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¿Menosprecias el impacto de tu mensaje, de tu comunicación?

Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.

Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.

Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.

Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.

En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.

Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.

¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.

En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.

Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!

Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!

Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.

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Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.

Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.

La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!

Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!

A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.

Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.

“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.

Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.

A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.

Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!

Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.

En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…

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¿Cuál es la clave cuando la marca eres tú, cuando el producto eres tú?

Si lo prefieres, puedes escuchar el artículo completo

Hubo un tiempo, que hoy se antoja lejano, en el que los seres humanos éramos eso, precisamente: seres humanos. Sin embargo, dado que todo cambia, y que nosotros no estamos exentos de la dinámica del universo, hoy somos ‘marcas’. En especial, si eres un profesional independiente que ofrece servicios y productos a partir de su conocimiento.

En el pasado, en el siglo pasado, era distinto. Ibas al médico que atendía a tu mamá desde que ella era una jovencita, al peluquero que le cortaba el cabello a tu papá hacía años, a la cafetería de la esquina atendida por don Pedro, el vecino más conocido del barrio. Todo lo que necesitábamos estaba escriturado con antelación: se transmitía de generación en generación.

Eran tiempos en los que había poca competencia en el mercado, no había mucho de dónde escoger y, entonces, esa tradición marcaba la pauta. Hoy es muy distinto: la competencia es abundante, sobran las opciones y el acceso a los productos o servicios está a la vuelta de unos pocos clics. Además, el consumidor cambió y ya no se casa con ninguna marca.

En el ámbito laboral, la revolución tecnológica se tradujo en una sobreoferta que supera con creces la demanda. Antes no había de dónde escoger y hoy lo difícil es elegir. Son tantas y tan diversas las alternativas disponibles, que no es sencillo tomar una decisión. Además, casi todas se autoproclaman ‘expertos’, ‘el mejor’, ‘el que más’, ‘la última Coca-Cola del desierto’

Y hay que decir que hay buenas opciones, especialmente en algunas áreas. Abundan los profesionales capacitados, con amplia experiencia y resultados positivos. Como decían las abuelas de antes, “más preparados que un kumis” (o yogur). Es como cuando, en un reinado de belleza, están las cinco finalistas: todas hermosas, llenas de gracia, y es difícil escoger.

¿Necesitas un abogado laboral? Hay miles en el mercado. ¿Un médico pediatra? Hay miles en el mercado. ¿Un carpintero? Hay miles en el mercado. ¿Un mecánico? Hay miles en el mercado. Y lo mismo sucede si eres médico, contador, ingeniero, nutricionista, entrenador deportivo, comunicador, especialista en marketing: ¡hay miles de miles en el mercado!

¿Cuál elegir, entonces? El camino corto es pedir consejo, la referencia de algún familiar o conocido. Sin embargo, no siempre es posible dar en el blanco. El siguiente paso, obvio, es preguntarle a Mr. Google, que lo sabe casi todo. Encontrarás cientos de opciones, pero antes de tomar una decisión, de hacer una elección, debes tomar las debidas precauciones.

¿Por qué? Porque en internet, lastimosamente, hay mucho vendehúmo, demasiado ‘experto’ que no produce resultados o, peor, de los que te venden la fórmula mágica de algo que ellos mismos no han conseguido, lo que nunca han hecho. Por ejemplo, el que dice tener el libreto para ser millonario, pero vive agobiado por las deudas o jamás ha tenido un negocio propio…

Por lo general, se trata de personas que tienen la habilidad de comunicar un mensaje, pero que no pueden acreditar un éxito comprobable en lo que pregonan. Por supuesto, en esa jungla que es el mercado, también hay especies buenas, profesionales muy buenos que te complican la elección. Cuando los comparas, te das cuenta de que son muy parecidos

Y ese, sin duda, es un gran problema. ¿Por qué? Porque, a la largo, los percibes como ‘más de lo mismo’. Que no lo son, por supuesto, porque cada ser humano es único e irrepetible, pero la vida, y también el mundo laboral o los negocios, es un tema de percepciones. Es decir, de cómo te ven los demás, de la idea que se forman de ti cuando tienen un primer contacto.

Eso es lo que se llama marca personal. La imagen que proyectas, el mensaje que comunicas, la autoridad que inspiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que no puedes permitir que esa percepción sea libre, es decir, que cada persona del mercado te perciba como quiera, porque corres el riesgo de que se haga una idea equivocada y te descarte.

Que, tristemente, es lo que les sucede a muchos profesionales independientes valiosos que no han establecido cuál es su marca. Seguramente son muy buenos, acreditan conocimiento valioso, saben cómo producir resultados efectivos, pero carecen de algo muy importante. ¿Sabes qué es? La capacidad para comunicárselo al mercado, para transmitir su valor.

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Ahora, veamos algunas opciones acerca de la marca personal:

1.- Fundamentalmente, es una conexión emocional a través de la identificación, de la simpatía y de la empatía. En el trasfondo, por supuesto, están tus valores y tus principios, así como tus sueños. A través de esa conexión emocional logras que otros se enamoren de ti

2.- Es la forma en que haces que se sientan las personas que tienen contacto contigo. O, de otro modo, es la experiencia que otras personas viven cuando se relacionan contigo, una interacción positiva, constructiva, inspiradora que quieren volver a disfrutar una y otra vez

3.- Como bien lo dijo Jeff Bezos, es “lo que los otros dicen de ti cuando no estás presente”. En una sola palabra, tu marca es tu reputación, que se desprende de lo que haces, de cómo lo haces, de lo que no haces. O, lo que es lo mismo, es la huella que dejas en la vida de otros

4.- Es la confianza que inspiras en otros, en el mercado, a partir de tu autoridad, de tu empatía, de tu mensaje. Es un contrato no escrito que has firmado con todas y cada una de las personas con las que interactúas y en el que se consigna tu promesa, tu compromiso

5.- De manera especial, la marca se manifiesta a través de tus acciones, más que de tus creencias, tus pensamientos o tus mensajes. Así como “una imagen vale más que mil palabras”, un comportamiento te define con mayor fidelidad que un buen discurso

6.- Como mencioné antes, la marca es el mensaje que transmites y que refleja tus valores, principios, creencias, miedos y sueños. Es todo lo que comunicas y cómo lo haces, pero no olvides que también es lo que no comunicas. El silencio es un mensaje muy poderoso

7.- Es lo que te hace único y diferente, tus virtudes y tus defectos, tus miedos y tus fortalezas, tus creencias y tu conocimiento. Es posible que te sientas vulnerable al comunicar esto, pero créeme que el mercado no solo lo valora, sino que se conecta contigo a través de esto

8.- Es el legado que has construido y por el que se te recordará el día que partas de este mundo. O, en otras palabras, es la huella que has dejado en la vida de todas y cada una de las personas con las que has interactuado. Y no, no tienes por qué caerle bien a todo el mundo

9.- Es la capacidad que tienes para interactuar con otros, producir sinergias positivas y construir algo valioso, a pesar de las diferencias, más allá de las diferencias. En este sentido, la marca está alineada con el liderazgo, con tu poder para inspirar a otras personas

10.- Finalmente, tu MARCA es tu HISTORIA. La forma más poderosa para transmitir tu marca es contar tu historia, compartirla con el mundo para que otros conozcan lo que has vivido, así como los retos que superaste y, lo más importante, el aprendizaje de los errores cometidos

Inducidas por el mercado, por los vendehúmo, muchas personas cometen el error de involucrarse en la loca carrera de ‘construir una marca’. La verdad es que la marca ya es, la marca ya está y, de hecho, siempre ha estado allí. ¿Eso qué significa? Que TÚ eres la marca, lo has sido desde el momento en que llegaste a este mundo y lo serás hasta el día que te vayas.

Por eso, justamente por eso, el concepto de ‘construir una marca’ es equivocado. Entre otras razones, porque construirimplica, tras bambalinas, copiar o modelar, conceptos que riñen con la marca, que son contrarios a ella. La marca se descubre, se trabaja, se potencia y se comunica día a día. Todos los días, sin excepción. La clave radica en tener el control de la marca.

Porque, de lo contrario, tu mensaje puede ser distorsionado, malinterpretado o, peor, quedarás sujeto a las percepciones de otros. Cuando tienes el poder de tu marca, de tu mensaje, reduces el margen de error y, lo más importante, estás en capacidad de conectar con otros a través de las emociones. Y, a partir de ahí, disfrutar del intercambio de beneficios.

Recapitulemos: a diferencia del pasado, del siglo pasado, la marca no es una empresa o un producto, ¡ERES TÚ! O, dicho de otra manera, tú eres la marca y el producto. Y las mejores marcas, los mejores productos, son los que se conectan con otras personas, las que se identifican con otras personas. ¿Cómo? A través del increíble poder de las historias, de SU HISTORIA…

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Humaniza tu marca: cuenta tu historia, conecta e inspira

“Érase una vez…”. Todos, sin excepción, escuchamos estas palabras alguna vez, en especial en la niñez, y con el paso del tiempo las recordamos con nostalgia, quizás con alegría y felicidad. O, a lo mejor, tú mismo las utilizas todavía cuando intentas arropar a tu hijo para que concilie el sueño o, de pronto, sentado en el regazo del abuelo, esté tranquilo mientras tú atiendes la visita.

La poetisa, ensayista, novelista y, sobre todo, activista política estadounidense Muriel Rukeyser nos dejó una frase memorable: “El universo está hecho de historias, no de átomos”. De hecho, cada ser humano que ha existido o que existe es en sí mismo una gran historia compuesta por miles, millones de pequeñas historias. Cada día vivido es una porción de la colcha de retazos de la vida.

Lo que muchos no entienden es que todas las historias son dignas de ser contadas, compartidas. Todas, sin excepción, encierran un aprendizaje y nos ofrecen una moraleja valiosa, solo que a veces pierden su impacto porque quien las cuenta no logra transmitirla. Es como los chistes: los buenos, los que nos hacen reír, tienen mayor impacto si quien los cuenta lo hace con gracia y estilo.

De hecho, yo soy pésimo contando chistes. ¡No tengo gracia alguna! En vez de risa, provoco lástima. Por el contrario, soy muy bueno contando historias. No solo disfruto hacerlo, sino que también tengo la sensibilidad para transmitir emociones, para provocar que quienes las escuchan o leen se involucren en la trama y, lo más importante, para que esos relatos se recuerden.

Piénsalo de esta manera: a lo largo de tu vida has conocido a cientos, a miles de personas. En tu barrio, en el colegio, a través de otros amigos, en el trabajo… Cientos o miles. Sin embargo, a muchas no las recuerdas y tampoco tienes claras las circunstancias en las que estuviste con ellas o cuándo los conociste. En últimas, son historias intrascendentes, de las que no transmiten.

Primera lección: las historias, como tal, no son buenas o malas. Lo que las diferencia, lo que ubica cada una en un extremo, es cómo se cuentan o quién las cuenta, así como el objetivo que persigue. Por eso, las premisas del tipo de “cuenta historias y vende más” o “usa el ‘storytelling’ y consigue más clientes” no solo no son ciertas, sino que son una engaño descarado. ¡Esa es la realidad!

Si fuera tan fácil, si seguir un libreto o utilizar una plantilla fuera el secreto del poder de las historias, todos los que las utilizaran, sin excepción, serían multimillonarios. Y no es así, por supuesto. De hecho, son más, muchas más, las historias insulsas, desabridas o patéticas que vemos a diario que las realmente buenas, las inolvidables. Los canales digitales están llenos de aquellas.

Eso se da porque la mayoría de las historias están cortadas por la misma tijera o, dicho de otra manera, son historias condenadas al fracaso. ¡De origen, son un fracaso! Y eso es, tristemente, lo que les sucede a muchas marcas, empresas o personas; a muchos negocios y, cada vez más, a los profesionales independientes que intentan posicionarse en internet a través de las historias.

¿Por qué? Porque son historias mal concebidas, historias que no se enfocan en lo que a las audiencias les interesa, sino en lo que el autor desea o necesita transmitir. Entonces, son historias a las que les falta algo muy importante: ¡la capacidad para transmitir emociones! Y, a través de ellas, producir identificación, empatía, simpatía, además de informar, educar, entretener e inspirar.

Sin la montaña rusa de las emociones, ninguna historia trasciende. Y con emociones no me refiero a hacer payasadas, a gritar, a llorar o a posar de víctimas como hacen los patéticos influencers. Se trata de emociones auténticas (es decir, sin libreto) que logren captar la atención de la audiencia y, lo que marca la diferencia, conectar con los valores, principios, sueños y proyectos de otros.

El poder del storytelling genuino es conectar a través de la emociones con quienes hayan vivido experiencias similares a las tuyas y, entonces, logren identificarse. Por ejemplo, los padres de niños autistas o con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) se identifican entre sí, más allá de que cada caso es único, de que cada persona es un universo irrepetible.

Así, por ejemplo, sucede en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA). Las razones por las cuales cada una de esas personas toma la decisión de ingerir una bebida alcohólica, los efectos que la bebida les produce y los comportamientos que se derivan del abuso son parecidos, aunque únicos. Sin embargo, se identifican por la problemática, las emociones, el tras bambalinas de la adicción.

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Y esa es, precisamente, la razón por la cual esas reuniones son el escenario ideal para recibir ayuda, para apoyarse para controlar la adicción y llevar una vida ‘normal’. Entre ellas se escuchan, se comprenden, comparten historias y a veces se juzgan. Son esas otras personas que no tienen control sobre la bebida las más idóneas para ayudarlas, porque padecen lo mismo.

Segunda lección: las historias que cuentes carecerán de poder si no pueden conectar con las emociones de otros. O si esos otros no han vivido experiencias similares a las que cuenta tu historia. O no las quieren vivir. Recuerda el mencionado ejemplo de los padres de niños con TDAH o piensa en los aficionados a la música clásica, que se comportan como una comunidad.

Hoy, cuando hay más competencia que nunca en el mercado, cuando los productos o servicios que se ofrecen están cortados por la misma tijera, la clave de la diferenciación es la autenticidad. Ser diferente ya no es una opción, sino una prioridad. Ser auténtico es el activo más valioso que posees y la llave para abrir la puerta de la vida de aquellos a los que puedes impactar con tu historia.

Te confieso que no entiendo por qué tantas personas son reacias a contar su historia, a compartirla con otros. Sé que en el fondo está el temor a verse vulnerables, a sentirse vulnerables, a que los demás se aprovechen de sus debilidades. Si eres una de esas personas, entiende que nadie es perfecto, que todos erramos, que todos tenemos defectos o carencias, ¡todos, sin excepción!

Lo irónico es que es esa vulnerabilidad, precisamente, la que permite conectar con las emociones de otros y generar empatía y simpatía. Recuerda el ejemplo de los alcohólicos anónimos. Y es también esa vulnerabilidad la que blindará de autoridad tu mensaje, ¿lo sabías? Sí, porque es la forma en la que dirás al mercado que pasaste por lo mismo y que sabes cuál es la solución.

Una de las pesadillas del marketing actual, dentro y fuera de internet, es que abundan los expertos que te garantizan el éxito a través de fórmulas que ellos no han probado para alcanzar la fortuna que nunca consiguieron. Son como los profesores que te hablan sobre negocios, pero nunca han creado una empresa o el médico con notorio sobrepeso que te dice que debes hacer ejercicio 150 minutos a la semana.

¿Y sabes cuál es una característica común en la mayoría de ellos? Que saben contar historias, más allá de que son historias postizas, falsas, que pierden poder pronto. No te van a solucionar ningún problema, no te ayudarán a cumplir ningún sueño, pero te encandilarán con sus relatos, con su prosa, y te llevarán a comprarles algo que no solo no necesitas, sino que no te servirá.

Ahora, piensa en la otra cara de la moneda. ¿Sabes cuál es? La de la integridad, la autenticidad, la genuina vocación de servicio; también, la de las historias que conectan, que conmueven y, sobre todo, que inspiran. Historias comunes, pero poderosas; comunes, pero valiosas; comunes, pero transformadoras a través de las experiencias, del aprendizaje de los errores, de la vulnerabilidad.

En el mundo actual, en especial si eres un profesional independiente, si tú eres la marca de tu empresa o negocio, debes saber que tú eres el producto. Es decir, antes que lo que ofreces, bien sea un producto o un servicio, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que nadie te dará su dinero antes de confiar en ti, de creer en ti o, si así lo prefieres, de conectar con tu historia.

El objetivo del storytelling es darle una cara humana a tu marca, algo indispensable si tú eres la marca, el producto. Ten en cuenta que el mercado no quiere comprar, sino establecer relaciones con otras personas, que redunden en un intercambio de beneficios. Y eso solo se dará si existe un vínculo de confianza y credibilidad, una conexión emocional y una historia de la que quiera ser parte.

Historias reales, por supuesto. Historias de vida, de las que dan cuenta de los momentos de duda, de dificultad, de los momentos en los que la vida te exigió explorar en tu interior y sacar a relucir el superhéroe que hay en ti. Historias que le cuenten al mundo lo valioso y valiente que eres y, a través de ese mensaje poderoso, inspires a otros a construir sus propias historias de éxito.

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¿Sabes qué es marca personal? Lo que te hace único, tu diferencial

A la sombra de internet, una enigmática tecnología que a finales del siglo XX se instaló en nuestra vida y la cambió para siempre, surgió un concepto que hoy brilla con luz propia. ¿Sabes a cuál me refiero? A la marca personal (personal branding). Llegó en silencio, pero poco a poco adquirió relevancia y ahora es uno de los pilares del éxito en la vida.

Sí, no solo en el ámbito laboral, su escenario natural, sino en la vida personal, en las relaciones y, sobre todo, en los negocios. La marca, desde siempre, se concibió ligada a las empresas, pero ya sabemos que no es algo exclusivo del mundo corporativo. De manera especial, en la era de la tecnología, en la que internet es dios, la marca personales un bien universal.

¿Eso qué significa? Que todos, absolutamente todos los seres humanos, SOMOS una marca. Y lo escribo en mayúscula para destacarlo, para que no caigas en la trampa de los vendehúmo del mercado que prometen crearte una marca personal poderosa. Son fanfarrones que, en últimas, quieren inventar el agua tibia. ¿Por qué? Porque tu marca personal ya es.

Para evitar confusiones, veamos qué es una marca personal. Por un lado, es todo lo que tú proyectas al exterior a partir de tus principios, valores, creencias, fortalezas, debilidades, miedos, sueños, conocimiento y experiencias. Por otro lado, es lo que las otras personas perciben de ti en función de las interacciones que sostienen, de la relación que los une.

En otras palabras, la marca personal es el mensaje que tú le transmites al mundo acerca de quién eres. El problema, porque siempre hay un problema, es que la mayoría de las personas no sabe esto y no trabaja su marca personal de manera consciente. Entonces, tampoco se da cuenta de que el mensaje que transmite es contradictorio, confuso o, peor, negativo.

Así mismo, dado que se trata de una percepción, cada persona con la que te relacionas tiene una idea distinta de ti como marca personal. Habrá algunas a las que les gustes, otras a las que les encantes y algunas más que, simplemente, te odiarán. Y está bien, porque la esencia de la marca personal no es caerle bien a todo el mundo, como si fueras monedita de oro.

Esa es la razón por la cual, por ejemplo, cuando somos niños, en el colegio nos hacemos amigos de unos y con otros apenas compartimos el salón de clases. Hay personas que tienen otros valores, otros principios, otras creencias, otras experiencias. Esto se repite una y mil veces a lo largo de la vida, en todos los ámbitos y, no lo olvides, no es posible evitarlo.

Ahora, también es conveniente entender que, a diferencia de lo que nos dice el mercado, la marca personal nada tiene que ver con popularidad, con ser famoso o con acumular miles o millones de seguidores en redes sociales. Es cierto que algunas celebridades son populares, famosas y son seguidas por miles, pero eso no es marca personal: es marketing.

¿Por qué? Porque son estrategias diseñadas para hacerlas ver como figuras perfectas, que logran todo lo que se proponen, que tienen el poder de superar cualquier dificultad…, en fin. Sin embargo, todos sabemos que nadie es perfecto, que todos sucumbimos a las dificultades alguna vez, que no siempre obtenemos lo que deseamos. Esas personas son marcas falsas.

Que encarnan modelos de éxito comerciales, pero irreales. Ejemplos hay muchos, en especial los patéticos influencers, deportistas, cantantes, empresarios y políticos, entre otros. Más que de marcas personales, se trata de productos comerciales tras los cuales hay cuidadosas estrategias de marketing. Son de aquellas que no dan puntada sin dedal, todo es premeditado.

Otras, en cambio, son verdaderas marcas personales que, aun sin proponérselo, inspiran a muchos otros. ¿Por ejemplo? El expresidente estadounidense Barack Obama. El mundo lo conoció como una esperanza de cambio, de reconciliación, de unión, de reivindicación. Es un orador excepcional, con gran carisma, y con principios y valores muy fuertes, muy sólidos.

Esas virtudes le permitieron ganarse el aprecio y el respeto de millones de personas no solo en los Estados Unidos, sino en todo el planeta. Y hoy, cuando está retirado de la vida pública, sigue siendo una voz autorizada y, también, una marca personal activa. A través de charlas y conferencias defiende sus ideales, promueve causas benéficas y produce un gran impacto.

Un caso parecido es el del expresidente uruguayo José ‘Pepe’ Mujica. Un tipo sencillo, con gran humildad, dueño de una infinita sabiduría popular y, también, de una sensibilidad social sin límites. Austero por convicción, se comunica más a través de sus actos que de sus palabras, que en todo caso encierran un mensaje poderoso. Un líder nato, una persona fácil de querer.

En los últimos tiempos, y más allá de ser una exitosa estrella de los escenarios, la cantante estadounidense Taylor Swift se ha revelado como una marca personal de impacto. Los valores que se le reconocen son la autenticidad, la creatividad y la empatía, principalmente. Pero no es todo: durante la campaña presidencial, tomó partido y se posicionó como una activista.

Algo importante es entender que cuando hablamos de marca personal no nos referimos a éxito profesional, a ganancias multimillonarias o a celebridad. Clara muestra de ello era la madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la Paz en 1979. La monja albanesa, que falleció en 1997, fue sinónimo de caridad, altruismo y coraje en virtud de su incansable labor humanitaria.

Renunció a toda muestra de riqueza material, de ostentación, y se dedicó a compartir lo que era y lo te poseía en favor de los más pobres, de los desvalidos. Fue sinónimo de bondad, de paz, de solidaridad, y fuente de inspiración para muchos en el mundo. Su marca personal era tan poderosa, tan sólida, que un cuarto de siglo después de su muerte nadie la olvida.

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Es decir, no se requiere ser multimillonario, dueño o CEO de empresas famosas, aparecer en los medios de comunicación o contar con millones de seguidores en redes sociales para ser una marca personal verdadera. Esa es una distorsión provocada por los mensajes de los medios de comunicación, que promueven estos modelos con la intención de lucrarse.

En otras palabras, la marca personal no es un privilegio de los ricos y famosos. Repito: ellos, por lo general, son marcas postizas, productos comerciales, no marcas personales. Además, no podemos olvidar que todos conocemos marcas personales poderosas, no famosas, no ricas, no celebridades, que han marcado una gran influencia en nuestra vida, que nos guiaron.

Tus padres, alguno de tus hermanos, un profesor del colegio, un amigo, un jefe o, quizás, una persona ajena a tu entorno familiar que te inspiró. Así mismo, y especialmente en la niñez y en la juventud, todos tenemos ídolos que, a través de su marca personal, dejan huella en nuestra vida. Artistas, deportistas, cantantes, escritores o, inclusive, algún amor platónico.

Ahora, veamos algunas características de una verdadera marca personal:

1.- Es sinónimo de autenticidad

2.- Es una construcción permanente

3.- Es un mensaje consciente

4.- Es el reflejo de tus valores, principios, creencias y experiencias

5.- Surge a partir del autoconocimiento, fruto de tus fortalezas y debilidades

Y la otra cara de la moneda: ¿qué NO es una marca personal?

1.- Ser famoso y reconocido a partir de logros y bienes materiales

2.- Contar con millones de seguidores en redes sociales

3.- Mostrarse como un modelo de éxito y/o perfección

4.- Practicar el falso altruismo solo para aparecer en los medios

5.- Posar de neutro: no comprometerse con causas públicas, tomar partido

Estoy seguro de que el ejemplo que voy a mencionar a continuación probablemente no sea de tu agrado, pero es innegable que encarnó un modelo de marca personal poderosa. ¿Sabes a quién me refiero? A Diego Armando Maradona, el futbolista argentino. Un ser humano con un talento ilimitado y una personalidad fuerte y con una variedad de defectos inocultables.

Dentro o fuera del campo de juego, para bien o para mal, por su sensibilidad o por sus a veces cuestionables convicciones, Maradona fue una marca personal poderosa. Era imposible ser indiferente a él, por lo positivo o por lo negativo. Encarnó un inspirador modelo de superación y, tristemente, uno de autodestrucción. Su pecado fue no saber gestionar la fama.

Otro caso parecido, y también en el ámbito del deporte, nos lo ofrece el golfista Tiger Woods. Un talento único que se dio el lujo de cambiar un deporte rico en tradiciones y reacio a los cambios. Inspiró a millones en todo el mundo, transformó el golf profesional, superó innumerables récords y ganó más dinero del que quizás soñó. Sin embargo, también sucumbió al éxito.

Lo que me interesa que comprendas es que, en especial si eres un emprendedor o un profesional independiente que vive de monetizar su conocimiento (o quiere hacerlo), debes ser una marca personal poderosa. Imperiosamente, DEBES SER. No construir, porque ya eres, sino descubrir cuál es tu esencia y luego definir ese mensaje que quieres comunicar.

La marca personal es el principal factor diferenciador, el motivo por el cual el mercado, tus clientes potenciales, te percibirán como distinto de la competencia, como mejor opción. Esto será posible solo en la medida en que conectes emocionalmente con esas personas y que haya identificación a partir de principios, valores, creencias, experiencias, sueños y propósito.

Recuerda: no eres monedita de oro para caerle bien a todo el mundo. Por eso, la marca personal es el primer filtro que te permitirá decantar a las personas que atraes, a las que les das entrada a tu vida. Es, también, el pasaporte para conectar con referentes del mercado, con mentores, con colegas que están en sintonía contigo y con los que puedes desarrollar sinergias poderosas.

Si aún no has definido tu mensaje, si aún no eres una marca personal identificable, el mejor momento para comenzar es hoy. No lo olvides: la base del proceso son el autoconocimiento y la autenticidad. Si no eres una marca personal, eres invisible. Si no eres una marca personal, te privas de disfrutar de los beneficios de conectar con otros y producir un impacto positivo en el mundo.

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¿Quieres ser el elegido o más bien dejas que otros decidan por ti?

La vida es una elección. De la primera no fuiste consciente, pero eres fruto de ese resultado. ¿La recuerdas? Cuando ganaste la carrera, cuando fuiste el espermatozoide más rápido. El destino te eligió y te dio la posibilidad de elegir. Y nos pasamos la vida entera tomando decisiones, eligiendo, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente.

Es decir, de manera reactiva: reaccionamos a un estímulo, principalmente emocional, con una respuesta aprendida. ¿Por ejemplo? Gritamos cuando nos asustan o cuando en medio de la noche le damos una patada a un mueble. Lloramos cuando algo nos conmueve, bien sea positivo o negativo. Vociferamos cuando, en la calle, alguien nos tira el carro encima…

Es algo que experimentamos todos los días sin excepción. Y que, también, es el punto de origen de la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos cotidianamente. Lo hacemos porque así lo aprendimos, porque todo el mundo lo hace, porque no deseamos que nos vean como algo diferente. Reacciones aprendidas y automáticas no son una elección.

Esta capacidad, la de razonar, analizar y, luego, decidir, elegir, es lo que nos distingue a los seres humanos del resto de especies. La que nos convierte en la especie superior. A pesar de que actuamos en contravía de ese principio, de que reaccionamos como las otras especies, de modo instintivo. Una capacidad que, además, nos distingue a unos humanos de los otros.

Si bien siempre fue así, hoy es algo más importante. ¿A qué me refiero? A que las personas que ejercen mayor influencia sobre las demás, las que se convierten en un modelo digno de imitar, las que inspiran a otras, son aquellas que aprovechan la habilidad de elegir. Y que, claro, la saben expresar a través de sus mensajes, los que consumen y los que emiten.

Porque, no lo olvides, los seres humanos solo podemos dar aquello que ya está dentro de nosotros, lo que recibimos y procesamos. El problema, porque siempre hay un problema, es que lo que consumimos no es lo adecuado. Menos en estos tiempos de fake-news, de una insoportable infoxicación, de manipulación, de verdades a medias y mentiras descaradas…

Todos, sin querer queriendo, somos víctimas de ese fenómeno. ¿O quién no ha caído en la trampa de una ‘noticia’que vio en redes sociales y al final descubrió que era un bulo? Nadie puede decir que está libre de culpa, pues hasta figuras reconocidas, políticos, consumieron y, lo peor, replicaron especies tóxicas que, a la postre, las llevaron a hacer el ridículo.

Una de las tareas básicas del oficio del periodismo es aquella de mantenerse bien informado. Sobre todo, en lo relacionado con aquella área en la que te desempeñas, tu especialidad. Eso, sin embargo, no implica que puedas hacer caso omiso del resto, porque una de las características que distingue al buen comunicador es aquella de saber un poquito de todo.

Era una tarea sencilla en otros tiempos, cuando no había internet, no había redes sociales y, en especial, no había infoxicación (hoy alimentada con inteligencia artificial). Además, dado que la competencia no era tan grande, feroz y despiadada como la de ahora, la información que obtenías de los medios era bastante confiable. Hoy, esa es, sin duda, la excepción.

Y no solo eso: es tal el caudal de información, tantos los canales a través de los cuales somos sometidos a un incesante e inclemente bombardeo, que es prácticamente imposible no ser una víctima, resistirse a él. Por eso, justamente por eso, es tan importante que aprendamos, cultivemos y, sobre todo, pongamos en práctica aquella valiosa habilidad de saber elegir.

Desde mi juventud, fui un gran oyente de la radio. Música, deporte y noticias, principalmente. Durante años, una radio (o un walkman) fueron mi compañía, inclusive cuando salía de casa. Más cuando comencé a trabajar, porque estar ya no era una elección, sino una necesidad. Hoy, sin embargo, es poco o nada lo que escucho radio. Y lo extraño, lo echo de menos…

Es que ya no hay emisoras de música, solo reguetón o eso que dicen es vallenato, pero solo es reguetón con acordeón. Y no hay deporte, porque ahora los programas son solo vulgares discusiones entre figuritas ególatras que no tiene empacho en demostrar su ignorancia. ¿Y las noticias? Ya no hay, tampoco, porque ya no hay periodistas: todos se volvieron militantes

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De los que promueven lo que al dueño del medio le interesa, lo que favorece sus aspiraciones económicas o ideológicas. Los periodistas de antes hoy son patéticos influencers o activistas que defienden a ultranza una causa que, para colmo, es ajena. Encontrar buena información, veraz, fiel, con contexto, con responsabilidad, es hallar una aguja en un pajar.

Por eso, justamente por eso, el mundo necesita hoy otras voces, más voces. Y no solo en lo que a periodismo se refiere, sino también a los generadores de contenidos que los seres humanos consumimos habitualmente. Voces que no estén contaminadas, no que militen en uno y otro partido o grupo económico, que se atrevan a ser diferentes y, claro, auténticas.

Voces que, en especial, permitan que las audiencias, independientemente de los canales o de los formatos, tengan la posibilidad de elegir. No por descarte, no porque ‘no hay más’, sino porque les gusta, porque lo que eligieron las nutre, las educa, las entretiene y, sobre todo, las inspira. Sí, que las invita a reflexionar, a construir su mejor versión, una de impacto.

Positivo, por supuesto. Esa, mi querido amigo que lees estas líneas, es la tarea que nos ha sido encomendada no solo a los creadores de contenido, sino a los seres humanos de bien. No se necesita haber estudiado Comunicación Social o ser periodista o trabajar para un medio de comunicación. Basta tener una voz propia y, sobre todo, anhelar un mundo mejor.

Cuando tú entras al supermercado, más allá de que llevas una lista de las provisiones que necesitas, estás en modo elección. Es decir, no siempre tienes que elegir la misma marca, no siempre debes elegir lo más económico, no siempre debes elegir lo que otros llevan. Ten en cuenta que los gustos, las necesidades y las prioridades cambian todo el tiempo.

En la juventud, quizás, ibas a comprar refrescos o bebidas alcohólicas, hoy eliges infusiones naturales que puedes disolver en agua. Antes ibas directo a la sección de los ultraprocesados y ahora, casi sin querer queriendo, vas a donde están las verduras, las frutas, las hortalizas, y te das gusto eligiendo lo que está más fresco. Te das algún gustito, sí, pero con moderación.

Mientras recorres los pasillos del supermercado, observas a otros clientes y ves lo que eligen: lo dañino, por encima de lo sano; lo que está de moda (y es más costoso) por delante de lo básico o lo que vieron en la televisión o lo que promovió su influencer preferido, más allá de que no lo requieren, de que no es una prioridad y de que tampoco suple una necesidad.

En resumen, hay mucho de dónde elegir y cada uno toma lo que considera que requiere o lo que más le gusta. Y está bien, de eso se trata la vida. Por eso, precisamente, repito, es crucial que personas como tú, con tu conocimiento, con tus experiencias, con tus aprendizajes, con tus sueños, con tus valores y principios, te des la oportunidad de ser la elección del mercado.

La infoxicación, los bulos, las fake-news, los patéticos influencers y la pornobasura no son fruto de la casualidad. Surgieron y tomaron vuelo porque las audiencias lo permitieron, porque las audiencias las eligieron (y lo siguen haciendo). Y, sobre todo, porque los creadores de contenido de calidad, el positivo, el constructivo, el inspirador, brillan por su ausencia.

Hoy, en la era de la tecnología, en la era de la comunicación, en la era de la información, contamos con las herramientas, los recursos, los canales y el conocimiento que ninguna de las generaciones anteriores disfrutó. ¡Somos unos privilegiados!, y no nos damos cuenta. O, peor, no nos importa y, por eso, elegimos mal, optamos por consumir lo que nos hace daño.

Con frecuencia, clientes y amigos me preguntan si es difícil trabajar hoy cuando existe tanta competencia. Mi respuesta es siempre la misma: “lo malo no es que haya mucha competencia porque siempre la hubo. Lo malo es que sea mala competencia, basura, infoxicación, la feria del yo. Lo malo es que no hay periodistas, sino hinchas y militantes”.

¡Ojalá hubiera buena competencia!, porque esta es la que te exige, la que te obliga a prepararte mejor, a estar más informado, a desarrollar nuevas habilidades. La que no te deja entrar en tu zona de confort, la que te reta; aquella con la que puedes establecer alianzas y lazos de colaboración que redunden en beneficio de las audiencias. ¡Buena competencia!

No importa si eres abogado, contador, médico, arquitecto o diseñador; no importa si eres un empresario, dueño de un negocio o un profesional independiente. Lo que importa es que seas consciente de que eres único, irrepetible, y de que el mundo necesita tu voz, quiere escuchar tu voz. Una voz que le permita elegir la opción buena y dejar de lado la basura que abunda.

No importa si escribes, si grabas videos, si lanzas un pódcast, si compartes contenidos en las redes sociales… ¡no importa! Lo que sí importa es que honres el invaluable privilegio que te fue concedido como ser humano: aquel de generar un impacto en la vida de otros. Tú eliges cuál quieres que sea. Por supuesto, lo que recibas estará determinado por lo que entregas…

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4 poderosas lecciones que nos deja el mensaje de la Copa América

Vivimos tan distraídos, tan abstraídos por una realidad de la que queremos escapar, que no nos da el tiempo para ver lo que nos pasa por enfrente de las narices. La naturaleza del ser humano es tan compleja, a veces tan contradictoria, que lo obvio, lo que está ahí a la vista de todo el mundo, de cualquiera que lo quiera ver, es justamente lo que casi nunca vemos.

¿Un ejemplo? Los seres humanos, todos, sin excepción, estamos en la constante búsqueda de la felicidad, de aquello que nos haga felices. Sin importar la idea que tengas de ella, todos estamos en la misma búsqueda. Y, quizás lo sabes, quizás lo has experimentado, tenemos la sensación de que solo unos pocos, unos privilegiados, la consiguen. ¡Qué gran equivocación!

Sí, porque sabemos que tu felicidad es distinta de la del resto de habitantes del planeta. Para no ir muy lejos, es distinta de la de tu pareja, de la de tus hijos, de la de tus padres. Inclusive, es distinta de la que tú anhelabas en la juventud, o cuando tenías 35 años. Igual que la vida, la felicidad está sujeta a la dinámica del cambio constante y varía en cada etapa.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos dedicamos a buscar la felicidad. ¿Y? Que no tienes que buscarla, porque la felicidad ya está dentro de ti. No es un destino o un punto especifico de tu vida: se refleja en los momentos que disfrutas, en las pequeñas victorias, en los logros y, sobre todo, en lo que hay tras bambalinas de ellos.

Es decir, la felicidad no es un carro nuevo, un cargo específico, un salario, unas comodidades o una pareja o un grupo de amigos. Y, por supuesto, tampoco es el dinero. ¿Por qué no? Porque todos son ocasionales y además están fuera de tu control. Son bienes o personas que un día los puedes perder, porque así es la vida: las cosas y las personas vienen y van.

En cambio, la felicidad verdadera, la real, está dentro de ti. Radica en tu capacidad para disfrutar el momento, para no aferrarte a nada ni a nadie, para entender que tú eres el único responsable de tu felicidad. Lo demás, lo externo (incluidas las personas), es accesorio, mientras que lo interno es tu esencia, es lo que tú eres. Es decir, ¡tú eres tu felicidad!

O tu infelicidad, por cierto. Porque, en últimas, la felicidad es una decisión personal. La tomas o la dejas, la aprovechas o la ignoras, la compartes o la escondes. Así mismo, eres tú quien decide si esa felicidad que está a tu alrededor, en frente de tus narices, la tomas o la dejas, la aprovechas o la ignoras. Y algo importante: cada día es una fuente de felicidad.

Uno de los acontecimientos de mayor impacto mediático en los últimos días es clara muestra de ello. ¿Sabes a cuál me refiero? A la Copa América de fútbol que se desarrolló en estadios de los Estados Unidos y que coronó a Argentina, por segunda vez consecutiva y decimosexta en la historia, como rey continental. Venció por 1-0 a Colombia en la final.

Durante casi un mes, la atención de millones de aficionados a lo largo y ancho de América, así como de cualquier lugar del mundo donde hubiera un hincha, se concentró en el torneo. Que, como era de esperarse, como siempre, dejó una lista de vencedores y vencidos. Estos, los que no cumplieron las expectativas y se despidieron rápido de la ilusión, con pena y sin gloria.

Otros, en cambio, vivieron y disfrutaron la fiesta al máximo. Países poco acostumbrados a ser protagonistas, como Ecuador, Venezuela y Canadá, les robaron protagonismo a otros mucho más reconocidos, como México, Perú o Chile. Y en algunos lugares, como suele suceder en Latinoamérica, los triunfos se convirtieron en fiesta nacional, en orgullo patrio, en felicidad.

Además de los mencionados, Uruguay y, por supuesto, los finalistas Colombia y Argentina. Fue algo increíble, una de esas sensaciones que solo el deporte, en sus múltiples facetas y disciplinas, puede brindar. Un fenómeno social que, de paso, nunca terminará de ser explicado porque tiene la capacidad de transformar la realidad, de ser fuente de felicidad.

Inmersos en una realidad caótica, en la que abundan las dificultades de cualquier índole y escasean las oportunidades, hay razones de más para no ser felices. Y esa, tristemente, es la realidad que vivimos. Hasta que un equipo de fútbol, la selección nacional, nos brinda la felicidad que anhelamos. Nos permite descubrir que la felicidad está al alcance de la mano.

Enfrente de nuestras narices, solo que, por ser algo obvio, no la vemos, no la disfrutamos, no la aprovechamos. Una felicidad que, además, no solo nos cambia el estado de ánimo, sino también, el comportamiento. Se nos olvidan otras preocupaciones, como la del dinero, y no reparamos en cuánto nos cuesta esa felicidad o, quizás, cómo potenciar esa felicidad.

Mientras unos se embriagaban de triunfo y otros pasaban la resaca de la derrota, los medios del continente celebraban a su manera: a través del impacto económico de esa explosión de felicidad. Movidos por el fervor, impulsados por éxtasis del momento, sedientos de gloria y desbordados por las emociones, millones de aficionados se dieron a la tarea de disfrutar y… gastar.

En Colombia, por ejemplo, la incredulidad del comienzo se transformó en un fenómeno social al que hasta el presidente de la República adhirió. Y aunque el equipo dirigido por Néstor Lorenzo no pudo lograr el objetivo, hubo muchos ganadores: los bares, restaurantes, centros comerciales, supermercados y vendedores informales que aprovecharon la ocasión.

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Según estimativos de las autoridades, de entidades oficiales y privadas, las ventas durante el torneo se incrementaron en hasta un 60 %, aunque hubo sectores con mayores ganancias. En Barranquilla, por ejemplo, donde la selección juega los partidos de la eliminatoria mundialista, el impacto fue mayor. Y ni qué decir en las pequeñas poblaciones de origen de algunos de los jugadores.

A pesar de la frustración por la derrota, muchos agradecieron a través de las redes sociales la experiencia vivida a lo largo de esas tres semanas. Gratitud hacia los jugadores y el técnico por la felicidad proporcionada, una felicidadque les permitió salir de la rutina traumática que los medios de comunicación se empeñan en difundir, en replicar, en distorsionar y manipular.

Al final, fue más una gran alegría que felicidad. ¿Por qué? Porque, como mencioné antes, la verdadera felicidad, la única que podemos disfrutar los seres humanos, está determinada por nuestro interior, no por factores o hechos ajenos, externos, como un equipo de fútbol. Al final, sin embargo, esta circunstancia nos deja una poderosa lección que podemos aprovechar.

¿Sabes a cuál me refiero? Al mensaje que nos transmite esta situación. Me explico: aunque todos sabemos que al final solo uno gana y los demás lloran, todos le apostamos al éxito, a la victoria, con ilusión, con esperanza, con fe. Aunque después nos quede el sinsabor de la derrota y no haya más remedio que volver a la cotidianidad, por un rato fuimos felices.

Ahora, la pregunta que quizás te haces en este momento es ¿qué tiene que ver esta historia con mi especialidad, la creación de contenidos? Pues, ciertamente, mucho. Y es el mensaje que te quiero transmitir a través de este artículo. Porque, no lo dudes, tú también puedes aprovechar el aprendizaje de esta experiencia y ponerlo en práctica en tu negocio u oficio.

Primera lección: el mensaje.
Lo primero es entender qué mueve al ser humano, qué provoca que actúe y participe. Es lo positivo, lo que le brinda alegría y bienestar en alguna de sus manifestaciones. Aquello con lo que se identifica y, además, con lo que puede gritarle al mundo quién es. “El que gana es el que goza”, reza el popular dicho, y esta Copa América fue la confirmación de la premisa.

A través de sus goles, de sus victorias, de su esfuerzo y lucha, los equipos les transmitieron a sus hinchas un mensaje positivo, empoderador, inspirador. Fue maravilloso mientras duró. Por eso, insisto en que tu mensaje debe enfocarse en lo positivo, en lo que brinda bienestar a otros, en cómo puede mejorar su vida o darle alegría por un rato. Olvídate del dolor, del problema.

Segunda lección: la identificación.
Sin distingo de sexo, edad, nivel educativo o poder económico, los hinchas disfrutaron del torneo. Se olvidaron por unas semanas de los problemas, de las diferencias ideológicas, de los sesgos; se apartaron de la manipulación mediática y política y se dedicaron a disfrutar. Lo hicieron identificados por unos colores, por un país, por un sueño del que se sentían parte.

A veces, muchas veces, nuestro mensaje carece de poder porque apuntamos al objetivo equivocado: al dolor, a la necesidad. Y nuestro mensaje se pierde porque las personas que lo escuchan, que lo reciben, no se identifican con lo que les dicen, no sienten ser parte de ese problema y, por ende, no necesitan esa solución que les ofreces. La identificación es la clave.

Tercera lección: lo positivo moviliza.
Mientras, lo negativo, el dolor, el problema y el miedo paralizan. Nunca podrás generar un impacto en tu audiencia, en el mercado, si te dedicas a transmitir aquello de lo que las personas comunes y corrientes huimos. Cuando su equipo perdió y fue eliminado, los hinchas se silenciaron, se hicieron a un lado, volvieron a la rutina y se olvidaron de la Copa América.

Así es el fútbol, pero así también es la vida. Fíjate en el dato del incremento del consumo: la gente no reparó en gastos relacionados con actividades ligadas a aquello que, en ese momento, les daba felicidad. Y no solo eso: invirtieron también en cualquier actividad que les permitiera disfrutar más, compartir más. Si tu mensaje es positivo, movilizará a tu cliente.

Cuarta lección: si te inspira, ¡actúa!
La mayoría del mercado asume que va a vender a través de su mensaje, sin darse cuenta de que esa no es una tarea del contenido, no es uno de sus objetivos. ¿Entonces? El contenido está diseñado para informar, educar, entretener e inspirar, es decir, para movilizar a tu audiencia. Aunque la informes, la eduques y lo entretengas, si no la inspiras, no le vendes.

Lo mencioné antes: los hinchas de aquellos países que no pudieron ser protagonistas pasaron inadvertidos y pronto se desentendieron del torneo. Los otros, en cambio, se conectaron a través de las emociones, se sintieron inspirados por las victorias, por la labor de esos deportistas, y tomaron acción: acompañaron, alentaron, invirtieron tiempo y dinero.

Especialmente en momentos como los actuales, y después de pasar por eventos muy traumáticos, los seres humanos queremos algo distinto. No más dolor, no más sufrimiento, no más miedo. Deseamos, buscamos, paz, tranquilidad, alegría, bienestar en sus múltiples manifestaciones y felicidad, claro. Aunque sea por unos días, bien vale la pena.

Estoy seguro de que tú, que llegaste hasta acá, tienes mucho para aportarle al mundo. Y no solo eso: mucho para brindarles felicidad a otros. Con lo que haces, con tu trabajo, con tus experiencias, con tu conocimiento. Y, sobre todo, con tu mensaje, siempre y cuando elijas el camino de lo que el mercado anhela, de lo que las personas sueñan y quieren: lo positivo.

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¿Eres otra de tantas estrellas fugaces o una verdadera marca?

En la era de la sobreexposición, que tristemente ha derivado en la infoxicación, irónicamente son muchas las personas valiosas que reniegan de su marca, que no aprovechan su mensaje. Es decir, mientras la pornobasura pulula, nos contamina desde distintos frentes, los que en verdad pueden aportar valor con su conocimiento prefieren mantenerse al margen.

Nunca antes, en la historia de la humanidad, el ser humano disfrutó de tantas facilidades y, en especial, de tantas herramientas poderosas y canales para comunicarse. Basta contar con un dispositivo (computador, tableta o celular) y una conexión a internet para gozar de los beneficios. Que, no sobra recalcarlo, son ilimitados si tú mismo no les cortas las alas.

Y no solo eso: la mayoría son gratuitos y cualquier persona, prácticamente sin excepción, puede aprovecharlos, utilizarlos. Una realidad que el estudio Global Digital Report, de las consultoras We are social y Meltwater, respalda con cifras: el 69,4 % de los más de 8.100 millones de personas que habitan el planeta tienen al menos una línea de celular.

Son algo más de 5.600 millones de personas. Además, el 66,2 % de los seres humanos (5.350 millones) utiliza internet. Más sorprendente aún es que el 97,8 % de la población de la Tierra entre los 16 y los 64 años tiene al menos un teléfono celular. Y algo más: en promedio, cada persona pasa 6 h 40 m del día conectado a internet, ocupado en distintas actividades.

Repito: hoy, cualquiera tiene voz en internet, de ahí que nos hayan invadido los tales influencers y los mal llamados creadores de contenidos, que en esencia solo son patéticos payasitos que satisfacen los bajos instintos de algunos. Por supuesto, y por fortuna, también hay muchos verdaderos creadores de contenido de calidad y valor en el ecosistema digital.

Lo que la mayoría no sabe es que internet es una inmensa jungla infestada por las peores especies. Hambrientos y voraces depredadores, pirañas, tiburones y muchas otras más que están a la caza de su presa. Por eso, los tales influencers son estrellas fugaces que, como se dice en Colombia, suben como palma y caen como coco. Surgen, brillan y desaparecen.

Lo peor es que ninguno deja algo de valor, algo por lo que valga la pena recordarlo. Y, mucho menos, un legado. A mi juicio, eso nos ofrece dos miradas. La primera, la negativa: internet se llenó de especies tóxicas que cultivan y propagan la desinformación, que solo hacen ruido. La segunda, la positiva, hay una oportunidad, una gran oportunidad, para todos los demás.

Es decir, para quienes creamos y compartimos contenido de valor destinado a informar, educar, entretener e inspirar (nutrir) a otros. Que somos muchos, por cierto, aunque solo una minoría de ese gigantesco ecosistema digital. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que hay espacio para más, para tantos como se atrevan a compartir su conocimiento con otros.

En los últimos años, de hecho, miles de personas han cerrado la puerta del ámbito laboral convencional (de 9 a 5 por cinco días a la semana) para abrir la del universo digital. Bien sea porque las circunstancias las forzaron o porque así lo decidieron, muchas se atrevieron a probar suerte en internet. ¿El resultado? Bastante menos satisfactorio de lo esperado.

¿Por qué? Tristemente, muchas de esas personas llegaron a internet sin conocer cuáles son las características del ecosistema digital y fueron devoradas por los depredadores. O, quizás, pensaron que podían replicar lo que hacía en el ámbito corporativo y se estrellaron contra una realidad que les enseñó, a las malas, que las reglas del juego digital son distintas.

Otras más, muchas, se comieron el cuento de que “en internet es fácil ganar dinero” o, de otra forma, el bulo de que “en internet te puedes hacer millonario de la noche a la mañana”. Y, no, no es cierto. Internet no es un casino o un polígono para practicar tiro al blanco. Y si fuera tan fácil ser millonario en internet, todos los que llevamos tiempo allí lo seríamos.

Ahora, es posible que te preguntes si es posible ganar dinero en internet. La respuesta es un SÍ en mayúsculas. Eso, sin embargo, no significa que vas a ser millonario porque el resultado depende de varios factores: tu conocimiento, tu estrategia, tu visibilidad, tu posicionamiento y, en especial, el valor que estás en capacidad de aportar para solucionar los problemas de otros.

Demos unos pasos atrás: unos párrafos antes, te decía que los influencers y los mal llamados creadores de contenido, los payasitos, son estrellas fugaces que surgen, brillan y no tardan en desaparecer. ¿La razón? La acabo de mencionar. Es la combinación de conocimiento, estrategia, visibilidad, posicionamiento y el valor que aportar. ¿En una palabra? Tu MARCA.

En internet, las empresas, negocios, emprendedores o profesionales independientes que perduran, que dejan huella, que generan un impacto positivo, que inspiran, son aquellos que son una MARCA (personal o empresarial). Es decir, son las que tienen la respuesta adecuada a la pregunta clave, aquella de “¿Qué tengo yo, qué soy yo, que pueda ayudar a otros?”.

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Lo primero que hay que decir acerca de la MARCA es que NO se construye ni se crea. Por eso, ten cuidado porque en internet hay mucho vendehúmo que promete crearte una marca poderosa. La realidad es que la MARCA ya está, es parte de ti desde el día en que saliste del vientre de tu madre y llegaste a este mundo. Y la has alimentado, la has enriquecido, día a día.

En palabras simples, la MARCA es la forma en que los demás nos perciben, lo que piensan de nosotros. O, dicho con otras palabras, la huella que has dejado en la vida de otros. Para unos, positiva; para otros, negativa. Y está bien, porque tener una MARCA no significa caerle bien a todo el mundo, como tampoco es ser simpático con todo el mundo. ¡Eso es cordial hipocresía!

La MARCA es todo aquello que haces, y lo que no haces; lo que comunicas, y lo que no comunicas; lo que te hace distinto y único (principios, valores, creencias, pensamientos, miedos; tu conocimiento, experiencias y sueños) y, no lo olvides, la forma como comunicas eso a otros, a los demás. Por eso, justamente, nadie puede crear tu marca, o construirla.

La MARCA eres tú y dejarás de serlo el día en que te vayas de este mundo. Sin embargo, si has hecho bien la tarea, si dejaste huella en la vida de otros, tu MARCA permanecerá en el corazón de otros, de aquellos a los que impactaste de forma positiva. Seth Godin, autor de varios libros, afirma que “marca es lo que otros dicen de ti cuando no estás presente”.

Si te olvidan fácilmente, rápidamente, es porque tu MARCA es débil. En cambio, si eres una persona generosa que comparte su conocimiento y experiencia con otras; que las informa, educa, entretiene e inspira, serás una MARCA poderosa, de esas difíciles de olvidar. Piensa, por ejemplo, en John Lennon, Freddy Mercury,  Gabo o la madre Teresa de Calcuta.

Un ejemplo que ilustra a la perfección el poder de una verdadera MARCA es la música. Nino Bravo fue un talentoso cantante español que murió en 1973 en un accidente automovilístico. Hoy, medio siglo después, sus canciones aún se escuchan, inclusive entre los más jóvenes. Y lo mismo sucede con Pedro Vargas, Juan Gabriel, Rocío Dúrcal, Pedro Infante o Carlos Gardel.

Su música, su MARCA, los hizo inmortales. ¿Entiendes? Y no es que esas canciones les gusten a todos, pero sí son millones las personas que hoy se deleitan escuchándolas. Y no solo eso: muchas personas recuerdan con melancolía anécdotas surgidas alrededor de esas canciones o cantantes, momentos de su vida que significaron algo (positivo o negativo).

De nuevo, rebobinemos un poco: nunca antes, en la historia de la humanidad, el ser humano dispuso de tantas y tan poderosas herramientas y recursos como las que disfruta hoy. Y, no sobra decirlo, el internet de hoy es de otro mundo, en comparación con el de hace 5-10 años. Y, por si esto fuera poco, apenas vemos la punta del iceberg de la inteligencia artificial.

Con frecuencia, en varias comunidades de las cuales soy miembro, conozco a personas que sueñan con “vivir de internet”, que se ha convertido en el nuevo sueño americano. Personas que acumulan experiencias valiosas, que acreditan conocimiento y quieren transmitirlo a otros. Y se lanzan a la aventura, pero tristemente terminan como carnada de los tiburones.

¿Por qué? Porque no son una MARCA, porque están convencidas de que con un buen pitch de ventas, un discurso escrito por ChatGPT y una interpretación histriónica (del estilo de los patéticos influencers) es suficiente. Eventualmente, algunos logran un impacto, pero no pasa mucho tiempo antes de que el mercado los olvide y se vaya con el nuevo objeto brillante.

Piénsalo de la siguiente manera: ¿qué pasaría con tus hijos si un día te vas de la casa y los dejas abandonados? ¿Si nunca los vuelves a llamar el día de su cumpleaños? ¿Si no los consuelas cuando están tristes? ¿Si no los animas cuando están en problemas? ¿Qué pasaría? La respuesta es simple: te olvidarán o, peor, guardarán un recuerdo negativo de ti.

¿Qué tengo yo, qué soy yo, que pueda ayudar a otros?. Esa es la pregunta que debes formularte todos los días para que te oriente en esa titánica y apasionante aventura de ser una MARCA. La clave está en enfocarte en construir tu mejor versión: aprender más de más temas, desarrollar nuevas habilidades, establecer nuevos vínculos, impactar a más personas.

Moraleja: si quieres trascender, si en realidad tu propósito de vida es dejar un legado, entonces, concéntrate en ser una MARCA verdadera. Olvídate de las redes sociales, de la web, de la inteligencia artificial: son solo herramientas que te ayudarán, pero la esencia, lo que es realmente importante y valioso, está en ti. Y solo tú puedes descubrirlo y aprovecharlo.

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Inspirar, la forma más poderosa de conectar a través de tus contenidos

En el pasado, en el siglo pasado, el objetivo principal de cualquier marca o negocio era vender. Su trabajo consistía exclusivamente en ofrecerle al mercado un producto o servicio que supliera una necesidad. Fin de la historia. Hoy, sin embargo, dado que el mundo y la vida dan muchas vueltas, el escenario es radicalmente distinto: ya no es vender, sino inspirar.

Como decía el gran Jack, el destripador, “vamos por partes”. Lo primero que hay que convenir es que el mercado hoy es muy distinto. Antes, solo había marcas (empresas y negocios), pero fruto de la revolución digital impulsada por internet las marcas se transformaron y ahora son personas, somos personas. Emprendedores o profesionales independientes que monetizan su conocimiento.

Abogados, médicos, sicólogos, odontólogos, terapeutas, contadores, comunicadores, administradores de empresas, diseñadores gráficos o nutricionistas, entre muchas otras profesiones, hoy son, somos, marcas. Que encontramos en internet la tienda más grande del mundo, un escenario en el que es posible ganar dinero gracias a lo que sabes, a lo que haces.

Como seguramente sabes, soy periodista con una larga trayectoria en los medios de comunicación como en empresas privadas. Comencé en la era preinternet, viví el tránsito de la conversión tecnológica de las redacciones (el paso a los computadores) y finalmente di el salto a la digitalización, a internet. Acredito una trayectoria que llega casi a los 37 años.

Como imaginas, he vivido grandes transformaciones que, por supuesto, me curtieron como persona y como profesional. He tenido que adaptarme a distintos escenarios, además de desarrollar una variedad de habilidades. En especial, desde que los insondables caminos de la vida me llevaron a ser lo que llamábamos freelance, ahora autónomo o profesional independiente.

Pasé de las salas de redacción, de las oficinas de prensa, a ser yo mismo el medio de comunicación y, en los últimos años, un creador de contenidos. Comencé como periodista de espectáculos (conciertos, artistas, música, televisión), eché raíces en los deportes y más adelante, por los vaivenes del oficio, escribí un poco de todo, de lo que se presentara.

Hasta que aterricé en los terrenos del marketing. Que jamás habían estado en el radar o en los planes. Son casi ocho años haciendo camino al andar y, lo mejor, descubriendo nuevos escenarios, enfoques, y asumiendo retos distintos. Eso sí, guiado por un eje transversal: el mensaje. O, quizás, debería decir más bien el poder del mensaje, el insumo de mi oficio.

Lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que aquello que aprendí en las aulas universitarias, primero, y luego en las salas de redacción y las oficinas de prensa es justo lo que me ha permitido sobresalir en el marketing. Cuando llegué a este campo, me di cuenta de que tenía un valioso conocimiento y habilidades para hacerme de un lugar en el mercado.

He trabajado con coaches de desarrollo personal, agentes inmobiliarios, emprendedores y empresas para los que he creado contenidos diversos. ¿Por ejemplo? Acerca de turismo, de bienes raíces, de gastronomía, de relaciones de pareja y de marketing. Y no solo soy periodista, sino copywriter, estratega de contenidos, ghostwriter y storyteller.

Si bien, como mencioné, los pilares de mi trabajo son los mismos (la comunicación y las técnicas del periodismo), he tenido que adaptarme a este escenario del marketing. ¿Por qué? porque, aunque le objetivo de comunicar un mensaje no cambia, sí es necesario realizar algunos ajustes para poder satisfacer las necesidades y demandas de los clientes.

En ese proceso, aprendí que el contenido que se cree, cualquiera sea el formato elegido y cualquiera sea el medio en el que se divulgue, debe responder a cuatro objetivos. ¿Sabes cuáles son? Informar, educar, entretener e inspirar, en ese orden. Si bien no es un paso a paso estricto o una fórmula mágica, debes saber que el orden de los factores sí altera el producto, el resultado.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando el mercado nos ofrecía para elegir dos referencias, a lo sumo tres, de un producto, hoy son decenas. Y no importa si la marca que las vende está en otro país, porque podrás comprar por internet y en pocos días recibir el artículo en tu casa. Así de fácil. Un escenario que provocó un drástico y profundo cambio en la forma de vender.

¿A qué me refiero? A que vender, que antes era el objetivo primordial, hoy es la consecuencia de cómo gestionas la relación con tus clientes. En otras palabras, lo que determina que una persona te compre a ti y no a tu competencia es la calidad de la experiencia que estés en capacidad de brindarle. Cuanto más satisfactoria sea, más larga será esa relación.

Y hago hincapié en la relación, en la que radica la clave del éxito o del fracaso de tu trabajo, de tu oferta. Antes, la relación vendedor-comprador se limitaba al momento en que se daba la transacción. Punto final. Eventualmente, si el comprador requería de nuevo ese producto, o alguno otro que el vendedor le pudiera ofrecer, había un nuevo capítulo; de lo contrario, no.

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Hoy, en cambio, se requiere (es obligación, no una opción) establecer con el mercado una relación basada en la confianza y la credibilidad. ¿Por qué? Porque, en vista de que la oferta supera con creces la demanda, el comprador te elige a ti ya no por el producto que vendes o el precio, sino porque hay simpatía, empatía e identificación (valores, principios, propósito).

Por eso, justamente, es indispensable que el contenido que creas y compartes en canales digitales o fuera de internet informe. ¿Acerca de qué? De quién eres, qué haces, por qué lo haces, cuál es tu propósito, qué te hace distinto, cómo vas a ayudarme y, entre otras, las dos preguntas clave: ¿por qué he de elegirte a ti y no a tu competencia? y ¿qué hay aquí para mí?

Una vez hayas cumplido ese objetivo de informar y has conseguido despertar la curiosidad de ese cliente potencial, avanzas a la etapa de educarlo. ¿Sobre qué? Sobre el problema que le arrebata la tranquilidad, las manifestaciones de este, el origen y las consecuencias que acarrea no conseguir la solución adecuada. ¿Por qué debes brindarle esta educación?

Porque los seres humanos, todos, desconocemos el origen, las manifestaciones y las consecuencias de los problemas que nos molestan, que nos amargan la vida. O, quizás, no sabemos cómo suplir una necesidad y nos conformamos con aprender a lidiar con la carencia. El contenido educativo llena este vacío y despierta su interés en una solución.

¿Y el entretenimiento? Porque, quizás lo sabes, distraernos, reírnos y escapar de la histeria colectiva son una de las dos razones por las que entramos a internet. ¿Y la otra? Una que ya mencioné: buscar información. Esta es la razón por la cual los videos ridículos, curiosos, grotescos o vulgares son virales, lo mismo que las fake news y los famosos memes.

No te propongo que entres en esa onda. Hay muchas formas de entretenimiento sin caer en esos patéticos extremos. ¿Por ejemplo? Contar historias. Así como le lees un cuento a tu hijo mientras concilia el sueño en la noche o le relatas a tu pareja la experiencia que viviste con un nuevo cliente en el trabajo, a tus clientes potenciales o audiencia puedes entretenerlos.

En esta categoría entran contenidos como historias inspiradoras de empresas, personas o emprendedores que sortearon grandes dificultades antes de escalar a la cima del éxito. O de referentes de tu industria, o la reflexión que te dejó el libro que acabas de terminar de leer. O, quizás, cómo tu vida fue mejor por un rato durante el concierto de tu cantante favorito…

Hasta que llegamos a la etapa más importante: INSPIRAR. ¿Sabías que, según estudios recientes, las personas ya no compran productos, sino que eligen marcas que las inspiren? Porque autos venden por doquier, o ropa, o zapatos, o comida, pero cada vez son más los consumidores que privilegia el hecho de sentirse inspirado por la marca que eligen.

Es decir, son compradores que, más allá de lo que vayan a comprar, exigen que haya una conexión real con esa marca. Conexión con los principios, con los valores, con el propósito, con los sueños, con el ideal de felicidad y con la vocación de servicio, entre otros factores. Parodiando una publicidad muy famosa en Colombia en el pasado, “sin conexión, ni pío”.

Ahora, ¿qué significa inspirar a otros? La inspiración es una poderosa fuerza que motiva al ser humano a ser como otros, a sacar lo mejor de sí para conseguir lo mismo que otros lograron y que lo motiva. También, la inspiración es un modelo digno de seguir, como el padre que inspira al niño, el deportista que inspira al hincha, el cantante que inspira a sus seguidores.

Inspirar a otros es tener la capacidad de dejar una huella silenciosa en su vida a través de lo que haces, de lo que le brindas. Implica admiración, respeto, genuino deseo de seguir la estela marcada por esa persona. También, identificación con su obra, con su propósito, el deseo ferviente de ser parte de su causa o, cuando menos, de conseguir algo parecido.

¿Cómo inspirar a otros a través de tus contenidos? Comparte historias de tu proceso en las que des cuenta de tus sueños, de las dificultades que enfrentaste, de cómo las superaste, de quién te brindó ayuda, de cómo se transformó tu vida. En otras palabras, dentro de cada ser humano hay un héroe que merece ser compartido con otros para que pueda inspirarlos.

Inspirar es sembrar en su mente, en su corazón, la semilla del éxito, de la felicidad, de la abundancia y de la prosperidad. Demostrarle que sí puede, empoderarlo, guiarlo, hacerle saber que tiene todo lo necesario para cristalizar sus sueños, incluso los más ambiciosos. Y que, si algo le falta, siempre habrá alguien dispuesto a ayudarlo, listo para acompañarlo.

Por supuesto, más que las palabras lo que más inspira al ser humano es el ejemplo. Sin caer en el fangoso terreno del ego, puedes inspirar a otros con contenidos que respondan a las preguntas clave mencionadas y a otra fundamental: “¿Cómo lo hiciste?”. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que una vez inspiraste a esa persona, la venta está al alcance de la mano…

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El orden del abecedario, la clave para que tus contenidos sean de impacto

El ser humano es muy particular de diversas formas. Una de ellas, de las más llamativas, esa de asumir la vida como una competencia. Y no es por la inmediatez, como nos han hecho creer en los últimos tiempos, porque desde antes de internet ya era así. Nos obsesiona ser los primeros, pero también la idea de ir más rápido, de superar etapas a grandes pasos, o quizás saltarlas.

Cuando somos niños, anhelamos llegar a la edad adulta “lo más rápido posible”. Más allá de que es imposible conseguir que las manecillas del reloj avancen más rápido, o que los días y la semanas sean más cortos, lo único que conseguimos es desperdiciar la oportunidad de valorar y disfrutar el momento, que en últimas es lo único que poseemos. Un aprendizaje doloroso.

Cuando llegamos a la universidad, anhelamos que la vida corra rápido para terminar la carrera y empezar a trabajar. Sin embargo, casi nunca resulta como lo imaginamos y es, entonces, comprendemos que todo tiene un porqué. La vida, en su inmensa sabiduría, ha establecido un orden para las cosas, nos ha marcado un proceso que es necesario cumplir.

¿Hacia dónde va esta reflexión a la que te invito? A que descubras y enfrentes una de las razones por las cuales tu mensaje carece de poder, no genera el impacto que tú deseas. ¿Te imaginas cuál es la razón? Es la misma por la que quieres dejar de ser niño y convertirte en adulto y luego ansías que el tiempo regrese: te saltas las etapas, no respetas el proceso.

Me explico: en el mundo actual, siglo XXI, sin importar si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, la premisa es la misma. ¿Sabes cual? Para atraer la atención del mercado, debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad, primero, y conectar con las emociones de tu audiencia, después.

¿Cómo se consigue ese objetivo? Si la respuesta que pensaste es “publicidad”, déjame decirte que estás equivocado. La respuesta correcta es COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR. Que no es lo mismo que llenar las redes sociales de post sin ton ni son. Que tampoco es, como piensa la mayoría, vender, inclusive a la fuerza. En este caso, también, hay que respetar el proceso.

¿Y cuál es el proceso? Te respondo con un ejemplo muy sencillo: toma un diccionario del idioma español y busca en dónde está la letra V, de vender. En las últimas páginas, ¿cierto? De hecho, es la letra 23 de las 27 que componen el alfabeto. Tras ella solo aparecen la ‘W’, la ‘X’, la ‘Y’ y, por último, la ‘Z’. Ese orden se estableció en el siglo XIV a. C., en el norte de Siria.

Como sabes, la ‘E’ es la quinta letra y la ‘I’, la novena. Claramente, están mucho antes que la ‘V’, ¿cierto? Y créeme que no es casualidad o capricho: es el orden establecido y, sin duda, hay una razón poderosa por la que así se dio. Igual que la vida misma: primero está la niñez, luego llega la adolescencia, avanzamos a la adultez y terminamos en la vejez. ¿De acuerdo?

¿Ya te diste cuenta para dónde voy? La mayoría de las personas, como mencioné, se enfocan y se limitan a vender, a intentar vender. Y lo triste es que no lo consiguen. Por supuesto, no hay una sola razón, sino una variedad de factores de diversa índole. Sin embargo, a nivel de la creación de contenidos, de aportar valor, la explicación es que se saltaron los pasos.

¿Me entiendes? De hecho, por si no lo has percibido, dentro de cada letra se establece el mismo orden. ¿Un ejemplo? Dentro de la ‘V’, primero está ‘Valor’ y luego, ‘Vender’. Y lo repito: no es un capricho, es algo que tiene un sentido, un propósito. Y, no sobra recalcarlo, este es uno de esos casos en los no puedes ir contra la corriente porque nunca la vencerás.

La que te voy a revelar es la fórmula que utilizo cuando creo contenido, tanto para mis clientes como el de mis propiedades digitales (blog, redes sociales, email marketing). ¿Te imaginas cuál es? La verdad, es muy sencilla: debes respetar el orden establecido en el abecedario. ¿Eso qué quiere decir? Que antes de llegar a la ‘V’ de ‘Vender’ debes utilizar otras letras, como la ‘E’ y la ‘I’.

La simple fórmula es un paso a paso que convertirá tus contenidos en mensajes irresistibles. Informar, Educar, Entretener e Inspirar. Fácil, ¿cierto? En la medida en que te concentras en estos cuatro objetivos transmites Valor y, como consecuencia lógica de ello, ¡vendes! Sí, porque vender es la consecuencia directa del valor que aportas al mercado.

¿Lo sabías? La venta no está determinada por el producto (o servicio) que ofreces, por el precio y ni siquiera por los beneficios que aporta. Entonces, ¿por qué? Por el valor que aportas, por el poder de tu propuesta de valor, es decir, por la capacidad de transformación que tu producto (o servicio) posee, por la mejora que va a producir en la vida de tu cliente.

Eso, precisamente, es lo que tienes que comunicar en tu mensaje. Esa, precisamente, es la poderosa razón por la cual DEBES compartir CONTENIDO DE VALOR. Si no lo haces, entonces, el mercado no puede saber, no tiene por qué saber, que no eres ‘más de lo mismo’, un vendehúmo o estafador. Si no lo haces, el mercado no tendrá argumentos para elegirte.

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Piensa lo siguiente: la rueda ya fue inventa. Lo sabías, ¿cierto? Hace siglos, además. Eso significa que no hay que reinventarla o, de otra forma, que ya todo, absolutamente todo, está inventado. ¿Qué cambia, entonces? El valor que tú estás en capacidad de aportar, tu toque personal a ese producto o servicio que ofreces, que surge de tu unicidad, de tu autenticidad.

Un ejemplo: eres coach y te especializas en el tema del liderazgo. ¿Sabes cuántas personas se dedican a lo mismo? Millones, y cada vez son más. Y muchas de ellas, sin duda, son excelentes. Y seguramente muchos acreditan mayor experiencia que tú, son reconocidos en el mercado y son seguidos por una comunidad fiel que disfruta de sus beneficios desde hace tiempo.

Y lo mismo se aplica para cualquier profesión u oficio, porque el mercado está sobresaturado. Por eso, ser visible y conseguir atraer la atención del mercado, de tus clientes potenciales, es cada vez más difícil. Por eso, igualmente, necesitas COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR para estar unos escalones arriba de los que no lo hacen, ser visible y generar un mayor impacto.

Ahora, veamos cómo seguir el orden establecido en el abecedario es la clave para conseguir un alto impacto con tus contenidos:

1.- Informar.
Que, no sobra recalcarlo, no significa ‘hablar de ti’, de tus hazañas, de tus bienes y lujos, de tu cuenta bancaria. ¡Nada de eso! Tampoco de las maravillosas característica de tu producto (o servicio). Se trata de brindarle a tu prospecto la información básica que le permita establecer un vínculo de confianza y credibilidad contigo. Es decir, el objetivo es abrir la puerta.

Si tú sabes cuál es el problema o necesidad que inquieta a tu prospecto, debes informarle. Ten en cuenta que la mayoría de los seres humanos no somos conscientes de los males que padecemos. Dile cuáles son las manifestaciones, qué pasará en su vida si no hace nada y, en especial, que entienda que, si ya hay una solución (la que le ofreces), no tiene por qué sufrir.

2.- Educar.
Lo dicho: los prospectos casi nunca saben que tienen un problema y eso que ellos llaman ‘necesidad’ en la mayoría de los casos es más bien un ‘deseo’ (es decir, algo que no necesitan). Y dado que su nivel de ignorancia de ese problema es casi absoluto, tu tarea consiste en darle la información que requiere para identificar las manifestaciones, traerlas al plano consciente.

Además, no olvides lo siguiente: como la mayoría se desboca a vender en frío, a la brava, un prospecto acogerá de buena gana que tú seas distinto, que le aportes algo que desconocía y que muestres preocupación por él. El contenido que educa, así mismo, está enfocado en dar respuesta a sus inquietudes y algo muy importante: rebatir, por anticipado, sus objeciones.

3.- Entretener.
Que, por supuesto, no significa asumir el rol de influencer milenial y dedicarte a bailar o a hacer payasadas en reels o videos de TikTok. ¿Entonces? Los seres humanos normales, como tú o como yo, ingresamos a internet por una de dos razones: buscamos información y/o queremos relajarnos (entretenernos), más en esta era de histeria colectiva en infoxicación.

Entretener, entre otros, tiene los siguientes sinónimos: divertir, recrear, deleitar, agradar, alegrar, aliviar, amenizar o animar. Si tu contenido logra alguno de estos objetivos, ten la seguridad de que tu audiencia lo amará porque se convertirá en un oasis en ese desierto de la infoxicación, los vendehúmo y las mentiras. La premisa: sé auténtico; lo postizo ahuyenta.

4.- Inspirar.
Los consumidores no les compran a las personas que les venden lo que necesitan o lo que desean, sino a aquellas que los inspiran. ¿Lo sabías? Más, en estos momentos en los que los seres humanos vivimos agobiados, estresados, ansiosos, preocupados y temerosos por tantos sucesos adversos que enfrentamos o que nos amenazan. Es decir, sino inspiras, no vendes.

Según el diccionario, inspirar significa “Infundir o hacer nacer en el ánimo o en la mente efectos, ideas”. Infundir, sugerir, despertar o aconsejar son sinónimos. Inspira a través de las historias que den cuenta de tus errores, de tus aprendizajes, de tus pensamientos, de tus reflexiones, de tus sentimientos. Inspirar es la condición indispensable para conectar.

Si tu objetivo es vender, un producto o un servicio o un infoproducto que ayude a otros, entiende que la venta es una consecuencia de lo que haces y, en especial, de lo que aportas con tus contenidos. Si quieres que estos sean de impacto, hazle caso al abecedario: la ‘I’ de Informar e Inspirar y la ‘E’ de Educar y Entretener, y la ‘V’ de Valor, están primero que la ‘V’ de Vender.

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10+ habilidades periodísticas que potenciarán tu contenido

De niño, y aunque tenía tres hermanos y una buena cantidad de amigos, mi más fiel compañera fue la radio. Eran las épocas de los transistores de baterías, que sintonizaban las frecuencias AM (amplitud modulada) y la onda corta, a través de las cuales, con un poco de suerte, escuchábamos las conversaciones de los radioaficionados. ¡Era una aventura!

Más adelante, la tecnología de esos aparatos evolucionó e incluyó la frecuencia modulada (FM), que si bien no ofrecía demasiadas alternativas (emisoras), brindaba un beneficio: el sonido estéreo (en AM, era mono). Eso sí, había que estar en un lugar en el que la recepción de la señal fuera buena porque, de lo contrario, lo que se escuchara era puro ruido.

El radio transistor había sido un gran avance tecnológico. ¿Sabes por qué? Porque antes de su aparición las radios eran unos enormes aparatos de salón que para funcionar debía estar conectados a la corriente eléctrica. Es decir, eran estáticos. En cambio, los transistores eran portátiles y funcionaban con baterías. ¿La clave? Disponer siempre de unas de reemplazo.

Fue gracias a esos aparatos que conocí y me enamoré de la música y del periodismo. A diferencia de lo que sucede hoy, en la era de la infoxicación y la vulgaridad, la mayoría de las emisoras nos brindaban buena música. Había unas pocas estaciones dedicadas a las noticias, pero eran escasas. Y también estaban las que transmitían los partidos de fútbol.

Si no podías ir al estadio o tu equipo favorito jugaba fuera de la ciudad, la radio era todo lo que tenías para seguir las emociones del juego. Había unas pocas cadenas radiales en las que sobresalían buenos narradores (los de antes, claro) y comentaristas. Mis preferidos eran Armando Moncada Campuzano y Hernán Peláez Restrepo, dos voces que marcaron historia.

Cuando dejaban una cadena radial y se iban para otra, los aficionados nos trasladábamos con ellos. Así era esa fidelidad, que hoy es un tesoro extinto. En el ámbito de las noticias generales, había un personaje especial: Yamid Amat. Distinto del resto, con un estilo muy particular y un genial contador de historias, en especial de crímenes (la crónica roja).

Ellos, principalmente, y algunos más fueron los responsables de que forjara el sueño de ser periodista. ¿Mi ilusión? Quería ser narrador de fútbol. Y te cuento un secreto: todos los días, mientras me duchaba, narraba partidos imaginarios (mi equipo, claro, jamás perdía). Eran relatos que seguían el libreto, los aprendizajes adquiridos a partir de aquellos referentes.

Aunque consideré opciones como Derecho, Sicología y Administración de Empresas, me decanté por el periodismo. Una profesión que por aquel entonces, comienzos de los 80, era un reino de las mujeres (en la academia, al menos) y que muy pocas universidades ofrecían. ¿Por qué? Se concebía que el periodismo era un oficio empírico, surgido de la pasión, de la vocación.

Curiosamente, irónicamente, la vida me llevó por un camino distinto. ¿A qué me refiero? No fue la radio el medio en el que desarrollé mi carrera, sino los medios escritos. Hice radio mucho después, cuando ya acreditaba más de 30 años de trayectoria. Comencé por el periodismo de farándula (espectáculos y cultura) y me especialicé en deportes, pero escribí sobre todo.

Lo hice durante casi 30 años en medios de comunicación (impresos e internet) y también en empresas privadas. Hasta que el torbellino de la vida me llevó a una situación en la que mis cimientos se estremecieron: no conseguía trabajo. Había pasado la barrera de los 40 años y ser etiquetado como ‘periodista deportivo’ se convirtieron en obstáculos casi insalvables.

Dado que nunca me he visto haciendo algo distinto a lo que hago (comunicar), insistí, persistí. Fueron tiempos duros, sin duda. Hasta que a finales de 2016, cuando vino a Bogotá a un evento presencial, mi amigo Álvaro Mendoza, con el que había comenzado mis andaduras en el periodismo digital en 1997 antes de que se radicara en EE. UU., me hizo una oferta.

“Quiero que trabaje conmigo, que se encargue de producir mis contenidos”. Si bien era una oferta tentadora, le aclaré que no sabía nada en absoluta de marketing. “Yo le enseño lo que se necesita, no se preocupe”, me respondió. A eso me dedico desde entonces, un proceso de rediseño profesional que ha incluido desaprender, reaprender y desarrollar habilidades.

Hoy, el mercado me conoce como Carlos González Copywriter, aunque en términos estrictos no soy copywriter. Es decir, no escribo textos comerciales en una agencia publicitaria. Soy un periodista que se adaptó a un nuevo escenario, un ecosistema distinto en el que ha podido aprovechar su conocimiento, sus experiencias, y potenciar sus dones y talentos, su pasión.

Soy un creador y un estratega de contenidos. Creo contenidos para mí y para mis clientes, en distintos formatos: libros, ebooks, microlibros, blogs, textos para web (páginas de aterrizaje, cartas de ventas, secuencias de email, scripts para audios y videos) y soy escritor fantasma (ghostwriter). ¿Sabes en qué consiste? Es aquel que escribe contenidos a nombre de otros.

Un camino que ha sido divertido y emocionante, en el que he tenido la oportunidad de adquirir conocimiento muy valioso. Y lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que nunca dejé de ser periodista: simplemente puse mis habilidades periodísticas al servicio del marketing en campos tan diversos como la gastronomía, los bienes raíces o el desarrollo personal.

¿Cuáles son esas habilidades periodísticas? Veamos:

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1.- La inmediatez.
En tiempos de internet, de hiperconexión, las noticias no dan espera. Se requiere la capacidad para desarrollar contenidos de valor de forma rápida para atraer la atención de la audiencia primero que tu competencia. Cualquiera puede publicar de inmediato, pero no cualquier puede publicar contenido de valor, que es justamente lo que el mercado requiere.

2.- El contexto.
Si algo caracteriza a los contenidos de la era de la infoxicación es la ligereza para tratar la información como la falta de investigación. En épocas de “yo te copio, tú me copias…”, el diferencial está en el contexto: investigación, profundización, ángulos diferentes. Contenidos que aporten valor, que no sean ‘más de lo mismo’, que sean agradables para la audiencia.

3.- La fórmula I-E-E-I.
Desde la universidad, aprendí que los fundamentos del trabajo de un periodista son Informar, Educar, Entretener e Inspirar. La unión de estos cuatro pilares redunda en lo que llamamos contenido de valor. Lo mejor es que esos pilares los puedes aprovechar individualmente o en conjunto, de acuerdo con el objetivo que persigas con tu contenido. ¿La clave? Versatilidad.

4.- El lector (la audiencia).
Aprendí, también, que cualquier contenido carece de sentido si no se crea con la intención de brindarle un beneficio (información, educación, entretenimiento o inspiración) al receptor (que era el lector y hoy es audiencia). Si de algo carecen los contenidos de marketing es de la capacidad para enfocarse en las necesidades y deseos del cliente, no solo en la venta.

5.- Las historias.
Cuando comencé mi carrera, el sueño de todo periodista joven era convertirse en cronista, es decir, en un contador de historias. Eran los tiempos de apogeo de Gabriel García Márquez y en el país había cronistas sobresalientes. Hoy, lo sabemos, la forma más efectiva y honesta de conectar con las emociones de tu audiencia es contar historias, el famoso storytelling.

6.- La veracidad.
Vivimos la era de la infoxicación, de las fake news y de los robots que suplantan a los seres humanos. Además, los medios de comunicación dejaron de ser un oasis de independencia y libertad que fueron en el pasado y son solo piezas del engranaje de los poderosos. Por eso, se requiere voces auténticas, autónomas, veraces, que no distorsionen o manipulen la realidad.

7.- Credibilidad.
Derivado de lo anterior, lo aprendido en el oficio me ha servido para ser creíble y confiable en distintos ámbitos. ¿Cómo hacerlo? Honrar la verdad, poner a la audiencia en primer lugar, ser leal a los hechos y buscar el bien colectivo. La credibilidad es la base de las relaciones que, a su vez, son la base de los negocios. Sin credibilidad, cualquier contenido es solo basura.

8.- Relevancia.
La tarea básica del periodismo es relatar los hechos que suceden en el día a día. Estamos en la era de lo superficial, de lo cosmético, de lo tóxico que se disfraza de ridículo o cómico. Son contenidos efímeros, que nada aportan, mientras lo verdaderamente importante se deja de lado. La relevancia y oportunidad de los contenidos es un plus que casi nadie puede ofrecer.

9.- Variedad.
De formatos, de canales, de narrativas. La clave para conectar con las emociones de las audiencias, y con más audiencias distintas, y atraer su atención es la variedad de contenidos y de formatos. Si bien lo primordial, lo fundamental, es la calidad del contenido, el valor que aporta, la omnicanalidad y pluralidad de formatos me permite llegar a más personas.

10.- Legibilidad.
En la era del ‘más de lo mismo’ y del copy + paste, esta característica es un tesoro. ¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad que distingue a los textos para ser leídos y comprendidos por cualquiera. Además, que gusten por el ritmo de la narración, por la claridad, por el poder del mensaje. Los contenidos legibles están escritos para seres humanos, no para robots.

10+.- Persuasión.
Primero en la universidad y luego en los medios me lo recalcaron: “Si no va a hacer un bien, que su noticia (texto o contenido) no haga un mal”. Es una premisa que procuro practicar todos los días de mi vida. Un contenido persuasivo es el comienzo de un intercambio de beneficios, un gana-gana para las partes involucradas. Impactar de manera positiva.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no necesitas ser periodista o estudiar una carrera específica para aprovechar estas habilidades. Cualquiera las puede desarrollar de modo muy sencillo. ¿La clave? Disciplina, por un lado, y práctica, por otro. A medida que creas más, encuentras tu estilo, el camino correcto para impactar positivamente con tus contenidos.

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