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‘No eres tú, soy yo’: por qué tu mensaje no tiene impacto

Una de las mayores dificultades a la hora de producir contenido, sin importar cuál sea el formato o el medio que utilices, es saber a quién te vas a dirigir. Para empezar, la mayoría de los dueños de negocio o emprendedores no ha definido a su avatar o lo hizo mal, por lo cual todo lo que hace después ya está viciado, es decir, no obtendrá el resultado que espera. No hay punto intermedio.

En su libro 8 Reglas de los emprendedores exitosos, mi amigo y mentor Álvaro Mendoza nos dice que la clave de éxito de tus estrategias radica en las ‘3M’ del marketing. ¿Sabes a qué me refiero? Mensaje, medio y mercado, en ese orden. Por supuesto, todo está condicionado al avatar: sin un pleno conocimiento de su punto de dolor y de su punto de placer, el mensaje caerá en el vacío.

A ese problema, el del avatar, sin embargo, me referiré en una próxima nota. En esta ocasión lo que quiero que comprendas es que no puedes tener un solo mensaje, no puedes apegarte a un único discurso. Si lo haces, tu estrategia de marketing de contenidos se convertirá en algo muy parecido al juego del tiro al blanco y es probable que no aciertes ningún dardo en la diana.

Asumiendo que tu avatar está bien definido (lo cual ya sería un venta comparativa con la mayoría de la competencia), debes entender que tu cliente potencial no es el mismo, es decir, no es uno solo. ¿Por qué? Porque no todos tienen la misma necesidad, la misma urgencia, el mismo conocimiento, el mismo poder adquisitivo y, en especial, la misma capacidad de resolución.

¿En qué radica la diferencia? En el punto del proceso de venta que se encuentra ese prospecto. Es probable que hayas escuchado que hay prospectos fríos, prospectos tibios y prospectos calientes. El frío no sabe quién eres, no confía en ti y no sabe cuál es su problema. El tibio quizás sabe quién eres, pero no es consciente de su problema; el caliente confía en ti y sabe que tienes la solución que busca.

Como supondrás, no puedes configurar un mensaje igual para todos. Haz de cuenta de que se trata de personas con nivel de aprendizaje de inglés bajo, medio y alto. Si te diriges a este último, es muy probable que los otros dos no te entiendan ni jota; si tu mensaje fue preparado para el nivel bajo, los otros dos lo comprenderán, pero es muy probable que no se sientan aludidos.

Cuando hablamos de marketing, la mayoría de las personas de inmediato se pone en modo de venta, pero ese es un error. No todos tus prospectos están cualificados, no todos están en la etapa de comprar, en especial, los fríos, que quizás solo están en una fase de exploración, de descubrir quién eres, qué haces, qué ofreces y a quiénes has servido antes. Los mueve la curiosidad.

Un prospecto frío es una persona que ni siquiera sabe que tiene el problema que tú le puedes solucionar, no es consciente de ello. No puedes asumir, entonces, que te estaba buscando, porque quizás lo que ocurrió es que por pura casualidad vio tu aviso o tu publicación en alguna red social y le llamó la atención el diseño o el mensaje. Despertaste su curiosidad y solo quiere satisfacerla.

Entonces, los mensajes que le dirijas a esta persona deben ser, principalmente, de corte educativo e informativo. Que sepa quién eres, qué haces, qué tienes para él y cómo has ayudado a otros para establecer una relación y que te permita comunicarte con él con frecuencia. No puedes hablarle de venta porque lo ahuyentarás y establecerá barreras que serán infranqueables.

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Nutrir, educar y entretener son los objetivos que debes cumplir con este prospecto frío. Nutrir significa brindarle la información requerida para que abra la posibilidad de entablar una relación. Un contenido destinado a generar confianza y credibilidad, a que vea que no eres más de lo mismo, que no eres otro de tantos vendehúmo que hay en el mercado, que eres diferente.

Educar significa compartir con esa persona el conocimiento que posees, el aprendizaje que surge de tu experiencia y, sobre todo, de tus errores del pasado. Señalarle cuáles son las dificultades que va a encontrar en el camino y prevenirlo para que no tropiece con esas piedras que a ti te hicieron caer. Y, de manera especial, mostrarle que ya pasaste por ahí, lo superaste y lo quieres ayudar.

Educar es, seguramente, la acción más importante, impactante y transformadora que puedes realizar en beneficio de otros. Y, aunque no parezca, es la principal razón por la que una persona se conecta a internet. Nos dicen que las personas solo quieren comprar, pero no es cierto: la mayoría de las veces consultan la red en busca de una respuesta, de una solución a su problema.

O, probablemente, porque quiere divertirse. ¿Cómo? Escuchar música, ver un video o reír con un meme simpático. La verdad es que la realidad cotidiana es caótica, frenética e histérica y, si no somos capaces de encontrar una válvula de escape, un oasis, nos exponemos a males mayores. Entonces, el contenido entretenido es muy importante porque genera un lazo de confianza.

Un prospecto tibio es una persona que es consciente de su problema, pero que todavía no es consciente de la solución. Ha investigado, quizás ha confiado en alguien, pero lo que encontró no es lo que esperaba. Por eso, a veces es desconfiado y reacio a que le hablen de venta. Entonces, tus mensajes deben estar destinados a demostrarle que tienes la solución que está buscando.

Solo cuando hayas conseguido que ese prospecto tibio sea consciente de que necesita algo para dejar atrás ese dolor, para solucionar el problema que lo aqueja y no lo deja dormir tranquilo, podrás hablar de tu producto. Si te anticipas, corres el riesgo de ahuyentarlo, de perder la confianza que te había brindado, de derribar la credibilidad que habías conseguido construir.

A ese prospecto tibio, sin embargo, todavía no le puedes hablar de venta. No está listo todavía. Tu mensaje, por lo tanto, debe enfocarse en convencerlo de que hay una solución, de que no merece seguir hundido en el dolor. Y cuando le hables de tu producto o servicio, de lo que tienes para él, debes enfocarte en los beneficios, en el resultado que obtendrá una vez reciba lo que le ofreces.

Es el momento en el que tienes que apelar a su imaginación, ponerla a volar. ¿Cómo? Llevarlo al escenario a través del cual pueda experimentar cómo será su vida después de la transformación que tu producto o servicio le brindará, le posibilitará. Si no logras este objetivo, si esa persona no consigue traducir ese beneficio en el placer de haber solucionado su problema, no te comprará.

Recuerda algo: la compra es una decisión emocional que después justificamos racionalmente. El disparador, el último empujoncito, es una emoción. Por eso, tienes que apelar a su imaginación, a que tu mensaje lo lleve a ese escenario positivo, constructivo y feliz en el que quiere estar. Una vez puedas despertar esa emoción, él mismo te pedirá a gritos que le des lo que le ofreces, que le vendas.

Como ves, configurar el mensaje adecuado va más allá de la definición del avatar. Este es el punto de partida, es fundamental, pero no es suficiente. La clave radica en entender que el avatar es un ser viviente, dinámico, no un amigo imaginario que se queda en el papel. Un ser viviente que está en un punto específico del proceso de compra: debes determinar en cuál, antes de comunicarte con él.

En ocasiones, puedes creer que no eres capaz de construir un mensaje, que no sabes escribir, que no eres bueno frente a la cámara, que tu voz se escucha horrible en un pódcast. Quizás no es así, quizás el mensaje que emites, no importa en qué formato o a través de cuál canal, no es adecuado para ese prospecto en especial, no es adecuado para el punto del proceso en el que se encuentra.

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Para escribir, probar y fallar también es la estrategia más efectiva

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? ¿Cocinar? ¿Aprender un nuevo idioma? ¿Algún deporte? ¿El manejo de un dispositivo digital o de un software específico? No importa en realidad qué haya sido, porque lo único realmente valioso es que lo lograste. Con esfuerzo, con sacrificio, quizás con algo de dolor, pero lo lograste.

Y, de eso estoy seguro, antes de comenzar tenías miedo. Y muchas dudas. Y desconfianza. Sin embargo, ese sueño fue más poderoso y, por eso, las dificultades que enfrentaste en el camino solo fueron eso, dificultades, aprendizajes que te sirvieron para ser más fuerte y seguir adelante. Y estoy seguro, también, de que después de alcanzar ese logro te sientes una mejor persona.

Recuerdo que hace ya casi 15 años, cuando falleció mi santa madre, mis habilidades en la cocina se reducían a preparar huevos (pericos o fritos, sin que se chamuscaran). Una tremenda ironía, porque mi mamá fue una excelente cocinera, al punto que podía descifrar la receta de un plato con solo probarlo y luego cocinarlo. Así, por ejemplo, aprendió a preparar la fanesca ecuatoriana.

¿La probaste al vez? Es deliciosa. Es un guiso a base de granos tiernos y pescado seco, típico de la zona norte de Ecuador, en los límites con Colombia, y que se prepara principalmente durante la cuaresma. Mis padres vivieron en ese país varios años y la señora Elisa, por supuesto, no perdió la oportunidad de aprender a cocinar algunos de los platos autóctonos. Este, una obra de arte.

El caso es que, aunque una cocinera de primera, era muy mala maestra: carecía de paciencia y de tacto para enseñar. Lo único que pude aprender de ella fue la torta de cumpleaños, que una vez le ayudé a cocinar porque a ella no le gustaba la cocina dulce. Por varios años, esta celebración en casa se hizo con mis ponqués, hasta que un día el festejo se transformó en una reunión de amigos.

Por ahí con un amigo alguna vez, de la mano de la cocinera de su casa, la señora Elsa, aprendimos a preparar tostadas francesas (que no es una hazaña) y postre de limón (que ya tenía algo de ciencia). Si mal no recuerdo, ahí terminaba mi sabiduría culinaria. Hasta que mi madre partió a la gloria eterna y me vi cara a cara con un problema inesperado: ¿y ahora qué voy a comer?

En las primeras semanas, la señora Aracely, que nos ayuda con las labores domésticas, me dejaba la comida preparada, pero pronto me cansé de comer recalentado. Pasé, entonces, a la fase de los alimentos congelados, pero no tardé en descubrir que la mayoría tenía un sabor distinto al natural y, por eso, me aburrí. ¿Qué salida quedaba? Domicilio, no. ¡Tenía que aprender a cocinar!

Comencé con platos sencillos, con mezclas normales y luego abordé tareas más retadoras: la lasaña, por ejemplo, que me encanta. La primera versión tenía ingredientes de lasaña, sabía a lasaña, pero su apariencia distaba mucho de una verdadera lasaña. Fue como al cuarto o quinto intento que di en el clavo. Y lo mismo sucedió con otros platos, como la tortilla española.

Hoy, fíjate, preparo toda mi alimentación y mi carta menú incluye varios platillos que jamás creí poder preparar. Mi papá, que por culpa del consentimiento de mi mamá es muy exigente con la comida, disfruta lo que cocino. Ahora, por ejemplo, la cena de celebración de Navidad o Año nuevo corre por mi cuenta (lomo al trapo, lasaña, rollo de carne). ¡Finalmente, aprendí!

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¿A dónde voy con esta historia? La idea de compartir esta experiencia contigo surgió cuando vi en internet la siguiente frase: “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. Absolutamente genial, ¿cierto? Y, además, resulta perfecta para rebatir la principal objeción que escucho a la hora de intentar escribir.

“No puedo”, es lo primero que me dicen. Y no es cierto: todos podemos. Lo que sucede es que a veces no sabemos cómo hacerlo, no hemos desarrollado la habilidad necesaria, carecemos del conocimiento requerido o no hemos encontrado la ayuda idónea. Como ves, el mensaje es muy distinto, porque el odioso “no puedo” les cierra la puerta a alternativas que, por supuesto, son viables.

Además, como lo he mencionado en artículos anteriores, dentro de ti hay un buen escritor que, como el oso en el invierno, está hibernando a la espera de que los rayos del sol iluminen su camino. No lo olvides: dentro de mí había un buen cocinero (no un chef) que solo afloró cuando las circunstancias lo exigieron. Si crees que no puedes, este artículo, sin duda es para ti.

“Estoy viejo para eso” (una versión de es tarde para empezar) no pasa de ser una excusa fácil. El actor estadounidense Morgan Freeman tenía 50 años cuando, por fin, interpretó un papel que fue aclamado por el público y la crítica. El escritor portugués José Saramago saboreó las mieles del éxito a los 58 años y el compositor italiano Giuseppe Verdi estrenó su obra cumbre a los 74.

“Viejo el viento y todavía sopla”, reza un popular refrán. Si eres de los que acuñaron la creencia de que es tarde para empezar, te recomiendo esta nota: 4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde). Cualquier día es bueno para empezar, pero, sin duda, el mejor es hoy. Y, algo que no puedes pasar por alto, lo peor es quedarte con la incertidumbre, no comprobar que eres capaz.

“Comenzar de nuevo”, mientras tanto, te permite borrar de tu mente la ideal del fracaso. ¿Ya lo intentaste y no funcionó? ¿No resultó como esperabas? Está bien, así es la vida. No siempre a la primera conseguimos lo que deseamos, quizás por falta de conocimiento, porque deseamos llegar a la meta en un solo paso, porque carecemos de paciencia. Que hayas fallado no significa que no puedas.

El único fracaso consiste en renunciar a tus sueños, en dejar que el miedo asuma el control de tus acciones y decisiones y, de esta manera, privarte del privilegio de disfrutar lo que la vida preparó para ti. “Comenzar de nuevo” significa que tienes la disposición necesaria para intentarlo otra vez y que ahora te sientes mejor preparado para recorrer ese camino, para volver a experimentar.

Que estés inseguro es normal, porque toda aquella situación en la que nos vemos vulnerables nos transmite esa sensación. Sin embargo, tan pronto te despojes de las prevenciones, cuando creas en ti y en tus cualidades, en tus capacidades, la inseguridad desaparecerá. Será, entonces, cuando puedas actuar diferente a como lo haces habitualmente, cuando te des cuenta de tus poderes.

Probarás y fallarás, sin duda, porque esa es la secuencia lógica del proceso, porque así es que se aprende. Pero, créeme, si persistes, si no abandonas, vas a tener éxito. Que quizás no significa convertirte en un escritor laureado, pero sí en una persona feliz porque cristalizó un sueño. Y ese será un momento sublime, inolvidable. Y solo lamentarás no haber comenzado mucho antes.

¿Qué es lo más difícil que intentaste en la vida y al final, a pesar de las dificultades, lo lograste? La próxima vez que dudes, “No olvides que puedes empezar tarde, comenzar de nuevo, estar inseguro, actuar diferente, probar y fallar y, aun así, tener éxito”. No importa cuántas veces lo intentaste y cuántas fallaste: si haces lo necesario, escribir dejará de ser un anhelo y se convertirá en una realidad.

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Tú puedes escribir una historia que sea digna de contar

Nada, absolutamente nada, sucede por azar o casualidad. Tu vida tampoco es un plan que ya está trazado de antemano y que es inmodificable. Todo, absolutamente todo lo que nos sucede, es consecuencia de nuestras acciones y decisiones, de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer. Y además de cómo lo hacemos. En esencia, cada uno es responsable de la vida que tiene.

Lo que hemos vivido en los últimos meses nos ha dejado claro que la vida es un ratico, como suele decir Juanes. En un abrir y cerrar de ojos nos cambia o, más triste, se nos escapa. Y cuando se trata de situaciones o circunstancias ajenas a nuestro control, poco o nada podemos hacer. Esa es una visión que, por lo general, asociamos a en especial los hechos negativos que nos ocurren.

Sin embargo, por fortuna, no todo lo que nos sucede es negativo. De hecho, si miras a tu alrededor vas a encontrar mil y un motivos para agradecerle a la vida cuanto te ha dado y te sentirás bendecido y afortunado porque no te falta nada de lo básico. Y si miras con más atención, comprobarás que hay muchas cosas que te sobran, que has recibido más de lo que necesitas.

La vida es un ratico y, por eso, si tomas las decisiones correctas, también comprobarás que estás en capacidad de construir la vida que deseas. Porque, y esta es una poderosa lección a la que a veces no le prestamos atención, tu vida también puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, pero para bien, para mejor. Cuando te das la oportunidad, tu vida puede ser algo extraordinario.

¿Por qué te menciono esto? Recientemente fui parte del Congreso Somos Emprendedores Digitales, organizado mi amigo y mentor Álvaro Mendoza y su socio Benlly Hidalgo. Fue la cuarta edición del evento, que los dos primeros años se realizó de modo presencial en Vigo (España). El año pasado, en septiembre, migró al escenario digital por las circunstancias y ahora repitió.

Fui uno de los 21 panelistas invitados y durante tres intensos días adquirí un valioso aprendizaje. Que, valga decirlo, aún no termino de digerir y que se multiplicará cuando tenga la oportunidad de revisar las grabaciones de cada una de las charlas. ¿Lo mejor? Comprobar, una vez más, que nada de lo que hacemos, nada de lo que sabemos, tiene sentido si no lo compartimos con otros.

Y en esta ocasión, en especial, fue muy grato hacerlo porque contamos con una audiencia que fue generosa, participativa y que nos nutrió a todos los panelistas con sus preguntas inteligentes, con una retroalimentación honesta y cargada de energía positiva. Lo mejor de compartir algo con otros es que esas personas lo reciban, lo aprecien y lo valoren, una premisa que se cumplió a cabalidad.

Fueron diversas las conclusiones valiosas al cabo de estos tres días y a continuación comparto contigo algunas que sé pueden ser de provecho para tu vida y tu trabajo:

1.- La magia la tienes tú. Desde hace años, y especialmente en los últimos meses en los que se dio una obligada e inesperada explosión del tema digital, nos dicen que, si dominas las herramientas, si aprendes lo básico de la tecnología, si te mides al reto de montar un negocio en internet, corres el riesgo de convertirte en un millonario en poco tiempo. Y, no, no es así, esta es una gran mentira.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo (algo que, por supuesto, no ocurrió), los ponentes fuimos reiterativos en un concepto: la tecnología y sus herramientas son increíbles, pero esa transformación que todos ansiamos solo es posible a través del poder de los seres humanos. De nuestro conocimiento, nuestras experiencias, nuestros dones y talentos y de nuestra pasión.

No es un celular, un computador, un autorrespondedor o un chatbot lo que te permitirá construir la vida que deseas y, sobre todo, brindarle bienestar a tu familia y dejar huella en este mundo. Ese, por fortuna, es un privilegio de los seres humanos. El éxito de tu negocio no lo puedes medir por el monto de las ventas, sino por la calidad del impacto que puedas provocar en la vida de otros.

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2.- El poder de lo básico. Esto fue algo que me encantó, te lo confieso. Una de las razones del éxito de SED-2021 fue que varios de los panelistas son emprendedores de la vieja guardia. ¿A qué me refiero con esto? A personas que aprendieron de marketing digital cuando internet estaba en pañales, cuando no había redes sociales, ni wifi, ni conexiones de banda ancha, ni fotos digitales.

Estos dinosaurios digitales, sin embargo, tienen un valor imposible de tasar en dinero: todos se formaron cuando se enseñaba el marketing de antes, conceptos que están vigentes hace más de un siglo. No solo dominan los pilares del emprendimiento, sino que han sabido adaptarse a las exigencias del mercado, se actualizan constantemente y, lo mejor, son eternos aprendices.

Así como durante la pandemia la vida nos enseñó el valor de lo esencial, nos invitó a alejarnos de la histeria mediática y a regresar a lo simple, en SED-2021 redescubrimos el poder de lo básico en el marketing. Y algo que es fundamental: el marketing del siglo XXI no consiste en vender, sino en servir. El éxito se refleja en tu capacidad para genera transformación con tu conocimiento.

3.- El poder del mensaje. Lo que más me impactó, y es el aprendizaje que quiero transmitirte en esta nota, es que en esta era de la revolución digital, de la tecnología y de la comunicación, la clave del éxito está en el mensaje, en el poder de tu mensaje. Y, ¿sabes qué es lo mejor? Que, aunque no lo creas, tú tienes un mensaje poderoso para transmitirles a otros, para ayudar a otros.

No necesitas ser periodista, presentador de televisión o experto en la creación de videos. Lo que tú no sabes hacer, otros te lo pueden enseñar o, mejor, lo harán por ti. En cambio, nadie puede enseñarles a otros lo que tú sabes, lo que tú has vivido; nadie puede compartir el valor de tus experiencias, de tus fracasos, de tus logros. Nadie puede cumplir tu misión o tu propósito.

Todos llegamos al mundo por una razón y nuestra existencia solo tiene sentido si somos capaces de honrarla. Aunque no te hayas dado cuenta, tienes un mensaje poderoso que puede ser útil para otros, que otros necesitan ansiosamente. No importa qué hagas o a qué te dediques, ni cuál sea tu área de especialidad: la vida te encomendó una misión y tu mensaje es tu mejor herramienta.

Moraleja: como expresaron varios de los panelistas durante el evento, siempre estamos en crisis, siempre hay problemas, siempre hay competencia, siempre hay dificultades, siempre hay errores. Así fue antes de internet, así es hoy y así será mañana. Eso, sin embargo, no es obstáculo para que te prives de la vida que anhelas, para que te conformes con algo menos de lo que te mereces.

Si miras a tu alrededor, estoy seguro de que solo verás bendiciones. Pero, también, a personas que no son tan afortunadas como tú o como yo, personas que sufren, que tienen carencias básicas y que, en especial, ansían que alguien las escuche y las ayude. Y todos, absolutamente todos, podemos aportar algo a través del conocimiento, la experiencia, la pasión y vocación de servicio.

Nada, absolutamente nada, sucede por azar o casualidad. Todo, absolutamente todo lo que nos ocurre, es consecuencia a nuestras acciones y decisiones, de lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. Cada uno es el único responsable de la vida que tiene y entender que la vida es un ratico y puedes hacer de ella algo extraordinario, tú puedes escribir una historia que sea digna de contar.

Si eres una persona que se unió a esta aventura luego del SED-2020, muchas gracias por continuar aquí. Hemos dado unos pocos pasos, que espero hayan sido enriquecedores, y es largo el camino que falta por recorrer. Lo mejor es que son muchas las experiencias que vamos a compartir, lo que vamos a aprender y, en especial, lo que nos podemos ayudar. Tu confianza es mi combustible.

Si eres una persona que acaba de unirse a este viaje, bienvenido a la familia. Sí, porque eso somos quienes cada día hacemos lo máximo para cumplir nuestros sueños, para ayudar a otros, para transformar este mundo en algo mejor. Un solo consejo que pueda servirte me compensará y ayudarte a despertar el buen escritor que hay en ti es mi misión, mi compromiso y mi pasión.

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Y tú, ¿cuándo te vas a animar a escribir y publicar tu primer libro?

Hace unos días publiqué en Amazon.com, en compañía de otros seis emprendedores latinoamericanos, un nuevo libro: ¡TÚ PUEDES 2.0! Si bien comencé mi trayectoria profesional en 1987, fue apenas en 2013 (es decir, 26 años después) que publiqué mi primer libro: Colombia Mundial, de Uruguay-1930 a Brasil-2014, una fascinante historia de los mundiales de fútbol.

Desde entonces, son ya 14 los libros que escribí a nombre propio, como escritor fantasma (ghostwriter) para otros o, como este último, en el modelo colaborativo. Lo primero que quiero que te quede claro es que no vivo de escribir libros: son parte de mi portafolio de servicios, pero no es algo a lo que me pueda dedicar exclusivamente porque es desgastante y no bien remunerado.

“Si no te pagan bien, si no es un buen negocio, entonces, ¿para qué escribes libro?”. Esa fue una pregunta que me formularon alguna vez y cuya respuesta, quizás, no te convenza: porque en el mundo actual un libro es la mejor herramienta para darte a conocer, posicionarte en el mercado, generar confianza y credibilidad, establecer autoridad y ganar el respeto y la admiración de otros.

No es poco, ¿cierto? Desde que comencé a trabajar como periodista en el periódico El Tiempo en mi cabeza estaba la idea de escribir un libro. Igual que puede ocurrirte a ti ahora, o desde hacer un tiempo. Sin embargo, lo sabrás, del dicho al hecho hay un largo trecho. Que, por supuesto, de ninguna manera significa que sea imposible, que ese sueño sea algo inalcanzable. Por el contrario.

Si bien ya tenía una carrera construida y era un periodista conocido, la experiencia de publicar un libro fue algo enriquecedor y muy divertido. Al final, por lo menos, porque el proceso de conseguir que una editorial aceptara publicar el proyecto fue un parto de mula. Y hay que pagar el derecho a piso por conocer este ambiente, que es muy complejo, y adaptarse a las condiciones impuestas.

No siempre es una experiencia agradable. Sin embargo, en la otra orilla, ser protagonista de un lanzamiento, algo que nunca había vivido, estar en la Feria del Libro como autor, estar en sesiones de firma de libros y atender una agenda de promoción en medios fue maravilloso. Tuve la oportunidad de reencontrarme con colegas, pero también de conocer a otros y otros medios.

Lo mejor, ¿sabes qué fue lo mejor? Que la experiencia fue más agradable con el segundo libro y, luego, con el tercero. El contacto con los hinchas del fútbol puede ser tóxico en ocasiones, pero también es revitalizador por la pasión, por la gratitud, por la admiración que te profesan. Y dado que ganar dinero es poco probable (salvo que escribas novelas y tengas éxito), esto te hace feliz.

Escribir libros a nombre de otros, mientras, resultó ser una experiencia novedosa. No es un hijo propio, como cuando tú eres el autor, sino más bien como si hubieras adoptado. El mérito y las regalías (en todo sentido) son para quien aparece como autor. Y está bien, es un esquema de trabajo válido que, por demás, se utiliza desde hace mucho tiempo. Y lo he disfrutado mucho.

Los libros colaborativos son distintos. El éxito o el fracaso, las ganancias o las críticas, todo es compartido. La principal virtud de este esquema es que el lector encuentra una variedad de opciones y de visiones en un mismo texto, lo cual resulta atractivo, sin duda. En este caso, nos reunimos varios emprendedores latinoamericanos a compartir experiencias y conocimiento.

En la primera versión de ¡Tú Puedes! los autores fuimos Álvaro Mendoza (mi amigo y mentor y promotor del proyecto), Pablo Vallarino (Argentina), Iria Álvarez (España), Efraín Vega (México), Susana Jacques (México), Martín Omar (Argentina) y yo. Salvo para Álvaro y para mí, este fue el primer libro de los otros autores, una experiencia que les resultó extraordinaria y enriquecedora.

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Una de las características positivas de este libro fue que, además de la versión digital que se puede adquirir en formato Kindle en Amazon o también impreso, ofrecimos los capítulos en pódcast, leídos por el respectivo autor. Para los lectores, fue una grata novedad y quienes lo consumieron en audio lo disfrutaron al máximo. De hecho, muchos nos dijeron haberlo escuchado y leído.

¡Tú Puedes 2.0! fue una experiencia traumática. Justo cuando comenzábamos el proyecto se decretó la pandemia mundial y, por supuesto, el tema se complicó. Por más que intentamos publicarlo antes de finalizar el 2020, no fue posible. Lo hicimos hace unos días y, felizmente, fue muy bien acogido por nuestros amigos, conocidos, clientes y el mercado en general. ¡Qué alivio!

Esta vez, a Álvaro y a mí nos acompañaron Susana Jacques (otra vez), Yaneli Acosta (México), Marcos Ornelas (México), Alberto Pérez (Argentina) y Juan Manuel Gómez (Colombia-EE. UU.). la verdad, no podemos estar más felices por el resultado, pues el libro fue número uno en varias categorías (negocios e inversión, marketing web, desarrollo personal, entre otras) en Amazon.

Todos recibimos una retroalimentación sencillamente espectacular, mensajes que nos motivan y, sobre todo, nos enseñan que aquello que compartimos, experiencias y conocimiento, es valioso para otros. Y eso, créeme, es la regalía más importante, porque dinero no vamos a ganar por esta vía, entre otras razones porque este libro lo vamos a usar, más bien, como imán de prospección.

A título personal, no puedo estar más feliz y orgulloso por este proyecto de ¡Tú Puedes 2.0!, porque cuatro los coautores fueron mis alumnos: Álvaro Mendoza, Susana Jacques, Alberto Pérez y Juan Manuel Gómez. A excepción de Álvaro, los demás realizaron mi curso A escribir se aprende escribiendo, en el que se dieron cuenta del talento que tienen y aprendieron a aprovecharlo.

Por supuesto, el nombre de este proyecto, que anhelamos extender por muchas versiones más, no es algo fortuito: ¡Tú Puedes! es una invitación a que dejes atrás tus miedos y prevenciones, a que no postergues más tu sueño y publiques tu primer libro. En solitario o en colaboración, no importa, escrito por ti o a través de un ghostwriter, con una editorial o por autopublicación.

Prácticamente todos los seres humanos soñamos con escribir un libro, pero solo unos pocos lo conseguimos. Lo increíble es que hoy es más fácil hacer que nunca, hoy hay menos trabas y, sobre todo, más ayuda, recursos y opciones para hacerlo. Lo difícil, créeme, es no hacerlo, no aprovechar este escenario maravilloso que es internet. Y, no es una frase de cajón, si quieres, ¡Tú Puedes!

Por supuesto, en vista del éxito alcanzado, ya estamos trabajando en la tercera versión del libro colaborativo, que esperamos publicar a mediados del año. Sin importar qué hagas y a qué te dediques, hoy el ámbito laboral te exige ser visible y fácilmente reconocible, porque de lo contrario serás invisible. Y, repito, no hay mejor herramienta de visibilidad y posicionamiento que un libro.

Quítate de la cabeza la idea de que para publicar un libro debes ser un escritor profesional, un periodista o haberte formado para ello. Si reúnes alguna de estas condiciones, mejor, pero no es imprescindible. Hay muchas opciones que te facilitan la tarea y, lo mejor, son muchos los beneficios que te niegas por tu miedo a la crítica o, tristemente, por creer que no puedes.

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Las 4 poderosas herramientas que te harán un buen escritor

Vivimos, gozamos y sufrimos la era de la tecnología. En el curso de no más de 30 años, la vida nos cambió radicalmente y, tal y como lo hemos experimentado en el último año, seguirá cambiando. Una vida en la que la tecnología cada vez tiene más injerencia, más influencia, y que nos enfrenta a un dilema: aprovechar sus enormes beneficios, pero también estar expuestos a su dependencia.

Cuando comencé mi carrera periodística, por allá en agosto de 1987, todavía se trabajaba en las vetustas máquinas de escribir que hoy son reliquias, piezas de museo. Por aquel entonces, en el periódico El Tiempo, el medio más importante del país, ya había algunos computadores que, en esencia, eran nada más procesadores de palabras, porque los PC como tal apenas surgían.

La armada del periódico, el montaje de las páginas antes de enviarlas a impresión, también se hacía de forma manual, pegando las tiras con cera a las páginas maestras. Una experiencia alucinante, fascinante, aquella de ver al armador cortar los textos e irlos pegando con cuidado, con delicadeza, hasta que cada página quedaba armada como si fuera un rompecabezas.

Por allá en 1992/93, la redacción sufrió un cambio drástico, inevitable: las enormes pantallas de los procesadores de palabras fueron remplazadas por computadores personales. Antes, aquellas pantallas debían ser compartidas por el personal de cada sección, mientras que ahora cada uno tenía su computador propio. ¡Maravilloso! No fue un cambio fácil, en especial para los antiguos.

Sí, los periodistas más veteranos, los de libreta de apuntes, para quienes la grabadora ya era algo parecido a un sacrilegio, trabajar en computador le restaba arte al oficio. Por supuesto, fueron ellos los que más sufrieron el proceso de adaptación a la tecnología, que llegó para quedarse. Y unos años más tarde, a finales de los 90, llegó internet y, entonces, ya no hubo marcha atrás.

Lo mejor es que internet no venía solo. Trajo consigo las cuentas de correo electrónico, las redes sociales, la banda ancha, las conexiones wifi, los teléfonos celulares, las tabletas, una cantidad de dispositivos digitales maravillosos. Que nos cambiaron la vida, que nos facilitan la vida, pero que, tristemente, nos complican la vida. No por la tecnología en sí misma, sino por cómo la utilizamos.

La tecnología es maravillosa, de muchas formas, y decir lo contrario sería una necedad. Además, cada día hay nuevos dispositivos o mejoras en los que ya empleamos que los convierten en más funcionales y productivos. Y, algo que no podemos pasar por alto, la gran mayoría de estos dispositivos o sistemas están al alcance de muchos, ya no son un privilegio exclusivo de pocos.

Lo malo es que, como lo ha dicho desde hace tiempo el controvertido escritor estadounidense Nicholas Carr, “Nos estamos volviendo menos inteligentes, más cerrados de mente e intelectualmente limitados por la tecnología”. Estoy casi completamente de acuerdo con él, con la salvedad que, a mi juicio, no es la tecnología la que nos limita, sino el uso que hacemos de ella.

No es el celular el que te convierte en un esclavo de la tecnología: es tu hábito de estar pendiente de redes sociales y demás aplicaciones todo el tiempo, como si el mundo se fuera a acabar porque no leíste un mensaje o no lo respondiste. De la misma forma que poseer un arma no te convierte en un asesino o en un delincuente: es el uso que les damos a la tecnología y a las cosas lo que nos condena.

“Mi sensación —por mi propia experiencia y por las de otras personas con las que hablé, además de los estudios que se estaban realizado entonces— era que internet iba a suponer un gran cambio en la manera en que pensamos y leemos, pero tenía dudas sobre si estaba dándole demasiada importancia a esa tendencia. Lamentablemente, los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije”, afirma Carr.

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“En estos 10 años he analizado interesantes y a la vez aterradoras investigaciones que muestran que, cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye. Nos volvemos tan absortos con la información que nos ofrece el celular que hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo”, agrega.

“En términos generales, internet nos brinda información de una manera que debilita nuestra capacidad para prestar atención. Obtenemos una enorme cantidad de información al navegar por internet o al usar el celular, pero nos llega de manera muy fragmentada; muchos pedacitos de información multimedia (sonidos, fotos, imágenes en movimiento, textos) que compiten entre sí, solapándose mutuamente”, explica.

Esta teoría de Carr es particularmente cierta en el tema de la escritura. Hoy, cuando disponemos del conocimiento de calidad a un clic de distancia, se escribe peor que cuando a duras penas teníamos un lápiz y un papel. Los niños sufren por serios problemas de comprensión de lectura y, en general, son incapaces de escribir un ensayo, un relato sencillo. Y no es por la tecnología.

Es porque los educamos mal, porque les decimos que el poder está en el celular, en la tableta, en el reloj inteligente o en cualquier otro dispositivo digital, cuando no es cierto. La verdad es que el poder está en ti, siempre ha estado en ti. Solo que no aprendemos a usarlo, a sacar provecho de él, o simplemente que nos da pereza hacer un mínimo esfuerzo para utilizar esos recursos.

Con frecuencia, alumnos y clientes me preguntan cuáles son las herramientas que les pueden ayudar a escribir. Honestamente, durante mucho tiempo no tuve respuesta para ese interrogante porque, si bien siempre trabajo en un computador, bien podría hacerlo también en una vieja máquina de escribir y estoy completamente seguro de que la calidad de mi trabajo sería igual.

Sin embargo, cuando leí el artículo con las declaraciones de Carr descubrí cuál era la respuesta. Las más poderosas herramientas para escribir (o para cualquier cosa que quieras hacer en la vida) ya están en ti y solo debes apreciarlas, valorarlas y explotarlas. Son inagotables y, además, únicas. Las comparto contigo porque estoy seguro de que desde hoy mismo puedes aprovecharlas:

1.- Tu cerebro. Es el órgano más maravilloso que existe. Ilimitado, apto para el trabajo duro y con una gran virtud: cuanto más lo uses, cuanto más lo alimentes, cuanto más lo aproveches, mejor funciona. Allí está todo lo que necesitas para escribir bien: conocimiento, recuerdos, experiencias e imaginación. No necesita recarga, pues unas pocas horas de descanso son suficientes.

2.- Tu corazón. ¿Qué sería de nosotros sin el corazón? Allí nacen y se albergan las emociones, esas caprichosas, traviesas y divertidas compañeras de viaje. Si bien conocimiento marca diferencia, es tu corazón el que te hace único: tus sentimientos, tu sensibilidad, tu capacidad para sorprenderte y la forma en que reacciones a lo que te sucede. Es la herramienta más poderosa que existe.

3.- Tus experiencias. Todo lo que vives, desde la experiencia más aterradora hasta la más insignificante, es una historia potencial. Aunque no lo creas, lo que te sucede encierra una lección que a otros les sirve, que otros necesitan conocer. Lo que tú vives es modelo para otros, de la misma forma en que tú te inspiras en las vivencias de otros. Tu realidad es el alimento de tu imaginación.

4.- Tus habilidades. Así como, por ejemplo, tu computador viene con aplicaciones geniales por defecto, tú, como ser humano, también fuiste configurado con todas las habilidades necesarias. ¡Todas! El problema está en que te limitas a unas pocas, que menosprecias muchas, que no te das la oportunidad de desarrollar algunas maravillosas como, por ejemplo, la habilidad de escribir.

Moraleja: no es la tecnología, una aplicación o una plantilla lo que te llevará a ser un buen escritor. Tú ya tienes todo lo que se necesita. Lo mismo que tenía, por ejemplo, Gabriel García Márquez o lo que tiene tu autor favorito. La diferencia está en que ellos sí aprovecharon y potenciaron esos recursos, esas herramientas. La buena noticia es que nunca es tarde para comenzar.

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Los 7 pecados capitales del ‘copywriting’: ¿cómo evitarlos?

Llevaba apenas una semana en Clubhouse, el nuevo ecosistema digital que causa furor, y ya me había involucrado en varias salas relacionadas con el marketing. Alguna, con el marketing de contenidos, una de mis especialidades. Habían sido experiencias enriquecedoras, pero todas se quedaron cortas después de participar, sin querer queriendo, de Copy.Mastery, de Jhon Villalba.

Acudí por invitación de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza y me entusiasmaba el tema del que se iba a hablar: “Los 7 pecados capitales del copywriting”. Lo que más me llamaba la atención era que hubiera un copywriter que se atreviera a tocar estos temas, que son tabú en un medio en el que el ego es la norma y la crítica, aunque justa y honesta, no está bien vista. Podía ser divertido.

Y vaya si lo fue. Y muy enriquecedor, también. No conocía a Jhon y él tampoco había escuchado de mí, así que se sorprendió cuando, de improviso, llegué al escenario de los panelistas. Me avalaba Álvaro, el Padrino de los negocios en internet, mentor de mentores y pionero del marketing digital en español, un amigo de juventud y la persona que, por fortuna, me involucró en este ámbito.

Las salas en las que participé fueron increíbles y de todas salí con grandes aprendizajes y, lo mejor, con nuevos contactos y amistades que, sin duda, son oportunidades recíprocas. Esta, sin embargo, fue especial por mi conexión con el tema, porque soy copywriting y, debo reconocerlo, por curiosidad: quería saber cuáles eran esos 7 pecados capitales y comprobar si los había cometido.

Fue poco más de una hora de una intensa interacción, de preguntas brillantes, de aportes de gran valor. De la mano de Jhon, que por casi 11 años ha trabajado como publicista y copywriter en varias de las más reconocidas agencias de publicidad del país, nos adentramos en las oscuras profundidades de los 7 pecados capitales del copywriting. Sin más preámbulos, vamos con ellos:

Pecado capital # 1 – No conocer a tu avatar
Más que del copywriting, este es un pecado capital del marketing. Y, tristemente, uno de los más propagados. Podría decirte, sin riesgo a equivocarme, que es la madre de todos los pecados capitales. ¿Por qué? Porque si no conoces a tu cliente ideal, si no sabes quién es, todo lo que hagas, absolutamente todo, carecerá de sentido y, lo peor, se perderá en el vacío.

La clave del éxito en el marketing y en los negocios, dentro o fuera de internet, radica en poder conjugar las ‘3M’. ¿Sabes cuáles son? Mensaje, Medio y Mercado. Solo obtendrás lo que deseas si puedes construir un mensaje poderoso (que apunte a los beneficios), lo transmites a través del medio adecuado y lo diriges a las personas correctas. Y para eso debes conocer a tu avatar.

Pecado capital # 2 – Ser ‘egosumidor’
Más que del copywriting, este es un pecado capital de muchos creativos, en especial, en los medios de comunicación. Se incurre en esta falta cuando nuestro mensaje se centra en nosotros mismos, en lo que hacemos y en lo que hemos hecho, en los premios y reconocimientos que nos han otorgado, y nos olvidamos de lo prioritario, de lo fundamental, de lo básico: el cliente.

Un buen copywriter es nada más una herramienta que facilita la construcción de un mensaje poderoso para una marca, empresa o emprendedor. Es el conector entre la marca y el mercado y, por lo tanto, su rol es más importante cuanto menos protagónico sea. Palabras tales como Yo, mi, nosotros, nuestra empresa o somos son las más dañinas en este proceso de creación. ¡Evítalas!

Pecado capital # 3 – El dilema necesidad/deseo
Esta es una traviesa cascarita en la que los copywriters caemos con frecuencia. ¿Por qué? Porque en el afán por confeccionar un mensaje poderoso cedemos a la tentación de tomar el peligroso atajo de darle al cliente lo que necesita, cuando él en realidad busca lo que desea. Y, claro, no se trata de un trabalenguas, sino de una dificultad que enfrentamos con frecuencia en el trabajo.

Bien decía Álvaro Mendoza en la charla: “El cliente, la mayoría de las veces, ni siquiera sabe qué necesita. Entonces, debemos venderle lo que desea y luego le entregamos lo que necesita”. Esta es la razón por la cual el copywriting está tan conectado con la sicología de la persuasión: requiere estimular las emociones que van desde el más intenso dolor al más delicioso placer.

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Pecado capital # 4 – Enfocarte en las características de tu producto/servicio
Es el camino más fácil y corto para estropear una venta o restarle poder a tu mensaje. De hecho, este es un estilo de copywriting que fue exitoso en el pasado, pero que hoy está caduco. Al cliente del siglo XXI no le interesa qué le vendes, sino el poder de transformación que este producto posee, es decir, cómo va a mejorar su vida después de que adquiera lo que tú le ofreces. ¿Entiendes?

Lo que necesitas es enfocarte en los beneficios y olvidarte de las características. No ignores una de las premisas básicas del marketing que, además, es uno de los pilares del copywriting: al cliente lo que lo mueve, lo que busca de ti es la respuesta a la pregunta clave: ¿Qué hay aquí para mí? Tu mensaje, entonces, debe dirigirse única y exclusivamente a responder este interrogante.

Pecado capital # 5 – Falta de coherencia
El origen de este mal es querer complacer a todo el mundo, caerle bien a todo el mundo, y eso no es posible. Y, además, tampoco es conveniente. El consumidor actual está harto de los mensajes cargados de hipocresía y, sobre todo, de los que van en contravía de las prácticas de las marcas y de los emprendedores. La falta de coherencia es un cáncer que mata súbitamente tu contenido.

Lo que los consumidores demandan de las marcas, de los negocios y de los emprendedores, es un compromiso real que, especialmente, tenga el respaldo de actos contundentes. Y nada de aguas tibias, de contradicciones, de vaguedades para evitar tomar partido en una situación determinada. El impacto de tu mensaje depende, en gran medida, de que esté conectado con tus acciones.

Pecado capital # 6 – Uso indiscriminado de plantillas
El popular y cada vez más frecuente copy+paste es una sentencia de muerte para tu copywriting. ¿Por qué? Porque va en contravía de tu creatividad, de tu imaginación, de tu capacidad para conectar con las emociones de tus clientes, del mercado. Además, estoy completamente seguro de que no conoces a nadie, absolutamente a nadie, que haya aprendido a escribir con plantillas.

Así mismo, como recalcó Álvaro Mendoza durante la enriquecedora charla, lo importante es que tu mensaje responda a una estructura lógica y coherente. A partir de ahí, lo demás es accesorio y entra en el terreno de la creatividad y la imaginación de cada uno. Claro, siempre y cuando no se te ocurra cometer el grave error de usar las plantillas diseñadas para llenar espacios.

Pecado capital # 7 – Titulares débiles
El titular es la carta de presentación de tu texto, de tu contenido. Es la puerta de entrada, o de salida, a tu contenido, a la aventura que tu mensaje representa para el cliente. Si no tiene el poder suficiente, la puerta no se abre y las palabras del mensaje se las lleva el viento. Sin embargo, hay algo que debes saber y entender: no hay fórmulas mágicas para titular, ni libretos perfectos.

Hay técnicas, ciertamente, que te ayudan a confeccionar un mensaje poderoso, pero ninguna más efectiva y poderosa que tu creatividad, que tu imaginación, que el conocimiento que tienes de tu avatar, que tu empatía para ayudar a otros. Un titular débil es una promesa sin fuerza y eso es imposible de vender. Por supuesto, aquí también están prohibidas las plantillas del copy+paste.

Si eres copywriter, si anhelas ser copywriter, por favor, nunca olvides estos 7 pecados capitales y procura no caer en ellos, al menos, no con frecuencia. Si eres copywriter, si anhelas ser copywriter, no dudes en sumarte a las charlas que lidera Jhon Villalba, el popular copy.mastery, en su sala de Clubhouse. Te garantizo que las disfrutarás y que tu cabeza estallará con tanto aprendizaje de valor.

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¿Corto o largo? (A la hora de escribir) El tamaño SÍ importa

Hay dos decisiones fundamentales que un escritor debe tomar en cuanto a la medida de tus textos. La primera está relacionada con la estructura de sus escritos, con el estilo que les quiere dar para crear una marca que lo identifique. La segunda, mientras, tiene que ver con la extensión de los artículos que publica (especialmente si hablamos de internet), de los libros que escribe.

No son decisiones menores y hay que comprender que no es cuestión de decir “voy a hacerlo así” y listo. No es tan sencillo, entre otras razones porque hay muchos bulos y creencias limitantes en torno de estos temas. ¿Como cuáles? Una de ellas, la más perversa, que es una afirmación sin sustento, es que hoy la gente no lee o, dicho de otra forma, lee menos que en el pasado.

Ni lo uno, ni lo otro. La respuesta real es que lee distinto, en formatos distintos y a través de dispositivos distintos. Tuve la oportunidad de acudir a la Feria del Libro de Bogotá, uno de los eventos más importantes del ramo en la región, de manera repetida entre 2014 y 2018, como autor y como invitado, y lo que observé allí desmiente categóricamente esa afirmación.

“Nada que ver”, como decían los jóvenes hace unos años (y ya no son tan jóvenes). Todos los días, no solo los fines de semana, se registraba una masiva concurrencia de estudiantes escolares, adolescentes y jóvenes universitarios que, además, no iban en plan de familia Miranda, como decimos en Colombia (solo a mirar), sino que eran participantes activos y compradores.

Participantes de conversatorios, de lanzamientos y de otras actividades y compradores de ofertas y de las temáticas que les atraen. Que son distintas a las del pasado, valga recalcarlo. Historia, política, sagas juveniles, deporte y textos universitarios, principalmente, que son rubros a los que las editoriales poca atención les prestan porque solo se interesan en promocionar a sus estrellas.

¿Percibes el poder del mensaje oculto? Niños, adolescentes y jóvenes universitarios que acuden masivamente a la Feria y compran libros. Es decir, no son solo digitales, más allá de su afinidad con la tecnología. Y los adultos tampoco se quedan atrás, más allá de que no es fácil sacar tiempo para leer con tranquilidad, porque por lo general están envueltos en una frenética e histérica rutina.

Así mismo, hace unos años, no muchos, se decía que el libro impreso estaba condenado a desaparecer en virtud de la fuerza del libro digital. Sin embargo, fue más un bum que una realidad, en especial porque los dispositivos no son baratos y porque leer en estas pantallas digitales no es para todo el mundo. Y, como en ave Fénix, el viejo, vetusto y empolvado libro se reposicionó.

Puedo afirmar, con un mínimo margen de error, que vivimos el mejor momento de la producción de contenidos, dentro y fuera de internet. Y en diferentes formatos como video y audio, que no es que resucitó, como dicen por ahí, porque nunca estuvo muerto, sino que se revitalizó gracias a nuevas herramientas y mercados, públicos jóvenes que quieren aprender y tienen mucho que decir.

Por eso, más que nunca, desarrollar la habilidad de escribir para transmitir tu conocimiento, para transmitir un mensaje que no esté contaminado y, también, para cumplir tu sueño particular es una necesidad. Y, lo repito porque sé que es importante, sin pretensiones de gran estrella, de ser millonario y famoso. Puede ocurrir, sin duda, pero es el final de la historia, no el comienzo.

Una persona comienza a ser un buen escritor cuando establece una estructura. Que, no sobra recalcarlo, no es algo estático, sino que evoluciona a medida que pasa el tiempo, que hay más aprendizaje y más experiencia. Una estructura que le dé orden a tu escrito, que lo haga fácil de leer y, por supuesto, agradable de leer. Una estructura que, además, te facilite el proceso.

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Si te has visto con atención estos artículos que comparto contigo, habrás visto que todos los párrafos tienen cuatro líneas. La mayoría de ellos, además, contiene tres frases: una larga, una mediana y una corta. ¿Por qué? Porque escribir es algo muy parecido a bailar un vals o un bolero y para poder disfrutarlo al máximo se requiere un ritmo, una cadencia que ayuda a la legibilidad.

¿Por qué elegí esta estructura? Porque después de múltiples testeos que realicé en su momento, pude determinar que era la que mejores resultados ofrecía: más lectura, mejores comentarios, una experiencia más agradable para los lectores. Además, apta tanto para el formato impreso o para artículos de un blog, como para un libro y, algo importante, de buena lectura en dispositivos móviles.

¿Cómo puedes determinar tu estructura? Solo hay un camino: escribir y escribir. Un poco cada día, todos los días un poco. Y probar diferentes variantes sin caer en el extremo del perfeccionismo o de la autoexigencia. Escribe y compártelo con allegados, con amigos y hasta con desconocidos para que te den una retroalimentación. Corrige, prueba y valida. Y, por supuesto, evita los atajos.

¿Cuáles? Las famosas plantillas, que no te sirven y que, más bien, te causarán un mal. Y ten en cuenta algo crucial: olvídate de esos consejos según los cuales para que te lean en internet debes escribir frases cortas, párrafos cortos y llenar tus artículos de viñetas y emojis. Las viñetas son un recurso, un buen recurso, pero el uso abusivo se torna cansón e incómodo para el lector.

En cuanto a las frases y los párrafos cortos, ¡ten cuidado: son una trampa! El cerebro del ser humano no está programado para leer esas frases sueltas. ¿Por qué? Entre otras razones, porque cuando aprendemos a leer y a escribir en el colegio nos enseña la estructura del párrafo, que es una unidad de contenido con sentido completo. Y en esto último radica la clave: sentido completo.

Cuando rompes esa unidad, cuando partes el párrafo en frases sueltas, se pierde el sentido completo, se pierde la legibilidad. Este es el motivo por el cual hoy los jóvenes presentan tantos problemas de comprensión de lectura y dificultad para escribir. El cerebro no está diseñado, ni programado, para armar ese rompecabezas de frases sueltas y, por eso, no capta el mensaje.

Una estructura coherente, clara y fácil de leer, entonces, es la primera decisión que debe tomar un escritor. Por supuesto, mi consejo es que acudas a ayuda idónea, de personas que lo hacen bien y que demuestran que lo pueden transmitir. Pensarás que es algo demasiado complejo o difícil, pero en la medida en que escribas con frecuencia tu cerebro te guiará y lo hará fácil, porque lo disfruta.

Ahora, en el tema de la extensión de los artículos, en internet también hay mucho mito falso. Te dicen que debes escribir corto porque la gente no lee (que ya sabemos que es mentira), pero también te dicen que para que te lean debes aparecer en los primeros puestos de las búsquedas de Mr. Google. Y esa, amigo mío, es una gran contradicción, ¿lo sabías? Esta es la razón:

El algoritmo de Google no solo se fija en las palabras clave y en el SEO, sino que también entiende de contenido de calidad. Y para él, el contenido de calidad es sinónimo de contenido extenso. De hecho, los artículo que el buscador privilegio tienen alrededor de 2.000 palabras o más. ¿Lo ves? Pero, lo que te dicen en internet es que tus publicaciones no deben sobrepasar las 500 palabras.

Es una mentira. Estos artículos que publico en el blog tienen ente 1.200 y 1.500 palabras, es decir, menos de las que pide Mr. Google. Sin embargo, esa carencia se con un texto de buena calidad, tanto en lo gramatical y ortográfico como en el contenido. Entonces, no te dejes engañar: un artículo de 1.200 palabras en esencia ocupa dos páginas de Word, que no es algo difícil de escribir.

Además, y este es el argumento más importante, estamos en la era del conocimiento. El mercado, las personas, anda en busca de buen contenido, de conocimiento de calidad. En todos los ámbitos, en todos los temas. Y no solamente los autoproclamados expertos, sino personas anónimas que puedan compartir conocimiento y experiencias útiles, que sean empáticos, distintos y positivos.

Los últimos 33 años de mi vida los dediqué a escribir para otros: medios, empresas y personas. A mediados de noviembre de 2020 abrí este blog y la experiencia no puede ser más satisfactoria y enriquecedora. Es algo que tú también puedes hacer, que tú también puedes disfrutar. Recuerda: hoy, por el cambio de hábitos, la gente tiene más tiempo para leer y exige contenido de calidad.

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Contenido de valor: qué es y cómo aprovecharlo en tu estrategia

Es una de las expresiones que escuchamos con mayor frecuencia en los últimos, pero también, uno de los términos más gaseosos, acerca de los que hay demasiadas interpretaciones. Y, claro, no siempre son las adecuadas. Contenido de valor, escuchamos con frecuencia, pero la verdad es que no hay un acuerdo en torno de qué significa, en qué consiste y, sobre todo, por qué utilizarlo.

Hubo un tiempo, que quedó enterrado en el pasado, a pesar de que hay empresas y personas que se resisten a creerlo, en el que el marketing consistía exclusivamente en vender, en llevar a cabo una transacción: un producto o servicio a cambio de dinero. Punto final. La relación terminaba ahí y solo era posible otro capítulo si el vendedor podía ofrecer algo nuevo a ese comprador.

Hoy, sin embargo, y especialmente con los cambios de hábitos y de comportamiento que ha experimentado el ser humano en el último año, la realidad es otra. Marketing es servir, es brindar una solución efectiva a un problema específico del mercado. Si lo que tienes para ofrecer es ese servir y esa solución efectiva, la venta se dará, entonces, como una consecuencia lógica.

¿Percibes la diferencia? La venta ya no es el objetivo de tus acciones, el fin último de tus estrategias, sino una consecuencia de ellas. Si erras en tus acciones y en tus estrategias, la venta no se dará. Así de fácil, así de contundente. Entonces, lo que necesitas entender es que para lograr tu propósito debes concentrarte en el proceso, no en el resultado. ¡La clave está en el proceso!

Ahora, bien, es menester decir en qué consiste ese proceso: en educar a tu prospecto, en nutrir a tu cliente, en entretenerlo y fidelizarlo para que permanezca contigo un largo período y, sobre todo, que te compre una y otra vez. Ah, y algo muy importante: que se convierta en evangelizador de tu marca, es decir, que te refiera con sus amigos, con sus familiares, con sus compañeros.

La clave está en el proceso, pero, ¿cuál es la clave del proceso? En el valor que le puedas aportar al mercado, especialmente a través del contenido que compartes a través de distintos canales. ¿Por qué? Porque el marketing de hoy, del siglo XXI, consiste en interactuar con las audiencias, conversar con el mercado e intercambiar beneficios y el contenido es la más poderosa herramienta para lograrlo.

El problema de muchos emprendedores y dueños de negocios es que se dejan convencer de que tienen el producto (o servicio) ideal, aquello que el mercado estaba esperando con ansiedad. Sin embargo, cuando se tiran al agua, cuando ofrecen aquello que han preparado con esmero, se llevan una frustración grande: a nadie, a casi nadie, le interesa y, por ende, no logran ventas.

¿Por qué? Porque se enfocan en la venta, no en nutrir, no en educar, no en entretener, no en aportar valor. Y hoy, sí o sí, antes de intentar vender algo (sea lo que sea, al precio que sea), tienes que educar, nutrir, entretener y aportar valor. ¡Ah, y gratis! Así funciona el mercado: la estrategia más efectiva para darte a conocer, posicionarte, genera confianza y credibilidad es aportar valor gratis.

“No, Carlos, ¿cómo voy a regalar mi trabajo? Mi conocimiento vale, mi tiempo vale”, es la reacción más frecuente. Es cierto, salvo por un pequeño y crucial detalle: cuando das algo gratis no estás regalando, sino que estás sembrando. Así, al menos, funciona en marketing. La explicación tiene que ver con la sicología, con la forma en que el cerebro responde a cierta clase de estímulos.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza lo dice de manera magistral: “Cuando tú aportas valor de forma gratuita, en el momento en que ofrezcas algo, que intentes vender, esa persona que ya se benefició con lo que le diste pensará ‘Si lo que me dio gratis fue tan poderoso, ¡cómo será lo que voy a recibir si le pago!’”. ¿Entiendes? No estás regalando: estás abonando el terreno de la venta.

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Lo mejor es que el contenido de valor te sirve a lo largo de todo el proceso de venta. Si esa persona que muestra interés en ti no es consciente de su problema, o no lo ha aceptado, o no sabe qué haces, quién eres y qué le puedes ofrecer, el contenido responderá sus interrogantes y, además, derribará sus objeciones. Así, de ser un prospecto frío pasará a ser uno caliente (el que compra).

Si esa persona está en la mitad del proceso (prospecto tibio) o está caliente, el contenido de valor le dará el último empujoncito necesario para que haga clic en el botón de compra. ¿Entiendes? En cualquier momento del proceso, el contenido de valor es fundamental y, aunque escucharás algunas versiones contrarias, es la estrategia de mayor impacto, aunque no es la más rápida.

Ahora, bien, ¿qué es contenido de valor? Estas son sus cuatro características:

1.- Es útil. Esto significa que ese contenido apunta a darle pautas o consejos que le ayuden a dar solución a su problema o, cuando menos, a paliar el dolor. Es contenido enfocado en crear consciencia, que esa persona admita que padece ese problema y acepte que necesita ayuda para solucionarlo. Entonces, comenzará a investigar en procura de esa solución y quizás te encuentre a ti.

2.- Es inspirador. Este es el tipo de contenido de valor que más me gusta: el que empodera a la persona que te lee, ve o escucha. Es contenido enfocado en resaltar lo positivo, en identificar y aprovechar las fortalezas, en ver el lado positivo de las situaciones, en aceptar las dificultades y tratar de aprender de los errores. Esta clase de contenido genera una fuerte conexión emocional.

3.- Es aplicable. Esto significa que cualquier persona, independientemente de nivel de experiencia o de conocimiento, pueda sacar provecho del mensaje que emites. Que sea fácil de poner en práctica y que, ojalá, brinde resultados rápidos (aunque no sean los definitivos). Es decir, que haya una transformación rápida que provoque que esa persona quiera más, aunque tenga que pagar por ello.

4.- Es de impacto. Que no sea un post más, un libro más, un pódcast que sirvió para pasar el rato o un video para no aburrirse mientras hace fila en el banco. Que, más bien, sea algo que le brinde una lección poderosa, que produzca un cimbronazo en su corazón, que toque sus fibras emocionales y que le haga pensar “¿Cómo no me había dado cuenta?” y “Quiero más, ¡ya!”.

Si eres una empresa o un negocio, no tienes opción, y lo ocurrido en el último año nos lo ha demostrado con creces: si no logras establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, en algún momento se producirá un clic y esas personas se alejarán de ti. Además, el contenido de valor te permite alcanzar otro de los objetivos prémium del marketing: crear comunidades.

Si eres un emprendedor, especialmente si estás en las etapas iniciales de tu negocio, no tienes opción. La mejor estrategia, la más segura y efectiva para darte a conocer, posicionarte y generar un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, es el contenido de valor. Solo a través del superpoder de tu mensaje el mercado descubrirá, apreciará y valorará lo que le ofreces.

Moraleja: bien seas una empresa (grande o mediana), un pequeño negocio o un emprendedor, para ser visible en el mercado, estar en capacidad de competir y, como consecuencia de tus acciones y decisiones, de vender, antes debes aportar valor, crear y compartir contenido de valor. Los resultados dependerán de que ese contenido cumpla con las ‘3M’ del marketing, a las que me referiré en una próxima publicación.

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4 verdades que te ayudarán a elegir el camino correcto (para ti)

Una de las mayores dificultades que enfrenta una persona, cualquier persona, cuando quiere comenzar a escribir es encontrar la orientación idónea adecuada. Que, da pena reconocerlo, no abunda y mucho menos en internet. De hecho, la red está repleta de información, pero no siempre es información confiable; más bien, te conduce a la infoxicación, a la saturación.

El problema se origina de una creencia equivocada: que alguien puede enseñarte a escribir de la forma en que ella lo hace. Y, no, no es posible. No hay fórmulas mágicas, ni libretos ideales y, mucho menos, plantillas que te permitan aprender a escribir. Hay normas universales que, como es habitual, a algunos les sirven más que a otros y solo tienes que descubrir cuáles son para ti.

¿Por qué algunas funcionan y otras, no?  Porque cada persona es distinta, porque hay niveles de conocimiento diferentes, porque hay niveles de práctica distintos, porque hay hábitos diferentes, porque hay disposiciones distintas. Y, por favor, no te equivoques: esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, como jugar al tenis o, aprender un segundo idioma, en fin.

Esa es la razón por la cual hay personas que aprenden más rápido, que evolucionan más rápido, que desarrollan la habilidad más rápido. No es, como cree la mayoría de las personas, que son más inteligentes o que tienen un don especial. Se trata, simplemente, de que reúnen factores que les ayudan a acortar la curva de aprendizaje y, también, que son más disciplinadas y persistentes.

El arte de aprender a escribir consiste, como lo he mencionado en publicaciones anteriores, en encontrar, activar y disfrutar el buen escritor que hay dentro de ti. Ese es un proceso en el que alguien con experiencia, con conocimiento y con vocación de servicio (es decir, que no esté interesado exclusivamente en cuánto le vas a pagar) te puede ayudar, asesorarte y guiarte.

A partir de ahí, sin embargo, prácticamente todo depende de ti. Si deseas hacerlo bien, si tu sueño es publicar un libro o vivir de escribir, necesitarás un acompañamiento profesional. Pero, repito, prácticamente todo depende de ti: de tu disciplina, de tu constancia, de tus hábitos, de tu capacidad para seguir aprendiendo, de tu resistencia a las dificultades y de tu mentalidad.

Y esto último, la mentalidad, es crucial. Para escribir o cualquier otra actividad que realices. ¿Por qué? Porque es la que determina el éxito (o el fracaso) en mayor medida. Porque el conocimiento sirve, pero no basta; porque la disciplina sirve, pero no basta; porque la constancia sirve, pero no basta; porque los hábitos sirven, pero no bastan. Lo que marca la diferencia es la mentalidad.

Si tienes mentalidad de escasez, solo verás problemas, dificultades y carencias. Además, creerás todo aquello que te digan que no te sirve y que solo contribuye a generarte más dudas, más miedos. Y te irás al extremo de la búsqueda de la perfección, que no existen, que nadie nunca alcanzó, y será demasiado duro contigo mismo y te exigirás a tal nivel, que nunca lo lograrás.

Si tienes mentalidad de abundancia, en cambio, verás oportunidades, aprendizaje valioso y el terreno propicio para desarrollar tus habilidades, darles rienda suelta a tu creatividad y a tu imaginación y cristalizarás tus sueños. Pero, además, asumirás el proceso con entusiasmo, te comprometerás, lucharás por alcanzar tus objetivos y no te rendirás pase lo que pase.

Por eso, así mismo, debes cuidar la información que recibes y cómo la procesas. Recuerda que una de las razones por las cuales te cuesta escribir (o por la que puedes escribir) es por tu diálogo interior. Y este, por supuesto, está determinado por lo que consumes, por la información a la que tienes acceso. Y, como lo mencioné antes, hay demasiada que no te sirve, que es realmente tóxica.

¿Cuál es el problema? Que no hay reglas, no hay fórmulas mágicas, ni libretos perfectos. Sin embargo, todos los días recibimos emails y notas que nos dicen qué hacer, cómo hacerlo y, lo peor, nos ofrecen una receta, una plantilla, para convertirnos en un gran escritor. El resultado, ya lo sabemos, es que nada de eso funciona, que son solamente estrategias para vender.

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De la misma forma en que no cualquier lectura que ayudará a escribir mejor (o a desarrollar la habilidad de escribir), tampoco puedes seguir cualquier consejo que leas por ahí. Lo que en verdad necesitas es aprender las técnicas del oficio de la escritura, establecer un método, descubrir tu estilo y practicar, practicar y practicar. La estrategia más conveniente, créeme, es prueba y error.

No es la más agradable, sin duda, pero sé por experiencia que es la más efectiva. En todo caso, para que el proceso no sea interminable, ni insoportable, necesitarás apoyo y ayuda, necesitarás consejos de quienes ya pasaron por la situación en la que tú estás y lograron superarla y, lo mejor, alcanzaron sus sueños. Necesitarás consejos que te ayuden, que te impulsen, que te motiven.

Un buen consejo, para que nos pongamos de acuerdo, es aquel que te ilumina el camino, que te indica cómo lo hicieron otros y te señala qué errores debes evitar. Un buen consejo es como los ingredientes de una receta de cocina: te demuestran qué vas a preparar, pero no limita, de manera alguna, tu creatividad, tu capacidad para incluir algo más, para excluir algo, para crear.

Cuando escuches o leas un consejo para escribir, nunca olvides estas cuatro verdades:

1.- Nadie tiene la última palabra. Es muy importante que entiendas esto, porque así solo puedes evitar que te engañen. Y tampoco creas en las tales tendencias, que a menudo son tendenciosas. Y, por favor, no caigas en la trampa de seguir al gurú de moda, al que promociona la fórmula perfecta. Cuando escuches esas dos palabras, unidas o por separado, debes tener cuidado.

Sigue los consejos de quien se identifique con tus principios y valores, de alguien que te brinde confianza y, especialmente, de quien pueda demostrar fehacientemente que sabe hacer lo que dice que te enseñará y que esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. No basta con que sepa recitar la teoría, te ofrezca un arsenal de plantillas o acredite miles de seguidores en redes sociales.

2.- Escribir es un acto creativo personal. Dicho en otras palabras, es un descubrimiento personal, que solo tú puedes realizar. Claro, requerirás ayuda profesional, pero el único que puede descubrir y activar el buen escritor que hay en ti eres tú mismo. La persona que te pueda ayudar es nada más un facilitador, un guía que te enseña el camino correcto y te previene de eventuales errores.

Sin embargo, es imposible que aprendas a escribir como otra persona, igual que otra persona, porque escribir es un acto creativo personal. En ese proceso, delineas tu estilo y poco a poco lo consolidas, lo mejoras (aunque es necesario saber que esa tarea nunca termina). Y también debes aprender a aprovechar tu creatividad e tu imaginación a partir de tus experiencias.

3.- Tienes que crear tu propio método. Estrechamente relacionado con lo anterior, una de las tareas indispensables es establecer tu método de trabajo. Que puede ser parecido al de otro escritor, al de tu maestro, pero debe estar diseñado de acuerdo con tus necesidades, con tus habilidades, con tus posibilidades, con tus hábitos, de ahí que no puedas clonar algún modelo.

Por ejemplo, mi mejor horario para producir es a partir de las 6 de la tarde y casi nunca escribo en las mañanas. Eso, probablemente, no funcione para ti, ¿entiendes? También suelo escuchar música mientras trabajo, pero para ti quizás sea una distracción. Conclusión: tienes que crear tu propio método, uno con el que te sientas cómodo y que, principalmente, te ayude a cumplir tus objetivos.

4.- Debes filtrar los consejos que recibes. No puedes permitir que te contagie la infoxicación, la saturación, o no conseguirás avanzar. Elige un modelo, apégate a él y date una oportunidad. Si después de un tiempo determinas que no es lo que deseabas, que no es para ti, buscas otro. No es el fin del mundo y tampoco significa, de manera alguna, que no puedes ser un buen escritor.

Es, simplemente, parte del proceso de descubrimiento, de autoconocimiento. Es como los padres que quieren que sus hijos adquieran el hábito del deporte y, entonces, los inscriben en escuelas de fútbol, natación, tenis y patinaje, ¡simultáneamente! ¿El resultado? El chiquillo se satura y se produce el efecto contrario al esperado: ese niño odiará el deporte y nunca más querrá practicarlo.

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Cuidado con los vendehúmo de las plantillas: ¡son un engaño!

Internet, tristemente, es el reino de los bulos, las fake-news o las noticias falsas. Y cada día es peor, porque no solo los sucesos mediáticos, aquellos que concentran la atención de las personas por su trascendencia, son parte de esta despreciable especie. De hecho, prácticamente nada está exento de esta epidemia de desinformación, que se ha tipificado como la era de la infoxicación.

Una de las variables de esta grave enfermedad es el grave riesgo de sufrir un engaño cada vez que hacemos un clic. Estafas, versiones distorsionadas para favorecer a alguien en particular (o, por el contrario, para perjudicar a alguien) o, simplemente, mentiras que traspasaron la barrera de lo piadoso y entraron en las arenas movedizas de la peligrosa manipulación. Cada clic es un riesgo.

Por desgracia, el tema del copywriting y la escritura es uno de los más contaminados. Pululan los expertos sin preparación, los gurús que se aprendieron un libreto y lo interpretan con brillantez, pero que son incapaces de demostrar que pueden hacer aquello que pregonan. Son muchos los que se presentan como expertos en la materia, pero no pueden pasar del dicho al hecho.

Eso sí, son contundentes para dictar normas, para establecer reglas, para fijar estilos. “Haces esto o nadie te leerá”, “Haces lo otro o nadie te comprará” y otras especies por el estilo. Que, por supuesto, son vulgares mentiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que una gran cantidad de incautos o ingenuos caen en sus redes, creen sus mentiras y después lo pagan caro.

Una de estas mentiras que ha hecho carrera es aquella de que “hay que escribir corto porque la gente ya no lee”. No sé qué es más perverso y patético, si el argumento o la justificación. No porque un texto sea corto es mejor, más legible o más atractivo para el lector: lo que en verdad atrapa es la calidad del contenido, el estilo, la autoridad de quien escribe y el valor que aporte.

Por otro lado, aquello de que “la gente ya no lee” es muy fácil de desvirtuar: la industria editorial ha mostrado un claro y constante repunte en los últimos años, especialmente en los textos físicos, en papel. Mientras, las previsiones del bum de los textos digitales, de los e-books, se desinfló. Y es normal: a pesar del avance de los dispositivos digitales, estamos hechos para leer textos en papel.

Y es mentira, claro. Las cifras de ventas de libros impresos han repuntado en los últimos años y, lo mejor, cada día son más las opciones de autopublicación que están disponibles. Y también hay personas de todas las edades que se lanzan a la aventura de escribir y publicar. Además, si fuera verdad eso de que “la gente ya no lee” la industria estaría paralizada, no habría publicaciones.

Lo más triste es que los medios de comunicación impresos, que deberían ser aliados de la buena escritura y los impulsores de la cultura de la lectura son, más bien, sus principales enemigos. Los periodistas de hoy, en general, no saben escribir porque en las universidades no hay quién les enseñe, porque la mayoría de los profesores tampoco escribe. Es un penoso círculo vicioso.

Basta ver las páginas principales de sus versiones web o los titulares del generador de caracteres en los noticieros de televisión para comprobar esta patética realidad. Y como no encuentran la solución, han elegido una opción vergonzosa: la consabida “hagámonos pasito”. Nadie critica a nadie, porque nadie está libre de pecado, y aquel que levante la mano es censurado.

Lo grave ocurre cuando esas personas llegan al ámbito laboral. Sin importar qué estudiaron o en qué empresa trabajan, se presupone que saben escribir. Al fin y al cabo, pasaron por las aulas de un colegio y de una universidad y se graduaron (hagámonos pasito). Pero, la realidad es distinta: tan pronto les piden que elaboren un informe o una carta o un reporte, quedan al descubierto.

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Y estoy seguro de que, si haces un poco de memoria, tú también trabajaste en una empresa en la que las comunicaciones más importantes las escribía la secretaria de gerencia y las firmaba el gerente. Porque, ¡qué horror!, él tampoco sabía escribir. Y ese es, precisamente, el caldo de cultivo de los que dictan normas, establecen reglas, fijan estilos y, lo peor, venden plantillas.

Es un insulto a la inteligencia, a la capacidad innata del ser humano de aprender lo que desee. Además, es un engaño brutal: nadie, absolutamente nadie, aprendió a escribir con plantillas. ¿Por qué? Porque como lo mencioné en un post anterior el proceso de escribir es complejo, nos exige una variedad de habilidades y conocimientos, así como mucha práctica. Y para eso las plantillas no sirven.

¿Por qué no sirven? Porque son un atentado contra las principales y más poderosas herramientas de que dispones: la creatividad y la imaginación. Las cercenan, las inhiben, les cortan las alas. Una plantilla para un escritor es como una jaula para un pajarito: su espacio de acción es muy limitado y cuanto más tiempo pase allí más rápidamente se atrofiarán sus todas habilidades naturales.

Hay una verdad irrefutable que ni siquiera los gurús de las plantillas pueden rebatir: escribir es un acto creativo. Por eso, aquello que suelen llamar el tal bloqueo mental, que es otra gran mentira, se produce cuando la creatividad y la imaginación no fueron activadas, no son ejercitadas. Si no las utilizas, les ocurre como a un músculo: se entumecen, se endurecen y duelen cuando las usas.

Cursos de los que aseguran que te enseñan a escribir hay muchos en internet, ¡demasiados! Y la gran mayoría promete entregarte valiosas plantillas. Cuando los veas, por favor, ¡ten cuidado! Son un engaño y perderás tu dinero y tu tiempo. Y, lo peor, quedarás con la sensación de que no puedes, de que no eres capaz, de que eso de escribir no es para ti, y no hay nada más equivocado.

Cuando te cruces con un curso de copywriting o de escritura, antes de hacer clic en el botón de compra tómate tu tiempo para comprobar que no es un engaño, que no vas a caer en manos de un vendehúmo. ¿Cómo evitarlo? Mira si tiene página web, busca escritos que haya publicado, entra a su blog y lee algunos de sus artículos y presta atención a los comentarios de los usuarios.

Si no tiene web y si no publica escritos, entonces, ¿cómo puede enseñarte a escribir? Mejor dicho, ¿cómo una persona va a enseñarte algo que no sabe hacer? Piénsalo: ¿tomarías clases de culinaria con alguien que no sabe cocinar? ¿Crees que puedes aprender a jugar tenis con un profesor que solo recita el libreto de la teoría y no juega? Nunca te olvides de algo: la práctica hace al maestro.

No me cansaré de repetirlo, porque sé que tarde o temprano comprobarás que es cierto: dentro de ti hay un buen escritor, solo que no lo has descubierto y no lo has activado. Y no lo harás si caes en manos de los vendehúmo de las plantillas, que son un engaño (esto tampoco me cansaré de repetirlo). Aprovecha los dones y talentos que te dio la naturaleza, utiliza tu creatividad e imaginación.

No te arrepentirás, te lo aseguro. De hecho, tan pronto te des la oportunidad, tan pronto dejes atrás los miedos y ya no le prestes atención al qué dirán, tan pronto comiences a escribir te vas a dar cuenta de que es mucho menos difícil de lo que pensabas. De hecho, llegará el momento en que comprobarás que es fácil. Pero, claro, primero tienes que alejarte del riesgo de la infoxicación.

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