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¿Menosprecias el impacto de tu mensaje, de tu comunicación?

Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.

Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.

Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.

Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.

En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.

Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.

¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.

En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.

Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!

Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!

Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.

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Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.

Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.

La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!

Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!

A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.

Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.

“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.

Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.

A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.

Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!

Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.

En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…

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Este es el secreto para no depender de la volátil fuerza de voluntad

Los seres humanos, que por naturaleza disponemos de la capacidad para hacer lo que queramos, todo lo que queramos, solemos levantar obstáculos en el caminos que nos impiden alcanzar esos objetivos. Se trata de las manifestaciones de nuestros miedos, creencias limitantes y modelos de comportamiento, hábitos incluidos, adquiridos a partir del ejemplo de otras personas.

De la misma manera que podemos ser geniales para crear, para producir, para cristalizar nuestros sueños, también somos geniales para obstruirlos, para enterrarlos. Una de las razones, quizás, es que tememos al fracaso, que implica tanto el error (que lo queremos evitar a toda costa) como la aprobación de los demás. Nos aterra lo que otros piensan y dicen acerca de lo que hacemos.

De hecho, si te pones la mano en el corazón y lo piensas bien, son muchas las ocasiones en las que fuiste presa de esa zona de confort. Porque sí, eso es precisamente esa actitud, una placida zona de confort. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que, por lo general, elegimos el camino equivocado y, cuando nos damos cuenta de que no lograremos el objetivo, nos rendimos.

¿Un ejemplo? Los tristemente famosos propósitos de año nuevo. “Voy a hacer más ejercicio”, “Este año sí voy a aprender inglés”, “Voy a dejar de rodearme de personas tóxicas”, “Cambiaré mis hábitos de alimentación” y otros más que se quedan en palabras vacías, sin sustento. Sí, porque las mejores intenciones del mundo se pierden en el aire si no cuenta con el respaldo de las acciones.

Y ese es, justamente, el origen de nuestros problemas: queremos algo, a veces lo deseamos con ahínco, pero a la hora de tomar acción flaqueamos o, quizás, no estamos dispuestos a pagar el precio que vale. ¿Practicar ejercicio 3-4 días a la semana? Nos conformamos con 1-2 sesiones por un tiempo y luego desistimos; igual con la alimentación, el inglés y muchos otros propósitos.

Por ejemplo, el de compartir tu conocimiento con otros. Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza dice que “si posees conocimiento más allá del promedio en algún área específica, tu responsabilidad es compartirlo con otros”. Y hoy, lo sabes, internet nos ofrece todas las herramientas y los canales que podemos necesitar. De hecho, muchos más de las que en realidad vamos a utilizar.

No importa si eres una gran empresa (como Apple o Amazon), un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que, dadas las circunstancias, busca un oasis laboral en internet. Sea cual sea tu caso, hay una premisa fundamental que debes cumplir: ser visible y posicionarte en la mente del mercado, de tus clientes potenciales, de las personas a las que puedes ayudar.

De acuerdo con estudios del mercado digital, el 95 % de los expertos (en cualquier área) tienen información valiosa que se desperdicia porque no la comparten. Además, según Forbes, la industria del e-learning está en auge y se espera que para 2025 alcance los 325 mil millones de dólares. Quizás lo intuías, pero ya hay una certeza: hay una oportunidad esperando por ti.

De lo que se trata es de compartir ese conocimiento que posees, esas valiosas experiencias y, en especial, el aprendizaje de tus errores. Lo que quizás no has percibido es que tú ya estás en ese lugar en el que otros quieren estar, tú ya cristalizaste tus sueños o estás en camino de lograrlo. Y hay otros que quieren saber cómo lo haces, quieren que les enseñes a hacer realidad los suyos.

Ahora, recuerda la premisa fundamental: ser visible y posicionarte en la mente del mercado, de tus clientes potenciales, de las personas a las que puedes ayudar. ¿Cómo hacerlo? Muy sencillo: debes compartir contenido de valor que no solo te haga visible, sino también diferente del resto de lo que ya existe en el mercado y, a través de tu propuesta de valor, posicionarte (que te elijan).

Esta, seguramente lo sabes, es la asignatura pendiente para la mayoría. Y cuando digo ‘mayoría’ me refiero a empresas (grandes, medianas y pequeñas), negocios, emprendedores o profesionales independientes. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que en el camino por eludir esa responsabilidad toman un atajo que los lleva a una situación incómoda: se lanzan al agua e intentan vender en frío.

Es decir, sin ser visibles, sin haberse posicionado en la mente de sus prospectos. Ser visible significa que tienes la capacidad de conseguir que tu mensaje les llegue a las personas correctas, es decir, a aquellas a las que puedes ayudar con tu conocimiento y experiencias. Posicionarte significa que el prospecto elige tu propuesta de valor como la solución a su problema y quiere saber más de ti.

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Esto último es MUY IMPORTANTE (sí, en mayúscula). Repito: MUY IMPORTANTE. ¿Por qué? Porque cuando un prospecto abre el canal de comunicación no te dice que está listo para comprar. ¡No te equivoques! Te dice, simplemente, que atrajiste su atención, que despertaste su curiosidad y, entonces, quiere saber más de ti. Sí, comenzar una relación basada en confianza y credibilidad.

Es en este punto en el que la debes crear contenidos, en el formato que decidas, en el que más cómodo te sientas, y lo difundirlo a través de los canales en los que se concentran tus prospectos. Necesitas definir a ese prospecto ideal (el avatar en sus distintas facetas), tu mensaje (qué tienes, para quién es, para quién no es) y tu propuesta de valor (la transformación que puede producir).

Una tarea que no es imposible de cumplir, pero también un camino en el que debes evitar los atajos de las plantillas, las fórmulas perfectas o, peor aún, de la infoxicación. Una tarea que te va a exigir no solo creatividad (que ya está en ti y es aliada de tu conocimiento), sino también una alta dosis de disciplina, consistencia y enfoque. Estos tres factores garantizarán el éxito, tu impacto.

Y, seguro lo has experimentado, son los que primero se resquebrajan. ¿Sabes por qué? Porque apostamos todos nuestros recursos a la fuerza de voluntad. Es una manifestación de esa tendencia al pensamiento positivo, esa idea de creer que es suficiente para lograr todo lo que queremos, pero no es así. Es el punto de partida, sin duda, pero se requiere algo más para tener éxito.

¿Sabías que es posible aprender a mejorar los resultados a partir de la fuerza de voluntad? Es una capacidad que te da el poder de controlar lo que quieras en tu vida, en especial, tus emociones. Y tu atención, tus finanzas, tu salud, tus relaciones, el éxito en tu profesión o negocio. Entonces, se trata de que aprendas a utilizar esa fuerza y la pongas al servicio de tus objetivos, de tus sueños.

Para la mayoría de las personas, la tarea de sentarse a crear contenido, en cualquier formato, exige una fuerza de voluntad de la que carecen. Por eso, el resultado es que procrastinan una y otra vez o, peor aún, se convencen de que no pueden hacerlo. “Eso no es lo mío”, “No me inspiro”, “No nací para esto” y muchas otras ideas que grabamos en el cerebro, a las que recurrimos con frecuencia.

Esos pensamientos limitantes son producto de enseñanzas que recibimos, ejemplo de lo que vemos que hacen otras personas que influyen en nosotros (padres, amigos, compañeros). Sin embargo, está demostrado que esas barreras se pueden derrumbar con facilidad. ¿Cómo? A través del autocontrol, de pensamientos positivos como “puedo hacerlo”, “voy a hacerlo” o “está hecho”.

La diferencia entre pensarlo o soñarlo y realmente hacerlo no es la fuerza de voluntad, sino las acciones que efectivamente siguen a esos pensamientos. Como humanos, cada día tomamos una gran cantidad de decisiones que, asumimos, surgen de nuestra fuerza de voluntad. Es una forma de eludir la responsabilidad en caso de error, un camino para no sentirnos culpables después.

Si quieres crear contenido, pero de inmediato sientes que careces de la fuerza de voluntad necesaria para avanzar, ten en cuenta estos factores:

1.- No tienes claro qué quieres hacer y, por ende, tu cerebro no se da por enterado

2.- Eliges un tema en el que no eres experto y te da miedo cometer un error al abordarlo

3.- No has desarrollado las habilidades necesarias para sentirte confiado

4.- Tienes expectativas muy elevadas y temes por ser juzgado con dureza por otros

5.- Te aterra la idea de que otros desaprueben tu trabajo, de que no les guste

6.- Piensas que necesitas aprender más y más para “hacerlo bien”

7.- Te dejas llevar por la idea de la perfección, un obstáculo que no puedes salvar

8.- No confías en tus capacidades, en tu creatividad, y te niegas la oportunidad

9.- Desconoces, o no reconoces, tu potencial y no sabes de qué eres capaz en realidad

10.- No has desarrollado la autoestima y la tolerancia y no admites la posibilidad del error

10 (+).- Dejas todo en manos de la fuerza de voluntad

En cualquier actividad de la vida, crear y cultivar un hábito es el antídoto contra prácticamente todos los males que nos incomodan de alguna manera. No puedes depender de factores tan volátiles como la fuerza de voluntad porque perderás el control de la situación y, lo peor, quedarás expuesto a las emociones. Que, seguro lo sabes, son traviesas, caprichosas y traicioneras.

Ayudar a otros con tu conocimiento y experiencias es un privilegio que te concede la vida. No lo desestimes, no lo subestimes. Con lo que tienes hoy dispones de lo suficiente para comenzar a generar un impacto positivo en la vida de otros. En el camino aprenderás lo que haga falta y, créeme, desarrollarás las habilidades que te permitirán avanzar. Y cada vez lo harás mejor.

Claro, siempre y cuando forjes un hábito que te evite depender de la volátil fuerza de voluntad y establezcas un método, uno propio que se adapte a tus posibilidades y objetivos. En últimas, de lo que se trata es de crear un sistema efectivo que no solo te brinde los resultados que esperas, sino que puedas replicar una y otra vez, mil y una veces, siempre con éxito. Y, créeme, ¡puedes hacerlo!

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Dar y recibir: la clave para crear mensajes poderosos

La vida es sabia y nos envía poderosos mensajes de distintas formas. Tantas y tan contundentes, que te sorprendería descubrir a cuántas no les has dado la atención requerida. Señales que pasamos por alto cotidianamente y que, si las atendiéramos, nos libraríamos de muchos obstáculos, de muchas caídas, de muchos golpes dolorosos. Si las atendiéramos.

El problema es que en la vida no podemos ir pensando en lo que pudo haber sido y no fue. Esa es una actitud equivocada que nos mantiene frenados, atados al pasado, aferrados a situaciones que ya fueron, que no puedes modificar. Necesitamos desarrollar la habilidad de escuchar y atender los mensajes que nos envía la vida, para luego no lamentarnos.

Uno de ellos, y te parecerá hasta divertido, nos lo ofrece el diccionario del español. Cualquiera de las versiones que puedas consultar, el libro físico o una versión digital. En todas ellas, dar está primero que recibir. Y no es casualidad. Es uno de tantos poderosos mensajes que la vida nos envía y que, por obvios, los omitimos, no les prestamos la atención requerida.

Es probable que hayas escuchado que vivimos la era de las marcas personales. En especial después de una crisis global como la pandemia, un período en el que el reinado de las marcas (empresas, negocios) se debilitó. Los emprendimientos, los negocios/personas ocuparon los lugares vacíos y se convirtieron en las alternativas que los consumidores buscaban.

Una de las consecuencias de la pandemia fue aquella de que las personas del común perdimos la confianza en las instituciones y en muchas marcas. La incertidumbre, el miedo y, sobre todo, esa incómoda sensación de sentirnos vulnerables, tan vulnerables, nos abrió los ojos. Y nos dimos cuenta de que ni las instituciones, ni las marcas, nos ofrecían lo que necesitábamos.

¿Por qué? ¿Qué está mal? Que es un juego desequilibrado, en el que damos más, mucho más, de lo que recibimos. Y no está bien. No es lo correcto. Por eso, justamente, durante la crisis fueron muchas las personas que cortaron el cordón umbilical que durante años las mantuvo atadas a marcas e instituciones, a personalidades, y posaron su mirada en nuevas opciones.

Descubrieron que podían vivir sin ellas, que podían vivir sin sus productos y/o servicios o, de otra forma, que podían beneficiarse de productos/servicios distintos. Quizás no tan conocidos, quizás no tan famosos, quizás no tan poderosos, pero con una virtud: brindaron la solución, a veces desesperada, que los usuarios requerían durante un momento difícil de su vida.

El fondo del problema está en la educación que recibimos en la niñez, lo que vemos que hacen los mayores: el mal ejemplo cunde. ¿A qué me refiero? A que nos enseñan a pedir (a exigir) en vez de dar. Somos muy recibidores por crianza, cuando deberíamos ser más dadores. Está claro que la vida no es uno u otro, que se requieren ambos extremos, pero debe haber equilibrio.

Que, por supuesto, no significa un 50/50 o una cifra específica. Lo que necesitamos aprender, y poner en práctica, es que cuanto más damos, cuanto más compartimos, cuanto más ofrecemos, mayor será la recompensa que recibiremos. Es una ley de la vida, uno de sus tantos mensajes poderosos que desoímos, a los que no les prestamos la atención que merecen.

Un ejemplo: cuidas a tu mascota, la cepillas, la consientes, le pones agua fresca, dedicas una parte de tu tiempo para jugarle con la pelota y lo sacas a pasear al parque, donde se relaciona con toros perros. Das de muchas formas. ¿Y qué recibes? Lealtad, cariño incondicional, alegría desbordada y compañía permanente. Y aprendes de su nobleza, de su capacidad de perdón.

Uno más: te fijaste la meta de ser saludable, de respetar ese templo que es tu cuerpo para que no se deteriore. Le das una buena alimentación, balanceada y libre de toxinas, de vicios como el alcohol y el cigarrillo. Practicas ejercicio con regularidad, descansas el tiempo suficiente, haces lo que te gusta, te das tiempo para ti mismo y disfrutas la vida con otras personas.

¿Y qué recibes? Aprendizajes múltiples, relaciones que se traducen en un intercambio de beneficios, vives experiencias increíbles y aventuras inolvidables y siembras la semilla de la abundancia, la prosperidad y la felicidad. También, algo que no es despreciable: la satisfacción de ocupar un lugar importante en la vida de otros, de que tu vida tenga sentido y propósito.

Ahora, te preguntarás qué tiene que ves todo esto que he mencionado antes con tu capacidad, con tu habilidad para comunicar un mensaje. La verdad, mucho, mucho más de lo que crees. ¿Por qué? La clave está en la respuesta que le des al siguiente interrogante: ¿qué es lo más poderoso, lo más valioso que puedes ofrecerles a otros, que puedes compartir con el mundo?

Tu mensaje, tu conocimiento, el aprendizaje surgido de tus experiencias, de tus errores, de tus relaciones con otros y con el mundo. Especialmente si eres experto en algún tema, no importa en cuál, tu deber, tu responsabilidad, es compartirlo con otros. ¿Por qué? Porque esos otros lo necesitan y tú puedes ayudarlos, porque hay otros que no han sido bendecidos igual que tú.

Uno de los obstáculos a los que se enfrentan los empresarios, dueños de negocios, emprendedores o profesionales independientes cuando se relacionan con el mercado es no recibir la respuesta que esperaban. Por lo general, intentan vender y no venden. ¿Por qué? Quizás tienen un buen producto/servicio, quizás tienen una solución, pero no venden.

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La razón es que no han conseguido establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado. No han podido demostrar su autoridad a esos clientes potenciales, que no tienen claro por qué esa persona es la mejor opción, por qué deberían elegirla. Quizás están enfocadas en el producto/servicio y no en cómo este puede ayudar a esas otras personas.

Son errores comunes que se cometen con frecuencia, que comete la mayoría. Sin embargo, hay otra razón más pesada: porque le piden algo al mercado, quieren recibir algo del mercado, antes de darle algo al mercado. Y así no funciona. Ni la vida, ni el marketing o los negocios. La premisa es al contrario: primero das, das y das(cuanto más puedas) y luego pides (recibes).

¿Por qué de esa forma? Primero, porque así es la naturaleza del ser humano. Estamos programados para recibir primero y luego dar. Segundo, porque es un proceso que luego reforzamos de manera consciente a través de nuestras acciones, por lo general derivadas del ejemplo de otros. Y lo aplicamos a todo en la vida: relaciones, negocios, trabajo y con nosotros mismos.

No importa si eres empresario o emprendedor; o médico, abogado, contador, profesor, artista, escritor, coach (en cualquiera de sus modalidades) o consultor inmobiliario. Si vendes tus servicios, si quieres ayudar a otros a transformar su vida compartiendo tu conocimiento y el aprendizaje de tus errores y experiencias, ante de pedir (vender o recibir) tienes que dar.

¿Qué puedes dar? Veamos:

1.- Consejos útiles y prácticos que ofrezcan buenos resultados con rapidez
2.- Aprendizajes surgidos de tus errores en el proceso
3.- Un paso a paso del proceso que seguiste para obtener resultados
4.- Las principales dificultades que encontraste en el camino
5.- Cómo sorteaste esas dificultades para seguir avanzando
6.- Cuál fue la búsqueda que realizaste para hallar una solución
7.- Qué alternativas probaste y por qué no te funcionaron
8.- A quién recurriste para que te brindara ayuda
9.- Cómo fue ese carrusel de emociones a lo largo del proceso
10.- Cuál fue el punto bisagra, ese momento que cambió todo para bien
11.- Cuál fue el error más grosero que cometiste y cómo lo corregiste
12.- Qué debiste aprender en el proceso para poder avanzar
13.- Por qué elegiste esa opción específica, qué tenía distinto de las demás
14.- Qué resultados se dieron: cómo es ahora tu vida
15.- Tu historia: cómo llegaste a esa situación que te obligó a buscar una transformación

Como ves, hay mucho para dar. Porque, seguro lo sabes, cada una de estas 15 opciones puede dividirse de modo que puedas dar más. Fíjate, además, que en ningún momento hablo de fórmulas perfectas o de magia o de libretos, sino de experiencias, vivencias, aprendizajes. Eso, créeme, es el corazón de un mensaje poderoso, que luego te permitirá recibir recompensas valiosas.

Una de las cuales, eventualmente, será que el mercado compre aquello que le ofreces. Sin embargo, no es la única ni la más importante. Porque también están la gratitud, el respeto y las ganas de retribuirte recomendándote con sus familiares y amigos, con sus conocidos. Y, por supuesto, te volverá a comprar, una y otra vez, en la medida en que no dejes de darle más.

La vida es sabia y nos envía poderosos mensajes de distintas formas. Uno de ellos, y hasta te parecerá divertido, nos lo ofrece el diccionario del español. En cualquiera de sus versiones, dar está primero que recibir. Y no es casualidad. Es uno de tantos poderosos mensajes que la vida nos envía y que, por obvios, los omitimos, no les prestamos la atención requerida.

Hay mucho para dar. Y cuando más des, cuanto más valor aportes, cuanto más sirvas a otros, más recibirás. Es una ley de la vida, una premisa que se aplica a todo lo que hagas en la vida. Eso sí: no des con la mente puesta en lo que vas a recibir, porque así no funciona. Concéntrate en dar y la vida se encargará de que recibas lo que mereces (que seguro es más de lo que diste).

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Esta habilidad, si la dominas, te facilitará el proceso de escribir

Lo complejo del arte de escribir no es la escritura en sí. Menos cuando sabemos que a todos no enseñan a escribir en la escuela primaria y que, además, todos los días escribimos. La dificultad reside en que lo hacemos instintivamente, de manera impulsiva, sin tener control de lo que producimos. Lo complejo, mientras, está representado por las otras habilidades necesarias.

La clave para escribir bien es hacerlo con frecuencia, ojalá un poco cada día. Y lo hacemos, ciertamente, pero inconscientemente. Nos limitamos a responder a estímulos externos y por eso casi nunca obtenemos el resultado que anhelamos. Escribimos, pero no desarrollamos la habilidad, no establecemos el hábito y, lo que nos impide avanzar, no tenemos un método.

Entonces, recurrimos a las excusas fáciles: “Es que no tengo tiempo”, “Es que todavía no puedo inspirarme”, “Es que he comenzado mil y una veces, pero no consigo avanzar”, es que… Siempre hay una justificación que nos libera de la responsabilidad y que, sobre todo, nos ayuda a liberar la carga de la culpa. Y en esas se nos va la vida, sin escribir lo que deseamos.

Disciplina, constancia y organización son tres habilidades que todo escritor necesita desarrollar, tres cualidades sin las cuales el proceso de escribir es prácticamente imposible. En especial, si lo quieres hacer bien, si quieres que tus escritos sean bien recibidos por sus lectores, si quieres que tus textos generen un impacto positivo en las personas que los reciben.

Olvídate de la famosa inspiración, una de las excusas recurrentes: olvídate de ella porque no existe, porque no es necesaria como la mayoría piensa. Nos han vendido la idea de que es un don reservado a unos pocos, a unos privilegiados, pero esa es una gran mentira, pura ficción. Lo que necesitamos para escribir es imaginación y todos los seres humanos contamos con ella.

El problema, porque siempre hay un problema, es que no sabemos cómo activarla, cómo aprovecharla. Creemos, porque es lo que nos enseñan, que es como prender una lámpara: basta operar el interruptor. Sin embargo, ya sabrás que no poseemos ese interruptor. ¿Y sabes por qué? Sencillamente, porque no lo necesitamos, porque la imaginación siempre está activa.

Es como la respiración: no tienes que pensar “voy a comenzar a respirar”, porque esa es una acción que tu cerebro tiene programada y la realiza de manera autónoma. Una maravilla, porque algunos somos tan despistados que no tendría nada de raro que algún día se nos olvidara respirar. Con la imaginación ocurre lo mismo: está ahí, activa, lista para ser usada.

A diferencia de la respiración, la imaginación es tanto autónoma como consciente. Es decir, el cerebro la pone a volar o bien podemos hacerlo nosotros mismos. Sucede cuando leemos un libro, o cuando vemos una película, o cuando apreciamos un atardecer pintoresco, o cuando nos dejamos llevar por el vaivén de las olas del mar o cuando escuchamos alguna canción.

El libro, la película, el atardecer, las olas o la canción son lo que podríamos llamar disparadores de la imaginación. La imaginación está ahí, revoloteando pacientemente a la espera de que tú decidas utilizarla. Luego, en el momento en el que apelas a ella, te ofrece un abanico increíble de opciones, algunas surgida de lo consciente (conocimiento) y otras, de la ficción (creatividad).

Otro problema, porque siempre hay más de un problema, es que equiparamos imaginación con inspiración y, entonces, nos quedamos esperando a que llegue, a que la lamparita del genio se prenda de manera automática. Sucede, sí, pero solo cuando ya has incorporado el hábito, cuando has entrenado tu cerebro: la práctica lo vuelve proactivo y se anticipa.

Además, y este es un punto muy importante, la imaginación está estrechamente ligada a las emociones. Ah, las benditas, traviesas y caprichosas emociones, ángeles y demonios, luz y sombra, placer y dolor. Si permites que las emociones te dominen, si reacciones de modo instintivo, la imaginación estará relegada a un segundo plano, sometida y frustrada.

CGCopywriter

Si quieres escribir bien, si quieres que tu mensaje sea poderoso, si quieres provocar un impacto positivo en la vida de otros con el conocimiento y la vivencias que transmites, es indispensable controlar tus emociones. No solo porque de esa manera permitirás que la imaginación vuele a placer, sino, en especial, porque solo así podrás tomar mejores decisiones.

Y esta habilidad, mi querido amigo, es una de las grandes fortalezas o mayores debilidades de un escritor. Los buenos escritores aprendemos a tomar decisiones, que no significa de ninguna manera que jamás nos equivoquemos. Lo hacemos, claro, a menudo, pero en una cuantía menor a la del resto de las personas. Dado que tenemos mayor control, erramos menos.

No desarrollar la habilidad de tomar decisiones, buenas o malas, es una de las razones por las cuales tantas personas no se atreven a adentrarse en la aventura de escribir. Así mismo, es uno de los motivos por los que en algún momento del proceso nos agobia la ansiedad y nos frenamos. Sí, ese momento en el que hablamos del tal bloqueo mental, que tampoco existe.

Cuando vas a escribir, así sea un simple email, tienes que tomar varias decisiones:

1.- ¿A qué tema me voy a referir?

2.- ¿Por dónde comienzo?

3.- ¿Cuál va a ser el mensaje principal que voy a transmitir?

4.- ¿Cuál va a ser el tono que voy a elegir para mi mensaje?

5.- ¿A quién me voy a dirigir? ¿A quién no?

6.- ¿Qué fuentes de información requiero consultar?

7.- ¿Qué dosis de ficción va a incorporar mi escrito?

8.- ¿Qué estructura voy a utilizar en este escrito en particular?

9.- ¿Qué reflexión voy a hacer que sea de utilidad para el lector?

10.- ¿Cuál es la moraleja (lección) del mensaje que voy a transmitir?

No son todas las decisiones que debes tomar, es claro, pero sí las más importantes. Si eludes alguna, tarde o temprano tendrás que enfrentarla o, de lo contrario, perderás el control. La escritura es más fácil cuando dejas el miedo y tomas las decisiones necesarias. Y todavía más fácil cuando las decisiones que tomas son las correctas. Y solo acertarás si practicas mucho.

Lo complejo del arte de escribir es aprender a decidir. Perder el miedo a tomar decisiones. Porque lo que hace único cada escrito, lo que lo hace valioso y poderoso, es el conjunto de decisiones que el autor toma durante el proceso. Y tomar decisiones implica descartar, desechar, postergar; también, valorar, destacar, potenciar. Es un juego divertido, créeme.

A la hora de escribir, el procedimiento más efectivo para tomar decisiones es, a la vez, el más simple. ¿Sabes a cuál me refiero? Plasmarlo en un papel, a mano. Responde las preguntas que formulé antes y escribe las respuestas en una hoja, en una servilleta. Cuando termines, verás que la estructura de tu escrito está lista, que solo debes darle rienda suelta a la imaginación.

Antes de esto, sin embargo, hay otras decisiones trascendentales que debes tomar. ¿Aceptas el reto de sacar el buen escritor que hay en ti? ¿Te permites el privilegio de generar un impacto positivo en la vida de otras personas con tu mensaje? ¿Te animas a compartir tu conocimiento, tus experiencias y el aprendizaje surgido de tus errores para ayudar a otros, para inspirarlos?

La escritura, como la vida misma, requiere compromiso. De verdad, uno que no se quede en las palabras, sino que pase a la acción. Y eso, puedes suponerlo, implica tomar decisiones. No te obsesiones con tomar lasacertadas, porque siempre te equivocarás. Entonces, lo que hay que aprender es a aprovechar el conocimiento y las lecciones que surgen de cada error.

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8 palabras, no tan inocentes, que debes utilizar con cuidado

Las palabras tiene poder, un inmenso poder. Para bien o para mal, según la intención de quien las pronuncia o las escribe, según la percepción de quien las escucha o las lee. Una palabra, una sola, es capaz de reparar una profunda herida que ha provocado mucho dolor. Una palabra, una sola, está en capacidad de desatar la Tercera Guerra Mundial en un santiamén.

Lo primero que hay que decir es que no existen las palabras inocentes, las neutras. Quizás sí en el diccionario, no en la realidad, no en el uso cotidiano. Las palabras cambian su significado de acuerdo con el país o, inclusive, de acuerdo con la región en un mismo país. En un lugar son algo gracioso y en otro, algo grosero. Esto, por supuesto, representa una gran dificultad.

¿Cuál? Nadie, absolutamente nadie, está exento de cometer un error o, cuando menos, un pequeño desliz con una palabra. Una dificultad que es mayor si tu trabajo está relacionado con el uso habitual de las palabras, como escritor, periodista, copywriter o alguien vinculado a los medios de comunicación. Es como caminar por un terreno minado: siempre hay riesgos.

En el caso del copywriting, una herramienta creada hace más de un siglo (como mínimo), pero de la cual nos dicen está de moda, el mercado se ha apropiado de una variedad de términos que son peligrosos. ¡Dinamita pura!, inestable, altamente explosiva. Términos fáciles que se dicen y se repiten sin cesar con una supuesta intención positiva, pero su efecto es negativo.

Términos fáciles que, para colmo, se asocian con resultados específicos como “venderás más”, como si fuera causa-efecto. Y no lo es, por supuesto que no lo es. Porque no todos conocemos el significado preciso de cada término, porque entendemos cada término en función de las creencias y experiencias, porque los términos están irremediablemente atados a emociones.

Un “¡Te quiero!” no significa lo mismo, no lo recibimos igual, si estamos enfadados. Esa es la realidad. Cuando escribes, no sabes cuál es el estado de ánimo, el estado emocional, de quien va a recibir tu mensaje. Quizás lo enviaste con una intención, pero esa persona lo interpretó al revés o de forma diferente y se produjo un cortocircuito. Es algo que nos sucede todos los días.

Ahora, cuando escribes textos para internet, sin importar el formato o la extensión, debes ser cuidadoso cuando eliges las palabras. Primero, como lo mencioné, porque hay unas que cambian de significado según el país y no sabes en dónde está tu lector, tu audiencia. Segundo, porque tampoco sabes cuál es el nivel de conocimiento de esa audiencia. ¿Entiendes?

Por eso, no solo debes determinar la intención de las palabras que utilizas, sino también, anticipar su eventual interpretación. No lo puedes controlar, es cierto, pero si conoces a tu avatar, a esa persona a la que diriges tu mensaje, puedes intuir qué efecto se producirá. Y esta es la puerta de entrada a un terreno con arenas movedizas, uno que no podemos evitar.

¿Sabes a qué me refiero? Al de la ética, al de la responsabilidad, al de no cruzar la delgada línea que hay entre la persuasión y la manipulación. No, al menos, de manera consciente y, mucho menos, premeditada. En esencia, estas dos palabras significan lo mismo, lo que cambia es la intención. Y lo que vemos con más frecuencia es un deliberado exceso de manipulación.

¿Qué objetivo persigues? ¿Sabes que puedes hacer daño, pero sigues adelante? Según el Diccionario de la Lengua Española, intención significa “Determinación de la voluntad en orden a un fin”. Es decir, la intenciónes consciente, algo que está bajo nuestro control. Por eso, no es posible eludir la responsabilidad por el eventual daño causado por las palabras que elegimos.

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En copywriting, lo mencioné, hay una serie de términos fáciles, palabras que en teoría son inocentes, pero que tienen una poderosa carga emocional y, lo peor, negras intenciones. Si eres quien escribe, te sugiero evitarlas al máximo o ser muy preciso en la idea que expresas para evitar malentendidos, interpretaciones equivocadas y, lo peor, ser fuente de problemas.

Si eres parte de la audiencia y estás interesado en algo que te ofrecen, ¡ten cuidado! Necesitas conocer cuáles son estos términos y asumirlos con beneficio de inventario, no tragarlos entero. ¿Por qué? Porque la mayoría de las veces esconden un engaño (premeditado, consciente), una falsa promesa o una promesa que no se puede cumplir y te van a hacer pasar un mal rato.

Estos son algunos de esos términos, los más frecuentes:

1.- Perfecto.
Nada, absolutamente nada, es perfecto. Nada, ni nadie. Y menos cuando el resultado está a la vuelta de unos pocos clics. No existe el post perfecto, ni la estrategia perfecta, ni el negocio perfecto. Cada caso es único y particular, no hay reglas establecidas y lo que a mí me funciona es posible que a ti no te sirva. Esto, vale mencionarlo, se aplica cualquier actividad de la vida.

2.- Fórmula ideal.
Una variación del anterior, pero además esconde un mensaje perverso: aquel de “este es el único camino”. Y la verdad, la realidad de la vida, es como lo escribió el poeta Antonio Machado: “se hace camino al andar”. Además, no olvides que en estos tiempos modernos lo que ayer funcionó, hoy queda obsoleto; lo que ayer fue ley, hoy pierde la credibilidad.

3.- Definitivo (a).
Esta es una de esas mentiras liviana que se caen por su propio peso. ¿Por qué? Porque la única verdad en estos tiempos modernos es la dinámica del cambio. Cambia, todo cambia, como decía la gran Mercedes Sosa. Nada es definitivo, ni siquiera la vida misma. Las leyes cambian, los postulados cambian, las ideas cambian: ¡nada es definitivo! No te comas este feo sapo.

4.- Magia.
Existe la creencia popular de que es posible hacer magia con las palabras. No, no es cierto. El mejor escritor del mundo o el mejor orador del mundo no hacen magia. Solo conocen el poder de las palabras, su significado, y saben utilizarlo en el momento preciso, eligen las adecuadas para producir un impacto específico en su audiencia. Es una habilidad que todos poseemos.

5.- Trucos infalibles.
Una expresión muy común en el mundo de los negocios, en los titulares de los medios de comunicación. Ahora, te pregunto: ¿alguna vez, alguno de esos trucos infalibles te funcionó? La respuesta, en 9,5 de cada 10 ocasiones, será un NO rotundo (y en mayúsculas). De nuevo, no existe nada que a todos nos sirva, que se aplique para todos, nada que no pueda fallar.

6.- Gratis.
Esto, seguramente, ya lo viviste: nada, absolutamente nada, es gratis en la vida. ¡NADA! Que no cueste dinero es otro tema, pero nadie da algo sin esperar una retribución, un intercambio. Esa es la naturaleza del ser humano, hemos sido educados así. El gratis, por lo general, esconde una trampa que descubrirás tarde o temprano. “Gratis, ni el saludo”, dicen en la calle.

7.- Debes
En otras palabras: si no haces lo que te ordenan, y como te lo ordenan, te va a ir mal, vas a fracasar. En la vida, en los negocios, en el amor, en fin. Es una forma velada que esconde una fórmula ideal o un plan perfecto. Lo que sea que quieras obtener en tu vida, simplemente hazlo. Como te dé la gana, como puedas. Lo importante al final es el qué (resultado), no el cómo.

8.- Nunca.
“Nunca digas nunca”, esa es la única verdad. De resto, todo en la vida depende. ¿Cómo así? Depende de las circunstancias, de la oportunidad, de tus decisiones, de tu conocimiento, en fin. En cierto sentido, hay que poner en práctica la teoría de la relatividad: todo es relativo, nada es absoluto. De nuevo, lo que a ti te funciona, a otros, no les sirve, y viceversa.

Las palabras tiene poder, un inmenso poder. Para bien o para mal, según la intención de quien las pronuncia o las escribe, según la percepción de quien las escucha o las lee. La palabra es un don del ser humano y aprender a utilizarla correctamente no solo es necesario (en especial en estos tiempos de hipercomunicación), sino también es un placer. Domínalas y disfrútalas…

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¿Qué compra el mercado? Tus resultados, tu transformación, tu historia

Hoy, en el siglo XXI, en esta nueva realidad pospandemia, hay una regla de oro: el cliente no compra tu producto o tu servicio, ¡te compra a ti! Hoy, en el siglo XXI, en esta nueva realidad pospandemia, el producto eres TÚ. Lo que marca diferencia, lo que hace que se queden contigo y no vayan con la competencia eres TÚ. Aplica tanto a la vida como a los negocios, a tu trabajo.

No es un proceso nuevo, ni derivado de la crisis provocada por la pandemia. Es algo que se venía gestando desde hace años, pero que en este nuevo escenario, un escenario inesperado y disruptivo, se aceleró y se profundizó. En la actualidad, el factor diferencial, aquel por el que un consumidor toma la decisión de comprarte a ti y no a tu competencia, eres TÚ.

En el pasado, en el siglo pasado, las personas se casaban con las marcas. Eran uniones para toda la vida, basadas en una fidelidad al ciento por ciento. Hoy, en cambio, son muy pocos los clientes que se casan con las marcas. De hecho, la infidelidad es una norma, está bien vista y es aceptada por unos y otros. Inclusive, la exclusividad está también a punto de extinguirse.

Antes, si eras consumidor de Coca-Cola, no había riesgo de que te tomaras una Pepsi. Si el auto que te gustaba era un Mercedes-Benz, en tu garaje nunca veríamos un BMW. Si las zapatillas que utilizabas para practicar deporte eran Adidas, no era posible que adquieras una Nike. Y así sucesivamente: no solo había fidelidad, sino que se la fortalecía con la exclusividad.

Sin embargo, ya no es así. Los consumidores nos cansamos de esas exclusividades entre otras razones porque nos dimos cuenta de que los únicos que perdíamos éramos nosotros mismos. Por eso, si hay un producto de la competencia que nos gusta, lo compramos sin sentir el menor remordimiento, sin culpa alguna. Es una manifestación de la competencia.

¿De cuál competencia? De aquella a la que está sometidas las marcas, sea cual fuere el producto o servicio que nos ofrezcan. Ocurre en todas las industrias, nadie está exento. Las marcas compiten por nuestra predilección, ya no por nuestra fidelidad porque saben que esta prácticamente ya no existe. Con cada producto/servicio, compiten para que las elijamos.

Este cambio, créeme, nos beneficia a quienes no somos grandes empresas y, por ende, no contamos con presupuestos multimillonarios para hacer publicidad. Nos beneficia porque nos da la posibilidad de competir en un mercado cada vez más atiborrado de marcas, con cada vez más productos de calidad. Y con productos de calidad me refiero también a los profesionales.

La condición para competir con alguna posibilidad de éxito, es decir, con alguna posibilidad de que el mercado te elija, es ser visibles, posicionarnos y tener una propuesta única de valor poderosa. ¿Y qué hay detrás se esa visibilidad, de ese posicionamiento y de esa PUV? Un mensaje. Es decir, lo que el mercado compra hoy es el MENSAJE que TÚ transmites.

La diferencia ya no está en los títulos académicos, en los cargos que has desempeñado, en el saldo de tu cuenta bancaria, en la cantidad de seguidores que tienes en redes sociales o en los lujos que te puedes brindar. Nada de eso le interesa al mercado, por ninguna de esa razones te elegirán a ti. La diferencia está en el MENSAJE que TÚ transmites, en su poder de inspiración.

Ahora, hagamos unas precisiones pertinentes:

– Un MENSAJE PODEROSO no es hablar de ti y solo de ti
– Un MENSAJE PODEROSO no es hablar de tus hazañas
– Un MENSAJE PODEROSO no es referirte a las características de tu producto
– Un MENSAJE PODEROSO no es publicar fotos de tu casa, de tus vacaciones, de tus lujos
– Un MENSAJE PODEROSO no está centrado en ti

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Cuando digo “el mercado te compra a TI” me refiero a que el mercado compra la capacidad de transformación que se desprende de tu conocimiento en un área determinada, del valor de las experiencias que has vivido, del aprendizaje que extractaste de tus errores, de la pasión con que haces tu trabajo, de tu desinteresada vocación de servicio y, en especial, de tus resultados.

¿Entiendes? Lo que el mercado compra, en última, son TUS RESULTADOS. ¿Cómo preparas esa deliciosa lasaña de carne y pollo con champiñones? ¿Cómo te reinsertaste en el mercado laboral después de sufrir una pérdida personal? ¿Cómo lograste cambiar tus hábitos, rebajar de peso y dejar de necesitar medicamentos para tratar la diabetes? RESULTADOS…

Muchas personas, que desconocen o no valoran el poder que tienen dentro de sí, me dicen que hago magiacon las palabras. Me da pena con ellas, pero no soy mago y tampoco me sé siquiera un truco. Lo que sí hice fue desarrollar, pulir, mejorar y volver consciente la habilidad de escribir, de pensar, de imaginar, algo que cualquier persona puede lograr, que TÚ puedes lograr.

RESULTADOS. Sin embargo, hay que tener en cuenta algo importante: los RESULTADOS son el final de la historia, son la parte visible del iceberg. Porque lo más valioso de toda historia y de todo iceberg es lo que no se ve a simple vista, lo que está oculto. Eso, LO OCULTO, es lo que debes transmitir con TU MENSAJE. El cómo lo lograste, el cómo no te dejaste derrotar.

Lo que muchas personas no entienden, o no saben, es que su MENSAJE es la solución a los problemas de otros, al dolor de otros; es la respuesta a las inquietudes de otros, el modelo que otros quieren seguir. Algunos creen que si guardan ese mensaje como si fuera un preciado tesoro su vida va a ser mejor, pero no es así. De hecho, sucede justamente lo contrario.

Si tienes un conocimiento especializado, si acumulas experiencia valiosa, si cometiste errores que te dejaron grandes enseñanzas, tu RESPONSABILIDAD, tu deber, es compartirlos con los demás. ¿Por qué? Porque, como dice un amigo, “lo que no se comparte, no se disfruta”. Y, de otro modo, “lo que no se comparte se pierde, se desvaloriza”. Compartirlo es lo que lo potencia.

Ahora, ¿cuál es la mejor forma de compartir tu mensaje? ¿Un curso? ¿Un libro? ¿Un seminario? ¿Un pódcast? Todas son opciones válidas. Sin embargo, hay un hilo conducto que las identifica: las HISTORIAS. Contar historias es la mejor forma de compartir tu mensaje, es la manera más efectiva para generar un impacto positivo en los demás, para persuadirlos.

Relatar una historia de lo que has vivido, de los problemas que enfrentaste, de las caídas que sufriste, de la ayuda que recibiste, del conocimiento que te sirvió para salir adelante y, sobre todo, de la transformación positiva de tu vida, es INSPIRADOR. Inspirar a otros, por si no lo sabías, es la más poderosa estrategia para producir cambios significativos en el mundo.

¿Te gustaría ser fuente de esa transformación? ¿Te gustaría ser fuente de inspiración? Si la respuesta a estos interrogantes es un sí, entonces, utiliza tus historias para inspirar, para impactar, para persuadir (movilizar en pos de una acción específica). A partir de una buena historia, otras personas se identificarán contigo, establecerán una conexión de empatía.

Una buena historia, además, te permitirá crear un vínculo de confianza y credibilidad con los demás. Te sentirán cercano, humano, deseable. Querrán que les cuentas más historias, en especial de aquellas surgidas de situaciones comunes de la rutina diaria, de esas que para la gran mayoría de las personas son fuente de problemas, de conflictos, de infelicidad.

Una buena historia es aquella capaz de conectar con las emociones de otros y provocar una reacción, generar una respuesta. Por supuesto, se trata de que sea una reacción positiva, una respuesta positiva a lo que tú propones. Una buena historia, en fin, te convierte en la mejor elección para el mercado. No es tu producto, no es tu servicio: el mercado te compra a TI, compra tu historia…

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