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Cómo tu mensaje te ayuda a vender mejor y cerrar más ventas

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. Esta es una premisa muy popular en el ámbito del marketing y los negocios que también se aplica a muchas otras actividades de la vida. Se refiere, básicamente, a que es imprescindible respetar el proceso, el paso a paso, antes de intentar venderle un producto/servicio a una persona a la que acabamos de conocer.

Esto es especialmente cierto para quienes hacemos marketing de respuesta directa o para quienes transmitimos mensajes persuasivos (no destinados a vender, exclusivamente). Sin embargo, lo que vemos en el mercado, cada día, es justamente lo contrario: nos bombardean por doquier con mensajes de venta, que no solo son invasivos, sino también, agresivos.

Producir contenido de calidad para publicarlo en internet, o en algún formato convencional como un impreso, puede generar una gran ansiedad a quien lo escribe. “¿Gustará?”, “¿Provocará el impacto deseado?” o “¿Los clientes potenciales prestarán atención?” son, entre otras, las preguntas que pueden atormentarte. El problema es que no hay una respuesta.

No una sola: hay muchas. Y todas son válidas, todas son ciertas. ¿Por qué? Porque es imposible, literalmente imposible, establecer de antemano si lo que escribes, si ese mensaje que has preparado, va a generar el impacto que deseas. Nadie, absolutamente nadie, lo puede predecir. Y lo mismo sucede, por ejemplo, con una canción o con una película de cine.

Te lo diré de otra manera, muy fácil de entender: escribir, preparar un mensaje (que bien puede ser un video, un pódcast o una imagen) es un apuesta. Sí, como cuando vas al casino o al hipódromo e inviertes unos dólares: crees que vas a ganar, anhelas ganar, pero no sabes a ciencia cierta si lo vas a hacer. De hecho, son más las probabilidades de que pierdas tu dinero.

Sí, en medio de este incesante bombardeo mediático al que nos someten a través de distintos medios, dentro y fuera de internet, es muy probable que tu mensaje se pierda, que no logre atraer la atención de nadie. Es la verdad. Y más si, como les ocurre a tantos negocios, personas y empresas, se enfocan exclusivamente en vender, aun cuando no estés interesado.

Hace unos días, tuvo el privilegio de participar en un evento virtual llamado FÓRMULA DIGITAL, organizado por mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Fueron cinco días de increíble aprendizaje y compartir, en los que pude conocer a personas muy valiosas y, también, dar una charla que, por fortuna, tuvo una gran acogida. Pero, todas, sin excepción, fueron muy buenas.

En una de ellas, Teo Tinivelli nos trasmitió un mensaje poderoso. Él, si no lo conoces, es un experto creador de mensajes virales, especialmente en una de las plataformas digitales más populares del momento: Instagram. Esta vez, preparó la charla titulada “Hacks para lograr tasas de cierre por encima del 60-80 %”. Lo había visto otra vez, pero esta vez se pasó de bueno.

Fueron varios los mensajes poderosos que nos transmitió, pero hubo uno en especial que me llamó la atención y que es el origen de este artículo: “Vender no es lo mismo que cerrar la venta”. Parece obvio, pero no lo es. De hecho, esa diferencia, que para algunos (la mayoría) es sutil, es la razón por la cual nos cuesta tanto trabajo vender, ya sea un producto o un mensaje.

Te confieso que, hasta esa charla de Teo, yo también creía que vender y cerrar eran lo mismo. ¡Estaba equivocado!, como seguramente tú también lo estás. Y prácticamente todo el mundo en el mercado. La diferencia, sin embargo, es clara y contundente y, si eres un creador de contenido, te va a gustar. A mí me gustó, porque le da un valor adicional a mi trabajo.

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Comencemos por el final: el cierre. Es aquel momento del proceso en el que se completa la transacción, es decir, cuando tu cliente realiza el pago por el producto o servicio que ofreces. Esa tarea será más fácil en función de lo que hayas hecho durante el proceso, durante la venta. Cuanto más valor hayas aportado, cuanto más hayas ayudado a esa persona, será más fácil.

El cierre de la venta es una consecuencia de todo lo que hagas desde que ese prospecto entró en contacto contigo, con tu empresa/negocio. Un camino, un proceso, que ahora, gracias a nuestro amigo Teo Tinivelli, sabemos que se llama venta. Y que significa generar confianza, crear un vínculo de credibilidad, posicionarte en la mente de tu prospecto, nutrir, educar y entretener.

Y es justamente en ese punto en el que el contenido cobra relevancia. No hay otra forma de generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener que publicar contenido. De relevancia, de aquel que aporta valor sin importar el formato (texto, audio, video, imagen) o el canal en el que lo difundes.

Porque, y esta es otra piedra con la que muchos tropiezan constantemente, lo importante no es el canal, no es el formato, sino el contenido, el valor del contenido. Porque, y seguramente ya lo notaste, un día nos dicen que el éxito es publicar videos, al siguiente nos dicen que es un pódcast, al siguiente que un reel en Instagram, al siguiente que…, en fin. Y no es cierto.

Por supuesto, es importante publicar ese contenido de valor en el medio en el que están tus clientes potenciales y, también, en el formato que ellos más consumen. Si no cumples con esa premisa, corres el riesgo de que tu mensaje se lo lleve el viento, que nadie lo atienda. Como tampoco lo atenderá si ese mensaje que emites no le aporta valor, no le interesa, ni ayuda.

Una arista del problema es que a la mayoría de los seres humanos, incluidos los creadores de contenido, no nos agrada vender, no se nos da bien vender. Es fruto de creencias limitantes, de que nos han enseñado que “vender es malo”, que “vender es manipular” y otras especies tóxicas por el estilo que, por supuesto, no son ciertas. La verdad es que “vender es servir”.

Recuerda: generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener. Cuenta historias, comparte casos de éxito, brinda consejos prácticos y de fácil aplicación, da cuenta de los errores que cometiste para que otros no caigan en ellos. Demuestra interés genuino en ayudar, en servir, no solo en cerrar.

Tú, con el conocimiento atesorado, las experiencias vividas, el aprendizaje surgido de tus errores y tu vocación de servicio, eres un mensaje poderoso. Tienes mucho por decir, por compartir, que resulte de utilidad para otros. No te prives de ese privilegio, no te niegues la oportunidad de recibir la gratitud de aquellos a los que serviste sin esperar nada a cambio.

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. No solo porque lo más probable es que te respondan con un rotundo no, sino que además puedes cerrar la puerta definitivamente, volverte incómodo o tóxico. Además, y esto para mí es lo más importante, te pierdes la diversión, la alegría del proceso, la experiencia de saber que provocas un impacto positivo.

No son las palabras las que venden, ni las fórmulas de copywriting, sino los beneficios y, en especial, la promesa de una transformación (o la solución definitiva al problema que lo aqueja) que tu prospecto anhela. No te enredes en la tarea de crear textos vendedores, porque la venta, lo sabemos gracias a Teo Tinivelli, es el proceso: el cierre, mientras, es la consecuencia.

De lo que se trata es de cambiar el chip, desaprender aquella vieja creencia limitante que te impide vender, que te hace sentir mal vendiendo. Y entender que, más bien, estás en capacidad de aportar valor, de ayudar a otros, a través de tu contenido, de tu mensaje. Ese, lo repito, es un privilegio que la vida te concede y que bien valdría la pena que lo disfrutes.

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5 graves errores por los que tu contenido no conecta con la audiencia

Un día como hoy, un día cualquiera, se publican más de 6,8 millones de entradas de blogs, según el portal especializado InternetLiveStats.com. Una cifra que se incrementa si tomamos en cuenta las informaciones, millones de artículos, que se suben en las páginas web de los medios de comunicación o de empresas. Muchos de ellos, sin embargo, pasan inadvertidos.

La mayoría, de hecho. ¿La razón? Porque no son páginas visibles y posicionadas, porque sus gestores no se han preocupado por crear una comunidad y, en especial, porque se trata de mensajes vacíos. ¿Eso qué quiere decir? Solo venta-venta-venta o, de otra forma, retórica que en últimas no es más que llover sobre mojado: lo mismo de siempre o el penoso copy+paste.

Si sigues con atención mis publicaciones, sabrás que promulgo que cualquier profesional, que cualquier persona que acredite conocimiento y experiencia en un campo específico, debería tener un blog. No hacerlo es perderte la diversión, la oportunidad de interactuar con quienes valoran y aprecian tus contenidos, con quienes reciben con beneplácito el valor que aportas.

Además, y solo por esta razón todos deberíamos publicar un blog, es un camino expedito al aprendizaje continuo. No basta con dar tu opinión sobre un tema, no basta con exponer tu autoridad sobre un tema; se requiere aprendizaje continuo para estar en capacidad de aportar valor, de ofrecer a quienes reciben tu contenido algo que, de lejos, no sea más de lo mismo.

Por esto último, precisamente, es que tantos de esos más de 6,8 millones de post publicados cada día prácticamente pasan inéditos: son más de lo mismo. Si le haces una consulta de un tema popular a Mr. Google, te darás cuenta de que un buen contenido se replica una y otra vez, como por arte de magia. La verdad es que algunos lo copian y replican sin sonrojarse.

Ahora, por otro lado, en relación con los contenidos que encontramos en internet hay una gran cantidad de novelas, mitos y falsedades. Lo triste es que muchas son verdades sentadas sobre piedra por cuenta de la repetición. Una práctica abusiva que alzó vuelo con rapidez y que se popularizó. Por eso, encontrar buen contenido es como buscar una aguja en un pajar.

Eso, por supuesto, no puede desanimarnos, no debe desanimarnos, a quienes producimos contenido legal, propio, nuevo y novedoso. Más bien, a mi juicio, es un aliciente, un reto. Y, por si no lo sabías, me encantan los retos, en especial los que están precedidos por un “No creo que seas capaz de lograrlo”. Quienes me conocen pueden dar fe de que eso no es un obstáculo para mí.

Y tampoco debería serlo para ti, si te entusiasma la idea de escribir, si tienes vocación de servicio y, sobre todo, si quieres compartir con otros tu conocimiento, tus experiencias. Hoy, quizás lo sabes, internet y la tecnología nos brindan el privilegio de comunicarle al mundo aquello que la vida nos permitió atesorar y, lo mejor, que sea de utilidad para más personas.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que muchos de los que comienzan un blog tiran la toalla al poco tiempo. ¿La razón? No logran conectar con una audiencia o, dicho de otra forma, no encuentran eco a sus publicaciones, es decir, nadie los lee. Y es desolador, sin duda, lo sé porque lo he experimentado. Pero, por fortuna, también conozco la otra cara de la moneda.

¿Cuál es? La de comprobar que tus textos son bien recibidos, que gustan por la calidad de la escritura y que son agradecidos por los lectores. Si no lo has vivido, te cuento que la respuesta positiva a un texto que trabajaste con profesionalismo, al que le pusiste cariño y pasión, tocó las fibras sensible de alguien, de al menos una persona, es una sensación indescriptible.

En especial, cuando esa retroalimentación proviene de alguien que no te conoce, que no tiene vínculo alguno contigo. ¿Por qué? Porque tus padres, tus abuelos y tus amigos siempre te dirán que les encanta lo que escribes; ellos no son un buen termómetro. Lo maravilloso de internet es que los lectores se toman la molestia de dejar un comentario cuando algo les gusta.

Lo importante es que entiendas que se trata de un proceso en el que comienzas de cero. Inclusive, si ya escribías antes, si eras conocido, si eras un profesional, como en mi caso. Las audiencias de internet son nuevas, se renuevan constantemente y, por eso, lo que haces cada día es valioso. La clave, por supuesto, está en no repetir los errores más comunes del mercado.

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¿Cuáles? Los siguientes son los cinco más graves y frecuentes:

1.- Escribir para cualquiera.
Tu lector no es ‘cualquiera’. La primera clave para conectar con otra persona es que ella sienta que ese texto, ese contenido, fue creado especialmente para ella. Como si fuera la única persona del planeta. Uno de los errores más comunes, sobre todo cuando no se ha desarrollado el hábito de la escritura, es creer que tus textos son para todo el mundo.

Cuando te sientes frente al computador a escribir, has de cuenta que la pantalla es una persona, una sola: tu pareja, un amigo, tu padre, no importa. Una sola. Y escribe como si le hablaras a esa persona, como si fuera una charla de amigos. Por la magia de la identificación, si el contenido es de valor vas a ver cómo más personas se sentirán aludidas, conectadas.

2.- Escribir para ti mismo.
El tema del ego es bien complicado en este ámbito de los periodistas y escritores. Creen que son el centro del mundo, o que el mundo gira a su alrededor. Y no es así, por supuesto. La más clara manifestación de esta equivocación es que escriben para sí mismos, sobre los temas que les gustan a ellos, para decir lo que ellos quieren escuchar, para regocijo propio y de su ego.

Escribe para que te lea cualquiera, para que te entienda cualquiera: un niño de 5 años o un adulto mayor; una persona con maestría o posgrado o una que acaso terminó la primaria. Si logras este objetivo, recibirás increíbles recompensas de esos lectores anónimos a los que les tocaste las fibras emocionales con tu contenido. Esa, créeme, es una experiencia maravillosa.

3.- Escribir para (como) ‘expertos’.
Otro vicio proveniente de la academia, de las altas esferas empresariales y, tristemente, del periodismo. Los locutores y comentaristas deportivos son el mejor ejemplo de este grave error: se inventan términos, utilizan palabras con significados distintos y, además, se creen muy cultos. La verdad es que solo hacen el ridículo y a largo plazo se tornan insoportables.

De nuevo: escribe para que te entienda el niño o el adulto mayor, el letrado o el que tiene poco conocimiento. Cuanto más sencillo sea tu lenguaje, mejor. Cuanto más cálido, mejor. Cuanto más fácil de entender, mejor. Las palabras rebuscadas generan distancia, son paredes que se interponen en la comunicación, que la traban, la interrumpen. ¡Elimínalas!

4.- Escribir para ‘vender’.
¿Sabes cuál es el resultado más común cuando todos tus textos se enfocan en vender? ¡NO vendes! ¿Por qué? Porque a los seres humanos, a todos, nos encanta comprar, pero todos, absolutamente todos, odiamos que nos vendan. Además, en internet te topas con algunos tipos que son verdaderamente agresivos, y hasta abusivos, como si nuestra vida dependiera de ellos.

Y no es así, por supuesto. La venta es una consecuencia. ¿De qué? De tus acciones y decisiones y, también, del tono de tus mensajes. Preocúpate por persuadir, que implica educar y nutrir, y las ventas llegarán. La ‘venta forzada’ es una especie en vías de extinción: lo que se impone hoy en marketing es brindar valor. Cuanto más valor aportes, más fácil será vender.

5.- Escribir sin estrategia.
Tan grave como que tu única estrategia sea vender. Quizás te sorprenda saber que la mayoría de las personas se conecta a internet por dos motivos: busca entretenimiento o necesita información. Entretenimiento para escapar de la dura realidad, de la aburridora rutina, de los ambientes laborales tóxicos, de los problemas personales, en fin. Busca un oasis de paz.

Así mismo, busca información acerca de aquello que lo afecta, por un lado, o que le agrada, por otro. En otras palabras, requiere soluciones a sus problemas o alimento para sus pasiones. Planifica, estudia a tu lector, conoce cuáles son sus gustos e intereses, interactúa con él y dale lo que busca y, además, lo que necesita, que, valga mencionarlo, no siempre es lo mismo.

Tú eliges qué camino recorrer: el de tantos otros que son prácticamente invisibles, que no conectan con las audiencias porque son más de lo mismo. O, más bien, una propuesta de valor novedosa, interesante y atractiva. Créeme: dentro de ti, producto de tu conocimiento, de tus experiencias, de tu historia, hay un mensaje poderoso que otros necesitan. ¡Compártelo!

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Sabios consejos de David Ogilvy para escribir textos poderosos

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. Esta genial frase (porque en verdad es GENIAL) la pronunció David Ogilvy, el genio de la publicidad. Por si no lo sabías, una leyenda, considerado ‘el padre de la publicidad moderna’. Un dios para aquellos que se dedican al copywriting de ventas, un revolucionario, creador de anuncios inolvidables.

Su obsesión fue comunicar mensajes capaces de generar acciones específicas en grandes audiencias. Sí, ya sé que esa es la labor de cualquier publicista, la diferencia es que Ogilvy lo logró: no solo sus mensajes eran muy poderosos, sino que con el paso del tiempo se convirtió en un referente y en un modelo que hoy, más de 20 años después de su muerte, es replicado.

Su vida daba para escribir una novela o una película. Nació en West Horsley (Inglaterra), hijo de un escocés y una irlandesa. En su niñez, padeció los rigores de la Gran Depresión, que afectó el negocio de su padre y sus estudios. Ingresó a la Universidad de Oxford, pero no concluyó los estudios: se fue a París, donde comenzó a trabajar como ayudante de cocina.

Fue en la cocina del prestigioso Hotel Magestic Spa, en pleno corazón de la Ciudad Luz. Fue construido en 1905 y parte de su gran atractivo es que se encuentra muy cerca de todas las atracciones que ofrece esta encantadora urbe, en especial, los Campos Elíseos. Un lugar lleno de historia y cuya marca está asociada a la exclusividad, a la elegancia y al refinamiento.

Allí aprendió el significado del servicio y de la excelencia, dos aprendizajes que marcaron su vida y que le permitieron sobresalir muy arriba del promedio. Luego, los caminos de la vida lo llevaron a ser vendedor de hornos, una actividad en la que descubrió su propósito. Eran tan buenos los resultados que obtenía, que la empresa le solicitó que escribiera un Manual de Ventas.

Y fue ese texto, precisamente, por el que lo contrataron en la agencia Mather & Crowther, de Londres, su primer trabajo en publicidad. Poco después, en 1938, pidió ser enviado a Estados Unidos, donde se especializó en la investigación de mercados. En medio de esa aventura, durante un tiempo vivió con los Amish, la comunidad que se resiste a adoptar las comodidades modernas.

Cuando salió de allí, fundó su primera empresa: Ogilvy, Benson & Mather, una agencia que se caracterizaba por mejorar los resultados de sus clientes actuales, en vez de enfocarse en la consecución de nuevos clientes. Fue una idea disruptiva para la época, pero los resultados le dieron la razón: los clientes satisfechos atrajeron nuevos buenos clientes, por los siglos de los siglos…

Durante los casi 25 años (de 1949 a 1973) que estuvo en la agencia, Ogilvy sentó los pilares de su legado que hoy, casi medio siglo más tarde, siguen vigentes. Y no solo eso: aún son la mejor referencia para quienes, en la época de internet y las superpoderosas herramientas de la tecnología digital, se dedican a la publicidad y al mercadeo. Y a vender, por supuesto.

“La gente que piensa bien, escribe bien. La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”, les decía Ogilvy a sus empleados. Y es completamente cierto, a pesar de que hoy abundan los vendehúmo que quieren hacerte creer que necesitas superpoderes o dones especiales para escribir: ¡es MENTIRA! Todos, absolutamente todos, somos un buen escritor en potencia.

El asunto que es solo unos cuantos desarrollamos la habilidad y trabajamos lo que se requiere para hacerlo bien, para hacerlo mejor que el promedio de las personas. ¿Por qué? Seguro hay mil y una razones, pero pienso que la principal es que exige trabajo, disciplina, paciencia y constancia, que son virtudes escasas por estos días. Pero, también se pueden desarrollar.

“Escribe como hablas de manera natural”, era otro de sus postulados. Recuerdo que varios de mis profesores, en la universidad, y de mis jefes y compañeros, cuando comencé mi carrera profesional, me dieron este consejo. El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, fue que nunca me dijeron cómo hacerlo. Lo aprendí en la práctica, haciendo.

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Y ese, créeme, es el GRAN SECRETO (el único secreto): si quieres escribir bien (sin importar a qué te refieres), lo único que debes hacer es escribir y escribir. Para comenzar, que suele ser lo más difícil, escribir como hablas es una buena estrategia. Al principio no es fácil, pero no vas a tardar en encontrar el camino. Y olvídate de la excusa de “es que yo hablo muy mal”.

Hay un método muy simple y prácticamente infalible (no sirve, si no lo pruebas): elige un tema que te agrade, en el que te sientas cómodo y del que puedas sostener una conversación fluida, en especial con alguien que poco o nada sabe de ello. Graba una disertación de 3-5 minutos (o la duración que quieras) y luego transcríbela. A la vuelta de unos pocos minutos tendrás un texto.

El siguiente paso es editarlo, pulirlo. ¿Eso qué quiere decir? Eliminar las repeticiones, sustituir las expresiones ordinarias o que puedan rechinar y, por supuesto, asegurarte de que sea legible. Esto significa que cualquier persona, un niño de tercero de primaria o un lego en la materia, lo entienda. Y, claro, que también lo disfrute para que quiera leer más textos tuyos.

Hazlo 5, 10, 20 veces, hasta que adquieras confianza. Por ahí, en el camino, valida una de tus versiones. ¿Qué quiero decir? Pídele a alguien, ojalá ajeno al tema, que lo lea y te dé una retroalimentación honesta, así sea dura. Y no te ofusques, ni te frustres, si te dice que no le gustó o que no lo entendió. En ese caso, pídele que sea explícito por qué, así podrás mejorar.

Otro ejercicio efectivo, que lamentablemente muy pocas personas se animan a realizar hoy, es escribir un diario. ¿Qué es lo mejor de hacerlo? Primero, que no tienes que compartirlo; segundo, que puedes empezar por escribir tan solo un pensamiento y luego un poco más; tercero, que por lo general escribimos experiencias que están ligadas a las emociones.

Y en estas traviesas y caprichosas damas está otro de los secretos de Ogilvy: él creía que la mejor estrategia para vender un producto sin forzar, sin apelar al miedo, era informar al consumidor acerca de las ventajas, de los beneficios. “El consumidor no es idiota. El consumidor es su esposa, no insulte a su inteligencia”, decía. Y, claro, tenía la razón.

Por supuesto, esta estrategia solo es efectiva en la medida en que en verdad conozcas a tu cliente potencial, que hayas definido correctamente a tus avatares. De lo contrario, estás expuesto a caer en la trampa que frustra a muchos: decir más de lo mismo, decir algo que no conecta con las personas a las que dirigen su mensaje, decir algo que no interesa a esa persona.

“Nunca utilices jerga técnica ni palabras rimbombantes”, aconsejaba Ogilvy. La autoridad no surge de palabras que otros no entiendes, sino precisamente de lo contrario: de mensajes que cualquiera puede entender y disfrutar, y que además son útiles. Si tu texto lo entiende un niño, un adulto mayor o alguien con poca educación, ¡es bueno! Cuanto más simple, mejor.

“Asegúrate de que dejas claro lo que esperas de la otra persona”. Un tema en el que fallan muchos de los copywriters actuales: para que tu mensaje sea poderoso y efectivo, debe incorporar UNO Y SOLO UN llamado a la acción. Claro, preciso, sencillo de realizar. Que no se necesite un manual de usuario para ejecutarlo. Ogilvy, sin duda, conocía los secretos de la persuasión.

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. David Ogilvy aprendió a escribir como pocos y, lo mejor, les enseñó a muchos otros. Murió en 1999, a los 88 años, en su casa en Bonnes (Francia). Inmortalizó su nombre como el padre de la publicidad y también es un miembro de honor del olimpo de los copywriters. “Si no vende, no es copyrwriting”, dijo.

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Quieres publicar un blog: ¿ya definiste la estrategia? Te digo cómo

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Si conoces el tema, si en realidad es algo que te apasiona, si te interesa transmitir un mensaje que pueda servir a otros, es fácil. Si dejas atrás los miedos y no prestas atención a lo que otros te digan, si te asesoras convenientemente en el tema tecnológico (en el que incluyo el diseño), si eres disciplinado y comprometido, es fácil.

Si no fuera fácil, entonces, ¿por qué cada día se publican más de 7,2 millones de entradas en blogs en el mundo? La cifra es revelada por el portal InternetLiveStats.com, especializado en estas mediciones y que, por si no lo sabías, se actualiza en tiempo real. Eso quiere decir que en un mes se publican 216 millones de entradas y en un año, 2.628 millones. ¡Toda una locura!

La verdad, son pocos, si tenemos en cuenta que la población mundial ronda los 8.000 millones de personas. Si la mitad de ellas escribiera una y tan solo una entrada al año, serían 4.000 millones. Son pocos a sabiendas de que hoy la tecnología está al alcance de cualquiera, de que las herramientas son fáciles de usar y de que es posible comenzar con las versiones gratuitas.

En mi caso, por ejemplo, cada semana escribo entre 4 y 6 post para diferentes blogs, incluido el mío. Eso significa entre 208 y 312 entradas al año. Y hay personas que escriben con mayor frecuencia. Por eso, justamente por eso, me resulta inexplicable que haya tantas personas con conocimiento valioso que se nieguen el privilegio de compartirlo con otros, de brindarlo a otros.

Muchos lo intentaron, es cierto, pero tiraron la toalla muy pronto. ¿Por qué? Porque fallaron en lo básico, en lo estructural. Voy a decirlo con una metáfora: comenzaron a construir un rascacielos por el penthouse y se olvidaron de lo más importante: los cimientos. Con buenos cimientos, tú puedes construir una casa de una planta o un gran edificio de 300 pisos.

El problema, poque ya sabes que siempre hay un problema, es que se concentran en lo que es accesorio, secundario. ¿En qué? El diseño de la web, el hosting, el logo de la empresa/negocio, la hora de publicación, el SEO (palabras clave y demás enredos) y, lo peor, en las benditas (¿o malditas?) fórmulas para vender que no funcionan porque cometen el mismo pecado.

“Lo primero es la estrategia. Cuando ya la tengas estructurada, piensa en los demás”, es una frase que suelo escucharle a Álvaro Mendoza, mi amigo y mentor. Una premisa que se aplica también a la labor de escribir un blog. Sin una buena estrategia, no importar dónde alojas tu web; no importa qué tan bonito o moderno es el diseño; no importa si cumples a rajatabla con el SEO.

¿Qué es la estrategia? El plan, paso a paso, que implementas y ejecutas para cumplir los objetivos que te trazas. También, las acciones que realizarás para medir tus resultados, para saber si vas bien (o estás equivocado) y qué debes corregir. Así mismo, las herramientas y recursos que requieres para ir del punto A al punto B en el tiempo que has determinado.

Son muchos los que comienzan a publicar en internet, no solo un blog, sino también en redes sociales, y se obsesionan con la idea de acumular seguidores y likes. Si los obtienen, creen que van muy bien, pero más temprano que tarde se darán cuenta de su error. Si no los obtiene, entonces, se desesperan y comienzan a ejecutar acciones aisladas, sin ton ni son. Lamentable.

Veamos, pues, los componentes de una buena estrategia de creación de un blog:

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1.- El análisis del mercado.
Es el paso que muchos omiten o que menosprecian. El motivo suele ser que están enamorados de su idea y están convencidos de que la adorará. Debes conocer, con tanta profundidad como sea posible, qué hay en el mercado, cuáles son las opciones mejor valoradas, las más antiguas. Concéntrate en aquellas regiones o países en las que pretendes vender tus servicios.

2.- La competencia.
¿Qué tanta competencia hay? ¿Cuál es la propuesta de valor de cada opción, los servicios que ofrece, los precios? En este punto, el mejor consejo que puedo brindarte es que te conviertas en cliente de esas buenas opciones: compra sus productos y servicios. Testéalos, descubre la calidad del servicio posventa, el seguimiento. ¿Qué tiene que tú no, en qué es mejor que tú?

3.- Tus avatares.
Que, no sobra recalcarlo, son varios, no uno solo. El avatar masculino, el femenino, el público frío y el no avatar (aquel que no es tu cliente), como mínimo. Entiende que no vas a agradarle a todo el mundo, que habrá personas que no estén interesadas en lo que ofreces, que no les va a gustar lo que publicas. Sin embargo, habrá muchas otras que lo adorarán. ¡Encuéntralas!

4.- Propuesta de valor.
¿Qué te hace único y diferente de la competencia? En especial, ¿por qué una persona debe elegirte a ti y no a tu competencia? No cometas el error de creer que la propuesta de valor es un eslogan. Se trata de la capacidad de transformación, inspiración y persuasión incorporada en tu mensaje, en tu producto y/o servicios. La clave: que el mensaje sea poderoso.

5.- El email marketing.
Olvídate de la idea que con publicar en redes sociales es suficiente. El éxito de tu estrategia se determina fundamentalmente de tu capacidad para crear una lista de suscriptores voluntarios que más adelante se conviertan en una comunidad. El email marketing debe ser tu principal aliado para, entre otros objetivos, crear una relación basada en la confianza y la credibilidad.

5.- Canales de promoción.
La mayoría piensa automáticamente en redes sociales, pero hay que tener cuidado. De hecho, he trabajado con clientes que no publican el Facebook o Instagram o que se enfocan en el email marketing. Lo importante es que promociones en aquellos canales en los que en verdad estén tus clientes potenciales, las personas interesadas en lo que publicas, en lo que ofreces.

6.- La frecuencia de publicación.
No porque publiques mucho obtendrás mejores resultados. Mi consejo es que 2-3 veces a la semana son suficientes, en especial cuando estás construyendo una lista. Más que la frecuencia, lo que importa en verdad es que publiques contenido de valor, que aquello que recibe el mercado cumpla con los objetivos primarios de nutrir, educar, entretener y fidelizar.

7.- La temática.
Cuanto más variada sea, mejor. Dentro de tu área de conocimiento y experiencia, claro está, para que tu mensaje sea poderoso y nadie te identifique como un vendehúmo. No te limites a las guías, a las odiosas plantillas o hablar de tus productos o servicios: inspira, invita a la reflexión, haz reír a tu lector, sorpréndelo con tus ideas, encántalo con tu visión del mundo.

8.- El estilo.
Definirlo es muy importante porque le da personalidad a tu marca, lo que te identifica y diferencia del resto de propuestas del mercado. Contempla la extensión de tus escritos, los elementos gráficos que vas a utilizar (y cómo), el tono de tu mensaje y, algo fundamental, la estructura de tus artículos. El estilo hará que el mercado perciba si eres profesional.

9.- El público.
Lo dejé para lo último, pero es de lo prioritario. La estrategia está determinada en función de quién es tu público, de cómo es tu público. Entiende, así mismo, que tus escritos los leerán tanto personas con conocimiento como algunas que quizás sepan muy poco del tema: tu tarea es que todos disfruten lo que leen, que todos aprendan algo, que su tiempo valga la pena.

Fundamental, en este sentido, saber que no escribes para robots (o algoritmos), sino para seres humanos con sentimientos y emociones. Haz que tu mensaje sea inspirador, agradable, empático, que quienes lo reciben queden agradecidos. Por último, no olvides que el mejor negocio del mundo es servir: haz de tus escritos una herramienta para cumplir tu propósito de vida.

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Y no necesitas ser periodista o un escritor profesional para crear algo de valor que sea interesante para otros. Despójate del ego, de esa ilusión de ser famoso y reconocido y dedícate a servir con lo más valioso que posees: tu conocimiento, tu experiencia, tu pasión. A esto agrégale una buena estrategia y… ¡triunfarás!

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Realidad e imaginación: cómo gestionar esta mezcla para ser mejor escritor

A veces, la mayoría de las veces, no lo percibimos. O, quizás, nos damos cuenta, pero de inmediato miramos hacia otro lado, distraemos la atención. La vida, nuestra vida, es una combinación de realidad y ficción o, dicho de otra forma, lo que en verdad vivimos y lo que creemos que vivimos. Esto, seguramente lo sabes, se aplica tanto a los acontecimientos positivos como a los negativos.

Sucede, por ejemplo, cuando conocemos a una persona que nos atrae, nos llama la atención. Aunque quizás solo pasamos unos minutos con ella, aunque fueron pocas las palabras que cruzamos, aunque es poco o nada lo que sabemos de ella, en nuestra mente hay una relación. Nos imaginamos momentos felices que aún no llegaron, soñamos momentos que quizás no se darán.

Sucede, por ejemplo, cuando tenemos la oportunidad de viajar, en especial a uno de esos lugares que nos atraen como imán. Bien sea por su cultura, por su historia, por sus paisajes naturales, por su gastronomía, por alguna personalidad que nació allí. Antes de llegar, mucho antes, la mente nos paseo por sus calles, nos hace sentir el frescor de la brisa, nos derrite el paladar con sus menús.

La capacidad de imaginación del ser humano, de cualquier ser humano, es ilimitada. Por supuesto, algunos la hemos desarrollado mejor que otros, la utilizamos como una poderosa herramienta, la hemos explotado en un nivel superlativo y la disfrutamos. No es un talento, o un don, mucho menos un privilegio reservado para unos pocos: es una habilidad que todos poseemos.

La otra cara de la moneda es la razón, una capacidad exclusiva del ser humano, precisamente la que nos distingue del resto de especies. Podemos ejercer control sobre nuestros actos, sobre nuestras decisiones; podemos controlar las emociones y los instintos. Podemos, aunque a veces, muchas veces, no lo hacemos. ¿Por qué? Porque la razón está ligada a la responsabilidad.

¿A dónde quiero llevarte con esta reflexión? A que te des cuenta de que los seres humanos somos una mezcla de razón e imaginación. Una mezcla que, es importante entenderlo, no es estática, sino que se moldea a las circunstancias. A veces, de manera inconsciente; otras, por fuera de nuestro control. Y está bien, porque así es la naturaleza, porque así somos todas las personas.

A veces, quizás porque nos cuesta aceptar la realidad que vivimos, la vida que hemos construido; quizás porque nos dejamos llevar por las emociones, permitimos que la imaginación vuele de más y nos provoque inquietud y temor, nuestra vida se restringe a una lucha incesante, desgastante. ¿Entre qué y qué? Entre la imaginación y la razón. La verdad, sin embargo, es que no tiene sentido.

¿Por qué? En esta batalla, seguramente ya lo sabes (o por lo menos tienes sospechas) no hay un ganador, tampoco, un perdedor. ¿Por qué? Porque el rival al que enfrentas eres tú mismo, tus creencias limitantes, tu ignorancia sobre algunos temas, tu falta de autoconocimiento, tus miedos a enfrentar las circunstancias que has creado. Si no te detienes, solo conseguirás autodestruirte.

Y no es lo que deseas, ¿cierto? Más bien, ¿por qué no aprendes a aprovechar esa dualidad, esa rivalidad entre imaginación y razón? Por si no lo sabías, son la materia prima básica de cualquier escritor. Olvídate de la tan cacareada inspiración (las musas o como la quieras llamar), del talento, de los dones y de tantas otras falacias que han hecho carrera en el imaginario popular.

Lo que sucede es que no lo vemos así, no las vemos así. ¿A qué me refiero? A que cualquier persona puede ser un buen escritor. ¡Tú puedes ser un buen escritor! Que no necesariamente significa millonario o afamado, que es el modelo que nos venden, pero que solo unos pocos alcanzan. Se trata, en esencia, de desarrollar la capacidad de transmitir mensajes persuasivos.

Mensajes que motiven, que inspiren, que eduquen, que entretengan, que ayuden a generar cambios positivos en la vida de otras personas, que las impulsen a transformarse. ¡Tú puedes ser el buen escritor que cause este efecto! Y una de las asignaturas que debes aprobar en ese camino es, precisamente, aquella de aprender a utilizar esa poderosa mezcla de imaginación y razón.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que actuamos a partir de la imaginación, que se manifiesta a través de las traviesas y caprichosas emociones, y luego nos justificamos con la razón. Así en todas y cada una de las actividades de la vida, en todas y cada una de las decisiones de la vida, en todas y cada una de las acciones que realizamos en la vida.

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Sucede cuando aceptas un trabajo o tomas la decisión de cambiar. Cuando le pides matrimonio a tu pareja. Cuando solicitas un préstamo en el banco para adquirir un auto de lujo que no puedes pagar de contado. Cuando miras la vitrina de un almacén y, al fondo, ves ese suéter que tanto habías buscado y lo compras, aunque está fuera de tu presupuesto. Y así sucesivamente…

El obstáculo con el que muchos se enfrentan a la hora de comenzar a escribir, en especial cuando no han desarrollado la habilidad, cuando no han cultivado el hábito o, peor aún, cuando se dejan llevar por sus miedos, es que le apuestan todo a la razón. Es decir, dejan de lado la imaginación con la excusa de que “la inspiración nunca llegó”, pero sabemos que esa es una gran mentira.

El origen del obstáculo es eso que llaman objetividad, que como la inspiración o el tal bloqueo mental no existe. Nadie, absolutamente nadie, puede ser objetivo. Porque, valga recalcarlo, en este tema no hay puntos intermedios, no hay matices: 0 o 100, todo o nada. Nadie es 50 % objetivo o 99 % objetivo; eso no existe. Sin embargo, muchos tropiezan con esa piedra.

De lo que se trata es de ser fiel a la realidad, a los hechos, relatarlos tal y como sucedieron. El problema es que, aunque hagas tu mayor esfuerzo, nunca podrás evitar que las emociones, que tus creencias, que tus valores y principios entren en juego. ¡Siempre estarán presentes, siempre! Por eso, aunque tú y yo seamos testigos de una realidad, cada uno la ve e interpreta a su manera.

Un ejemplo: podemos estar sentados en un sofá viendo un partido de fútbol y ser hinchas del mismo equipo. Sin embargo, cada uno verá su propio partido, uno distinto, al vaivén de sus emociones, de sus percepciones. Cada uno valorará aspectos distintos, recordará momentos diferentes, criticará jugadas distintas, se hará una idea del resultado diferentes de la del otro.

Cuando vas a escribir y eres novato, o no cuentas con experiencia profesional, es común caer en esta trampa. Sin embargo, ya sabes que para cada problema hay una solución (al menos una). En este caso, la solución es darte licencia para apartarte de la realidad, del espacio de la razón, y aprovechar lo que la imaginación (la creatividad) te pueden aportar. Que es mucho, por cierto.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, somos creativos. En distintas facetas o actividades de la vida, es cierto, pero todos somos creativos. Así mismo, todos necesitamos de la creatividad en lo que hacemos, sin importar a qué nos dedicamos: el abogado, el médico, el obrero, el jardinero, el deportista, el profesor, el panadero y el escritor necesitan la creatividad.

Que, y esto es muy importante, no significa estrictamente crear de cero. Es decir, no tienes que crear una nueva realidad, porque la realidad ya está creada. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “no es necesario reinventar la rueda”. Se trata de contar esa realidad con tus propios ojos, dejándote guiar por tu conocimiento y experiencias, por tus emociones.

Como en el caso del partido de fútbol. Por supuesto, debes entender que hay un límite razonable entre recrear la realidad (verla desde tu perspectiva y relatarla) y llegar a los terrenos de la ficción. ¿Por qué? Porque aquí es posible darles juego a elementos o hechos que no son reales. ¿Cuáles, por ejemplo? Animales que hablan, seres humanos con alas o los tradicionales superhéroes.

Es un recurso válido, un estilo que tiene muchísimos adeptos, pero no es lo mío. Lo mío es ver la realidad, interpretarla y recontarla. Sazonarla con mi conocimiento, experiencias, creencias y emociones tratando de brindarles a mis lectores un platillo delicioso. A veces se logra y otras, no. Esa es la realidad. Por eso, no queda otro camino que escribir y escribir, trabajar y trabajar.

Una de las tareas primarias de un escritor, en especial de los que no tienen experiencia, es la de aprender a darse licencia. ¿A qué me refiero? A perder el miedo de contarle al mundo cómo lo ves, cómo lo sientes, expresar qué te gusta y qué te disgusta, con qué estás de acuerdo y con qué no. ¿Por qué nos cuesta trabajo? Por el bendito qué dirán, por temor a la crítica o la desaprobación.

Escribir, amigo mío, es, como lo he mencionado otra veces, un acto soberano de rebeldía, la máxima expresión de libertad. Mientras escribes, eres Dios. Quizás posees el conocimiento, quizás ya desarrollaste la habilidad, quizás tienes un mensaje poderoso, pero te faltan cinco centavitos para el peso: aprender a dominar la mezcla de imaginación y razón para recrear la realidad y contarla.

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7 pasos sencillos para escribir un post digno de publicar

Repite conmigo, lentamente: NO EXISTE EL POST PERFECTO. De nuevo: NO EXISTE EL POST PERFECTO. Toma aire profundamente y exhala suavemente. Repite una y otra vez, hasta que el concepto te quede grabado en la mente, en la piel. Esas cinco palabras deben ser las primeras que afloran en tu mente cada vez que te sientas frente al computador a escribir. ¡Siempre!

No son pocas las personas, clientes, conocidos o amigos, que me confiesan que tienen ganas de escribir, de crear un blog y comenzar a publicar contenido. Sin embargo, del dicho al hecho hay un largo trecho y, tristemente, se quedan a mitad del camino. “Lo estoy pensando”, es la excusa más común, que debe interpretarse como “Todavía no me despojo del miedo”.

Son diversas los motivos. Primero, el tristemente célebre síndrome del impostor, aquella arraigada creencia de “No soy lo suficientemente bueno”, “Eso que yo sé a nadie le interesa”, “Todavía tengo que mejorar mucho” y otras tantas ideas tóxicas que afloran en tu mente. La verdad, simple y llana, es que nunca vas a estar al 100 % porque la perfección no existe.

El segundo, precisamente, la búsqueda obsesiva de la bendita perfección. Repito: ¡NO EXISTE! Y eso, a mi juicio, es maravilloso: significa que nunca tocamos techo, que siempre hay una oportunidad para crecer, que cada día hay una posibilidad de aprendizaje. Sin embargo, son muchos los escritores noveles que se atormentan con el incesante proceso de corrección.

El tercero, el miedo a la crítica. “¿Y si a nadie le gusta lo que escribo?”, “¿Qué hago si nadie se interesa en mi libro?”y otros interrogantes similares que provocan pánico. Infundado, por supuesto, porque son producto de la imaginación. Todos los escritores, absolutamente todos, han recibido críticas feroces, a veces malintencionadas, y eso no les restó crédito alguno.

El cuarto, no entienden que se trata de un proceso. ¿Eso qué significa? Que lo normal, lo más frecuente, es que el éxito no llegue antes de varios intentos fallidos. Es decir, no en la primera publicación. ¿Sucede? Sí, sucede. Algunos saborearon las mieles de la fortuna a la primera, pero no es lo habitual. Escribir es evolucionar y mejorar constantemente. No hay otro camino.

Un quinto motivo, que de alguna forma es una combinación de los anteriores, es que nunca están conformes con su trabajo. Se ponen una vara muy alta y, claro, nunca la alcanzan, de ahí que los acompañe una sombra de frustración. Entonces, poco a poco pierden la pasión, el impulso, y llega el momento en el que solo ven una salida: tirar la toalla, no escribir más.

Este se el punto en el que la mayoría acude a la excusa perfecta, el tristemente célebre bloqueo mental, que es la gran mentira del mercado. Y con el embuste del “Estoy bloqueado” se dedican a procrastinar, a divagar, convencidos de que en algún momento aparecerán las tales musas de la inspiración, otro cuento de hadas. Así se completa el escenario de pesadilla.

Escribir, no me canso de repetirlo, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Eso significa que cualquier persona está en capacidad de escribir o, mejor todavía, de ser un buen escritor. ¿De qué depende? Primero, de desarrollar la habilidad natural. Segundo, de practicar y practicar, tanto como sea posible. Tercero, insistir, persistir y nunca desistir.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “escribir es un talento”. Y, no, no lo es: se trata, de una habilidad. Eso que algunos llaman talento es imaginación, creatividad, esa capacidad innata de cualquier ser humano de generar ideas distintas, novedosas o, simplemente, oportunas y acertadas.

Por fortuna, para cada problema hay siempre al menos una solución. Al menos una. En el caso de la escritura, la solución es el trabajo previo. Recuerda (otro concepto que no me canso de repetir): sentarte frente al computador es el último paso del proceso y solo puedes llegar allí si antes cumpliste todas y cada una de las etapas anteriores. De lo contrario, tendrás problemas.

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Este es un sencillo paso a paso que puedes implementar para escribir un buen post:

1.- Define el tema.
Básico, ¿cierto? El problema es que muchas veces esa definición es demasiado amplia, abarca demasiados tópicos y, por eso, el proceso de escribir se hace complejo. Definir el tema significa en pocas palabras establecer una y solo una idea central que será el punto de partida. Es claro que debe ser una idea que tenga fuerza, que sea interesante, que atrape la atención del lector.

Después, puedes tener 3-5 ideas secundarias que sean complementarias y que te ayuden a desarrollar la trama, a delinear a los personajes, a llevar al lector por el viaje de la aventura que le propones. Lo fundamental es que haya una jerarquía (de mayor a menor) de acuerdo con la importancia. Eventualmente, en el proceso alguna se queda entre el tintero.

2.- Define el mensaje.
Que no es lo mismo que el tema, eh. El tema es el marco general de tu escrito, mientras que el mensaje es esa idea única que deseas que quede grabada en la mente de tu lector. Una idea que sea tan poderosa, tan impactante, como para que esa persona quede con ganas de más. Es decir, que la próxima vez que reciba un contenido tuyo no dude en abrirlo y leerlo.

Lo crucial, en este caso, es que construyas el camino que te lleve al final que has elegido. Mejor dicho: no puedes esperar que el mensaje se te ocurra a mitad del camino, porque eso es abrirle la puerta a la improvisación, que llega de la mano de las dudas y de los miedos. Y es, entonces, cuando te frenas. Es fundamental tener muy claro el comienzo y el final.

3.- Determina el contexto.
Una historia sin contexto no captura la atención del lector y, por ende, le resta poder a tu mensaje. Este, créeme, es uno de los elementos imprescindibles de cualquier tipo de escritos (novela, cuenta, relato, poesía, post), pero también uno de los que la mayoría pasa por alto. Una historia sin un buen contexto es un riesgo: en cualquier momento pierdes el control.

Contexto significa límites: hasta dónde quieres ir y qué fronteras no estás dispuesto a cruzar. Es el escenario en el que transcurrirá tu historia, tu relato, el que le aporta credibilidad. Es, por decirlo de alguna manera, la base que soportará tu texto: cuanto más sólida sea, mejor. La clave radica en que esté bien definido, que no sea muy amplio porque si no las ideas se dispersan.

4.- Comienza.
Sí, comienza a escribir. Se supone que ya tienes delimitado el camino que vas a seguir, así que el siguiente paso es empezar a avanzar. En esta fase del proceso, la prioridad es producir, es decir, llevar a la hoja las ideas que tienes en tu cabeza o, de otro modo, ejecutar el plan que estableciste de antemano. Eso, por supuesto, no descarta los aportes de la imaginación.

Eso sí, ten cuidado con caer en la trampa de la improvisación. ¿A qué me refiero? A que a veces, en especial cuando eres un escritor novato, cambias de rumbo nada más al comenzar o a mitad del camino. Se te ocurre eso que llamas “una gran idea” que, en realidad, no es más que un peligroso atajo. El resultado, por lo general, es que tu escrito se desvía, se desvirtúa.

5.- Termina.
¿Obvio? En la teoría, quizás; en la práctica, no mucho. Te sorprendería saber el elevadísimo porcentaje de textos que se quedan inconclusos. “Comencé y después me bloqueé”, dicen. ¿Qué falló? El plan, la estructura, que no estaban claros, que no te llevaban a donde querías llegar. Es un mal que se presenta más veces de las que te imaginas, pero que tiene solución.

¿Cuál? Escribir, amigo mío, no es muy distinto a, por ejemplo, salir a rodar en bicicleta o leer un libro. ¿En qué sentido? Requieres un plan que, por supuesto, no es una camisa de fuerza. Si te cansas, te detienes tomas aire y luego de unos minutos reanudas. Si el sueño te venció antes del el punto de lectura que deseabas, no importa: suspende, descansa y luego reanudas.

6.- Testea.
Este, sin duda, es el paso que más miedo provoca, en especial en aquellos que comienzan a publicar (no solo a escribir). ¿Por qué? El ya mencionado temor a la crítica. Lo que quizás no saben es que la crítica siempre va a existir y que, lo peor, será más despiadada, más cruda, a medida que te conviertes en un escritor conocido y reconocido, que adquieres notoriedad.

La solución, sin embargo, es sencilla: haz de cuenta que estás en un trampolín de 7 metros y lánzate. Quizás realices un clavado memorable, quizás te des un porrazo doloroso al entrar al agua. No importa. Pide retroalimentación a alguien de tu confianza, que te diga la verdad y te ayude a mejorar tu escrito. Luego, publica, pero no te obsesiones con los comentarios.

7.- Corrige y repite.
Cuando menciono corrige no me refiero específicamente al texto en particular (que, claro, es susceptible de corregir, de mejorar), sino al proceso, al método que estableciste para escribir, para producir cantidad con calidad. Publica una o dos veces por semana, escucha lo que dice tu audiencia (qué les gusta, qué no) y realiza los ajustes necesarios. Sigue escribiendo.

No te obnubiles si los primeros artículos que escribes son bien valorados, como tampoco te frustres si son criticados. Elogios y críticas siempre irán y vendrán, así que lo mejor es que te acostumbres y no les prestes tanta atención. Concéntrate, más bien, en el proceso, en el método, en cómo brindarle a tu audiencia ese contenido de valor que ella necesita.

Repite conmigo, lentamente: NO EXISTE EL POST PERFECTO. De nuevo: NO EXISTE EL POST PERFECTO. Todos los escritores, los novatos y los consagrados, los que escriben de cuando en cuando y los que lo hacemos a diario, producimos textos geniales, buenos, regulares y malos (o, quizás, hasta perversos). Es parte del proceso. Esa es la realidad, porque el post perfecto no existe…

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La ‘temperatura’ es la clave para generar un mensaje de impacto

El qué, el a quién, el cuándo y el porqué son lo realmente importante. Sin embargo, a la hora de emitir un mensaje, especialmente en esta era digital, los seres humanos nos enfocamos en el cómo y en el por dónde. Esa es la razón por la cual cada día, en todos los ámbitos de la vida, nos enfrentamos a cortocircuitos en la comunicación que se traducen en relaciones tóxicas.

Si eres padre de familia, y sobre todo si tienes hijos adolescentes, estoy seguro de que conectas con este tema. Sin embargo, este problema no es exclusivo de este tipo de relaciones: también, la comunicación con tu pareja, con tus padres, con tu jefe, con tus amigos, con tus compañeros de trabajo y con la persona que te atiende en el supermercado.

Hoy, por la fuerza del hábito y del incesante e inclemente bombardeo al que nos somete el exterior, creemos que lo verdaderamente importante de la comunicación es el canal a través del cual emitimos nuestro mensaje y el formato que elegimos. Y esto, déjame decírtelo, es absolutamente secundario, irrelevante. Muestra de ello son los medios de comunicación.

Todos acuden a diferentes medios y formatos (video, texto, voz, imágenes o una mezcla de dos o más de los anteriores) y, sin embargo, son incapaces de producir el impacto que esperan. ¿Por qué? Porque su mensaje no es el adecuado o no lo necesita, porque su receptor no está interesado en ese mensaje, porque el momento en el que lo recibe no es el adecuado.

Hay columnistas de diarios impresos que no solo son reconocidos, sino que tienen una gran audiencia porque su visión del tema del cual son especialistas es compartida por otros. Además, su estilo y su capacidad de análisis les permite influir en las creencias de esos otros y, lo más importante, los convierte en referentes. Escriben por años y son una institución.

Hay locutores o comentaristas de radio que participan o dirigen programas que también son muy escuchados. Espacios que no solo brindan información a los oyentes, sino que son una agradable compañía mientras viajan en medio del denso tráfico de la ciudad, o mientras están en la sala de espera del consultorio médico. Son figuras que se hacen familiares para nosotros.

Hay expertos que seguimos en internet porque nos brindan conocimiento y entretenimiento acerca de un tema que nos interesa. Eventualmente, estas personas son maestros, nos enseñan en cursos, en seminarios o en charlas y videos. Más que sumar seguidores, han conseguido crear comunidades que los siguen, que replican su impacto positivo en otros.

El hilo conductor de los anteriores ejemplos es, seguramente ya lo notaste, que lo importante, lo realmente valioso, lo que las personas buscan es el mensaje. El conocimiento, las valiosas experiencias, las lecciones surgidas de los errores cometidos y, sobre todo, la transformación sufrida. Lo demás, el canal o el formato que cada uno utiliza, es secundario, es accesorio.

En teoría, es algo lógico. Sin embargo, la realidad nos demuestra lo contrario. Lo que nos demuestra es queestamos equivocados al concentrarnos en el cómo y en el por dónde y dejar de lado el a quién, el cuándo y elporqué que son lo realmente importante. Un error muy común entre aquellos que tienen un negocio o un emprendimiento y comunican un mensaje.

¿Por qué? Primero, porque muchas veces ni siquiera saben a quién se dirigen. La definición del perfil del cliente ideal o avatar es una de las tareas básicas de cualquier negocio, sin importar su tamaño o qué vende (si un producto o un servicio). Sin embargo, también es una asignatura pendiente de aprobación, un obstáculo que se encuentran en el camino y no saben sortear.

Segundo, consecuencia de lo anterior, configuran un mensaje que a nadie le interesa o, de otra manera, que a nadie le interesa en ese momento justo. El efecto es el mismo: son palabras vacías que se las lleva el viento. Esto sucede, principalmente, en aquellos casos en los que no se ha cumplido con el requisito de investigar el mercado y elegir el nicho al que nos vamos a dirigir.

Tercero, esas personas a las que te diriges no tienen ese problema al que tú te refieres o, de otra forma, lo que tú les ofreces no es una solución que esas personas padecen. Entonces, el mensaje que emites no es recibido, quizás porque caíste en la trampa del “todo el mundo está en redes sociales” o del “este producto le interesa a todo el mundo (es para todo el mundo)”.

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Cuarto, y este sin duda es el punto crítico, porque el mensaje no es el adecuado para esas personas en ese momento determinado de su vida. Esto sucede, principalmente, por dos razones: la primera, porque lo que ofreces no está conectado con aquello que esas personas necesitan; segundo, porque intentas venderles mucho antes de que estén listas para comprar.

Y este último hábito, créeme, es la génesis de los dolores de cabeza de los empresarios, dueños de negocios, emprendedores y seres humanos en todos los ámbitos de la vida. En el caso de los negocios, se manifiesta a través de mensajes de venta dirigido quienes ni siquiera saben quién eres o no entienden que tengan una necesidad (la tienen, pero no lo saben).

En el caso de las relaciones humanas, se dan porque pretendemos que los otros ejecuten una acción que a nosotros nos interesa y de la cual esas personas no están convencidas o, lo peor, no quieren llevar a cabo. Si eres padre de familia, de nuevo, sabrás a qué me refiero. Quizás nos anticipamos al deseo, quizás malinterpretamos las manifestaciones del problema.

La premisa para evitar caer en esta trampa, por fortuna, es muy sencilla: ¡te la revelo! La clave está en la temperatura de tu prospecto, en el estado en que se encuentra esa persona a la que vas a dirigir tu mensaje. Por si no lo sabías, es lo que se denomina publico frío, público tibio o público caliente, en función de cuán listo está para recibir tu mensaje y comprar lo que ofreces.

Por si no lo sabías, así mismo el 99 por ciento de las personas con las que tienes contacto NO están listas para comprar, no en un primer envión. Quizás porque no te conocen, no saben quién eres y qué haces. O, lo más importante: quizás porque no confían en ti y no saben que tienen esa necesidad, problema o dolor que tú les dices que les vas a solucionar. ¿Entiendes?

Piénsalo de la siguiente manera: ¿cuál es tu reacción cuando suena tu teléfono y al responder te enteras de que es una empresa con la que no tienes contacto y te quieren vender algo? ¿O es del banco en el que tienes una cuenta y te ofrecen un crédito que no has pedido o, peor, que no necesitas? Asumo que tu reacción es como la mía: corto la comunicación de inmediato.

Por eso, a la hora de definir qué decir (el qué, el a quién, el cuándo y el porqué) debes tener en cuenta que, seguramente, es público frío. En consecuencia, tu mensaje no puede ser de venta, sino de visibilidad y posicionamiento. Que quien lo reciba entienda quién eres, qué haces, a qué te dedicas y, sobre todo, por qué dices que puedes ayudar a esa persona y cómo lo vas a hacer.

La premisa es generar un vínculo de confianza y credibilidad, sin el cual es imposible que, ahora o más tarde, le puedas vender. Surtida esta etapa, llega el momento de mostrar autoridad, que no significa hablar de ti, ni de tus logros (títulos), ni de tu estilo de vida (lujos o propiedades), sino por qué eres la mejor opción para darle a esa persona la solución que busca.

En esta etapa del proceso, tu tarea consiste en brindarle a su receptor la información que requiere para entender que sufre un problema y que necesita una solución. Llevarlo a que sea consciente de su padecimiento, que identifique las manifestaciones del mal y, en especial, las consecuencias que acarrea. En otras palabras, que poco a poco se convierta en público tibio.

¿Por qué? Porque este segmento del mercado está conformado por personas que, gracias a su nivel de conciencia y de conocimiento del problema que las aqueja, buscan información, se preocupan y buscan una solución. Eso quiere decir que, explora el mercado, coteja opciones y, aún sin darse cuenta, se prepara para avanzar en el proceso, se prepara para escuchar tu oferta.

Eso, sin embargo, si sucede, será más tarde, será después. Dependerá, en especial, de si el trabajo que realizas en esta primera etapa del viaje del cliente es el adecuado. La clave está en la experiencia que le brindes, en que te posiciones como su mejor opción, en que respondas sus preguntas y derribes sus objeciones. En esta labor, el contenido es tu mejor aliado.

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Cómo NO caer en la trampa del plural mayestático (nosotros)

El sermón del sacerdote en la iglesia, el discurso del político en la plaza pública, las respuestas del deportista en la rueda de prensa, el comunicado de la empresa y tu conversación habitual están unidas por un hilo conductor. ¿Lo sabías? Es algo inconsciente, algo que aprendimos de los mayores y que se ha reforzado con el uso reiterado en todos los ámbitos de la vida.

¿Sabes a cuál me refiero? Al popularizado uso del plural mayestático o del plural de modestia, una variación del anterior. ¿Sabes en qué consiste? A comunicarnos a través de la primera persona del plural, el nosotros. Para la mayoría, no solo resulta cómodo, sino que también está la creencia de que evita la primera persona del singular, el yo, que puede llegar a ser odioso.

Lo hacemos de manera automática, tanto porque así programamos nuestro cerebro a punta de repetirlo una y otra vez, como por conveniencia social. El yo, que para algunos es una tentación irresistible, resulta chocante. Aunque sea tu pareja, o tu padre, o tu jefe o un amigo, el yo repetido en algún momento se torna insoportable, desagradable, no se tolera fácil.

En cambio, el nosotros genera menos resistencia. Esta práctica de hablar en tercera persona del plural se conoce como plural mayestático. ¿Sabes por qué? Porque, en la antigüedad, era la forma en que los reyes, emperadores y papas empleaban para dirigirse a sus súbitos, a sus feligreses. Después, sin embargo, su uso se fue extendiendo a las personas del común.

“Estamos orgullosos de ti, hijo”, dice el padre en una expresión que quizás solo refleje su opinión, pero que involucra a otros (mamá, hermanos, familiares, amigos). “Ofrecemos los servicios de marketing digital”, dice el emprendedor, en clara alusión a que el trabajo no lo realiza él solo, sino que cuenta con un equipo que lo respalda. ¿Ves cómo funciona?

“Hablar en primera persona de plural supone que lo que opinamos es compartido y, por tanto, no es exclusivamente nuestro. Esto inconscientemente nos proporciona cierta protección. Si nos equivocamos, no estamos fallando solo nosotros, sino toda la sociedad. Esto concluyó un estudio de Johannes Zimmermann, profesor de Psicología de la Personalidad en la Universidad Kassel, en Alemania.

Por su parte, el psicólogo social James W. Pennebaker, profesor de la Universidad de Texas, en Austin (EE. UU.), Una persona que miente tiende a usar el pronombre ‘nosotros’ sin mencionar ningún pronombre en primera persona de singular”. Como ves, se trata de un tema que no solo es muy interesante, sino que tras bambalinas esconde algo mucho más complejo.

Hablar en tercera persona del plural, como lo dijo Zimmermann, nos brinda una protección: nos libera de la responsabilidad absoluta, la compartimos, aunque esos otros aludidos no se den por enterados. Además, y este es el poder de las palabras que los políticos y autoridades saben emplear, es una forma muy hábil de diluir la carga de las decisiones que tomamos.

Hay otros casos en los que también se utiliza la tercera persona del plural con un sentido positivo, constructivo. Así, por ejemplo, cuando una empresa es objeto de un reconocimiento alude al nosotros para que todos los empleados se sientan involucrados y partícipes del logro. Es decir, quien pronuncia las palabras no quiere adjudicarse él solo los méritos de lo obtenido.

En este caso, hablamos de plural de modestia, que es una expresión muy común entre los deportistas. “Hemos jugado un buen partido”, “Hemos hecho el máximo esfuerzo” y otras frases que involucran tanto a sus compañeros (si se trata de un equipo) o, de otra forma, a quienes lo secundan, como su entrenador, preparador físico, nutricionista o mánayer.

Existe una tercera variante, también muy popular en el lenguaje oral, que se denomina plural sociativo. Es cuando, tal y como lo explica el diccionario de la Real Academia de la Lengua, “se involucra al interlocutor de forma afectiva”. ¿Por ejemplo? “¿Qué tal estamos?”, o “¿Cómo nos fue en la reunión con el cliente?” o “Estamos muy felices de verte, hijo”.

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Como mencioné al comienzo, el uso de la tercera persona del plural es algo inconsciente, algo que aprendimos de los mayores y que se ha reforzado con el uso reiterado en todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, al escribir o al transmitir un mensaje con mayor impacto, el copywriting exige que nos dirijamos a un solo lector, a una sola persona. Sí, en singular.

En especial, si la comunicación se realiza a través de internet. Quizás te has dado cuenta de que, cuando asistes a una charla de alguien reconocido en el mercado, el experto siempre se dirige a la audiencia en singular, aunque en la sala o reunión haya 10 o 100 personas. ¿Por qué? Es lo que se conoce como el poder del uno, una estrategia de comunicación muy útil y efectiva.

La primera razón es que cuando hablas como si te dirigieras a una sola persona, no a una audiencia masiva, logras llamar la atención de la mayoría (o quizás de todos, de manera individual). Cada una de esas personas que te escuchan asume inconscientemente que te diriges a ella en particular, se siente involucrada, valorada, presta mayor cuidado a tu mensaje.

La segunda razón es por el impacto que puedes conseguir. Al hablar en la tercera persona del plural, apelando al nosotros, se le resta poder al mensaje. ¿Por qué? Porque el mensaje se diluye, se divide. Lo más probable es que algunos de la audiencia se distraigan, no entiendan los beneficios de lo que ofreces, piensen que eso es para otros, no para ella. ¿Entiendes?

La tercera razón es por la autoridad. Es, justamente, la fortaleza a la que apelan los políticos o los sacerdotes en su mensaje: esconde el odioso yo, pero tu mensaje sigue investido de poder, de la fuerza necesaria para generar un impacto emocional en la persona que lo escucha. Es como si el emisor fuera el dueño absoluta de esa verdad, como si nadie más lo supiera.

“(Yo) Estoy convencido de que es la mejor decisión”, “(Yo) Creo que no es el momento adecuado para salir de casa” o “(Yo) Pienso que fue mejor tomarme un descanso”. Como ves, en las anteriores frases el Yo siempre está presente, pero tras bambalinas, sin provocar ese rechazo que corta la comunicación, que resulta odioso. Y el mensaje mantiene su poder.

Cuando el Yo está escondido, se consigue un efecto muy poderoso: el mensaje que se emite está blindado, tiene una carga capaz de derribar objeciones y creencias limitantes y, lo mejor, de provocar una reacción. Esa es la magiadel mensaje persuasivo: que no convence (lo que implica vencer una dura resistencia), sino que inspira (una acción voluntaria, decidida).

Dejar de utilizar las diferentes formas de la tercera persona del plural (mayestático, de modestia o sociativo) es prácticamente imposible. En especial, en el lenguaje verbal. Sin embargo, sí podemos aprender a hacer uso del yo escondido, que nos evita enfrentar los problemas de la primera persona del singular (el yo manifiesto) o, peor, caer en su trampa.

Te propongo un ejercicio: durante un día, en todas las comunicaciones e interacciones que tengas con otras personas, procura evitar al máximo el yo manifiesto y haz uso del yo escondido, siguiendo el modelo de las frases enunciadas tres párrafos antes. ¿Cuál es el objetivo? Que percibas el poder de tu mensaje, que te des cuenta cómo cambia el impacto.

Los seres humanos poseemos el poder infinito de la palabra, del lenguaje, pero a veces no nos damos cuenta de ello. Como es algo natural, algo que viene incorporado en nosotros desde la configuración original, quizás no lo valoramos. Y, por otro lado, estamos atrapados en el YO, en el egocentrismo que rompe la empatía, que solo provoca cortocircuitos en la comunicación.

Puedo decirte con conocimiento de causa (fíjate que eliminé el Yo manifiesto), porque lo practico cada día en mi trabajo (¡lo hice de nuevo!), que estás en capacidad de generar un impacto positivo en la vida de otros gracias al poder de las palabras. La clave está en que utilices las correctas y evites la trampa del Yo manifiesto y no abuses del plural mayestático.

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Escribir un blog: 5 razones por las que deberías empezar hoy

Vamos a comenzar por el final, por la creencia más arraigada: escribir y sostener un blog no es para cualquiera. De hecho, son muchas las personas que comienzan, dan unos pocos pasos y después desisten. Y, te lo confieso, ni siquiera para mí es algo complicado, dado que es una de varias responsabilidades que tengo. Sin embargo, no estoy dispuesto a tirar la toalla.

Quizás sabes que soy periodista de profesión, un oficio que ejerzo hace casi 35 años. Aunque he tenido experiencias en radio (como parte de un programa semanal en una universidad) y en televisión (comentarista de torneos de golf para un canal privado), toda mi trayectoria me dediqué a escribir. Es lo que me gusta, lo que mejor sé hacer, por lo que me conocen.

En el año 2012, en uno de mis períodos sin trabajo estable, me lancé a la aventura de intentar que alguna editorial me publicara un libro sobre la historia de los Mundiales de Fútbol. En esos días, se disputaban las eliminatorias a Brasil-2014 y una joven Selección Colombia dirigida por José Pekerman ilusionaba al país con regresar a la Copa Mundo por primera vez desde Francia-1998.

El trabajo que realizaba era una extensa y detallada recopilación estadística, que me iba a servir como base para escribir las historias del libro. Una tarea compleja que exige mucha dedicación, concentración y cuidado, porque un dato mal gestionado cambiar la información. A pesar de que es una labor que me apasiona y disfruto, entendí que necesitaba algo más.

Me di cuenta de que llevaba tres meses dedicado exclusivamente a las estadísticas, sin escribir una letra. Dado que sé perfectamente que escribir bien es un hábito, y que ese finalmente es mi trabajo, no podía darme ese lujo. Entonces, hallé una solución: crear un blog de golf, una de mis especialidades, que le hiciera contrapeso al tema futbolístico, que me tenia absorbido.

Comencé a publicar historias sobre jugadores, campos y figuras de la historia, además de análisis de la actualidad, tanto en Colombia como en el ámbito internacional. Esas notas se leyeron muy bien, eran profusamente compartidas y se generó una interesante dinámica que me enseñó que había un espacio profesional en el que podía desarrollar mi trabajo.

Cuando Colombia clasificó al Mundial, creé otro blog y escribí historias acerca de los mundiales de fútbol, de las figuras más conocidas de la historia y otros hechos poco familiares para el hincha. Fue increíble, porque obtuve una respuesta muy positiva. En Facebook, en Google, en Twitter y en LinkedIn encontré una audiencia ávida de buenas historias, que las valoró y apreció.

Colombia, quizás lo sabes, cumplió al más destacada actuación de su historia, con un quinto puesto. Cada día publiqué 3-4 historias sobre los partidos disputados y un resumen y cuando jugaba Colombia algo especial. Logré métricas increíbles, inesperadas, que me confirmaron las virtudes de un blog (sin importar la temática) cuando el contenido es útil para otros.

Cuando creé mi página web, a finales de 2020, y desde un comienzo entendí que no la podía destinar exclusivamente a ofrecer servicios. Soy un convencido de la premisa que me enseñó mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, de aportar valor por encima de cualquier otro interés. Aportar valor, compartir conocimiento y experiencias, se una luz que ilumine a otros.

Generar un impacto positivo en la vida de otras personas es un privilegio, ¿lo sabías? Es muy probable que sí. Lo que quizás desconoces es que tú también puedes lograrlo y que un blog profesional es una de las herramientas más poderosas con que cuentas para conseguirlo. Y, esto quizás te sorprenda, además de un gran privilegio también es una responsabilidad.

¿Por qué? Como bien dice Álvaro Mendoza, todo aquel que posee un conocimiento valioso y  acumula experiencias enriquecedoras tiene la responsabilidad de compartirlas con otros. Si no lo hace, ese conocimiento y esas experiencias de nada le servirán, perderán su valor”. Y tú, estoy completamente seguro, tienes mucho valor que puedes compartir con otros.

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Es probable que no te animes, o no te interese, escribir un blog sobre tu área de conocimiento, sobre lo que haces en tu trabajo, y está bien. Sin embargo, ese no es el final de la historia. A lo mejor puedes compartir lo que sabes y has vivido en relación con alguna de tus aficiones, de tus pasiones. No te olvides que mis primeros blogs fueron sobre dos aficiones: golf y fútbol.

¿Algún deporte? ¿Cocina? ¿Historia universal? ¿Libros? ¿Música? ¿Mascotas? No importa. Lo que en realidad interesa es que descubras cuál es ese tema del que sabes más que el promedio de las personas, que te apasiona, que te hace feliz hablar de él y que te gustaría compartir con otros. Un tema del cual puedas escribir un post para tu blog al menos una vez por semana.

La clave, créeme, es comenzar. Escribir y publicar un post (1.200 a 1.500 palabras) con un contenido de valor y promocionarlo en redes sociales o WhatsApp. También puedes hacer una versión video y colgarla en un canal de YouTube. Pide a tus amigos y contactos que lo compartan y no olvides algo muy importante: su retroalimentación (la vas a necesitar).

Estas son las cinco razones por las cuales deberías comenzar YA tu blog (profesional o aficionado):

1.- Un propósito.
¿A qué viniste a este mundo? ¿Por qué razón estás aquí? Tu vida tiene un propósito y, créeme, un componente de él es ayudar a otros con las herramientas y recursos que la vida te ha dado. ¿Cuáles? Tu conocimiento y experiencias, las personas que conoces, los errores que cometes. Todo tiene un propósito que, al compartirlo, puede ayudar a otros a avanzar en su camino.

2.- La confianza.
Pocas estrategias te brindan tan buen resultado para darte a conocer, posicionarte y generar la confianza necesaria en el mercado como publicar un blog. Además, ¡es gratis! Publicar contenido de valor con frecuencia te da autoridad, te diferencia del resto (de quienes no lo hacen) y te permite establecer una relación con tu audiencia. Ahora, si prefieres pagar…

3.- Las relaciones.
Uno de los efectos poderosos de publicar en internet es que nunca sabes quién verá tu contenido. Lo planeas, anhelas que sean aquellas personas a las que les interesa o les sirve, pero nunca estás seguro. Lo que sí es seguro es que algunas de ellas, o algunas otras, van a valorar tu aporte y lo agradecerán. Podrás establecer relaciones de intercambio de beneficios.

4.- La comunidad.
Si eres de aquellos a los que se les hincha el pecho porque tienen más seguidores en redes sociales, déjame decirte que estás equivocado. En esencia, se trata de personas a las que solo les interesa lo que ofreces gratis, o que quieren cobijarse bajo tu sombra. Con un blog, mientras, puedes crear una verdadera comunidad y compartir enriquecedoras experiencias.

5.- Es un valioso activo propio.
Las redes sociales pueden desaparecer en cualquier momento y, por si no lo sabes, cada día pierden relevancia, impacto. Además, tienes que someterte a sus reglas. Un blog, en cambio, es un activo propio, que manejas como mejor te parezca, del que tienes absoluto control y que, si conoces de marketing, puede ser la puerta de entrada de un negocio rentable.

Escribir y sostener un blog no es para cualquiera, cierto. No es para quien quiera ser millonario de la noche a la mañana, que no respete el proceso, que no tenga paciencia, que solo piense en sus intereses (y no en lo que necesita su audiencia). No es para quien sea egocéntrico y crea que lo que la vida le dio es para guardarlo, para quien no valore el privilegio de ayudar a otros.

Ten en cuenta algo importante: siempre, siempre, hay público interesado en el contenido de valor. Y algo más: siempre, siempre, hay alguien que necesita aquello que tú sabes, que tú conoces. Y no olvides lo que mencioné antes: tu vida tiene un propósito y este no es otro que compartir lo que sabes, lo que has vivido. Solo de esa manera ese propósito tendrá sentido.

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¿Sabías que tú puedes ser la solución contra el contenido pornobasura?

¿No estás cansado de recibir y ver tanta basura en los medios de comunicación y en internet? ¿No estás cansado de abrir tu bandeja de correo y encontrar decenas de mensajes que nada te aportan, que solo te quitan tiempo valioso? ¿No estás cansado de tropezarte con tanto gurú autoproclamado que, en verdad, no son más que vendehúmos? ¿No estás cansado?

Lo primero que hay que convenir es que el mal no está en las herramientas o los canales, dentro o fuera de internet, sino el uso que se hace de ellas. Tristemente, en procura de los ansiados clics, la tarea de atraer la atención de los consumidores, de las audiencias, se canibalizó, se prostituyó. Hoy, lo que consumimos es básicamente pornobasura.

Si abres la web de un medio de comunicación, el más prestigioso de tu país o el de mayor tradición, verás que noticias, lo que se dice noticias, hay pocas. El resto, la mayoría, son informaciones infladas, distorsionadas, manipuladas para tratar de conseguir clics. Titulares engañosos y/o morbosos que son ofensivos, un insulto a la inteligencia y a la decencia.

Lo peor, sin duda, es que esas perversas publicaciones nos persiguen por doquier y tienen la capacidad de transformarse como si fueran camaleones. Textos, post de redes sociales, videos, audios, infografías, pódcast, reels, historias, webinars…, en fin. Saltan como liebres y ay de ti si haces clic en alguna de ellas, porque la persecución será mucho más que intrusiva.

Que el futbolista equis se pintó el pelo de amarillo, que la modelo ye publicó una foto con prendas sugestivas, que el influencer zeta se dio un beso con un seguidor y su pareja estalló en ira… Es una vulgaridad. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no hay límites. Cuando crees que ya lo viste todo, que no puede haber algo más perverso, consiguen superarse, por así decirlo.

Lo fácil es decir que son las redes sociales, tristemente convertidas en cloacas sociales por cuyos canales vienen y van los bajos instintos de la humanidad, sus fétidas perversiones. Sin embargo, no es un mal exclusivo de ellas: los medios de comunicación y también muchos de los portales de empresas y profesionales independientes que posan de independientes.

¿No estás cansado de recibir y ver tanta basura en los medios de comunicación y en internet? Honestamente, yo sí estoy cansado. De hecho, desde hace años. Como muchos, quizás como tú, durante un tiempo consumí esa pornobasura como si no hubiera una solución. Hasta que un día un amigo me enseñó cómo podía blindarme contra esta y sacar lo tóxico de mi vida.

¿Qué hice? Primero, dejé de ver noticieros, ¡TODOS!, y cualquier otro de esos programas de televisión que llaman de opinión, pero que en realidad son de manipulación. También corté mis relaciones con los periódicos, tanto en formato impreso como digital. Y, por último, hice una radical limpieza de mis redes sociales, eliminando todo aquello con tufillo tóxico.

Cualquiera podría decir que vivo aislado de la realidad, que no me entero de lo que sucede, pero no es así. Como periodista, y además en función del trabajo que realizo para otras personas, una de mis obligaciones es estar bien informado. Solo aprendí a seleccionar las fuentes, a decantar los canales a través de los cuales consumo la información que requiero.

Ciertamente, por fortuna, todavía hay fuentes confiables, páginas web y medios que hacen un buen trabajo. Sobre todo, de buen gusto, respetuoso y alejado de las prácticas de distorsión y manipulación tan comunes. Personas y empresas que saben que tienen un privilegio, pero que este va atado a una responsabilidad y procuran honrarla ayudando a sus consumidores.

El problema de fondo, porque sabes que siempre hay un problema, es que la mayoría de las personas eligió el camino fácil. ¿Sabes cuál es? Aquel de pensar que la guerra contra esta infoxicación, contra la pornobasura que pulula se publica en internet y en los medios, está perdida. No solo no es así, sino que además este momento significa una gran oportunidad.

Lo ocurrido en los últimos años, por cuenta de la inusual situación a la que nos enfrentó la pandemia, provocó una explosión de las oportunidades. Por ejemplo, muchas personas que no sabían qué era Zoom ahora no solo realizan reuniones de trabajo a través de esa plataforma, sino que también la utilizan para comunicarse con familiares y amigos, o para capacitarse.

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Además, miles de personas que perdieron su trabajo en este período encontraron en internet un escenario ideal para rediseñar su vida, para tomar un camino distinto al anterior, que no las satisfacía. Igualmente, niños y jóvenes se dieron cuenta de que internet y los dispositivos digitales no son solo para jugar, sino que son una poderosa herramienta de aprendizaje.

Una de las lecciones maravillosas que nos deja este doloroso período es que la misión que nos fue encomendada al llegar a este mundo fue la de ayudar a otros. Aunque a veces no nos damos cuenta, o volteamos a mirar para otro lado, son muchas las personas que necesitan ayuda, de muchas formas: que las escuchen, que las valoren, que no las dejen solas.

Otra lección increíble, al menos en mi caso (y ojalá también en el tuyo) es saber que cada uno está en capacidad de hacer algo positivo por otros. Mi amigo Emil Montás, de República Dominicana, dice que “lo que no se comparte, no se disfruta”. Y según mi amigo y mentor Álvaro Mendoza “si no compartes con otros lo que sabes, ese conocimiento no te sirve para nada”.

El objetivo de estas líneas es invitarte a reflexionar acerca de ese mensaje poderoso que hay en ti, que eres tú. No importa qué hagas, a qué te dedicas, cuál es tu profesión u oficio. Todos, absolutamente todos los seres humanos, tenemos algo valioso para compartir con otros, para ayudar a otros. No solo conocimiento, sino también experiencias y sueños.

En los últimos años, los acontecimientos nos han enseñado que no podemos dejar para mañana o para después aquello que le da sentido a nuestra vida. Quizás no haya mañana o después para decirle a tu pareja o a tus padres que los amas; para disfrutar con tu mascota, para abrazar a tus amigos, para reconciliarte contigo mismo y cuidarte, consentirte.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que hoy la tecnología e internet nos permiten transmitir nuestro mensaje de manera sencilla y gratuita. Ni siquiera necesitas una web propia, si eso es lo que te detiene. Hay múltiples canales disponibles y variados formatos para que elijas el que más te acomode, en el que te sientas más cómodo a la hora de compartir tu conocimiento.

En mi caso, escribir es la habilidad que me permite hacerlo. También suelo participar de otras actividades como entrevistas (en video) o eventos virtuales en los que doy charlas relacionadas con mi quehacer, con mi experiencia. Cada una de esas oportunidades me deja un aprendizaje muy valioso y, además, vivencias increíbles a través de la interacción con otras personas.

Aquí entre nos, a través de mis escritos y esas otras actividades no solo le encuentro sentido a lo que soy y a lo que he aprendido, sino que también me siento útil. Sí, gracias a Dios, mi mensaje es una pequeña semilla que cae en tierra fértil y luego germina de mil y una formas maravillosas. Es un inmenso privilegio que disfruto, un compromiso que intento honrar.

Y tú, ¿ya lo intentaste? Si eres habitual seguidor de mis publicaciones, seguramente sabes que pregono que escribir es una terapia, una increíble oportunidad que nos da la vida para dejar un legado positivo en este mundo, una huella en la vida de otros. Sin embargo, si lo que mejor se te da es la voz, haz pódcast; si es la imagen, graba videos. ¡Hay uno ideal para ti!

Además, retomando el problema expuesto en el comienzo de este artículo, es una pequeña contribución para contrarrestar la pornobasura que pulula tanto en internet y como en los medios de comunicación. En la medida en que haya más personas como tú que generen un contenido de calidad, que en verdad aporte valor, será posible ganar esta dura batalla.

Así mismo, y te lo menciono por experiencia, las personas están ávidas de contenido de valor y cuando lo encuentran lo aprecian, lo agradecen. De lo que se trata es de sembrar una semilla que tarde o temprano germinará o, si prefieres verlo de otra manera, aceptar el reto de ser un eslabón de la cadena de transformación positiva de la sociedad, del mundo, de tu vida.

No te niegues ese derecho, no te niegues ese privilegio. No permitas que el miedo al qué dirán o a la crítica te impida compartir con otros ese mensaje poderoso que hay en ti, que eres tú. Y olvídate del síndrome del impostar: nadie pretende que escribas como García Márquez, o que te desenvuelvas ante la cámara como un presentador de noticias o que hables como un orador.

Te propongo, te invito, a que te des la oportunidad de ser una fuente de mensajes positivos, constructivos y transformadores. A que compartas con otros no solo tu conocimiento, sino tus experiencias, el aprendizaje surgido de tus errores y, sobre todo, tu inspiradora historia. Dentro de ti hay un héroe que ha superado mil y una dificultades, y otros quieren ser como tú.

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