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¡Perdí mi virginidad!, y estoy feliz: te cuento por qué

Después de casi cinco años trabajando en el ámbito del marketing, haciendo mis primeros pinitos como emprendedor, realicé mi primer webinar (Mi Primer Avatar: ¿cómo identificarlo, cómo definirlo?). Que, para quienes estamos en esta a veces incomprendida labor de trabajar en aquello que amamos y, de paso, ofrecer a otros nuestro conocimiento y experiencias, no es poco, no es un logro simple.

La vida no me dio hijos, pero mi profesión sí me brindó algunos. Los libros que publiqué en años anteriores (Colombia Mundial – De Uruguay 1930 a Brasil 2014, Santa Fe, la octava maravilla y Copa América: 100 años, 100 historias) son lo más parecido. Además, es un parto conseguir que alguna editorial se interese en tu producto y, además, encajar en su sistema (esta es la cesárea).

Desde que comencé a trabajar en marketing, por allá en octubre de 2016, una fecha que hoy se antoja lejana, sabía que este momento iba a llegar. No sabía cuándo, pero entendía que iba a llegar, que tenía que llegar. ¿Por qué? Porque tomar la decisión de convertirte en emprendedor va de la mano con salir de tu zona de confort y, especialmente, con no encontrar una parecida.

Por supuesto, cuando comienzas no sabes cuándo va a llegar, ni sabes cómo será el proceso. Tomé un camino quizás más largo (aunque, no exento de dificultades), concentrado en adquirir no solo el conocimiento necesario, sino la experiencia. Y, además, de aprender de las experiencias de los demás, de sus errores, de sus aciertos. Hasta que las circunstancias me trajeron hasta este punto.

La lección más valiosa de este proceso fue, sin duda, aquella de entender que mi conocimiento, mis experiencias, mi propósito y mis dones y talentos de nada sirven si no los aprovecho para ayudar a otros. En otras palabras: solo tienen sentido cuando ayudo a otros, si los utilizo para que otros descubran su potencial y lo aprovechen para lograr sus objetivos, para cristalizar sus sueños.

Y, no sobra decirlo, uno de mis sueños era hacer un webinar y vender uno de mis productos. Cuando te das a la tarea de compartir tu conocimiento, no puedes vivir de los elogios y, mucho menos, de los likes en las redes sociales. Ni los unos, ni los otros, te pagan las cuentas. Además, como dice mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, “un emprendimiento no es una ONG”.

No es fácil entender por qué en la primera etapa de tu camino como emprendedor, en la que por lo general el dinero no abunda, tienes que ofrecer algo gratis. Se antoja una contradicción, pero en realidad no lo es. La razón es que si compartes conocimiento y experiencias de valor a otros, si los ayudas, van a pensar “si esto tan poderoso me lo dio gratis, cómo será lo que me dará si le pago”.

Esa, por si no lo sabías, es una de las premisas que mueve al mercado. El problema, porque siempre hay un problema, es que muchos dan valor en un comienzo y luego, cuando venden, se niegan a hacerlo. Bien sea porque no cumplen lo prometido, porque no tienen más que aportar o, simple y tristemente, porque lo único que les interesaba era quedarse con tu dinero.

Por eso, una vez lo obtienen se esfuman, desaparecen como por arte de magia. Por supuesto, cada uno hace lo que considera correcto y cada uno, además, carga con las consecuencias de sus actos y de sus decisiones. De eso se trata la vida. Por eso, así mismo, me tomé un buen tiempo, casi cinco años, en prepararme antes de darme a la aventura de ofrecerte uno de mis productos.

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En este momento, justo en este momento, me siento preparado para aportar más valor a través de mi curso El Avatar: Del Amigo Imaginario Al Cliente Real. Ese, quizás lo sabes, quizás lo sientes, es uno de los mayores dolores del mercado, no solo porque es muy fuerte, sino porque afecta a muchas empresas (inclusive, las grandes), negocios y emprendimientos. ¡Es otra epidemia!

Hoy, en el siglo XXI, el marketing consiste en establecer una relación de intercambio de beneficios con el marcado, con todos y cada uno de tus clientes. Una relación basada en la confianza y la credibilidad, dos valores que surgen de tu genuino interés por ayudar a otros, por aprovechar lo que sabes y lo que has vivido para enseñarles a evitar los costosos errores que tú cometiste.

Hace unos años, como muchos otros, quizás como tú, mi vida entró en crisis. Colapsó poco a poco, tanto en lo personal como en la laboral, y caí en un profundo hoyo del que no fue fácil salir. Por fortuna, después de que había tocado mil y una puertas, por una se entreabrió. Un camino lleno de incertidumbre, en el que el miedo y el recuerdo de los fracasos pasados eran un lastre.

Sin embargo, por cuenta de esa maravillosa e indescifrable ley de equilibrio de la vida (que no es lo mismo que compensación), lo que tanta veces se negó en el pasado poco a poco fue surgiendo en el camino. Oportunidades de valioso aprendizaje, personas que te valoran y que agradecen lo que puedes hacer por ellas, otros emprendedores que te apoyan y, claro, clientes que te contratan.

Gracias a Dios, los que he tenido, los que tengo, son maravillosos. Su confianza y, sobre todo, lo que me han enseñado es invaluable. Durante este proceso, validaron mi conocimiento, mis experiencias, mis metodologías y mis productos; fueron ellos, justamente ellos, los que, aún sin percibirlo, me dieron el empujoncito para llegar a este feliz momento de perder la virginidad.

¿A dónde quiero llegar con esta reflexión que te comparto? A que, por si todavía no lo hiciste, te des cuenta de que el mejor día para comenzar a cumplir tus sueños es hoy. No importa cuál sea ese sueño que te quita la tranquilidad, que no te deja dormir tranquilo; no importa si antes lo intentaste y no funcionó, siempre hay una nueva oportunidad, siempre hay un buen día para comenzar.

Estoy completamente seguro de que tú, que lees estas líneas, posees valioso conocimiento y has vivido experiencias increíbles que ansías transmitirles a otros. Quizás no era tu momento, quizás no había llegado tu momento. A veces no es fácil de explicar, a veces no es fácil de entender. Sin embargo, siempre es posible comenzar. Un sueño solo se extingue cuando dejas de luchar por él.

Cuando empecé a trabajar en marketing, te confieso que no sabía nada, absolutamente nada. De hecho, los términos me asustaban, igual que la autoridad de aquellos a quienes escuchaba. Pero, eso, más que un obstáculo, fue un aliciente: me di a la tarea de aprender, de probar, de errar y volver a probar, hasta que me di cuenta de que había llegado el momento de dar el gran salto.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú también puedes hacerlo. En cualquier actividad de la vida. Tú puedes aprender a escribir como lo deseas, puedes desarrollar la habilidad y sobresalir del promedio, puedes construir mensajes poderosos que, en virtud de tu conocimiento y de tus experiencias, ayude a otros a transformar su vida. Tú también puedes perder la virginidad

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10 claves para aprovechar el poder de la sicología en tu mensaje

Una de las razones por las cuales a algunas personas les resulta tan difícil la tarea de escribir, inclusive un reporte de trabajo o un post para su blog personal, es porque creen que se trata solo de ser expertos en un tema específico. Y, claro, también poseer un adecuado dominio de las normas de ortografía y gramática. Todo esto es importante, sin duda, pero no es suficiente.

Escribir, no me canso de repetirlo, es una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar. Todos, absolutamente todos, aprendemos a escribir en el colegio, durante la primaria, y escribimos todos los días. Sin embargo, si deseamos avanzar, si deseamos llegar a un nivel superior al promedio, requerimos complementar esa habilidad natural. Hay que rodearla adecuadamente.

El conocimiento, lo sabemos, es el insumo básico. Sin conocimiento, es imposible escribir. O, de otra manera, lo más probable es que tu escrito carezca de profundidad y, por ende, no consiga llamar la atención del mercado. El problema, por siempre hay un problema, es que nos quedamos en el conocimiento técnico, de ese que no conecta con la audiencia, sino que, más bien, la repele.

Esto ocurre porque nos han convencido de que cuanto más funjamos como expertos, mejor nos valorarán. Y no es cierto. Hoy, el conocimiento, incluido el especializado, está al alcance de cualquiera y a unos pocos clics de distancia, inclusive gratuitamente, en internet. Entonces, no tiene sentido enredarse con términos rebuscados y mensajes densos que nadie entiende.

Las experiencias también cumplen una importante labor a la hora de escribir. ¿Por qué? Porque te aportan la información que requieres no solo para darle color a tu escrito, sino también para ser distinto del resto (y no más de lo mismo). Las experiencias te permiten, además, presentar tu visión personal, compartir con tus lectores lo que piensas, pero también lo que sientes.

Y eso, por si no te diste cuenta aún, es algo muy poderoso. De hecho, resulta insólito que son muchas las personas que se niegan el privilegio de escribir simplemente porque, piensan, no tienen nada que contar o, peor, que sus experiencias a nadie le interesan. Y no, no es así, en ninguno de estos dos casos: siempre alguien necesita lo que tú has vivido, tu aprendizaje.

Porque, y esto es importante que lo entiendas, todos vivimos experiencias similares. Que nos llegan en momentos distintos, en circunstancias distintas y que, por supuesto, resolvemos de manera distinta. En otras palabras, el dolor de fondo puede ser el mismo, lo que cambian son las manifestaciones en la vida de cada uno y, también, la respuesta que ofrecemos a esos hechos.

Por ejemplo, todos reaccionamos de una manera distinta a la pérdida de un ser querido. Para algunos es más fácil sobrellevar la situación y seguir adelante con su vida, mientras que para otros es un evento que provoca un traumatismo. O, igualmente, la noticia de que vas a ser padre: unos lo asumen como lo mejor que les pasó en la vida y otros, se llenan de temor por la responsabilidad.

Y así sucede en todas las actividades de la vida, en todas las situaciones a las que nos enfrentamos. Por eso, lo que hemos vivido es tan valioso para otros. Grábalo en tu mente: a la hora de escribir, no basta tu conocimiento; también requieres la valiosa información que surge de tus experiencias y, en especial, lo que aprendiste de esos sucesos. Son lecciones poderosas que puedes transmitir.

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La clave del éxito para que ese mensaje que transmites provoque el impacto que tú esperas, genere la acción que tú le pides a tu cliente (lector), radica en aquello con lo que lo rodeas. En marketing, un contenido tiene que estar bien escrito en dos sentidos. Primero, ortográfica y gramaticalmente; segundo, a nivel de persuasión, para poder conectar con las emociones.

Antes te decía que el buen escritor tenía que desarrollar habilidades complementarias a la de la escritura. Una de ellas es la sicología, una ciencia que es transversal tanto en la comunicación como en el marketing. La buena noticia es que, sin necesidad de cursar la carrera profesional, todos los seres humanos tenemos algo de sicólogos, aunque sea solo de modo inconsciente.

Si tienes un negocio, si alguna vez lo tuviste, coincidirás en que vender no es fácil. No lo es, entre otras razones, porque no nos enseñan a hacerlo. Seguimos el libreto que otros aplican, pero casi nunca nos funciona y, además, a veces olvidamos que hoy, en pleno siglo XXI, vender es algo muy distinto de lo que era hace 10 o 20 años. ¿Por qué? Porque el consumidor cambió radicalmente.

Es muy probable que hayas escuchado la frase “A todos los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan”. Bien, pues debes saber que es completamente cierta. Por eso, vender es cada vez más difícil, en especial cuando intentas la venta en frío (clientes que no te conocen, que aún no confían en ti) o cuando cometes el error de vender a la fuerza.

Hoy, lo que se impone es vender sin vender. ¿Sabes a qué me refiero? Hoy, lo que a tu cliente le interesa no es lo que vendes, tu producto o servicio, sino lo que eso que ofreces está en capacidad de hacer por él, su poder de transformación. Solo venderás si puedes responder a las preguntas clave del marketing: ¿Qué hay aquí para mí? y ¿Por qué he de elegirte a ti y no a la competencia?

Entonces, necesitas enfocarte en los beneficios de lo que ofreces, en los resultados específicos y comprobables que recibirá tu cliente si te elige a ti, si te compra a ti. En consecuencia, tu mensaje, tu contenido, debe enfocarse en vender sin vender, en persuadirlo (convencerlo) para que acepte tu propuesta. Es justo cuando copywriting y sicología conforman una poderosa alianza a tu servicio.

¿Cómo apoyarte en la sicología para crear un mensaje poderoso e impactante y vender más? A continuación, te relaciono algunas opciones que, sin duda, te serán útiles:

1.- Apunta a las emociones. La compra es una decisión emocional que luego justificamos de manera racional. Si no logras conectar con las emociones, no venderás. Así de sencillo

2.- Ve por el lado positivo. Si intentas vender utilizando el miedo y exacerbando el dolor más de lo necesario, lo único que conseguirás será generar rechazo. Recuerda: nadie compra un dolor

3.- Activa la imaginación. Utiliza el copywriting para conseguir que tu cliente se transporte en su imaginación al escenario ideal, aquel en el que ya solucionó su problema o acabó su dolor

4.- Resalta los beneficios. Olvídate de las características y concéntrate en los beneficios, que te ayudarán a derribar objeciones. El resultado, la transformación, es tu argumento más poderoso

5.- Sé honesto. Explícate a tu cliente que nada en la vida es gratis, que para obtener los beneficios que espera debe aportar lo suyo, pero hazle saber también que valdrá la pena el riesgo

6.- Exhibe autoridad. Si ya ayudaste a otras personas, si ya solucionaste su problema, sus testimonios son oro puro para ti. Te brindan credibilidad y te permiten diferenciarte

7.- Sé empático. Cada vez más, el mercado entiende aquello de experto como vendehúmo porque se da cuenta de que solo le quieres vender: utiliza la empatía para generar confianza y credibilidad

8.- Sé auténtico. Nadie pretende que seas perfecto, porque nadie lo es. Eso sí, el mercado exige que seas tal cual eres, que haya coherencia entre tu discurso y tus acciones

9.- Presiona un poco. Es necesario, por supuesto. Sin embargo, no abuses del recurso de la escasez o de la urgencia, porque puedes perder credibilidad. Siempre hay un límite que no debes superar

10.- Conecta con personas. Un robot (o algoritmo) nunca te va a comprar, así que no trabajes, no escribas, para las máquinas: hazlo para los seres humanos de carne y hueso; te lo recompensarán

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No son las palabras: los que venden son los beneficios (y algo más)

El poder de las palabras es infinito, en especial cuando llevan una carga negativa. La palabra justa en el momento indicado puede provocar una tragedia. Lo vivimos a diario, en nuestro entorno más cercano, el personal y/o el laboral, en especial cuando nos dejamos llevar por la emociones, que son traicioneras y traviesas. Y, si eres emprendedor o dueño de un negocio, con el mercado.

¿Sabes cuál es la razón por la cual tantos negocios y emprendedores no consiguen su objetivo de vender? Quizás tienen un buen producto o servicio que satisface una necesidad del mercado. Sin embargo, no venden. ¿Por qué? Porque fallan en el primera de las 3M del marketing que son la clave del éxito de tus estrategias. ¿Sabes a qué me refiero? Al mensaje que has construido.

Las 3M del marketing son las tres primeras de las 8 reglas de los emprendedores exitosos, el magistral libro de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza (si no lo tienes, te lo superrecomiendo; lo puedes descargar gratis). ¿Sabes cuáles son las 3M? Mensaje, mercado y medio. Como él bien dice, se trata de un trípode, de una mesa de tres patas: si alguna falta, el trípode y la mesa se caen.

Vamos a comenzar por el final: el medio. Actualmente, muchas personas están convencidas de que el único medio que existe es internet y, peor aún, de que en internet los únicos canales válidos son las redes sociales. Ni lo uno, ni lo otro. Especialmente en nuestros países subdesarrollados y de regiones, los medios tradicionales (radio, tv, prensa escrita, volantes) siguen siendo efectivos.

No puedes asumir, así porque sí, que si publicas en las redes sociales tu mensaje llegará a tu público objetivo, a tus clientes potenciales. Menos, en estos tiempos de algoritmos caprichosos que cambian con frecuencia las reglas del juego y, sobre todo, que te obligan a pagar publicidad para recibir la visibilidad que requieres. Además, hay que ver si tus clientes están allí, en esas redes.

Por supuesto, el medio estará determinado por aquello que ofreces, un producto o un servicio, y también por el formato que eliges para presentarlo. Hoy, lo que se impone es el multiformato, es decir, diferentes opciones de consumo: texto (e-book, libro impreso, web), video (webinar, curso, transmisiones en tiempo real), audio (pódcast) o, inclusive, transmedia (combinación de todos).

Está también el mercado, que suele ser el gran quebradero de cabeza de la mayoría. ¿Por qué? Bien sea porque ni siquiera se toman la molestia de definir a sus clientes ideales (avatares), que dicho sea de paso no es uno solo, bien porque esa definición no es la correcta o es incompleta. La clave del éxito en este tema es la segmentación, lo específico, pero ellos eligen el camino de lo general.

Entonces, ¿qué sucede? Que cuando emiten su mensaje, que puede ser el correcto y lo hacen a través de los medios correctos, no reciben respuesta alguna. Es probable que nadie lo escuche, lo vea o lo lea, o simplemente que ni siquiera le preste atención. ¿Por qué? Porque no se identifican con ese mensaje, porque ese producto/servicio no es la solución al problema que las aqueja.

Definir el mercado al que le comunicarás tu mensaje, tu oferta, tiene más que ver con cirugía con precisión láser que con un juego de tiro al blanco. Sin embargo, tristemente, la mayoría de los dueños de negocio y emprendedores juegan al tiro al blanco y, además, con mala puntería. El resultado es que casi nunca, o nunca, impactan en la diana (el blanco) y terminan aburridos.

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El comienzo de todo, no obstante, es el mensaje. Qué quieres comunicar y a quién se lo vas a comunicar son los aspectos más importantes. Un qué y un quién que determinan el cómo, es decir, el estilo que debes utilizar. Que no puede ser producto de un capricho, o de lo que tú crees que debe ser o, peor aún, de lo que responde a la bendita tendencia de turno del mercado.

Antes de pensar en tu producto, antes de pensar en el nombre de tu negocio y/o producto, antes de fijar el precio de lo que ofreces, necesitas definir tu mensaje. ¿Cómo te vas a presentar al mercado? ¿Cómo quieres que te perciba el mercado? ¿Cuál será el tono de tus comunicaciones? ¿Qué te hace diferente del resto de opciones del mercado? ¿Cuál es tu propuesta de valor?

Cuando consigues crear un mensaje poderoso y de impacto, capaz de conectar con las emociones de tu mercado, de tus clientes potenciales, y generar identificación a través de la empatía, lo demás vendrá por añadidura. Incluida, la venta, por supuesto. Un mensaje poderoso y de impacto, además, es imprescindible para establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado.

El problema, porque siempre hay un problema, es que la mayoría de los dueños de negocios y emprendedores cae en la trampa fácil del copy mágico. Que, claro está, no existe, es una mentira. El copy no es magia, como tampoco hay un copy perfecto. Y, cuidado, por favor, no creas en que venderás millones de dólares si utilizas determinadas palabras o, peor aún, las benditas plantillas.

Increíble, Revolucionario, Exclusivo, Nuevo, Fácil, Gratis, Mejor y otras tantas más que vemos con frecuencia en titulares y textos. Las famosas palabras clave (keywords) que, nos dicen, obran milagros, pero no es verdad. La realidad es que son palabras que te ayudan a atraer la atención de tu cliente potencial, que despiertan tu curiosidad, pero que no sirven si más adelante no hay algo más.

¿Y qué es algo más? Aquello por lo que esa persona, ese cliente potencial, acude a ti: la solución al problema que la aqueja, la cura para el dolor que le quita el sueño y, sobre todo, la transformación que desea en su vida. En el mercado abundan quienes son hábiles para llamar la atención y despertar la curiosidad con un copy creativo, pero a la larga son víctimas de su propia mentira.

Un mensaje poderoso y de impacto, honesto y genuino, se enfocar en estos 4 aspectos:

1.- Beneficios. No las características de tu producto o servicio, sino los beneficios que le aportará a tu cliente. ¿Cómo mejorará su vida? ¿En cuánto tiempo? ¿Qué necesita para alcanzar el resultado que prometes? El beneficio, en últimas, es la razón por la cual ese cliente potencial te elegirá a ti y no a tu competencia. Ese factor está estrechamente relacionado con tu propuesta de valor.

2.- Emociones. A los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan. Salvo que, claro, el mensaje consiga conectar con las emociones, nuestro punto débil. ¿Por qué? Porque no las podemos controlar, porque aparecen espontáneamente sin que podamos impedirlo. Y no olvides que la compra es la respuesta a un impulso emocional que después justificamos de manera racional.

3.- Experiencias. El proceso que tú viviste antes de encontrar la solución, la que ahora le ofreces al mercado, es parte importante de tu mensaje. La virtud de esas vivencias, de las dificultades que enfrentaste, de los errores que cometiste y del aprendizaje que surgió de ellos, es que transmiten confianza y credibilidad. Le dicen al mercado que tú ya pasaste por esa situación y la superaste.

4.- Transformación. El mensaje de oferta debe enfocarse en responder la pregunta clave del marketing: ¿Qué hay aquí para mí? La transformación es el fruto de los beneficios de tu producto o servicio. El objetivo es que, a través de la imaginación y la creatividad, lleves a tu cliente potencial a ese escenario ideal en el que quiere estar, a ese lugar adonde él quiere llegar.

El poder de las palabras es infinito, al punto que la palabra justa en el momento indicado puede provocar una tragedia. Ten cuidado cuáles escoges, porque es en el ámbito de los negocios es muy fácil confundir un mensaje poderoso y de impacto con un copy creativo, pero vacío, palabras pomposas, sonoras, pero de esas livianas que se las lleva el viento y detrás de las cuales no hay algo más.

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¡Cuidado!: no creas todo lo que se dice del ‘copywriting’

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Se trata, más bien, de una de las técnicas de escritura persuasiva más poderosas que hay y, lo más importante, un recurso del que hoy, en el marketing del siglo XXI, no puedes prescindir. Esa es la realidad.

El problema, porque siempre hay un problema, es que el copywriting se puso de moda. Que, en estos tiempos de revolución digital, se asimila a palabra de Dios. La verdad, simple y llana, es que al copywriting lo podemos considerar el tatarabuelo de internet porque está con nosotros desde hace más de 125 años (como mínimo) y nos ha servido de diversas formas a través de la historia.

Entonces, no es como tantos dicen por ahí, que gracias a internet apareció el copywriting. Lo que sucede, y quizás no lo sabías, es que el copywriting es un buen tipo, modesto y servicial al que no le gusta aparecer en los primeros planos. Conoce sus fortalezas, sabe cuáles son sus poderes y prefiere mantenerse tras bambalinas, no se incomoda porque otros se roben el show.

El copywriting, desde siempre, estuvo ligado a la publicidad, pero también con fuertes lazos con la literatura, con el periodismo y, en esencia, con cualquier especialidad en la que se requiera construir y transmitir un mensaje persuasivo. Lo mejor es que todos los seres humanos usamos el copywriting cada día, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente.

Por ejemplo, si eres padre y tienes problemas para que tu hijo se coma lo que cocinaste, recurres al copywriting. ¿Cómo? Le dices “Hijo, si no te comes el plato que tienes en la mesa, no vas a salir a jugar al parque con tus amigos y tampoco vas a poder ir al entrenamiento del equipo de fútbol”. Palabras más, palabras menos, este es un mensaje que repites con frecuencia, sin darte cuenta.

¿Y cuál es el resultado? Que la mayoría de las veces, casi siempre, tu hijo se come lo que le preparaste. Inclusive, a regañadientes, pero lo consume. ¿Por qué? Porque tu mensaje fue persuasivo, es decir, estaba armado con poderosos argumentos que derribaron sus objeciones y provocaron la acción que tú esperabas. En eso, exactamente en eso, consiste el copywriting.

Desvelemos la primera mentira: el copywriting no es solo para vender. Vender es una de las tantas posibilidades que nos brinda esta poderosa técnica, pero no es la única. Y, a mi juicio, tampoco es la más valiosa. El fin del copywriting es persuadir, es decir, generar acciones específicas por parte del receptor, acciones que, como vimos en el ejemplo anterior, no se limitan al marketing.

Esto significa que cualquier ser humano es, en esencia, un copywriter (de la misma manera que, también, somos storytellers). Cada día, todo el día, emitimos mensajes persuasivos cuando hablamos con los compañeros de trabajo, con el jefe, con nuestra pareja, con los amigos. Y también es copywriting el que hace el sacerdote desde el altar o el médico en su consultorio.

¿Lo sabías? Como lo mencioné en la nota ¿Quieres escribir buenas historias? Lee la Biblia y escucha rancheras, los autores del libro de cabecera de los católicos pueden ser considerados los pioneros del storytelling y, por ende, del copywriting. Sus mensajes no estaban destinados a vender, sino a persuadir, a generar una conducta o una acción específica por parte de los creyentes.

Así mismo, la reflexión del sacerdote después de leer el evangelio es puro copywriting. Un mensaje que nos invita pensar, a meditar, y que nos invita a ejecutar a una acción específica. Un mensaje que, además, nos desvela otra de las poderosas características del copywriting: la conexión con las emociones, con las creencias, con la visión que tenemos de la vida en el plano espiritual.

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En el consultorio médico, no es muy distinto. Llegas allí porque te sientes un poco cansado y el especialista ordena que te practiques unos exámenes de laboratorio. Cuando llevas los resultados, comienza el sermón cargado de copywriting: “Mire, don Carlos, si no se cuida, después la va a pasar muy mal. Tiene que cambiar sus hábitos o, de lo contrario, me va a visitar muy seguido”.

Los médicos se volvieron excelentes dramaturgos, dignos discípulos del maestro del terror Alfred Hitchcock. Con su lenguaje técnico que la mayoría de los seres humanos no comprendemos, y con argumentos que se nos antojan traídos de los cabellos, logran convencernos, consiguen que desaprendamos los malos hábitos y adoptemos unos nuevos, saludables. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la segunda mentira: no necesitas ser periodista, publicista o escritor para sacar provecho del copywriting. Si lo quieres dominar, si lo vas a utilizar para construir tu mensaje de ventas, requieres conocimiento, preparación y, sobre todo, práctica. Por eso, no creas eso de que es un arte, una frase manida que nos quiere vender la idea de que es un privilegio de pocos.

La música, por si no lo sabías, es otra poderosa forma de copywriting. Muy poderosa, porque además del contenido de la letra incorpora otro elemento persuasivo: la melodía. Hay pocas cosas en el mundo que conecten tan intensamente con las emociones como una canción, que tiene la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo, hacernos llorar o poner a volar la imaginación.

Hay canciones que nos transportan al pasado, que nos permiten revivir recuerdos, felices o dolorosos. Hay canciones que nos empoderan y nos llenan de vitalidad para luchar por lo que anhelamos. Hay canciones que provocan que nuestras emociones afloren en estado puro y nos induzcan a realizar determinadas acciones, una de las cuales es comprar. ¡Puro copywriting!

Desvelemos, entonces, la tercera mentira: copywriting no es escribir frases pomposas, llenas de adjetivos y sentencias lógicas. De hecho, la lógica no funciona en el copywriting, porque está conectada con lo racional, no con lo emocional. Y las frases rimbombantes carecen de poder y su efecto se esfuma con rapidez. Tampoco es jugar las adivinanzas, como hoy hacen los medios.

Cuando más simple y preciso sea tu mensaje, más poderos será, mayor impacto producirá. Esto sí es copywriting. Por eso, ten cuidado al usar palabras tan trilladas como ¡Atención!, ¡Urgente!, Único, Gratis, Exclusivo, Fórmula perfecta, Magia, Tendencias o Secreto, entre otras. En la mayoría de las ocasiones, son falsas promesas: lo que hay detrás de ellas no honra la expectativa creada.

Son tantas las mentiras que se dicen en torno al copywriting, que a veces pienso que el propio copywriting es una mentira. Sin embargo, no es así, por supuesto que no es así. Por fortuna que no es así. Se trata más bien, de un recurso que todos usamos a diario en todas las actividades de la vida, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente. ¡Y esa es clave!

Un buen copywriter es aquel que no solo tiene el conocimiento necesario (que no es ciencia ficción) y que, en especial, en virtud de la práctica ha desarrollado la habilidad de conectar con las emociones de aquellos a quienes comunica su mensaje. Entonces, por favor, no creas las mentiras que se dicen acerca del copywriting y, más bien, aprovecha su poder y disfruta sus beneficios.

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Porqué escribir es un ‘acto de fe’ y cómo aprovecharlo

El primer crítico de tus escritos, y el más duro, siempre serás tú mismo. ¿Por qué? Porque quieres producir el texto perfecto, aquel que le guste a todo el mundo. Y esa autoexigencia, que además se sustenta en una percepción meramente subjetiva (y, por ende, cuestionable), se convierte en el principal obstáculo: prefieres dejar de escribir con tal de no recibir críticas negativas.

El fondo del asunto es el ego, el miedo al qué dirán. Como en cualquier otra actividad de la vida, nos preocupa obtener la aprobación de los demás, su visto bueno a lo que hacemos. Esta, quizás lo sabes, quizás lo has vivido, no es una buena estrategia. ¿Por qué? Porque nunca vas a conseguir que todos te digan que les gusta tu trabajo, porque siempre habrá alguna opinión contraria.

Y está bien, porque nada en la vida es absoluto. Además, y esto es algo que solo aprendes con la experiencia, cuando te despojas de tus miedos y ofreces tu trabajo al mercado, no puedes controlar cómo el lector, cómo tu audiencia, reacciona a tu texto. Algunas veces lo celebrará; otras, lo mirará con indiferencia (ni fu, ni fa) y algunas más su retroalimentación será negativa.

No es posible complacerlos a todos, esa es la realidad. Y, además, tampoco puede ser el objetivo de tus textos porque, entonces, te vas a volver loco. Cuando te lanzas a la aventura de escribir, no importa qué tipo de textos, tienes que aprender una de las claves del éxito: cuando estás en la fase de producción, mientras escribes, tu mente debe enfocarse en un solo lector.

El problema de la inseguridad, de las indecisiones, de los cambios repentinos de rumbo y de la insatisfacción con tu trabajo comienza cuando te obsesionas con la idea de que te lean miles de personas. Sí, que tu obra sea un gran best seller y tu nombre aparezca en los titulares de los grandes medios, que consigas ser una celebridad y tu nombre será reconocido por doquier.

Es posible que esto suceda, como también es posible que te ganes el premio gordo de la lotería. La opción es quizás de una en un millón, pero existe. Sin embargo, si eliges este camino lo más seguro es que termines frustrado. No te lo recomiendo. Repito: en el momento de escribir, tu mente debe enfocarse en un solo lector, debes convencerte de que solo una persona leerá lo que escribiste.

Pensarás, “¿Qué sentido tiene dedicar tiempo a escribir un texto que solo va a leer una persona?”. La respuesta es simple: tiene mucho sentido. ¿Cómo? Si esa única persona que lee tu contenido lo aprecia y lo agradece, tu esfuerzo creativo habrá valido la pena al ciento por ciento. Además, si le gustó, si aprendió algo, si los minutos que le dedicó fueron provechosos, lo recomendará.

El éxito de un contenido, de un texto, está determinado fundamentalmente por dos factores: la calidad y la oportunidad. La calidad no solo en lo relacionado con una buena ortografía, una puntuación clara y un manejo adecuado del idioma, sino también con la calidad de la idea que motivó esas líneas y, en especial, con la calidad de las ideas que la complementan y sustentan.

La oportunidad consiste en que es justo lo que tus lectores esperaban, lo que necesitaban leer y acerca de ese tema específico. Es como cuando vas a bailar a la discoteca con tu pareja y tus amigos y suena esa canción que toca tus fibras: las emociones son incontrolables. Aprender a escribir lo necesario en el momento indicado es una habilidad que le da valor a tu contenido.

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Es probable que coincidas conmigo en que la gran mayoría de los contenidos que recibimos a diario, incluidos los de los medios de comunicación, pecan por dos razones. La primera, por la falta de profundidad, que se manifiesta en argumentos simples, en frases manidas, en lugares comunes y sentencias contundentes, fáciles. Son textos que no te dicen nada, no te aportan nada.

En segunda instancia, los sesgos (que cada vez son más extremos). Tristemente, ya casi nadie escribe para entretener, para educar, para construir, sino que casi todos están al servicio de alguien, de un interés particular. Entonces, la visión que nos ofrecen esos escritos está amañada, distorsionada. Son contenidos creados para manipular y que buscan el beneficio de unos pocos.

Un texto de calidad, sin importar cuál sea el tema, se abre las puertas solo. Piensa en el último libro que leíste y que te encantó: también fue del agrado de cientos, miles o quizás millones de personas que encontraron gran valor en su contenido, que se identificaron con el mensaje, que se congraciaron por el tiempo que le dedicaron. Es, en sentido similar, la magia que tiene la radio.

Cuando tú estás en la cabina, no sabes cuánta gente te escucha, no sabes si alguien te escucha. Es una especie de acto de fe: tú crees que muchas personas te escuchas, pero nunca sabes cuántas. Y menos en estos tiempos de internet, en los que contamos con una poderosa tecnología que nos permite conectarnos con medios y canales de cualquier parte del mundo en cualquier momento.

Sin embargo, ese acto de fe te motiva, te inspira, te llena de convicción y haces tu trabajo como si fueran cientos las personas que te escuchas, como si fueran miles, como si fueran millones. Al final, cuando terminas tu programa y sales del estudio, te invade una sensación de tranquilidad y satisfacción al saber que al menos una persona, solo una, te escuchó. Créeme, es pura magia.

Tengo que confesarte, en todo caso, que ese acto de fe encierra un miedo terrible: “¿Qué tal que nadie me escuche (o lea)?”. Es algo inevitable, pero con el tiempo esa sensación se diluye. Además, porque vas a encontrar personas que te van a decir que te escucharon o te leyeron y que les gustó el contenido, que fue enriquecedor, que agradecen haberlo recibido. Eso también es magia.

Moraleja: el texto perfecto no existe, nunca nadie lo escribió, ni lo escribirá. Así mismo, siempre habrá personas a las que no les gustará tu trabajo, aunque esté muy bien. Escribir es como la vida misma: hay días excelentes, buenos, regulares, malos y esos que no quieres recordar. Por eso, es menester aprender que no todos tus textos serán tan buenos como te gustaría. No te mortifiques.

¿Por qué sucede esto? Porque los seres humanos, en esencia, somos emocionales. Permitimos que lo que sucede a nuestro alrededor nos afecte, determine un estado de ánimo y, lo peor, que condiciones nuestras decisiones. Cuando estamos en las buenas, vemos de manera favorable algo que la mayoría de las veces no nos agrada, o viceversa. Y lo mismo ocurre con lo que escribimos.

El primer crítico de tus escritos, y el más duro, siempre serás tú mismo. Eso significa que debes desarrollar la tolerancia para entender y, sobre todo, aceptar, que hay días buenos y días malos. Si quieres que los buenos sean más que los malos, no hay más remedio que trabajar: debes escribir y escribir. Cuanto más desarrolles la habilidad y exprimas tu imaginación, mejor será el resultado.

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¿Cómo atrapar a los lectores en tus redes (pero, no las sociales)?

Vivimos, cada vez más, en medio de un diálogo de sordos. Muchos que hablan y hablan, aunque tienen poco por decir (o lo que dicen carece de valor). Pocos que saben escuchar y, entonces, no son capaces de entender el mensaje que reciben o, peor, lo confunden, lo distorsionan. Muchos que quieren ser escuchados, que tienen algo valioso que decir, pero no saben cómo hacerlo.

Si eres de aquellos que hablan y hablan, pero no dicen nada, en algún momento tendrás que aceptar que nadie te escucha. Tu mensaje, lamentablemente, no llamó la atención y, aunque grites, aunque utilices parlantes (bocinas) poderosos, aunque hagas mucho ruido, nadie te va a escuchar. O, en el mejor de los casos, te escucharán un rato y después te van a silenciar.

Si eres de los que no saben escuchar, difícilmente podrás apreciar el valor del mensaje que recibes. Quizás sea algo poderoso, quizás sea algo muy útil, quizás sea lo que esperas desde hace rato, pero no lo vas a escuchar porque estás más preocupado por refutar, por controvertir. Es probable que no hayas caído en cuenta de que la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca.

Cualquiera de estos dos que sea tu bando, estás en el lugar equivocado. Cualquiera de estos dos que sea tu bando, solo aportas ruido, más ruido. Y la gente, la mayoría de las personas, está harta del ruido. Quiere huir del ruido. Además, quiere huir de los mensajes vacíos, de los manipulados, de los distorsionados para favorecer una causa ajena, a alguien específico a un interés particular.

El gran problema, si perteneces a alguno de estos dos bandos, es que vas en contravía. El mundo, hoy, requiere otra actitud, necesita acabar con más de lo mismo. Eres parte de la solución o eres parte del problema, no hay más alternativas. Por supuesto, se trata de una elección, de una decisión que a veces no es consciente, pero de la que igual tienes que asumir las consecuencias.

Finalmente, hay otro grupo, conformado por quieren ser escuchados, que tienen algo valioso que decir, pero no saben cómo hacerlo. Si eres parte de esta comunidad, no debes preocuparte tanto. Al fin y al cabo, como cualquier ser humano estás en capacidad de aprender lo que quieras, de desarrollar la habilidad que quieras y necesites. Solo necesitas disposición y una buena guía.

Bueno, además de trabajo, de mucho trabajo, porque significa cambiar el chip, alejarte de esos ambientes (y personas) tóxicos que nada te aportan, que te mantienen ocupado en actividades que no son productivas, ni sanas. También debes decirles no a los pensamientos negativos que te invitan a procrastinar, a tirar la toalla, a renunciar a tus sueños, a malgastar tus energías.

Hago énfasis en este punto porque no puedo engañarte, no puede hacerte (como tantos otros) el mal de decirte que es fácil, que es rápido, que con tan solo una plantilla vas a conseguir crear un mensaje poderoso y de impacto. Quizás tengas tanta suerte que lo logres una o dos veces, pero a la tercera te darás cuenta de que nadie te escucha. ¿Por qué? Porque eres más de lo mismo.

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A este punto se llega, básicamente, cuando cometes estos clásicos errores:

1.- Tu mensaje no es claro. No porque hables mucho, porque emitas muchos mensajes o los reiteres vas a conseguir que te presten atención o que te escuchen. Recuerda que vivimos en la era de la infoxicación y de las fake-news, que son una epidemia contagiosa y muy peligrosa. Todos, absolutamente todos, recibimos cientos de mensajes a diario a través de múltiples medios.

Muchos, la mayoría de ellos, solo tienen un objetivo: venderte. A veces, algo que no necesitas o que no tienes interés en adquirir. El problema es que en esa maraña de mensajes se pierden los que sí nos aportan, los que sí tienen valor, los que sí queremos ver (o leer o escuchar). Se pierden porque no saben diferenciarse, porque no son claro, porque van dirigidos a todos y a ninguno.

2.- Tu mensaje es vacío. Está construido a partir de fórmulas manidas, con frases sonoras que carecen de profundidad, que no aportan contenido de valor, palabras que se las lleva el viento. Este es un error costoso porque es como una carga de dinamita que explota la confianza y la credibilidad que debes establecer con el mercado, con todos y cada uno de quienes te escuchan.

Los mensajes vacíos se caracterizan por las frases rimbombantes, por el exceso de adjetivos sin sentido, porque dan vueltas y vueltas, pero nunca aterrizan, nunca te aportan algo. Además, son mensajes imperativos, que intentan promover una acción específica, pero no la justifican. Así mismo, te dicen que la vas a pasar muy mal si no lo haces, quieren convencerte a través del miedo.

3.- Tu mensaje es egocéntrico. Ay, esta es otra epidemia y, lo peor, no hay cura para ella. ¿Por qué? Porque está muy arraigada en nuestros hábitos, tatuada en nuestro cerebro. Desde que somos niños, nos enseñan a hablar desde el YO, desde el odioso yo, y nos lo refuerzan con el ejemplo: todo el tiempo, escuchamos a todos hablar de sí mismos, de sus hazañas y logros.

La verdad, la cruda verdad, es que eso a nadie le interesa. ¡A nadie! Y, lo peor, es que en vez de aportarle valor a tu mensaje se lo resta. Lo que el mundo quiere escuchar, lo que el mundo necesita escuchar, es la solución a los problemas que aquejan a las personas, los que les quita el sueño en las noches. Si te enfocas en hablar de ti, nadie sabrá si en realidad tienes la solución.

4.- Solo quieres vender (y vender). Hay una premisa que muchos desconocen o, peor, pasan por alto: aquella de que a todos los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan. Tanto, que ni siquiera cuando estás en la tienda quieres que te molesten, que alguien llegue a darte un empujoncito cuando ni siquiera sabes qué quieres, no sabes si comprarás.

Los mensajes que se enfocan única y exclusivamente en vender no solo son molestos, sino que producen el efecto contrario al esperado: los repelemos, los bloqueamos, los marcamos como spam. Transmite beneficios, transmite transformación, transmite bienestar y felicidad y verás cómo el mercado querrá escucharte una y otra vez, cómo tus mensajes son bien acogidos.

5.- Tu mensaje no incorpora CTA, ni moraleja. Un poco la consecuencia de todas las anteriores opciones, la sumatoria de ellas. Un mensaje sin call to action (CTA, llamado a la acción) o cuyo CTA sea solo la venta perderá impacto, salvo que sea la solución que el receptor espera y necesita. Sin embargo, la mayoría de las veces es solo un injustificado y poco convincente ahora o nunca.

De igual forma, un mensaje sin moraleja corre el riesgo de ser malinterpretado o distorsionado. La moraleja es la conclusión, la enseñanza, el aprendizaje que nos deja ese mensaje. Y es conveniente que lo hagas tú, conocedor del tema y primer interesado en que tu mensaje produzca el impacto que buscas. La moraleja, además, ata los cabos sueltos y cierra el círculo de tu historia o relato.

Si lo que quieres es atrapar a tu lector (o audiencia) en tus redes (pero, no las sociales), tienes que ser más como un pescador. Requieres conocer tu escenario, tu receptor y preparar la carnada adecuada para que los peces piquen. No es tirar a red a ver qué cae, sino configurar un mensaje poderoso, positivo, creativo e inspirador que ayude a otros, que les aporte valor a otros.

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No te obsesiones con ‘la gran historia’: aprovecha las buenas historias

La vida no es una historia. Más bien, es una sucesión, la sumatoria de cientos de miles de historias que se producen sin cesar. A cada minuto, a cada segundo, si has desarrollado la sensibilidad que se necesita para descubrirlas, encontrarás historias dignas de contar. No necesitas ser un escritor o tener un blog o un negocio porque dentro de todos los seres humanos hay un relator innato.

Todas las personas, absolutamente todas, tenemos historias fascinantes para contar. Que no necesariamente están relacionadas con hechos heroicos o sucesos trascendentales, sino más bien con esos pequeños momentos de la vida que dejan huella. Por ejemplo, el recuerdo del día que le diste el primer beso a esa persona que hoy es tu pareja, tu compañero en la aventura de la vida.

Esa, créeme, es una historia digna de contar y que, además, te encantará contar mil y una veces. Sin embargo, tendemos a creer que eso a nadie le importará. Y quizás sea cierto que no tengas que escribir un libro sobre aquel momento, pero para tu pareja, para tu familia, para tus amigos y quienes te aprecian y admiran, ese momento mágico es algo especial que vale la pena revivir.

Haz memoria de cuando eras niño o, más bien, fíjate en lo que hacen tus hijos: te cuentan mil y una veces que fueron los héroes del equipo de su curso porque anotaron el gol que les dio el título en el torneo del colegio. O, quizás, te repitan sin cesar cuán felices están porque obtuvieron una nota sobresaliente en la Feria de la Ciencia con un proyecto que presentaron con sus amigos.

La mayoría de las personas piensan que no saben contar historias o que sus historias no valen la pena simplemente porque están a la espera de la gran historia. Una que trascienda su ámbito y marque un antes y un después en su vida, como la de Aureliano Buendía, uno de los icónicos personajes de Cien años de soledad, la obra cumbre del permio Nobel Gabriel García Márquez.

Y, no, no sucede así. Esa, la de Aureliano Buendía, es una historia en un millón, es como ganarse el premio mayor de la lotería. Si estás obsesionado con una gran historia, lo único que conseguirás es perder la oportunidad de apreciar las buenas historias que hay a tu alrededor y que merecen ser contadas. La gran historia, además, surge después de que cuentas cientos de buenas historias.

El secreto de un buen contador de historias es que ve buenas historias por doquier, en las situaciones más simples, en aquellas que pasan inadvertidas para la mayoría. Esta, por supuesto, es una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar, siempre y cuando haga uso de dos de los más poderosos recursos que le regaló la naturaleza: ojos y oídos, observar y escuchar.

¿Cómo puedes saber si posees esa habilidad, si ya la desarrollaste? Sal un día de tu casa y ve al parque más cercano; siéntate cerca del lugar donde más personas se hayan concentrado y, por al menos 15 minutos, limítate a escuchar y a observar. Trata de percibir los sonidos, de escuchar las conversaciones, de ver las reacciones a determinados estímulos, de identificar comportamientos.

Si haces la tarea con juicio, no tardarás en darte cuenta de que tu mente se activa con una gran sensibilidad. El resultado es que tu imaginación comienza a volar, recuerdas episodios pasados de tu vida similares a los que acabas de observar y no solo los recreas, sino que creas historias nuevas basadas en esos acontecimientos. Esa es la forma en la que funciona la mente de un escritor.

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Y no porque posea un don o porque tenga un poder especial. Es, simplemente, porque desarrolló la capacidad de traer al plano consciente algo que para la gran mayoría de los seres humanos es inconsciente. Es porque su capacidad de observación y escucha está más afinada, porque aprendió a ver aquellos pequeños detalles que la mayoría pasa por alto, también porque es paciente.

Otra característica distintiva de los buenos contadores de historia es que saben apreciar cuáles son las buenas historias y diferenciarlas del resto, de las que son comunes y corrientes. Por supuesto, y aunque suene a la repetición de la repetidera, no es un don, sino una habilidad. Es como el catador de vino o café, que desarrolla los sentidos del olfato y del gusto en un nivel superlativo.

Tan pronto se encuentran la historia, perciben aquello que la hace distinta, descubren ángulos inéditos para contarla y deleitar a quienes las escuchan, las leen o las ven. Entienden cuál es la mejor forma de transmitirlas para que se transformen en un mensaje poderoso, de valor, que quienes las reciben agradezcan y quieran recordar una y otra vez. Son historias memorables.

Las dos características o cualidades más valiosas y poderosas de un contador de historias son, sin embargo, la capacidad para compartirlas, por un lado, y el propósito que le impregnan a cada una de sus historias, por otro. Por supuesto, las grandes historias, aquellas que dejan huella y se vuelven eternas son aquellas que consiguen reunir estas dos cualidades en un mismo relato.

A los seres humanos nos enseñan a poseer, a atesorar, y nos convertimos en acumuladores compulsivos. Creemos que esos objetos o recuerdos son valiosos en la medida en que estén en nuestro poder, cuando es justamente lo contrario: su valor aumenta cuando los compartimos, cuando se los entregamos a otros. Una historia solo es una gran historia cuando la compartes.

Es como una canción o un libro: adquiere su verdadero valor cuando es escuchada por tu audiencia, cuando tus seguidores se aprenden la letra y la cantan una y otra vez. El libro, cuando lo lees una o varias veces y hablas de él con tu pareja, con tus amigos, y les recomiendas que lo lean también. Tu historia se potencia, su valor se multiplica solo en la medida en que otros la conocen.

Por otro lado, una gran historia es aquella que puede dejar una huella. Hay relatos divertidos o didácticos que nos interesan cuando los escuchamos, pero que rápidamente pasan al olvido. En cambio, una gran historia tiene la capacidad de perdurar en el tiempo cuando cumple un propósito, cuando tiene un para qué definido, cuando es útil a la persona con quien la compartes.

Es el caso de las historias que nos inspiran, que nos llevan a reflexionar, esas que queremos compartir apenas las escuchamos. Como cuando recibes una buena noticia, por ejemplo, que vas a ser padre, y deseas que todo el mundo se entere. O, quizás, cuando el médico te informa que tu padre respondió favorablemente al tratamiento y se curó de la enfermedad que padecía.

La vida no es una historia. Más bien, es una sucesión, la sumatoria de cientos de miles de historias que se producen sin cesar. A cada minuto, a cada segundo. Si consigues desarrollar la habilidad para encontrar las buenas historias, no tardarás en descubrir también las grandes historias. Luego, tu tarea es establecer su propósito y compartirlas porque solo serán valiosas si dejan de ser tuyas.

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¿Tus textos carecen de profundidad? Esta es la razón (y la solución)

¿Sabes cuál es el error más común en la mayoría de los textos que llegan a tus manos? La falta de profundidad. Casi todos, prácticamente todos, pecan por esto: pretenden ser como una piscina olímpica de clavados, que puede llegar a tener una profundidad de 5,40 m, pero en realidad son como una pileta para bebés, que no debe superar los 1,20 m. Son textos vacíos, de vida efímera.

Y, para que no te vayas a sentir mal si sientes que formas parte de esa gran mayoría, te cuento algo: es un problema que se manifiesta hasta en los medios de comunicación. Escudados en la idea de que “hoy la gente no lee”, a pesar de que las estadísticas de lectura, en especial en el formato en papel, van en ascenso, sacan a relucir esta excusa. Que, en todo caso, no esconde el problema.

La inmediatez, la maldita obsesión por la chiva y el aprendizaje de prácticas poco profesionales son, entre otras, las razones de esa grave enfermedad de los textos. Se trata de contenidos que no nos dicen nada, absolutamente nada más de lo que está escrito. Es decir, no nos aportan una gota de conocimiento o, lo más importante, de elementos de juicio para un análisis o una reflexión.

A falta de profundidad, entonces, se recurre a recursos fáciles que, si bien al comienzo pueden atraer la atención, a la larga se convierten en un búmeran, en un carga explosiva que se devuelve y estalla en tu cara. ¿Cómo cuáles? Lugares comunes como Gratis, Contundente, Tomó una decisión, Impactante, Atención, Récord o Esto dijo y otras tantas especies nefastas que pululan por doquier.

Son palabras o juegos de palabras que muchas veces consiguen atraer tu atención o, inclusive, te llevan a hacer clic en esa publicación. Sin embargo, no demoras más que unos pocos segundos para darte cuenta de que caíste en la trampa: el contenido carece de profundidad, no hay datos, no hay información, no hay un contexto que contribuya a la comprensión e interpretación.

Otra de las variantes, cada vez más popular, lamentablemente, es tratar de esconder la carencia de profundidad hablando desde el odioso YO. Son, entonces, textos vacíos en los que el autor se autoproclama héroe, habla de sus hazañas, de sus títulos, de sus seguidores en redes sociales o del dinero que tiene en su cuenta bancaria. Sin embargo, no hay información, no se aporta valor.

Una de las manifestaciones positivas de lo que ha sucedido en el mundo en el último año, y que se reflejó en que más y más personas tomaran la decisión de lanzarse a la aventura de montar un negocio dentro o fuera de internet, es aquella de que el común de las personas buscó otras voces, nuevas alternativas de información. ¿Por qué? Intentan huir de la infoxicación, de las fake-news.

Acostumbrados a tragar entero lo que dicen los medios de comunicación tradicionales, los grandes, los que están al servicio de la élite que no quiere cambiar el discurso que los favorece desde hace décadas, algunos se hartaron y buscaron alternativas. Y encontraron algunas buenas, positivas, constructivas, entretenidas, enriquecedoras y, en especial, que les aportan valor.

Porque, en definitiva, de eso se trata. Si aquello que escribes no le aporta valor a la persona que lo lee, carece de sentido. Son de esas palabras que se lleva el viento con facilidad, mensajes vacíos y sin profundidad. Y hoy el mundo requiere, exige, justo lo contrario: mensajes cargados de datos verídicos, de información, de contexto, de una visión que se salga del camino tradicional.

Parece increíble, pero es cierto: una de las razones de peso por las que la mayoría de las personas no se anima a escribir es porque están convencidas de que su mensaje a nadie le interesa. Están en lo cierto si ese mensaje es más de lo mismo, si son textos sin profundidad, si se limitan a repetir lo que otros dicen o, peor, si son tan solo copy+paste de alguna publicación que hallaron por ahí.

Sin embargo, a lo mejor ese no es tu caso. A lo mejor, tú eres una persona intelectualmente inquieta que tiene el genuino deseo de ayudar a otros a través de su conocimiento y experiencias. Una persona a la que le vida le da la oportunidad de compartir lo que es y lo que sabe y que puede convertirse en la luz al final del túnel que tantos otros esperan o en el oasis que les dé calma.

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A lo mejor, en tu cabeza da vueltas y vueltas desde hace tiempo la idea de transmitir lo que la vida te dio el privilegio de aprender, a sabiendas de que es provechoso para otros. Y lo mejor es que no necesitas crear una empresa para difundir tu mensaje: hoy internet nos brinda a todos múltiples y poderosas herramientas y recursos, escenarios y formatos, para transmitir nuestro mensaje.

Si te desenvuelves bien frente a la cámara y conectas con tu audiencia, puedes crear videos y publicarlos en YouTube o Vimeo. Si aquello no se te da, pero te sientes en tu salsa hablando y hablando, puedes crear tu pódcast o, si lo prefieres, hacer una sala en Clubhouse y compartir tu conocimiento. O también puedes abrir un blog y escribir dos o tres artículos a la semana.

De hecho, y esa es la estrategia que utilizan aquellos que consiguen dejar huella en el mercado con su mensaje, puedes combinar estrategias: crear un contenido básico en el formato que más cómodo te sientas y luego adecuarlo a los otros escenarios. Lo importante, sin embargo, es que ese contenido que prepares aporte valor, dé información, es decir, que tenga profundidad.

La profundidad está determinada por la calidad de la documentación previa, de la investigación que realices antes de sentarte a escribir. Aunque seas experto en un tema, aunque lo conozcan y domines muy bien, siempre se requiere documentación. Un proceso que debe concluir con la respuesta a las preguntas clave: ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿para qué?

¿Qué mensaje quieres transmitir? ¿Quién es el destinatario de tu mensaje? ¿Dónde es más conveniente publicarlo para que produzca el impacto deseado? ¿Por qué es pertinente tu visión acerca de este tema específico? ¿Para qué pueden utilizar tus lectores el contenido que les brindas? ¿Qué diferente y valioso aporta tu contenido para que no sea más de lo mismo?

Una buena documentación, y esto es algo que la mayoría de las personas desconoce, te facilita la tarea: al responder las preguntas mencionadas, te indica qué camino debes seguir. ¿Entiendes? Es la documentación, sumada a tu conocimiento y experiencias, la que te permite establecer la estructura de tu texto. En otras palabras, la documentación es el GPS que guiará a tu lector.

La clave de una buena documentación está en los antecedentes del hecho al que te refieres, en su origen, en los puntos bisagra de su evolución, en el impacto que ha producido. ¿Por qué? Todo lo que hacemos y cómo lo hacemos, absolutamente todo, está determinado por nuestra educación, por nuestras creencias, por las vivencias de pasado, por las personas que influyeron en nosotros.

Supongo que ya lo inferiste, pero igual te lo resalto: aquel mito de la página en blanco o del tal bloqueo mental (que es una gran mentira) se origina en la falta de documentación. Se presenta porque, simplemente, ese texto que tienes en tu cabeza carece de profundidad, pero no lo sabes o no lo admites, y solo te darás cuenta cuando empieces a escribir y, de sopetón, te frenes en seco.

El problema con la documentación, con el contexto, es que requiere tiempo y disciplina y la mayoría de las personas elige la inmediatez, lo fácil. Y, claro, después paga el precio. Uno de los hábitos que debes incorporar en tu rutina si quieres convertirte en un buen escritor para sacar provecho de lo que sabes y has vivido es documentar tus contenidos, darles profundidad.

Reto: elige un tema que creas dominar ampliamente y escribe un artículo de, al menos, 800 palabras (poco más de una página en Word); luego, documéntate sobre ese tema, busca datos e información nueva, visiones distintas a la tuya, y vuelve a escribirlo (la misma extensión). Presenta las dos versiones a quien pueda darte una retroalimentación valiosa. Te sorprenderá el resultado y, apuesto, la mayoría se quedará con la segunda.

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4 errores que te llevarán directo a la página en blanco

Inspiración es sinónimo de improvisación y ese, seguramente lo sabes, es el peor camino que puedes seguir cuando quieres escribir una buena historia. Sé muy bien de la buena fama de la que goza la inspiración, una misteriosa y esquiva dama a la que jamás nadie le vio la cara, pero a la que muchos evocan como tabla de salvación cuando se encuentran frente a la hoja en blanco.

Desde siempre, nos han querido vender la idea de que la clave del éxito, tanto en la escritura como cualquier otra actividad de la vida, es la tal inspiración. Y nos ofrecen ejemplos de personas que marcaron huella en sus oficios: Leonardo Da Vinci, Gabriel García Márquez, Tiger Woods, Bill Gates, Oprah Winfrey, Barack Obama, Plácido Domingo, Pablo Neruda o Tom Hanks, entre otros.

Nos dicen que son genios, que están un paso delante del resto de mortales y aseguran que es por cuenta de la tal inspiración. Como si esa característica fuera un privilegio de pocos, como si ellos tuvieran la fórmula secreta de la tal inspiración para crear o alcanzar logros sobresalientes en su respectiva actividad. Y, no, no es así: son seres humanos comunes y corrientes, como tú, como yo.

¿Sabes en qué radica su genialidad? En el trabajo, la persistencia, el enfoque, la mentalidad, en su capacidad para hacer lo justo en el momento indicado, entre otras razones. Su genialidad se manifiesta a través de la disciplina, de la convicción, de la pasión, de la disposición para invertir en sí mismos, en que supieron rodearse de las personas adecuadas y en que jamás se rinden.

Quizás pienses que el listón está demasiado alto, que es imposible llegar adonde llegaron estos personajes que mencioné. Sin embargo, no es así. Como cualquier ser humano, tienes el poder de hacer lo que quieras, de conseguir lo que quieras, de cristalizar el sueño que quieras. El poder está en tu mente: en la medida en que la configures para el éxito, para el sí se puede, lo conseguirás.

Sin embargo, haz de saber que con las características y las cualidades que acabo de mencionar no es suficiente. Si lo fuera, todos seríamos Leonardo Da Vinci, o Gabriel García Márquez, o Tiger Woods, o Tom Hanks, pero, por supuesto, ya sabes que ellos son únicos. El saber es básico y es necesario, así como aprender a desarrollar las habilidades que se requieres para sobresalir.

La diferencia, lo que hace que otras personas se interesen en lo que haces, no obstante, está por otro camino. ¿Sabes cuál? Hacer, tomar acción. El mundo está lleno de personas con inmenso conocimiento, con grandes talentos, con habilidades muy útiles, pero muchas de ellas no se dan cuenta de lo que son y de lo que tienen y, entonces, su valor pasa inadvertido, es invisible.

En la vida, puedes hacer todo lo que te propongas, aprender todo lo que te interese. Además del conocimiento y de las habilidades, necesitas saber cómo hacerlo. Hay dos caminos: el primero, de manera autodidacta, por tu cuenta, pero será más difícil, demandará más tiempo y, seguro, vas a cometer más errores. El segundo, caminar junto con alguien que ya están donde quieres estar.

En el campo de la escritura aficionada, en el que está la gran mayoría de las personas, el fondo de los problemas, en especial aquel terror de la página en blanco, se origina en una serie de errores que son bastante frecuentes. Errores que, aunque se perciban como pequeños, en la práctica son grandes obstáculos que impiden que avances y, sobre todo, que logres los resultados anhelados.

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Estos son los más comunes; si los cometes, es hora de que elijas otro camino:

1.- No sabes de qué escribir. Parece mentira, pero no lo es. La mayoría de las personas que se frena en algún punto del proceso por lo general no tiene claro el tema o, en su defecto, cómo va a desarrollar el tema. O, algo muy común por estos días, abordan temas de los que no saben lo suficiente, simplemente porque es una tendencia, y tras dar unos pocos pasos no saben qué decir.

La idea es el insumo básico de la escritura: si no hay una idea clara, definida, estás sometido a dos dificultades. La primera, te quedas en blanco; la segunda, te vas por las ramas, o sea, comienzas a divagar o, como se dice popularmente, a hablar carreta. Y eso, por supuesto, a nadie le interesa. Cuando tienes clara tu idea, la imaginación se activa y el proceso de escritura será fluido.

2.- No tienes rituales para escribir. ¿Se te antoja curioso? Si lo piensas bien, todas y cada una de las actividades de tu vida en la que eres sobresaliente y logras los objetivos propuestos están respaldadas por un ritual. Por ejemplo, la buena salud: una alimentación adecuada, una rutina de ejercicio, un buen descanso y dedicarte tiempo para ti son hábitos que conforman un ritual.

Para escribir, el ritual comienza por el ambiente, que debe ser tranquilo e inspirador, un lugar con el que te conectes rápidamente y que te permita dejar volar tu imaginación y motive tu creatividad. El horario es otro ritual (tienes que establecer en cuál eres más productivo), lo mismo que el manejo del tiempo: es conveniente hacer pausas activas cada 45 minutos, como mínimo.

3.- Comienzas sin una estructura. Este, a mi juicio, es el error más grave de todos los que puedes cometer en algún momento. ¿Sabes cuál es el origen? La tal inspiración. La creencia de que en algún momento, por obra y gracia del Espíritu Santo, aparecerá esa esquiva musa y los invadirá la genialidad. La verdad, ese es un recurso literario y cinematográfico que no se hace realidad.

La estructura es el plan de viaje de tu texto, el camino que trazas con antelación para poder transmitir el mensaje que deseas. Una buena estructura te permitirá conectar con tus lectores, al mismo tiempo, marcará diferencia con la mayoría de los textos que encuentras dentro y fuera de internet (incluidos los medios de comunicación). La estructura dice qué clase de escritor eres.

4.- Intentar copiar el estilo de otros. Este es uno de esos errores de los que te arrepentirás hasta el último de tus días. ¿Por qué? Porque uno de los factores diferenciadores en la escritura, a mi juicio el de mayor peso, es el estilo. Que es único y surge de tus creencias, de tu visión del mundo, del conocimiento que has adquirido, de las experiencias que has vivido, de los sueños que has forjado.

Es a través del estilo que logras conectar con las emociones de tus lectores o audiencia y también por el que te eligen a ti y no a las mil y una otras opciones del mercado. Tu estilo es personal e intransferible. Intentar copiar el estilo de otro es renegar de tu creatividad, de tu imaginación, de tu talento, de tu habilidad. Un escritor incapaz de desarrollar un estilo propio es más de lo mismo.

“¿Qué tengo que hacer para convertirme en un escritor?”, es una pregunta que me formulan con frecuencia. La respuesta es, primero, debes creértela, creer que la vida te dio todo lo que se requiere para escribir; segundo, tienes que escribir hasta que desarrolles y consolides la habilidad y, especialmente, hasta que encuentres el camino que te ayude a evitar estos cuatro errores.

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Si no impactas, ni vendes, quizás cometes estos 4 errores con tu mensaje

“¿Por qué?”. Esa es la pregunta que atormenta a la mayoría de las personas que tienen un negocio dentro o fuera de internet y que no obtienen buenos resultados. En otras palabras, no venden. El problema, porque siempre hay un problema, es que no saben por qué. “Tengo un buen producto, puse en marcha las estrategias de marketing, cumplí paso a paso con lo que se debe hacer”, dicen.

Sin embargo, el resultado es el mismo: no venden. Y, cuando no vendes, es muy fácil perder el control y esto se traduce, por lo general, en tomar malas decisiones, decisiones precipitadas y, además, basadas en las emociones (que son malas consejeras). Lo peor es que esta ansiedad se manifiesta en una obsesión por vender, en intentar forzar la venta, en vender a cualquier precio.

Perder el control provoca también que no veas lo que es obvio, así esté frente a tus ojos. Cuando no venden, la mayoría de los emprendedores se vuelcan hacia sus estrategias, en especial al embudo de ventas a tratar de descubrir qué es lo que no funciona. Y le dan mil y una vueltas sin poder encontrar la falla, prueba por aquí y por allá y, a pesar de todo, no consiguen resultados.

¿Por qué? Hay muchos expertos que te pueden enseñar a crear un embudo de ventas, a diseñar tus estrategias de marketing, pero hay pocos, muy pocos, que estén en capacidad de ir tan profundo para decirte la verdad, para revelarte el motivo de tu problema. ¿A qué me refiero? A que hay una razón de mucho peso por la cual el mercado no te compra, y pocos la consideran.

Se trata del mensaje que le transmites al mercado. Seth Godin, el autor de La vaca púrpura y otros sensacionales libros, afirma que “el único marketing que existe es el marketing de contenidos”. Es una frase muy bonita, pero hay que tomarla con pinzas para no caer en el error de interpretarla mal o de tomarla literalmente. Sin embargo, encierra la clave del éxito y del fracaso en marketing.

¿Por qué? Porque hoy hacer marketing o hacer negocios consiste, fundamentalmente, en establecer una relación a largo plazo con el mercado. Una relación que debe estar basada en la confianza y en la credibilidad y esto solo se logra cuando puedes entablar una conversación con todos y cada uno de tus clientes, cuando transmites un mensaje poderoso que genere empatía.

Aquella épocas en las cuales hacer negocios consistía en vender quedaron enterradas en el pasado, en el siglo pasado. Ahora, la venta es la consecuencia lógica de tus acciones y de tus decisiones, de tus estrategias y, en especial, de tu capacidad para conectar con el mercado. Y esto de conectar con el mercado significa, fundamentalmente, transmitir un mensaje de impacto.

La clave radica en entender que el concepto de vender cambió con el tiempo y, sobre todo, con la nueva cultura producto de la revolución digital. Antes, en el pasado, en el siglo pasado, vender era sinónimo de obligar, de forzar, pero ya no es así. Tan pronto intentas forzar la venta, cuando la quieres acelerar, el resultado que vas a obtener, en el 99 por ciento de los casos, es el rechazo.

Vender, en el nuevo escenario, significa persuadir, es decir, motivar una acción voluntaria por parte de una persona. Persuadir, según el Diccionario de la Lengua Española, significa “Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. Salvo el término obligar, que debería ser sustituido por convencer, me parece que esta es una definición muy clara y poderosa.

Se persuade a través del ejemplo, de inspirar, de cautivar, de servir como modelo. La venta de antes, la que era obligada, incorpora una dosis, a veces alta, de resistencia. Lo compras porque no hay más alternativa, porque no es costoso, porque era el único producto disponible. En este caso, siempre hay un equis porcentaje de insatisfacción, porque no era justo lo que deseabas.

A través de la persuasión, mientras, se derriban objeciones, se bloquean los miedos, se superan los obstáculos y, lo más importante, se crea el entorno empático necesario para generar confianza y credibilidad. A través de la persuasión, puedes conseguir que otra persona, de manera voluntaria (que no necesariamente es consciente), ejecute la acción que le pides, aunque no sea comprar.

Porque, y esto es algo que muchos emprendedores olvidan o pasan por alto, hacer marketing no significa exclusivamente vender. Hay otras acciones que también son valiosas: que se registre en tu base de datos (fundamental), que descargue un archivo (documento, audio, video), que acuda a un webinar, que responda una encuesta, que se inscriba a un evento, en fin. No es solo vender.

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Cuando te enfocas única y exclusivamente en la venta, lo más probable es que tu mensaje no sea el adecuado. Dependerá, específicamente, del punto del proceso en el que se encuentre la persona que lo recibe: si es un prospecto frío, alguien que no te conoce, que no te ha comprado, que aún no confía en ti, un mensaje enfocado en la venta lo ahuyentará, resultará intrusivo.

Y este es fondo del asunto: cuando no obtienes resultados, cuando no vendes, cuando no logras que el mercado te preste atención, lo más seguro es que el problema no esté en tu marketing, en tus estrategias o en tu producto o servicio. ¿Entonces? En el mensaje, en la forma en que te comunicas con el mercado, probablemente porque cometes alguno de estos graves errores:

1.- Abusas (te concentras) del YO. Convencidos de que es el camino para alcanzar el éxito exprés, muchos emprendedores se dedican a hablar de sí mismos, de sus hazañas, de sus títulos o del monto de su cuenta bancaria, pero eso a nadie le importa. Lo que las personas necesitan saber es si estás en capacidad de ayudarlas, cómo lo harás y, en especial, cuál será el resultado de tus acciones.

Olvídate de hablar de ti porque el ego es uno de los obstáculos más difíciles de superar en el marketing. Enfócate en lo que puedes hacer por tus clientes, por las personas a las que les llega tu mensaje. Preocúpate porque tu mensaje, sea cual sea el formato y el canal que elijas para transmitirlo, sea poderoso, esté lleno de valor y aporte algo positivo a quien lo recibe.

2.- El síndrome del experto. ¿Sabes a qué me refiero? A construir mensajes que la mayoría de las personas no entienden. Dicho en otras palabras, mensajes enfocados en los expertos, mensajes cargados de palabras rebuscadas, excesivamente técnicas o adornados con frases rimbombantes que poco o nada dicen. Es, claramente, el caso de los vendehúmo, hábiles en el arte de engrupir.

Cuanto más directo, sencillo y ameno sea tu mensaje, mucho mejor. No solo porque lo entenderá cualquiera, sino porque habrá menos posibilidad de confusión. Esa es una de las razones por las cuales estoy al mil por ciento en contra de las tales plantillas: no solo le cortan las alas a tu imaginación, a tu creatividad, sino que solo te brindan frases hechas, mensajes sin impacto.

3.- Te diriges a todos (y a ninguno). Este problema se origina, principalmente, en que no sabes con exactitud quién es tu cliente ideal, cómo es tu cliente ideal. O, por otro lado, porque estás convencido de que tu producto o servicio es la panacea y le sirve a todo el mundo para solucionar todos los problemas, y no es así. La clave del éxito en el marketing radica en ser precisos, específicos.

Si vas a la farmacia y preguntas por una medicamento para acabar con el dolor estomacal y el dependiente te ofrece uno que, según él, también te ayuda para combatir el reflujo, el dolor de las articulaciones y el mareo, ¿lo comprarías? Seguramente, no. ¿Por qué? Porque dudarías de esas características milagrosas. Lo mismo ocurre con tu mensaje cuando no es preciso, ni específico.

4.- Te centras en las características. Este es uno de los errores más comunes y más costosos. A tu cliente, a la persona que recibe tu mensaje, no le interesa de qué está hecho tu producto, o cuántas páginas tiene tu libro o si el material es resistente al agua. Nada de eso solucionará su problema, nada de eso acabará con su dolor. En vez de características, resalta los beneficios.

¿Eso qué quiere decir? Enfócate en transmitir los beneficios que tu cliente va a recibir, en transmitir de manera clara y precisa cómo cambiará su vida para bien si compra lo que le ofreces. La clave está en el poder de transformación de tu producto o servicio, que en últimas es lo que esa persona necesita. Las características apuntan a lo racional y los beneficios, a lo emocional.

“El único marketing que existe es el marketing de contenidos”, dice Seth Godin. No puedo asegurar que esa premisa sea completamente cierta, pero la experiencia me ha enseñado que estás más cerca de alcanzar el éxito, de lograr tus objetivos, si transmites un mensaje poderoso, positivo, constructivo e inspirador. Un mensaje persuasivo que convenza a través de los beneficios.

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