué? Sencillamente, porque no lo necesitamos, porque la imaginación siempre está activa.

Es como la respiración: no tienes que pensar “voy a comenzar a respirar”, porque esa es una acción que tu cerebro tiene programada y la realiza de manera autónoma. Una maravilla, porque algunos somos tan despistados que no tendría nada de raro que algún día se nos olvidara respirar. Con la imaginación ocurre lo mismo: está ahí, activa, lista para ser usada.

A diferencia de la respiración, la imaginación es tanto autónoma como consciente. Es decir, el cerebro la pone a volar o bien podemos hacerlo nosotros mismos. Sucede cuando leemos un libro, o cuando vemos una película, o cuando apreciamos un atardecer pintoresco, o cuando nos dejamos llevar por el vaivén de las olas del mar o cuando escuchamos alguna canción.

El libro, la película, el atardecer, las olas o la canción son lo que podríamos llamar disparadores de la imaginación. La imaginación está ahí, revoloteando pacientemente a la espera de que tú decidas utilizarla. Luego, en el momento en el que apelas a ella, te ofrece un abanico increíble de opciones, algunas surgida de lo consciente (conocimiento) y otras, de la ficción (creatividad).

Otro problema, porque siempre hay más de un problema, es que equiparamos imaginación con inspiración y, entonces, nos quedamos esperando a que llegue, a que la lamparita del genio se prenda de manera automática. Sucede, sí, pero solo cuando ya has incorporado el hábito, cuando has entrenado tu cerebro: la práctica lo vuelve proactivo y se anticipa.

Además, y este es un punto muy importante, la imaginación está estrechamente ligada a las emociones. Ah, las benditas, traviesas y caprichosas emociones, ángeles y demonios, luz y sombra, placer y dolor. Si permites que las emociones te dominen, si reacciones de modo instintivo, la imaginación estará relegada a un segundo plano, sometida y frustrada.

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Si quieres escribir bien, si quieres que tu mensaje sea poderoso, si quieres provocar un impacto positivo en la vida de otros con el conocimiento y la vivencias que transmites, es indispensable controlar tus emociones. No solo porque de esa manera permitirás que la imaginación vuele a placer, sino, en especial, porque solo así podrás tomar mejores decisiones.

Y esta habilidad, mi querido amigo, es una de las grandes fortalezas o mayores debilidades de un escritor. Los buenos escritores aprendemos a tomar decisiones, que no significa de ninguna manera que jamás nos equivoquemos. Lo hacemos, claro, a menudo, pero en una cuantía menor a la del resto de las personas. Dado que tenemos mayor control, erramos menos.

No desarrollar la habilidad de tomar decisiones, buenas o malas, es una de las razones por las cuales tantas personas no se atreven a adentrarse en la aventura de escribir. Así mismo, es uno de los motivos por los que en algún momento del proceso nos agobia la ansiedad y nos frenamos. Sí, ese momento en el que hablamos del tal bloqueo mental, que tampoco existe.

Cuando vas a escribir, así sea un simple email, tienes que tomar varias decisiones:

1.- ¿A qué tema me voy a referir?

2.- ¿Por dónde comienzo?

3.- ¿Cuál va a ser el mensaje principal que voy a transmitir?

4.- ¿Cuál va a ser el tono que voy a elegir para mi mensaje?

5.- ¿A quién me voy a dirigir? ¿A quién no?

6.- ¿Qué fuentes de información requiero consultar?

7.- ¿Qué dosis de ficción va a incorporar mi escrito?

8.- ¿Qué estructura voy a utilizar en este escrito en particular?

9.- ¿Qué reflexión voy a hacer que sea de utilidad para el lector?

10.- ¿Cuál es la moraleja (lección) del mensaje que voy a transmitir?

No son todas las decisiones que debes tomar, es claro, pero sí las más importantes. Si eludes alguna, tarde o temprano tendrás que enfrentarla o, de lo contrario, perderás el control. La escritura es más fácil cuando dejas el miedo y tomas las decisiones necesarias. Y todavía más fácil cuando las decisiones que tomas son las correctas. Y solo acertarás si practicas mucho.

Lo complejo del arte de escribir es aprender a decidir. Perder el miedo a tomar decisiones. Porque lo que hace único cada escrito, lo que lo hace valioso y poderoso, es el conjunto de decisiones que el autor toma durante el proceso. Y tomar decisiones implica descartar, desechar, postergar; también, valorar, destacar, potenciar. Es un juego divertido, créeme.

A la hora de escribir, el procedimiento más efectivo para tomar decisiones es, a la vez, el más simple. ¿Sabes a cuál me refiero? Plasmarlo en un papel, a mano. Responde las preguntas que formulé antes y escribe las respuestas en una hoja, en una servilleta. Cuando termines, verás que la estructura de tu escrito está lista, que solo debes darle rienda suelta a la imaginación.

Antes de esto, sin embargo, hay otras decisiones trascendentales que debes tomar. ¿Aceptas el reto de sacar el buen escritor que hay en ti? ¿Te permites el privilegio de generar un impacto positivo en la vida de otras personas con tu mensaje? ¿Te animas a compartir tu conocimiento, tus experiencias y el aprendizaje surgido de tus errores para ayudar a otros, para inspirarlos?

La escritura, como la vida misma, requiere compromiso. De verdad, uno que no se quede en las palabras, sino que pase a la acción. Y eso, puedes suponerlo, implica tomar decisiones. No te obsesiones con tomar lasacertadas, porque siempre te equivocarás. Entonces, lo que hay que aprender es a aprovechar el conocimiento y las lecciones que surgen de cada error.

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Te comparto la clave de mi éxito como escritor (y no es talento)

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es una de las tareas más difíciles para cualquier persona. Algo que, en términos normales, no debería ocurrir, en virtud de que a todos, absolutamente a todos, nos enseñan a escribir en la escuela primaria. Y, además, porque escribimos todos los días de nuestra vida.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que una vez que aprendes a montar en bicicleta, jamás se te olvida. Aunque pasen años sin pedalear, cuando retomas es como la primera vez: después de unos cuantos metros de recorrido, eres un experto”. Con la escritura sucede exactamente lo mismo: una vez que aprendiste, nunca vas a olvidar cómo hacerlo.

Por eso, resulta insólito y prácticamente inaceptable que alguna persona, un adulto que cursó la primaria, la secundaria, que se formó en la universidad y que eventualmente tiene un título de un grado superior (maestría, diplomado, especialización) te diga “yo no sé escribir”. Cuando escucho esas cuatro palabras, de inmediato viene a mi cabeza la pregunta obvia. ¿Sabes cuál?

¿Cómo hiciste, entonces, para aprobar todas las materias en ese recorrido? ¿Cómo hiciste para estudiar?Porque una buena parte del estudio consiste en tomar notas, en escribir ensayos o informes, en responder exámenes o pruebas (las orales son menos frecuentes). ¿Si en verdad no sabes escribir, cómo aprobaste? Ahora, algo distinto es que no eres un escritor profesional.

Y no necesitas serlo, vamos a dejarlo claro. De la misma manera que, por ejemplo, no tienes que ser profesional del tenis y vencer a Roger Federer para disfrutar el juego los fines de semana con la familia o los amigos. Ni tienes que ser un chef laureado con estrellas Michelin para preparar un delicioso asado, un lomo al trapo o un rico arroz para tus invitados.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “tienes que escribir muy bien”. Y ese “muy bien” es mejor que Gabriel García Márquez. Y no, no lo vas a conseguir. Aunque te esfuerces mucho, aunque trabajes mucho, aunque dediques mucho tiempo, no lo vas a conseguir. Esa es la cruda realidad.

Sin embargo, eso no quiere decir, de manera alguna, que no puedas ser un buen escritor o que, simplemente, no puedas escribir bien. Puedes hacerlo, eventualmente puedes hacerlo bastante bien, mucho mejor que el promedio de las personas. Claro, necesitas algún aprendizaje especializado y, en especial, práctica, mucha práctica, de la que hace al maestro.

Te confieso algo: por allá en el año 1998, cuando hacía mis primeros pinitos como periodista integrante del equipo de la Revista ALÓ, recién salido de la universidad (no graduado), recibí cálidos elogios por mi trabajo. De hecho, me asignaban con frecuencia los temas más importantes, las entrevistas de personajes como Raphael, Rocío Dúrcal o María Eugenia Dávila.

Y fueron esos escritos los que, además, me abrieron las puertas del periódico El Tiempo, por aquel entonces el más importante del país, el paraíso para un aprendiz de periodista. Hoy, sin embargo, veo esos artículos que me publicaron y siento pena. ¡Me parecen terribles! La redacción es enredada, se nota la inexperiencia y temo haber desaprovechado a los personajes.

Por supuesto, sé que era parte de un proceso. Hoy, cuando me aproximo a los 35 años de trayectoria, he mejorado mi estilo un millón por ciento, me he convertido en un escritor profesional y mis textos despiertan cálidos elogios. Que no me obnubilan, pero que sí me motivan y me indican que algo se ha avanzado en este difícil proceso de ser un escritor.

Algunas personas me dicen que tengo mucho talento (gentileza que les agradezco) y otras más arriesgadas me dicen que hago magia con las palabras (algo que, discúlpenme, no creo posible). Honestamente, creo que mi éxito es haberle hecho caso a Gabo: “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración”. Y sí, llevo casi 35 años transpirando.

Casi todos los días, porque casi todos los días escribo. Hasta podría decir que un día sin escribir es un día incompleto. No solo que es mi trabajo, que vivo de ello, sino que, especialmente, lo disfruto. Y mucho. Esta, sin duda, es la clave del éxito: que escribir, para mí, no es un trabajo, no es una obligación, sino un placer, una actividad que me permite expresar lo que soy.

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¿Talento? Todos, absolutamente todos, tenemos el talento. ¿Aprendizaje? Como mencioné al principio, todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la niñez. Claro, hay un factor determinante que es la práctica continua, pero créeme que no es suficiente. Y tampoco, aunque lo parezca, es lo más importante: este es un rubro reservado para el método.

¿Qué es método? Para comenzar, es mucho más que la rutina, que es indispensable. Nadie, absolutamente nadie, puede escribir si carece de una rutina. Escribir, lo he mencionado antes, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero explotada por unos pocos. Una habilidad que exige una rutina que se manifiesta en disciplina, constancia, responsabilidad.

En este apartado, hay varios problemas comunes. Para comenzar, el tema de la tal inspiración, que no existe. Existen, sí, la imaginación y la creatividad, dos poderosos recursos que seguro tú tienes. Sin embargo, son muchos los que se quedan a la espera de la llegada de la musa, que no aparece ni en sueños. Esta, créeme, es tan solo una excusa fácil para justificar los miedos.

En segunda instancia, estos, los miedos. “No puedo hacerlo”, “No sé escribir”, “No tengo tiempo” y otros tantos. Miedos que son muy fáciles de disipar, porque su origen es casi siempre el mismo: que nunca lo intentas. Cuando en verdad le pongas interés, trabajes y te des una oportunidad, verás cómo cambian los resultados. Pero, ¡tienes que comenzar!

En tercer lugar, las benditas expectativas. Que son exageradas, que carecen de sustento. Porque si no has desarrollado la habilidad, si no tienes una rutina establecida, sino has creado tu propio método, más temprano que tarde te vas a frenar, te vas a bloquear. Pero, no porque te falten imaginación o creatividad, sino porque abordas la situación de manera equivocada.

No puedes pretender ser un campeón de tenis después de la primera clase, es claro. Escribir es, de muchas formas, algo similar al golf. ¿Alguna vez lo jugaste? Yo lo hago a nivel recreativo, con un nivel muy discreto, pero lo disfruto. Por eso, justamente por eso: porque es similar al proceso de escribir. Sobre todo, porque es un reto personal, porque el rival eres tú.

En una ronda de golf, puedes dar entre 65 y 140 golpes, si eres muy bueno o muy malo. Sin embargo, cada golpe es distinto, una nueva experiencia. Y pegarás algunos sobresalientes, de esos que no se olvidan, que justifican el tiempo invertido y que hacen olvidar los demás (los malos). Escribir es así: a veces lo haces muy bien y otras, sincera y tristemente mal.

Lo importante es que no te desanimes por los malos golpes (que, por supuesto, no son agradables y es difícil aprender a digerirlos), como tampoco por los malos escritos. En la medida en que perseveres, en que practiques, en que desarrolles la habilidad y tengas una rutina y un método propio, mejorarás. Quizás no llegues a ser un buen jugador, pero mejorarás.

Ah, y no olvides el último componente, que es indispensable: el mentor o el profesor, como prefieras llamarlo. Aunque no quiera ser competitivo, un golfista necesita de vez en cuando tomar unas clases, atender los consejos del profesional. Si eliges hacerlo por tu cuenta y riesgo, de manera intuitiva, te demorarás mucho en avanzar y disfrutarás mucho menos.

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es posible, créeme. Cualquiera lo puede hacer, ¡tú lo puedes hacer!, sin duda. Dejar atrás los miedos, aceptar el reto de escribir, de adentrarme en nuevos géneros y probar formatos distintos me ha permitido ser mejor escritor y, también, una mejor persona.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que a través de la escritura, de mi trabajo como escritor, como periodista, como copywriter, puedo cumplir el propósito de mi vida. No era el único camino para conseguir el objetivo, pero no me cabe duda de que es el más acertado y, como ya lo mencioné, el que más disfruto. Y al fin de cuentas de eso se trata la vida, ¿no?

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No hay magia, ni fórmulas perfectas: solo haz lo necesario y funcionará

La principal fuente de las dificultades que enfrentamos, en especial al emprender una actividad de la que conocemos pocos, es aquella de dejarnos llevar por lo que dicen otros. Algo que, en estos tiempos de infoxicación y noticias falsas, de autoproclamados gurús de internet, nos obliga a ser cuidadosos, a leer la temible letra pequeña y, en especial, a no creer todo lo que se publica.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos comemos esas versiones que abundan por doquier, no solo en internet, y no tardamos en darnos cuenta del error. Y, claro, la decepción es grande, la frustración es incómoda y la sensación del “no puedo hacerlo” se convierte en un feroz enemigo, difícil de vencer. Es un tema frecuente cuando hablamos de desarrollar la habilidad de escribir.

Porque, y esto no me canso de repetirlo, todos, absolutamente todos los seres humanos que alguna vez pasamos por una escuela primaria, sabemos escribir. Aunque hayas sido el peor alumno de tu curso, aunque tus calificaciones hoy te avergüencen, aunque creas que lo haces muy mal. Y, por supuesto, lo hacemos todos los días en diferentes ámbitos de la vida.

Esta, precisamente, es la primera mentira que hay que derrumbar: si te dicen que te van a enseñar a escribir, sospecha. ¡Ten cuidado! Salvo, claro está, que tu intención sea la de convertirte en un escritor profesional, en alguien que va a vivir de este oficio. En ese caso, debes preocuparte por hallar una escuela reconocida, un mentor que te demuestre que tiene la capacidad para enseñarte.

Porque, y esta es otra de las falacias del mercado, hay muchas personas que reúnen vastos y valiosos conocimientos, que acumulan una meritoria experiencia. Sin embargo, no son capaces de transmitir esos conocimientos a otros, su mensaje carece de empatía, no genera el impacto deseado. Hay que investigar, hay que preguntar, porque corres el riesgo de equivocarte feo.

Otra variante de este problema es que te encuentras con expertos que se conocen la teoría, que la recitan al pie de la letra, pero que en la práctica, en el ejercicio del oficio, presentan carencias grandes. Profesores de marketing que jamás crearon una empresa, que nunca vendieron; periodistas que pasaron fugazmente por un medio, pero que no escriben, no publican nada.

Dado que la escritura es una habilidad, no existe un modo perfecto, ni una estrategia que les funcione a todas las personas. Necesitas unos conocimientos, básicos, que los adquieres en el colegio, y algunos otros más especializados, que solo los puedes obtener de quien ejerza el oficio, de quien esté en el barro ensuciándose las manos. ¿Entiendes? Alguien que sepa escribir.

Así mismo, es fácil confundirse con versiones que te dicen que escribir es fácil y, al tiempo, otras que te ofrecen la versión contraria: que es algo complejo. Lo cierto es que ambos extremos encierran una mentira y algo de verdad. La mentira es que no es un tema de blanco o negro, pues hay muchos matices; la verdad es que depende de tus objetivos, de qué clase de escritor quieras ser.

La escritura, además de una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar tan bien como desee, también es una disciplina. Es decir, no creas eso de que no naciste con talento o, también, de que tienes todo el talento del mundo. Todos los seres humanos, absolutamente todos, nacemos con talento, pero la diferencia está en qué hace cada uno con esos dones que recibió de la vida.

Algunos los trabajamos, los mejoramos, los desarrollamos, los convertimos en algo superlativo, muy por encima del promedio. Es el caso de los deportistas de alto rendimiento: lo que los hace competitivos es el trabajo, la disciplina, la constancia, la perseverancia, el continuo aprendizaje. En especial, el que surge de sus errores. Son los mejores porque trabajan mucho y muy duro.

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Y lo mismo se aplica a la escritura. El gran Gabriel García Márquez solía decir que “escribir era 99 % transpiración y 1 % inspiración”. Y lo decía Gabo, el genio de las musas de Macondo. Sin embargo, la mayoría de las personas cree que es lo contrario: 99 % de inspiración y 1 % de trabajo. Y se pasan la vida esperando que la esquiva inspiración llega, y nunca llega. Y nunca escriben.

Escribir es fácil en la medida en que establezcas un método, crees una rutina y tengas la guía adecuada, idónea, de un profesional. Eso implica entender que los cursos exprés, las plantillas y las fórmulas mágicas no sirven, no funcionan. En cambio, sí funciona la buena actitud, la disposición positiva, la capacidad de observación, darle rienda suelta a tu imaginación y crear, trabajar.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que la escritura es una creación noble y siempre te recompensa. Quizás no te vuelvas millonario o famoso, el sueño de muchos, pero siempre tendrás una retroalimentación positiva, siempre habrá personas que amarán tus escritos y querrán leerlos una y otra vez, que esperarán con ansiedad el siguiente. Siempre habrá quien valore tu trabajo.

Otra falacia del mercado, al menos en la actualidad, es que será muy difícil encontrar quién publique tu contenido, tu libro. Si te obsesionas con la idea de que sea una gran editorial y quieres ver tu publicación en los estantes de las librerías y tiendas más famosas. Lo más probable es que te lleves una gran decepción. Sin embargo, debes saber que ese no es el final del camino, no es el único camino.

Hoy existe el esquema de autopublicación por demanda. ¿Sabes en qué consiste? Que solo se imprimen los ejemplares que vendiste. Uno, diez, cien, mil. Y no estás atado a un contrato, no incurres en gastos innecesarios. También están los libros colaborativos (de los que te hablé en esta nota), que son una opción interesante, en especial para quienes comienzan en el oficio.

Ahora, si no quieres escribir un libro, no todavía, hay muchas otras alternativas. Internet, quizás lo sabes, es un universo de oportunidades ilimitadas. Hay una a tu medida, con seguridad. Y para transmitir tu mensaje puedes elegir el o los formatos y canales con los que más cómodo te sientas, aquellos en los que está la audiencia interesada en el contenido de valor que produces.

Puedes abrir un blog, crear un pódcast o un canal en YouTube, o todo al mismo tiempo y alternas el formato de tus publicaciones. Y no tienes que publicar todos los días: una o dos veces a la semana, al comienzo, es suficiente, mientras pierdes el miedo, mientras creas la rutina, mientras estableces el método y, sobre todo, mientras cautivas a la audiencia. Luego, puedes aumentar.

Si estás en la etapa de querer comenzar, pero no sabes cómo hacerlo, el mejor consejo que puedo darte es que busques ayuda profesional, idónea. Aunque no pretendas ser un escritor profesional. Es como cuando quieres aprender a jugar al tenis: acudes a una academia reconocida y te pones en manos de un profesor. Lo mismo si quieres ser cocinero, o bailarín o aprender a dibujar.

Por supuesto, hay algo más que debes entender: hagas lo que hagas, sea cual fuera la actividad que decidas emprender, se trata de un proceso. Y más si eliges la escritura. No te convertirás en un buen escritor de la noche a la mañana, ni en un mes, quizás tampoco en un año. Entre otras razones porque escribir es un oficio que cambia, que es dinámico y se transforma como la vida.

No me canso de insistir en que dentro de ti hay un buen escritor, pero tienes que despertarlo, tienes que activarlo. Y, sobre todo, tienes que ponerlo a trabajar. No hay milagros, no hay magia, y eso a mi modo de ver es una excelente noticia: significa que, si haces lo necesario, en algún momento vas a cumplir el sueño de ser escritor, de escribir, aunque seas tan solo un aficionado.

 

 

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¿Sabías que rutina y disciplina matan talento e inspiración?

Una de las razones por las cuales a tantas personas les resulta difícil el ejercicio de escribir es porque quieren seguir al pie de la letra lo que hacen otros. Se dejan meter en la cabeza la idea de que hay fórmula ideal, o, peor aún, aquella especie perversa de que debes apelar a la tal inspiración, que no es más que una mentira. Ni fórmulas, ni inspiración: la clave es la rutina.

Y esta última palabra, rutina, es el origen del problema. ¿Por qué? Porque según lo que nos enseñan, de lo que asumimos, tenemos una percepción negativa. Decimos que “tenemos una vida rutinaria” para explicar que estamos insatisfechos con lo que hacemos; hablamos de “rutina en el trabajo” para expresar que es algo monótono; hablamos de “relación rutinaria” porque carece de emociones.

Sin embargo, son interpretaciones aprendidas, asumidas. Porque, según el Diccionario de la Lengua Española, rutina significa “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática” y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”. Como ves, no hay nada negativo.

En cambio, viendo un poco más profundo, no solo la punta del iceberg, es posible descubrir algunos aspectos positivos. Primero, que la rutina se adquiere, se puede aprender. Eso significa que cualquier persona puede adquirir el hábito de escribir hasta llegar a hacerlo “de manera más o menos automática”. Esto, por supuesto, corta de tajo la teoría de la tal inspiración (otra vez).

Segundo, nos dice que es una “secuencia invariable de instrucciones”. En palabras simples, se trata de un método, de un paso a paso. Es decir, adiós a la improvisación, adiós a la tal inspiración. Escribir es un acto consciente, premeditado, que puedes realizar cuando quieras, donde quieras. Lo puedes hacer a mano, en un computador o, inclusive, como un dictado de voz que luego transcribes.

Tercero, la definición aclara que esa secuencia “forma parte de un programa que se puede utilizar repetidamente”. Esto es muy importante porque nos enseña que si quieres escribir primero tienes que crear el método, la rutina. Al menos, tener una idea básica que después puede reformularse, mejorarse. Pero, repito, si careces de un método y esperas a la tal inspiración, jamás escribirás.

Y eso es, justamente, lo que le sucede a la mayoría de las personas. Se encomiendan a algo que no existe, y que si existiera estaría fuera de su control. La razón es que, muy seguramente, piensan que escribir es un don reservado para unos pocos, un talento escaso, pero no es así. Todos, absolutamente todos, poseemos los dones y el talento, pero no todos los aprovechamos.

Cuando te limitas al talento, a la inspiración o al momento ideal lo más probable es que a la hora de sentarte a escribir, cuando ya estás frente al computador, tu mente está en blanco. No sabes qué hacer, qué escribir y, entonces, acudes a la excusa fácil: “Tengo un bloqueo mental” (otra de las grandes mentiras del mercado). Y procrastinas una y otra vez y nunca consigues empezar.

Lo que quizás no sabes es que disciplina y rutina matan talento e inspiración. El gran talento de los buenos escritores (vamos a llamarlo así) es su disciplina. Pase lo que pase, estén donde estén, no dejan de escribir. Para algunos, se vuelve una obsesión, se torna en una necesidad vital: se sienten mal si no lo hacen, al menos unas páginas, unos párrafos. Solo así pueden incorporar el hábito.

Los escritores hacen su trabajo no por el talento que poseen, sino por el hábito que desarrollaron, por la habilidad que cultivaron, por la disciplina que les permite hacer lo que deben hacer. No en el momento adecuado, no cuando llegue la tal inspiración, no cuando el ambiente sea favorable. No, lo hacen cuando hay que hacerlo, igual que comer, ir al baño, descansar o trabajar.

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La rutina consiste en eso, precisamente en eso: en establecer un método paso a paso que te permita escribir en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Además, sin el riesgo del tal bloqueo mental porque tu cerebro ya está preparado, ya sabe qué tiene que hacer. La clave consiste en que no le des oportunidad de escapar, no lo dejes entrar en zona de confort.

Si quieres aprender a jugar al tenis (o cualquier otro deporte), el único camino es que establezcas una rutina: te inscribes en una academia, determinas un plan de acción con tu entrenador, tomas las clases programadas y realizas práctica libre para ver cuánto has aprendido. También vas al gimnasio para fortalecer músculos, comes saludable, te hidratas bien, descansas lo adecuado.

Si consigues que estas tareas se conviertan en un hábito, en una rutina, es decir, las practicas tres o cuatro veces a la semana sí o sí, llueva, truene o relampaguee, al cabo de un tiempo serás un jugador de tenis. Quizás no un profesional campeón de Major, pero sí uno recreativo que juegue bien y, sobre todo, que lo disfrute. Crea el hábito y lo demás vendrá por añadidura.

La buena noticia es que esta premisa se aplica a cualquier actividad de la vida. Al trabajo (no importa a qué te dediques), al deporte, al aprendizaje de un segundo idioma, a una especialización en tu área de conocimiento y, claro, a escribir. Funciona también para cuando quieres dejar atrás un mal hábito como fumar, alimentarte mal, procrastinar o ser tóxico en tus relaciones.

Ahora, hay algo que es importante que entiendas: crear un hábito o una rutina no es algo que se dé de la noche a la mañana, de un día para otro. Tampoco es ese paso a paso se dé sin problemas, sin obstáculos. Se trata de un proceso, que será tan extenso como tú lo quieras (en función de cuánto lo repites hasta automatizarlo), y cuyos resultados dependerán de tu disciplina.

Nos venden la idea de que la diferencia está en el talento, pero no es cierto. El talento lo poseemos todos y todos podemos desarrollarlo en cualquier actividad de la vida, inclusive en la más exigente. Ese, créeme, es el secreto de los exitosos, de los que dejan huella, de los que son referentes de su campo o industria, de los que consiguen sus sueños y marcan la historia.

Son personas que conocen su talento y lo aprecian, pero que también entienden que no es suficiente y, entonces, se dan a la tarea de complementarlo, de ayudarlo. ¿Cómo? Crean un hábito, establecer una rutina de mejoramiento continuo, de aprendizaje permanente. De esta manera, así mismo, tienen control no solo de lo que hacen, sino en especial de los resultados.

Olvídate del talento (que sí lo posees), olvídate de la tal inspiración (que no existe) y, más bien, entiende que con tu conocimiento y experiencias estás en capacidad de ayudar a otros si logras construir un mensaje poderoso. Una buena rutina, además, te permitirá combinar de un modo adecuado tu vida personal con la laboral, sin que exista conflicto, sin que debas sacrificar alguna.

Un apunte final: no puedes, aunque quieras, copiar la rutina de otro. La rutina es algo tan personal como el cepillo de dientes y solo tú puedes saber cuál es la que te conviene, la que te permite ser más productivo, la que te posibilita aprovechar lo que sabes. Crea una rutina y pronto verás cómo ese buen escritor que hay en ti aflora con libertad y, lo mejor, activa y promueve tu imaginación.

 

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4 errores que te llevarán directo a la página en blanco

Inspiración es sinónimo de improvisación y ese, seguramente lo sabes, es el peor camino que puedes seguir cuando quieres escribir una buena historia. Sé muy bien de la buena fama de la que goza la inspiración, una misteriosa y esquiva dama a la que jamás nadie le vio la cara, pero a la que muchos evocan como tabla de salvación cuando se encuentran frente a la hoja en blanco.

Desde siempre, nos han querido vender la idea de que la clave del éxito, tanto en la escritura como cualquier otra actividad de la vida, es la tal inspiración. Y nos ofrecen ejemplos de personas que marcaron huella en sus oficios: Leonardo Da Vinci, Gabriel García Márquez, Tiger Woods, Bill Gates, Oprah Winfrey, Barack Obama, Plácido Domingo, Pablo Neruda o Tom Hanks, entre otros.

Nos dicen que son genios, que están un paso delante del resto de mortales y aseguran que es por cuenta de la tal inspiración. Como si esa característica fuera un privilegio de pocos, como si ellos tuvieran la fórmula secreta de la tal inspiración para crear o alcanzar logros sobresalientes en su respectiva actividad. Y, no, no es así: son seres humanos comunes y corrientes, como tú, como yo.

¿Sabes en qué radica su genialidad? En el trabajo, la persistencia, el enfoque, la mentalidad, en su capacidad para hacer lo justo en el momento indicado, entre otras razones. Su genialidad se manifiesta a través de la disciplina, de la convicción, de la pasión, de la disposición para invertir en sí mismos, en que supieron rodearse de las personas adecuadas y en que jamás se rinden.

Quizás pienses que el listón está demasiado alto, que es imposible llegar adonde llegaron estos personajes que mencioné. Sin embargo, no es así. Como cualquier ser humano, tienes el poder de hacer lo que quieras, de conseguir lo que quieras, de cristalizar el sueño que quieras. El poder está en tu mente: en la medida en que la configures para el éxito, para el sí se puede, lo conseguirás.

Sin embargo, haz de saber que con las características y las cualidades que acabo de mencionar no es suficiente. Si lo fuera, todos seríamos Leonardo Da Vinci, o Gabriel García Márquez, o Tiger Woods, o Tom Hanks, pero, por supuesto, ya sabes que ellos son únicos. El saber es básico y es necesario, así como aprender a desarrollar las habilidades que se requieres para sobresalir.

La diferencia, lo que hace que otras personas se interesen en lo que haces, no obstante, está por otro camino. ¿Sabes cuál? Hacer, tomar acción. El mundo está lleno de personas con inmenso conocimiento, con grandes talentos, con habilidades muy útiles, pero muchas de ellas no se dan cuenta de lo que son y de lo que tienen y, entonces, su valor pasa inadvertido, es invisible.

En la vida, puedes hacer todo lo que te propongas, aprender todo lo que te interese. Además del conocimiento y de las habilidades, necesitas saber cómo hacerlo. Hay dos caminos: el primero, de manera autodidacta, por tu cuenta, pero será más difícil, demandará más tiempo y, seguro, vas a cometer más errores. El segundo, caminar junto con alguien que ya están donde quieres estar.

En el campo de la escritura aficionada, en el que está la gran mayoría de las personas, el fondo de los problemas, en especial aquel terror de la página en blanco, se origina en una serie de errores que son bastante frecuentes. Errores que, aunque se perciban como pequeños, en la práctica son grandes obstáculos que impiden que avances y, sobre todo, que logres los resultados anhelados.

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Estos son los más comunes; si los cometes, es hora de que elijas otro camino:

1.- No sabes de qué escribir. Parece mentira, pero no lo es. La mayoría de las personas que se frena en algún punto del proceso por lo general no tiene claro el tema o, en su defecto, cómo va a desarrollar el tema. O, algo muy común por estos días, abordan temas de los que no saben lo suficiente, simplemente porque es una tendencia, y tras dar unos pocos pasos no saben qué decir.

La idea es el insumo básico de la escritura: si no hay una idea clara, definida, estás sometido a dos dificultades. La primera, te quedas en blanco; la segunda, te vas por las ramas, o sea, comienzas a divagar o, como se dice popularmente, a hablar carreta. Y eso, por supuesto, a nadie le interesa. Cuando tienes clara tu idea, la imaginación se activa y el proceso de escritura será fluido.

2.- No tienes rituales para escribir. ¿Se te antoja curioso? Si lo piensas bien, todas y cada una de las actividades de tu vida en la que eres sobresaliente y logras los objetivos propuestos están respaldadas por un ritual. Por ejemplo, la buena salud: una alimentación adecuada, una rutina de ejercicio, un buen descanso y dedicarte tiempo para ti son hábitos que conforman un ritual.

Para escribir, el ritual comienza por el ambiente, que debe ser tranquilo e inspirador, un lugar con el que te conectes rápidamente y que te permita dejar volar tu imaginación y motive tu creatividad. El horario es otro ritual (tienes que establecer en cuál eres más productivo), lo mismo que el manejo del tiempo: es conveniente hacer pausas activas cada 45 minutos, como mínimo.

3.- Comienzas sin una estructura. Este, a mi juicio, es el error más grave de todos los que puedes cometer en algún momento. ¿Sabes cuál es el origen? La tal inspiración. La creencia de que en algún momento, por obra y gracia del Espíritu Santo, aparecerá esa esquiva musa y los invadirá la genialidad. La verdad, ese es un recurso literario y cinematográfico que no se hace realidad.

La estructura es el plan de viaje de tu texto, el camino que trazas con antelación para poder transmitir el mensaje que deseas. Una buena estructura te permitirá conectar con tus lectores, al mismo tiempo, marcará diferencia con la mayoría de los textos que encuentras dentro y fuera de internet (incluidos los medios de comunicación). La estructura dice qué clase de escritor eres.

4.- Intentar copiar el estilo de otros. Este es uno de esos errores de los que te arrepentirás hasta el último de tus días. ¿Por qué? Porque uno de los factores diferenciadores en la escritura, a mi juicio el de mayor peso, es el estilo. Que es único y surge de tus creencias, de tu visión del mundo, del conocimiento que has adquirido, de las experiencias que has vivido, de los sueños que has forjado.

Es a través del estilo que logras conectar con las emociones de tus lectores o audiencia y también por el que te eligen a ti y no a las mil y una otras opciones del mercado. Tu estilo es personal e intransferible. Intentar copiar el estilo de otro es renegar de tu creatividad, de tu imaginación, de tu talento, de tu habilidad. Un escritor incapaz de desarrollar un estilo propio es más de lo mismo.

“¿Qué tengo que hacer para convertirme en un escritor?”, es una pregunta que me formulan con frecuencia. La respuesta es, primero, debes creértela, creer que la vida te dio todo lo que se requiere para escribir; segundo, tienes que escribir hasta que desarrolles y consolides la habilidad y, especialmente, hasta que encuentres el camino que te ayude a evitar estos cuatro errores.

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No busques afuera lo que está dentro de ti (un buen escritor)

Los seres humanos somos una especie curiosa, contradictoria o, simplemente, rara. Una de las tantas manifestaciones de esta situación es que nos desvivimos por hallar afuera lo que ya está dentro de nosotros. ¿Por ejemplo? El amor, la paz, la abundancia, la confianza, la fuerza y, aunque no lo creas, la capacidad para hacer lo que quieres. Cualquier cosa. Al menos, para intentarlo.

¿Alguna vez pensaste que no podías hacer algo y cuando menos te diste cuenta ya lo hacías? Quizás, ¿cocinar?, ¿jugar al tenis?, ¿hablar inglés? Si lo piensas detenidamente durante unos segundos, recordarás muchos logros que en un principio se antojaban inalcanzables y después de un tiempo se habían transformado en logros de los cuales te sientes orgulloso y te hacen feliz.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos enseñan a enfocarnos en lo negativo, en aquello que de lo que carecemos o, peor aún, lo que tienen otros o lo que son otros. El efecto inmediato de ese modelo educativo es que no valoramos lo que somos, les restamos valor a las fortalezas que poseemos y menospreciamos nuestra capacidad, nuestras habilidades.

Además, producto de la cultura cortoplacista que exige resultados inmediatos y, sobre todo, con el menor esfuerzo, no entendemos de procesos y no queremos emprender ninguna tarea o actividad que nos demande tiempo, dedicación y/o disciplina. ¿Cuál es el resultado de esta mentalidad? Que nos perdemos mucho de lo bueno y constructivo que la vida tiene reservado para nosotros.

Especialmente en estos tiempos modernos, en los que padecemos el impacto de una frenética rutina, en los que solo hay tiempo para lo urgente y resignamos lo importante, en los que nos tratan como borregos dóciles, nos manipulan y nos dice qué hacer y cómo hacerlo. La triste realidad es que permitimos que nos programen, que nos traten como si fuéramos autómatas.

Por eso, nos cuesta tanto pensar. Nos cuesta ser creativos, nos cuesta activar la imaginación, nos cuesta revivir esos recuerdos que llevamos en el corazón, en especial los positivos. Por eso, justamente, nos cuesta desarrollar la habilidad de escribir: porque para hacerlo, para potenciarla, requerimos creatividad, imaginación y ese valioso tesoro de experiencias que hemos vivido.

Y las tenemos marginadas, celosamente guardadas en el baúl de los recuerdos, en uno de esos lugares que no solemos frecuentar. Entonces, cuando queremos escribir, cuando necesitamos esa valiosa información que la vida nos regaló, no la encontramos. Y, claro, tomamos el atajo, el camino fácil y corto: “No puedo”, “No sé hacerlo”, “No tengo tiempo”, “Eso es muy difícil”

Algo que la vida me enseñó, a fuerza de golpes, por supuesto, de caer una y otra vez, de errar una y otra vez, fue que la única incapacidad que padecemos es la de una mentalidad de escasez. Nos negamos a recibir aquello maravilloso que la vida nos ofrece, nos convencemos de que hay otras prioridades, nos imponemos límites, nos conformamos con menos de lo que merecemos.

Y, ¿sabes qué es lo más doloroso? Que aquello que nos negamos es lo que más deseamos, lo que más fácil nos resulta. Por ejemplo, desarrollar la habilidad de escribir, que es innata de todos los seres humanos. Que la aprendimos en el colegio, que la practicamos en la universidad y que la requerimos en el ámbito laboral, en cualquier actividad que realicemos. Paradójico, ¿cierto?

La buena noticia, y de ahí el título de este artículo, es que no tienes que buscar afuera lo que ya está dentro de ti. Primero, la habilidad, que como mencioné es parte de la configuración básica de todos los seres humanos. Segundo, la capacidad para desarrollarla, que está condicionada por nuestra disposición y por cualidades que también poseemos: disciplina, constancia y paciencia.

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Fíjate que todavía no hablé de talento, al que le adjudican más indulgencias con avemarías ajenos. ¿Por qué? Porque sí, es necesario, pero insuficiente. ¿O crees que, por ejemplo, que Gabriel García Márquez habría sido quien fue solo en virtud de su talento? ¿Sin disciplina? ¿Sin constancia? ¿Sin paciencia? ¿Sin un método? ¿Sin largas horas de dedicación para pulir su estilo y aprender más?

No, por supuesto que no. De la misma manera que, por ejemplo, un deportista entrena cientos de horas para un competencia dura 10 o menos segundos, como una prueba de 100 metros planos. La primera decisión crucial que debe tomar una persona que quiere escribir es si está dispuesta a hacer lo necesario para conseguir el resultado que espera, que es escribir bien y ser leída.

¿Es lo que deseas? ¿Es lo que siempre soñaste? Entonces, lo primero que debes hacer es firmar un compromiso contigo mismo: no renunciar, hacer lo que sea necesario para cumplir tu sueño. La recompensa, te lo aseguro, es maravillosa. Y el proceso, que a tantos los intimida, puede llegar a ser una aventura divertida, apasionante, increíblemente enriquecedora y hasta reveladora.

No sé cuál sea esa actividad para la cual eres una persona particularmente creativa. Lo que sí sé con absoluta certeza es que esa misma creatividad te sirve para escribir. Es decir, no necesitas otra, no tienes que salir a buscarla donde no está. Lo mismo ocurre en el caso de la imaginación, esa cualidad que ponemos en práctica cada día todo el tiempo, inclusive sin darnos cuenta.

Y, por supuesto, esta premisa se aplica también a esos tesoros que dejaste guardados en el baúl de los recuerdos: tus experiencias. “Ay, Carlos, es que eso que a mí me pasó no le interesa a nadie” suelen decirme mis alumnos y clientes. Y, por supuesto, están terriblemente equivocados. Porque, así no lo percibamos, así no seamos conscientes, todos somos un modelo digno de imitar.

¿En qué sentido? Si, por ejemplo, pasaste por la dolorosa experiencia de perder un hijo, pero lograste superar el dolor y convertir ese episodio en la energía necesaria para convertirte en un mejor ser humano, a cualquier persona que esté en la misma situación le interesará saber cómo lo lograste. Ningún terapeuta podrá hacerlo mejor que tú, salvo que haya vivido esa experiencia.

Así mismo, si fuiste víctima de violencia y maltrato en tu niñez o en alguna relación sentimental, pero con ayuda de un especialista dejaste atrás esos episodios, sanaste las heridas y te diste una nueva oportunidad para disfrutar la vida y ser feliz, nadie mejor que tú para guiar a alguien que transite o haya transitado ese camino. Tienes todo lo que se necesita: la experiencia y la solución.

De igual forma, cuando te atrae la idea de aprender a jugar tenis vas a una academia (de tenis) y te pones en manos de un profesor especializado. O si quieres aprender un nuevo idioma vas a una escuela en la que ya otras muchas personas hayan aprendido. ¿Por qué? Porque nadie mejor que ese profesor, que esos instructores bilingües para ayudarte a alcanzar el objetivo que te propones.

Créeme: tienes todo, absolutamente todo, lo que se requiere para ser un buen escritor. Lo único que quizás te hace falta es un método y una guía para armar el rompecabezas. Eso sí, antes de buscar ayuda especializada (por supuesto, estoy a tus órdenes), recuerda que debes tomar una decisión crucial: ¿estás dispuesto a hacer lo necesario para conseguir el resultado que esperas?

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Las otras 10 habilidades que necesitas para escribir bien

Para cualquier actividad que realices en la vida, bien sea de manera recreativa o profesional, no basta con una habilidad. Aunque domines la básica, necesitas más de una, seguramente varias, para sobresalir del promedio, para alcanzar tus objetivos si estos son ambiciosos. Pero, por favor, no te confundas: eso no significa que tengas que ser experto o muy bueno en muchas áreas.

Un abogado, especialmente uno litigante, no solo debe ser bueno en su especialidad y dominar las normas (que cambian con frecuencia), sino que también necesita ser un buen orador, para cuando tenga que actuar en un juicio oral, y un buen redactor, para escribir sus demandas con acierto. Y requiere, así mismo, paciencia y tacto para tratar con sus clientes, que no son siempre gentiles.

Un médico cirujano, por ejemplo, no solo debe ser bueno en su especialidad, sino que tiene que actualizarse permanentemente, conocer las nuevas técnicas y herramientas que la tecnología le ofrece para realizar su trabajo. Además, necesita dominar una comunicación asertiva para poder establecer relaciones armoniosas con sus pacientes, en especial si sufren enfermedades graves.

Un chef, mientras, no solo debe ser un especialista de un tipo de comida específico, sino que su profesión le exige aprender de los alimentos básicos de sus recetas, conocer su origen y sus características para poder realizar combinaciones innovadoras y atractivas para el paladar de sus comensales. Y requiere, también, empatía para escuchar a sus clientes, para soportar sus críticas.

En otras palabras, sin importar cuál sea la actividad a la que te dediques, debes entender que el éxito radica en la sumatoria de habilidades que desarrollas. Las básicas son indispensables, pero hay otras, las complementarias, que no solo te permiten obtener mejores resultados, y en un plazo más corto, sino que también te dan la posibilidad de descollar, de ser sobresaliente.

Si lo que deseas es escribir, la premisa se mantiene. Es decir, no basta con leer mucho, como pregonan por ahí, porque eso no es suficiente. Hay millones de voraces lectores que son incapaces de escribir dos párrafos seguidos. De la misma manera que, por ejemplo, hay apasionados por el deporte que se inscriben al gimnasio y abandonan luego de tan solo un par de sesiones.

Escribir se antoja difícil porque requieres una variedad de habilidades o cualidades para conseguir los objetivos que te propones. No es cuestión de talento, porque todos lo poseemos, pero no todos escribimos; no es cuestión de ser expertos en un tema, porque para comunicar un mensaje hace falta más que conocimiento. Sin embargo, cualquier persona puede escribir bien.

Y no es una contradicción, sino un reto. La buena noticia es que los ingredientes de la receta para ser un buen escritor, o al menos para comenzar a escribir, a desarrollar esta habilidad, son parte de la configuración básica de cualquier ser humano. Es decir, todos podemos desarrollarlas, todos estamos en capacidad de escribir bien, siempre y cuando estemos dispuestos a pagar el precio.

¿Cuál precio? El de desarrollar estas habilidades (cualidades) complementarias y necesarias:

1.- Imaginación. Puede sonarte raro, pero la creatividad también es una habilidad que se puede potenciar, mejorar. Cuanto más ejercites tu cerebro, cuanto más lo retes, mejores resultados te ofrecerá. No basta con leer o estar bien informado: hay que dejar que la mente vuele, hay que soñar despiertos, hay que darse la oportunidad de recrear libremente lo que vives y experimentas.

2.- Disciplina. Solo quien es disciplinado puede mejorar de forma constante y consistente. Dado que escribir es un arte que nunca se termina de aprender, solo la disciplina te permitirá aprender cada día. No requieres estar horas frente al computador: comienza con 10 minutos y, como en una rutina de ejercicio físico, aumentas paulatinamente. No demorarás en ver resultados increíbles.

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3.- Paciencia. Sé que no es una cualidad que abunde, de ahí que es muy valiosa. Escribir bien es el resultado de un proceso que no se da de la noche a la mañana, así que requieres paciencia. Y, así mismo, la necesitas para entender que no todos los días estás lúcido o con chispa, que no todos tus escritos serán brillantes. Paciencia y disciplina van de la mano: si alguna falta, no tendrás éxito.

4.- Tolerancia. Una de las razones por las cuales a la mayoría de las personas les cuesta trabajo escribir es porque quieren hacerlo perfecto desde el comienzo. Y la verdad es que nunca se logra esa perfección. Más bien, hay que aceptar que en ocasiones se escribirá decididamente mal y que esa es una parte importante del proceso de aprendizaje. Sin tolerancia, abandonarás muy pronto.

5.- Organización. ¿Recuerdas al gran Gabo? “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un 1 por ciento de inspiración”. El tal bloqueo mental (que ya sabemos que es una mentira) se da cuando no tienes un plan, cuando te quedas esperando la inspiración. El método es el gran secreto de un buen escritor: necesitas diseñar un paso a paso que te permita ser productivo a largo plazo.

6.- Persistencia. Mantener el enfoque en los objetivos trazados no es fácil cuando comienzan las dificultades, cuando no obtienes los resultados que esperas o te fijas expectativas muy altas. A la cima solo llegan aquellos que persisten, que no se dejan vencer, que entienden que se requiere fortaleza interna para triunfar. Ser persistente no solo te ayudará a ser escritor, sino que te hará mejor escritor.

7.- Curiosidad. Las ansias de saber qué hay más allá, qué más puedes aprender, cómo puedes ser mejor, qué otras técnicas contribuirán a hacer de ti un buen escritor son fundamentales. Ser conformista riñe con tu deseo de ser un buen escritor: si te impones límites, si crees que lo sabes todo, si te dejas guiar por el ego, te estancarás. La curiosidad es el combustible de la imaginación.

8.- Sensibilidad. Que se manifiesta a través de la honestidad de lo que escribes, de que esté en concordancia con tus principios y valores, pero también a través del respeto por tu lector, por su situación, por su dolor, por su espacio. Un buen escritor requiere sensibilidad para apreciar en la realidad lo que para otros es imperceptible, para generar un vínculo de empatía con su audiencia.

9.- Humildad. Nunca llegarás a ser un buen escritor si no conoces y aceptas tus límites, si te guías por el ego y te indigestas con los elogios, si no te exiges más cada día. La humildad del escritor consiste en ser un eterno aprendiz, en trabajar cada día con la misma ilusión del primero, en ser consciente de que tu trabajo no les gustará a todos y de que recibirás críticas injustas y duras.

10.- Actitud. Lo que escribas, y la forma en que el público lo recibirá, está condicionado por tus pensamientos, por tu actitud frente a la vida y a tu realidad. Si no crees en ti, nadie lo hará; si no te gusta lo que escribes, a nadie le gustará; si solo ves lo negativo de la realidad, tu mensaje será negativo… Una buena actitud y una adecuada disposición son aliadas de un buen escritor.

En este punto, es pertinente una aclaración: no esperes a desarrollar estas diez habilidades para, ahí sí, sentarte a escribir. Quizás ya desarrollaste algunas, pero no eres consciente. Por eso, el autoconocimiento es un paso imprescindible para ser un buen escritor, porque solo así sabrás con certeza cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y cuáles son tus debilidades, para suplirlas.

Entiende que todas son necesarias si quieres ser un escritor profesional, si quieres vivir de escribir, pero si tan solo deseas escribir como un pasatiempo o una terapia puedes comenzar con algunos vacíos. Eso sí, tarde o temprano requerirás desarrollarlas todas o, de lo contrario, nunca alcanzarás los resultados que esperas. Identifica cuáles son los casos urgentes y enfócate en solucionarlos.

Cuando comencé mi carrera profesional, es decir, cuando comencé a escribir, no acreditaba más que imaginación, paciencia, actitud y sensibilidad. Entonces, no solo tuve que trabajar en fortalecerlas, sino que debí esforzarme en desarrollar las demás. Y, ¿sabes qué? Aún no termino el proceso: sigo aprendiendo y subo el listón a sabiendas de que puedo mejor un poco más.

Pensándolo bien, quizás esa sea la razón por la cual me gusta tanto escribir: no hay un límite. Cada artículo, cada proyecto que me propone un nuevo cliente, significa un reto, un aprendizaje. Y, por supuesto, la posibilidad de avanzar en ese proceso de desarrollar estas habilidades. Esa es la única forma de garantizar que tengo absoluto control sobre la calidad de mi trabajo como escritor.

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¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

Comenzar a escribir es un proceso que a la mayoría de las personas les resulta complicado. El miedo a la hoja en blanco, la certeza de que no podrá hacerlo bien y el pánico a la crítica son, entre otras, las razones que las impiden arrancar. Además, está aquella popular falacia del “tienes que leer mucho antes de poder escribir bien”, que actúa como un freno de mano, un impedimento.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos quieren empezar por el final. ¿A qué me refiero? Quieren estrenarse con la novela que les permita ganarse el Premio Nobel, una obra maestra que, además, llene sus cuentas bancarias y los convierta en personajes famosos. Es por cuenta de esa idea falsa que nos venden los medios y los vendehúmo que pululan por ahí.

Para mí, escribir es un acto de liberación, de gratitud a la vida por haberme dado el privilegio de desarrollar esta habilidad que disfruto tanto. En años anteriores publiqué tres libros, todos sobre fútbol, y no voy a negarte que ese cuarto de hora de fama fue agradable. El contacto con los lectores, la pasión de los hinchas, su retroalimentación, son una recompensa inconmensurable.

Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria aprendí a disfrutar también los pequeños éxitos diarios. Que son anónimos, que no se traducen en entrevistas en los medios, ni en sesiones de firma de libros en una feria. Son escritos que parten de dos objetivos: nutrir de conocimiento a otros, por un lado, y brindar unos minutos de entretenimiento, por otro. Y, créeme, también es maravilloso.

Porque, al final, se trata de eso, ¿no? De aprovechar el don de la comunicación para compartir lo que somos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que nos gusta, lo que nos preocupa, lo que nos apasiona. El beneficio es doble: por un lado, sacar conocimientos y emociones que guardamos y que solo tienen valor si son compartidos; por otro, el privilegio de interactuar con otras personas.

El primer consejo que les doy a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, si no lo hacen, comiencen a escribir un diario. Que conste que jamás lo hice, por dos motivos. Primero, porque me enseñaron que era algo propio de una etapa de la vida, la adolescencia, y que estaba relacionado con las mujeres. Segundo, porque en esa época no sabía que quería escribir.

Y tampoco conocía los increíbles beneficios que este hábito aporta. Hay diversos estudios que dan cuenta de los efectos positivos de escribir un diario: se trata de un ejercicio saludable y terapéutico. En su libro La escritura terapéutica, la escritora Silvia Adela Kohan, nacida en Buenos Aires (Argentina) y radicada en Barcelona (España), consigna una gran variedad de argumentos.

“Escribir un diario es un compromiso con la realidad interna y con el fuero externo”, explica, es decir, nos ayuda a conocernos mejor, a explorar en nuestro interior y, también, a relacionarnos con el exterior. “Es una buena herramienta de autoexploración y un maravilloso o un doloroso recordatorio”, agrega. ¿Qué significa? Que escribir nos ayuda a reconciliarnos con la vida.

“Escribo un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”, asegura. Cuando escribes, descubres facetas que desconocías, te das cuenta de que eres más valioso de lo que creías.

Mientras, Patricia Fagúndez, sicóloga y escritora también oriunda de Argentina, afirma: El diario íntimo tradicional, que consiste básicamente en contar los acontecimientos y las experiencias cotidianas, favorece sobre todo un proceso catártico, es una escritura que te trae alivio inmediato”. Además, dice, “esta escritura terapéutica incluye una elaboración sicológica, una reflexión”.

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Pero, volvamos al punto que originó este artículo: ¿por qué llevar un diario te ayuda a desarrollar la habilidad de escribir? Las razones son múltiples y estoy seguro de que cuando acabes de leer estas líneas tendrás ganas de comenzar tu diario. Ojalá lo hagas, porque también puedo decirte que ese es, apenas, el primer paso para que despiertes al escritor que hay en ti. Veamos:

1.- Crea un hábito. La escritura, lo he mencionado en otros artículos del blog, es tanto una habilidad como un hábito. Si bien hay una versión popular en internet según la cual un hábito se adquiere en 21 días, los especialistas indican que se requieren al menos tres meses. ¿Qué tal si pruebas? Escribes algo en tu diario durante 90 días y quizás ya no puedas dejar de hacerlo.

2.- Inculca la disciplina. La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intento por escribir es que no lo hace con disciplina. Escriben hoy un poquito y retoman tres o cuatro días más tarde, o un mes después. Y así no funciona. Tienes que hacerlo todos los días, ojalá a la misma hora, sin distracciones. Entiende que este es un tiempo para ti, un privilegio que te da la vida.

3.- Organiza el pensamiento. Puedes comenzar a escribir una sola idea y luego otra, y otra más, hasta que llenas una página. Pronto te darás cuenta de que tu cerebro te pide que organices las ideas, de que establezcas una jerarquía, un plan. Si lo haces, verás cómo cada vez es más fácil escribir, cómo las ideas fluyen de manera natural sin que tengas que acudir a las musas.

4.- Te conoces a ti mismo. Este, créeme, es el gran secreto del buen escritor. Cuanto mejor te conozcas, más capacitado estarás para enfrentar tus fantasmas, tus miedos, estarás más en control de la situación. Escribir te permite reconciliarte con tu pasado, perdonar tus errores y aceptarte tal y como eres. Luego, solo luego, será una poderosa herramienta para escribir.

5.- Cultiva la memoria. La vida es una sucesión de momentos, de instantes que quedan grabados en la mente y que no se borran. Quedan ahí guardados, a la espera de que los evoquemos, hasta que nos demos la oportunidad de recordar, de volver a disfrutar aquellos sucesos. Escribir ayuda a rescatarlos, con una increíble opción: podemos recrearlos, mejorarlos, hacer que sean felices.

6.- Estimula la creatividad. Como posiblemente ya leíste en alguna nota publicada, y leerás en otras más, la inspiración es una fábula, un recurso del marketing para vender. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no la necesitamos porque contamos con algo más poderoso: la creatividad, la imaginación. Tu mente es infinitamente más poderosa que un instante de lucidez: ¡utilízala!

7.- Es una terapia. Si estás triste, escribe; si estás solo, escribe; si estás enfadado, escribe; si estás alegre, escribe; si estás agradecido, escribe. También puedes cantar o bailar, pero para mí no hay terapia más sanadora que escribir. Y quizás lo sea también para ti. Es un ejercicio catártico, un acto de rebeldía, de independencia y libertad: cuando escribes, eres el ser más poderoso del universo.

8.- Es íntimo. No tienes que compartirlo con nadie si no lo deseas, no necesitas la aprobación de nadie para escribir lo que deseas. Puedes hacerlo mal, inclusive, y no importa: nadie te juzgará. Te ayudará a reforzar la autoestima, a entender cómo eres y por qué eres así. Esa aceptación, lo digo por experiencia, tiene una increíble propiedad curativa que te permite ser una mejor persona.

9.- Aprendes a gestionar las emociones. Este, sin duda, es uno de los beneficios más positivos. Porque la gran tragedia de la vida moderna es que el ser humano está supeditado a las emociones, a la histeria colectiva, a los miedos impuestos. Escribir, mientras, te permite luchar con ellos y vencerlos. Recuerda que el papel lo aguanta todo: ira, llanto, dolor, felicidad, amor, odio…

10.- Pierdes el miedo. Como mencioné antes, si quieres escribir, comienza por el principio. ¿Qué es? Lo fácil, lo sencillo, lo que puedas controlar. Hazlo entre 5-15 minutos durante una o dos semanas y luego incrementa a 20-30 minutos. Pronto te darás cuenta de que necesitas escribir, de que te gusta hacerlo y, sobre todo, de que PUEDES HACERLO. ¡Habrás ganado una batalla!

Si finalmente te decides a intentarlo, por favor, cuéntame cómo te va…

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