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La estructura del texto es una guía, ¡no una camisa de fuerza!

A todos los seres humanos nos gusta lo fácil, lo sencillo, lo que nos exige el mínimo esfuerzo. Esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, pero que no siempre nos ofrece los resultados que deseamos. De hecho, apegarnos a ella, seguir al pie de la letra, muchas veces nos lleva por el camino equivocado, justamente el que queremos evitar: sí, el de las dificultades.

Una de las razones por las cuales la mayoría de las personas no puede comenzar a escribir, o comienza, pero muy pronto se bloquea, es porque quiere seguir el modelo de otros. ¿A qué me refiero? Su prioridad es obtener un libreto ideal, una fórmula mágica, un paso a paso perfecto que puedan seguir y, por supuesto, replicar los resultados positivos de quien lo diseñó. Pero…

Pero, así no funciona. Ni siquiera en el caso de las recetas de cocina, que están pensadas para facilitar la vida de quienes tienen poca o ninguna experiencia. Tan pronto tomas una para preparar un plato y sorprender a toda la familia, empiezan los problemas. ¿Cuáles? No tienes algunos de los ingredientes o, más bien, alguno te produce intolerancia, o no eres hábil en el tema de las medidas.

Después de dos o tres intentos infructuosos, solo hay dos caminos: abandonar y pedir comida a domicilio o, más bien, olvidarte de la receta y seguir tu intuición. Cuando quieres escribir, el peor de los caminos es tratar de imitar lo que hacen otros. ¿Por qué? Porque escribir es algo único y personal, como tu ADN, como tu carácter. No puedes copiarlo de nadie, no puedes ser como nadie.

La escritura, en últimas, no es más que una manifestación externa de lo que tú eres interiormente, de tu forma de pensar, de tus creencias, de tus principios y valores, de tus miedos. Que, por supuesto, son distintos de los del resto del mundo, son únicos. Nadie es igual a ti, ni siquiera tus padres, o tus hermanos, o tus hijos: hay una esencia similar, el ADN, pero cada uno es único.

En mi curso A escribir se aprende escribiendo, por ejemplo, les enseño a mis alumnos varias de las estructuras de copywriting más utilizadas y también les comparto la que empleo, la que diseñé para adaptarme a las necesidades de mis clientes emprendedores y dueños de negocios. ¿Cómo es? Un híbrido de varias estructuras y, en especial, una rara mezcla de periodismo y storytelling.

Ninguna es un libreto ideal, ni una fórmula perfecta, pero todas siguen un paso a paso. Son, por ejemplo, la PAS, la AIDA, la Fórmula de las 4P o la Fórmula Pastor, entre otras. Todas son útiles, según el objetivo que te propongas, según el tipo de texto que necesites escribir. En todo caso, debes entender que la verdadera magia está en ti, en tu creatividad y en tu empatía.

Además, hay que considerar otro factor: la práctica hacer al maestro. ¿Eso qué quiere decir? Que, si bien en un comienzo seguir el paso a paso de cada estructura es necesario, después de unas cuantas veces que la utilices ya la incorporarás en tu disco duro y te olvidarás de ella, porque lo harás de forma automática. Será el momento en que también le darás tu toque personal.

¿Qué es eso del toque personal? Que jugarás con las estructuras, las combinarás caprichosamente, las utilizarás arbitrariamente. No será rápido, ni fácil, pero si escribes con disciplina, si desarrollas el hábito, si pruebas una y otra vez, mil y una veces, lo lograrás. Y cuando lo consigas podrás decir con autoridad y sin miedo al qué dirán que eres un escritor. Pero, ese es el final de la historia.

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El comienzo es cuando decides el tema del que vas a escribir. Así como cuando te dispones a cocinar primero reúnes los ingredientes necesarios y te aseguras de que nada falte, de la misma manera en el momento de sentarte frente al computador requieres que estén todos los elementos. Cuando te dispones a escribir, es a escribir: la etapa de investigación ya concluyó.

La habilidad de escribir, como cualquier otra, depende de un método, de las rutinas que sepas implementar. Rutinas que, no sobra decirlo, puedas cumplir una y otra vez sin inconveniente, es decir, que sean sencillas, que no te generen trabajo extra cada vez que quieres comenzar. Y una de las rutinas indispensables para escribir bien es reunir antes toda la información necesaria. ¡Toda!

Suele ocurrir, en todo caso, que mientras escribes te surja una duda, te formules una pregunta que no habías considerado y que te obliga a leer algo, a buscar la ayuda de Mr. Google. Es posible. Sin embargo, esa tiene que ser la excepción, no la norma. Porque si tu método de escritura es picar por allí y picar por allá, el proceso será tormentoso y el resultado, quizás no el que esperas.

¿Por qué? Porque así es imposible concentrarse, porque te distraes frecuentemente, porque no estás enfocado en lo importante, porque en tu cabeza todavía no está creada la historia completa. Entonces, en algún punto te vas a frenar, te vas a confundir, porque no tienes un plan establecido. Es cuando aparece el tal bloqueo mental, que no es más que la ausencia de un método.

Pero, volvamos al tema de la estructura, que es el motivo de esta nota. No hay una estructura perfecta, ninguna. Como en cualquier actividad de la vida, serás más afín con alguna y otra más quizás no te guste, no se acomode a tu estilo. No importa. Lo que sí importa es que cuando te sientes frente al computador tengas claramente definida cuál vas a usar, cuál será el paso a paso.

El otro aspecto que debes entender es que la estructura no es un libreto que tengas que seguir al pie de la letra, no es una fórmula exacta (como las matemáticas), ni tampoco es una camisa de fuerza. Es una guía, simplemente. Porque lo verdaderamente valioso no es cuál estructura utilizas, sino tu creatividad, tu imaginación para desarrollar el tema, tu conocimiento y, claro, tu mensaje.

Y, como supondrás, eso no te lo puedo enseñar yo, no te lo puede enseñar nadie. Si has leído algunos de los artículos que publiqué antes en este blog, seguramente ya te diste cuenta de que mi libreto es distinto al de la mayoría de la oferta de copywriters, que mi libreto es diferente, que mi fórmula es personal. Eso, precisamente, me convierte en una opción valiosa en el mercado.

La estructura, lo repito, es solo una guía. Y es la que tú quieras, la que más se acomode a tus necesidades y posibilidades. Debes comenzar con una sencilla, que te permita desarrollar el hábito, y luego avanzas a medida en que escribes más. Recuerda: la clave del éxito en este proceso es comenzar por lo sencillo, por lo que domines, por lo que puedas controlar sin mayor esfuerzo.

Por último, comprende que el arte de escribir, como el de pintar o el de cantar, implica horas y horas de práctica, de pruebas que nadie ve, que nunca salen a la luz pública, y que son las que, al final, te permiten lograr el objetivo. Un buen artículo es el resultado no de un chispazo, de eso que llamamos inspiración, sino de trabajo: decenas y cientos de borradores, de pruebas impublicables…

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Las 8 preguntas que te ayudarán a darle estructura a tu texto

Hay que reconocer que se trata de un impulso casi incontrolable, fuera del alcance del nivel de consciencia promedio de un ser humano. Sin embargo, cuando quieres hacer algo bien, cuando deseas sobresalir, cuando lo que está en juego es la posibilidad de cumplir un sueño, no puedes permitir que algo así te eche a perder la posibilidad. Tienes que tomar el control.

A los seres humanos nos encanta posar de expertos. En la política, nos creemos el presidente de la República; en el deporte, dizque todos somos un técnico en potencia; en la religión, tenemos más autoridad moral que el sumo pontífice; en el amor, todos somos casanovas graduados. Y así, en cada actividad que analicemos, aunque sepamos poco o nada, todos somos unos expertos.

Y este, aunque no lo creas, es un problema que se manifiesta como un obstáculo cuando quieres escribir. ¿Lo sabías? Sí, eso de fungir como experto no va bien cuando te sientas a expresar lo que piensas y lo que se supone que sabes en una hoja en blanco. En ese momento, nos sucede como a Superman cuando está en proximidad de la kryptonita: perdemos los superpoderes.

Esa es una de las grandes diferencias entre el lenguaje hablado y el escrito: en el primer caso, con una buena carreta, con una prosa que enrede a los que no conocen el tema en cuestión, y con un tono firme y algo de convicción, puedes posar de experto. Es algo que sucede a diario, en esas conversaciones informales entre amigos o en una reunión de trabajo: siempre hay un experto.

El problema es que a la hora de escribir, a la hora de plasmar en esa página en blanco aquello que se supone que sabemos, nos bloqueamos. Como por arte de magia, desaparecen los argumentos, si es que en verdad existían. Como en este escenario de nada sirve alzar la voz, ni gritar, ni golpear la mesa, al cabo de unos cuantos párrafos nos frenamos en seco. Y no es posible volver a arrancar.

En el lenguaje verbal, es fácil dar vueltas alrededor de una idea, que generosamente podemos llamar argumento. En el hoja en blanco, en cambio, los argumentos tienen que ser de verdad, tiene que haber más de una idea, tiene que haber un concepto claro. Y, como lo mencioné en esta nota publicada hace unos días, necesitas un plan definido, una estructura, para poder escribir.

Tengo que confesar que esta es una trampa en la que es muy fácil caer. De hecho, yo mismo lo hice durante mucho tiempo, hasta que me hastié de ese estilo petulante y soberbio del experto. Me di cuenta de que era algo que incomodaba a mis interlocutores, que no gustaba a mis lectores, pero tardé un tiempo en saber cuál era la solución. Y, como suele ocurrir, la hallé por casualidad.

Cuando preparaba el primero de los tres libros que publiqué (Colombia Mundial, de Uruguay-1930 a Brasil-2014), con historias acerca de los campeonatos mundiales de fútbol, me impuse el reto de escribir no para los fanáticos, para los hinchas, sino para aquellos que tradicionalmente había estado a un lado, como es el caso de las mujeres, y de los que nunca habían visto a Colombia en un Mundial.

Además, la gerente comercial de la editorial que lo publicó me rogó, literalmente, que fuera un texto que ella pudiera entender sin problema, porque eso le ayudaría a promocionar el libro con las librerías. Fue, entonces, cuando recordé algo que los entrenadores deportivos suelen decirles a sus discípulos: “Si se bloquea, si no puede avanzar, vuelva a lo básico, a los fundamentos”.

¿Qué era lo básico?, ¿cuáles eran los fundamentos? Los del periodismo, aquellos que nos enseñaron en las primeras clases de redacción en la universidad. La vieja y siempre efectiva fórmula de la pirámide invertida. Por si no lo sabes, es un modelo de estructura de textos en el que lo más importante se escribe primero y, a medida que avanzas, incluyes contenido secundario.

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En otras palabras, vas de mayor a menor, como un embudo. Es una fórmula muy útil para ordenar las ideas y desarrollarlas en una secuencia lógica en tu escrito. Es tan efectiva esta estrategia, que fue adoptada en el ámbito del marketing y las ventas y se convirtió en una herramienta muy poderosa del copy. Parecía condenada a desaparecer, pero resurgió con las redes sociales.

Según nos enseñaron en la universidad, en el lead o primer párrafo había que responder las seis preguntas clave, conocidas como las 6W, por su denominación en inglés: what (qué), who (quién), how (cómo), when (cuándo), where (dónde) y why (por qué), a las que se debería agregar una séptima, which (cuál), y una octava, how much (cuánto). La intención es atrapar la atención del lector.

En la práctica, sin embargo, es todo un acertijo responder esas seis preguntas en el primer párrafo, pues sería muy largo y confuso. Además, no es necesario hacerlo. Y esa, precisamente, es la clave. Cuando vas a escribir, en el primer párrafo debes responder una y solo una de estas preguntas, la más relevante, la que concentre el asunto central de tu idea, del mensaje que quieres transmitir.

Las demás, mientras, deben ordenarse según su importancia dentro del texto, de mayor a menor. Pero, también es posible que en tu escrito (si se trata de un artículo individual, no de una obra) solo respondas a una pregunta, o quizás a dos o a tres. Y en una siguiente entrega respondes las demás. O, igualmente, puede darse el caso que no necesites responder todas las preguntas.

Lo que me interesa, sin embargo, es que entiendas que una fórmula para evitar el tal bloqueo mental, del que ya te dije es una mentira, debes enfocarte en las preguntas, no en las respuestas al estilo del experto. De hecho, formularte estas ocho preguntas son muy útiles para crear la jerarquía de la información y diseñar la estructura de tu escrito. Si aprendes, será hasta divertido.

Por ejemplo, en el caso de que seas un sicólogo y te dedique a las terapias de pareja puedes diseñar tu estrategia de contenidos de la siguiente manera:

1.- ¿Quién soy y por qué puedo ayudarte?

2.- ¿Qué me hace la elección adecuada para ti y tu pareja? ¿Por qué debes elegirme a mí?

3.- ¿Cuáles serán los resultados que obtendrás luego de una terapia conmigo?

4.- ¿Por qué el método que te propongo es más efectivo que los de otros especialistas?

5.- ¿Qué resultados he obtenido con este método con otras parejas?

6.- ¿Cuál es la metodología que te propongo para solucionar sus problemas?

7.- ¿Cómo se desarrollan las sesiones y cuánto dura el programa de asesoría?

8.- ¿Qué clase de acompañamiento brindo a las parejas?

9.- ¿Cómo se miden los resultados obtenidos y cómo se sabe si fueron positivos?

10.- ¿Qué ocurre si mi pareja se niega a ser parte del proceso?

Te presento diez opciones, pero bien podrían haber sido otras más, casi sin límite. Depende de tu conocimiento y dominio del tema. Como ves, de cada una de estas preguntas, si eres un sicólogo y acreditas experiencia en terapia de pareja, podrás escribir un buen artículo. Quizás no un tratado, quizás no un libro, pero sí un buen artículo para un blog o una revista especializada, sin duda.

Y también verás que, si intentas responder todas las preguntas en una sola nota o en el primer párrafo, te vuelves loco (y tienes que ir a terapia). Lo ideal es antes de sentarte frente al computador a escribir hayas formulado estas preguntas, tantas como sea posible. Ya sabrás si escribes un artículo de cada una, si combinas dos o tres, en fin. Eso depende de tus objetivos.

Lo importante, el mensaje que quiero transmitirte en esta nota, es que no existe una excusa válida, ni una sola, para que te frenes a la hora de escribir. El único motivo es que abordes un tema del que no sabes, pero no puedes hablar de bloqueo mental, sino de falta de conocimiento. Y ese, créeme, es un problema que se soluciones con facilidad: basta que le preguntas a Mr. Google.

Para escribir y plasmar tus ideas y tu conocimiento en una hoja, lo más conveniente es que le hagas el quite a la tentación de fungir de experto y, más bien, asumas el rol del ignorante o, cuando menos, el del curioso. Te aseguro que de esta manera será mucho más fácil estructurar tu escrito y, algo muy importante, transmitir tu mensaje. ¡Anímate!, haz una prueba y me cuentas el resultado.

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El tal ‘bloqueo mental’ es mentira: ¿cómo comenzar a escribir?

No porque se repita una y otra vez sin cesar, porque esté en la memoria de muchas personas, una mentira se convierte en verdad. Aunque esté muy arraigada en las creencias populares, aunque haya quienes crean que es una verdad sentada sobre piedra, en algún momento la mentira se cae por su propio peso y la verdad sale a flote. Y no creas que sucede solo en las películas y la ficción.

También, en la vida real. Por ejemplo, cuando alguien dice “estoy bloqueado y no puedo escribir”. Se antoja una sentencia, un argumento contundente, pero solo es una mentira. Que surge de los testimonios de algunos escritores y otros artistas famosos que, en algún período de su vida, se enfrentaron a esta eventualidad, pero que está lejos de ser una incapacidad para crear o producir.

En el fondo, lo que sucede es que muchas personas creen que escribir, pintar, cantar, cocinar o cualquier actividad que esté ligada a un proceso creativo depende de lo que llaman inspiración. El Diccionario de la Lengua Española (DLE) define este término, en su tercera acepción, como “El estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia”. Como ves, no es un don o algo así.

El premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, uno de los creativos más importantes de la historia, solía decir que sus geniales escritos eran “99 por ciento producto de la transpiración y el restante uno por ciento, de la inspiración”. Es decir, trabajo y más trabajo, investigación, además de conocimiento y sensibilidad. Por supuesto, un poco de magia, un 1 %, no está nada mal.

En 1981, cuando la Academia Sueca le otorgó el Nobel, los periodistas corrieron presurosos a Aracataca, en cercanías de la Sierra Nevada de Santa Marta, a entrevistar a Luisa Santiaga Márquez, la madre del escritor. El objetivo principal era que les contara detalles de la niñez de Gabo, de su crianza, de su juventud y, especialmente, que les revelara el gran secreto.

¿Cuál? La fuente de inspiración del genial escritor. Con el desparpajo habitual de la mujer costeña, les respondió: “¿Inspiración? Lo único que les puedo decir es que Gabo tiene muy buena memoria, porque todo lo que escribe alguien se lo contó”. ¡Plop! Por supuesto, fue una gran decepción para ellos, que no se percataron del detalle importante: antes que escritor, Gabo era un periodista.

La verdad, más que eso: un reportero nato de los de antes, un sabueso de la noticia. Un obsesivo investigador, detallista y paciente, y también un escritor creativo, con una imaginación increíble. Pero, no vayas a cometer otro error común: el de creer que Gabo, o cualquier otro genio de la literatura o el arte, poseía un don. Recuerda: “El 99 % es transpiración y el otro 1 %, inspiración”.

La verdadera magia de Gabo, su secreto, es que estaba muy bien informado. Cada vez que se sentaba frente a la máquina de escribir, en su época de periodista, o del computador, en la de escritor, la historia estaba completa en su cabeza. ¿Eso qué quiere decir? Que ya había procesado toda la información, que ya sabía por dónde comenzar, cómo seguir y adónde quería llegar.

Nada de improvisación, pura información. Uno por ciento de inspiración y 99 % de transpiración, de trabajo. Por supuesto, la imaginación, la creatividad, son parte muy importante del proceso, pero esas capacidades no son exclusivas de Gabo, de Miguel Ángel, de Pablo Picasso o, por ejemplo, de un compositor, de un deportista talentoso como Roger Federer o Tiger Woods.

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Eso, por si todavía no te diste cuenta, es una excelente noticia. ¿Por qué? Porque tú, como cualquier otro ser humano, eres creativo, tienes imaginación. Además, si te interesa escribir, estás en capacidad de investigar, de recolectar buena información a través de diversas fuentes; eso también se aprende. Y, por si faltara algún ingrediente, puedes desarrollar esta habilidad.

Porque, en el fondo, escribir es eso: una habilidad. Que, para el caso, Gabo desarrolló, trabajó, pulió y perfeccionó hasta que se convirtió en un escritor superlativo, único. Y, créeme, tú también puedes hacerlo. Quizás no al nivel de Gabo o de algún otro artista reconocido, pero sí en la medida necesaria para escribir un libro. ¡Sí, un libro!, o cualquier otro texto que sea digno de leer.

Es justo decir, sin embargo, que todos los seres humanos estamos expuestos a un eventual bloqueo mental. Aunque hayamos desarrollado la habilidad, aunque tengamos el conocimiento, aunque poseamos la información necesaria, aunque transpiremos mucho en el proceso. Suele ocurrir, principalmente, cuando nos sentamos frente al computador y aún no estamos listos.

¿Eso qué quiere decir? Que no sabemos por dónde comenzar, o cuál será el final, o hay aspectos del texto (o de la historia) que no están definidos. En otros palabras, porque hay cabos sueltos. Y mientras no los ates todos, el bloqueo siempre será una posibilidad latente. Antes de sentarte a escribir, necesitas que todas las piezas del rompecabezas encajen, que no falte ninguna.

El proceso de escribir es, de muchas formas, algo muy parecido a cocinar. Si tienes a mano la receta, si cuentas con todos los ingredientes y sigues el paso a paso lo más probable es que prepares un platillo delicioso. Quizás no sea perfecto, pero podrá comerse sin riesgo de sufrir una indigestión. Quizás después de tres o cuatro intentos, o en el quinto, logras el punto ideal.

El tal bloqueo mental no es más que falta de información, falta de un plan definido, de una historia estructurada y consistente. El tal bloqueo mental no es más que el resultado de un proceso que fue acelerado, que se saltó algún paso. El tal bloqueo mental no es más que la muestra de que te sentaste frente al computador antes de haber armado por completo el rompecabezas.

No basta el conocimiento, no basta el talento, no basta invocar la inspiración: para evitar el tal bloqueo mental tienes que haber creado tu historia, tu relato, completamente en tu cabeza. El ciento por ciento: el 99,9 no sirve, porque en algún momento esa pequeña duda provocará que tu mente quede en blanco. Por supuesto, eso es algo que también se aprende con la práctica.

Puedes comenzar elaborando una lista detallada del paso a paso, como una receta. Estableces la idea de partida y luego, una tras otra, las ideas complementarias que te permiten desarrollar la historia o el relato. Y también el final. No necesitas que esa lista tenga 10 o 100 pasos: con tres o cinco, al comienzo, mientras aprendes e incorporas el hábito, mientras educas tu mente, bastará.

Y, por favor, ni se te ocurra comenzar a escribir pensando en que vas a producir una gran novela, un libro que te signifique un premio. Ve paso a paso, de lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo más complejo, de lo que dominas absolutamente a lo que te exige un trabajo de investigación. Eso sí, antes de sentarte a escribir debes haber diseñado el camino que vas a seguir, tu receta.

Por último, no olvides que el hábito hace al monje. Es decir, si solo escribes una vez a la semana o al mes, quizás nunca desarrolles la habilidad o tardes mucho tiempo en alcanzar el objetivo que persigues. Escribe cada día, aunque sea un poco, unos cuantos párrafos, y antes de que te des cuenta se convertirá en una rutina, perderás el miedo y le dirás adiós al tal bloqueo mental.

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5 historias que tu empresa debe contar para enamorar al mercado

Está de moda, pero de lejos no es una moda, ni una tendencia, sino una necesidad. No importa si eres una empresa grande, un negocio mediano o pequeño o un emprendedor unipersonal: si lo que deseas, y necesitas, es conectar con tus clientes potencias y con el mercado tienes que contar historias. En especial, tienes que contar las historias que están relacionadas con tu marca.

En el pasado, en el siglo pasado, la tarea de las marcas era muy sencilla: disponer de un producto o un servicio para ofrecerle al mercado y hacer publicidad para que los potenciales compradores se enteraran. El resto era esperar que llegaran hasta su local para adquirirlo. Así funcionó durante varias décadas, pero sucedió algo que estaba fuera de su control y que cambió el decorado.

¿Sabes a qué me refiero? A la irrupción de internet. Nadie imaginaba lo que iba a suceder después de que la tecnología entró en nuestra vida cotidiana y la transformó. Cambió los hábitos, nos dotó de herramientas poderosas y, lo más importante, cambió los roles. En efecto, el consumidor dejó de ser un agente pasivo y se convirtió en la razón de ser de las empresas, y en el objetivo final.

¿El resultado? Variado y de impacto. Primero, el cliente ahora tiene la sartén por el mango, es el que dice qué quiere, cómo lo quiere. Segundo, las marcas tuvieron que bajarse de su pedestal y entender que cambiaron las reglas del juego. Tercero, se volteó la torta y ahora la oferta supera con creces la demanda, por lo que el consumidor tiene la opción de elegir lo que le plazca.

En el pasado, en el siglo pasado, hacer negocios consistía en realizar una transacción. Que era fría, distante, que se terminaba en el momento en que el comprador pagaba por lo que necesitaba. Hoy, en cambio, se trata de establecer una relación a largo plazo, basada en la confianza y en la credibilidad, para conseguir que esa persona nos compre una y otra vez y sea un evangelizador.

Sí, alguien que en gratitud por lo que recibió, por el beneficio derivado de lo que compró, nos refiere con sus familiares, amigos, conocidos y compañeros del trabajo. Un buen cliente que nos consigue otros buenos clientes, es decir, que se constituye en nuestro primer y mejor vendedor. Uno que se siente parte de la historia de nuestra marca, que es el protagonista de la historia.

La realidad, que muchas empresas desconocen o se niegan a reconocer, es que los clientes ya no compran productos o servicios. Entonces, ¿qué compran? Experiencias. Las que sean agradables, positivas, constructivas, entretenidas y que, además, se conecten con sus valores y principios. Ah, no hay que olvidarlo, aquellas que los inspiren, los motiven a ser mejor y solucionen su problema.

Esta es la razón por la cual una tarea fundamental, inaplazable e indelegable para empresas, negocios o emprendedores es contar historias. Sin embargo, no cualquier historia, porque no se trata de contar por contar, de relleno, simplemente porque otros lo hacen, porque la competencia lo hace. Historias que contribuyan a la experiencia y que fortalezcan la relación con el cliente.

Una historia pertinente humaniza la marca, la acerca al mercado, a sus clientes. Deja de ser algo material y se convierte en algo emocional. ¿Cómo se logra esa transformación? A través de las emociones, que son la gran fortaleza de las historias, que son la gran debilidad del ser humano. Deja de ser propiedad exclusiva del sueño y se comparte con todos y cada uno de los clientes.

La clave del éxito en los negocios en el siglo XXI, sin importar qué haces o a qué te dedicas, si vendes un producto o un servicio, radica en tu capacidad para generar confianza y credibilidad. Si estableces ese vínculo con el mercado, también podrás iniciar una conversación, un interacción que se traduzca en un intercambio de beneficios. Al final, como una consecuencia, está la venta.

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Los consumidores, además, y fue algo que vimos muy marcado durante este 2020 por cuenta de la crisis provocada por pandemia, privilegian las marcas con propósito, aquellas que se identifican con sus principios y valores. La protección del medioambiente, el respeto por los animales, así como por los derechos de las minorías y la diversidad sexual son, entre otros, temas prioritarios.

Las marcas que no se comprometen, que no toman partido, que se hacen las ve la vista gorda con los problemas mundanos son rechazadas de plano por el mercado, que les exige ser activas (casi activistas). En cambio, las marcas proactivas, sensibles y, sobre todo, con empatía para genera un lazo de confianza y credibilidad se ganan un lugar de privilegio en el corazón de los clientes.

Estas son las cinco historias que debes contar para conectar con tus clientes:

1.-El origen de tu empresa. ¿Qué te motivó a crearla? ¿En qué circunstancias? ¿Quién te apoyó? ¿Qué te inspiró para comenzar? ¿Qué dificultades enfrentaste en el camino? ¿Cuántas veces fracasaste y cómo lo superaste? ¿Recuerdas a tu primer cliente? ¿Cómo ha cambiado con el tiempo? Estas y otras preguntas te permitirán darte a conocer y empatizar con el mercado.

2.- El fundador de la empresa. No importa si eres tú mismo, bien contada es una historia que vale la pena compartir. ¿Cómo se originó el sueño de crear una empresa propia? ¿Cómo fue el proceso de cristalizarlo? ¿En qué se parecen tú y tu empresa? ¿Qué sentiste el día que finalmente pudiste comenzar? No se trata de hablar de ti, de tus hazañas, sino de tus motivaciones, de tus objetivos.

3.- Los valores y principios de tu empresa. Como mencioné, hoy el mercado exige saber en qué crees, a quién sigues, hasta dónde estarías dispuesta a llegar en ciertas circunstancias, qué te conmueve o qué no harías ni por todo el dinero del mundo. Esta es la historia que te permite lograr identificación con el mercado, por la que tus clientes van a elegirte a ti, no a la competencia.

4.- Tu propósito. ¿Por qué haces lo que haces? ¿Qué te inspira? ¿Cuál es tu visión de un mundo mejor? ¿Cómo tu marca contribuye en beneficio de la sociedad, de la comunidad? ¿Qué haces cada día para cumplir ese propósito? ¿Cuál es la transformación que pretendes impulsar? El propósito es un sueño que compartes con otras personas y que los convierte en un equipo.

5.- Un día normal. Esta es una historia que casi nadie cuenta, a pesar de que ofrece múltiples beneficios. Lo mejor es que puedes contarla a través de la vida de tus empleados y, de esa forma, generar una conexión emocional y una identificación muy fuertes. El día a día en una empresa o negocio supone dificultades, errores, alegrías y logros, igual que una persona común y corriente.

5+. Un caso de éxito. La gente no compra expectativas, sino resultados. Por eso, nada mejor que contar que ya ayudaste a otros a alcanzar su meta, a cristalizar su sueño. Bien puede ser un cliente o, también, alguno de tus empleados y cómo mejoró su vida desde que se vinculó a tu empresa. Estas historias con rostro humano son muy poderosas e inspiradoras. Si las viviste, ¡cuéntalas!

Cada día más, las empresas, negocios y emprendedores se quejan de cuán difícil es ganarse el corazón de los clientes. Y la razón es que el mensaje que emiten es equivocado, porque centran sus comunicaciones en el yo o en el producto. Afortunadamente, el storytelling les da la opción de corregir ese error y lograr resultados superlativos a través de las historias. Y no es cuento, eh…

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No caigas en la trampa: por qué y cómo utilizar el ‘storytelling’

“Cuenta historias y venderás más”. ¿Cuántas veces hemos visto esta frase en internet? Decenas, cientos de veces. Sin embargo, no por la fuerza de la repetición una mentira se convierte en verdad. No todas, está claro, y esta es una de esas. Porque el día que tus lectores se den cuenta de que tus historias son un camino adornado con pétalos rumbo a la venta, se alejarán de ti.

Irremediablemente, se alejarán de ti. ¿Por qué? Porque se sentirán engañados. Porque te etiquetarán como “más de lo mismo” y hasta dirán que eres “otro de tantos vendehúmo” que hay en el mercado, que pululan en internet. Si te permites llegar hasta este punto, habrás perdido su confianza y recuperarla será muy difícil, quizás imposible. Y lo lamentarás el resto de tu vida.

El objetivo del copywriting no es vender, sino persuadir. ¿Eso qué quiere decir? A través de contenido de valor, de contenidos que eduquen, entretengan y aporte conocimiento a tu lector, a tu cliente, llevarlo a ejecutar una acción específica. Que puede ser suscribirse a tu boletín de correo electrónico, descargar un archivo, participar en un webinar, ver un video o escuchar un pódcast.

Esa es la cruda verdad, la que casi nadie te dice, la que te ocultan para ¡venderte! El problema es que después de que muerdes el anzuelo, cuando estás convencido de que venderás mucho una vez apliques lo que aprendiste, ¡no vendes! Lo peor, ya lo mencioné, es que pierdes la confianza de tus clientes, que es lo más valioso que ellos te entregan. Los defraudas, se sienten traicionados.

En sus comienzos, hace más de un siglo, el storytelling o el arte de contar historias, se usó para vender. Pero, por favor, entiende que los tiempos han cambiado. Eran finales del siglo XIX, el mundo era esencialmente rural, no existían la radio, la televisión y, mucho menos, internet o las redes sociales. Además, la mayoría de las personas acaso acreditaba una educación básica.

Sin embargo, esto cambió. Y no lo hizo recientemente como te quieren hacer creer, sino que lo hizo hace más de dos décadas, desde cuando internet irrumpió en nuestra vida. A partir de entonces, comenzó un proceso que transformó completamente el comportamiento del cliente, sus hábitos de compra. Y, más importante, un proceso que no se detiene: hay más cambios.

Antes, en el pasado, en el siglo pasado, el cliente no tenía mucho para elegir, a lo sumo dos o tres referencias del mismo producto. Y tampoco tenía muchos lugares para elegir, porque el mercado estaba monopolizado por unas pocas marcas, las de toda la vida. Hoy, sin embargo, a solo un clic de distancia, desde tu celular o cualquier otro dispositivo digital, tienes el mundo a tu alcance.

Y no es una exageración, lo sabes. No solo puedes comprar lo que quieras en la tienda que quieras, sino que también puedes estudiar en una universidad de otro país (o continente) o certificarte como coach en un entrenamiento en línea. Lo sucedido esta año es un claro ejemplo: el trabajo y la educación dejaron de ser algo exclusivo de oficinas y aulas y se trasladaron a nuestras casas.

Gracias a internet, por supuesto, gracias a poderosas herramientas que nos brinda la tecnología. Una de las cuales es el storytelling. Que siempre ha estado ahí, desde la época de las cavernas, solo que en formas distintas a las actuales, de una manera arcaica. Que, además, es parte de la esencia del ser humano: somos contadores de historia por naturaleza, ¡nos encantan las historias!

Contarlas y escucharlas. Es justamente lo que hacemos, por ejemplo, para ayudar a nuestros hijos a conciliar el sueño (le contamos una historia o le leemos un cuento, que es una historia), o lo que hacemos con nuestra pareja o amigos cuando salimos a comer (compartimos historias). Aunque no nos damos cuenta, la vida es una historia y cada día es una parte fundamental de la trama.

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Ahora, piensa en una de esas salidas a comer con tus amigos, a la que acudes con la intención de relajarte, de pensar en algo distinto al trabajo, en reírte. Pero, una de las personas acapara la conversación y la desvía a un tema político, por ejemplo, a hablar del candidato de su preferencia, por aquel que va a votar en las próximas elecciones. En otras palabras, quiere vender a su candidato.

¿Cuál es el efecto? Se daña la reunión, o se vuelve una discusión agresiva. Todos hemos pasado por algo así, tanto en temas de política, como de religión o de deporte, principalmente. Siempre hay alguien que te quiere vende algo y lo único que consigue es tu rechazo. La lección es que su historia produjo el efecto contrario al que buscaba y ya no querrás salir otra vez con esa persona.

Cuando cuentas historias en tu negocio, en tu emprendimiento, ocurre lo mismo: tan pronto la historia deriva en una venta, así sea subliminal, lo echas a perder. Por eso, es importante que comprendas cuáles son únicas cinco razones por las cuales debes incorporar las historias en tu estrategia de marketing de contenidos. Te advierto: ninguna de ellas es que venderás más:

1.- Para darte a conocer. Nada provoca un impacto favorable como una historia de superación. Que no se trata de relatar tus hazañas, ni de hacer un pormenorizado detalle de tu currículum. A la gente le encantan los héroes que superan dificultades, que ayudan a otros, que inspiran a otros. Y no hay mejor recurso para compartirlas que un buen storytelling que conecte con las emociones.

2.- Para posicionarte. El mercado está lleno de opciones, algunas de ellas muy buenas. Si quieres destacar, si quieres posicionarte en la mente y en el corazón de tus clientes, necesitas contar historias que los motiven, que los inspiren. Historias en las que, además, ellos sean protagonistas y contribuyan en la trama. Historias para contarles por qué eres la mejor elección para ellos.

3.- Para nutrir al mercado. Este, quizás, es el objetivo más importante de una estrategia de marketing de contenidos que emplea el storytelling. Antes de intentar vender algo, de buscar que esos clientes potenciales hagan algo por ti, tienes que ofrecerles algo, y gratis. Algo de valor (no una baratija), algo que les demuestre que tu interés genuino es ayudarlos (no venderles).

4.- Para educar al mercado. El 99 por ciento de las personas que se conectan a internet lo hacen en respuesta a dos deseos: entretenimiento (salirse por un rato de la caótica realidad) y hallar la solución a un problema/dolor. Si tú puedes brindarle esa solución, no hay mejor camino para que se lo demuestres que echar mano del storytelling, de cómo ayudaste a otras personas antes.

5.- Para fidelizar a tus clientes. La clave del éxito en los negocios no está en la primera venta que le hagas a una persona, sino en las siguientes. Por eso, cuando ya te compró necesitas comenzar el proceso de fidelizar a ese cliente. ¿Cómo? Con un excelente servicio posventa y, además, con más contenido que lo nutra, con más historias que lo eduquen y lo entretengan, que lo enriquezcan.

El marketing de contenidos, que incluye poderosas herramientas como el copywriting y el storytelling, no tiene como objetivo vender, sino persuadir a tus prospectos y llevarlos a ejecutar una acción específica que tú deseas. Al final, si durante el proceso lo nutres, lo entretienes y lo educas, te comprará. Al final, porque en el marketing del siglo XXI la venta es una consecuencia.

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¿Debo tener una estrategia de contenidos? Sí, por estas 5 razones

“Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Varias generaciones nos criamos escuchando esta máxima cada vez que nuestras madres, especialmente, reclamaban el poder de su sexto sentido que nos prevenía de algo negativo. Una premisa que se aplica perfectamente a mi buen amigo el marketing de contenidos, al que en estos tiempos modernos de internet le faltan al respeto.

¿Cómo así? Estoy completamente seguro de que en la bandeja de entrada de tu cuenta de correo electrónico has recibido en los últimos meses al menos diez mensajes (y peco por lo bajo) en los que te alertan sobre “Las nuevas tendencias del marketing en tiempos de pandemia”. Y, como si fuera una novedad o algo reciente, nos dicen que “el marketing de contenidos llegó para quedarse”.

Sí, es cierto, llegó para quedarse. Lo que no nos dicen es que esto ocurrió hace casi 130 años. Y no fue por cuenta de una pandemia. Se considera que el primer ejemplo constatable de esta estrategia se dio por allá en 1891, en Alemania, cuando el empresario August Oetker comercializó una levadura en polvo para consumir en los hogares y utilizó el empaque del producto para publicar recetas.

El objetivo de Oetker era educar a los usuarios y ayudarles a incorporar la levadura en diversas recetas para aprovechar mejor el producto. Esta innovadora idea derivó en un libro de cocina del que se vendieron más de 19 millones de copias en todo el mundo, un gran éxito editorial. Luego, claro está, otras marcas siguieron el mismo camino y la estrategia se convirtió en algo normal.

Por la misma época, pero en Estados Unidos, la compañía John Deere, especializada en la venta de productos agrícolas, hizo algo parecido. Publicó la revista The Furrow, con consejos para que los granjeros fueran más productivos en sus labores en el campo, por supuesto enfocados para los que utilizaban maquinaria de su marca. La publicación aún existe y cuenta con 12 millones de lectores.

Como ves, no se trata, entonces, de ninguna novedad, no es un descubrimiento y el COVID-19 no tiene nada que ver con el marketing de contenidos. Lo que sí es cierto es que por cuenta de los cambios que se dieron en el mercado y, especialmente, en el comportamiento y los hábitos de los consumidores durante este 2020 esta estrategia fue la gran aliada de empresas y negocios.

¿Por qué? Primero, porque obligados a confinarnos en casa, los consumidores tuvimos que volcarnos a internet para satisfacer nuestras necesidades, incluidas las básicas. Así, por ejemplo, el teletrabajo o home work, las teleconsultas con los médicos, las reuniones virtuales con los amigos y los familiares y la educación virtual alzaron vuelo. Ya existían, pero tomaron un auge inusitado.

Y las empresas, mientras, tuvieron que echar mano de todos los recursos disponibles para llegar a los consumidores y, sobre todo, para ser las elegidas a la hora de la compra. ¿Y cuál estrategia fue la más efectiva? Sí, el marketing de contenidos. Porque, en medio del pánico y la incertidumbre, la venta directa era mal percibida: se antojaba como oportunismo, como una ventaja desleal.

Ahora, entonces, todas las empresas, absolutamente todas, incluidos los pequeños negocios y los emprendedores, requieren poner en marcha estrategias de marketing de contenidos. ¿Por qué? Porque el cliente las exige, porque el cliente quiere saber con quién trata en un mercado en el que reinan la incertidumbre y la desconfianza. Porque el marketing del siglo XXI consiste en conversar.

Lo insólito es que hoy, todavía, las empresas que utilizan este poderoso recurso son la minoría. Muy pocas. Y las razones son, como suele ocurrir, excusas fáciles: que es muy costoso, que me bastan las redes sociales, que a mis clientes no les gusta, que empleo otras estrategias que me brindan resultados, en fin. La feria de los argumentos falsos, de los mitos sin fundamento.

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Lo curioso es que cada día son más las empresas, especialmente las grandes marcas, que utilizan el marketing de contenidos para comunicarse con sus clientes. Y no porque les permita vender más, como dicen por ahí los vendehúmo del mercado, sino porque entendieron la necesidad de contar con un canal de comunicación directo con sus clientes para educarlos, nutrirlos y entretenerlos.

En otras palabras, para garantizar que permanezcan fieles a su marca, para que posen su atención en la competencia, para que no exista el riesgo de que las dejen por la competencia. A través de contenidos de calidad, estrechan el vínculo, fortalecen la confianza y fidelizan al consumidor. Y luego, claro, le venden más, pero la venta es consecuencia de los beneficios, no del contenido.

Si eres un pequeño empresario o un emprendedor, también requieres implementar, ¡ya!, una estrategia de marketing de contenidos. Especialmente si eres un pequeño empresario o un emprendedor, porque no cuentas con el generoso presupuesto de las grandes marcas, no estás en capacidad de hacer campañas de publicidad masivas para comunicarte con el mercado, con tus clientes.

Esta son 5 razones por las que sí o sí debes implementar una estrategia de contenidos:

1.- Visibilidad. Si no eres visible, no vendes. Esa es la gran verdad del marketing del siglo XXI. Y ser visible no solo es que te vean, sino que el mercado, tus clientes potenciales, sepan quién eres, qué haces, qué beneficios les ofreces, qué problema les puedes solucionar con tu producto/servicio. Ser visible consiste en destacar de la competencia, en que tu diferencial sea claro y notorio.

2.- Posicionamiento. Es el paso siguiente. Cuando ya el mercado sabe qué haces y cómo se puede beneficiar con ello, llega el momento de elegir la mejor opción. Porque, por supuesto, no eres el único del planeta que ofrece lo mismo: hay decenas, cientos. Y algunos muy buenos. Entonces, requieres que el mercado conozca tu propuesta de valor, que sepa que en verdad eres su mejor opción.

3.- Confianza y credibilidad. Una vez que el mercado te vio y que sabe qué haces y qué le ofreces, tu tarea consiste en establecer una relación que permita realizar un intercambio de beneficios. Eso solo lo consigues si esas personas confían en ti, si creen en tu propuesta, si te perciben como alguien que tiene el genuino propósito de ayudarlas. Sin confianza y credibilidad, ¡no vendes!

4.- Nutrir, educar, entretener. Una creencia equivocada que está muy arraigada en el mercado es aquella de que el consumidor se conecta a internet “para comprar”. No, no es cierto. La mayoría de las personas lo hacen para distraerse, primero, y para informarse, después. Por eso, entonces, debes producir contenido de calidad para convertirte en esa opción; luego podrás venderles.

5.- Fidelización. La clave del éxito de un negocio no radica en venderle algo a una persona, sino en que esa persona compre una y otra vez, con más frecuencia y productos o servicios de mayor valor. ¿Cómo hacerlo? Es posible cuando lo enamoras de tu marca, cuando le demuestras tu interés después de la venta, cuando no lo abandonas, cuando lo encantas a través de las historias.

La buena noticia, una excelente noticia, es que la tecnología hoy nos brinda numerosas y poderosas herramientas para generar contenido. Puedes crear una web, un blog, un pódcast, un canal de videos, utilizar las redes sociales o, lo mejor, una estrategia combinada. Y puedes elegir el formato que más te guste, en el que te sientas más cómodo. La clave es el valor del contenido.

“Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Con casi 130 años al servicio de los negocios y las marcas, el marketing de contenidos es tu aliado más poderoso. Si decides no utilizarlo, sea cual fuera el motivo, se reflejará en tus resultados, que serán pobres. Recuerda: el marketing del siglo XXI consiste en conversar y, por otro lado, la gente se conecta a internet para informarse y distraerse.

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Qué lecturas te sirven para desarrollar la habilidad de escribir

Es una de las creencias más arraigadas y, también, una de las realidades más malinterpretadas. “Para escribir bien, tienes que leer mucho”, dicen. Sin embargo, son muchísimos los lectores voraces que no se atreven a escribir o que, peor, cuando lo intentan no son capaces. ¿Entonces? Resulta que esta es una afirmación que no se puede tomar de manera literal; así no funciona.

Leer es un hábito saludable, más allá de que te sirva (o no) para escribir. Leer es cultura, es conocimiento, es entretenimiento, es pasión. Sin duda, es un tiempo bien invertido, mucho más provechoso que, por ejemplo, jugar en el celular o ver series de televisión. Por supuesto, cada uno elige lo que desea, lo que más satisfacción le produce y nadie puede juzgarlo: es su vida.

Sin embargo, la ecuación ‘leer mucho = escribir bien’ no es cierta. No literalmente. ¿A qué me refiero? A que no cualquier texto te ayuda en ese proceso. Veámoslo de otro modo: si una persona quiere rebajar de peso, no cualquier régimen alimenticio le sirve, no cualquier dieta va a producir el efecto esperado. Depende de su organismo, de sus hábitos, de qué más implemente.

Porque es bien sabido que no basta con mejorar la alimentación: también hay que dejar el sedentarismo y practicar deporte al menos 3 o 4 veces a la semana bajo supervisión médica. El especialista, según la valoración que realice, te dirá qué tipo de entrenamiento requieres, cuál es la intensidad recomendada y cómo complementarlo con la alimentación y el descanso.

Por eso, lo primero que debes entender es que no se trata de leer cuanto libro llegue a tus manos o cualquier autor. Y veamos otro ejemplo: conozco a varias personas que leyeron todos los libros de Gabriel García Márquez, algunos en más de una ocasión, pero ninguno escribe como lo hacía Gabo. ¿Entonces? La lección es sencilla: esta premisa no se aplica a la ley de causa-efecto.

Como mencioné en algún otro artículo del blog, soy muy mal lector. Es algo que heredé de mi madre: nunca fui capaz de cultivar el hábito y, por supuesto, la razón es que nunca puse el empeño necesario. Siempre había algo que me distraía, siempre encontraba una buena excusa. En la universidad acaso leí uno o dos de los libros que los profesores nos pusieron como tarea.

¿Por qué? Nunca descubrí un género o un autor que me impactara, que me atrapara. Recuerdo que en la adolescencia solía comprar la revista Selecciones, básicamente para leer los reportajes (historias) y las notas de humor, que eran muy buenas. Un buen día, sin embargo, la revista desapareció de las estanterías de los almacenes y regresó años más tarde, pero ya no me atraía.

Como aficionado a los deportes, compraba semanalmente la revista AS, otro buen producto que se esfumó un día cualquiera. Después, esperaba el ejemplar del periódico El Tiempo de los sábados para leer Cronómetro, en la que se publicaban entrevistas, reportajes interesantes y estadísticas, que luego que se convirtieron en mi pasión. Pero, de nuevo, un día no se publicó más.

Como ves, mi relación con la lectura era de amor-odio: apenas algún producto de atrapaba, se acababa. Era como una maldición. Hasta que descubrí en las estanterías de la Librería Nacional los ejemplares de El Gráfico, la histórica revista de deportes de Argentina. Lo malo era que, aunque se publicaba todas las semanas, por alguna razón que nunca supe a Colombia no siempre llegaba.

Eso sí, durante por lo menos dos o tres años la compré cada vez que la encontré. Si bien la mayor parte de sus páginas estaban dedicadas al fútbol, había excelentes crónicas de boxeo (en la pluma del maestro Carlos Irusta), de automovilismo (que, aunque no era mi pasión, me encantaban las notas) y de tenis. Además, las entrevistas eran magistrales, algo que te estallaba la cabeza.

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No solo hacía mi mejor esfuerzo por conseguir el ejemplar de cada semana, sino que además sacaba el tiempo necesario para leer la revista de principio a fin. Eran pocos, muy pocos, los artículos que no leía. Por aquella época, ya era periodista de la sección Deportes de El Tiempo y esa lectura marcó mi estilo, que se encontraba en franco proceso de descubrimiento y formación.

Osvaldo Ardizzone, Julio César Pasquato (Juvenal), Ernesto Cherquis Bialo, Osvaldo Ricardo Orcasitas (O.R.O.), Elías Peruggino, Daniel Arcucci, Diego Borinsky y el ya mencionado Carlos Irusta, entre otros, se convirtieron en mis mejores maestros. Sus crónicas, sus entrevistas, sus análisis eran mi referencia y, sin duda, marcaron mi estilo: me indicaron cuál era el norte.

Mi relación con El Gráfico y sus periodistas fue de amor a primera vista. Como todos los demás productos, un día no volvió a llegar: se podía adquirir la suscripción, pero el envío desde Buenos Aires costaba una fortuna. Sin embargo, esta vez ya el objetivo estaba cumplido: sus páginas fueron, sin duda, las aulas en las que aprendí a contar historias, a hacer buenas entrevistas.

El resto fue practicar y practicar, atreverme a romper esquemas, negarme a seguir el mismo libreto de la mayoría. No fue la literatura, no fue un escritor ganador del Premio Nobel, no fueron los libros los que me ayudaron a ser mejor escritor: fueron revistas como Selecciones, AS, Cronómetro y, especialmente, El Gráfico las que dejaron huella en mi estilo, en mi trabajo.

Lo que quiero que entiendas es que no tienes que sacrificarte leyendo los grandes clásicos de la literatura o las obras completas de grandes autores. No es necesario. Lo será el día que tomes la decisión de ser un novelista, pero además de leer tendrás que estudiar, formarte. No es necesario si lo que quieres es escribir por gusto, mejorar tu nivel de redacción o aumentar tu cultura general.

Para saber qué te conviene leer primero debes establecer de qué quieres escribir. ¿Deportes? ¿Ensayos? ¿Salud? ¿Superación personal? Sea cual sea el tema que elijas, tu primera tarea consiste en buscar autores relacionados con los que te identifiques, que tengan un estilo que te agrade, en el que te veas reflejado y, cuando lees sus escritos pienses “yo quiero escribir así”.

Si lo que deseas es, por ejemplo, crear un blog con temas de desarrollo personal, no necesitas leer a Jorge Luis Borges, a Ernest Hemingway o a Julio Cortázar. Por cultura general, por gusto por la lectura, está bien; para escribir, te lo aseguro, poco o nada te servirán. La ventaja es que hoy en internet tienes acceso a miles de artículos o libros o blogs de autores que sí te van a ayudar.

Insisto: busca uno que te agrade, con el que te identifiques, uno que quieras leer una y otra vez, porque te atrapa, porque te nutre. Léelo sin prisa, degústalo. Procura identificar cómo es la estructura que utiliza, qué tan largas (o cortas) son sus frases, cuál es el ritmo de su escritura, cuáles son los giros sobre los que se desarrollan sus historias, cómo son sus personajes.

Luego, siéntate y escribe. Al comienzo, quizás te resulte difícil, pero no te preocupes porque es parte del proceso. Eso sí: no intentes copiar al autor que te inspira, que te seduce. Identifica las características de su estilo y procura adaptarlas al tuyo, moldéalas a tu forma de pensar. No cometas el error de creer que sus escritos son un libreto, pues en algún momento te bloquearás.

Entiende que se trata, nada más, de una referencia, de un punto de partida. La clave del buen escritor es descubrir y construir su propio estilo. Que, por cierto, es una tarea que nunca termina porque los tiempos cambian, los lectores cambian, los formatos cambian, los medios cambian y, por ende, tus escritos también deben cambiar, adaptarse a esas nuevas necesidades del mercado.

Recapitulemos:

1.- Si quieres desarrollar la habilidad de la escritura, debes leer. Sin embargo, no cualquier tema, no cualquier autor

2.- Necesitas definir cuál es el tema en el que te vas a especializar y buscar uno o dos autores (no más) cuyo estilo te inspire, con el que te identifiques. Lee todo lo que puedas de ellos

3.- La clave está en identificar cuál es su estructura, cómo es la anatomía de sus historias, para luego tratar de incorporarlas a tu estilo

4.- El resto es practicar, escribir, practicar, escribir. Al comienzo no será fácil y seguramente no lo harás bien. Si persistes, mejorarás con el tiempo, hasta que desarrolles tu propio estilo

5.- Entiende que este es un proceso que no se da de la noche a la mañana. Y no hay mejor fórmula que la de prueba y error. No seas demasiado exigente contigo mismo y valora las críticas

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¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

Comenzar a escribir es un proceso que a la mayoría de las personas les resulta complicado. El miedo a la hoja en blanco, la certeza de que no podrá hacerlo bien y el pánico a la crítica son, entre otras, las razones que las impiden arrancar. Además, está aquella popular falacia del “tienes que leer mucho antes de poder escribir bien”, que actúa como un freno de mano, un impedimento.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos quieren empezar por el final. ¿A qué me refiero? Quieren estrenarse con la novela que les permita ganarse el Premio Nobel, una obra maestra que, además, llene sus cuentas bancarias y los convierta en personajes famosos. Es por cuenta de esa idea falsa que nos venden los medios y los vendehúmo que pululan por ahí.

Para mí, escribir es un acto de liberación, de gratitud a la vida por haberme dado el privilegio de desarrollar esta habilidad que disfruto tanto. En años anteriores publiqué tres libros, todos sobre fútbol, y no voy a negarte que ese cuarto de hora de fama fue agradable. El contacto con los lectores, la pasión de los hinchas, su retroalimentación, son una recompensa inconmensurable.

Sin embargo, a lo largo de mi trayectoria aprendí a disfrutar también los pequeños éxitos diarios. Que son anónimos, que no se traducen en entrevistas en los medios, ni en sesiones de firma de libros en una feria. Son escritos que parten de dos objetivos: nutrir de conocimiento a otros, por un lado, y brindar unos minutos de entretenimiento, por otro. Y, créeme, también es maravilloso.

Porque, al final, se trata de eso, ¿no? De aprovechar el don de la comunicación para compartir lo que somos, lo que sabemos, lo que sentimos, lo que nos gusta, lo que nos preocupa, lo que nos apasiona. El beneficio es doble: por un lado, sacar conocimientos y emociones que guardamos y que solo tienen valor si son compartidos; por otro, el privilegio de interactuar con otras personas.

El primer consejo que les doy a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, si no lo hacen, comiencen a escribir un diario. Que conste que jamás lo hice, por dos motivos. Primero, porque me enseñaron que era algo propio de una etapa de la vida, la adolescencia, y que estaba relacionado con las mujeres. Segundo, porque en esa época no sabía que quería escribir.

Y tampoco conocía los increíbles beneficios que este hábito aporta. Hay diversos estudios que dan cuenta de los efectos positivos de escribir un diario: se trata de un ejercicio saludable y terapéutico. En su libro La escritura terapéutica, la escritora Silvia Adela Kohan, nacida en Buenos Aires (Argentina) y radicada en Barcelona (España), consigna una gran variedad de argumentos.

“Escribir un diario es un compromiso con la realidad interna y con el fuero externo”, explica, es decir, nos ayuda a conocernos mejor, a explorar en nuestro interior y, también, a relacionarnos con el exterior. “Es una buena herramienta de autoexploración y un maravilloso o un doloroso recordatorio”, agrega. ¿Qué significa? Que escribir nos ayuda a reconciliarnos con la vida.

“Escribo un diario para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable para mí. Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y tomo nota. Desato nudos. Deshago grumos. Me impulsa el deseo irrefrenable de dar un nuevo significado al mundo”, asegura. Cuando escribes, descubres facetas que desconocías, te das cuenta de que eres más valioso de lo que creías.

Mientras, Patricia Fagúndez, sicóloga y escritora también oriunda de Argentina, afirma: El diario íntimo tradicional, que consiste básicamente en contar los acontecimientos y las experiencias cotidianas, favorece sobre todo un proceso catártico, es una escritura que te trae alivio inmediato”. Además, dice, “esta escritura terapéutica incluye una elaboración sicológica, una reflexión”.

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Pero, volvamos al punto que originó este artículo: ¿por qué llevar un diario te ayuda a desarrollar la habilidad de escribir? Las razones son múltiples y estoy seguro de que cuando acabes de leer estas líneas tendrás ganas de comenzar tu diario. Ojalá lo hagas, porque también puedo decirte que ese es, apenas, el primer paso para que despiertes al escritor que hay en ti. Veamos:

1.- Crea un hábito. La escritura, lo he mencionado en otros artículos del blog, es tanto una habilidad como un hábito. Si bien hay una versión popular en internet según la cual un hábito se adquiere en 21 días, los especialistas indican que se requieren al menos tres meses. ¿Qué tal si pruebas? Escribes algo en tu diario durante 90 días y quizás ya no puedas dejar de hacerlo.

2.- Inculca la disciplina. La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en su intento por escribir es que no lo hace con disciplina. Escriben hoy un poquito y retoman tres o cuatro días más tarde, o un mes después. Y así no funciona. Tienes que hacerlo todos los días, ojalá a la misma hora, sin distracciones. Entiende que este es un tiempo para ti, un privilegio que te da la vida.

3.- Organiza el pensamiento. Puedes comenzar a escribir una sola idea y luego otra, y otra más, hasta que llenas una página. Pronto te darás cuenta de que tu cerebro te pide que organices las ideas, de que establezcas una jerarquía, un plan. Si lo haces, verás cómo cada vez es más fácil escribir, cómo las ideas fluyen de manera natural sin que tengas que acudir a las musas.

4.- Te conoces a ti mismo. Este, créeme, es el gran secreto del buen escritor. Cuanto mejor te conozcas, más capacitado estarás para enfrentar tus fantasmas, tus miedos, estarás más en control de la situación. Escribir te permite reconciliarte con tu pasado, perdonar tus errores y aceptarte tal y como eres. Luego, solo luego, será una poderosa herramienta para escribir.

5.- Cultiva la memoria. La vida es una sucesión de momentos, de instantes que quedan grabados en la mente y que no se borran. Quedan ahí guardados, a la espera de que los evoquemos, hasta que nos demos la oportunidad de recordar, de volver a disfrutar aquellos sucesos. Escribir ayuda a rescatarlos, con una increíble opción: podemos recrearlos, mejorarlos, hacer que sean felices.

6.- Estimula la creatividad. Como posiblemente ya leíste en alguna nota publicada, y leerás en otras más, la inspiración es una fábula, un recurso del marketing para vender. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no la necesitamos porque contamos con algo más poderoso: la creatividad, la imaginación. Tu mente es infinitamente más poderosa que un instante de lucidez: ¡utilízala!

7.- Es una terapia. Si estás triste, escribe; si estás solo, escribe; si estás enfadado, escribe; si estás alegre, escribe; si estás agradecido, escribe. También puedes cantar o bailar, pero para mí no hay terapia más sanadora que escribir. Y quizás lo sea también para ti. Es un ejercicio catártico, un acto de rebeldía, de independencia y libertad: cuando escribes, eres el ser más poderoso del universo.

8.- Es íntimo. No tienes que compartirlo con nadie si no lo deseas, no necesitas la aprobación de nadie para escribir lo que deseas. Puedes hacerlo mal, inclusive, y no importa: nadie te juzgará. Te ayudará a reforzar la autoestima, a entender cómo eres y por qué eres así. Esa aceptación, lo digo por experiencia, tiene una increíble propiedad curativa que te permite ser una mejor persona.

9.- Aprendes a gestionar las emociones. Este, sin duda, es uno de los beneficios más positivos. Porque la gran tragedia de la vida moderna es que el ser humano está supeditado a las emociones, a la histeria colectiva, a los miedos impuestos. Escribir, mientras, te permite luchar con ellos y vencerlos. Recuerda que el papel lo aguanta todo: ira, llanto, dolor, felicidad, amor, odio…

10.- Pierdes el miedo. Como mencioné antes, si quieres escribir, comienza por el principio. ¿Qué es? Lo fácil, lo sencillo, lo que puedas controlar. Hazlo entre 5-15 minutos durante una o dos semanas y luego incrementa a 20-30 minutos. Pronto te darás cuenta de que necesitas escribir, de que te gusta hacerlo y, sobre todo, de que PUEDES HACERLO. ¡Habrás ganado una batalla!

Si finalmente te decides a intentarlo, por favor, cuéntame cómo te va…

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¡Hola, mundo!, te presento mi página web (¡qué emoción!)

Decírtelo de otra forma sería mentirte: a escribir se aprende escribiendo. No hay fórmulas, no hay secretos, mucho menos hay magia. En el mercado escucharás versiones distintas, y contrarias, que las respeto, pero no las comparto. Y no significa, tampoco, que posea la verdad absoluta, que no existe: es solo el resultado de mi experiencia, de una trayectoria profesional de más de 33 años.

Una de las situaciones que más curiosidad me causa es que haya tantas personas que sueñan con aprender a escribir, con publicar un libro o, simplemente, con mejorar su redacción para escribir un correo electrónico, o un informe en su trabajo. Sin embargo, la gran mayoría de esas personas se queda en el sueño, nunca avanza, nunca escribe. Es probable, quizás, tú sea una de ellas.

Lo que más tristeza me da es que a medida que pasa el tiempo, que llegan a esa etapa en la que la vida les da la posibilidad de hacer lo que quieren, y que tienen tiempo para hacerlo, se niegan la oportunidad de escribir. Es, entre otras razones, por aquella creencia de que “loro viejo nunca aprende a hablar”. Pero, claro, ya sabemos que sí aprende y, además, tú no eres un loro.

Comunicarnos a través del lenguaje escrito o hablado no es, como creen tantos, un don o un privilegio que la vida nos regaló a unos pocos. En términos tecnológicos, se trata de programas que todos traemos configurados de oficio, como el navegador en tu computador, como la conexión a wifi de tu celular. La diferencia radica en que solo unos pocos le sacamos provecho.

Veámoslo del siguiente modo: si quieres aprender a jugar tenis, ¿qué haces? Acudes a una academia especializada y te pones a órdenes de un instructor. Y tomas clases y practicas por unos meses, hasta que cumples el objetivo. Y no estás pensando en ser el nuevo Roger Federer, ni un profesional: solo quieres practicar un deporte y este te parece agradable y lo disfrutas. ¡Perfecto!

Si quieres aprender a cocinar, ¿qué haces? Es posible que vayas a donde la abuela y le pidas que te transmita su sabiduría y su pasión por la buena comida y que durante un tiempo estés a su sombra aprendiendo. O quizás sea una amiga la que te pueda enseñar. O desde hace unos años se puso de moda tomar cursos en alguna escuela especializada o, inclusive, vía internet, a través de videos.

Podría darte muchos otros ejemplos similares, pero sé que estos dos son suficientes. Y también estoy seguro de que hallarás al menos tres coincidencias fundamentales. La primera, que son actividades que cualquier persona puede realizar: nadie requiere un don especial para ser un tenista amateur o para cocinar su propia comida o la de su familia. Todos podemos hacerlo.

La segunda, que surgen de sueños que muchos acuñamos. Quizás no sea jugar tenis, sino bolos o golf. Quizás no sea cocinar, sino aprender un segundo idioma o de fotografía. Son actividades que están conectadas con nuestras aficiones, con nuestras pasiones, actividades que nos brindan placer y nos ofrecen la posibilidad de aprovechar aquello que la vida no regaló: dones y talentos.

La tercera es que para que ese sueño sea realidad requieres dos condiciones: ponerte en manos de un experto idóneo, que además de conocimiento tenga la capacidad de enseñarte (no todos podemos hacerlo) y la vocación de servicio para hacerlo. Y, por otro lado, practicar. Aprender y practicar, aprender y practicar, una y mil veces. No hay fórmulas, no hay secretos, no hay magia.

Por eso, justamente por eso, me di a la tarea de crear CarlosGonzalezCopywriter.com. Quiero ser el maestro que te permita cumplir el sueño de aprender a escribir. Quiero que te des cuenta de que tienes todo, absolutamente todo lo necesario para escribir, que de ninguna manera significa ser un novelista, o vivir de ello, o publicar lo que escribes. Es, nada más, darte el placer de escribir.

Seguramente, uno de los motivos que te detiene para empezar a escribir es aquel mito (mentira) de “para escribir bien hay que leer mucho”. No voy a profundizar ahora en este tema, pero te puedo decir que es una falacia y soy prueba de ello: puedo ser el mejor escritor que menos libros ha leído en la historia de la humanidad. Soy pésimo lector, pero sin duda soy un excelente escritor.

Otro mito común es aquel de “Quiero escribir, pero no tengo tiempo”. La verdad, la única verdad, es que siempre hay tiempo. Como hay tiempo para dormir, para ver televisión o series de Netflix, para salir a tomar cerveza con los amigos o, simplemente, para ir a mirar vitrinas en el centro comercial. Si quieres, puedes; si de verdad quieres, encontrarás el tiempo. Si de verdad quieres…

La realidad, lo que el mercado me enseñó, es que las personas no se lanzan a escribir básicamente por dos razones: por las creencias limitantes y porque no encontraron al maestro idóneo para enseñarles y, sobre todo, para motivarlos. Si me lo permites, ese quiero ser yo. Porque, créeme, dentro de ti, dentro de todos los seres humanos, hay un buen escritor en potencia. ¡Sácalo!

Tengo que decirte, así mismo, que será tan fácil (o tan difícil) como tú quieras: a escribir se aprende escribiendo. Es decir, si no practicas cada día, aunque sea 5-10 minutos, nunca vas a desarrollar la habilidad, nunca crearás el hábito. Y escribir, mi querido amigo, es una habilidad, es un hábito. Porque, te lo repito, no hay fórmulas, no hay secretos, no hay magia. ¡Y tú puedes!

De otro lado, si eres el dueño de un negocio o un emprendedor y no te animas a producir contenido, tengo malas noticias para ti: estás condenado a desaparecer. Aunque tu producto o servicio sean buenos, aunque en verdad poseas conocimiento de calidad, aunque tengas el ferviente deseo de compartirlo con otros. Si no creas y publicas contenido, ¡no venderás!

Y negocio que no vende, desaparece. ¿Por qué? Porque la magia del éxito en los negocios hoy, dentro o fuera de internet, es ser visible. Si no eres visible, ¡no existes! Y más en circunstancias como las actuales, en las que tantas personas pierden su trabajo o su fuente de ingresos y ven en un negocio la posibilidad de generarlos. La competencia es feroz y hay muy buena competencia.

Por eso, entonces, tienes que diferenciarte, destacar en medio del tupido bosque, posicionarte como la mejor opción para aquellas personas que enfrentan el problema que tú puedes solucionar, que padecen el dolor que tú puedes calmar. Y no se trata de crear perfiles en las redes sociales y publicar videos, o hablar de ti y de tus hazañas, de seguir a los referentes del mercado.

¿Es posible para un negocio o emprendedor vender sin producir contenido? Sí, es posible. Pero, es más difícil, más lento y, sobre todo, más costoso. Seth Godin, el autor de La vaca púrpura y otros libros fantásticos, dice que “El único marketing que existe es el marketing de contenidos”. No sé si eso sea estrictamente cierto, pero sí puedo decirte que sin contenido tu marketing cojea.

Hoy, en el siglo XXI, hacer marketing, marketing del bueno, consiste en crear una audiencia (comunidad) y conversar con ella, interactuar con ella, compartir con ella, intercambiar beneficios con ella. Y eso solo lo puedes hacer a través de contenido: un blog, videos, pódcast, webinarios, transmisiones en vivo, eventos presenciales o virtuales, revistas digitales y otros formatos más.

Una estrategia de marketing de contenidos que se ajuste a tus necesidades, que te permita conectar con tus clientes y conversar con ellos es el complemento ideal, y necesario, de tus otras estrategias de marketing. Y tú puedes disponer de una efectiva, si me lo permites. Esa es la razón por la cual se creó CarlosGonzalezCopywrier.com, para satisfacer esa necesidad del mercado.

Me alegra mucho, y me entusiasma mucho, que hayas llegado hasta acá, que me hayas descubierto en medio de ese espeso bosque de copywriters del mercado. Mi promesa es que, si quieres hacerlo por ti mismo, yo te enseño a escribir y a transmitir tu mensaje; o si, por el contrario, buscas a alguien con el conocimiento y la experiencia, yo puedo hacerlo por ti.

Este es solo el comienzo y lo sé, porque la vida me lo enseñó, lo mejor está por venir. Además, y esta página web es clara muestra de ello, los sueños sí se cumplen si haces lo necesario. Mi invitación es que te des una oportunidad, que despiertes a ese buen escritor que hay en ti y empieces a compartir tu mensaje con el mundo. La recompensa, créeme, es maravillosa.

¡Bienvenido y gracias por estar acá!

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Si quieres comenzar a escribir, ¿qué debes hacer?

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? La mente del ser humano es tan poderosa como traviesa, en especial cuando permites que te dominen las emociones, cuando tomas decisiones basadas en mitos y falsas realidades. O, como en el caso al que me refiero, cuando actúas de tal forma que te sientes protegido en la cómoda zona de confort.

Es triste escuchar los argumentos de algunas personas para justificar por qué no escriben: “Yo no nací para eso”, “Ya estoy muy viejo para aprender”, “Es que no tengo tiempo”, “Cuando me jubile sí le voy a dedicar tiempo a escribir” y muchos otras más. Que no son argumentos, sino excusas fáciles, de esas que la mente expone con rapidez para ayudarnos a salir del paso en este embrollo.

El problema es que se les pasa la vida enredados en esa maraña de justificaciones y, al final, nunca escriben. Y se quedan con la frustración y, lo peor, con la duda. “¿Habría sido un buen escritor?”, se preguntan en silencio una y otra vez, en especial cuando ven a otros que sí lo hacen, que sí se despojaron de los miedos, que superaron las creencias limitantes. Una duda que atormenta.

Hay dos premisas que el ser humano necesita aprender, pero que muchas veces se niega a hacerlo. La primera, la ilimitada capacidad de su inteligencia. ¿Eso qué quiere decir? Que una persona, cualquier persona, está en capacidad de lograr todo lo que se propone, absolutamente todo, siempre y cuando programe su mente para ello. De lo contrario, jamás lo conseguirá.

“No digas no puedo, ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido del humor, lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes”. Esta genial frase es de Facundo Cabral, el cantautor argentino que tenía mucha autoridad moral para hablar del tema, porque su niñez estuvo llena de carencias y luego pudo darle un vuelco de 180 grados a su vida y vivir bien.

El primer paso para escribir es creer que puedes hacerlo. De hecho, ¡puedes hacerlo! Aprendiste en el colegio y has practicado toda tu vida. El problema radica en que lo hiciste sin una guía, sin un método, solo porque tenías que escribir. Y no lo disfrutas, que es otro componente valioso del proceso: si no lo disfrutas, en algún momento tiras la toalla. Recuerda: programa tu mente y hazlo.

La segunda premisa es tomar acción. ¿Eso qué significa? Trazar un plan, establecer unos objetivos y diseñar una estrategia que te permita alcanzarlos. Objetivos que, por demás, deben ser fáciles de cumplir dentro de un plazo determinado y, también, medibles. El resto es trabajar, con disciplina y constancia, para crear un hábito, para enseñarle a la mente que sí puedes escribir, que disfrutas.

Cuando vas a una academia para aprender a jugar al tenis, sigues el plan establecido por el entrenador y avanzas paso a paso, de lo sencillo a lo más complejo. Cuando quieres aprender a cocinar, te pones en manos de un experto que, igualmente, parte de lo elemental hasta llegar a lo especializado, lo complejo. Vas lentamente, quemando etapas, validando el conocimiento.

En el momento en que quieras escribir, entonces, debes haber aprobado estas dos asignaturas: programar tu mente para el “quiero, puedo y voy a hacerlo” y tener diseñado un plan con objetivos claros y una estrategia que te permita alcanzarlos. El resto, amigo mío, es ejecutar aquella sabia máxima de “La práctica hacer al maestro”. Cuanto más escribas, mejor escritor serás.

Cuando vayas a empezar, tienes que definir el tema. Sí, porque uno de los obstáculos habituales que las personas enfrentan cuando comienzan a escribir es que en su mente hay muchas ideas, buenas ideas, pero tan enredadas como un saco de anzuelos. Entonces, cuando por fin dejan de aplazar y se sientan frente al computador entusiasmados e ilusionados, no saben qué decir. ¡Plop!

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Y no es que haya eso que tantos llaman bloqueo, sino que, simplemente, no hay tema. El origen de este problema es aquella creencia, tan arraigada como falsa, de confiar en lo que llaman musa o inspiración. Que, en más de 30 años dedicado a escribir, no la conozco, nadie me la presentó y, mucho menos, llegó a mí volando como un ángel. Es una bonita fábula, pero no es la realidad.

La realidad es que para escribir necesitamos usar imaginación y creatividad. Que, por supuesto, todos las tenemos, de ahí que el tema del bloqueo no es más que otra excusa fácil. La realidad es que si no tienes perfectamente claro qué vas a escribir, por dónde vas a comenzar, cómo vas a seguir y en dónde quieres terminar, ni siquiera la imaginación y la creatividad te ayudarán.

Un ejercicio que les recomiendo a mis alumnos del curso A escribir se aprende escribiendo es que, antes de sentarse a escribir, desglosen en una hoja la secuencia de las ideas que van a desarrollar. Que son una guía, pero no una camisa de fuerza. ¿Eso qué quiere decir? Que al final, durante el proceso de creación, hay que improvisar y, entonces, eliminas algunas ideas e incorporas otras.

La clave radica en que sea una verdadera secuencia, con un comienzo claro, un desarrollo lógico y coherente y un final fuerte. No es tan difícil como pueda parecer, pues con la práctica te vas a dar cuenta de que es una herramienta poderosa que, con el tiempo, trabajará automáticamente, es decir, sin necesidad de escribir nada antes. Y no tiene que ser una secuencia demasiado extensa.

Una forma muy sencilla de plantearla es formular varias preguntas que luego vas a responder. Por ejemplo, ¿cuál es el problema que aqueja a al protagonista de mi historia?, ¿cuál fue el origen de ese problema?, ¿cuáles son las principales manifestaciones de ese problema (2 o 3)?, ¿qué ha hecho para solucionarlo?, ¿cuál ha sido la repercusión de ese problema en su vida?

Otra forma práctica es seguir el guion de una película de cine o, inclusive, la letra de una canción. Elige una que te guste mucho, que ojalá la hayas visto más de una vez, y trata de establecer la secuencia del libreto. Si bien cada película es única y no hay un libreto predeterminado, todas tienen una secuencia en particular. Por lo general, el orden de la secuencia es el siguiente:

1.- Planteamiento del problema y contexto de la historia

2.- Agitación del problema

3.- Esbozo de la solución

4.- Búsqueda de ayuda

5.- Solución del problema

6.- Moraleja

Hago énfasis en dos aspectos que la mayoría de los escritores (y con esto me refiero a periodistas, copywriters y demás) omiten: el contexto de la historia, que es el escenario en el que se desarrolla y se dan los sucesos) y la moraleja, que es el mensaje, la lección que esa historia nos enseña. Un escrito sin contexto y sin moraleja carecen de sentido, no tienen peso, no atraen la lectura.

Si nunca lo intentaste de verdad, ¿cómo sabes que no puedes hacerlo? No es que no puedas, que no seas capaz de escribir. Quizás es que no sabes cómo hacerlo. Recuérdalo: mente programada para el sí puedo, plan (con objetivos y estrategia) y práctica constante. Luego, en la medida en que quieras mejorar, necesitarás ayuda profesional idónea para pulir el estilo y mejorar tu escritura.