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Evita la trampa: ¡di adiós al perfeccionismo y a la vergüenza!

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El perfeccionismo y la vergüenza caminan de la mano. Adonde quiere que vaya el uno, el otro está ahí. Como su sombra. En últimas, son dos de las múltiples máscaras del miedo, esa camaleónica emoción que tanto nos incomoda en distintas situaciones. Parecen distintas, polos opuestos, pero la realidad es que son las dos caras de una moneda.

O, si lo prefieres, son dos caminos que te conducen al mismo destino. Durante casi 10 años me he dedicado a ayudar y asesorar a empresas y emprendedores a crear y gestionar sus estrategias de contenidos. Una experiencia que me ha brindado grandes satisfacciones y valiosos aprendizajes, pero que también me ha dejado algunas, digamos, magulladuras.

¿A qué me refiero? Esa incomodidad que se produce cuando quieres ayudar a alguien, tienes las herramientas para hacerlo, pero te imponen barreras o te cierran la puerta. Entonces, te ves involucrado en una batalla contra sus miedos, sus pensamientos tóxicos, sus creencias limitantes y sus excusas. Un libreto muy bien aprendido que, además, ejecutan con acierto.

¿Por ejemplo? Hay empresas (de todos los tamaños, de todas las industrias) que siguen atadas al modelo del pasado, del siglo pasado. ¿Cuál? Hablar de su producto, de las características de este y del precio. Un camino que hace décadas te llevaba al olimpo de las ventas, pero que hoy es tan solo un atajo que te desvía, que te lleva sin rumbo fijo.

El cambio comenzó con la revolución tecnológica que internet trajo consigo. Y se ahondó en este siglo XXI con los radicales cambio de comportamiento de los consumidores a la hora de comprar. Además, y esto no se puede desconocer, también cambiaron las prioridades y las necesidades de los compradores, así como sus gustos. Es un escenario muy distinto.

Por cierto, no podemos olvidar eventos traumáticos como la pandemia y tragedias naturales como huracanes, incendios, inundaciones, erupciones volcánicas y terremotos que han causado daños por doquier. La verdad es que cada día es más difícil lidiar con la realidad, con la ansiedad, con las preocupaciones, con los efectos del bombardeo mediático.

Estamos invadidos por un océano de basura. La mayoría de la información que circula en los canales digitales (y también fuera de internet) es manipulada, tergiversada o claramente una mentira. Internet, tristemente, es un ecosistema tóxico que genera desconfianza y que, lo peor, ahuyenta a quienes, quizás como tú, están en capacidad de aportar valor al mundo.

Esta, sin duda, es una de las razones poderosas por las cuales tantas marcas (empresas y personas) se niegan a lanzarse a la aventura de compartir contenido. De compartir sus conocimientos y experiencias. Conocimientos y experiencias que, no sobra decirlo, son justamente lo que muchos otros necesitan, la guía que requieren para solucionar su vida.

O, cuando menos, un aspecto de ella. Es como cuando descubres que el techo de tu casa tiene goteras y, justamente, acaba de comenzar la temporada de lluvias. Quizás no las puedas arreglar todas al mismo tiempo, pero con una o dos que ya no filtren está bien. Es decir, el problema se reduce y vas camino de la solución definitiva. Así es como funciona.

He trabajado con empresas y emprendedores que, aunque dicen ser conscientes de la necesidad de crear y compartir contenidos de valor, no lo hacen. ¿Por qué? Carecen de una estrategia o, lo más común, quieren que esa presencia digital sea perfecta, anhelan que en virtud de lo que llaman la magia del copy sus publicaciones sean virales y generen engagement.

Cumplir con este propósito no es imposible, pero no hay magia. Es trabajo, es estrategia, es conocer la necesidad y el deseo de tus clientes potenciales. Es tener la capacidad de crear y ofrecerle al mercado la solución adecuada a partir de conectar con tu audiencia, con las emociones de cada una de las personas que consumen esos contenidos. No hay magia.

El problema, porque siempre hay un problema, es que quieren tapar un hueco abriendo otro hueco. ¿Eso qué significa? Que la mayoría de las veces, casi siempre, no han hecho la tarea de definir sus avatares y, en consecuencia, el mensaje no produce el impacto deseado. Creen que basta con un buen copy, con acudir a ChatGPT, pero solo consiguen ahondar su fosa.

Es, entonces, cuando aparece el otro fantasma, el de la vergüenza. ¿Sabes cómo se manifiesta? Temor a las críticas, obsesión por los likes, inconsistencia de la estrategia (por el afán de querer satisfacer a todo el mundo) o autoexigencia desbordada, entre otras. Y hay algunas más: el miedo a la desaprobación, al fracaso, a recibir el silencio como respuesta…

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La realidad es que nadie nació aprendido. O, de otra forma, todos estamos en un eterno proceso de aprendizaje. Más, en estos tiempos modernos en los que los cambios se dan a una velocidad increíble, casi sin darnos la posibilidad de adaptarnos al anterior. Más, en momentos en los que el mercado requiere (exige) que poseas muchas habilidades.

Si quieres crear y compartir contenido, pero el perfeccionismo y la vergüenza te agobian, acá te ofrezco algunas opciones:

1.- Aprende paso a paso.
“Del afán solo queda el cansancio”, decían las abuelas de antes. Determina cuál es la habilidad prioritaria, esa que te ayudará a avanzar de inmediato, y conviértete en un experto en su manejo. ¿Que hay otras más? Dale tiempo al tiempo. Ya les llegará su turno o, a lo mejor, en el camino te das cuenta de que no las requieres, de que las puedes delegar.

2.- Tú eres la diferencia.
Muchas personas se lanzan a la loca carrera de aprenderlo todo, de dominar todas las herramientas, de ser una navaja suiza. Ese es un error que redundará en que pierdas el enfoque de lo importante, en que te distraigas. Y además malgastarás tus energías, tus recursos y tu tiempo (que no se puede recuperar). Entiéndelo: tú eres la diferencia.

3.- Se hace camino al andar.
No tienes que ser el mejor, en nada, para comenzar. Lo básico es suficiente y lo demás se aprende en el camino. Igual que en la vida: paso a paso. Eso sí, una advertencia: no te dejes llevar por la histeria colectiva del mercado, por la urgencia de escasez de los vendehúmo y determina un plan de aprendizaje. Con disciplina y método, aprenderás lo que requieres.

4.- Comienza con lo fácil.
Es decir, con lo que se te dé de forma natural. Todos somos mejores en alguna habilidad: descubre cuál es la tuya y aprovéchala. ¿Video? ¿Audio (pódcast)? ¿Texto escrito? ¿Imágenes? Con el tiempo, el aprendizaje y la práctica, puedes llegar a ser bueno en todas, pero no te desesperes. Método y paciencia son las claves para llegar a donde quieres.

5.- Asesórate bien.
Hoy es muy fácil caer en las redes de los vendehúmo que prometen el oro y el Moro a la vuelta de unos pocos clics. ¡Es mentira! Y más en el tema de la generación de contenido, una estrategia que requiere paciencia. Mientras aprendes, asesórate de alguien que te brinde las garantías necesarias, no inviertas en lo que no requieres y mide el impacto de lo que haces.

6.- No tengas miedo de delegar.
La excusa habitual es “apenas comienzo y no tengo recursos para pagar”. Sin embargo, esa es una creencia limitante: el activo más valioso de tu vida (o negocio) es tu tiempo. No lo puedes recuperar, así que no lo desperdicies. Determina qué tareas puedes poner en manos de otros a costos razonables y, sobre todo, a sabiendas de que te obtendrás el resultado esperado.

7.- Mejor hecho, que perfecto.
Piénsalo: la mayoría de los contenidos que llenan los canales digitales es, literalmente, basura. Bien sea porque son la copia de la copia, porque son versiones preliminares de la inteligencia artificial, porque son más de lo mismo o, lo peor, porque no aportan valor. Lo que compartas no tiene que ser perfecto: puedes hacer la diferencia si tiene calidad suficiente.

8.- Sé tolerante.
Las críticas siempre llegarán, pero no debes obsesionarte con ellas. Además, es necesario que también aprendas cuáles de ellas tienen sentido y te ayudan a ser mejor. Son pocas, por cierto. Las demás, ¡ignóralas! Sé tolerante mientras encuentras tu estilo, tu tono, mientras el mercado consume y digiere tus contenidos. Recuerda: “la práctica hace al maestro”.

9.- Transmite valor.
Lo que la vida te ha dado el privilegio de recibir, de disfrutar, no es para que lo guardes dentro de ti. Sí, es un tesoro, pero no para guardarlo en un cofre, sino para compartirlo. Solo tendrá sentido si lo transmites a otros. No importa la extensión, el formato o el canal: lo relevante es la utilidad que tenga para otros. Transmitir valor es lo que te hará único y relevante.

10.- Permítete ser vulnerable.
La gente conectará contigo en la medida en que entienda que tú has vivido lo mismo, que tú ya pasaste por esa situación que hoy le enreda la vida. Y, claro, que conoces la salida. No temas mostrarte vulnerable, porque esos episodios que dolieron en el pasado son lo que hoy, precisamente, te convierten en alguien valioso. Ah, y vulnerabilidad ¡no es debilidad!

En el tema de la creación de contenidos, ninguna verdad está sentada sobre piedra. Sí hay pilares, normas, recomendaciones, pero la clave del éxito está en saber adaptarse, en la capacidad de conectar con las audiencias a través de formatos y canales distintos. Y, lo más importante, es tu autenticidad y el valor de los contenidos que le aportes al mercado.

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8 estrategias sicológicas para que tu mensaje sea más persuasivo

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No hay magia, no hay fórmulas perfectas, no hay libretos ideales. Nada de eso, créeme, es copywriting. Se trata tan solo de promesas que los vendehúmo y los estafadores que abundan en canales digitales utilizan para atraer y atrapar a sus víctimas. Que siguen cayendo, por desgracia. Estas promesas, sin embargo, pierden efecto tan pronto se descubre el engaño.

No hay palabras mágicas (o sí, todas, sin excepción) y tampoco hay algunas que garanticen el impacto de tu mensaje. Siempre hay circunstancias y factores que entran en juego y pueden modificar el resultado esperado. Siempre hay algo que se sale de control (para bien o para mal). Por eso, no puedes caer en la trampa de los que pregonan estas falsas premisas.

Cuando trabajas en el ecosistema digital, produces contenido y te comunicas con el mercado, estás irremediablemente expuesto a los bulos y a los vendehúmo. Que solo conectarás con tus clientes si haces esto o aquello, si usas determinadas palabras, si tu mensaje no es más extenso que equis número de palabras, si publicas a no sé qué hora…

Algo llamativo es que apelan a la generalización. ¿Eso qué significa? Que no importa si eres abogado, médico, consultor inmobiliario, vendedor de autos, vendedor de seguros, cantante o coach. Según esta especie tóxica, los vendehúmo, tus mensajes producirán el efecto que requieres y esperas, siempre y cuando sigas al pie de la letra su libreto, su fórmula

No importa su eres un líder, un referente de tu industria o un novato que está en la tarea de darse a conocer, de ser visible, de llamar la atención del mercado. No importa si vendes un producto, físico o digital, o un servicio. No importa si ya estableciste una relación con tus clientes potenciales, si existe un vínculo de confianza y credibilidad, o estás en el punto de partida.

Por supuesto, no funciona así. Aunque los pilares del marketing y del copywriting son universales (se pueden aplicar a cualquier industria, a cualquier instancia del proceso), es claro que tú mensaje (y, por supuesto, tus palabras) debe ajustarse a cada caso en particular. Pasar esto por alto te llevará a construir un mensaje sin impacto, tan solo palabras vagas.

Un ejemplo: aunque el tema de la conversación, o tu mensaje, sea el mismo, no puedes comunicarte de igual forma con un niño y con un abuelo. El nivel de comprensión, el de conocimiento y el de discernimiento son muy distintos. El niño se quedará en lo superficial, en lo curioso, mientras que el abuelo querrá profundizar, que sea una charla productiva.

Moraleja: no existen fórmulas perfectas o libretos ideales. No hay magia. Entre otras razones, porque tus prospectos o clientes potenciales no son bobos. Merecen tu consideración y tu respeto y que tus mensajes se enfoquen en ayudarlos, no en explotarlos. Por eso, es clave que aprendas a utilizar las estrategias sicológicas que potencian el poder persuasivo de tu mensaje.

Te presento 8 de las más utilizadas:

1.- Aversión a la pérdida.
¿Sabes en qué consiste? En que los seres humanos, todos, sin excepción, nos movemos cuando experimentamos el riesgo de perder algo que ya tenemos asegurado, a pesar de que haya algo mejor que podríamos ganar. Por ejemplo, juegas cartas con los amigos y tienes la opción de quedarte con el bote si ganas. Al final, eliges ‘ir a la segura’, y plantas.

La clave de este sesgo cognitivo es la convicción de que es mejor no perder, así exista la posibilidad de ganar más. Estudios han establecido que las pérdidas tienen un impacto emocional aproximadamente el doble que las ganancias de igual magnitud. La aversión a la pérdida provoca que las personas no asuman riesgos, negándose la posibilidad de recibir más.

2.- Efecto de reciprocidad.
Es uno de los principios de la persuasión de Robert Cialdini. Es la tendencia a corresponder a favor, o a ser más receptivo, una vez hemos recibido algo. ¿Por ejemplo? Caminas por el supermercado y te ofrecen una muestra gratis de un nuevo yogur. Lo pruebas y te parece que no es mejor que el que consumes regularmente. Sin embargo, llevas un envase de un litro.

La reciprocidad es el sentimiento de compromiso que experimentamos cuando recibimos algo. Nos sentimos en deuda con el amigo que nos recomendó para un nuevo trabajo, con el que te prestó dinero para darte un gusto. También, cuidamos de nuestros padres en su vejez, en retribución a sus cuidados cuando éramos niños. Es un disparador muy poderoso.

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3.- Efecto Ziegarnik.
Es detestable, seguro lo sabes. Ves el noticiero, hay una noticia que te interesa, pero antes de desarrollarla hablan de otros temas. La retoman y, cuando crees que por fin vas a saciar esa gran curiosidad, la presentadora pronuncia la odiosa frase: “vamos a un corte comercial y volvemos en unos minutos”. Minutos que, para ti, significan una angustiosa eternidad.

O, quizás, tu pareja te envía un mensaje escueto: “Nos vemos esta noche, quiero contarte algo”. No soportas la curiosidad y le marcas. Todo aquello que queda inconcluso después de haber atraído nuestra atención nos genera una tensión que no se libera antes de saciar la curiosidad, hasta acabar con el suspenso. Es un recurso muy utilizado en la publicidad.

4.- Efecto de escasez.
Otro de los principios de la persuasión de Cialdini. Seguramente, el más poderoso, el irresistible. Es ese deseo incontenible de obtener algo cuando percibimos que es ilimitado, raro o exclusivo. Es un recurso muy utilizado en la publicidad relacionada con fechas como el Viernes Negro, el Cyberlunes o el Día de San Valentín, o las ofertas de temporada (Navidad).

La escasez puede presentarse de dos formas: cantidades limitadas o tiempo. Decides comprar porque temes que se acaben las unidades disponibles o cuando te dicen que la rebaja de precio es válida hasta la medianoche. Se aplica también a bienes de lujo como las joyas, los relojes, los automóviles o hasta la ropa: tenerlos te hace sentirse distinto.

5.- Efecto FOMO.
Llamado así por su significado en inglés: Fear of missing out (miedo a la pérdida). Se produce en especial cuando deseamos algo que otros ya están disfrutando. En especial, cuando esas personas son familiares, amigos o compañeros de trabajo. Conocer un restaurante, ver una película o comprar el nuevo modelo de tu celular preferido desatan el efecto FOMO.

Los seres humanos, todos, sentimos pánico de quedarnos relegados o excluidos de algo que otros tienen. Por eso, por ejemplo, muchas personas están pendientes de las notificaciones de sus canales digitales en el trabajo, en el gimnasio, mientras comen o, inclusive, en la iglesia. Es la respuesta a la ansiedad de sentir que ‘el mundo se va a acabar’ si no son parte de eso.

6.- Prueba social.
Es la cara positiva del famoso y temido “qué dirán”. En especial cuando estamos en modo compra, recurrimos a las opiniones, testimonios y valoraciones de otros, incluidos los que son desconocidos, para validar la decisión. Miramos reseñas en internet, pedimos consejo a algún familiar o amigo o, algo que es muy usual hoy, escuchamos a los influenciadores.

Otra manifestación es seguir el comportamiento de otros, de la mayoría, porque “si tantos hacen lo mismo, está bien”. Elegimos ir al restaurante donde hay fila para entrar, vamos al cine a ver la película que rompió récord de taquilla, leemos el libro considerado best seller o nos vamos de vacaciones al lugar que se puso de moda en los últimos meses.

7.- Sesgo de confirmación.
De manera inconsciente, los seres humanos, todos, tendemos a buscar información que valide o confirme nuestras creencias o pensamientos. Es algo común en las redes sociales, un escenario en el que muchas personas replican mensajes de otros, especialmente en temas como la política, la religión o el deporte, porque validan lo que ellas creen.

Esa es una de las razones por las que las detestables fake news y los bulos hacen carrera en los canales digitales. Muchos no verifican la fuente de la información, o su veracidad, pero la replican, la comparten, simplemente porque confirma su pensamiento, su forma de ver los hechos. Es una de las herramientas más populares entre los que utilizan la manipulación.

8.- Autoridad.
Muy similar al anterior. Somos prolijos a aceptar de buena gana lo que dice o piensa alguien que ocupa un cargo importante o que ostenta una dignidad. Nos resulta difícil cuestionar lo que nos dice un sacerdote, un médico, un político reconocido, un influenciador con miles de seguidores, la marca que es referente de su industria o un empresario de éxito.

Les otorgamos toda la credibilidad y pensamos que “si llegaron ahí”, “si son los mejores”, “si son los que más dinero ganan” es porque “saben más que el resto”. Un claro ejemplo son los deportistas retirados que se convierten en comentaristas en los medios de comunicación, a pesar de no haber estudiado, de no haberse preparado para ser profesionales en esa labor.

Como quizás lo percibiste, todas estas opciones tienen un lado bueno (positivo) y otro, malo (negativo). Esa característica, por supuesto, está determinada por el uso que cada uno les da y, sobre todo, de la intención del mensaje. Así mismo, y esto es muy importante, todas apuntan a las emociones, que son el punto débil de todos los seres humanos, sin excepción.

A la hora de configurar tu mensaje, puedes incluir dos o tres de ellas si lo consideras pertinente. Eso sí, te prevengo: no abuses de ellas porque, entonces, minas su poder. Es como la fábula del pastorcito mentiroso: la repitió la mentira tantas veces, que los demás se dieron cuenta de que no era cierta. El mal uso, mientras tanto, hará que pierdas credibilidad.

Estas estrategias sicológicas también son conocidas como gatillos emocionales, es decir, esos poderosos estímulos que activan las emociones y provocan una reacción automática. Si aprendes a utilizarlos, y lo haces para bien, de manera responsable, no solo investirán de poder tus mensajes, sino que se convertirán también en tu sello. Como si fuera magia

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¡7 tipos de descanso que anularán el bloqueo mental!

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No sé a ti, pero para mí una de las situaciones más incómodas es cuando intento estornudar y no me sale. La respiración se detiene por unos segundos y no hay forma de provocar esa explosión que produce un alivio. A veces, simplemente el impulso desaparece y otras, luego de unos segundos de angustia, ¡puedo estornudar! Es una sensación que se agradece.

Hay ocasiones en las que la situación es al revés. Me explico: eres presa de un ataque de tos y no puedes contenerlo. Intentas respirar profundo, pero el acceso impulsivo no se detiene. Sientes que te falta el aire, piensas que te vas a ahogar y, de un momento a otro, se termina. Aún agobiado, respiras tranquilo y tomas algo de líquido para refrescar la garganta.

Todos los días, sin excepción, los seres humanos, todos, estamos expuestos a estos pequeños impases. Incontrolables, sorpresivos, incómodos. Como un estornudo, un repentino ataque de tos, una rasquiña o, quizás, el famoso bloqueo mental, que para muchos se convierte en un obstáculo insalvable. Lo insólito es que la solución está ahí mismo.

¿A qué me refiero? Si sigues con atención los contenidos que publico, sabrás cuál es mi teoría al respecto: el tal bloqueo mental es una cómoda mentira, la excusa perfecta para justificar la inacción. Un bulo, similar al de la tal inspiración, que nos vendieron creativos famosos (pintores, escritores, músicos) y que el imaginario popular validó. ¡Es un mito!

¿Por qué? Porque es una circunstancia pasajera como el estornudo, como el ataque de tos, como la rasquiña. Por lo general, se diluye por sí mismo y luego de unos pocos minutos. Sin embargo, no hay que pasar por alto una diferencia, una gran diferencia. ¿Sabes cuál es? Que el estornudo, la tos y la rasquiña son reacciones involuntarias sobre las que no tienes control.

En cambio, cuando aparece el tal bloqueo mental la solución está ahí, al alcance tu mano. Y es tan sencilla, tan simple, y tan efectiva, que parece irreal. Por supuesto, no cuenta con la difusión mediática del bulo del bloqueo mental porque en la medida en que más personas conozcan y utilicen esta opción se esfumaría el humo. ¡Ya no podrían engañar a nadie más!

Antes de revelarte cuál es esa solución (que no es una poción secreta, que no es magia), veamos qué significa bloqueo. El diccionario nos ofrece estas alternativas: “Interceptar, obstruir, cerrar el paso”, “Impedir el funcionamiento normal de algo”, “Dificultar, entorpecer la realización de un proceso” o “Entorpecer, paralizar las funciones mentales de alguien”.

Algunos sinónimos son “Obstrucción, atasco, aislamiento e incomunicación”. Como ves, nada que sea definitivo, nada para lo cual no exista una solución. Es una circunstancia temporal, incómoda, pero solucionable. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que esa anhelada solución está dentro de ti. ¡No tienes que salir a buscarla, ya está en ti!

Eso, por supuesto, no te lo van a decir los vendehúmo porque se les daña el negocio. No te lo van a decir los que pregonan la tal inspiración porque se les daña el negocio. Tampoco te lo van a decir los que hoy te impulsan (en tono de exigencia) a que hipoteques tu talento y tu creatividad a las herramientas de inteligencia artificial generativa porque se les daña el negocio.

La realidad es que el bloqueo mental es algo natural. No es una enfermedad, no es una condición especial, no es un problema sin solución… El error al enfrentarlo es asumir que sus causas son externas y, como una reacción automática, buscar una solución (o salida) fuera de ti. Es cuando caes en manos de los vendehúmo, en las garras de los depredadores.

¿Cómo evitarlo? Entender que ese bloqueo mental es simplemente la manifestación de que tu cuerpo y tu mente están al límite. ¡Agotados! Que pagan el elevado costo de la angustia, el estrés, la histeria colectiva, los miedos, los pensamientos tóxicos, el exceso de trabajo, la rutina… Tus hábitos, tu comportamiento, te llevaron al límite y se prendieron las alarmas.

Porque eso es, justamente, el bloqueo mental: una alarma. La alerta de que algo no funciona bien, de que algo no va bien. Una señal de que necesitas tomar medidas correctivas, de que vas por el camino equivocado, de que lo peor está por venir si haces caso omiso. En otras palabras, tu cuerpo y tu mente te dicen que necesitan un respiro, ¡un descanso!

El problema, porque siempre hay un problema, es que no sabemos descansar. O, quizás, que creemos que la única forma de descansar es dormir. Entonces, vamos a la cama, dormimos unas horas y al despertar… ¡estamos igual o peor! Como nos sentimos cansados, volvemos a la cama, dormimos más y… Un círculo vicioso de nunca acabar que no resuelve nada.

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La verdad es que existen siete tipos de descanso y todos son necesarios. Dormir satisface solo una de esas necesidades, pero el resto se mantiene. No olvides algo que ya mencioné: son actividades sencillas que están al alcance de tu mano, no se requiere que tomes un curso, que pagues una membresía, que te dejes llevar por el nuevo objeto brillante del mercado.

Veamos, entonces, cuáles son esos siete tipos de descanso:

1.- Descanso físico.
El básico, pero no el único. El estrés, la ansiedad, las preocupaciones y los malos hábitos se reflejan en el cuerpo, que se resiente de múltiples formas. Lo ideal es dormir un mínimo de 8 horas en un ambiente propicio. Ten la precaución de no dejar tu celular prendido cerca de ti, para que no interrumpa tu descanso. ¿Otras opciones? Masajes, yoga, siestas…

2.- Descanso mental.
Cada día más importante, en virtud de la variedad y cantidad de presiones que soportamos en la rutina. Su principal manifestación es que tu cerebro sigue activo durante la noche, con pensamientos reiterados (casi nunca positivos o constructivos). Necesitas silenciarlo y él necesita bajar las revoluciones para hacer sus tareas nocturnas. Ponlo en botón de pausa.

3.- Descanso sensorial.
Indispensable en estos tiempos de hiperconexión, de estar expuestos casi todo el día a pantallas y dispositivos, televisores y más herramientas. Aunque solemos pasarlo por alto, el cansancio sensorial tiene consecuencias tanto en lo físico como en lo mental. Desconéctate al menos una hora antes de ir a la cama y toma pausas activas durante el día.

4.- Descanso creativo.
Se presenta cuando te das cuenta de que tus ideas se fueron de vacaciones. O se les olvidó el camino, o están distraídas. ¿La solución? Reconecta con lo básico, con el silencio, la paz, la tranquilidad, la naturaleza. O, quizás, con la lectura, la música, la pintura, la cocina o cualquier otra actividad que vuelva a prender la llama de la inspiración (está dentro de ti).

5.- Descanso emocional.
El gran déficit en la actualidad, sin duda. La clave es bajar las revoluciones, poner límites y romper con lo tóxico que altere tu tranquilidad: personas, relaciones, ambientes, recuerdos. Deja fluir tus emociones, ¡exprésalas sin miedo! Permítete ser auténtico, equivócate y aprende y podrás conectar con las personas, oportunidades y situaciones adecuadas.

6.- Descanso social.
En medio de la frenética rutina, las personas y las circunstancias drenan nuestra energía, nos agotan. Mental y físicamente. Es necesario tomarte un tiempo para estar contigo, solo, para reconectar con tu esencia, con lo que te hace feliz y te da paz y tranquilidad. Rodéate de personas vitamina que te recarguen y, sin temores, haz una limpieza social de tu entorno.

7.- Descanso espiritual.
Todos creemos en algo superior, no importa qué sea o cómo lo llames. Mantener viva la conexión es imprescindible para sentir paz. Medita, ora, haz obras de caridad, enseña a los que no recibieron tantas bendiciones como tú, encuentra tu propósito y vívelo intensamente. Tu alma pide reposo: no dudes en hacer todo lo que sea necesario para brindárselo.

Una de las lecciones más valiosas que nos dejó ese doloroso período que fue la pandemia del COVID-19 fue el riesgo de no cuidar de nosotros, de la salud física y mental. En especial, de esta última. Muchas personas entendieron el mensaje y cambiaron sus hábitos, dejaron atrás prácticas que les provocaban daño y comenzaron a vivir una vida más simple.

Muchas de ellas, sin embargo, con el paso de los días volvieron a lo mismo de antes: angustia, estrés, preocupaciones, ritmo frenético, histeria colectiva. Volvieron a consumir contenidos chatarra que les intoxican la mente y el alma. Hoy, de nuevo, están expuestas a constantes bloqueos mentales que les impiden ver la realidad, que les impiden disfrutar de la vida.

Soy creativo de tiempo completo. Todo mi trabajo requiere que mi mente y mi cuerpo estén alineados para evitar que aparezca ese enemigo silencioso que es el bloqueo mental. Por fortuna, aprendí a hacer todo lo necesario, ¡TODO!, para evitar que haga sus travesuras. Entendí que está en mis manos mantener encendida la llama creativa, y me protejo.

La próxima vez que te ataque este enemigo silencioso, no lo ignores, no lo menosprecies. El bloqueo mental no es un mal exclusivo de los creativos, de los famosos. Se trata de un problema que nos afecta a todos los seres humanos, en especial a aquellos que no toman los recaudos necesarios. Y no solo eso: puede provocar estragos si no tomas los correctivos.

Para terminar, te dejo algunas pequeñas acciones que podrían ayudarte si sientes que te ataca el temido bloqueo mental:

1.- Escucha música (canta, baila, ¡súbele el volumen!)

2.- Lee un capítulo del libro que estás leyendo (con uno basta)

3.- Si el clima lo permite, sal y camina 10-15 minutos, ojalá por un espacio en el que haya naturaleza

4.- Si tienes mascotas, dedícales 10-15 minutos. Ellas y tu bienestar lo agradecerán

5.- Toma una ducha de agua caliente; disfruta el agua corriendo por tu cuerpo

6.- Muévete: un poco de ejercicio siempre te hará bien. No necesitas ir al gimnasio: hay rutinas muy sencillas que puedes realizar en tu casa

7.- Cocina: preparar un platillo sencillo permitirá que te desconectes de la rutina

8.- Si tienes hijos, ayúdalos con las tareas, conversa, ve al centro comercial, pasa tiempo de calidad con ellos (o con tu pareja)

9.- Juega: practica tu deporte favorito (no importa que sea solo). Diviértete, se trata de conectar contigo mismo

10.- Contacta con una persona vitamina: una conversación de 10 minutos puede hacer milagros, ¡créeme!

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¿Conoces a tu audiencia? ¡Cuidado!, no te quedes en lo superficial

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“Se conoce a la pareja en el divorcio, a los hermanos en la herencia, a los hijos en la vejez y a los amigos en las dificultades”. Esta es una de tantas frases de autor anónimo que revolotean por los canales digitales y que encierra una gran sabiduría popular. Y que, por si aún no lo notaste, incorpora un mensaje clave que muchos omiten a la hora de crear y compartir contenidos.

¿Sabes a qué me refiero? Por naturaleza, el ser humano confía en sus semejantes. En especial, en aquellos a los que tenemos cerca, en su entorno más cercano: familia, estudio, amigos, trabajo, aficiones… Es decir, las personas con las que más tiempo compartimos, con las que nos unen lazos emocionales y con las que por lo general forjamos relaciones a largo plazo.

Un vínculo que se profundiza, se fortalece, en la medida en que interactuamos con esa otra persona. Cuanto más conozcamos de ella, más confianza nos brinda. No solo sentimos una gran empatía, sino que también descubrimos y disfrutamos las similitudes, aquellas creencias, pensamientos o comportamientos que nos identifican. Como si fuéramos el uno para el otro.

Sin embargo, y seguro lo has experimentado, la vida no es un paraíso. De hecho, a veces, muchas veces, se transforma en un infierno. Y lo más doloroso es que el antagonista, el malo de la película, es aquella persona en la que confiábamos ciegamente, en la que creíamos con los ojos cerrados, por la que estábamos dispuestos a meter las manos en el fuego…

La pareja, un hermano, un hijo, un amigo… O un compañero de trabajo o el que durante varios años te acompañó en esas apasionantes travesías en bicicleta los fines de semana… Algún malentendido, una discusión que se subió de tono, una actitud o una acción que riñó con los valores que forjaron la relación, una traición… Se terminó la armonía y… ¡comenzó la batalla!

Todos, absolutamente todos los seres humanos, lo hemos vivido alguna vez. Al menos una vez. Suficiente para dejarnos una cicatriz, un mal recuerdo y, quizás, una de esas experiencias que preferiríamos no haber vivido. ¿Por qué? Porque nos mostraron la otra cara de la moneda, descubrimos un otro yo de esa persona a la que creíamos conocer perfectamente.

El problema, porque siempre hay un problema, es que a las personas no las vemos como son, sino como las queremos ver. Y a esas personas que nos generan confianza por lo general las vemos sin defectos, las idealizamos. Por eso, no nos damos cuenta de las manifestaciones que nos indican que las cosas no van bien, que hay que prestar atención… Y no las atendemos.

Lo malo es cuando esa situación se nos convierte en un hábito que se replica como epidemia en todos los ámbitos de la vida. Creemos que conocemos a los demás, a los más cercanos, y la realidad se empeña en demostrarnos que, en verdad, son poco menos que unos desconocidos. Lo desagradable es la forma en que lo comprobamos: descubrimos su lado más oscuro.

Si has pasado por un divorcio tormentoso, si te enredaste con tus familiares por una herencia, si eres un adulto mayor al que sus familiares hicieron a un lado como si fuera un estorbo o si algún amigo de los de para toda la vida te dio una puñalada por la espalda, sabes a qué me refiero. A mi juicio, lo más doloroso es la sensación de sentirnos defraudados y engañados.

Una sensación que, tristemente, se repite con frecuencia cuando eres una marca (empresa o persona), un negocio o un profesional independiente e intentas vender algo al mercado. Cuando, después de haber hecho la tarea previa a la publicación de contenido, piensas que conoces a tu audiencia. Y no solo lo piensas: ¡estás completamente convencido de que sí!

Sin embargo, el resultado te demuestra que no es así. Compartes tu mensaje, lanzas tu oferta y la respuesta que recibes es un silencio sepulcral o un rechazo. Te sientes como Robinson Crusoe en una isla desierta, como si estuvieras perdido en la inmensidad del Himalaya y lo único que escuchas es el eco de tu grito desesperado. Ese al que llamas tu cliente ideal te ignora.

Una de las razones es que confundimos los términos. O, dicho de otra manera, asumimos que palabras como conocer, comprender y entender significan lo mismo. En el lenguaje coloquial, en el que utilizamos en nuestras conversaciones frecuentes, en nuestros mensajes, no hay diferencias, pero la verdad es que existen y, aunque sean sutiles, también son fundamentales.

Conocer es tener una idea clara de algo, mientras que comprender es hacer propio ese conocimiento y aplicarlo en la vida. Por ejemplo, puedes conocer (saber) que ser sedentario y tener malos hábitos de alimentación es malo para tu salud, pero solo lo habrás comprendido cuando practiques ejercicio con frecuencia y, además, te alimentes sano. ¿Ves la diferencia?

Conocer es un acto de percepción, que se concentra únicamente en lo exterior y que, además, incorpora una alta dosis de subjetividad. ¿Por qué? Lo que percibimos está determinado en función, principalmente, de nuestras creencias y pensamientos, de los miedos, así como de las costumbres. Significa que hay un componente social que nos invita a recibir la aprobación de otros.

Además, ese conocer se relaciona con un conocimiento teórico, que suele ser superficial. Comprender, mientras, es un proceso interno que implica tomar conciencia de algo. Es más profundo porque se relaciona con experiencias de vida, con las emociones. En otras palabras, es hacer propio lo que se entiende y actuar en consecuencia, con una clara intención.

Distinto, ¿cierto? Es como el iceberg. Conocer es lo que está sobre la superficie, a la vista de todos, de cualquiera. Comprender, en cambio, es más profundo, nos exige tomar una acción para descubrir esa gran porción que está bajo el agua. El conocer se queda en la simple percepción, algo pasajero, mientras que la comprensión nos brinda un aprendizaje a largo plazo.

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Retomemos: creemos que conocemos a nuestra audiencia, a nuestro cliente ideal, pero la verdad es que solo vemos lo externo, lo superficial. Lo que está a la vista de cualquiera, de todos. Asumimos que poseemos la información suficiente para comunicarnos con esas personas, para conseguir una conexión emocional. Sin embargo, la realidad es distinta.

Entonces, mi propuesta es que de hoy en adelante borres de tu mente ese concepto de “conocer a tu audiencia” y lo cambies por “entender a tu audiencia” o “comprender a tu cliente potencial”. No es solo un cambio de palabras, sino un nuevo camino. Uno a través del cual puedas conectar emocionalmente con esas personas, interactuar, intercambiar beneficios.

Ahora, la pregunta del millón: ¿cómo saber si en realidad entiendo a mi audiencia, si comprendo a mi cliente potencial, y no me quedé en solo conocerlo?

Lo sabes cuando entiendes, cuando comprendes: 

Sus dudas
Sus dolores
Sus problemas
Sus creencias y miedos
Las herramientas que necesita
En qué se equivoca
Casos de estudio que le sirven
Métodos que tiene que aplicar
Consejos que le serán útiles

La compra, quizás lo sabes, es la respuesta a una emoción. O, si lo prefieres, es la respuesta emocional a un impulso que activa esa parte de tu cerebro que te implora que lo compres. Y esa emoción que actúa como un disparador está estrechamente ligada a las dudas, a los dolores, a los problemas, a las creencias y miedos del ser humano, a lo que le urge saber.

Crees que conoces a tu pareja hasta que un buen día te llega la demanda de divorcio y te das cuenta de que “duermes con el enemigo”. Crees que eres parte de una familia modelo hasta que tus hermanos impugnan el testamento de tu padre y tratan de impedir que recibas tu herencia. Crees que tus hijos te aman, hasta que te recluyen en un hogar para ancianos…

Los seres humanos, todos, sin excepción, reaccionamos de maneras extrañas cuando las circunstancias son extremas. Como decían las abuelas de antes, “se nos sale el diablo que llevamos dentro”. Es decir, salen a relucir las emociones, motivaciones, resentimientos, nuestros bajos instintos. Sí, aquella parte del iceberg que está oculta bajo la superficie.

Para conocer a una persona basta observarla un rato y formularle algunas preguntas. Sin embargo, si quieres entenderla, comprender en realidad quién es, debes verla en un momento de ira, darte cuenta de cómo trata a los animales y a las personas humildes, ver qué hace cuando está borracha o comprobar hasta dónde está dispuesta a ayudar a otros a cambio de nada.

Los seres humanos, todos, sin excepción, somos imperfectos. Estamos llenos de defectos y a veces, ante situaciones que nos llevan al límite, reaccionamos de una forma en la que quienes dicen conocernos se sorprenden (nos desconocen). Es con ese otro yo, el que no se percibe a simple vista, con el que debes conectar emocionalmente, profundamente, con tu mensaje.

Moraleja: no te quedes en lo externo, en lo superficial, porque corres el riesgo de que te rechacen tan pronto realices una oferta. Utiliza todas las herramientas y recursos que estén a tu alcance para investigar el mercado, para entender a tu cliente potencial, para comprender si en verdad puedes ayudarlo y cómo hacerlo. Si no lo haces, te llevarás una sorpresa al conocer su otro yo

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10 opciones de contenido exprés que deleitarán a tu audiencia

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Dentro de nuestra infinita genialidad, los seres humanos tenemos la asombrosa capacidad de complicar lo que es sencillo. Como dirían las abuelas de antes, “no vemos lo que tenemos frente a las narices”, lo obvio, y por eso muchas veces, la mayoría de las veces, elegimos mal. Y no solo mal, en el sentido que es la opción equivocada, sino que también nos hace daño.

Sabemos que ingerir bebidas alcohólicas en exceso provoca daños en nuestra salud, pero no resistimos la tentación cuando, por ejemplo, juega la Selección de tu país en un torneo importante. O el licor es el primer artículo en la lista de imprescindibles a la hora de festejar el aniversario de nuestros padres, el grado de un hijo, el Día de la Madre o la Navidad…

Sabemos que el sedentarismo es el caldo de cultivo de múltiples males, de muchas de las enfermedades que cada día cobran vidas, pero siempre encontramos la ‘excusa perfecta’ para no movernos. O, quizás, somos incapaces de cambiar los hábitos y consumir una alimentación sana simplemente porque “no se me da eso de cocinar” o “siempre he comido lo mismo”

Aunque no lo hayas notado, es exactamente lo mismo que sucede cuando piensas en crear y compartir contenidos con tu audiencia, con tus clientes. Cada vez que te sientas frente a la cámara o al computador, aparecen esos diablillos traviesos que te invitan a procrastinar, que te distraen. En últimas, no son más que ‘excusas perfectas’para justificar tu inacción.

Los seres humanos, todos, sin excepción, contamos con una ILIMITADA fuente de creatividad, de buenas ideas. Lo increíble es que están ahí, pero no las vemos, no las percibimos o, quizás, no les prestamos al atención que requieren. Son fruto de nuestros aprendizajes, de nuestras vivencias y, por supuesto, de lo que creemos, de lo que pensamos y de lo que sentimos.

Es algo que nadie, absolutamente nadie, te puede arrebatar. Y está en ti. Es como si un día, sin estarla buscando, en el fondo de un cajón de tu clóset encuentras una caja con recuerdos. La habías olvidado, pero te emociona descubrirla ahí porque guarda testimonio de algunos de tus momentos más felices. De aquellos que marcaron tu vida para bien y revivirlos te hace feliz.

O vas de vacaciones a la playa y un día decides ir a caminar para disfrutar del contacto con la naturaleza. Sin esperarlo, encuentras un cofre que guarda… ¡un tesoro! ¿Te parece irreal, algo de ciencia ficción? Echa memoria y descubrirás que a lo largo de tu vida has descubierto, por pura casualidad, valiosos tesoros. Personas, oportunidades, aprendizajes, experiencias…

A lo que me refiero, el mensaje que me interesa transmitirte en este contenido, es que no necesitas encomendarte a la esquiva y traicionera inspiración. Tampoco tienes que hipotecar tu creatividad rindiéndote a alguna de las poderosas herramientas de inteligencia artificial. Tan solo debes echar mano de ese maravilloso cofre que hay en ti y aprovechar el tesoro.

A continuación, te propongo diez opciones, sencillas y todas a tu alcance, para producir contenido de valor. No importa el formato que elijas o el canal a través del cual vayas a compartirlo. Lo mejor es que son temas que se adaptan perfectamente a lo que quieres y que te permitirán utilizarlos más de una vez. Te sorprenderá no haberlos percibido con antelación:

1.- Errores comunes.
Todos nos equivocamos, sin excepción. Sin embargo, no todos aprendemos de los errores que cometemos. Compartir los tuyos, los más habituales, los que comete cualquiera, no te hará vulnerable y, más bien, te permitirá establecer un poderoso vínculo de empatía. Habla de aquellos que se puedan eliminar de una vez y por todas para mejorar los resultados.

2.- Tus mejores consejos.
La otra cara de la moneda. Si desarrollaste una habilidad y hay algo que haces mejor que la mayoría, o con mejores resultados (más fácil, más rápido, más económico), seguro habrá quienes agradecerán que les enseñes cómo hacerlo. No tienen que ser muchos, 3 o 5. Y puedes compartirlos uno a uno, de modo que tu audiencia se mantenga a tu lado.

3.- Antes y después.
Es lo que en el storytelling se denomina punto bisagra. Es un mensaje persuasivo poderoso que, bien utilizado, prende la motivación a la acción. ¿Por qué? Incorpora ese primer paso que tanto miedo nos da y que, por lo general, nos paraliza. Y le dice a tu audiencia que es posible, que tiene la capacidad de superar las dificultades, que hay algo mejor si no se rinde.

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4.- Un mito (o mentira).
En esta era de la infoxicación, los bulos están a la orden del día. Y ahora, gracias al poder de la inteligencia artificial, es cada vez más difícil identificarlos. Sin importar a qué te dediques, en esa actividad hay mentiras que han hecho carrera: ¡derrúmbalas! Este es el tipo de contenido que el mercado agradece porque evita una de las sensaciones más incómodas: ser engañados.

5.- Tutorial.
A todos nos encanta que nos enseñen cómo hacer algo de manera fácil, rápida y, sobre todo, efectiva. Eso significa que… ¡adoramos los tutoriales! De hecho, son los contenidos que más se consultan en YouTube y los que les han permitido a muchos profesionales convertirse en celebridades en los canales digitales. Y sí, tú sabes hacer muy bien algo que otros no pueden…

6.- Un día en tu vida.
¿Te parece extraño? ¿Piensas que a nadie le interesa? Si eso es lo que crees, estás equivocado. En especial si eres alguien que está unos pasos adelante del resto, de la mayoría, siempre habrá quiénes agradezcan que les digas qué haces y cómo lo haces. La clave del éxito, en la vida o en los negocios, parte de una buena rutina: tu audiencia adorará que compartas la tuya.

7.- Tu yo productivo.
En conexión con el anterior, cuéntale a tu audiencia esos consejos que te permiten ser más productivo. Este, quizás lo sabes, es uno de los temas álgidos para empresarios, dueños de negocios, emprendedores y profesionales independientes. Con un solo consejo que sea útil, tu ayuda será muy valiosa. Es un contenido que siempre se valora, que siempre se agradece.

8.- La historia de tu marca.
En especial si tú eres la marca, si tú eres el producto, este contenido es imprescindible. Es el que te permitirá establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado y, lo mejor, diferenciarte de la competencia. No temas contar tu historia, lo más valioso que posees. ¿Por qué? Porque le dirá al mercado que pasaste por lo mismo y lo superaste. ¡Te dará autoridad!

9.- Un testimonio.
Si aún no tienes casos de éxito que te den uno, puedes compartir la historia de alguien, una empresa o una persona, que te haya inspirado. De alguien que pasó por situaciones similares a las tuyas y las dejó atrás, alcanzó el éxito. La historia de alguien que refuerce tu mensaje, que lo humanice, que logre conectar con tu audiencia a través del poder de las emociones.

10.- Tu mayor acierto.
La diferencia entre el bien y el mal, el éxito o el fracaso, la felicidad o la tristeza, es tan solo una decisión. Una decisión capaz de cambiar el rumbo de la historia, que significa ese plus gracias al cual lograste lo que deseabas. ¿Cuál fue? ¿Por qué lo decidiste? ¿Fue un impulso emocional? Es algo así como tu secreto más preciado, un contenido que tu audiencia valorará mucho.

Ahora, ¿cómo te pareció? ¿Difícil? Estoy seguro de que no tienes que sentarte a pensar en una respuesta. Y, también, de que justo en este momento en tu cabeza las ideas, las buenas ideas, vuelan silvestres a la espera de que las utilices. Como ves, no hay que tomar un curso, no hay que pagar una mentoría, no hay que utilizar tecnología alguna: lo que requieres está en ti.

Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que cuanto más uso hagas de este valioso tesoro mayor será el impacto que puedas provocar en la vida de otros, en sus negocios. Olvídate de hacer lo mismo que la mayoría, compartir conocimiento teórico que casi nadie pone en práctica, y más bien enfócate en servir, en ayudar. La forma más efectiva de hacerlo es compartir aprendizajes y experiencias.

Recuerda, así mismo, que hoy las personas no quieren relacionarse con marcas, no quieren quedar a merced de herramientas tecnológicas. Lo que las personas buscan es otras personas, de carne y hueso, que hayan pasado por lo mismo que ellas sufren, que hayan enfrentado los mismos problemas, y que hoy están donde ellas quieren estar. Es una relación, no una simple transacción.

Dentro de nuestra infinita genialidad, los seres humanos tenemos la asombrosa capacidad de complicar lo que es sencillo. Y viceversa. Basta que no te dejes llevar por las tendencias, que seas consciente de cuán valiosa puede ser tu ayuda para otros, de que posees un tesoro que carece de sentido si no lo compartes. Aprovecha tu ilimitada fuente de creatividad…

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¿Menosprecias el impacto de tu mensaje, de tu comunicación?

Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.

Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.

Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.

Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.

En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.

Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.

¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.

En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.

Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!

Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!

Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.

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Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.

Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.

La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!

Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!

A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.

Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.

“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.

Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.

A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.

Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!

Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.

En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…

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¿Cuál es la clave cuando la marca eres tú, cuando el producto eres tú?

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Hubo un tiempo, que hoy se antoja lejano, en el que los seres humanos éramos eso, precisamente: seres humanos. Sin embargo, dado que todo cambia, y que nosotros no estamos exentos de la dinámica del universo, hoy somos ‘marcas’. En especial, si eres un profesional independiente que ofrece servicios y productos a partir de su conocimiento.

En el pasado, en el siglo pasado, era distinto. Ibas al médico que atendía a tu mamá desde que ella era una jovencita, al peluquero que le cortaba el cabello a tu papá hacía años, a la cafetería de la esquina atendida por don Pedro, el vecino más conocido del barrio. Todo lo que necesitábamos estaba escriturado con antelación: se transmitía de generación en generación.

Eran tiempos en los que había poca competencia en el mercado, no había mucho de dónde escoger y, entonces, esa tradición marcaba la pauta. Hoy es muy distinto: la competencia es abundante, sobran las opciones y el acceso a los productos o servicios está a la vuelta de unos pocos clics. Además, el consumidor cambió y ya no se casa con ninguna marca.

En el ámbito laboral, la revolución tecnológica se tradujo en una sobreoferta que supera con creces la demanda. Antes no había de dónde escoger y hoy lo difícil es elegir. Son tantas y tan diversas las alternativas disponibles, que no es sencillo tomar una decisión. Además, casi todas se autoproclaman ‘expertos’, ‘el mejor’, ‘el que más’, ‘la última Coca-Cola del desierto’

Y hay que decir que hay buenas opciones, especialmente en algunas áreas. Abundan los profesionales capacitados, con amplia experiencia y resultados positivos. Como decían las abuelas de antes, “más preparados que un kumis” (o yogur). Es como cuando, en un reinado de belleza, están las cinco finalistas: todas hermosas, llenas de gracia, y es difícil escoger.

¿Necesitas un abogado laboral? Hay miles en el mercado. ¿Un médico pediatra? Hay miles en el mercado. ¿Un carpintero? Hay miles en el mercado. ¿Un mecánico? Hay miles en el mercado. Y lo mismo sucede si eres médico, contador, ingeniero, nutricionista, entrenador deportivo, comunicador, especialista en marketing: ¡hay miles de miles en el mercado!

¿Cuál elegir, entonces? El camino corto es pedir consejo, la referencia de algún familiar o conocido. Sin embargo, no siempre es posible dar en el blanco. El siguiente paso, obvio, es preguntarle a Mr. Google, que lo sabe casi todo. Encontrarás cientos de opciones, pero antes de tomar una decisión, de hacer una elección, debes tomar las debidas precauciones.

¿Por qué? Porque en internet, lastimosamente, hay mucho vendehúmo, demasiado ‘experto’ que no produce resultados o, peor, de los que te venden la fórmula mágica de algo que ellos mismos no han conseguido, lo que nunca han hecho. Por ejemplo, el que dice tener el libreto para ser millonario, pero vive agobiado por las deudas o jamás ha tenido un negocio propio…

Por lo general, se trata de personas que tienen la habilidad de comunicar un mensaje, pero que no pueden acreditar un éxito comprobable en lo que pregonan. Por supuesto, en esa jungla que es el mercado, también hay especies buenas, profesionales muy buenos que te complican la elección. Cuando los comparas, te das cuenta de que son muy parecidos

Y ese, sin duda, es un gran problema. ¿Por qué? Porque, a la largo, los percibes como ‘más de lo mismo’. Que no lo son, por supuesto, porque cada ser humano es único e irrepetible, pero la vida, y también el mundo laboral o los negocios, es un tema de percepciones. Es decir, de cómo te ven los demás, de la idea que se forman de ti cuando tienen un primer contacto.

Eso es lo que se llama marca personal. La imagen que proyectas, el mensaje que comunicas, la autoridad que inspiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que no puedes permitir que esa percepción sea libre, es decir, que cada persona del mercado te perciba como quiera, porque corres el riesgo de que se haga una idea equivocada y te descarte.

Que, tristemente, es lo que les sucede a muchos profesionales independientes valiosos que no han establecido cuál es su marca. Seguramente son muy buenos, acreditan conocimiento valioso, saben cómo producir resultados efectivos, pero carecen de algo muy importante. ¿Sabes qué es? La capacidad para comunicárselo al mercado, para transmitir su valor.

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Ahora, veamos algunas opciones acerca de la marca personal:

1.- Fundamentalmente, es una conexión emocional a través de la identificación, de la simpatía y de la empatía. En el trasfondo, por supuesto, están tus valores y tus principios, así como tus sueños. A través de esa conexión emocional logras que otros se enamoren de ti

2.- Es la forma en que haces que se sientan las personas que tienen contacto contigo. O, de otro modo, es la experiencia que otras personas viven cuando se relacionan contigo, una interacción positiva, constructiva, inspiradora que quieren volver a disfrutar una y otra vez

3.- Como bien lo dijo Jeff Bezos, es “lo que los otros dicen de ti cuando no estás presente”. En una sola palabra, tu marca es tu reputación, que se desprende de lo que haces, de cómo lo haces, de lo que no haces. O, lo que es lo mismo, es la huella que dejas en la vida de otros

4.- Es la confianza que inspiras en otros, en el mercado, a partir de tu autoridad, de tu empatía, de tu mensaje. Es un contrato no escrito que has firmado con todas y cada una de las personas con las que interactúas y en el que se consigna tu promesa, tu compromiso

5.- De manera especial, la marca se manifiesta a través de tus acciones, más que de tus creencias, tus pensamientos o tus mensajes. Así como “una imagen vale más que mil palabras”, un comportamiento te define con mayor fidelidad que un buen discurso

6.- Como mencioné antes, la marca es el mensaje que transmites y que refleja tus valores, principios, creencias, miedos y sueños. Es todo lo que comunicas y cómo lo haces, pero no olvides que también es lo que no comunicas. El silencio es un mensaje muy poderoso

7.- Es lo que te hace único y diferente, tus virtudes y tus defectos, tus miedos y tus fortalezas, tus creencias y tu conocimiento. Es posible que te sientas vulnerable al comunicar esto, pero créeme que el mercado no solo lo valora, sino que se conecta contigo a través de esto

8.- Es el legado que has construido y por el que se te recordará el día que partas de este mundo. O, en otras palabras, es la huella que has dejado en la vida de todas y cada una de las personas con las que has interactuado. Y no, no tienes por qué caerle bien a todo el mundo

9.- Es la capacidad que tienes para interactuar con otros, producir sinergias positivas y construir algo valioso, a pesar de las diferencias, más allá de las diferencias. En este sentido, la marca está alineada con el liderazgo, con tu poder para inspirar a otras personas

10.- Finalmente, tu MARCA es tu HISTORIA. La forma más poderosa para transmitir tu marca es contar tu historia, compartirla con el mundo para que otros conozcan lo que has vivido, así como los retos que superaste y, lo más importante, el aprendizaje de los errores cometidos

Inducidas por el mercado, por los vendehúmo, muchas personas cometen el error de involucrarse en la loca carrera de ‘construir una marca’. La verdad es que la marca ya es, la marca ya está y, de hecho, siempre ha estado allí. ¿Eso qué significa? Que TÚ eres la marca, lo has sido desde el momento en que llegaste a este mundo y lo serás hasta el día que te vayas.

Por eso, justamente por eso, el concepto de ‘construir una marca’ es equivocado. Entre otras razones, porque construirimplica, tras bambalinas, copiar o modelar, conceptos que riñen con la marca, que son contrarios a ella. La marca se descubre, se trabaja, se potencia y se comunica día a día. Todos los días, sin excepción. La clave radica en tener el control de la marca.

Porque, de lo contrario, tu mensaje puede ser distorsionado, malinterpretado o, peor, quedarás sujeto a las percepciones de otros. Cuando tienes el poder de tu marca, de tu mensaje, reduces el margen de error y, lo más importante, estás en capacidad de conectar con otros a través de las emociones. Y, a partir de ahí, disfrutar del intercambio de beneficios.

Recapitulemos: a diferencia del pasado, del siglo pasado, la marca no es una empresa o un producto, ¡ERES TÚ! O, dicho de otra manera, tú eres la marca y el producto. Y las mejores marcas, los mejores productos, son los que se conectan con otras personas, las que se identifican con otras personas. ¿Cómo? A través del increíble poder de las historias, de SU HISTORIA…

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Humaniza tu marca: cuenta tu historia, conecta e inspira

“Érase una vez…”. Todos, sin excepción, escuchamos estas palabras alguna vez, en especial en la niñez, y con el paso del tiempo las recordamos con nostalgia, quizás con alegría y felicidad. O, a lo mejor, tú mismo las utilizas todavía cuando intentas arropar a tu hijo para que concilie el sueño o, de pronto, sentado en el regazo del abuelo, esté tranquilo mientras tú atiendes la visita.

La poetisa, ensayista, novelista y, sobre todo, activista política estadounidense Muriel Rukeyser nos dejó una frase memorable: “El universo está hecho de historias, no de átomos”. De hecho, cada ser humano que ha existido o que existe es en sí mismo una gran historia compuesta por miles, millones de pequeñas historias. Cada día vivido es una porción de la colcha de retazos de la vida.

Lo que muchos no entienden es que todas las historias son dignas de ser contadas, compartidas. Todas, sin excepción, encierran un aprendizaje y nos ofrecen una moraleja valiosa, solo que a veces pierden su impacto porque quien las cuenta no logra transmitirla. Es como los chistes: los buenos, los que nos hacen reír, tienen mayor impacto si quien los cuenta lo hace con gracia y estilo.

De hecho, yo soy pésimo contando chistes. ¡No tengo gracia alguna! En vez de risa, provoco lástima. Por el contrario, soy muy bueno contando historias. No solo disfruto hacerlo, sino que también tengo la sensibilidad para transmitir emociones, para provocar que quienes las escuchan o leen se involucren en la trama y, lo más importante, para que esos relatos se recuerden.

Piénsalo de esta manera: a lo largo de tu vida has conocido a cientos, a miles de personas. En tu barrio, en el colegio, a través de otros amigos, en el trabajo… Cientos o miles. Sin embargo, a muchas no las recuerdas y tampoco tienes claras las circunstancias en las que estuviste con ellas o cuándo los conociste. En últimas, son historias intrascendentes, de las que no transmiten.

Primera lección: las historias, como tal, no son buenas o malas. Lo que las diferencia, lo que ubica cada una en un extremo, es cómo se cuentan o quién las cuenta, así como el objetivo que persigue. Por eso, las premisas del tipo de “cuenta historias y vende más” o “usa el ‘storytelling’ y consigue más clientes” no solo no son ciertas, sino que son una engaño descarado. ¡Esa es la realidad!

Si fuera tan fácil, si seguir un libreto o utilizar una plantilla fuera el secreto del poder de las historias, todos los que las utilizaran, sin excepción, serían multimillonarios. Y no es así, por supuesto. De hecho, son más, muchas más, las historias insulsas, desabridas o patéticas que vemos a diario que las realmente buenas, las inolvidables. Los canales digitales están llenos de aquellas.

Eso se da porque la mayoría de las historias están cortadas por la misma tijera o, dicho de otra manera, son historias condenadas al fracaso. ¡De origen, son un fracaso! Y eso es, tristemente, lo que les sucede a muchas marcas, empresas o personas; a muchos negocios y, cada vez más, a los profesionales independientes que intentan posicionarse en internet a través de las historias.

¿Por qué? Porque son historias mal concebidas, historias que no se enfocan en lo que a las audiencias les interesa, sino en lo que el autor desea o necesita transmitir. Entonces, son historias a las que les falta algo muy importante: ¡la capacidad para transmitir emociones! Y, a través de ellas, producir identificación, empatía, simpatía, además de informar, educar, entretener e inspirar.

Sin la montaña rusa de las emociones, ninguna historia trasciende. Y con emociones no me refiero a hacer payasadas, a gritar, a llorar o a posar de víctimas como hacen los patéticos influencers. Se trata de emociones auténticas (es decir, sin libreto) que logren captar la atención de la audiencia y, lo que marca la diferencia, conectar con los valores, principios, sueños y proyectos de otros.

El poder del storytelling genuino es conectar a través de la emociones con quienes hayan vivido experiencias similares a las tuyas y, entonces, logren identificarse. Por ejemplo, los padres de niños autistas o con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) se identifican entre sí, más allá de que cada caso es único, de que cada persona es un universo irrepetible.

Así, por ejemplo, sucede en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA). Las razones por las cuales cada una de esas personas toma la decisión de ingerir una bebida alcohólica, los efectos que la bebida les produce y los comportamientos que se derivan del abuso son parecidos, aunque únicos. Sin embargo, se identifican por la problemática, las emociones, el tras bambalinas de la adicción.

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Y esa es, precisamente, la razón por la cual esas reuniones son el escenario ideal para recibir ayuda, para apoyarse para controlar la adicción y llevar una vida ‘normal’. Entre ellas se escuchan, se comprenden, comparten historias y a veces se juzgan. Son esas otras personas que no tienen control sobre la bebida las más idóneas para ayudarlas, porque padecen lo mismo.

Segunda lección: las historias que cuentes carecerán de poder si no pueden conectar con las emociones de otros. O si esos otros no han vivido experiencias similares a las que cuenta tu historia. O no las quieren vivir. Recuerda el mencionado ejemplo de los padres de niños con TDAH o piensa en los aficionados a la música clásica, que se comportan como una comunidad.

Hoy, cuando hay más competencia que nunca en el mercado, cuando los productos o servicios que se ofrecen están cortados por la misma tijera, la clave de la diferenciación es la autenticidad. Ser diferente ya no es una opción, sino una prioridad. Ser auténtico es el activo más valioso que posees y la llave para abrir la puerta de la vida de aquellos a los que puedes impactar con tu historia.

Te confieso que no entiendo por qué tantas personas son reacias a contar su historia, a compartirla con otros. Sé que en el fondo está el temor a verse vulnerables, a sentirse vulnerables, a que los demás se aprovechen de sus debilidades. Si eres una de esas personas, entiende que nadie es perfecto, que todos erramos, que todos tenemos defectos o carencias, ¡todos, sin excepción!

Lo irónico es que es esa vulnerabilidad, precisamente, la que permite conectar con las emociones de otros y generar empatía y simpatía. Recuerda el ejemplo de los alcohólicos anónimos. Y es también esa vulnerabilidad la que blindará de autoridad tu mensaje, ¿lo sabías? Sí, porque es la forma en la que dirás al mercado que pasaste por lo mismo y que sabes cuál es la solución.

Una de las pesadillas del marketing actual, dentro y fuera de internet, es que abundan los expertos que te garantizan el éxito a través de fórmulas que ellos no han probado para alcanzar la fortuna que nunca consiguieron. Son como los profesores que te hablan sobre negocios, pero nunca han creado una empresa o el médico con notorio sobrepeso que te dice que debes hacer ejercicio 150 minutos a la semana.

¿Y sabes cuál es una característica común en la mayoría de ellos? Que saben contar historias, más allá de que son historias postizas, falsas, que pierden poder pronto. No te van a solucionar ningún problema, no te ayudarán a cumplir ningún sueño, pero te encandilarán con sus relatos, con su prosa, y te llevarán a comprarles algo que no solo no necesitas, sino que no te servirá.

Ahora, piensa en la otra cara de la moneda. ¿Sabes cuál es? La de la integridad, la autenticidad, la genuina vocación de servicio; también, la de las historias que conectan, que conmueven y, sobre todo, que inspiran. Historias comunes, pero poderosas; comunes, pero valiosas; comunes, pero transformadoras a través de las experiencias, del aprendizaje de los errores, de la vulnerabilidad.

En el mundo actual, en especial si eres un profesional independiente, si tú eres la marca de tu empresa o negocio, debes saber que tú eres el producto. Es decir, antes que lo que ofreces, bien sea un producto o un servicio, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que nadie te dará su dinero antes de confiar en ti, de creer en ti o, si así lo prefieres, de conectar con tu historia.

El objetivo del storytelling es darle una cara humana a tu marca, algo indispensable si tú eres la marca, el producto. Ten en cuenta que el mercado no quiere comprar, sino establecer relaciones con otras personas, que redunden en un intercambio de beneficios. Y eso solo se dará si existe un vínculo de confianza y credibilidad, una conexión emocional y una historia de la que quiera ser parte.

Historias reales, por supuesto. Historias de vida, de las que dan cuenta de los momentos de duda, de dificultad, de los momentos en los que la vida te exigió explorar en tu interior y sacar a relucir el superhéroe que hay en ti. Historias que le cuenten al mundo lo valioso y valiente que eres y, a través de ese mensaje poderoso, inspires a otros a construir sus propias historias de éxito.

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Tu historia, clave de la confianza, es el pilar de tu relación con otros

La confianza se ha convertido en un término recurrente que aparece por doquier. Y se lo utiliza de manera indiscriminada, con una diversidad de acepciones que, a veces, son contradictorias. El diccionario lo define, en primera instancia, como “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo” o también como “Seguridad que tiene alguien de sí mismo” y, por último, “familiaridad”.

Es decir, hay una confianza que se tiene, una confianza que se da y otra confianza que se recibe. Por eso, la generalización puede inducirnos a un error, que por cierto es muy común. Y este es uno de los términos más estudiados en la sicología, que en su intento por aclarar a veces confunde más. ¿Por qué? Se refiere a diversos tipos de confianza cuyas fronteras son, digamos, difusas.

Estos son algunos de los tipos de confianza definidos:

1.- La confianza en los demás. Es la que actúa como pegamento o como repelente en las relaciones con otros, a partir de las interacciones. Surge de nuestra naturaleza de seres sociales

2.- La autoconfianza. Que suele confundirse con autoestima. Se refiere a la valoración de uno mismo respecto a su capacidad para desempeñar una tarea y llevar a cabo un objetivo

3.- La falsa autoconfianza. Es esa confianza que se expresa externamente, pero no se siente internamente. Se utiliza, por lo general, como una máscara, como un mecanismo de defensa

4.- Confianza conductual. Es la capacidad para actuar en función de las circunstancias, para responder a ellas y tomar las decisiones adecuadas para superar las dificultades

5.- Confianza emocional. Se relaciona con la adecuada gestión de las emociones propias y para interpretar y entender las ajenas. En la práctica, se manifiesta como una habilidad

6.- Confianza espiritual. Se refiere a la fe que tenemos los seres humanos en el entorno, en lo que nos rodea y en el contexto en el que nos movemos. Es también la creencia en algo superior

7.- Confianza simple. Según algunos expertos, este tipo de confianza es innata, la traemos con nosotros en la configuración original. Es total y completa, como la confianza en tu mamá

8.- Confianza alimentada. Distinta de la anterior, surge a partir de las experiencias que vivimos, del aprendizaje de las interacciones con otros y con el entorno. Puede moldearse o desaparecer

Ahora, en función de a quién le preguntes, de qué fuente consultes, encontrarás otras más. Y eso, precisamente, es lo que hace que la confianza, un valor básico, se haya convertido en algo trivial. En este caso, como en muchos otros, lo crucial es regresar a los fundamentos, a los pilares, y recuperar la esencia. Una tarea que, sin embargo, en la práctica no es tan sencilla como parece.

¿Por qué? Porque la confianza es una percepción. Es decir, por más que la sicología o alguna otra ciencia se dé a la tarea de definirla, nunca habrá una definición única. El problema es que el grado de confianza se basa en una expectativa, es decir, en la respuesta que esperamos de alguien o de algo. Y, seguro lo sabes, casi nunca se cumple y se transforma, más bien, en decepción o desilusión.

“Si a las personas les gustas, te escucharán, pero si confían en ti, harán negocios contigo” – Zig Ziglar

“No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte” – Friedrich Nietzsche

“La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso” – Stephen King

“La mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando” – Ernest Hemingway

“Se necesitan 20 años para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla” – Warren Buffett

“Cuando la confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva” – Stephen R. Covey

“Es la confianza mutua, más que el interés mutuo, la que mantiene unidos los grupos humanos” – H.L. Mencken

“Aprender a confiar es una de las tareas más difíciles de la vida” – Isaac Watts

“La confianza se crea cuando alguien está vulnerable y no se saca provecho de ello” – Bob Vanourek

“Confiar es difícil. Saber en quién confiar, incluso más” – Maria V. Snyder

¿Cómo te parecen estas frases? ¿Te identificas particularmente con alguna? Lo que me gusta es que tras bambalinas todas esconden el poder de la confianza. ¿Sabes cuál es? Que esta capacidad está determinada por las experiencias vividas. Cuanto más te traicionan, cuanto más te defraudan, cuanto más te rompen el corazón, cuando más te decepcionan, más difícil es volver a confiar.

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Esa es una realidad irrefutable a la que nos enfrentamos cada día en distintos ámbitos. En especial, en el de las relaciones con otros, bien sean relaciones personales, sentimentales o de negocios. En este último escenario, la confianza del consumidor, del cliente potencial, está dinamitada por cuenta de los vendehúmo, de los que se dedican a engañar a los que confían ingenuamente.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es otro, sin embargo. Es decir, el problema no es la creciente desconfianza del mercado, sino que para establecer relaciones la confianza es indispensable. Sin confianza, no hay relación posible. Entonces, no queda otra opción que luchar contra la corriente y, en especial, mostrarle al mercado que eres alguien confiable.

El principal obstáculo que una marca (empresa o persona), un negocio o un profesional que desea vender un producto o un servicio enfrentan a la hora de ofrecerlo al mercado es la desconfianza. Un obstáculo que muchas veces, la mayoría de las veces, intentamos eludir, hacemos caso omiso de él. Y, entonces, nos lanzamos a la venta, como si nada, como si existiera un lazo de confianza.

¿El resultado? Rechazo total, por supuesto. Como cuando en la calle o en el transporte público abordas a un desconocido e intentas comenzar una conversación. Alguno te seguirá la corriente por un tiempo, pero la mayoría activará las alarmas y elevará las barreras. Es una reacción natural, casi espontánea e inevitable, a la falta de confianza, la respuesta al temor a ser engañados.

La dificultad para confiar en otros radica en que nos exige abrirnos, ser auténticos y bajar las barreras que utilizamos como mecanismo de defensa. El resultado de esa apertura es que nos sentimos vulnerables, expuestos a que alguien se aproveche de nosotros. Y sucede, por supuesto: aprovecharse de la necesidad, del dolor o del deseo de otros es algo normalizado hoy.

Dado que es una percepción, la confianza nada tiene que ver con tus bienes materiales, con el cargo que ocupas, con el dinero que atesoras, con el estilo de vida que te das. ¡Nada que ver! En estos tiempos modernos, esas posesiones son más bien fuente de desconfianza. Sin embargo, son muchos los que apelan a esto para tratar de generar una conexión con el mercado, con otros.

Y es posible que lo hagan con aquellos que se identifican con esto, pero ese siempre será un vínculo débil. De esos que se rompen fácilmente, de los que no están respaldados por el respeto y la lealtad. Pero no solo eso: también se requiere que el vínculo sea alimentado y fortalecido en el tiempo, a través de múltiples interacciones, para que eche raíces firmes, profundas.

Para que la confianza sea real, verdadera, debe estar soportada en tres pilares:

1.- Empatía. Que va mucho más allá de la idea común de “ponerse en los zapatos del otro” y se manifiesta en la comprensión profunda de su problema, de su necesidad. Comprensión que se da a partir de la escucha activa que permite establecer una conexión emocional que supera la barrera de las diferencias (creencias, experiencias, expectativas, miedos, objetivos, conocimiento).

2.- Autenticidad. Que, seguro lo entiendes, está relacionada con la vulnerabilidad. Es la razón por la cual tantos eligen utilizar máscaras o asumir actitudes postizas que les permitan encajar en lo que es socialmente conveniente. Ser auténtico no solo es mostrarte como eres (en especial en lo relacionado con defectos o carencias), sino de manera especial ser fiel a tus principios y valores.

3.- Lógica. Un aspecto que casi nunca se considera, pero que es infaltable. ¿Por qué? Porque los seres humanos, todos, somos una dualidad (lógica/emociones, mente/corazón). Requerimos el concurso de la lógica principalmente a la hora de tomar decisiones, pero también cuando debemos justificar alguna reacción o un comportamiento que no esté bien visto, que genere rechazo.

Cuando confías en alguien o, por ejemplo, en un animal, lo haces porque sientes que no te hará daño, que será gentil, que te retribuirá. Sin embargo, olvidamos esto cuando nos relacionamos con el mercado, con un cliente potencial: asumimos que entiende, que sabe que tenemos o que somos la solución a su problema, y no es así. Sin que exista un vínculo de confianza, no es así.

Moraleja: al mercado, a todos y cada uno de tus clientes potenciales, no le interesa lo que tienes, lo que ofreces. Aunque sea la solución a su dolor o la satisfacción de su deseo. No le importa porque en un mercado en el que la demanda supera a la oferta, lo puede conseguir con alguno otro. ¡Esa es la realidad! Si alguien más le brinda laconfianza que requiere, ¡se olvidará de ti!

Tu primera tarea, primordial e inaplazable, es establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado. Mientras no lo hagas, serás ‘más de lo mismo’ y despertarás objeciones (recuerda el componente lógico). Y, por supuesto, no querrán saber de ti, no te comprarán. Mientras, todo lo que hagas para crear confianza, fortalecerla y enriquecerla te brindará retornos maravillosos.

Ahora, quizás te haces la pregunta ¿cómo generar ese vínculo de confianza? La herramienta más poderosa de la que dispones para lograrlo es tu mensaje. Siempre y cuando sea auténtico, esté enfocado en ayudar a otros, en generar transformaciones positivas y construir un legado, tu mensaje es tu mejor aliado. No importa qué formato o canal utilices, sino el valor del contenido.

Hoy, por fortuna, la tecnología nos proporciona increíbles herramientas que no solo hacen que la tarea sea fácil, sino que te dan la posibilidad de obtener mejores resultados. Un pódcast, un blog, publicaciones en redes sociales, infografías, un video o un e-book son algunas de las opciones. Lo que interesa, recuerda, es el valor del contenido o, en otras palabras, el poder de tu historia.

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6 pasos para crear tu sistema de generación de contenido

¿Sabes cuál es la razón por la cual más del 90 por ciento de las personas fracasa en su intención de cumplir con los propósitos que se traza? Que no son capaces de crear un sistema efectivo que les permita obtener de manera consistente y recurrente el resultado que ansían. Una premisa que, para bien o para mal, se aplica a todo lo que hacemos en la vida.

Entiendo que eso de crear sistemas efectivos no suena divertido. De hecho, más bien, se antoja aburrido porque lo asimilamos a la rutina, a la repetición, a la disciplina. Y esta última, seguro lo sabes, lo has experimentado, no abunda. Menos en estos tiempos modernos y frenéticos, en los que los seres humanos asumimos la vida como una competencia o una carrera loca.

Queremos hacer milagros a la vuelta de unos pocos clics (cuantos menos, mejor). Carecemos de paciencia y, lo peor, solo nos preocupa el resultado. Sin embargo, este es el origen del error que después lamentamos. ¿Por qué? Porque el resultado es, sí o sí, producto de lo que lo antecede, del sistema, de las tareas que cumples repetidamente y, claro, de tu disciplina.

No es que pagas tres meses en el gimnasio, vas la primera semana y luego te rindes. ¿Por qué? Acudiste sin preparación, no te asesoraste y, más bien, te diste una paliza que tu cuerpo resintió. Te duele hasta el aire que respiras y tu cerebro pide una tregua. ¿Qué pasó? Faltó el sistema para comenzar suave, para enseñarle a tu cuerpo, para crear tu propio método.

O, probablemente, comenzaste la semana con la intención de consumir alimentación más sana. Dejas de lado los ultraprocesados, las bebidas azucaradas y, el mayor sacrificio, esos chocolates que te encantan. Ah, practicas un poco de deporte. El fin de semana, sin embargo, te liberas: bebes alcohol, te das la comilona del siglo y no descansas suficiente. ¿Entonces?

Los deportistas de alto rendimiento, en cualquier disciplina, son un excelente ejemplo. ¿Qué tal la gimnasta Simone Biles? En tres participaciones en los Juegos Olímpicos, logró 7 oros, 2 platas y 2 bronces. Es la deportista más laureada de esa disciplina y una de las más destacadas de todos los tiempos, a pesar de los problemas que la mantuvieron alejada de la competencia.

Su rutina de entrenamiento incorpora lo que los especialistas llaman entrenamiento cruzado. ¿En qué consiste? Especialmente durante el verano, realiza sesiones de natación, atletismo y ciclismo. Así mismo, pasa horas en el gimnasio en entrenamientos de fuerza (flexiones, planchas), de resistencia (pesas, máquinas) y de fortalecimiento (en procura de control).

Eso no es todo, sin embargo. Para alcanzar los extraordinarios niveles de flexibilidad y de movilidad, realiza sesiones de pilates, de estiramiento estático y de estiramiento dinámico (en movimiento). Por supuesto, pasa al gimnasio a las barras de ejercicio (salto, asimétricas), la viga de ejercicio y la plataforma de ejercicios de suelo. Y, por último, la rutina de fuerza.

¿Hay más? Sí, lo que ella llama el entrenamiento silencioso, que consiste en descansar, masajes de recuperación, baños de hielo y rodillos de espuma. El objetivo no solo es recuperarse del esfuerzo, físico y mental, sino evitar lesiones. También cuida su hidratación, su alimentación y su salud mental (a través de meditación). Entrena 6-7 horas al día, con rutinas alternadas.

Lo que el público ve, sin embargo, se restringe a unos minutos durante la competencia. O, quizás, como en el caso de los Olímpicos, a 3-4 días. El resto, lo más valioso, no se ve, la gente no lo ve. Las interminables sesiones de entrenamiento, los ratos de descanso, las horas de soledad, los momentos de crisis y depresión son la parte oculta del iceberg, la masa grande.

El resultado de la competencia, que finalmente es lo que queda registrado en la historia, no es producto del talento del deportista, de un momento de inspiración o un toque de suerte. Por supuesto, el talento se requiere, la inspiración influye y la suerte ayuda, pero lo que en realidad permite alcanzar la victoria es el trabajo acumulado, el entrenamiento silencioso.

No importa si eres un deportista de alto rendimiento como Simone Biles o un abogado que prepara su alegato para un juicio, o un médico cardiólogo que se alista para una cirugía, o una profesora de ballet que entrena aun grupo de bailarinas para una presentación. Ellos también están más cerca del triunfo, del resultado positivo, en función de lo que hagan antes de.

Cuando la tarea que te propones es la de crear contenido para compartirlo con tu audiencia, con tus clientes potenciales, el entrenamiento silencioso determinará tu éxito (o tu fracaso). No es, como nos quieren hacer creer los vendehúmo o los payasos digitales, que te paras ante la cámara y ‘actúas natural’ para convertirte en una celebridad y, claro, en multimillonario.

Eso no sucede ni siquiera en las películas de ciencia ficción. Eventualmente, dado que hoy tantas personas consumen la pornobasura que hay en los medios y canales dentro y fuera de internet, es posible que un poco de vulgaridad y ordinariez te permitan atraer la atención. Sin embargo, ese ‘éxito’ será efímero y lo que hagas se olvidará rápido. ¡Nadie te recordará!

En cambio, cuando creas un sistema de trabajo y, sobre todo, cuando cumples con las rutinas del entrenamiento invisible, los resultados serán sobresalientes y, lo mejor, dejarán huella. Una huella positiva en la vida de las personas que tengan el privilegio de consumir tus contenidos. Y lo agradecerán de tantas formas como les sea posible, incluida la de recomendarte con otros.

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Si bien no hay fórmulas perfectas y tampoco existen los libretos ideales, el sistema que te llevará a obtener los resultados que esperas ya fue inventado. Como la rueda, como el agua tibia, como el pan. ¡No tienes que reinventarlo!, no caigas en la trampa de los vendehúmo y los estafadores que pululan en el mercado. Crear tu propio sistema es más fácil de lo que crees.

Si no sabes cómo hacerlo, cómo comenzar, puedes probar con estos seis pasos sencillos:

1.- Crea tu flujo de información.
La creación de contenidos es una tarea complicada cuando te abandonas a la esquiva y traicionera inspiración o cuando esperas que ChatGPT (o alguna otra herramienta de inteligencia artificial) haga tu trabajo. La fuente ilimitada de ideas está en tu cerebro y en tu corazón, en las experiencias que vives, en el aprendizaje de tus errores, en tus creencias.
La clave: mantente informado. Recuerda que “quien tiene la información, tiene el poder”

2.- Consume contenido de calidad.
Si a ChatGPT lo alimentas con basura, te arrojará basura. Lo mismo sucede con tu cerebro. Por eso, entonces, cuida la calidad del contenido que consumes, elige fuentes confiables y, sobre todo, que te aporten distintos ángulos de la realidad. No solo sigas a los referentes, pues tras bambalinas hay personas anónimas (o poco conocidas) que pueden aportar mucho valor.
La clave: sé selectivo con lo que lees, ves y escuchas porque eso determina lo que haces

3.- Diversifica lo que consumes.
Si bien hoy una de las claves del éxito en el mercado es la especialización, no puedes caer en el error de cerrarte a la banda de un solo tema. Ten en cuenta que el estándar del mercado, tristemente, es la mediocridad, así que subir el listón no solo te hará diferente, sino visible. Aprende de aquello que te permita ofrecer más opciones de ayuda a los demás
La clave: la tecnología es imprescindible, pero no te olvides de los seres humanos

4.- Consume contenido de los referentes de tu industria.
Si ellos están en la cima, si ya llegaron a donde tú quieres llegar, por algo será. ¿Cierto? Entonces, acércate a ellos, consume sus contenidos, analiza sus estrategias, descubre cuáles son sus secretos mejor guardados. Asiste a sus eventos, compra sus libros, haz sus cursos. Créeme que esa es una excelente inversión cuyos resultados disfrutarás a largo plazo
La clave: ten cuidado de no caer en la trampa de dejar de ser tú, de ser auténtico

5.- Asiste a eventos de tu industria.
El networking es una de las estrategias más efectivas para conocer el tras bambalinas de tu actividad, para descubrir cómo otros han logrado buenos resultados, para conocer nuevas tendencias y, en especial, para establecer alianzas estratégicas que deriven en un intercambio de beneficios. Ir a estas actividades te permitirá avanzar al ritmo de la industria
La clave: no se trata solo de ir y tomarse foto: participa, déjate ver muestra tu valía

6.- Crea tu propio método.
Olvídate de copiar el modelo de otros, de los referentes, de aquel que te inspira. No solo porque no es posible, sino porque además estarías renunciado a lo que te hace único, a tu autenticidad. Identifica qué los hace distintos y mejores del resto y modélalo, adáptalo a tu caso. Si algo hace falta (conocimiento, habilidades, herramientas), podrás conseguirlo después
La clave: el éxito es un rompecabezas en el que cada persona que influye en ti es una pieza

La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en el intento de crear contenidos de calidad es porque se encomienda a la tal inspiración a la espera de que esta les diga qué camino seguir. El camino es justo lo contrario: una vez establezcas tu sistema, una vez tengas tu método, la inspiración brotará y te brindará la posibilidad de crear lo que desees.