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Las 3M que te evitarán caer en una comunicación tóxica

No soy padre, pero, quizás por la magia de la empatía, siempre tuve buen feeling con los niños. Por eso, me causa algo de sorpresa y un poco de risa cuando mis amigos, que sí son padres (en especial, con niños de edades entre 6 y 16 años), se quejan de las dificultades que enfrentan a la hora de comunicarse con ellos. “Los chicos de hoy vienen de otro planeta”, suelen decir.

No cabe duda de que se trata de una gran contradicción, una penosa contradicción. ¿Por qué? Porque es justamente la capacidad para comunicarnos de diversas formas lo que nos hace a los seres humanos distintos del resto de las especies que habitamos este planeta. No nos damos cuenta de que, al renunciar a esa poderosa capacidad, renegamos de nuestra esencia.

Y quizás tampoco somos conscientes de que esa mala comunicación o, peor, esa imposibilidad de comunicarnos adecuadamente con otros es el origen de la mayoría de los problemas y de los conflictos que nos amargan la vida. No hay nada más tóxico que una mala comunicación, que una comunicación problemática, llena de ruido. Y eso, créeme, sí lo he experimentado.

No solo en carne propia, sino también, en cuerpo ajeno. ¿Cómo así? A través de mis clientes, de los emprendedores que me han dado el privilegio de compartir con ellos mi conocimiento y experiencia para ayudarlos a conectar con el mercado con sus clientes. Un problema que se manifiesta de comienzo a fin del proceso de marketing y que se traduce en que no venden.

Y este, por supuesto, es un resultado que nadie desea. Lo malo es que la mayoría de las veces, casi siempre, atribuyen el origen del problema al factor equivocado. Por lo general, culpan al vilipendiado embudo de marketing, que tan solo es el reflejo de tus acciones y decisiones. En otras palabras, ven el problema río abajo, cuando en realidad se encuentra en el origen.

En su libro 8 Reglas de los emprendedores exitosos (récord de descargas en internet, lo puedes descargar gratuito aquí), mi amigo y mentor Álvaro Mendoza nos dice que la clave del éxito de una estrategia de marketing está en las 3M. ¿Sabes cuáles son? Mensaje, Medio y Mercado. Lo demás, incluida una eventual venta, vendrá después, pero estará determinado por las 3M.

Si eliges el mensaje equivocado, no lograrás que les llegue a las personas adecuadas, aquellas que en verdad necesitan lo que tú puedes ofrecerles. Aunque tu mensaje sea el correcto, si eliges el medio que no corresponde, se perderá en el vacío. Por ejemplo, si publicas en Facebook, pero tus clientes potenciales están en TikTok o en YouTube. Nadie te atenderá.

Finalmente, aunque mensaje y medio sean los adecuados, los convenientes, si se transmite al mercado equivocado no pasará nada. ¿Quién es el mercado adecuado? Todas las personas a las que eso que ofreces, un producto o un servicio, un mensaje o una experiencia personal que te dejó grandes enseñanzas, les puede servir, les puede ayudar a solucionar un problema o dolor.

Los problemas que se presentan con las 3M del marketing tienen un origen común: la definición del avatar o, dicho de otra manera, el perfil de tu cliente ideal. ¿Por qué? Porque la concepción que tenemos del cliente ideal no es la real. ¿Lo sabías? Asumimos que todo aquel que toca la puerta de nuestra empresa, negocio o emprendimiento es un cliente ideal, pero no es así.

Deberíamos hablar, más bien, de cliente real. Porque el cliente ideal es aquel que ya sabe quiénes somos, qué hacemos y qué le ofrecemos. Aquel con el que ya establecimos un lazo de confianza y credibilidad y con el que ya sostenemos una interacción, una conversación a través de diferentes canales, dentro y fuera de internet. Y esa clase de clientes son la inmensa minoría.

Uno o máximo dos de cada diez que hay en el mercado. Y más en estos tiempos modernos en los que claramente la demanda supera la oferta. Los que abundan son clientes potenciales o prospectos fríos, es decir, personas que no saben quién eres, qué haces y qué les ofreces. Que, por ende, no han establecido un vínculo de confianza y credibilidad y que no te van a comprar.

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No en ese momento, al menos. De hecho, son personas que no quieren saber nada de una venta. Si tocan la puerta de tu empresa, negocio o emprendimiento es solo porque con tu mensaje atrajiste su atención y despertaste su curiosidad. Y quieren saciarla. Después, una vez termine esa etapa, si lo que recibieron fue satisfactorio, darán el segundo paso del proceso.

El problema es que, dado que asumimos que se trata de clientes ideales, intentamos venderles desde el comienzo. ¿Y qué recibimos? Un rechazo rotundo. Generamos malestar, provocamos desconfianza, cuando lo que intentábamos era justamente lo contrario. En vez de atraerlos, de despertar su curiosidad, lo que hacemos es alejarlos, establecemos una barrera que nos separa.

¿Se te antoja similar a lo que les ocurre a los padres con sus hijos entre 6 y 16 años, principalmente? No es solo que parezca que vienen de otro planeta, sino que no sabemos cómo comunicarnos con ellos. Elegimos mal el mensaje o el canal, o las dos opciones. Elegimos mal el mercado, es decir, intentamos comunicarnos con un adulto, no con un niño o un adolescente.

Entonces, claro, no nos entendemos, no nos escuchan, no hay interlocución. Más bien, hay ruido, hay distorsión de la comunicación. Entonces, cualquier comunicación que intentamos termina mal, los mensajes son malinterpretados y en vez de conseguir entendimiento y armonía lo que obtenemos es discordia, malestar. ¿Lo peor? Sucede todo el tiempo.

¿Sabes por qué? Porque permitimos que las emociones determinen nuestro mensaje, las que conduzcan nuestra comunicación. Y, seguramente ya lo aprendiste, seguramente ya lo sufriste, las emociones son traviesas, inquietas y, sobre todo, son malas consejeras. Entonces, debemos aprender a comunicarnos con las emociones, no a través de las emociones. Y no es un acertijo.

Las emociones también tienen su punto débil, son frágiles. A veces, inclusive, son ingenuas. Bien sea que quieras comunicarte con un hijo de la generación centenial o con un cliente frío, debes apelar a sus emociones, su punto débil. En este punto, sin embargo, es menester hacer una aclaración pertinente: en realidad, solo existen dos emociones, que son el amor y el dolor.

¿Lo sabías? Las demás, todas las demás que comúnmente llamamos emociones, son solo las manifestaciones de estas, manifestaciones de amor (o placer) y de dolor. Alegría y tristeza, risa y llanto, afecto y celos… Cada una tiene una cara opuesta. Si no entiendes la diferencia entre emociones y manifestaciones de las emociones, estás perdido, no podrás comunicarte.

O tendrás muchas dificultades para hacerlo. O tus mensajes te conducirán directo a conflictos y discusiones. Y cada vez que intentes comenzar una conversación, te enfrentarás a un muro muy alto, muy grueso, contra el que tus palabras se estrellarán. Y tus mensajes destruirán en vez de construir, derribarán puentes en vez de levantarlos. ¿Esta situación te es familiar?

La habilidad de la comunicación, en especial a través de la palabra, es una cualidad única del ser humano, una característica que lo distingue del resto de las especies que hay en el planeta. Una habilidad diseñada para establecer relaciones armónicas con los demás, inclusive con nosotros mismos. Si no la desarrollamos, si no la optimizamos, la vamos a pasar muy mal.

¿Cómo hacerlo? Acude a las manifestaciones de las emociones para activar las emociones básicas, el amor y el dolor. Las emociones son reacciones psicofisiológicas automáticas y espontáneas que no podemos controlar. Ese es su gran poder, de ahí que si aprendemos a utilizar ese poder vamos a estar en capacidad de construir mensajes impactantes.

Moraleja: las 3M de las que nos habla Álvaro Mendoza en 8 Reglas de los emprendedores exitosos no solo son la clave del éxito en el marketing. También son la clave del éxito en la comunicación. Lo mejor es que podemos aprender a utilizaras, a aprovecharlas, de manera muy sencilla. Ponlas en práctica y verás cómo, en corto tiempo, cambian los resultados.

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No hay magia, ni fórmulas perfectas: solo haz lo necesario y funcionará

La principal fuente de las dificultades que enfrentamos, en especial al emprender una actividad de la que conocemos pocos, es aquella de dejarnos llevar por lo que dicen otros. Algo que, en estos tiempos de infoxicación y noticias falsas, de autoproclamados gurús de internet, nos obliga a ser cuidadosos, a leer la temible letra pequeña y, en especial, a no creer todo lo que se publica.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos comemos esas versiones que abundan por doquier, no solo en internet, y no tardamos en darnos cuenta del error. Y, claro, la decepción es grande, la frustración es incómoda y la sensación del “no puedo hacerlo” se convierte en un feroz enemigo, difícil de vencer. Es un tema frecuente cuando hablamos de desarrollar la habilidad de escribir.

Porque, y esto no me canso de repetirlo, todos, absolutamente todos los seres humanos que alguna vez pasamos por una escuela primaria, sabemos escribir. Aunque hayas sido el peor alumno de tu curso, aunque tus calificaciones hoy te avergüencen, aunque creas que lo haces muy mal. Y, por supuesto, lo hacemos todos los días en diferentes ámbitos de la vida.

Esta, precisamente, es la primera mentira que hay que derrumbar: si te dicen que te van a enseñar a escribir, sospecha. ¡Ten cuidado! Salvo, claro está, que tu intención sea la de convertirte en un escritor profesional, en alguien que va a vivir de este oficio. En ese caso, debes preocuparte por hallar una escuela reconocida, un mentor que te demuestre que tiene la capacidad para enseñarte.

Porque, y esta es otra de las falacias del mercado, hay muchas personas que reúnen vastos y valiosos conocimientos, que acumulan una meritoria experiencia. Sin embargo, no son capaces de transmitir esos conocimientos a otros, su mensaje carece de empatía, no genera el impacto deseado. Hay que investigar, hay que preguntar, porque corres el riesgo de equivocarte feo.

Otra variante de este problema es que te encuentras con expertos que se conocen la teoría, que la recitan al pie de la letra, pero que en la práctica, en el ejercicio del oficio, presentan carencias grandes. Profesores de marketing que jamás crearon una empresa, que nunca vendieron; periodistas que pasaron fugazmente por un medio, pero que no escriben, no publican nada.

Dado que la escritura es una habilidad, no existe un modo perfecto, ni una estrategia que les funcione a todas las personas. Necesitas unos conocimientos, básicos, que los adquieres en el colegio, y algunos otros más especializados, que solo los puedes obtener de quien ejerza el oficio, de quien esté en el barro ensuciándose las manos. ¿Entiendes? Alguien que sepa escribir.

Así mismo, es fácil confundirse con versiones que te dicen que escribir es fácil y, al tiempo, otras que te ofrecen la versión contraria: que es algo complejo. Lo cierto es que ambos extremos encierran una mentira y algo de verdad. La mentira es que no es un tema de blanco o negro, pues hay muchos matices; la verdad es que depende de tus objetivos, de qué clase de escritor quieras ser.

La escritura, además de una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar tan bien como desee, también es una disciplina. Es decir, no creas eso de que no naciste con talento o, también, de que tienes todo el talento del mundo. Todos los seres humanos, absolutamente todos, nacemos con talento, pero la diferencia está en qué hace cada uno con esos dones que recibió de la vida.

Algunos los trabajamos, los mejoramos, los desarrollamos, los convertimos en algo superlativo, muy por encima del promedio. Es el caso de los deportistas de alto rendimiento: lo que los hace competitivos es el trabajo, la disciplina, la constancia, la perseverancia, el continuo aprendizaje. En especial, el que surge de sus errores. Son los mejores porque trabajan mucho y muy duro.

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Y lo mismo se aplica a la escritura. El gran Gabriel García Márquez solía decir que “escribir era 99 % transpiración y 1 % inspiración”. Y lo decía Gabo, el genio de las musas de Macondo. Sin embargo, la mayoría de las personas cree que es lo contrario: 99 % de inspiración y 1 % de trabajo. Y se pasan la vida esperando que la esquiva inspiración llega, y nunca llega. Y nunca escriben.

Escribir es fácil en la medida en que establezcas un método, crees una rutina y tengas la guía adecuada, idónea, de un profesional. Eso implica entender que los cursos exprés, las plantillas y las fórmulas mágicas no sirven, no funcionan. En cambio, sí funciona la buena actitud, la disposición positiva, la capacidad de observación, darle rienda suelta a tu imaginación y crear, trabajar.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que la escritura es una creación noble y siempre te recompensa. Quizás no te vuelvas millonario o famoso, el sueño de muchos, pero siempre tendrás una retroalimentación positiva, siempre habrá personas que amarán tus escritos y querrán leerlos una y otra vez, que esperarán con ansiedad el siguiente. Siempre habrá quien valore tu trabajo.

Otra falacia del mercado, al menos en la actualidad, es que será muy difícil encontrar quién publique tu contenido, tu libro. Si te obsesionas con la idea de que sea una gran editorial y quieres ver tu publicación en los estantes de las librerías y tiendas más famosas. Lo más probable es que te lleves una gran decepción. Sin embargo, debes saber que ese no es el final del camino, no es el único camino.

Hoy existe el esquema de autopublicación por demanda. ¿Sabes en qué consiste? Que solo se imprimen los ejemplares que vendiste. Uno, diez, cien, mil. Y no estás atado a un contrato, no incurres en gastos innecesarios. También están los libros colaborativos (de los que te hablé en esta nota), que son una opción interesante, en especial para quienes comienzan en el oficio.

Ahora, si no quieres escribir un libro, no todavía, hay muchas otras alternativas. Internet, quizás lo sabes, es un universo de oportunidades ilimitadas. Hay una a tu medida, con seguridad. Y para transmitir tu mensaje puedes elegir el o los formatos y canales con los que más cómodo te sientas, aquellos en los que está la audiencia interesada en el contenido de valor que produces.

Puedes abrir un blog, crear un pódcast o un canal en YouTube, o todo al mismo tiempo y alternas el formato de tus publicaciones. Y no tienes que publicar todos los días: una o dos veces a la semana, al comienzo, es suficiente, mientras pierdes el miedo, mientras creas la rutina, mientras estableces el método y, sobre todo, mientras cautivas a la audiencia. Luego, puedes aumentar.

Si estás en la etapa de querer comenzar, pero no sabes cómo hacerlo, el mejor consejo que puedo darte es que busques ayuda profesional, idónea. Aunque no pretendas ser un escritor profesional. Es como cuando quieres aprender a jugar al tenis: acudes a una academia reconocida y te pones en manos de un profesor. Lo mismo si quieres ser cocinero, o bailarín o aprender a dibujar.

Por supuesto, hay algo más que debes entender: hagas lo que hagas, sea cual fuera la actividad que decidas emprender, se trata de un proceso. Y más si eliges la escritura. No te convertirás en un buen escritor de la noche a la mañana, ni en un mes, quizás tampoco en un año. Entre otras razones porque escribir es un oficio que cambia, que es dinámico y se transforma como la vida.

No me canso de insistir en que dentro de ti hay un buen escritor, pero tienes que despertarlo, tienes que activarlo. Y, sobre todo, tienes que ponerlo a trabajar. No hay milagros, no hay magia, y eso a mi modo de ver es una excelente noticia: significa que, si haces lo necesario, en algún momento vas a cumplir el sueño de ser escritor, de escribir, aunque seas tan solo un aficionado.

 

 

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¿Sabías que rutina y disciplina matan talento e inspiración?

Una de las razones por las cuales a tantas personas les resulta difícil el ejercicio de escribir es porque quieren seguir al pie de la letra lo que hacen otros. Se dejan meter en la cabeza la idea de que hay fórmula ideal, o, peor aún, aquella especie perversa de que debes apelar a la tal inspiración, que no es más que una mentira. Ni fórmulas, ni inspiración: la clave es la rutina.

Y esta última palabra, rutina, es el origen del problema. ¿Por qué? Porque según lo que nos enseñan, de lo que asumimos, tenemos una percepción negativa. Decimos que “tenemos una vida rutinaria” para explicar que estamos insatisfechos con lo que hacemos; hablamos de “rutina en el trabajo” para expresar que es algo monótono; hablamos de “relación rutinaria” porque carece de emociones.

Sin embargo, son interpretaciones aprendidas, asumidas. Porque, según el Diccionario de la Lengua Española, rutina significa “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática” y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”. Como ves, no hay nada negativo.

En cambio, viendo un poco más profundo, no solo la punta del iceberg, es posible descubrir algunos aspectos positivos. Primero, que la rutina se adquiere, se puede aprender. Eso significa que cualquier persona puede adquirir el hábito de escribir hasta llegar a hacerlo “de manera más o menos automática”. Esto, por supuesto, corta de tajo la teoría de la tal inspiración (otra vez).

Segundo, nos dice que es una “secuencia invariable de instrucciones”. En palabras simples, se trata de un método, de un paso a paso. Es decir, adiós a la improvisación, adiós a la tal inspiración. Escribir es un acto consciente, premeditado, que puedes realizar cuando quieras, donde quieras. Lo puedes hacer a mano, en un computador o, inclusive, como un dictado de voz que luego transcribes.

Tercero, la definición aclara que esa secuencia “forma parte de un programa que se puede utilizar repetidamente”. Esto es muy importante porque nos enseña que si quieres escribir primero tienes que crear el método, la rutina. Al menos, tener una idea básica que después puede reformularse, mejorarse. Pero, repito, si careces de un método y esperas a la tal inspiración, jamás escribirás.

Y eso es, justamente, lo que le sucede a la mayoría de las personas. Se encomiendan a algo que no existe, y que si existiera estaría fuera de su control. La razón es que, muy seguramente, piensan que escribir es un don reservado para unos pocos, un talento escaso, pero no es así. Todos, absolutamente todos, poseemos los dones y el talento, pero no todos los aprovechamos.

Cuando te limitas al talento, a la inspiración o al momento ideal lo más probable es que a la hora de sentarte a escribir, cuando ya estás frente al computador, tu mente está en blanco. No sabes qué hacer, qué escribir y, entonces, acudes a la excusa fácil: “Tengo un bloqueo mental” (otra de las grandes mentiras del mercado). Y procrastinas una y otra vez y nunca consigues empezar.

Lo que quizás no sabes es que disciplina y rutina matan talento e inspiración. El gran talento de los buenos escritores (vamos a llamarlo así) es su disciplina. Pase lo que pase, estén donde estén, no dejan de escribir. Para algunos, se vuelve una obsesión, se torna en una necesidad vital: se sienten mal si no lo hacen, al menos unas páginas, unos párrafos. Solo así pueden incorporar el hábito.

Los escritores hacen su trabajo no por el talento que poseen, sino por el hábito que desarrollaron, por la habilidad que cultivaron, por la disciplina que les permite hacer lo que deben hacer. No en el momento adecuado, no cuando llegue la tal inspiración, no cuando el ambiente sea favorable. No, lo hacen cuando hay que hacerlo, igual que comer, ir al baño, descansar o trabajar.

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La rutina consiste en eso, precisamente en eso: en establecer un método paso a paso que te permita escribir en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. Además, sin el riesgo del tal bloqueo mental porque tu cerebro ya está preparado, ya sabe qué tiene que hacer. La clave consiste en que no le des oportunidad de escapar, no lo dejes entrar en zona de confort.

Si quieres aprender a jugar al tenis (o cualquier otro deporte), el único camino es que establezcas una rutina: te inscribes en una academia, determinas un plan de acción con tu entrenador, tomas las clases programadas y realizas práctica libre para ver cuánto has aprendido. También vas al gimnasio para fortalecer músculos, comes saludable, te hidratas bien, descansas lo adecuado.

Si consigues que estas tareas se conviertan en un hábito, en una rutina, es decir, las practicas tres o cuatro veces a la semana sí o sí, llueva, truene o relampaguee, al cabo de un tiempo serás un jugador de tenis. Quizás no un profesional campeón de Major, pero sí uno recreativo que juegue bien y, sobre todo, que lo disfrute. Crea el hábito y lo demás vendrá por añadidura.

La buena noticia es que esta premisa se aplica a cualquier actividad de la vida. Al trabajo (no importa a qué te dediques), al deporte, al aprendizaje de un segundo idioma, a una especialización en tu área de conocimiento y, claro, a escribir. Funciona también para cuando quieres dejar atrás un mal hábito como fumar, alimentarte mal, procrastinar o ser tóxico en tus relaciones.

Ahora, hay algo que es importante que entiendas: crear un hábito o una rutina no es algo que se dé de la noche a la mañana, de un día para otro. Tampoco es ese paso a paso se dé sin problemas, sin obstáculos. Se trata de un proceso, que será tan extenso como tú lo quieras (en función de cuánto lo repites hasta automatizarlo), y cuyos resultados dependerán de tu disciplina.

Nos venden la idea de que la diferencia está en el talento, pero no es cierto. El talento lo poseemos todos y todos podemos desarrollarlo en cualquier actividad de la vida, inclusive en la más exigente. Ese, créeme, es el secreto de los exitosos, de los que dejan huella, de los que son referentes de su campo o industria, de los que consiguen sus sueños y marcan la historia.

Son personas que conocen su talento y lo aprecian, pero que también entienden que no es suficiente y, entonces, se dan a la tarea de complementarlo, de ayudarlo. ¿Cómo? Crean un hábito, establecer una rutina de mejoramiento continuo, de aprendizaje permanente. De esta manera, así mismo, tienen control no solo de lo que hacen, sino en especial de los resultados.

Olvídate del talento (que sí lo posees), olvídate de la tal inspiración (que no existe) y, más bien, entiende que con tu conocimiento y experiencias estás en capacidad de ayudar a otros si logras construir un mensaje poderoso. Una buena rutina, además, te permitirá combinar de un modo adecuado tu vida personal con la laboral, sin que exista conflicto, sin que debas sacrificar alguna.

Un apunte final: no puedes, aunque quieras, copiar la rutina de otro. La rutina es algo tan personal como el cepillo de dientes y solo tú puedes saber cuál es la que te conviene, la que te permite ser más productivo, la que te posibilita aprovechar lo que sabes. Crea una rutina y pronto verás cómo ese buen escritor que hay en ti aflora con libertad y, lo mejor, activa y promueve tu imaginación.

 

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Comunicar: no es solo lo que dices, sino lo que otros perciben de ti

Visibilidad, posicionamiento, empatía. Tres palabras muy trajinadas, muchas veces menospreciadas o, quizás, distorsionadas. Tres palabras que encierran la clave del éxito en los negocios y en la vida. Tres palabras cuyo resultado está determinado por el impacto del mensaje que estás en capacidad de compartir con el mercado, por la interacción con tus clientes.

Desde hace poco más de dos décadas, con la aparición de internet y sus poderosas herramientas y recursos, la vida nos cambió. A todos y de manera radical en todas las actividades sin distingo. En especial, en la comunicación con otros seres humanos en cualquier ámbito de la vida. Bien sea en las relaciones personales, en las laborales, en los negocios, con los amigos, con tu pareja.

La de comunicarnos es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Desde el día en que nacemos, nos comunicamos con otros. Lo hacemos a través de señas o de ruidos, más tarde con las palabras cuando nos enseñan a hablar y escribir. Y luego lo hacemos por medio de habilidades como la música (cantar o interpretar), la imagen (fotografía, pintura), el baile o el silencio.

Nos comunicamos todo el tiempo, pero irónicamente casi siempre nos comunicamos mal. ¿Eso qué quiere decir? Que hablamos mucho, demasiado, y escuchamos poco, casi nada. Y en el arte de la comunicación, por si no lo sabías, lo enriquecedor es escuchar. No solo por lo que puedas aprender de otros, sino porque cuando prestas atención estás en capacidad de aportar valor.

Sin embargo, no nos enseñan a escuchar y, en cambio, sí nos enseñan a hablar y hablar. Y lo hacemos como un acto automático, a veces inconsciente, o simplemente como una reacción a lo que escuchamos, a lo poco que escuchamos. Hacemos caso omiso del uso de la razón, de la capacidad de análisis y raciocinio, y nos limitamos a responder. Porque hay que hablar y hablar.

El problema no termina ahí, en todo caso. ¿Por qué? Porque además del lenguaje verbal, aquel que más utilizamos, y del escrito, también están el no verbal, el gestual. Decimos mucho con las expresiones del rostro, con el movimiento de las manos o cualquier otra parte del cuerpo, con una sonrisa o un gesto de desaprobación, por ejemplo. Y decimos mucho, también, con el silencio.

Sí, porque el silencio también es una respuesta, por si no lo sabías. Callamos porque no sabemos qué decir (o no tenemos qué decir), porque queremos evitar decir algo de lo cual más tarde nos vamos a arrepentir o, simplemente, porque es lo más conveniente para el momento. Elegir el silencio como respuesta es una de las actitudes más sabias que puede asumir un ser humano.

Además, decimos mucho con lo que expresamos a través de la ropa que usamos, de la forma en que nos comportamos y reaccionamos (o si no lo hacemos), de cómo nos perciben los demás. Y este, créeme, no es un tema menor. ¿Por qué? Porque la percepción es subjetiva, porque cada uno percibe lo que le conviene y lo interpreta a su acomodo, porque es un estímulo emocional.

Y las emociones, en especial las negativas, quizás ya lo aprendiste, son malas consejeras. La percepción surgida de las emociones es origen de la mayoría de los malentendidos. “Yo creí”, “Me imaginé”, “Asumí que tú me decías…” y otras por el estilo. Es una nefasta cadena: no escuchamos con atención lo que nos dicen, nos dejamos llevar por las emociones y reaccionamos mal.

Por otro lado, no es una buena estrategia permitir que los demás nos juzguen o se formen una idea de nosotros basados en las percepciones, en lo que proyectamos. La clave del éxito en la comunicación radica en la asertividad. ¿Sabes en qué consiste? “Es la habilidad de expresar ideas y pensamientos de modo amable, franco, abierto, directo y adecuado, sin atentar contra los demás”.

La asertividad no es solo lo que se dice, sino las palabras que se utilizan, el tono que se emplea. Esta habilidad (sí, todos la incorporamos, pero tenemos que desarrollarla, ponerla en práctica) parte de la escucha activa (atenta, interesada) y de la respuesta inteligente (no emocional). La asertividad, además, incorpora otro elemento fundamental: la capacidad de negociación.

 

 

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Algo muy importante, así mismo, es entender que la asertividad es el punto medio, el del equilibrio, entre dos extremos. Por un lado, la pasividad, es decir, permitir que otros asuman lo que quieran, lo que les convenga, que interpreten lo que dice. Por otro, la agresividad, que se da cuando reaccionamos instintivamente, emocionalmente, sin pensar, sin medir las consecuencias.

Comunicarnos asertivamente es tanto un privilegio de los seres humanos como una elección. Una elección que parte del autoconocimiento, de identificar y gestionar de manera adecuada las fortalezas y debilidades que nos caracterizan. Cuando somos asertivos, estamos en control de la situación, por crítica o estresante que sea, y podemos tomar una decisión consciente e inteligente.

Cuando escribimos, cuando intentamos transmitir un mensaje, no solo debemos preocuparnos por la ortografía, la gramática, la veracidad de la información y el estilo. Todos estos aspectos son muy importantes, es cierto, pero de nada te sirven si no eres asertivo, si tu mensaje es malinterpretado o distorsionado. No puedes darte el lujo de que los demás entiendan lo que les parezca.

Si asumes el reto de escribir, si aceptas vivir la aventura de escribir, ser asertivo no es una opción, sino una necesidad. Por eso, antes de pensar en qué vas a escribir debes emprender un viaje a tu interior y explorar en las profundidades de tu ser para descubrir, para determinar quién eres, cómo eres, porqué eres así. También, que te gusta (que no), qué te apasiona, qué te da miedo.

Solo a través de ese autoconocimiento profundo y detallado estarás en capacidad de construir un mensaje asertivo poderoso y persuasivo, agradable y llamativo. Que no significa, de ninguna manera, intentar ser perfecto (que nadie lo es), sino aprovechar tus fortalezas, dones y talentos para comunicarte con acierto, es decir, con claridad, con respeto, generando un impacto positivo.

Ser asertivo te permite ser visible, porque te diferencia del resto, del común de las personas que se escudan en un mensaje confuso, en decir lo que otros quieren escuchar. La visibilidad es muy importante en el mundo actual en medio de una globalización que tiende a cortarnos con la misma tijera, a uniformarnos. Si no eres visible, nada de lo que hagas o digas te dará resultado.

Ser asertivo y emitir mensajes claros y precisos, oportunos y adecuados para cada situación, te permite posicionarte en la mente de quienes te escuchan o leen. Cuanto puedes transmitir tu conocimiento y experiencias y este mensaje es de valor para otros, no tardarás en ganarte su atención, el privilegio de su elección. Esas personas querrán que los nutras una y otra vez.

Ser asertivo, por último, es la condición que te permite entender al otro en forma genuina y positiva a través de la empatía. Que no es solo ponerse en el lugar del otro, sino de manera especial comprender el origen de su problema o dolor, escucharlo sin juzgar y tratar de aportar una solución efectiva. La empatía se traduce en un valioso intercambio de beneficios.

La capacidad de comunicarnos con otros a través de la palabra, hablada o escrita, así como de otros lenguajes no verbales, es un privilegio de los seres humanos. A veces, muchas veces, no la aprovechamos o la utilizamos mal porque no somos asertivos. Esto, en últimas, quiere decir que no sabemos quiénes somos, cómo somos; que desconocemos nuestras fortalezas y debilidades.

El autoconocimiento es una luz que nos guía por caminos seguros, que nos ayuda a evitar atajos y a superar dificultades. También es la base del proyecto de vida, sin importar lo que esto signifique para ti, pues puedes trazar metas, fijar objetivos, diseñar una estrategia de acuerdo con tus posibilidades, con tus capacidades. Y, claro, emitir mensajes asertivos, poderosos y de impacto.

 

 

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Descubre y activa tu ‘héroe interno’ para saber qué clase de escritor eres

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe que se manifiesta de diversas formas. Por ejemplo, la fortaleza que exhibimos en situaciones dolorosas como una pérdida o una ruptura sentimental. También, esa dosis adicional de resistencia que aparece cuando las fuerzas están a punto de extinguirse, cuando estamos a punto de tirar la toalla.

En virtud del poder ilimitado de la mente, cada ser humano es un arsenal interminable de recursos, de herramientas. El problema, porque siempre hay un problema, es que nos acostumbramos a utilizar unas pocas, las básicas, y nos olvidamos del resto. Es lo mismo que sucede cuando compras un nuevo teléfono celular: aprovechamos muy pocas de sus funciones.

¿Por qué? En esencia, porque los seres humanos somos muy cómodos y, tanto por lo que nos enseñan como por el ejemplo que recibimos, tendemos a realizar el menor esfuerzo posible. En todo, absolutamente en todo lo que hacemos. Nos cuesta salir de la zona de confort porque entendemos que significa un esfuerzo adicional, adquirir conocimiento o desarrollar una habilidad.

“No tengo tiempo”, “Ahora estoy ocupado”, “Quizás más tarde”, “La próxima semana”, “En este momento tengo otros intereses” y otras más son las disculpas que esgrimimos. Lo hacemos de manera automática, sin caer en cuanta que carecen de peso o, peor, de lo que nos perdemos por haber asumido esa actitud de comodidad. Lo hacemos para no ser desaprobados por los demás.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, llevamos dentro un héroe, un superhéroe. Que es distinto del de otras personas porque está condicionado especialmente por nuestros principios y valores, por nuestros dones y talentos y, también, por el ambiente en el que crecimos y en el que vivimos. Está siempre ahí, aunque no lo percibas, a la espera de que lo llames a actuar.

Ese superhéroe interior es una fuerza que, tristemente, fruto de la enseñanza que recibimos, solo utilizamos en momentos de aprieto, en circunstancias negativas. Lo invocamos cuando ya no nos queda otra opción, cuando sentimos que estamos perdidos. Así mismo, creemos que es algo que está fuera de nosotros, como un ser superior, un ser querido fallecido o, por ejemplo, un ángel.

Y ese, sin duda, es un grave error. ¿Por qué? Porque debes entender que todo lo que necesitas para ser exitoso, para ser feliz, para conseguir lo que deseas (cualquier cosa que esto signifique) está dentro de ti. Ya viene incorporado en ti cuando naces, en la configuración por defecto. Sin embargo, lo dejamos oculto, lo menospreciamos porque desconocemos sus grandes poderes.

Ahora, es menester saber, así mismo, que todo superhéroe incorpora un antihéroe. Recuerda que todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras y los seres humanos no somos la excepción de la regla. El antihéroe, a diferencia del superhéroe, está más presente a través de las creencias, de los pensamientos, de las emociones: se manifiesta, en especial, con los miedos.

El antihéroe que hay en ti es esa voz interior que te frena, que te condiciona, que te convence de no entrar en acción, de no salir de tu zona de confort, de no hacer nada. También, y de manera muy especial, son todos aquellos pensamientos y mensajes que están grabados en nuestra mente y que nos dicen “No puedes”, “Eso no es para ti”, “No te lo mereces” y otros por el estilo.

La vida, entonces, es una incesante lucha entre el superhéroe y el antihéroe. Una lucha que, no sobra recalcarlo, solo termina el día en que dejas este mundo. ¿Cuál resulta vencedor? Aquel que tú elijas, aquel rol que prefieras protagonizar. El resultado de tu vida, lo que obtengas de ella en cada una de las actividades que realices, está condicionado por el quién triunfa en esa batalla.

 

 

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El superhéroe, como mencioné, está estrechamente ligado a quien eres, a cómo eres, a lo que te enseñaron, a la clase de mensajes con que fue programado tu cerebro en la niñez. Algunos nacimos para ser Supermán; otros, para encarnar a Batman; algunos, para ser el Hombre Araña y otros, para personificar a la Mujer Maravilla. Su propósito, su misión y sus poderes son diferentes.

¿Cómo saber, entonces, qué tipo de superhéroe hay dentro de ti? La clave está en el autoconocimiento, en saber cuáles son tus fortalezas y tus debilidades. Esta es una premisa que se aplica a todas las actividades en la vida, porque si bien los seres humanos en esencia tenemos las mismas capacidades, también es cierto que algunas habilidades se nos dan más fácil que otras.

Por ejemplo, todos podemos cantar. Sin embargo, no todos podemos ser cantantes profesionales porque no desarrollamos la habilidad. Todos podemos practicar el tenis, pero no todos podemos ser competitivos porque no tenemos la disciplina y la constancia para entrenar. Todos podemos escribir, pero no todos somos escritores porque la mayoría solo escribe cuando es indispensable.

¿Entiendes? Todos incorporamos un buen escritor, pero eso no significa, de manera alguna, que vayamos a ser profesionales de la escritura. Quizás, nada más, aficionados o recreativos, pero hacerlo bien y, sobre todo, estar en capacidad de transmitir un mensaje poderoso, de generar un impacto positivo en la vida de otras personas con nuestro conocimiento y experiencias.

Una de las dificultades que enfrentamos cuando queremos comenzar a escribir es que desconocemos cuál es nuestra personalidad, a qué superhéroe personificamos. Pensamos que tenemos la capacidad de ser novelistas, pero quizás estamos hechos para escribir cuentos cortos; le apuntamos a la poesía, pero nuestros dones y talentos nos conducen a los relatos románticos.

Por supuesto, cualquier ser humano está en capacidad de escribir lo que le plazca, cualquier género o estilo. Por supuesto, así mismo, habrá algunos que se le den más fácil y otros que van a requerir mayor esfuerzo y, sobre todo, preparación. Como dice el dicho “Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”: identifica cuál es tu personalidad como escritor y aprovéchala.

Saber qué superhéroe hay dentro de ti, conocer sus poderes y sus debilidades, su propósito y misión, te ayudará a comenzar a escribir y a definir tu estilo. ¿Cómo? Aprovechando tus fortalezas, entendiendo cuáles son tus limitaciones, estableciendo cuáles son tus enemigos y, algo crucial, qué espera el mundo de ti. Además, sabrás cómo debes actuar en cada situación que enfrentes.

Descubrir y activar tu héroe interno es uno de los primeros pasos que debes dar cuando vas a escribir. De esa forma, podrás desarrollar tu estilo, entender cuál es el tipo de escrito que mejor va contigo, con tus dones y talentos, con tu personalidad. Además, y por supuesto que no es un dato menor, te permitirá disfrutar más la escritura y te ayudará a transmitir un mensaje de impacto.

El peor error que cualquier persona puede cometer a la hora de escribir es pretender copiar a otro, por más exitoso que este sea. Ser únicos y diferentes nos hace valiosos, de ahí que sea una necedad renegar de los dones y talentos que poseemos por imitar un modelo ajeno. Es a partir del autoconocimiento de las fortalezas y debilidades que nuestro mensaje tiene poder e impacto.

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¿Ya sabes cuál es tu personalidad como escritor? 5 opciones

Una de las primeras tareas que cualquier persona debe cumplir en la primera etapa del proceso de escritura es aquella de determinar qué clase de escritor es. Porque, por si no lo sabías, no hay una sola clase. De hecho, a mí me gusta más hablar de personalidad, porque en últimas lo que eres como escritor es directamente proporcional a lo que eres como persona, como ser humano.

Esa es una de las razones por las cuales a algunas personas se nos da más fácil escribir que a otras. Es lo mismo, por ejemplo, que ocurría en la juventud cuando ibas a una fiesta. A pesar de que me encanta la música, me costaba mucho lanzarme a la pista. ¿Timidez? Seguramente. Sin embargo, con el paso de los años perdí ese temor y, a pesar de que no es lo mío, intento disfrutarlo.

Más que timidez o miedo, pienso que era que no me gustaba hacer el ridículo. Cuando eres joven, te importa mucho el qué dirán, qué piensan los otros de ti. Entonces, exponerte en una pista de baile y descubrir una de tus debilidades no es algo a lo que estés dispuesto. Por eso, quizás, más bien me entretenía conversando, que es una habilidad que se me da muy bien naturalmente.

A escribir nos enseñan a todos en el colegio, en la primaria. Y es una habilidad que ponemos en práctica todos y cada uno de los días de nuestra vida, así sea solo para responder correos electrónicos o enviar mensajes por WhatsApp. Escribimos todos los días. Sin embargo, cuando llega el momento de escribir un informe o un ensayo o un artículo para un blog nos frenamos.

¿Por qué? Porque nos han metido en la cabeza la idea de que escribir es un don, de que es un privilegio que la naturaleza reservó para unos pocos o, simplemente, nos dicen ponen mil y un obstáculos en el camino. Que tienes que leer mucho (¿cuánto es mucho?) y también la idea de que tienes que asumir esta afición como si fueras un profesional, como si fueras a vivir de ello.

No me canso de repetirlo: soy probablemente el peor lector del mundo y, a pesar de ello, soy un excelente escritor (perdón por el autoelogio). Por otro lado, entiendo que no necesitas ser Roger Federer o Novak Djokovic para disfrutar una partida de tenis con tus amigos el fin de semana o tampoco debes ser un catador profesional para degustar un vino en una noche romántica.

La verdad es que puedes ser un buen escritor aficionado. Uno de aquellos que no tiene pretensiones de publicar una gran obra, convertirse en millonario y ser famoso. Puedes escribir un buen libro y autopublicarlo para que esté al alcance de tus familiares y amigos, de tus compañeros de trabajo. Créeme que esa es una experiencia increíble que muchos se niegan por las mentiras que escuchan.

Para escribir, tanto a nivel profesional como aficionado, requieres tres condiciones:

Primero, el conocimiento del tema. Este es el principal obstáculo para la mayoría porque eligen un tema del que creen saber, pero en últimas no saben tanto como creían. Por eso, entonces, se frenan. Pero, y esto es muy importante, con un conocimiento profundo del tema no basta: debe ser algo que, ojalá, te apasione porque la motivación será indispensable durante el proceso.

Segundo, haber desarrollado la habilidad. Como mencioné, todos sabemos escribir, pero para poder escribir mejor, para adquirir la capacidad de transmitir un mensaje de impacto, necesitas mucha práctica. Escribir mal primero, para escribir bien después. Necesitas lo que los pilotos llaman horas de vuelo: muchos borradores fallidos, muchos artículos insulsos, antes de alzar vuelo.

Tercero, requieres saber qué tipo de escritor eres porque, como lo mencioné, no todos somos iguales. De hecho, no todos servimos para los mismos temas: hay novelistas, cuentistas, escritores de relatos cortos, guionistas, en fin. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Cuál es tu personalidad como escritor? ¿Cuál es esa área que te apasiona y del que anhelas escribir y transmitir tu mensaje?

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A continuación, te ofrezco cinco personalidades típicas de los escritores que seguramente te ayudarán descubrir cuál es la tuya:

1.- El perfeccionista. Es la mayoría, tristemente. Son, principalmente, lectores voraces que no se permiten ser inferiores a esos grandes autores que leen. Sin embargo, es imposible compararse con ellos, porque quizás careces de la formación, porque no le dedicas el tiempo adecuado, porque has descubierto cuál es tu fortaleza. Pero, por encima de todo, porque quieres ser perfecto.

Y, la verdad, la perfección no existe, ni en la escritura, ni en otra faceta de la vida. A estos escritores nada de lo que hacen los deja satisfechos y cada vez que releen su texto encuentran más errores y quieren mejorar el texto. Y en esa se la pasan, tratando de encontrar un texto perfecto que no van a lograr. Son escritores que viven frustrados y son muy duros consigo mismos.

2.- El sabelotodo. Son aquellos que le perdieron el miedo a escribir y que, aunque carecen de la formación y de la información requerida, producen textos en variedad y cantidad. Sin embargo, son textos sin calidad, sin profundidad, textos efímeros que no consiguen llamar la atención de los lectores y que simplemente reflejan el pensamiento del autor. Su contenido de valor es mínimo.

La forma más fácil de descubrir a este tipo de escritores es que siempre se expresan en primera persona porque están convencidos de que lo importante es lo que ellos piensas, su opinión. Son textos que, además, por lo general tienen una estructura deficiente y, en consecuencia, no logran transmitir un mensaje específico. Por último, son de los que abusan de los adjetivos y la exageración.

3.- El indeciso. Es muy parecido al perfeccionista. Nunca está listo para publicar porque nunca está convencido de la calidad de su escrito. Se demoran una eternidad en comenzar a escribir y más de una eternidad en terminar. O, peor aún, nunca termina, porque después se involucran en un penoso proceso de autocorrección, de revisión indefinida. También terminan frustrados.

El trasfondo de esta personalidad es que los escritores de esta categoría no solo tienen una baja autoestima, sino que además dudan de su capacidad porque carecen de la formación adecuada. Cambian palabras mil y una veces, borran párrafos y los vuelven a escribir, en un proceso que es muy parecido a la carrera de la rata. Su problema es que no tienen estructura, ni metodología.

4.- El experto. Una especie que hoy abunda, en especial en internet especialmente en temas como el deporte y la política. Son exageradamente apasionados y sus textos desvelan graves sesgos que les restan credibilidad e interés. Están adobados, además, por sentencias contundentes, por conclusiones fáciles, por verdades hechas (que muchas veces, en realidad, esconden mentiras).

El escritor experto es muy sensible a las críticas porque piensa que todo lo hace bien y, peor aún, que su opinión es muy importante para todo el mundo y que siempre tiene la razón. Sin embargo, sus argumentos son livianos y por lo general están inspirados en las ideas de otros, en el discurso de otros, no en su propio pensamiento o sus sentimientos y, por eso, es confuso y vacío.

5.- El humilde. Este, te lo aseguro, es el único que puede convertirse en un buen escritor. El que entiende que escribir es un privilegio y también, un proceso. El que entiende que debe formarse, que requiere paciencia y práctica, que necesita autocrítica y autoconocimiento para progresar. El escritor con esta personalidad avanzará lentamente al comienzo y luego se soltará.

Es receptivo, tiene mentalidad abierta y, en especial, es disciplinado tanto en su rutina como en su trabajo. Está en constante aprendizaje, produce constantemente y ha conseguido desarrollar tanto un método como una estructura propias. Aunque tiene dudas (siempre las habrá), no deja de escribir y se preocupa por aprender de otros, por participar en foros y comunidades afines.

Cuando una persona dice que no nació para escribir, una de las excusas más comunes, lo que en realidad nos dice es que desconoce cuál es su personalidad como escritor. Todos, absolutamente todos, tenemos una y solo necesitamos identificarla. Una pista: está ligada a tus creencias, valores y principios, a tus miedos y sesgos, a tus sueños y frustraciones, pero es ¡tu personalidad!, así que disfrútala.

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¡Perdí mi virginidad!, y estoy feliz: te cuento por qué

Después de casi cinco años trabajando en el ámbito del marketing, haciendo mis primeros pinitos como emprendedor, realicé mi primer webinar (Mi Primer Avatar: ¿cómo identificarlo, cómo definirlo?). Que, para quienes estamos en esta a veces incomprendida labor de trabajar en aquello que amamos y, de paso, ofrecer a otros nuestro conocimiento y experiencias, no es poco, no es un logro simple.

La vida no me dio hijos, pero mi profesión sí me brindó algunos. Los libros que publiqué en años anteriores (Colombia Mundial – De Uruguay 1930 a Brasil 2014, Santa Fe, la octava maravilla y Copa América: 100 años, 100 historias) son lo más parecido. Además, es un parto conseguir que alguna editorial se interese en tu producto y, además, encajar en su sistema (esta es la cesárea).

Desde que comencé a trabajar en marketing, por allá en octubre de 2016, una fecha que hoy se antoja lejana, sabía que este momento iba a llegar. No sabía cuándo, pero entendía que iba a llegar, que tenía que llegar. ¿Por qué? Porque tomar la decisión de convertirte en emprendedor va de la mano con salir de tu zona de confort y, especialmente, con no encontrar una parecida.

Por supuesto, cuando comienzas no sabes cuándo va a llegar, ni sabes cómo será el proceso. Tomé un camino quizás más largo (aunque, no exento de dificultades), concentrado en adquirir no solo el conocimiento necesario, sino la experiencia. Y, además, de aprender de las experiencias de los demás, de sus errores, de sus aciertos. Hasta que las circunstancias me trajeron hasta este punto.

La lección más valiosa de este proceso fue, sin duda, aquella de entender que mi conocimiento, mis experiencias, mi propósito y mis dones y talentos de nada sirven si no los aprovecho para ayudar a otros. En otras palabras: solo tienen sentido cuando ayudo a otros, si los utilizo para que otros descubran su potencial y lo aprovechen para lograr sus objetivos, para cristalizar sus sueños.

Y, no sobra decirlo, uno de mis sueños era hacer un webinar y vender uno de mis productos. Cuando te das a la tarea de compartir tu conocimiento, no puedes vivir de los elogios y, mucho menos, de los likes en las redes sociales. Ni los unos, ni los otros, te pagan las cuentas. Además, como dice mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, “un emprendimiento no es una ONG”.

No es fácil entender por qué en la primera etapa de tu camino como emprendedor, en la que por lo general el dinero no abunda, tienes que ofrecer algo gratis. Se antoja una contradicción, pero en realidad no lo es. La razón es que si compartes conocimiento y experiencias de valor a otros, si los ayudas, van a pensar “si esto tan poderoso me lo dio gratis, cómo será lo que me dará si le pago”.

Esa, por si no lo sabías, es una de las premisas que mueve al mercado. El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos dan valor en un comienzo y luego, cuando venden, se niegan a hacerlo. Bien sea porque no cumplen lo prometido, porque no tienen más que aportar o, simple y tristemente, porque lo único que les interesaba era quedarse con tu dinero.

Por eso, una vez lo obtienen se esfuman, desaparecen como por arte de magia. Por supuesto, cada uno hace lo que considera correcto y cada uno, además, carga con las consecuencias de sus actos y de sus decisiones. De eso se trata la vida. Por eso, así mismo, me tomé un buen tiempo, casi cinco años, en prepararme antes de darme a la aventura de ofrecerte uno de mis productos.

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En este momento, justo en este momento, me siento preparado para aportar más valor a través de mi curso El Avatar: Del Amigo Imaginario Al Cliente Real. Ese, quizás lo sabes, quizás lo sientes, es uno de los mayores dolores del mercado, no solo porque es muy fuerte, sino porque afecta a muchas empresas (inclusive, las grandes), negocios y emprendimientos. ¡Es otra epidemia!

Hoy, en el siglo XXI, el marketing consiste en establecer una relación de intercambio de beneficios con el marcado, con todos y cada uno de tus clientes. Una relación basada en la confianza y la credibilidad, dos valores que surgen de tu genuino interés por ayudar a otros, por aprovechar lo que sabes y lo que has vivido para enseñarles a evitar los costosos errores que tú cometiste.

Hace unos años, como muchos otros, quizás como tú, mi vida entró en crisis. Colapsó poco a poco, tanto en lo personal como en la laboral, y caí en un profundo hoyo del que no fue fácil salir. Por fortuna, después de que había tocado mil y una puertas, por una se entreabrió. Un camino lleno de incertidumbre, en el que el miedo y el recuerdo de los fracasos pasados eran un lastre.

Sin embargo, por cuenta de esa maravillosa e indescifrable ley de equilibrio de la vida (que no es lo mismo que compensación), lo que tanta veces se negó en el pasado poco a poco fue surgiendo en el camino. Oportunidades de valioso aprendizaje, personas que te valoran y que agradecen lo que puedes hacer por ellas, otros emprendedores que te apoyan y, claro, clientes que te contratan.

Gracias a Dios, los que he tenido, los que tengo, son maravillosos. Su confianza y, sobre todo, lo que me han enseñado es invaluable. Durante este proceso, validaron mi conocimiento, mis experiencias, mis metodologías y mis productos; fueron ellos, justamente ellos, los que, aún sin percibirlo, me dieron el empujoncito para llegar a este feliz momento de perder la virginidad.

¿A dónde quiero llegar con esta reflexión que te comparto? A que, por si todavía no lo hiciste, te des cuenta de que el mejor día para comenzar a cumplir tus sueños es hoy. No importa cuál sea ese sueño que te quita la tranquilidad, que no te deja dormir tranquilo; no importa si antes lo intentaste y no funcionó, siempre hay una nueva oportunidad, siempre hay un buen día para comenzar.

Estoy completamente seguro de que tú, que lees estas líneas, posees valioso conocimiento y has vivido experiencias increíbles que ansías transmitirles a otros. Quizás no era tu momento, quizás no había llegado tu momento. A veces no es fácil de explicar, a veces no es fácil de entender. Sin embargo, siempre es posible comenzar. Un sueño solo se extingue cuando dejas de luchar por él.

Cuando empecé a trabajar en marketing, te confieso que no sabía nada, absolutamente nada. De hecho, los términos me asustaban, igual que la autoridad de aquellos a quienes escuchaba. Pero, eso, más que un obstáculo, fue un aliciente: me di a la tarea de aprender, de probar, de errar y volver a probar, hasta que me di cuenta de que había llegado el momento de dar el gran salto.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú también puedes hacerlo. En cualquier actividad de la vida. Tú puedes aprender a escribir como lo deseas, puedes desarrollar la habilidad y sobresalir del promedio, puedes construir mensajes poderosos que, en virtud de tu conocimiento y de tus experiencias, ayude a otros a transformar su vida. Tú también puedes perder la virginidad

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¡Cuidado!: no creas todo lo que se dice del ‘copywriting’

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Se trata, más bien, de una de las técnicas de escritura persuasiva más poderosas que hay y, lo más importante, un recurso del que hoy, en el marketing del siglo XXI, no puedes prescindir. Esa es la realidad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que el copywriting se puso de moda. Que, en estos tiempos de revolución digital, se asimila a palabra de Dios. La verdad, simple y llana, es que al copywriting lo podemos considerar el tatarabuelo de internet porque está con nosotros desde hace más de 125 años (como mínimo) y nos ha servido de diversas formas a través de la historia.

Entonces, no es como tantos dicen por ahí, que gracias a internet apareció el copywriting. Lo que sucede, y quizás no lo sabías, es que el copywriting es un buen tipo, modesto y servicial al que no le gusta aparecer en los primeros planos. Conoce sus fortalezas, sabe cuáles son sus poderes y prefiere mantenerse tras bambalinas, no se incomoda porque otros se roben el show.

El copywriting, desde siempre, estuvo ligado a la publicidad, pero también con fuertes lazos con la literatura, con el periodismo y, en esencia, con cualquier especialidad en la que se requiera construir y transmitir un mensaje persuasivo. Lo mejor es que todos los seres humanos usamos el copywriting cada día, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente.

Por ejemplo, si eres padre y tienes problemas para que tu hijo se coma lo que cocinaste, recurres al copywriting. ¿Cómo? Le dices “Hijo, si no te comes el plato que tienes en la mesa, no vas a salir a jugar al parque con tus amigos y tampoco vas a poder ir al entrenamiento del equipo de fútbol”. Palabras más, palabras menos, este es un mensaje que repites con frecuencia, sin darte cuenta.

¿Y cuál es el resultado? Que la mayoría de las veces, casi siempre, tu hijo se come lo que le preparaste. Inclusive, a regañadientes, pero lo consume. ¿Por qué? Porque tu mensaje fue persuasivo, es decir, estaba armado con poderosos argumentos que derribaron sus objeciones y provocaron la acción que tú esperabas. En eso, exactamente en eso, consiste el copywriting.

Desvelemos la primera mentira: el copywriting no es solo para vender. Vender es una de las tantas posibilidades que nos brinda esta poderosa técnica, pero no es la única. Y, a mi juicio, tampoco es la más valiosa. El fin del copywriting es persuadir, es decir, generar acciones específicas por parte del receptor, acciones que, como vimos en el ejemplo anterior, no se limitan al marketing.

Esto significa que cualquier ser humano es, en esencia, un copywriter (de la misma manera que, también, somos storytellers). Cada día, todo el día, emitimos mensajes persuasivos cuando hablamos con los compañeros de trabajo, con el jefe, con nuestra pareja, con los amigos. Y también es copywriting el que hace el sacerdote desde el altar o el médico en su consultorio.

¿Lo sabías? Como lo mencioné en la nota ¿Quieres escribir buenas historias? Lee la Biblia y escucha rancheras, los autores del libro de cabecera de los católicos pueden ser considerados los pioneros del storytelling y, por ende, del copywriting. Sus mensajes no estaban destinados a vender, sino a persuadir, a generar una conducta o una acción específica por parte de los creyentes.

Así mismo, la reflexión del sacerdote después de leer el evangelio es puro copywriting. Un mensaje que nos invita pensar, a meditar, y que nos invita a ejecutar a una acción específica. Un mensaje que, además, nos desvela otra de las poderosas características del copywriting: la conexión con las emociones, con las creencias, con la visión que tenemos de la vida en el plano espiritual.

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En el consultorio médico, no es muy distinto. Llegas allí porque te sientes un poco cansado y el especialista ordena que te practiques unos exámenes de laboratorio. Cuando llevas los resultados, comienza el sermón cargado de copywriting: “Mire, don Carlos, si no se cuida, después la va a pasar muy mal. Tiene que cambiar sus hábitos o, de lo contrario, me va a visitar muy seguido”.

Los médicos se volvieron excelentes dramaturgos, dignos discípulos del maestro del terror Alfred Hitchcock. Con su lenguaje técnico que la mayoría de los seres humanos no comprendemos, y con argumentos que se nos antojan traídos de los cabellos, logran convencernos, consiguen que desaprendamos los malos hábitos y adoptemos unos nuevos, saludables. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la segunda mentira: no necesitas ser periodista, publicista o escritor para sacar provecho del copywriting. Si lo quieres dominar, si lo vas a utilizar para construir tu mensaje de ventas, requieres conocimiento, preparación y, sobre todo, práctica. Por eso, no creas eso de que es un arte, una frase manida que nos quiere vender la idea de que es un privilegio de pocos.

La música, por si no lo sabías, es otra poderosa forma de copywriting. Muy poderosa, porque además del contenido de la letra incorpora otro elemento persuasivo: la melodía. Hay pocas cosas en el mundo que conecten tan intensamente con las emociones como una canción, que tiene la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo, hacernos llorar o poner a volar la imaginación.

Hay canciones que nos transportan al pasado, que nos permiten revivir recuerdos, felices o dolorosos. Hay canciones que nos empoderan y nos llenan de vitalidad para luchar por lo que anhelamos. Hay canciones que provocan que nuestras emociones afloren en estado puro y nos induzcan a realizar determinadas acciones, una de las cuales es comprar. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la tercera mentira: copywriting no es escribir frases pomposas, llenas de adjetivos y sentencias lógicas. De hecho, la lógica no funciona en el copywriting, porque está conectada con lo racional, no con lo emocional. Y las frases rimbombantes carecen de poder y su efecto se esfuma con rapidez. Tampoco es jugar las adivinanzas, como hoy hacen los medios.

Cuando más simple y preciso sea tu mensaje, más poderos será, mayor impacto producirá. Esto sí es copywriting. Por eso, ten cuidado al usar palabras tan trilladas como ¡Atención!, ¡Urgente!, Único, Gratis, Exclusivo, Fórmula perfecta, Magia, Tendencias o Secreto, entre otras. En la mayoría de las ocasiones, son falsas promesas: lo que hay detrás de ellas no honra la expectativa creada.

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Por fortuna que no es así. Se trata más bien, de un recurso que todos usamos a diario en todas las actividades de la vida, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente. ¡Y esa es clave!

Un buen copywriter es aquel que no solo tiene el conocimiento necesario (que no es ciencia ficción) y que, en especial, en virtud de la práctica ha desarrollado la habilidad de conectar con las emociones de aquellos a quienes comunica su mensaje. Entonces, por favor, no creas las mentiras que se dicen acerca del copywriting y, más bien, aprovecha su poder y disfruta sus beneficios.

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5 consejos para evitar los ‘inconvenientes de última hora’

Conversando con las personas que me dan el privilegio de ayudarlas a crear sus estrategias de contenidos o sus contenidos me encuentro con una piedra con la que tropieza la mayoría. ¿Sabes cuál es? El miedo a la hoja en blanco. Lo que comúnmente conocemos como el tal bloqueo mental, que ya sabemos que es una mentira, tan solo una excusa, porque el problema está en otro lado.

¿Dónde? En la falta de preparación. Y con esto no me refiero a que necesites estudiar una carrera o hacer un curso específico para escribir. No, mientras no desees convertirte en un profesional de la escritura, mientras no tengas la intención de vivir de escribir. Si tan solo quieres escribir sobre lo que piensas, sobre lo que conoces, sobre las experiencias que has vivido, el camino es más corto.

En ese caso, entonces, solo necesitas desarrollar y/o mejorar la habilidad. Porque, y esto no me canso de decirlo para evitar que caigas en manos de los vendehúmo del mercado, todos sabemos escribir. Aprendimos en la escuela primaria y lo hacemos a diario. Escribimos correos, mensajes o reportes, informes en el trabajo. Todos sabemos escribir, y también todos podemos escribir mejor.

La clave para escribir, y sobre todo para hacerlo mejor, radica en dos aspectos: por un lado, el conocimiento (dominio) del tema acerca del que vas a escribir; por el otro, el método que implementaste. Si alguno de estos dos factores no cumple con las condiciones mínimas, no te quedará más remedio que enfrentar la hoja en blanco (y luego echarle la culpa al tal bloqueo).

Si, por ejemplo, eres un aficionado a los deportes, en especial al fútbol, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, en cualquier escenario, estarás en capacidad de brindar tu opinión. No importa si estás frente a personas que no conoces, si eres tímido: en virtud del conocimiento del tema, te sentirás capaz de discutir con cualquiera, no tendrás problema en exponer tus ideas.

Lo mismo ocurre si tu área de conocimiento y experiencia es la música, o la cocina, o el derecho, o la medicina o las terapias alternativas. Si posees un nivel de conocimiento superior al promedio del mercado y, además, acreditas experiencia de campo estarás empoderado y podrás hablar o escribir sin temor. El dominio del tema es, entonces, la primera piedra para poder construir un buen texto.

Esto, sin embargo, no es suficiente: también necesitas un método. Como lo he mencionado en post anteriores, sentarte frente al computador a escribir debe ser el último paso de tu proceso. El problema es que es lo primero que hace la mayoría de las personas y, entonces, vuelve el temita ese del tal bloqueo mental. La forma más efectiva para evitarlo es establecer tu propio método.

No puedes seguir el método de Gabriel García Márquez porque no eres Gabriel García Márquez. Ni el de Walt Whitman porque no eres Walt Whitman. Ni el de Isabel Allende porque no eres Isabel Allende. ¿Entiendes? Puedes tomar elementos de García Márquez, de Whitman o de Allende, o de cualquier otro escritor, pero necesitas crear tu propio método, uno que te dé los resultados que esperas.

Recuerda: sentarte a escribir es el último paso del proceso. ¿Eso qué significa? Que antes deberías haber completado todos los demás pasos: investigar, determinar el tema, establecer la estructura, definir contexto de tu escrito y el mensaje que quieres transmitir. No un poquito de cada uno, sino el ciento por ciento, de modo que no tengas que dar marcha atrás un vez empezaste a escribir.

Haz de cuenta que vas a preparar un ajiaco, un plato típico bogotano, porque invitaste a almorzar a tu casa a unos amigos que vienen de Cali o Medellín o de otro país. Según la receta tradicional, necesitas pollo, papa criolla, papa sabanera, papa pastusa, arracacha, cebolla larga, cilantro, guascas, trozos de mazorca, maíz tierno y, si eres ortodoxo, alcaparras y crema de leche.

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Imagina que estás en la cocina y ya tienes algunos ingredientes en la olla, pero te das cuenta de que te faltan la papa pastusa y los trozos de mazorca. Sin estos, el ajiaco no es ajiaco. Será una sopa sabrosa, pero no será un ajiaco. Entonces, tienes que interrumpir y salir a la tienda o, en su defecto, pedir a domicilio y esperar a que te lleguen para continuar con el proceso. ¡Tremendo lío!

Lo mismo sucede cuando te sientas frente al computador con la idea de escribir tu texto: si la investigación fue superficial, si el tema no está bien definido, si tu estructura no es coherente o es incompleta, si careces del contexto necesario o si el mensaje que intentas transmitir es vago o, simplemente, no hay un mensaje, al cabo de unas líneas te enfrentarás al tal bloqueo mental.

Si quieres evitar estos inconvenientes de última hora, sigue estos cinco consejos:

1.- Elige un tema que conozcas y te apasione. No solo que lo conozcas, sino que te apasione, que te haga vibrar cuando hablas de ello, que te emocione. Es la única forma para generar la empatía que te permitirá conectar con tus lectores. Empieza a escribir de tu mascota, de tus hijos, del amor que tienes por tus padres, de las aventuras de un viaje inolvidable, de aquel primer beso…

2.- Escribe lo que piensas, sin miedos. Olvídate del qué dirán o de qué quieren escuchar o leer otras personas. Es tu creación, es tu escrito, es tu visión de ese problema o de esa situación. No te dejes condicionar por las tendencias del mercado o por lo que está de moda. Escribir es un acto de libertad y de rebeldía, no lo olvides. Sé auténtico, sé tú mismo y escribe de lo que te dé la gana.

3.- Escribe sin mayores pretensiones. No porque quieras ganar un premio o desees obtener el reconocimiento de tus lectores. Escribe porque lo disfrutas, porque quieres transmitir tu mensaje, porque necesitas comunicarle al mundo lo que piensas o, simplemente, porque quisiste hacerlo. Eso te librará de las temibles expectativas, que son traicioneras. Escribe lo que tú quisieras leer.

4.- No temas a las críticas. Olvídate de escribir el texto perfecto que le guste a todo el mundo. Ese, créeme, todavía no fue escrito y quizás nunca lo leamos. Hasta García Márquez tuvo detractores y los escritores más famosos y reconocidos han recibido críticas terribles. ¿Por qué? Porque no siempre es posible escribir tan bien como nos gustaría o porque nuestro mensaje no era atractivo.

5.- Escribe, escribe y sigue escribiendo. El título de mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’ no es solo un llamativo juego de palabras: también es una realidad comprobada. No todos los días se puede escribir bien, porque no todos los días tu cabeza está conectada. Hay problemas, hechos que te distraen o quizás estás cansado. Cuanto más escribas, tus textos irán de menos a más.

Estos son consejos que les brindo a mis alumnos y clientes, pero ellos me dicen que, a pesar de que los siguen, no es fácil escribir. Y sí, es cierto: en un comienzo, no es fácil. ¿Por qué? Mientras no se desarrolle el hábito, mientras no se establezca un método, mientras no haya una rutina consolidada, no será fácil. Pero, sobre todo, mientras no despiertes y actives el buen escritor que hay en ti.

La otra arista de ese problema es la soledad y la desorientación, pero puedes evitar estos molestos obstáculos si te dejas ayudar, si buscas la ayuda idónea de un profesional que te enseñe a desarrollar la habilidad. No uno que te venda plantillas que no sirven, sino uno que te enseñe a usar tu imaginación, a despertar tu creatividad, a dejar atrás tus miedos y te motive a escribir.

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A veces llegan cartas: ¿te quedaste en los cursos por correspondencia?

Cuando era niño, aquellas lindas épocas en las que no había internet, ni teléfonos celulares, ni Netflix o cualquier otros sistema de televisión por suscripción, épocas en las que se vivía sin la histeria de hoy, solo teníamos a la mano los medios tradicionales. Que, por supuesto, no eran digitales: radio, televisión e impresos tales como periódicos o revistas, principalmente.

Eran también épocas en las que no había Zoom o las otras plataformas de video transmisión en línea, en vivo y en directo, con las que contamos hoy. No había, tampoco, Google o redes sociales y, algo muy importante, el 99,9 por ciento de la educación era presencial. Había un 0,01 por ciento restante, una suerte de educación a distancia, que fue muy popular: cursos por correspondencia.

Dado que en el pasado no existía la culturad del registro detallado de las acciones o novedades, no es posible establecer el origen cierto de esta modalidad. Se estima, sin embargo, que fue Calleb Phillips, un estadounidense profesor de caligrafía, el que dio el primer paso. ¿Cómo? Anunció la apertura de cursos por correspondencia, a través de un aviso en el periódico Boston Gazzette.

Corría el año de 1728, hace casi cuatro siglos, y el mundo era muy distinto a la aldea global que es hoy: se trataba, más bien, de aldeas aisladas y, muchas veces, incomunicadas. Quizás hubo intento previos, pero lamentablemente no están documentados. Este, en cambio, sí lo está y fue posible gracias a que antes, en 1680, se creó en Estados Unidos el Sistema Nacional de Correos o Penny Post.

Lo que Phillips les ofrecía a los lectores de aquel diario era un curso a distancia, con material autodidacta, que les llegaba por correo a sus casas. Además, existía la opción de consultorías personalizadas, obviamente, vía correspondencia. Más adelante, en 1856, en Alemania, Charles Toussaint y Gustav Langescheidt crearon el primer Instituto de Idiomas por correspondencia.

Eran cursos que te ofrecían una pequeña cartilla con todo el contenido necesario, más algunas ayudas. Sin embargo, tenías que interpretar la información (que muchas veces no era clara), tenías que hacer todo el trabajo, no podías realizar preguntas, no tenías la posibilidad de compartir tus experiencias con otros alumnos. Honestamente, no sé cómo podían aprender algo.

En mi niñez, por allá en los años 70, los cursos por correspondencia eran famosos, en especial porque la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest (o, simplemente, Selecciones) los ofrecía. De carpintería, de jardinería, de lectura rápida y, claro, de caligrafía, entre muchos otros. Reconozco que siempre tuve curiosidad, aunque jamás me animé a comprar alguno de ellos.

¿Por qué? Porque, honestamente, no creo ser capaz de aprender bajo esa modalidad. Sé que es una creencia limitante, pero soy de esa clase de personas a las que aman el aula, que tiene un gran encanto, y aman el contacto con los compañeros y el profesor. Hoy, no solo dicto charlas y conferencias virtuales, sino que además tengo mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’.

Que no es por correspondencia, por supuesto, sino virtual. A través de la plataforma Zoom, en vivo y en directo, se realizan las sesiones con los estudiantes. Y más que a escribir, como si fuera desde cero, como en el colegio, lo que enseño es a pulir, fortalecer, desarrollar y mejorar la habilidad y brindo herramientas y recursos, técnicas y estrategias, para que la persona puede volar sola.

Y es esta última razón, sin duda, por la cual nunca tomé un curso por correspondencia y, en especial, por la que desconfío y no creo en lo que dicen algunos: que te van a enseñar a escribir a través de plantillas. A mi juicio, y entiendo que puedo estar equivocado y respeto otras opiniones, trabajar con plantillas es contrario (y negativo) a la imaginación, a la creatividad, a la autenticidad.

Si lo que vas a escribir es un texto para un aviso publicitario, sí lo puedes hacer a partir de una plantilla. Sin embargo, será el mismo mensaje de tantos como utilicen esa plantilla específica, que no está hecha para tu cliente, que seguramente no responde a las necesidades y deseos de tus clientes. Por eso, el riesgo de no poder generar el impacto esperado, de no vender, es altísimo.

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Pero, esa no es mi especialidad, no es un servicio que ofrezca o que me interese. Lo mío es la creatividad, la imaginación, el aprovechamiento del conocimiento y las experiencias que te van a permitir crear un mensaje poderoso que sirva a otros, que les ayude a transformar su vida y, sobre todo, a cumplir sus sueños. Por eso, intento prevenirte acerca de los riesgos que hay en el mercado.

Recientemente, recibí un correo de alguien que ofrecía una lista de libros de copywriting “para que te conviertas en un experto”. Es decir, la versión moderna de los cursos por correspondencia. Y, seguramente, tú, como yo, no conoces un buen carpintero que haya aprendido fuera de un taller, o un mecánico de autos, o un médico que no haya pasado por una Facultad de Medicina.

Estoy convencido de que hay textos que te servirán, que te ayudarán a encontrar tu estilo (a partir de descartar aquellos con los que no te identificas), que te permitirán conocer ejercicios y técnicas que son útiles para desarrollar la habilidad. Sin embargo, de ahí a pensar (o creer) que el resultado es que “te vas a convertir en un copywriter experto” hay una galaxia de distancia. ¡Es MENTIRA!

Si esto fuera así, si esto fuera tan fácil, entonces, ¿por qué no hay ya un Premio Nobel de Literatura que aprendió con plantillas? ¿O uno que leyó 100 libros y escribió su obra maestra? No los busques, porque no los vas a encontrar en la vida real (quizás, sí, en la ficción o en la mente de los vendehúmo). Ten cuidado por favor y, más bien, utiliza estas cuatro poderosas herramientas.

A pesar de tus miedos, de tus creencias limitantes, de la prédica del mercado, tú ya tienes dentro de ti todo, absolutamente todo, lo que se necesita para escribir: tu cerebro, tu corazón, tus experiencias y tus habilidades. Además, como lo he dicho en varias ocasiones, dentro de ti hay un buen escritor: solo tienes que despertarlo, activarlo y disfrutarlo. El resto es comenzar a escribir.

Claro, también necesitarás un método, un plan, la guía de una persona que entienda y comparta tus sueños y que, más allá del dinero que le puedas pagar por sus servicios, esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. Porque, te lo advierto, un tema es conocer un tema y otro es poder transmitir el conocimiento. Muchos saben los primero, pocos podemos hacer lo segundo.

Desde hace casi cinco años trabajo con mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, director de MercadeoGlobal.com y creador de la comunidad privada de emprendedores Círculo Interno. Él nos transmite su conocimiento, nos comparte sus experiencias, nos brinda sus documentos, nos motiva a leer textos útiles, pero, sobre todo, nos lleva a la acción, a hacer, a aprender a errar.

Esta, créeme, es una premisa que funciona tanto para el marketing como para la escritura. Si Álvaro solo nos entregara plantillas o libros, no tendría casos de éxito, ni uno solo. En cambio, desde hace años sus discípulos lo llaman El Padrino de los negocios en internet, porque los apadrinó, les enseñó, los guio, los aconsejó para que construyeran negocios sólidos y de éxito.

¿Percibes la diferencia? Volvamos al comienzo: en 1728, hace casi 400 años, se documentó el primer curso por correspondencia. Quizás fue un éxito, quizás marcó un hito, pero el mundo, hoy, es muy distinto al de aquel entonces. Si de verdad quieres aprender cómo desarrollar la habilidad de escribir, aléjate de los vendehúmo, de sus plantillas y de sus consejos que no te servirán.

Más bien, te invito a que aceptes una invitación: comienza a escribir un diario. Si no lo haces aún, entiende que es una herramienta poderosa para que le des rienda suelta a tu imaginación, para que aprendas a lidiar con tus miedos. Comenzarás con textos breves y antes de que te des cuenta estarás en capacidad de escribir páginas enteras en las que transmites tu conocimiento y experiencia.

Y ya no querrás detenerte. Querrás, más bien, explorar nuevos recursos y escenarios. Soñarás con ser el autor de un libro y, lo mejor, en el día a día escribirás mejor. Los post en redes sociales, los textos de mensajes instantáneos y tus documentos de trabajo. Será ese el momento en que ese buen escritor que hay en ti se despierte de la siesta y comience a brindarte grandes satisfacciones.

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