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6 pasos para crear tu sistema de generación de contenido

¿Sabes cuál es la razón por la cual más del 90 por ciento de las personas fracasa en su intención de cumplir con los propósitos que se traza? Que no son capaces de crear un sistema efectivo que les permita obtener de manera consistente y recurrente el resultado que ansían. Una premisa que, para bien o para mal, se aplica a todo lo que hacemos en la vida.

Entiendo que eso de crear sistemas efectivos no suena divertido. De hecho, más bien, se antoja aburrido porque lo asimilamos a la rutina, a la repetición, a la disciplina. Y esta última, seguro lo sabes, lo has experimentado, no abunda. Menos en estos tiempos modernos y frenéticos, en los que los seres humanos asumimos la vida como una competencia o una carrera loca.

Queremos hacer milagros a la vuelta de unos pocos clics (cuantos menos, mejor). Carecemos de paciencia y, lo peor, solo nos preocupa el resultado. Sin embargo, este es el origen del error que después lamentamos. ¿Por qué? Porque el resultado es, sí o sí, producto de lo que lo antecede, del sistema, de las tareas que cumples repetidamente y, claro, de tu disciplina.

No es que pagas tres meses en el gimnasio, vas la primera semana y luego te rindes. ¿Por qué? Acudiste sin preparación, no te asesoraste y, más bien, te diste una paliza que tu cuerpo resintió. Te duele hasta el aire que respiras y tu cerebro pide una tregua. ¿Qué pasó? Faltó el sistema para comenzar suave, para enseñarle a tu cuerpo, para crear tu propio método.

O, probablemente, comenzaste la semana con la intención de consumir alimentación más sana. Dejas de lado los ultraprocesados, las bebidas azucaradas y, el mayor sacrificio, esos chocolates que te encantan. Ah, practicas un poco de deporte. El fin de semana, sin embargo, te liberas: bebes alcohol, te das la comilona del siglo y no descansas suficiente. ¿Entonces?

Los deportistas de alto rendimiento, en cualquier disciplina, son un excelente ejemplo. ¿Qué tal la gimnasta Simone Biles? En tres participaciones en los Juegos Olímpicos, logró 7 oros, 2 platas y 2 bronces. Es la deportista más laureada de esa disciplina y una de las más destacadas de todos los tiempos, a pesar de los problemas que la mantuvieron alejada de la competencia.

Su rutina de entrenamiento incorpora lo que los especialistas llaman entrenamiento cruzado. ¿En qué consiste? Especialmente durante el verano, realiza sesiones de natación, atletismo y ciclismo. Así mismo, pasa horas en el gimnasio en entrenamientos de fuerza (flexiones, planchas), de resistencia (pesas, máquinas) y de fortalecimiento (en procura de control).

Eso no es todo, sin embargo. Para alcanzar los extraordinarios niveles de flexibilidad y de movilidad, realiza sesiones de pilates, de estiramiento estático y de estiramiento dinámico (en movimiento). Por supuesto, pasa al gimnasio a las barras de ejercicio (salto, asimétricas), la viga de ejercicio y la plataforma de ejercicios de suelo. Y, por último, la rutina de fuerza.

¿Hay más? Sí, lo que ella llama el entrenamiento silencioso, que consiste en descansar, masajes de recuperación, baños de hielo y rodillos de espuma. El objetivo no solo es recuperarse del esfuerzo, físico y mental, sino evitar lesiones. También cuida su hidratación, su alimentación y su salud mental (a través de meditación). Entrena 6-7 horas al día, con rutinas alternadas.

Lo que el público ve, sin embargo, se restringe a unos minutos durante la competencia. O, quizás, como en el caso de los Olímpicos, a 3-4 días. El resto, lo más valioso, no se ve, la gente no lo ve. Las interminables sesiones de entrenamiento, los ratos de descanso, las horas de soledad, los momentos de crisis y depresión son la parte oculta del iceberg, la masa grande.

El resultado de la competencia, que finalmente es lo que queda registrado en la historia, no es producto del talento del deportista, de un momento de inspiración o un toque de suerte. Por supuesto, el talento se requiere, la inspiración influye y la suerte ayuda, pero lo que en realidad permite alcanzar la victoria es el trabajo acumulado, el entrenamiento silencioso.

No importa si eres un deportista de alto rendimiento como Simone Biles o un abogado que prepara su alegato para un juicio, o un médico cardiólogo que se alista para una cirugía, o una profesora de ballet que entrena aun grupo de bailarinas para una presentación. Ellos también están más cerca del triunfo, del resultado positivo, en función de lo que hagan antes de.

Cuando la tarea que te propones es la de crear contenido para compartirlo con tu audiencia, con tus clientes potenciales, el entrenamiento silencioso determinará tu éxito (o tu fracaso). No es, como nos quieren hacer creer los vendehúmo o los payasos digitales, que te paras ante la cámara y ‘actúas natural’ para convertirte en una celebridad y, claro, en multimillonario.

Eso no sucede ni siquiera en las películas de ciencia ficción. Eventualmente, dado que hoy tantas personas consumen la pornobasura que hay en los medios y canales dentro y fuera de internet, es posible que un poco de vulgaridad y ordinariez te permitan atraer la atención. Sin embargo, ese ‘éxito’ será efímero y lo que hagas se olvidará rápido. ¡Nadie te recordará!

En cambio, cuando creas un sistema de trabajo y, sobre todo, cuando cumples con las rutinas del entrenamiento invisible, los resultados serán sobresalientes y, lo mejor, dejarán huella. Una huella positiva en la vida de las personas que tengan el privilegio de consumir tus contenidos. Y lo agradecerán de tantas formas como les sea posible, incluida la de recomendarte con otros.

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Si bien no hay fórmulas perfectas y tampoco existen los libretos ideales, el sistema que te llevará a obtener los resultados que esperas ya fue inventado. Como la rueda, como el agua tibia, como el pan. ¡No tienes que reinventarlo!, no caigas en la trampa de los vendehúmo y los estafadores que pululan en el mercado. Crear tu propio sistema es más fácil de lo que crees.

Si no sabes cómo hacerlo, cómo comenzar, puedes probar con estos seis pasos sencillos:

1.- Crea tu flujo de información.
La creación de contenidos es una tarea complicada cuando te abandonas a la esquiva y traicionera inspiración o cuando esperas que ChatGPT (o alguna otra herramienta de inteligencia artificial) haga tu trabajo. La fuente ilimitada de ideas está en tu cerebro y en tu corazón, en las experiencias que vives, en el aprendizaje de tus errores, en tus creencias.
La clave: mantente informado. Recuerda que “quien tiene la información, tiene el poder”

2.- Consume contenido de calidad.
Si a ChatGPT lo alimentas con basura, te arrojará basura. Lo mismo sucede con tu cerebro. Por eso, entonces, cuida la calidad del contenido que consumes, elige fuentes confiables y, sobre todo, que te aporten distintos ángulos de la realidad. No solo sigas a los referentes, pues tras bambalinas hay personas anónimas (o poco conocidas) que pueden aportar mucho valor.
La clave: sé selectivo con lo que lees, ves y escuchas porque eso determina lo que haces

3.- Diversifica lo que consumes.
Si bien hoy una de las claves del éxito en el mercado es la especialización, no puedes caer en el error de cerrarte a la banda de un solo tema. Ten en cuenta que el estándar del mercado, tristemente, es la mediocridad, así que subir el listón no solo te hará diferente, sino visible. Aprende de aquello que te permita ofrecer más opciones de ayuda a los demás
La clave: la tecnología es imprescindible, pero no te olvides de los seres humanos

4.- Consume contenido de los referentes de tu industria.
Si ellos están en la cima, si ya llegaron a donde tú quieres llegar, por algo será. ¿Cierto? Entonces, acércate a ellos, consume sus contenidos, analiza sus estrategias, descubre cuáles son sus secretos mejor guardados. Asiste a sus eventos, compra sus libros, haz sus cursos. Créeme que esa es una excelente inversión cuyos resultados disfrutarás a largo plazo
La clave: ten cuidado de no caer en la trampa de dejar de ser tú, de ser auténtico

5.- Asiste a eventos de tu industria.
El networking es una de las estrategias más efectivas para conocer el tras bambalinas de tu actividad, para descubrir cómo otros han logrado buenos resultados, para conocer nuevas tendencias y, en especial, para establecer alianzas estratégicas que deriven en un intercambio de beneficios. Ir a estas actividades te permitirá avanzar al ritmo de la industria
La clave: no se trata solo de ir y tomarse foto: participa, déjate ver muestra tu valía

6.- Crea tu propio método.
Olvídate de copiar el modelo de otros, de los referentes, de aquel que te inspira. No solo porque no es posible, sino porque además estarías renunciado a lo que te hace único, a tu autenticidad. Identifica qué los hace distintos y mejores del resto y modélalo, adáptalo a tu caso. Si algo hace falta (conocimiento, habilidades, herramientas), podrás conseguirlo después
La clave: el éxito es un rompecabezas en el que cada persona que influye en ti es una pieza

La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en el intento de crear contenidos de calidad es porque se encomienda a la tal inspiración a la espera de que esta les diga qué camino seguir. El camino es justo lo contrario: una vez establezcas tu sistema, una vez tengas tu método, la inspiración brotará y te brindará la posibilidad de crear lo que desees.

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¿Conoces el método creativo de Walt Disney? Te digo cómo aprovecharlo

La pereza, además de un pecado capital, es una de tantas verdades hechas a partir de la reiteración que nos sirve como una plácida zona de confort. Aunque nos provoque un poco de sonrojo, debemos admitir que los seres humanos, todos, somos perezosos. Es decir, en determinadas circunstancias somos flojos, holgazanes para cumplir con algunas tareas.

Es lo que está detrás de aquellas máximas “no puedo”, “no nací para esto”, “lo he intentado y no lo conseguí” y otras más que aprendemos a partir del ejemplo de otros. Frases fáciles que creemos nos van a liberar de la responsabilidad, y de hecho a veces así es. Sin embargo, casi nunca nos despoja de la culpa, que la cargamos como una pesada lápida. Es algo agotador.

Nos rendimos fácil, es la verdad. Renunciamos a nuestros sueños sin darnos cuenta de que son más que una ilusión. ¿A qué me refiero? Cumplir un sueño puede llegar a cambiar el rumbo de tu vida. Entre otras razones, porque es la demostración de que “sí puedes”, “de que sí naciste para conseguir lo que quieras”. Esta, como cualquier moneda, tiene dos caras.

Lo que sucede es que no todos estamos dispuestos a pagar el precio que corresponde. Porque nada es gratis en la vida, en especial, lo bueno. Aprender un segundo idioma implica un esfuerzo, disciplina, trabajo y disposición. Hay algunos más sencillos de aprender porque son afines a tu lengua nativa, pero es posible aprender cualquier idioma, sin limitación.

De hecho, hay personas que dominan a la perfección (hablado y escrito) más de 10 idiomas. O, quizás, conoces a alguien que es muy bueno (mejor que el promedio) en varios deportes, lo que implica aprender los fundamentos de la técnica y ponerlos en práctica. El mensaje que te quiero transmitir es que los seres humanos disponemos de lo necesario para aprender.

Y cuando digo “lo necesario” no significa que ya lo sabemos todo, sino que lo podemos aprender todo. Y no solo eso: con dedicación, disciplina y trabajo, podemos ser buenos en lo que nos propongamos. No hay más límites que aquellos que te imponen tu mente, los hábitos adquiridos y tus miedos. Sin embargo, a estos rivales los puede vencer.

Una de las manifestaciones más comunes de esta creencia limitante es aquella de pensar, y asumir, que no somos creativos. O, en otras palabras, que la creatividad es un don especial que les fue concedido a unos pocos. Y no es cierto: todos, sin excepción, somos creativos, aunque en distintas áreas o tareas. Lo primordial es descubrir en cuál, y aprovecharla.

El diccionario nos dice que creatividad es “la facultad de crear” y nos ofrece como sinónimos “inventiva”, “imaginación”, “ingenio” y la tristemente malinterpretada y nunca comprendida “inspiración”. A primera vista, sin embargo, el diccionario no nos dice lo más importante. ¿Sabes a qué me refiero? A que se trata de una capacidad innata, de una habilidad.

Ya lo había mencionado antes: todos los seres humanos, sin excepción, podemos aprender lo que queramos. Y no solo eso: también podemos ser muy buenos en esa actividad, sea cual sea. Pintar, cantar, correr, nadar, escribir, interpretar datos, diseñar, cocinar, enseñarles a otros, en fin. No hay límites, repito. Sin embargo, la clave está en la palabra facultad.

¿Sabes cuál es su significado? “Poder o derecho para hacer algo”, así como “Aptitud, potencia física o moral”, cuyos sinónimos son “capacidad”, “inteligencia” y “talento”, entre otros. Entonces, descubrimos algo que, a mi parecer, es superpoderoso: la creatividad, esa facultad que muchos creen es un don, en realidad se trata de una decisión, de una elección.

Es decir, tú eliges en qué quieres ser creativo. O, de otra forma, tú pones los límites. Si tú decides ser creativo para aprender inglés, lo harás y seguramente en un nivel superlativo, al punto de no desmerecer ante un nativo. O, quizás, eliges ser un muy buen diseñador y lo consigues a partir de tu aprendizaje, de tu dedicación, de tu disciplina, de tu creatividad.

Ahora, te voy a revelar un secreto que seguramente desconoces y que, si lo aprovechas, si lo sabes adaptar a tu trabajo creativo, cambiará los resultados (y quizás cambie también tu vida). Vamos: la creatividad es producto de un método. A lo mejor piensas “es lógico” o, más bien, “es una locura”. No importa cuál opción tomes, porque te daré un ejemplo irrefutable.

Uno de los seres humanos que fue etiquetado como genio, como creativo en nivel superlativo, fue Walt Disney. No tengo que decirte quién fue, porque todos lo disfrutamos desde la niñez con sus maravillosas creaciones. Su habilidad se manifestaba a través de dibujos animados, de caricaturas, que fueron la base de sus películas. Ese era el insumo, pero faltaba más.

Robert Dilts, uno de los mayores impulsores de la Programación Neurolingüística, autor de varios libros sobre el tema, y experto en la PNL aplicada a la creatividad, desentrañó el método creativo de Disney. Estableció que contempla tres etapas y junto con su equipo de trabajo se dio a la tarea de aplicar y replicar estos conceptos en el ámbito empresarial.

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Estos son los roles o etapas del proceso creativo de Walt Disney:

1.- El soñador.
Walt Disney solía repetir esta frase: “Si puedes soñarlo, puedes crearlo. Recuerda que esto comenzó con un ratón”. El punto de partida de todo proceso creativo, cualquiera, es una idea. Tan solo una idea. Ni siquiera una buena idea, o una genial. Y las ideas, todas, quizás ya lo sabes, están en ti: en tu conocimiento, valores, principios, experiencias y, claro, sueños.

Deja volar la imaginación, libre, caprichosa. Y nútrela, para que te permita generar nuevas y mejores ideas. Lee, haz ejercicio, aliméntate bien, haz lo que te gusta, medita, pasa tiempo de calidad con tu familia y seres queridos, sé generoso con quienes tienes menos que tú. Y algo más: observa, escucha, abre tus sentidos a las experiencias más simples de la vida.

2.- El realista.
La magia de las creaciones de Disney radica, entre otras razones, en que la delgada línea que divide la imaginación de la realidad es difusa unas veces y otras, magistralmente manejada. Todo lo que el hombre ha creado desde siempre incorpora una dosis de realidad y la razón es muy sencilla: nuestro cerebro crea a partir de lo que ya conoce, de lo que le has enseñado.

Otro aspecto que debes considerar: ¿qué tan atractiva es esa idea, esa creación, para otras personas? Y algo más: ¿en ese justo momento cuentas con los recursos necesarios para crear lo que imaginas? ¿Qué hace falta? ¿Cómo lo conseguirás? El proceso creativo de cualquier idea, de una buena idea, requiere un polo a tierra que aporte credibilidad.

3.- El crítico.
Olvídate de caer en la misma trampa en la que se extinguen las buenas ideas. ¿Sabes cuál es? Enamorarte de ella, pensar que es perfecta, asumir que le encantará a todo el mundo. En esta etapa del proceso se trata de mirar tu idea en perspectiva y detectar eventuales vacíos o debilidades que puedan manifestarse más adelante y, lo más triste, echar a perder la idea.

De lo que se trata es de blindar tu idea para que pueda convertirse en el producto creativo que tanto anhelas, el que soñaste. Ponlo a prueba con tu familia, tus amigos, con algunos compañeros de trabajo, con alguien con quien no tengas relación. Validar es fundamental porque nos permite identificar los errores en un escenario que podemos controlar.

¿Eso es todo? No, es la punta del iceberg. ¿A qué me refiero? Siempre se requiere algo más, porque como mencioné al comienzo, la idea, la mejor de las ideas, es tan solo el comienzo. Para que se convierta en una creación que valga la pena compartir, que sea apreciada por quienes la reciben y, en especial, que les aporte valor, se requiere que la rodees bien.

Es decir, que tu creación contemple todos los elementos de una buena historia. Como las de Disney, no lo olvides. Es decir, que esté en capacidad de conectar con las emociones de la audiencia y, no sobra recalcarlo, emocionarla, conmoverla y, sobre todo, inspirarla. Que a través de la identificación cada persona se sienta parte de la historia, quiera ser parte de ella.

Moraleja: la creatividad no es un don y tampoco está determinada por la inspiración. Es una capacidad innata del ser humano, por un lado, y una habilidad que se desarrolla, se potencia, se fortalece, por otro. Las buenas ideas están dentro de ti, pero para que se transformen en creaciones que valgan la pena es necesario cultivarlas, mimarlas, para que la cosecha sea buena.

Y no puedes olvidar algo básico: la mejor idea del mundo se diluirá en el camino si no está respaldada por un plan y una estrategia. Es decir, a quién va dirigido tu mensaje, cuál es el objetivo que persigues, por qué le ha de interesar a otros esa idea (o creación) y cuál es el valor que le aportarás con esa creación. Estos elementos blindarán tu proceso creativo.

Lo que me interesa que aprendas es que un proceso creativo es algo personal, único. Cada uno tiene el suyo y, por más que quieras, no puedes copiar el de otro. Puedes, sí, tomar su modelo y adaptarlo al tuyo, pero recuerda que una creación, cualquiera, surge de esencia. Y eso, precisamente, es lo que la hace valiosa. En este caso, no vale el odioso copy +paste.

Así mismo, me encantaría que entiendas, y aceptes, y pongas en práctica, que dentro de ti hay un genio. ¡Sí, un genio! Que está a la espera de que frotes la lámpara y le asignes una tarea. De eso se trata, precisamente. No olvides lo que dijo Walt Disney: “piensa, sueña, cree y atrévete”. Atrévete porque la vida te brinda un privilegio de ser inolvidable con tu historia.

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La rutina: 5 beneficios para escribir (comenzar, avanzar y terminar)

Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir. No como un maestro, no como un escritor consagrado, sí como un ser humano común y corriente que, esto es lo importante, acumula conocimiento y valiosas experiencias que puede compartir con otros. Y lo más doloroso: te pierdes la maravillosa recompensa.

Hay muchas personas que están convencidas de que hay magia en internet. En cierta forma tienen razón, pero no como ellas creen. Me explico: piensan que la magia consiste en que a la vuelta de unos cuantos clics vas a comenzar a ganar millones de dólares o vas a ser famoso y reconocido. Y no es cierto. Nada de eso sucede y, la verdad, es insólito que crean esos cuentos.

La magia de internet es cierta en el siguiente sentido: nunca sabes quién te ve, quién lee tus publicaciones. A veces, muchas veces, porque la gente que nos ve no interactúa, no deja un like o un comentario, asumimos que “nadie lo vio”. Y no necesariamente es así. De hecho, y lo digo por experiencia de más de 25 años publicando en internet, ¡siempre alguien nos ve!

Y, cuidado: cuando digo “alguien nos ve” no hablo en singular, de una sola persona. Son muchas las que nos ven, las que valoran y disfrutan el contenido, más allá de que no estén en disposición de interactuar. La realidad es que publicar en internet, bien sea en una de las redes sociales o en un blog o una página web, cada día es más un acto de fe. ¿Sabes a qué me refiero?

Presumir que “me lee mucha gente” es una mentira, una muestra de prepotencia. Porque, aunque tengas métricas que demuestren que una nota (o varias) fueron leídas por mil, cinco mil o diez mil personas esas cifras en el infinito universo de internet son irrisorias. Esa es la verdad. Ahora, si escribes para ser famoso y tu principal métrica es el ego, está bien.

Sin embargo, en particular, voy por otro camino. Escribo porque mi esencia es transmitir mi mensaje, mi conocimiento, mis experiencias, el aprendizaje de mis errores, para que el camino de otros sea más llevadero. Escribo con la ilusión de que mis textos le sirvan a alguien, al menos para distraerse en medio de una rutina histérica, de una cultura de la infelicidad.

Si sigues con atención mis publicaciones, es probable que varias veces hayas leído que pienso que escribir es una terapia. Lo es para mí. Y me permite, a través de la imaginación, de la creatividad y de la observación y la escucha, crear mundos increíbles (pero creíbles), o historias apasionantes que conectan con las emociones y las activan. Créeme: ¡es algo maravilloso!

Por eso, me cuesta entender que tantas personas, que podrían ayudar a mejora el mundo de otros, de quienes las rodean y de quienes tienen acceso a la magia de internet, no escriban. Y no lo hacen simplemente porque piensan que no poseen talento (lo cual no es cierto), que es difícil (lo cual no es cierto), que no nacieron para ello (lo cual no es cierto) o por pereza (cierto).

En el fondo, en la mayoría de los casos, la razón es sencilla: no saben cómo hacerlo. Que en la práctica se traduce “no tienen un método, una rutina”. Y, sí, tienen razón: sin un método, sin una rutina, escribir es bien complicado. El síndrome de la hoja en blanco acecha todo el tiempo y te embarga la idea de que tu mensaje a nadie le interesa. Es un clásico autosaboteo.

El oficio de escribir es complicado para algunos, para muchos, no por lo que significa en sí, dado que todos aprendemos a escribir en la escuela primaria y escribimos todos los días. Lo es, en esencia, porque nos exige cualidades-valores-habilidades que no abundan o que, dicho de otra forma, muy pocos, solo algunos, nos damos a la tarea de desarrollar y potenciar.

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¿Sabes a cuáles me refiero? Disciplina, en primer término; paciencia, tolerancia, empatía, responsabilidad y una metodología. Una metodología, un método, que está determinada por una rutina. Dicho en otras palabras, el éxito en la tarea de escribir radica en crear una rutina y, de tanto repetirla, convertirla en un hábito. Ahí es cuando se terminan los problemas.

¿Por qué? Porque cuando consigues desarrollar el hábito no solo alcanzaste un logro importante y le enseñaste a tu cerebro lo que quieres que haga, sino que también venciste tus miedos y enterraste las excusas. Además, le ganaste a la resistencia al cambio, que es una de las limitantes más fuertes que existe. Entonces, la tarea consiste en crear un hábito.

Veamos qué nos dice el diccionario sobre hábito: Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas. Por supuesto, la premisa de esa “repetición de actos iguales o semejantes” es conseguir resultados idénticos y los esperados. Un hábito, en otras palabras, es un minisistema.

En cuanto a rutina, el DLE nos dice: “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”, por un lado, y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”, por el otro. Fíjate: son los hábitos (uno o varios simultáneos) los que conforman las distintas rutinas.

Ahora, hay que entender que una rutina no es una camisa de fuerza, es decir, que puede ser modificada, corregida o moldeada, pero tampoco es conveniente cambiarla a cada paso. Y, aunque sea moldeada de lo que hacen otros, lo importante es que responda a tu forma de ser, a tus necesidades y que te permita alcanzar los objetivos propuestos. Si no es así, no sirve.

Las ventajas de crear una rutina se pueden resumir así:

1.- Optimizar el tiempo.
El tiempo es el único activo que no puedes recuperar, así que aprovecharlo es una prioridad. Con una rutina, tu proceso será ordenado y podrás cumplir las metas más fácil y rápido
2.- Mantenerte enfocado.
Las distracciones son el principal enemigo del escritor. Una rutina bien construida, por lo tanto, te ayudará a estar enfocado y, por lo tanto, a avanzar. Por supuesto, requieres disciplina
3.- Calma la ansiedad.
En especial en la primera etapa, cuando no hay experiencia, el escritor novel suele caer en la ansiedad, que es muy mala consejera. Una rutina, sumada a un buen plan de trabajo, la calman
4.- Facilita retomar.
Todos los escritores, sin excepción, tenemos algún momento en el que es necesario parar. Parar y respirar. Con una buena rutina establecida, la tarea de retomar no es un drama
5.- Lo vas a disfrutar.
Y no es una contradicción. Porque tenemos una idea negativa de lo que es una rutina, pero en el caso de la escritura nos ayuda a establecer un ritmo, avanzar y no sufrir en el proceso

Si lo piensas un poco, es lo mismo que sucede en cualquier otra actividad que realices en la vida. Montar en bicicleta, jugar al tenis, leer en casa, cocinar o trabajar. Para todas requieres un método, una rutina que te permita comenzar, avanzar y, finalmente, cumplir los objetivos propuestos. Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir…

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Desarrolla esta cualidad (hábito) y escribir será como un juego para ti

“Ten cuidado con lo que preguntas, no vaya a ser que no te guste la respuesta”. Esta fue una premisa que aprendí, hace muchos años, cuando comenzaba mi trayectoria como periodista y debía entrevistar a diversos personajes. En aquella época, del siempre complicado mundo del espectáculo y la farándula, algunas estrellas ya consagradas y otras, en pleno ascenso.

Cuando uno es joven e inexperto, cuando desconoce cuáles son las normas bajo las que se rigen ciertas actividades, está expuesto a pasar límites establecidos. De ahí la advertencia, que no solo fue pertinente en ese momento, sino que se convirtió también en una máxima de vida para todas las actividades de la vida. Sabiduría popular de esa que siempre te sirve.

Suelo acudir a ella cuando algún cliente o un alumno de mis cursos me pregunta qué necesita hacer para empezar a escribir. Es una pregunta simple, hasta tonta, que no deja de causarme sorpresa. ¿Por qué? Porque los seres humanos, prácticamente todos, escribimos todos los días en el estudio, en el trabajo o en actividades recreativas como gestionar las redes sociales.

Lo que sucede es que hay una larga distancia entre lo que hacemos y lo que queremos hacer. Una distancia que surge del modelo que nos impone el mercado, que nos exige ser los mejores o hacerlo como profesionales, cuando no es necesario. No, mientras tu intención sea distinta de vivir de escribir, mientras escribir para ti solo sea un pasatiempo o solo quieras mejorar tu estilo.

En otras palabras, pensamos que, si no escribimos como un escritor profesional, no sirve. Y no es así, de ninguna manera. Puedes jugar al tenis y disfrutarlo si necesidad de ser Roger Federer o Rafael Nadal. Puedes salir a pasear en bicicleta sin pensar en competir con Egan Bernal o Richard Carapaz. Puedes cantar en un karaoke sin ilusionarte con ser Shakira o Raphael.

¿Entiendes? Ahora, otra consideración: que no juegues al tenis como Federer, que no seas un escalador infumable como Bernal o que no cantes como Shakira no quiere decir que seas malo o mediocre. Ellos son profesionales, están dedicados 24/7 a esa tarea. Lo tuyo con la escritura es más nivel amateur, que igual vale la pena. No ser un profesional no debe ser un obstáculo.

Y hay algo que quizás sabes, o necesitas saber: la escritura es una habilidad que cualquier puede desarrollar y que, una vez aprendida, puede ser mejorada, perfeccionada. O, dicho de otra forma: nunca se termina de aprender. Ni siquiera los escritores consagrados, los que viven del oficio, dejan de aprender; siempre están en evolución, siempre con opción de crecer.

Entonces, la edad tampoco es un obstáculo; apenas, en algunos casos, una excusa. Así mismo, no es requisito que hayas leído todas las obras cumbre de la literatura, todos los clásicos, a todos los maestros de la literatura, para escribir. De hecho, no todos te servirán porque no conectas con ellos, porque no son del género que te atrae, porque son demasiado complejos.

Dado que se trata de una habilidad, como cocinar, como montar en bicicleta, como patinar o bailar, escribir requiere práctica. Cuando más practiques, más rápido encontrarás un estilo propio (que es fundamental) y más rápido, también, evolucionarás. Que significa cambiar, desaprender y volver a aprender y, sobre todo, arriesgarte a entrar a universos desconocidos.

Y no tienes que comenzar el proceso de escribir como autor de una novela. Arranca por el principio, por lo sencillo, lo que puedas controlar sin que te abrume. ¿Un diario? ¿Un blog? ¿Artículos de análisis sobre distintos temas de la realidad? Elige el que quieras, aquel en el que te sientas más cómodo, en el que puedas avanzar tranquilamente sin quedarte bloqueado.

Escribe lo que se te ocurra, escribe cuando pases por distintos estados de ánimo, escribe sobre lo que ves en la calle, escribe sobre tus sentimientos (miedos o sueños), escribe sobre tus hijos o tu pareja, en fin. ESCRIBE. Fíjate una rutina, elabora un plan de contenidos y lánzate a la aventura, sin miedo. Solo progresarás en la medida en que haya un método, un proceso.

Y, claro, la cualidad más importante, la imprescindible. ¿Sabes cuál es? No es el talento, que todos lo poseemos de manera ilimitada. No es la inspiración, que es un bulo que nos vendieron y la gente se lo creyó. No es un don con el que la naturaleza dotó a unos pocos o un privilegio de unos elegidos. No es esa sarta de mentiras que uno encuentra en internet, ¡puro humo!

Entonces, ¿cuál es? La DISCIPLINA. Sí, la DIS-CI-PLI-NA. En mayúsculas, unida o separa por sílabas, como lo prefieras. Es la ficha que le hace falta al rompecabezas de la mayoría. Es un recurso transversal, que necesitas desde el comienzo hasta el final. Una cualidad que debes utilizar en todos y cada uno de los pasos del proceso, la única que te garantiza el éxito.

El obstáculo principal de la mayoría de las personas que quieren escribir es que no saben cómo hacerlo o, de otra forma, de qué escribir. Se enfrentan al síndrome del impostor, por el que no se sienten capaces de escribir sobre ningún tema. Y también sienten pánico (que se esmeran en ocultar) por lo que puedan decir otros, por las críticas, porque quizás no las aprueben.

Excusas, solo excusas. Igual que cuando quieres practicar algún deporte y, por falta de disciplina recurres a ellas. Igual que cuando no eres capaz de seguir un régimen alimenticio sano y recurres a ellas. Igual que cuando no puedes soltar el vicio de fumar y siempre tienes un motivo para hacerlo (una excusa). Igual que cuando quieres leer un libro, pero nunca empiezas…

El hilo conductor de esos empleos, lo que hay detrás de esos fracasos no es más que falta de disciplina. Hacer lo que hay que hacer, aun cuando no tengas ganas, o estés cansado, o tienes una reunión con tus amigos, en fin… La DISCIPLINA, quizás lo sabes, es un hábito, es decir, una conducta que se puede aprender. ¿Lo mejor? Una vez la aprendes, ¡jamás se te olvidará!

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Ahora, cómo puede ayudarte la DISCIPLINA en el proceso de escribir:

1.- En la fase de recopilar información.
Cuando por fin deciden dar el paso y comenzar a escribir, muchas personas tropiezan con un obstáculo: ¿y ahora de qué escribo? Para que esto no te ocurra, adquiere el hábito de recopilar información de tantas fuentes como sea posible: anota ideas que se te ocurren, guarda textos y artículos impresos que te llamen la atención, videos o fotografías, conferencias o audios.

Las buenas ideas vuelas por ahí, silvestres, solo hay que tener una red para atraparlas. Esa red es la DISCIPLINA. Estadísticas, enlaces de webs o textos que hayas producido antes también son útiles. Guárdalos con orden, ojalá clasificados, para que la consulta sea fácil y rápida. Y no olvides la música: tus canciones preferidas son fuente inagotable de buenas ideas para escribir.

2.- Para establecer un método.
Sin un método, el proceso de escribir será tedioso y complicado. Esa es, justamente, la razón por la cual tantas personas tiran la toalla. Debes diseñar tu propio paso a paso, un sistema que puedas replicar una y otra vez y que te dé buenos resultados. Que, además, sea divertido, que no sea una excusa para procrastinar. El método es el as bajo la manga de los buenos escritores.

Puedes investigar cómo lo hacen los escritores que admiras, establecer cuál es su rutina. Luego, la modelas a tu personalidad, le das tu toque y la sigues con DISCIPLINA. Entiende, eso sí, que el mejor método del mundo es inútil si no lo aplicas con juicio, si decides tomar el atajo de la improvisación o, peor aún, eliges sentarte a esperar que la tal inspiración llegue a ti.

3.- Para establecer una estructura.
Una estructura, si bien es similar a una receta de cocina, no es una camisa de fuerza. Cuanto más flexible sea, mucho mejor, porque así te convertirás en un escritor versátil, no en uno aburrido que produce textos idénticos. No hay fórmulas secretas y, como en el punto anterior, puedes investigar cuál es la estructura que utilizan aquellos escritores que te inspiran.

Prueba distintos modelos, mira con cuál te sientes más identificado, más cómodo. Y no dejes de darle tu toque personal, que es finalmente lo que te hace distinto y único. Cuando tengas una estructura definida, trabájala, practícala cuanto más puedas. Solo así la incorporarás, la convertirás en algo automático. Método + Estructura son las cualidades de los mejores.

4.- Para aprender más.
Lo que sabes, lo que has vivido y lo que piensas/sientes te ayudará a comenzar, pero si lo que deseas es ser un escritor productivo, será insuficiente. Una vez elijas el tema (s) del que vas a escribir, una línea editorial, investiga, lee a los referentes, mira los videos que puedas hallar en la red y mantente con la mente abierta para aprender más, para profundizar tu conocimiento.

A veces, muchas veces, buenos escritores se estancan porque, después de recibir las críticas favorables de sus lectores, creen que ya lo saben todo. Y dejan de aprender. Esa es la razón del estancamiento. No olvides, así mismo, que hoy las audiencias son universales, que tus escritos pueden ser leídos por cualquiera en cualquier lugar. Preocúpate porque te elijan una y otra vez.

5.- Para escribir.
Lógico, ¿cierto? Lo ideal es que antes de sentarte frente al computador hayas completado el proceso previo. ¿Cuál? Determinar el tema, investigar (recopilar la información) y establecer la estructura (idea central, contexto, desarrollo y moraleja o conclusiones). Si algo hace falta, no me canso de repetirlo, el proceso de escribir se frenará en algún punto (y tirarás la toalla).

Parte de la DISCIPLINA del buen escritor consiste en contar con los equipos y el ambiente adecuados para escribir. Luz y ventilación adecuadas, una silla cómoda y, en fin, un espacio diseñado especialmente para esta labor. También, conviene fijar un horario o, cuando menos, una rutina (una hora, dos horas…) y ajustarse a él. La DISCIPLINA es socia de la IMAGINACIÓN.

No es porque no sepas cómo hacerlo, porque de hecho lo haces todos los días. No es porque no tengas el conocimiento, porque estoy seguro de que posees mucho acerca de un tema. No es porque no puedas hacerlo, porque es una habilidad que cualquiera está en capacidad de desarrollar. No es porque te falte talento, porque el ser humano es una fuente inagotable.

Si no escribes, si tienes la inquietud desde hace tiempo, pero no comienzas, la única razón es porque te falta DISCIPLINA. Lo demás, todo lo demás, son excusas. Piensa en todo aquello que en algún momento de tu vida creíste que era imposible; piensa en cómo con DISCIPLINA fuiste superando uno tras otro todos los obstáculos; ahora, aplica esto mismo para escribir. ¡Voila!

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7 pasos sencillos para escribir un post digno de publicar

Repite conmigo, lentamente: NO EXISTE EL POST PERFECTO. De nuevo: NO EXISTE EL POST PERFECTO. Toma aire profundamente y exhala suavemente. Repite una y otra vez, hasta que el concepto te quede grabado en la mente, en la piel. Esas cinco palabras deben ser las primeras que afloran en tu mente cada vez que te sientas frente al computador a escribir. ¡Siempre!

No son pocas las personas, clientes, conocidos o amigos, que me confiesan que tienen ganas de escribir, de crear un blog y comenzar a publicar contenido. Sin embargo, del dicho al hecho hay un largo trecho y, tristemente, se quedan a mitad del camino. “Lo estoy pensando”, es la excusa más común, que debe interpretarse como “Todavía no me despojo del miedo”.

Son diversas los motivos. Primero, el tristemente célebre síndrome del impostor, aquella arraigada creencia de “No soy lo suficientemente bueno”, “Eso que yo sé a nadie le interesa”, “Todavía tengo que mejorar mucho” y otras tantas ideas tóxicas que afloran en tu mente. La verdad, simple y llana, es que nunca vas a estar al 100 % porque la perfección no existe.

El segundo, precisamente, la búsqueda obsesiva de la bendita perfección. Repito: ¡NO EXISTE! Y eso, a mi juicio, es maravilloso: significa que nunca tocamos techo, que siempre hay una oportunidad para crecer, que cada día hay una posibilidad de aprendizaje. Sin embargo, son muchos los escritores noveles que se atormentan con el incesante proceso de corrección.

El tercero, el miedo a la crítica. “¿Y si a nadie le gusta lo que escribo?”, “¿Qué hago si nadie se interesa en mi libro?”y otros interrogantes similares que provocan pánico. Infundado, por supuesto, porque son producto de la imaginación. Todos los escritores, absolutamente todos, han recibido críticas feroces, a veces malintencionadas, y eso no les restó crédito alguno.

El cuarto, no entienden que se trata de un proceso. ¿Eso qué significa? Que lo normal, lo más frecuente, es que el éxito no llegue antes de varios intentos fallidos. Es decir, no en la primera publicación. ¿Sucede? Sí, sucede. Algunos saborearon las mieles de la fortuna a la primera, pero no es lo habitual. Escribir es evolucionar y mejorar constantemente. No hay otro camino.

Un quinto motivo, que de alguna forma es una combinación de los anteriores, es que nunca están conformes con su trabajo. Se ponen una vara muy alta y, claro, nunca la alcanzan, de ahí que los acompañe una sombra de frustración. Entonces, poco a poco pierden la pasión, el impulso, y llega el momento en el que solo ven una salida: tirar la toalla, no escribir más.

Este se el punto en el que la mayoría acude a la excusa perfecta, el tristemente célebre bloqueo mental, que es la gran mentira del mercado. Y con el embuste del “Estoy bloqueado” se dedican a procrastinar, a divagar, convencidos de que en algún momento aparecerán las tales musas de la inspiración, otro cuento de hadas. Así se completa el escenario de pesadilla.

Escribir, no me canso de repetirlo, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Eso significa que cualquier persona está en capacidad de escribir o, mejor todavía, de ser un buen escritor. ¿De qué depende? Primero, de desarrollar la habilidad natural. Segundo, de practicar y practicar, tanto como sea posible. Tercero, insistir, persistir y nunca desistir.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “escribir es un talento”. Y, no, no lo es: se trata, de una habilidad. Eso que algunos llaman talento es imaginación, creatividad, esa capacidad innata de cualquier ser humano de generar ideas distintas, novedosas o, simplemente, oportunas y acertadas.

Por fortuna, para cada problema hay siempre al menos una solución. Al menos una. En el caso de la escritura, la solución es el trabajo previo. Recuerda (otro concepto que no me canso de repetir): sentarte frente al computador es el último paso del proceso y solo puedes llegar allí si antes cumpliste todas y cada una de las etapas anteriores. De lo contrario, tendrás problemas.

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Este es un sencillo paso a paso que puedes implementar para escribir un buen post:

1.- Define el tema.
Básico, ¿cierto? El problema es que muchas veces esa definición es demasiado amplia, abarca demasiados tópicos y, por eso, el proceso de escribir se hace complejo. Definir el tema significa en pocas palabras establecer una y solo una idea central que será el punto de partida. Es claro que debe ser una idea que tenga fuerza, que sea interesante, que atrape la atención del lector.

Después, puedes tener 3-5 ideas secundarias que sean complementarias y que te ayuden a desarrollar la trama, a delinear a los personajes, a llevar al lector por el viaje de la aventura que le propones. Lo fundamental es que haya una jerarquía (de mayor a menor) de acuerdo con la importancia. Eventualmente, en el proceso alguna se queda entre el tintero.

2.- Define el mensaje.
Que no es lo mismo que el tema, eh. El tema es el marco general de tu escrito, mientras que el mensaje es esa idea única que deseas que quede grabada en la mente de tu lector. Una idea que sea tan poderosa, tan impactante, como para que esa persona quede con ganas de más. Es decir, que la próxima vez que reciba un contenido tuyo no dude en abrirlo y leerlo.

Lo crucial, en este caso, es que construyas el camino que te lleve al final que has elegido. Mejor dicho: no puedes esperar que el mensaje se te ocurra a mitad del camino, porque eso es abrirle la puerta a la improvisación, que llega de la mano de las dudas y de los miedos. Y es, entonces, cuando te frenas. Es fundamental tener muy claro el comienzo y el final.

3.- Determina el contexto.
Una historia sin contexto no captura la atención del lector y, por ende, le resta poder a tu mensaje. Este, créeme, es uno de los elementos imprescindibles de cualquier tipo de escritos (novela, cuenta, relato, poesía, post), pero también uno de los que la mayoría pasa por alto. Una historia sin un buen contexto es un riesgo: en cualquier momento pierdes el control.

Contexto significa límites: hasta dónde quieres ir y qué fronteras no estás dispuesto a cruzar. Es el escenario en el que transcurrirá tu historia, tu relato, el que le aporta credibilidad. Es, por decirlo de alguna manera, la base que soportará tu texto: cuanto más sólida sea, mejor. La clave radica en que esté bien definido, que no sea muy amplio porque si no las ideas se dispersan.

4.- Comienza.
Sí, comienza a escribir. Se supone que ya tienes delimitado el camino que vas a seguir, así que el siguiente paso es empezar a avanzar. En esta fase del proceso, la prioridad es producir, es decir, llevar a la hoja las ideas que tienes en tu cabeza o, de otro modo, ejecutar el plan que estableciste de antemano. Eso, por supuesto, no descarta los aportes de la imaginación.

Eso sí, ten cuidado con caer en la trampa de la improvisación. ¿A qué me refiero? A que a veces, en especial cuando eres un escritor novato, cambias de rumbo nada más al comenzar o a mitad del camino. Se te ocurre eso que llamas “una gran idea” que, en realidad, no es más que un peligroso atajo. El resultado, por lo general, es que tu escrito se desvía, se desvirtúa.

5.- Termina.
¿Obvio? En la teoría, quizás; en la práctica, no mucho. Te sorprendería saber el elevadísimo porcentaje de textos que se quedan inconclusos. “Comencé y después me bloqueé”, dicen. ¿Qué falló? El plan, la estructura, que no estaban claros, que no te llevaban a donde querías llegar. Es un mal que se presenta más veces de las que te imaginas, pero que tiene solución.

¿Cuál? Escribir, amigo mío, no es muy distinto a, por ejemplo, salir a rodar en bicicleta o leer un libro. ¿En qué sentido? Requieres un plan que, por supuesto, no es una camisa de fuerza. Si te cansas, te detienes tomas aire y luego de unos minutos reanudas. Si el sueño te venció antes del el punto de lectura que deseabas, no importa: suspende, descansa y luego reanudas.

6.- Testea.
Este, sin duda, es el paso que más miedo provoca, en especial en aquellos que comienzan a publicar (no solo a escribir). ¿Por qué? El ya mencionado temor a la crítica. Lo que quizás no saben es que la crítica siempre va a existir y que, lo peor, será más despiadada, más cruda, a medida que te conviertes en un escritor conocido y reconocido, que adquieres notoriedad.

La solución, sin embargo, es sencilla: haz de cuenta que estás en un trampolín de 7 metros y lánzate. Quizás realices un clavado memorable, quizás te des un porrazo doloroso al entrar al agua. No importa. Pide retroalimentación a alguien de tu confianza, que te diga la verdad y te ayude a mejorar tu escrito. Luego, publica, pero no te obsesiones con los comentarios.

7.- Corrige y repite.
Cuando menciono corrige no me refiero específicamente al texto en particular (que, claro, es susceptible de corregir, de mejorar), sino al proceso, al método que estableciste para escribir, para producir cantidad con calidad. Publica una o dos veces por semana, escucha lo que dice tu audiencia (qué les gusta, qué no) y realiza los ajustes necesarios. Sigue escribiendo.

No te obnubiles si los primeros artículos que escribes son bien valorados, como tampoco te frustres si son criticados. Elogios y críticas siempre irán y vendrán, así que lo mejor es que te acostumbres y no les prestes tanta atención. Concéntrate, más bien, en el proceso, en el método, en cómo brindarle a tu audiencia ese contenido de valor que ella necesita.

Repite conmigo, lentamente: NO EXISTE EL POST PERFECTO. De nuevo: NO EXISTE EL POST PERFECTO. Todos los escritores, los novatos y los consagrados, los que escriben de cuando en cuando y los que lo hacemos a diario, producimos textos geniales, buenos, regulares y malos (o, quizás, hasta perversos). Es parte del proceso. Esa es la realidad, porque el post perfecto no existe…

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El truco (infalible) para escribir tu historia sin tropiezos

La vida es impredecible, lo sabemos. Sin embargo, desconocemos cuánto más vamos a poderla disfrutar. Los acontecimientos de los últimos años, que nos arrebataron a tantas personas cercanas, a tantas personas valiosas, nos demostraron cuán frágiles somos, cuán expuestos estamos. El mensaje es claro, aunque doloroso: ya conocemos el final que nos espera.

Sí, nuestra presencia es este mundo es limitada, aunque no sabemos cuánto tiempo nos queda. No sé a ti cómo te parece, pero para mí esa es una buena noticia. ¿Por qué? Porque significa que tenemos una oportunidad para vivir la vida, para disfrutarla, para tratar de dejar un legado en este mundo y, en especial, para ser protagonistas de nuestra propia historia.

Porque, y respeto opiniones diferentes, soy de aquellas personas que piensan que no hay un libreto establecido, un destino definido. Sí una tarea, una misión, un propósito, que cada uno cumple, o intenta cumplir, de la mejor manera posible. A veces, se consigue el objetivo y otras más, fallamos en el intento. De eso, precisamente, se trata la vida: de intentarlo una y otra vez.

Creo firmemente en que cada uno escribe su propia historia. Cada día es una hoja en blanco que nos da la posibilidad de escribir algo nuevo, de darle un giro distinto a la historia, de improvisar. Aunque nos obsesionamos con la idea, el pasado ya fue y no lo podemos cambiar; lo único que nos corresponde es aprender de esas experiencias, dejarlas atrás y seguir.

Y el futuro todavía no llegó, no sabemos cómo será. Aunque, conocemos el final, sabemos qué nos espera al final de este viaje. Desconocemos el momento y las circunstancias en las que este terminará, pero tenemos claro cuál será el final de la historia. Lo que nos queda, entonces, es vivirla, disfrutarla al máximo, aprovecharla para escribir una historia inolvidable.

¿Hacia dónde va esta reflexión? A que te des cuenta de que la vida, en su inmensa sabiduría, te enseña cuál es el proceso más conveniente para escribir. El famoso bloqueo mental, que es una mentira, un excelente eslogan de ventas que a muchos les ha permitido hacer dinero con la ignorancia y falta de preparación de otros, surge porque hacemos caso omiso de esto.

¿A qué me refiero? A que cuando te sientas a escribir tu historia es imprescindible que sepas cuál será el final. Un escrito, sin importar si es una noticia de un medio de comunicación, un relato corto, un cuento o un libro (que bien puede ser de ficción o de realidad), no es más que un viaje del punto A al punto B. Para comenzar, necesitas haberlos definido con antelación.

Ahora, lo que sucede entre el punto A y el punto B, si bien debe corresponder a una estructura, a una secuencia lógica y creíble que resulte atractiva para el lector, incorpora una dosis de imaginación, de improvisación. ¿Cuánta? La que tú elijas en cada momento, en cada paso de tu historia. Esa, precisamente, es una de las decisiones que debe tomar un escritor.

Si no está claro en tu mente dónde comienzas y dónde vas a terminar, lo más seguro es que en algún punto del camino te vas a frenar (bloquear). Es normal. Nos sucede a todos, incluidos los que acreditamos experiencia, los que escribimos a diario. El éxito de un escritor, lo he mencionado en otras ocasiones, radica tanto en el método, como en la práctica continua.

El método, valga aclararlo, es una construcción propia. Es decir, no puedes copiar el de otra persona, el de otro escritor, porque lo más seguro es que no te va a funcionar. ¿Por qué? Porque el método no solo incorpora el trabajo que realizas cuando estás frente al computador, la estructura y el estilo de lo que escribes, sino también, y de manera especial, la rutina.

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La rutina contempla aspectos tan diversos como el horario que eliges para escribir (y durante cuánto tiempo lo haces) o el ambiente en el que trabajas, como el paso a paso que sigues a lo largo del proceso. Que, si sigues con atención mis publicaciones, ya sabes que es el antes, el durante y el después del trabajo de escritura. Y te aseguro que el antes es el más importante.

¿Por qué? Porque determina el resultado que obtengas. Volvamos a la tesis del comienzo: solo puedes comenzar a avanzar desde el punto A cuando sabes con exactitud a dónde quieres llegar, es decir, cuál es el punto B. Este, por supuesto, es el final de tu historia, el desenlace, y no puedes improvisarlo, no puedes darte el lujo de esperar a ver cómo resulta.

Cuando conoces el final (el punto B), sabes a dónde vas. Y, entonces, puedes elegir el camino que desees, porque no sobra aclarar que no hay uno solo. Puedes incluir las vicisitudes que te plazcan, agregar o quitar personajes o incidencias sin que la historia pierda impacto o se torne aburrida. Como mencioné antes, lo que sucede entre el punto A y el punto B es secundario.

Un ejemplo: vas a un almacén y compras un rompecabezas de 2.500 piezas para dárselo de regalo de cumpleaños a tu hijo. Son muchos los motivos para escoger, pero te inclinas por uno con un hermoso paisaje con montañas al fondo, naturaleza, animales y una bella casa en la pradera. Sabes que tu hijo lo recibirá encantado porque le gustan los retos y adora el campo.

Armar rompecabezas es una pasión que aprendiste de tu padre y ahora le traspasas a tu hijo. Es un proceso que puede ocuparlos durante varias horas o días y que los obliga a definir una estrategia, un método, para construir la figura. La primera decisión es por dónde comenzar, es decir, cuál va a ser el punto A. El punto B, ya lo conocen: la imagen impresa en la tapa de la caja.

¿Entiendes? Sin esa imagen, armar el rompecabezas sería imposible. No importa cuánto tiempo y esfuerzo demande la tarea, porque sabes que en algún momento la completarás. Llegará ese instante en el que, por fin, puedes poner la ficha 2.500, la última, y celebrar que lo lograste. Elegiste un punto A y sabías cuál era el punto B: entre uno y otro, trabajaste.

El proceso de escribir es exactamente igual: si no sabes por dónde vas a comenzar y en dónde quieres terminar, difícilmente avanzarás. Y, además, dado que tendrás que echar mano de una alta dosis de improvisación (mayor de la deseada), quizás no puedas transmitir claramente el mensaje que te propones. O, probablemente, tu escrito sea confuso, aburrido, poco atractivo.

No me canso de repetirlo porque es una de las claves del éxito de un escritor: la parte más importante del trabajo es la que realizas antes de sentarte frente al computador a escribir. Es la investigación, la planeación, la imaginación, la estructuración del contenido, la construcción de los personajes (con sus respectivos roles) y de los ambientes, la delineación de la trama.

En ese recorrido, puedes improvisar tanto como quieras, siempre y cuando no se altere lo fundamental: el punto A y el punto B. De hecho, y esta es una de las características fascinantes de la escritura, a partir de un mismo punto A y de un mismo punto B puedes escribir tantas historias distintas como quieras, como seas capaz. Es exactamente como la vida real.

Sí, hay un punto A (el día que naciste) y un punto B (el día que dejarás este mundo), pero entre uno y otro puedes contar mil y una historias diferentes. Puedes vivir la vida que llevas o crear un camino distinto, incierto, lleno de aventuras y emociones nuevas. No importa: esa es tu decisión, a sabiendas de que ya conoces el punto B, de que ya sabes cómo termina la historia.

Uno de los trucos útiles para aquellas personas que se animan a escribir, pero no poseen la experiencia necesaria, no han practicado lo suficiente, es comenzar por el final. Eso significa establecer primero el punto B de tu historia y luego determinar el punto A. Luego, deja que la imaginación vuele libremente, nútrela con conocimiento y experiencias y disfruta la escritura…

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‘Ghostwriting’: ¿qué es, a quién le sirve, quién lo puede hacer?

Es uno de los oficios más antiguos de la historia de la humanidad, superado por unos pocos como la prostitución con el que (ojalá nadie se sienta ofendido) guarda similitudes. En los últimos tiempos, se hizo más visible, pero no caigas en la trampa de creer, como dicen los vendehúmo, que es otro de los hijos naturales de la pandemia. Esa es una mentira.

¿A qué me refiero? Al escritor fantasma, negro literario o ghostwriter. En esencia, se trata de un periodista o escritor que escribe los textos de otros. Pueden ser discursos para políticos o empresarios, libretos para radio o televisión, reportes, biografías o libros. Es un oficio que siempre estuvo ahí, pero fiel a su naturaleza se mantuvo tras bambalinas, escondido.

Una de las manifestaciones más populares de escritura fantasma son las columnas de opinión que publican los diarios, firmadas por reconocidos deportistas (futbolistas, tenistas y muchos más). Por supuesto, ellos no las escribieron. Quizás por no lo saben hacer, quizás porque les tomaría demasiado tiempo, quizás porque entienden que su aporte es su punto de vista.

Hoy, los políticos, empresarios y algunas otras figuras públicas como artistas (cantantes, actores o bailarines) integran un periodista/comunicador en su equipo de trabajo con la intención de que, entre otras labores, sea su voz oficial. Y muchos de los libros, en especial los autobiográficos o inclusive algunos de ciencia ficción, son escritos por ghostwriters.

De eso se trata, precisamente, el ghostwriting: el que llamamos autor, el nombre que aparecerá públicamente, ofrece unas ideas, unos planteamientos, y el periodista o escritor los convierte en un texto digno de leer. La clave es que ese contenido refleje tanto el pensamiento como la voz del protagonista porque, de lo contrario, sería una nota periodística, una entrevista.

Si bien a lo largo de mi trayectoria periodística realicé este trabajo ocasionalmente, solo cuando comencé a escribir de marketing descubrí que era una especialidad valorada. Hoy, es uno de los servicios que más me solicitan y, por supuesto, una interesante fuente de ingresos. Pero, no solo eso: también, una gran vitrina, una labor que me ha dado visibilidad y autoridad.

Veamos cuáles son algunas de las características del oficio de escritor fantasma:

1.- En anonimato.
Es la condición sine qua non. De hecho, el acuerdo incluye (debe incluir) un pacto de confidencialidad. La primera barrera que hay que derribar, entonces, es la del ego: si lo que deseas es reconocimiento y aplausos, no puedes ser escritor fantasma. La satisfacción de realizar un buen trabajo y que los lectores aclamen el contenido es la compensación.

2.- Es una especialidad.
¿Eso qué quiere decir? Que no es un oficio que un novato pueda desempeñar. Para llegar a ser un ghostwriter hay que escribir mucho, de muchos temas. Cultura general y mentalidad abierta son cualidades valoradas de estos profesionales, que también deben entender que hay temas que no son convenientes, en los que es mejor no inmiscuirse. El escritor fantasma se hace (no nace).

3.- Requiere un método.
El éxito de un buen ghostwriter no se limita a escribir bien. Se requiere que sepa orientar al autor, ayudarlo a encontrar la información más valiosa y entregarla tan detallada como sea posible. También, tiene que conocer acerca de producción editorial, amén de labores básicas como corrección ortotipográfica y de estilo. Ah, y claro, una metodología estructurada.

4.- La versatilidad.
Si un ghostwriter se especializa en un tema no está mal, por supuesto. Tendrá que ver, eso sí, que sea un nicho atractivo, solicitado, porque de lo contrario ya no es un buen negocio. Sin embargo, es mejor si escribe de varios temas. He sido escritor fantasma de marketing, de marketing gastronómico, de marketing inmobiliario, de relaciones de pareja y desarrollo personal.

5.- La empatía.
Esta es la razón por la que no cualquier periodista o escritor puede ser ghostwriter. Además de deponer el ego (que no es una tarea fácil), hay que hacer realidad aquello de ponerse en los zapatos del otro. Tienes que pensar como piensa el autor, sentir lo que siente el autor, además de expresarte en sus términos, de tal modo que el lector no sospeche acerca de la autoría.

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¿Cómo saber si hay un buen escritor fantasma dentro de ti? Prueba. No hay otra fórmula. Es un ejercicio distinto de todos los demás a los que un periodista o escritor está acostumbrado, pero se aprende. Escucha audios y videos de esa persona, analiza su lenguaje no verbal, identifica las frases o palabras que lo caracterizan y prueba: escribe y valida con quienes lo conocen.

Entiende, así mismo, que nunca podrás conocer ciento por ciento a esa persona (así sea alguien cercano a ti), pero no hace falta. Lo importante, sin embargo, es que los textos que escribas a su nombre reflejen su forma de ser, de pensar, de sentir, sus ideas, sus sueños, sus miedos. El ghostwriter es un instrumento, invisible, y no tiene por qué figurar.

Ahora, veamos la otra cara de la moneda: ¿cuándo necesito a un ghostwriter y qué debo tener en cuenta para contratar al que más me convenga?

1.- Un objetivo claro.
Parece obvio, pero no lo es. La mayoría de las personas te contacta y te dice “quiero escribir un libro”, pero ni siquiera saben de qué tipo. Por muy buen escritor que sea, no hace magia y solo puede producir algo de calidad cuando recibe buena información. Si quieres que alguien escriba algo por ti, no olvides que tú eres el autor, el que se llevará los aplausos o las críticas.

2.- Un convenio claro.
Esto significa que estén detalladamente definidas las tareas de cada uno, las responsabilidades y los plazos de entrega, así como las condiciones económicas. Lo usual es pagar un adelanto de al menos el 50 % del valor total (el resto, al terminar). Si no conoces a esa persona, busca referencias y pídele trabajos anteriores que haya realizado bajo esta modalidad.

3.- Trabajo en equipo.
Esta es una de las claves del éxito. Si el autor paga y desaparece, después también las consecuencias. Un libro es una construcción compleja y requiere el aporte de todos los involucrados. Lo fundamental es que quien contrata brinde tanta información de calidad como sea posible, más allá de que, eventualmente, el ghostwriterdeba complementar, investigar.

4.- Una validación.
No es obligatoria, pero sí conveniente (la recomiendo). ¿En qué consiste? Una vez se establece la estructura del producto (con el índice, sin es un libro), el ghostwriter prepara un modelo de, por ejemplo, capítulo. ¿Para qué? Para que el autor compruebe si se siente reflejado en ese texto, si son sus palabras, sus ideas. Este el momento de corregir y ajustar, no al final.

5.- La confianza.
Aunque tú aparezcas como autor, aunque tú pagues por el trabajo, entiende que el profesional es el ghostwriter. Es decir, no pretendas enseñarle qué decir, cómo decirlo. Tu tarea consiste en validar la información, certificar que lo escrito es cierto, que es el mensaje que deseabas transmitir. El resto (el estilo, los giros literarios, la imaginación) déjalos en sus manos.

Ahora, supongo que te intriga cuánto puede costar contratar a un ghostwriter. La respuesta es que hay muchas variables que se deben considerar, como el tiempo, la dificultad del proyecto, la forma en que el escritor fantasma recibirá la información, cuánta información debe aportar y, por supuesto, la empatía con el autor. Dependerá, también, de la experiencia que acredite.

Cuando una persona me dice que quiere que le ayude a escribir un libro, programo una consultoría estratégica en la que pregunto acerca de todo lo que me interesa saber y respondo todas las inquietudes del cliente potencial. Luego, en función de las variables del proyecto, fijo una cifra. Entiende, eso sí, que dado que es una especialidad la tarifa suele ser un poco más alta.

En Canadá, por ejemplo, cuando el ghotswriter está afiliado a la Asociación de Escritores, el precio mínimo es de 32.000 dólares canadienses. La cifra varía en función, también, de la notoriedad de la persona que va a aparecer como autor: si es muy conocido o famoso, el costo se eleva. ¿Por qué? Porque la responsabilidad del escritor fantasma es mayor, también.

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La premisa (no fórmula) de Albert Einstein que te ayudará a escribir

¿Cuántas veces te dijeron que no podías, que no eras capaz, que eso no era para ti, pero al final lo hiciste? ¿Una, diez, cien, mil, miles? Cada día, todos los días, personas de tu entorno más cercano (familiares, pareja, amigos, compañeros de trabajo) y ese duendecillo travieso que hay dentro de cada uno de nosotros nos dicen, nos gritan, “¡No puedes hacerlo!”.

Es una de las más comunes manifestaciones del nefasto modelo educativo con el que nos criaron a nosotros y a las generaciones anteriores. Lo peor es que, como si no hubiera una alternativa, nos encargamos de replicarlo, de perpetuarlo: educamos así a nuestros niños. No solo les cortamos las alas, sino que limitamos su libertad, su independencia, su crecimiento.

Durante mucho tiempo, escuché que “los hombres en la cocina huelen a popó de gallina”. No estaba bien visto que un hombre ingresar a este templo femenino. De hecho, fruto de una concesión muy especial, solo los chefs titulados podían entrar a la cocina. Hoy, por fortuna, se trata de un espacio de libre circulación para cualquiera que quiera poner a prueba su sazón.

Durante mucho tiempo, escuché que “el periodismo deportivo es para los hombres”. Otra premisa peyorativa, discriminatoria, que hizo carrera durante décadas. Cuando comencé mi carrera en los medios, las mujeres se contaban con los dedos de una mano (y sobraban dedos). Hoy, muchas mujeres pueden cumplir su sueño y dar rienda a su pasión en este oficio.

El mundo ha cambiado, a veces para bien, a veces para mal, y gústele a quien le gusta ya son cada vez menos las costumbres o espacios exclusivamente masculinos o femeninos. La ropa es un claro ejemplo de ello: los colores, las texturas, los modelos, ahora son unisex. Un gran avance, una transformación increíble que derribó paradigmas, que nos liberó de pesadas cargas.

Hay, sin embargo, mucho trabajo por hacer en este sentido. Todavía hay muchas creencias limitantes que se transmiten de generación en generación, muchos miedos, muchos “¡No puedes hacerlo!”, muchos “¡Eso no es para ti!”. Hay demasiadas personas interesadas en que el mundo no cambie para poder sacar provecho de esos miedos, de esas creencias limitantes.

Uno de los ámbitos en los que esto es claro es el de la escritura. Algo insólito, como lo he mencionado en publicaciones anteriores, porque todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la escuela primaria. Y escribimos todos los días como parte de nuestro trabajo y de la vida privada. Sin embargo, abundan los gurús que prometen “enseñarte a escribir”.

Por supuesto, hay que hacer una puntualización que no es menor: si quieres ser un escritor profesional, si quieres vivir de escribir, tienes que estudiar. Si no deseas ser uno más, otro del montón, tienes que estudiar. Puedes comenzar por tu cuenta, pero en algún momento te vas a dar cuenta de que no hay opción: debes especializarte, como lo hace cualquier profesional.

Sin embargo, supongo que eso no es lo que te interesa, no quieres ser un escritor profesional. Tan solo deseas pulir tu habilidad, adquirir algunos conocimientos y estrategias que te permitan hacerlo mejor que el promedio de las personas. Quizás sueñas con escribir un libro o abrir un blog, o aprender algunos truquitos para tus presentaciones y reportes laborarles.

Si ese es tu caso, si esa es tu aspiración, tengo buenas noticias para ti. ¿Por qué? Porque ya tiene prácticamente todo lo que se necesita para escribir bien o tan solo para escribir. Lo primero, ya se mencionó, el conocimiento que adquiriste en la escuela primaria; lo segundo, la habilidad que, bien o mal, has desarrollado a lo largo de tu vida. Pero, hay mucho más.

¿Sabes qué? Lo que sabes, lo que sientes, aquello en lo que crees, lo que has vivido, eso con lo que sueñas. Cada experiencia de tu vida es la idea que da origen a una buena historia o, mejor aún, una buena historia por sí misma. Y algo más: tienes tu inteligencia, tu creatividad, tu imaginación, que son las herramientas más poderosas que existen. ¡Están dentro de ti!

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La imaginación y la creatividad no son, a diferencia de lo que cree mucha gente, un don o un privilegio de unos pocos. Tampoco son una suerte de magia. Se trata de habilidades que vienen incorporadas en la configuración original de cualquier ser humano. El Diccionario de la Lengua Española las define como “facultad de crear” y “facilidad de formar nuevas ideas”.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que, sin darte cuenta, de manera inconsciente, las has desarrollado a lo largo de tu vida. Todos y cada uno de los días de tu vida has utilizado la imaginación y la creatividad para todas las actividades posibles. Desde cepillarte los dientes hasta estudiar matemáticas; desde jugar algún deporte hasta conquistar a tu pareja.

Como ves, no es un don, ni un superpoder; de hecho, y esto es muy importante, tampoco es algo que te puedan enseñar. La vida misma, en el día a día, te pone a prueba, te reta, te ayuda a ser creativo, a usar la imaginación. Una canción, un juego, un plato de comida, una serie de la tele, un libro o el paseo con tu mascota ejercitan tu imaginación, desarrollan tu creatividad.

Según Albert Einstein, “La creatividad está al alcance de todos. El impulso creativo comienza con la visión, la emoción, la intuición. En definitiva, existe el arte de ser creativos en cualquier momento de la vida”. Ciento por ciento verdadero. La cuestión, entonces, es saber cómo activar la creatividad, cómo poner a volar la imaginación cuando estás frente al computador para escribir.

Un método para potenciar la imaginación y la creatividad consiste en observar y tomar notas, observar y escuchar, observar y sentir (dejar que las emociones fluyan). Lo mejor es que estés solo (o que tu compañía esté en el mismo plan) y que no te aceleres, es decir, que no te sientes frente al computador antes de estar seguro de que ya tienes la historia en la cabeza.

En otras palabras, usa tu imaginación y tu creatividad, inventa, interpreta. Toma lápiz y papel y ve creando tu historia paso a paso: define la idea básica, los personajes (principalmente, a tu protagonista y al antagonista), el conflicto, el contexto, el héroe, el punto bisagra y el final, con la moraleja (la lección, el aprendizaje que nos deja) incluida. No importa cuánto te demores.

Pueden ser uno o dos días, quizás una semana. No importa. Si es pertinente, lee acerca del tema que versará tu historia, lee textos similares al que deseas escribir, mira películas o escucha canciones que cuenten historias parecidas. Cocina, ordena tu cuarto, sal al centro comercial a pasear, haz mercado; mientras, tu cerebro irá creando e imaginando la historia.

Lo que importa es que cuando estés frente al computador en tu cabeza la historia esté terminada para que solo sea cuestión de transferirla al papel. Algo crucial: una vez comiences a escribir, no significa que el proceso creativo haya terminado, que no requieras más de la imaginación. Son indispensables de principio a fin, aun si eres un experto con experiencia.

¿Difícil? Quizás al comienzo sí lo sea, mientras adquieres el hábito, mientras desarrollas el método. La clave está en la práctica: recuerda que se trata de una habilidad y que, por lo tanto, cuanto más practiques, mejor lo harás cada vez. Por supuesto, requieres paciencia porque como menciono con frecuencia no es magia y solo tú sabes cuándo estás listo.

La imaginación y la creatividad son como un músculo: si las ejercitas adecuadamente, si llevas a cabo la rutina adecuada, se potenciarán, rendirán más, te brindarán mayores posibilidades, serán más recursivas. ¿Qué hacer para ser más creativo, para tener más imaginación? No hay una respuesta correcta: solo tú, a partir del autoconocimiento, puedes determinarlo.

Un secreto final: la imaginación y la creatividad son el antídoto contra el vaivén de las emociones, que son duendecillos traviesos que nos enredan. Lo fundamental es que aprendas a tener el control, que utilices los recursos que la vida te proporciona, que seas consciente de las acciones que realizas. El resto lo harán la constancia y la disciplina, la bendita práctica.

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Qué es, cómo puedes usar y aprovechar el método AIDA

Lo primero que tengo que decir (reafirmar) es que soy enemigo acérrimo de las tales plantillas para escribir. Son el más grotesco atentado contra la imaginación y la creatividad, además de un límite para la habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar. Y, por si esto fuera poco, van en contra de una de las características de un buen texto: el estilo propio.

Si has leído las publicaciones que hago con regularidad sabrás que soy un profundo creyente de la capacidad innata del ser humano para imaginar, para crear. Sé que todos, absolutamente todos, aprendimos a escribiren la escuela primaria y lo hacemos a diario, aunque de una manera semiautomática: sabemos cómo hacerlo, pero no cómo hacerlo realmente bien.

Sí, escribimos todos los días en las redes sociales o en las aplicaciones de mensajería instantánea; escribimos correos electrónicos o, eventualmente, diversos documentos en nuestro trabajo o en el estudio. Escribimos todo el tiempo, de manera semiautomática. Y, además, tenemos el ferviente deseo de hacerlo mejor, de hacerlo realmente bien.

Es, entonces, cuando estamos en riesgo de caer en aquellos que nos dicen que tienen la plantilla perfectapara enseñarnos a escribir (algo que ya sabemos hacer) y, lo peor, en el caso de los dueños de negocio y emprendedores, la plantilla perfecta para vender más (traducción: millones de dólares). Sin embargo, en la práctica el resultado suele ser cercano a 0 (cero).

En el marketing de hoy, en el siglo XXI, una de las claves del éxito es la diferenciación. Que, valga decirlo, significa ser distinto de los demás o, en otras palabras, no ser más de lo mismo. Y las benditas plantillas perfectas son, justamente, más de lo mismo. Si todos utilizan la misma plantilla, ¿dónde está la diferenciación? ¿Y la autenticidad? ¿Y la propuesta de valor única?

Ahora, hay algunas técnicas o, modelos de estructura, como prefieras llamarlos, que son útiles, aunque distan mucho de ser la panacea o la formula perfecta para ganar millones de dólares, como tantos pregonan por ahí. Que, si bien se crearon para escribir textos publicitarios, textos para vender, también pueden ser adaptados (no copy+paste) para cualquier tipo de texto.

Una de ellas, quizás la más conocida, es la técnica AIDA. Seguramente escuchaste hablar de ella, porque es muy popular. Significa Atención (A), Interés (I), Deseo (D) y Acción (A). Llamar la atención, despertar el interés, inspirar el deseo y ejecutar una acción. Es la técnica que las agencias de marketing utilizan en su copydesde hace más de un siglo, con buenos resultados.

En estos tiempos modernos en los que estamos presos de los algoritmos de las redes sociales, que nos obligan a pagar publicidad para ser visibles, la técnica AIDA recobró vigencia. NO es algo nuevo, no es producto de la revolución digital, no se inventó gracias a internet. Fue creada por Elias St. Elmo Lewis, uno de los precursores de la publicidad, por allá en 1898.

Sí, leíste bien, 1898, a finales del siglo XIX. Él fue uno de los primeros que se dedicó al estudio del comportamiento de los usuarios y trató de adaptar sus técnicas de venta a sus intereses y hábitos. Inicialmente, la técnica era solo AID, pero después de algunos años se incluyó la A del final, la acción. Desde entonces, ha sido la base de millones de textos persuasivos y de impacto.

Llamar la atención significa conseguir que esa persona que lee el texto se enfoque en él, que sus sentidos estén concentrados en el mensaje que le ofrecemos. Es como cuando vamos por la calle y escuchamos un ruido estruendoso, como una explosión o un choque. De inmediato, nuestros sentidos, quizás por sentido de supervivencia, se enfocan en el origen del ruido.

Por supuesto, no necesitas gritar, no necesitas provocar una explosión, no necesitas mostrar imágenes desagradables o inapropiadas para llamar la atención. De hecho, en esto radica una de las claves del éxito de la fórmula: lo que atraes está directamente relacionado con la clase de mensaje que enviaste, es decir, no esperes clientes cualificados si tu mensaje es general.

Despertar el interés se refiere a activar la curiosidad de esa persona, es decir, que tenga ganas de saber de ti, de tu empresa, de lo que le ofreces. Que vaya más allá del factor precio y pregunte por los beneficios. Este es el punto exacto en el que tienes que conectar con sus emociones para que sus sentidos estén alerta. Si no lo consigues, el proceso se abortará.

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En este caso, las preguntas son una herramienta muy útil y poderosa si las sabes utilizas. Es decir, si haces la pregunta correcta. ¿Cuál es? La que impacte sus emociones. Para lograrlo, debes conocer bien a ese cliente potencial, saber cuál es ese dolor que lo aqueja, cuáles son las manifestaciones de ese dolor y, especialmente, cuáles son sus deseos y aspiraciones.

Esto último es muy importante porque la mayoría de los emprendedores comete el error de centrarse únicamente en el dolor. Y, supongo que coincidirás conmigo, nadie compra un dolor. Es decir, tú no vas a la farmacia y pides “véndame un dolor de muela” o “véndame un malestar estomacal o un dolor de espalda”. Lo que inspira la acción es el deseo, el bienestar.

El tercer paso es, justamente, el deseo. El miedo o el dolor sirven para llamar la atención y, en una dosis conveniente, para despertar su curiosidad. Enseguida, sin embargo, debes aportar la solución, ofrecer aquello que acabará con ese dolor, que evitará más noches de desvelo y tantas preocupaciones. Lo fundamental en este momento es mostrar y convencer.

Un prospecto difícilmente dará el siguiente paso, que es tomar acción (básicamente, comprar), si todavía persisten las objeciones, si todavía desconfía de ti, si no está claro el proceso que sigue a continuación. Debes tener mucho cuidado en eso, para que no te sumes a esa gran legión de emprendedores que sufren pesadillas por aquello del carro de compra abandonado.

Debes saber que los adjetivos, de los cuales se abusa con frecuencia, no son la panacea para reforzar el deseo. A mí me gustan más las preguntas, porque activan una respuesta interna, el impulso incontrolable. La idea es que hagas que su imaginación alce vuelo, que el prospecto se traslade mentalmente al escenario ideal, allí donde está su nueva vida una vez no haya dolor.

Ten en cuenta que el deseo de compra es algo natural del ser humano. Natural e incontrolable. A todos, absolutamente a todos, nos encanta comprar; lo que detestamos es que nos vendan. Por eso, el mensaje debe ser sutil, subliminal; debe apuntar más al deseo (bienestar, ilusión) que al dolor (problema). En este punto, los premios, bonos o incentivos son muy útiles.

Por último, está la acción. Que debe ser puntual, sencilla y fácil de ejecutar. Cuando menos pasos deba dar tu prospecto para cerrar la compra, mucho mejor. Además, es importante que el mensaje sea tan claro que lo entienda y lo pueda llevar a cabo tanto una persona que tiene cultura digital como una que es principiante. Y debes hacer UN SOLO llamado a la acción.

Bien sea que el contenido sea un email, un aviso publicitario en redes sociales o un video, solo debe haber un llamado a la acción. Y la idea es que conduzca a ese prospecto a la página de compra, cuyo diseño y funcionalidades deben ser sencillas y precisas. Ah, y no te amarres a que la acción sea únicamente comprar: hay muchas otras acciones que son viables.

¿Por ejemplo? Que se suscriba a tu lista de correo electrónico, que se inscriba en una masterclass o un webinar, que descargue algún documento (e-book, reporte), que vea un video, que asista a una sesión de Clubhouse, que responda una pequeña encuesta, en fin. Eso dependerá de cómo estructures tu estrategia, de cuán cualificado y caliente está tu prospecto.

En este punto, es importante apelar a la escasez y a la pérdida de los beneficios, dos de los más poderosos y efectivos disparadores emocionales. El ser humano se moviliza muy fácil cuando ve una oportunidad que desaparece en poco tiempo y, también, cuando siente que, si no lo compra, después va a arrepentirse. Por supuesto, la combinación es dinamita pura.

Por último, dos puntualizaciones importantes. Primero, si bien el método AIDA se creó para los avisos publicitarios, también es posible utilizarla en textos como el artículo de un blog, un reporte, una presentación, en fin. Segundo, ten en cuenta que, especialmente si lo que quieres es vender, esta técnica es más útil en la medida en que tus prospectos estén listos para comprar.

Un consejo final: antes de correr cualquier campaña con avisos o textos publicitarios basados en la técnica AIDA (o cualquiera otra que utilices), no olvides implementar el test A/B. No asumas que tu texto (contenido) es perfecto, o que producirá sí o sí la acción que esperas. La clave del éxito de esta prueba radica en la adecuada segmentación de las audiencias.

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Te comparto la clave de mi éxito como escritor (y no es talento)

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es una de las tareas más difíciles para cualquier persona. Algo que, en términos normales, no debería ocurrir, en virtud de que a todos, absolutamente a todos, nos enseñan a escribir en la escuela primaria. Y, además, porque escribimos todos los días de nuestra vida.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza suele decir que una vez que aprendes a montar en bicicleta, jamás se te olvida. Aunque pasen años sin pedalear, cuando retomas es como la primera vez: después de unos cuantos metros de recorrido, eres un experto”. Con la escritura sucede exactamente lo mismo: una vez que aprendiste, nunca vas a olvidar cómo hacerlo.

Por eso, resulta insólito y prácticamente inaceptable que alguna persona, un adulto que cursó la primaria, la secundaria, que se formó en la universidad y que eventualmente tiene un título de un grado superior (maestría, diplomado, especialización) te diga “yo no sé escribir”. Cuando escucho esas cuatro palabras, de inmediato viene a mi cabeza la pregunta obvia. ¿Sabes cuál?

¿Cómo hiciste, entonces, para aprobar todas las materias en ese recorrido? ¿Cómo hiciste para estudiar?Porque una buena parte del estudio consiste en tomar notas, en escribir ensayos o informes, en responder exámenes o pruebas (las orales son menos frecuentes). ¿Si en verdad no sabes escribir, cómo aprobaste? Ahora, algo distinto es que no eres un escritor profesional.

Y no necesitas serlo, vamos a dejarlo claro. De la misma manera que, por ejemplo, no tienes que ser profesional del tenis y vencer a Roger Federer para disfrutar el juego los fines de semana con la familia o los amigos. Ni tienes que ser un chef laureado con estrellas Michelin para preparar un delicioso asado, un lomo al trapo o un rico arroz para tus invitados.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que nos han metido en la cabeza la idea de que “tienes que escribir muy bien”. Y ese “muy bien” es mejor que Gabriel García Márquez. Y no, no lo vas a conseguir. Aunque te esfuerces mucho, aunque trabajes mucho, aunque dediques mucho tiempo, no lo vas a conseguir. Esa es la cruda realidad.

Sin embargo, eso no quiere decir, de manera alguna, que no puedas ser un buen escritor o que, simplemente, no puedas escribir bien. Puedes hacerlo, eventualmente puedes hacerlo bastante bien, mucho mejor que el promedio de las personas. Claro, necesitas algún aprendizaje especializado y, en especial, práctica, mucha práctica, de la que hace al maestro.

Te confieso algo: por allá en el año 1998, cuando hacía mis primeros pinitos como periodista integrante del equipo de la Revista ALÓ, recién salido de la universidad (no graduado), recibí cálidos elogios por mi trabajo. De hecho, me asignaban con frecuencia los temas más importantes, las entrevistas de personajes como Raphael, Rocío Dúrcal o María Eugenia Dávila.

Y fueron esos escritos los que, además, me abrieron las puertas del periódico El Tiempo, por aquel entonces el más importante del país, el paraíso para un aprendiz de periodista. Hoy, sin embargo, veo esos artículos que me publicaron y siento pena. ¡Me parecen terribles! La redacción es enredada, se nota la inexperiencia y temo haber desaprovechado a los personajes.

Por supuesto, sé que era parte de un proceso. Hoy, cuando me aproximo a los 35 años de trayectoria, he mejorado mi estilo un millón por ciento, me he convertido en un escritor profesional y mis textos despiertan cálidos elogios. Que no me obnubilan, pero que sí me motivan y me indican que algo se ha avanzado en este difícil proceso de ser un escritor.

Algunas personas me dicen que tengo mucho talento (gentileza que les agradezco) y otras más arriesgadas me dicen que hago magia con las palabras (algo que, discúlpenme, no creo posible). Honestamente, creo que mi éxito es haberle hecho caso a Gabo: “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración”. Y sí, llevo casi 35 años transpirando.

Casi todos los días, porque casi todos los días escribo. Hasta podría decir que un día sin escribir es un día incompleto. No solo que es mi trabajo, que vivo de ello, sino que, especialmente, lo disfruto. Y mucho. Esta, sin duda, es la clave del éxito: que escribir, para mí, no es un trabajo, no es una obligación, sino un placer, una actividad que me permite expresar lo que soy.

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¿Talento? Todos, absolutamente todos, tenemos el talento. ¿Aprendizaje? Como mencioné al principio, todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en la niñez. Claro, hay un factor determinante que es la práctica continua, pero créeme que no es suficiente. Y tampoco, aunque lo parezca, es lo más importante: este es un rubro reservado para el método.

¿Qué es método? Para comenzar, es mucho más que la rutina, que es indispensable. Nadie, absolutamente nadie, puede escribir si carece de una rutina. Escribir, lo he mencionado antes, es una habilidad incorporada en todos los seres humanos, pero explotada por unos pocos. Una habilidad que exige una rutina que se manifiesta en disciplina, constancia, responsabilidad.

En este apartado, hay varios problemas comunes. Para comenzar, el tema de la tal inspiración, que no existe. Existen, sí, la imaginación y la creatividad, dos poderosos recursos que seguro tú tienes. Sin embargo, son muchos los que se quedan a la espera de la llegada de la musa, que no aparece ni en sueños. Esta, créeme, es tan solo una excusa fácil para justificar los miedos.

En segunda instancia, estos, los miedos. “No puedo hacerlo”, “No sé escribir”, “No tengo tiempo” y otros tantos. Miedos que son muy fáciles de disipar, porque su origen es casi siempre el mismo: que nunca lo intentas. Cuando en verdad le pongas interés, trabajes y te des una oportunidad, verás cómo cambian los resultados. Pero, ¡tienes que comenzar!

En tercer lugar, las benditas expectativas. Que son exageradas, que carecen de sustento. Porque si no has desarrollado la habilidad, si no tienes una rutina establecida, sino has creado tu propio método, más temprano que tarde te vas a frenar, te vas a bloquear. Pero, no porque te falten imaginación o creatividad, sino porque abordas la situación de manera equivocada.

No puedes pretender ser un campeón de tenis después de la primera clase, es claro. Escribir es, de muchas formas, algo similar al golf. ¿Alguna vez lo jugaste? Yo lo hago a nivel recreativo, con un nivel muy discreto, pero lo disfruto. Por eso, justamente por eso: porque es similar al proceso de escribir. Sobre todo, porque es un reto personal, porque el rival eres tú.

En una ronda de golf, puedes dar entre 65 y 140 golpes, si eres muy bueno o muy malo. Sin embargo, cada golpe es distinto, una nueva experiencia. Y pegarás algunos sobresalientes, de esos que no se olvidan, que justifican el tiempo invertido y que hacen olvidar los demás (los malos). Escribir es así: a veces lo haces muy bien y otras, sincera y tristemente mal.

Lo importante es que no te desanimes por los malos golpes (que, por supuesto, no son agradables y es difícil aprender a digerirlos), como tampoco por los malos escritos. En la medida en que perseveres, en que practiques, en que desarrolles la habilidad y tengas una rutina y un método propio, mejorarás. Quizás no llegues a ser un buen jugador, pero mejorarás.

Ah, y no olvides el último componente, que es indispensable: el mentor o el profesor, como prefieras llamarlo. Aunque no quiera ser competitivo, un golfista necesita de vez en cuando tomar unas clases, atender los consejos del profesional. Si eliges hacerlo por tu cuenta y riesgo, de manera intuitiva, te demorarás mucho en avanzar y disfrutarás mucho menos.

Comenzar a escribir sin que el proceso termine en una rápida frustración o que se convierta en una tortura es posible, créeme. Cualquiera lo puede hacer, ¡tú lo puedes hacer!, sin duda. Dejar atrás los miedos, aceptar el reto de escribir, de adentrarme en nuevos géneros y probar formatos distintos me ha permitido ser mejor escritor y, también, una mejor persona.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que a través de la escritura, de mi trabajo como escritor, como periodista, como copywriter, puedo cumplir el propósito de mi vida. No era el único camino para conseguir el objetivo, pero no me cabe duda de que es el más acertado y, como ya lo mencioné, el que más disfruto. Y al fin de cuentas de eso se trata la vida, ¿no?

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