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¿Menosprecias el impacto de tu mensaje, de tu comunicación?

Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.

Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.

Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.

Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.

En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.

Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.

¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.

En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.

Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!

Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!

Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.

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Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.

Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.

La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!

Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!

A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.

Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.

“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.

Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.

A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.

Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!

Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.

En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…

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¿Cuál es la clave cuando la marca eres tú, cuando el producto eres tú?

Si lo prefieres, puedes escuchar el artículo completo

Hubo un tiempo, que hoy se antoja lejano, en el que los seres humanos éramos eso, precisamente: seres humanos. Sin embargo, dado que todo cambia, y que nosotros no estamos exentos de la dinámica del universo, hoy somos ‘marcas’. En especial, si eres un profesional independiente que ofrece servicios y productos a partir de su conocimiento.

En el pasado, en el siglo pasado, era distinto. Ibas al médico que atendía a tu mamá desde que ella era una jovencita, al peluquero que le cortaba el cabello a tu papá hacía años, a la cafetería de la esquina atendida por don Pedro, el vecino más conocido del barrio. Todo lo que necesitábamos estaba escriturado con antelación: se transmitía de generación en generación.

Eran tiempos en los que había poca competencia en el mercado, no había mucho de dónde escoger y, entonces, esa tradición marcaba la pauta. Hoy es muy distinto: la competencia es abundante, sobran las opciones y el acceso a los productos o servicios está a la vuelta de unos pocos clics. Además, el consumidor cambió y ya no se casa con ninguna marca.

En el ámbito laboral, la revolución tecnológica se tradujo en una sobreoferta que supera con creces la demanda. Antes no había de dónde escoger y hoy lo difícil es elegir. Son tantas y tan diversas las alternativas disponibles, que no es sencillo tomar una decisión. Además, casi todas se autoproclaman ‘expertos’, ‘el mejor’, ‘el que más’, ‘la última Coca-Cola del desierto’

Y hay que decir que hay buenas opciones, especialmente en algunas áreas. Abundan los profesionales capacitados, con amplia experiencia y resultados positivos. Como decían las abuelas de antes, “más preparados que un kumis” (o yogur). Es como cuando, en un reinado de belleza, están las cinco finalistas: todas hermosas, llenas de gracia, y es difícil escoger.

¿Necesitas un abogado laboral? Hay miles en el mercado. ¿Un médico pediatra? Hay miles en el mercado. ¿Un carpintero? Hay miles en el mercado. ¿Un mecánico? Hay miles en el mercado. Y lo mismo sucede si eres médico, contador, ingeniero, nutricionista, entrenador deportivo, comunicador, especialista en marketing: ¡hay miles de miles en el mercado!

¿Cuál elegir, entonces? El camino corto es pedir consejo, la referencia de algún familiar o conocido. Sin embargo, no siempre es posible dar en el blanco. El siguiente paso, obvio, es preguntarle a Mr. Google, que lo sabe casi todo. Encontrarás cientos de opciones, pero antes de tomar una decisión, de hacer una elección, debes tomar las debidas precauciones.

¿Por qué? Porque en internet, lastimosamente, hay mucho vendehúmo, demasiado ‘experto’ que no produce resultados o, peor, de los que te venden la fórmula mágica de algo que ellos mismos no han conseguido, lo que nunca han hecho. Por ejemplo, el que dice tener el libreto para ser millonario, pero vive agobiado por las deudas o jamás ha tenido un negocio propio…

Por lo general, se trata de personas que tienen la habilidad de comunicar un mensaje, pero que no pueden acreditar un éxito comprobable en lo que pregonan. Por supuesto, en esa jungla que es el mercado, también hay especies buenas, profesionales muy buenos que te complican la elección. Cuando los comparas, te das cuenta de que son muy parecidos

Y ese, sin duda, es un gran problema. ¿Por qué? Porque, a la largo, los percibes como ‘más de lo mismo’. Que no lo son, por supuesto, porque cada ser humano es único e irrepetible, pero la vida, y también el mundo laboral o los negocios, es un tema de percepciones. Es decir, de cómo te ven los demás, de la idea que se forman de ti cuando tienen un primer contacto.

Eso es lo que se llama marca personal. La imagen que proyectas, el mensaje que comunicas, la autoridad que inspiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que no puedes permitir que esa percepción sea libre, es decir, que cada persona del mercado te perciba como quiera, porque corres el riesgo de que se haga una idea equivocada y te descarte.

Que, tristemente, es lo que les sucede a muchos profesionales independientes valiosos que no han establecido cuál es su marca. Seguramente son muy buenos, acreditan conocimiento valioso, saben cómo producir resultados efectivos, pero carecen de algo muy importante. ¿Sabes qué es? La capacidad para comunicárselo al mercado, para transmitir su valor.

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Ahora, veamos algunas opciones acerca de la marca personal:

1.- Fundamentalmente, es una conexión emocional a través de la identificación, de la simpatía y de la empatía. En el trasfondo, por supuesto, están tus valores y tus principios, así como tus sueños. A través de esa conexión emocional logras que otros se enamoren de ti

2.- Es la forma en que haces que se sientan las personas que tienen contacto contigo. O, de otro modo, es la experiencia que otras personas viven cuando se relacionan contigo, una interacción positiva, constructiva, inspiradora que quieren volver a disfrutar una y otra vez

3.- Como bien lo dijo Jeff Bezos, es “lo que los otros dicen de ti cuando no estás presente”. En una sola palabra, tu marca es tu reputación, que se desprende de lo que haces, de cómo lo haces, de lo que no haces. O, lo que es lo mismo, es la huella que dejas en la vida de otros

4.- Es la confianza que inspiras en otros, en el mercado, a partir de tu autoridad, de tu empatía, de tu mensaje. Es un contrato no escrito que has firmado con todas y cada una de las personas con las que interactúas y en el que se consigna tu promesa, tu compromiso

5.- De manera especial, la marca se manifiesta a través de tus acciones, más que de tus creencias, tus pensamientos o tus mensajes. Así como “una imagen vale más que mil palabras”, un comportamiento te define con mayor fidelidad que un buen discurso

6.- Como mencioné antes, la marca es el mensaje que transmites y que refleja tus valores, principios, creencias, miedos y sueños. Es todo lo que comunicas y cómo lo haces, pero no olvides que también es lo que no comunicas. El silencio es un mensaje muy poderoso

7.- Es lo que te hace único y diferente, tus virtudes y tus defectos, tus miedos y tus fortalezas, tus creencias y tu conocimiento. Es posible que te sientas vulnerable al comunicar esto, pero créeme que el mercado no solo lo valora, sino que se conecta contigo a través de esto

8.- Es el legado que has construido y por el que se te recordará el día que partas de este mundo. O, en otras palabras, es la huella que has dejado en la vida de todas y cada una de las personas con las que has interactuado. Y no, no tienes por qué caerle bien a todo el mundo

9.- Es la capacidad que tienes para interactuar con otros, producir sinergias positivas y construir algo valioso, a pesar de las diferencias, más allá de las diferencias. En este sentido, la marca está alineada con el liderazgo, con tu poder para inspirar a otras personas

10.- Finalmente, tu MARCA es tu HISTORIA. La forma más poderosa para transmitir tu marca es contar tu historia, compartirla con el mundo para que otros conozcan lo que has vivido, así como los retos que superaste y, lo más importante, el aprendizaje de los errores cometidos

Inducidas por el mercado, por los vendehúmo, muchas personas cometen el error de involucrarse en la loca carrera de ‘construir una marca’. La verdad es que la marca ya es, la marca ya está y, de hecho, siempre ha estado allí. ¿Eso qué significa? Que TÚ eres la marca, lo has sido desde el momento en que llegaste a este mundo y lo serás hasta el día que te vayas.

Por eso, justamente por eso, el concepto de ‘construir una marca’ es equivocado. Entre otras razones, porque construirimplica, tras bambalinas, copiar o modelar, conceptos que riñen con la marca, que son contrarios a ella. La marca se descubre, se trabaja, se potencia y se comunica día a día. Todos los días, sin excepción. La clave radica en tener el control de la marca.

Porque, de lo contrario, tu mensaje puede ser distorsionado, malinterpretado o, peor, quedarás sujeto a las percepciones de otros. Cuando tienes el poder de tu marca, de tu mensaje, reduces el margen de error y, lo más importante, estás en capacidad de conectar con otros a través de las emociones. Y, a partir de ahí, disfrutar del intercambio de beneficios.

Recapitulemos: a diferencia del pasado, del siglo pasado, la marca no es una empresa o un producto, ¡ERES TÚ! O, dicho de otra manera, tú eres la marca y el producto. Y las mejores marcas, los mejores productos, son los que se conectan con otras personas, las que se identifican con otras personas. ¿Cómo? A través del increíble poder de las historias, de SU HISTORIA…

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Humaniza tu marca: cuenta tu historia, conecta e inspira

“Érase una vez…”. Todos, sin excepción, escuchamos estas palabras alguna vez, en especial en la niñez, y con el paso del tiempo las recordamos con nostalgia, quizás con alegría y felicidad. O, a lo mejor, tú mismo las utilizas todavía cuando intentas arropar a tu hijo para que concilie el sueño o, de pronto, sentado en el regazo del abuelo, esté tranquilo mientras tú atiendes la visita.

La poetisa, ensayista, novelista y, sobre todo, activista política estadounidense Muriel Rukeyser nos dejó una frase memorable: “El universo está hecho de historias, no de átomos”. De hecho, cada ser humano que ha existido o que existe es en sí mismo una gran historia compuesta por miles, millones de pequeñas historias. Cada día vivido es una porción de la colcha de retazos de la vida.

Lo que muchos no entienden es que todas las historias son dignas de ser contadas, compartidas. Todas, sin excepción, encierran un aprendizaje y nos ofrecen una moraleja valiosa, solo que a veces pierden su impacto porque quien las cuenta no logra transmitirla. Es como los chistes: los buenos, los que nos hacen reír, tienen mayor impacto si quien los cuenta lo hace con gracia y estilo.

De hecho, yo soy pésimo contando chistes. ¡No tengo gracia alguna! En vez de risa, provoco lástima. Por el contrario, soy muy bueno contando historias. No solo disfruto hacerlo, sino que también tengo la sensibilidad para transmitir emociones, para provocar que quienes las escuchan o leen se involucren en la trama y, lo más importante, para que esos relatos se recuerden.

Piénsalo de esta manera: a lo largo de tu vida has conocido a cientos, a miles de personas. En tu barrio, en el colegio, a través de otros amigos, en el trabajo… Cientos o miles. Sin embargo, a muchas no las recuerdas y tampoco tienes claras las circunstancias en las que estuviste con ellas o cuándo los conociste. En últimas, son historias intrascendentes, de las que no transmiten.

Primera lección: las historias, como tal, no son buenas o malas. Lo que las diferencia, lo que ubica cada una en un extremo, es cómo se cuentan o quién las cuenta, así como el objetivo que persigue. Por eso, las premisas del tipo de “cuenta historias y vende más” o “usa el ‘storytelling’ y consigue más clientes” no solo no son ciertas, sino que son una engaño descarado. ¡Esa es la realidad!

Si fuera tan fácil, si seguir un libreto o utilizar una plantilla fuera el secreto del poder de las historias, todos los que las utilizaran, sin excepción, serían multimillonarios. Y no es así, por supuesto. De hecho, son más, muchas más, las historias insulsas, desabridas o patéticas que vemos a diario que las realmente buenas, las inolvidables. Los canales digitales están llenos de aquellas.

Eso se da porque la mayoría de las historias están cortadas por la misma tijera o, dicho de otra manera, son historias condenadas al fracaso. ¡De origen, son un fracaso! Y eso es, tristemente, lo que les sucede a muchas marcas, empresas o personas; a muchos negocios y, cada vez más, a los profesionales independientes que intentan posicionarse en internet a través de las historias.

¿Por qué? Porque son historias mal concebidas, historias que no se enfocan en lo que a las audiencias les interesa, sino en lo que el autor desea o necesita transmitir. Entonces, son historias a las que les falta algo muy importante: ¡la capacidad para transmitir emociones! Y, a través de ellas, producir identificación, empatía, simpatía, además de informar, educar, entretener e inspirar.

Sin la montaña rusa de las emociones, ninguna historia trasciende. Y con emociones no me refiero a hacer payasadas, a gritar, a llorar o a posar de víctimas como hacen los patéticos influencers. Se trata de emociones auténticas (es decir, sin libreto) que logren captar la atención de la audiencia y, lo que marca la diferencia, conectar con los valores, principios, sueños y proyectos de otros.

El poder del storytelling genuino es conectar a través de la emociones con quienes hayan vivido experiencias similares a las tuyas y, entonces, logren identificarse. Por ejemplo, los padres de niños autistas o con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) se identifican entre sí, más allá de que cada caso es único, de que cada persona es un universo irrepetible.

Así, por ejemplo, sucede en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA). Las razones por las cuales cada una de esas personas toma la decisión de ingerir una bebida alcohólica, los efectos que la bebida les produce y los comportamientos que se derivan del abuso son parecidos, aunque únicos. Sin embargo, se identifican por la problemática, las emociones, el tras bambalinas de la adicción.

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Y esa es, precisamente, la razón por la cual esas reuniones son el escenario ideal para recibir ayuda, para apoyarse para controlar la adicción y llevar una vida ‘normal’. Entre ellas se escuchan, se comprenden, comparten historias y a veces se juzgan. Son esas otras personas que no tienen control sobre la bebida las más idóneas para ayudarlas, porque padecen lo mismo.

Segunda lección: las historias que cuentes carecerán de poder si no pueden conectar con las emociones de otros. O si esos otros no han vivido experiencias similares a las que cuenta tu historia. O no las quieren vivir. Recuerda el mencionado ejemplo de los padres de niños con TDAH o piensa en los aficionados a la música clásica, que se comportan como una comunidad.

Hoy, cuando hay más competencia que nunca en el mercado, cuando los productos o servicios que se ofrecen están cortados por la misma tijera, la clave de la diferenciación es la autenticidad. Ser diferente ya no es una opción, sino una prioridad. Ser auténtico es el activo más valioso que posees y la llave para abrir la puerta de la vida de aquellos a los que puedes impactar con tu historia.

Te confieso que no entiendo por qué tantas personas son reacias a contar su historia, a compartirla con otros. Sé que en el fondo está el temor a verse vulnerables, a sentirse vulnerables, a que los demás se aprovechen de sus debilidades. Si eres una de esas personas, entiende que nadie es perfecto, que todos erramos, que todos tenemos defectos o carencias, ¡todos, sin excepción!

Lo irónico es que es esa vulnerabilidad, precisamente, la que permite conectar con las emociones de otros y generar empatía y simpatía. Recuerda el ejemplo de los alcohólicos anónimos. Y es también esa vulnerabilidad la que blindará de autoridad tu mensaje, ¿lo sabías? Sí, porque es la forma en la que dirás al mercado que pasaste por lo mismo y que sabes cuál es la solución.

Una de las pesadillas del marketing actual, dentro y fuera de internet, es que abundan los expertos que te garantizan el éxito a través de fórmulas que ellos no han probado para alcanzar la fortuna que nunca consiguieron. Son como los profesores que te hablan sobre negocios, pero nunca han creado una empresa o el médico con notorio sobrepeso que te dice que debes hacer ejercicio 150 minutos a la semana.

¿Y sabes cuál es una característica común en la mayoría de ellos? Que saben contar historias, más allá de que son historias postizas, falsas, que pierden poder pronto. No te van a solucionar ningún problema, no te ayudarán a cumplir ningún sueño, pero te encandilarán con sus relatos, con su prosa, y te llevarán a comprarles algo que no solo no necesitas, sino que no te servirá.

Ahora, piensa en la otra cara de la moneda. ¿Sabes cuál es? La de la integridad, la autenticidad, la genuina vocación de servicio; también, la de las historias que conectan, que conmueven y, sobre todo, que inspiran. Historias comunes, pero poderosas; comunes, pero valiosas; comunes, pero transformadoras a través de las experiencias, del aprendizaje de los errores, de la vulnerabilidad.

En el mundo actual, en especial si eres un profesional independiente, si tú eres la marca de tu empresa o negocio, debes saber que tú eres el producto. Es decir, antes que lo que ofreces, bien sea un producto o un servicio, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que nadie te dará su dinero antes de confiar en ti, de creer en ti o, si así lo prefieres, de conectar con tu historia.

El objetivo del storytelling es darle una cara humana a tu marca, algo indispensable si tú eres la marca, el producto. Ten en cuenta que el mercado no quiere comprar, sino establecer relaciones con otras personas, que redunden en un intercambio de beneficios. Y eso solo se dará si existe un vínculo de confianza y credibilidad, una conexión emocional y una historia de la que quiera ser parte.

Historias reales, por supuesto. Historias de vida, de las que dan cuenta de los momentos de duda, de dificultad, de los momentos en los que la vida te exigió explorar en tu interior y sacar a relucir el superhéroe que hay en ti. Historias que le cuenten al mundo lo valioso y valiente que eres y, a través de ese mensaje poderoso, inspires a otros a construir sus propias historias de éxito.

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Tu historia, clave de la confianza, es el pilar de tu relación con otros

La confianza se ha convertido en un término recurrente que aparece por doquier. Y se lo utiliza de manera indiscriminada, con una diversidad de acepciones que, a veces, son contradictorias. El diccionario lo define, en primera instancia, como “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo” o también como “Seguridad que tiene alguien de sí mismo” y, por último, “familiaridad”.

Es decir, hay una confianza que se tiene, una confianza que se da y otra confianza que se recibe. Por eso, la generalización puede inducirnos a un error, que por cierto es muy común. Y este es uno de los términos más estudiados en la sicología, que en su intento por aclarar a veces confunde más. ¿Por qué? Se refiere a diversos tipos de confianza cuyas fronteras son, digamos, difusas.

Estos son algunos de los tipos de confianza definidos:

1.- La confianza en los demás. Es la que actúa como pegamento o como repelente en las relaciones con otros, a partir de las interacciones. Surge de nuestra naturaleza de seres sociales

2.- La autoconfianza. Que suele confundirse con autoestima. Se refiere a la valoración de uno mismo respecto a su capacidad para desempeñar una tarea y llevar a cabo un objetivo

3.- La falsa autoconfianza. Es esa confianza que se expresa externamente, pero no se siente internamente. Se utiliza, por lo general, como una máscara, como un mecanismo de defensa

4.- Confianza conductual. Es la capacidad para actuar en función de las circunstancias, para responder a ellas y tomar las decisiones adecuadas para superar las dificultades

5.- Confianza emocional. Se relaciona con la adecuada gestión de las emociones propias y para interpretar y entender las ajenas. En la práctica, se manifiesta como una habilidad

6.- Confianza espiritual. Se refiere a la fe que tenemos los seres humanos en el entorno, en lo que nos rodea y en el contexto en el que nos movemos. Es también la creencia en algo superior

7.- Confianza simple. Según algunos expertos, este tipo de confianza es innata, la traemos con nosotros en la configuración original. Es total y completa, como la confianza en tu mamá

8.- Confianza alimentada. Distinta de la anterior, surge a partir de las experiencias que vivimos, del aprendizaje de las interacciones con otros y con el entorno. Puede moldearse o desaparecer

Ahora, en función de a quién le preguntes, de qué fuente consultes, encontrarás otras más. Y eso, precisamente, es lo que hace que la confianza, un valor básico, se haya convertido en algo trivial. En este caso, como en muchos otros, lo crucial es regresar a los fundamentos, a los pilares, y recuperar la esencia. Una tarea que, sin embargo, en la práctica no es tan sencilla como parece.

¿Por qué? Porque la confianza es una percepción. Es decir, por más que la sicología o alguna otra ciencia se dé a la tarea de definirla, nunca habrá una definición única. El problema es que el grado de confianza se basa en una expectativa, es decir, en la respuesta que esperamos de alguien o de algo. Y, seguro lo sabes, casi nunca se cumple y se transforma, más bien, en decepción o desilusión.

“Si a las personas les gustas, te escucharán, pero si confían en ti, harán negocios contigo” – Zig Ziglar

“No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte” – Friedrich Nietzsche

“La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso” – Stephen King

“La mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando” – Ernest Hemingway

“Se necesitan 20 años para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla” – Warren Buffett

“Cuando la confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva” – Stephen R. Covey

“Es la confianza mutua, más que el interés mutuo, la que mantiene unidos los grupos humanos” – H.L. Mencken

“Aprender a confiar es una de las tareas más difíciles de la vida” – Isaac Watts

“La confianza se crea cuando alguien está vulnerable y no se saca provecho de ello” – Bob Vanourek

“Confiar es difícil. Saber en quién confiar, incluso más” – Maria V. Snyder

¿Cómo te parecen estas frases? ¿Te identificas particularmente con alguna? Lo que me gusta es que tras bambalinas todas esconden el poder de la confianza. ¿Sabes cuál es? Que esta capacidad está determinada por las experiencias vividas. Cuanto más te traicionan, cuanto más te defraudan, cuanto más te rompen el corazón, cuando más te decepcionan, más difícil es volver a confiar.

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Esa es una realidad irrefutable a la que nos enfrentamos cada día en distintos ámbitos. En especial, en el de las relaciones con otros, bien sean relaciones personales, sentimentales o de negocios. En este último escenario, la confianza del consumidor, del cliente potencial, está dinamitada por cuenta de los vendehúmo, de los que se dedican a engañar a los que confían ingenuamente.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es otro, sin embargo. Es decir, el problema no es la creciente desconfianza del mercado, sino que para establecer relaciones la confianza es indispensable. Sin confianza, no hay relación posible. Entonces, no queda otra opción que luchar contra la corriente y, en especial, mostrarle al mercado que eres alguien confiable.

El principal obstáculo que una marca (empresa o persona), un negocio o un profesional que desea vender un producto o un servicio enfrentan a la hora de ofrecerlo al mercado es la desconfianza. Un obstáculo que muchas veces, la mayoría de las veces, intentamos eludir, hacemos caso omiso de él. Y, entonces, nos lanzamos a la venta, como si nada, como si existiera un lazo de confianza.

¿El resultado? Rechazo total, por supuesto. Como cuando en la calle o en el transporte público abordas a un desconocido e intentas comenzar una conversación. Alguno te seguirá la corriente por un tiempo, pero la mayoría activará las alarmas y elevará las barreras. Es una reacción natural, casi espontánea e inevitable, a la falta de confianza, la respuesta al temor a ser engañados.

La dificultad para confiar en otros radica en que nos exige abrirnos, ser auténticos y bajar las barreras que utilizamos como mecanismo de defensa. El resultado de esa apertura es que nos sentimos vulnerables, expuestos a que alguien se aproveche de nosotros. Y sucede, por supuesto: aprovecharse de la necesidad, del dolor o del deseo de otros es algo normalizado hoy.

Dado que es una percepción, la confianza nada tiene que ver con tus bienes materiales, con el cargo que ocupas, con el dinero que atesoras, con el estilo de vida que te das. ¡Nada que ver! En estos tiempos modernos, esas posesiones son más bien fuente de desconfianza. Sin embargo, son muchos los que apelan a esto para tratar de generar una conexión con el mercado, con otros.

Y es posible que lo hagan con aquellos que se identifican con esto, pero ese siempre será un vínculo débil. De esos que se rompen fácilmente, de los que no están respaldados por el respeto y la lealtad. Pero no solo eso: también se requiere que el vínculo sea alimentado y fortalecido en el tiempo, a través de múltiples interacciones, para que eche raíces firmes, profundas.

Para que la confianza sea real, verdadera, debe estar soportada en tres pilares:

1.- Empatía. Que va mucho más allá de la idea común de “ponerse en los zapatos del otro” y se manifiesta en la comprensión profunda de su problema, de su necesidad. Comprensión que se da a partir de la escucha activa que permite establecer una conexión emocional que supera la barrera de las diferencias (creencias, experiencias, expectativas, miedos, objetivos, conocimiento).

2.- Autenticidad. Que, seguro lo entiendes, está relacionada con la vulnerabilidad. Es la razón por la cual tantos eligen utilizar máscaras o asumir actitudes postizas que les permitan encajar en lo que es socialmente conveniente. Ser auténtico no solo es mostrarte como eres (en especial en lo relacionado con defectos o carencias), sino de manera especial ser fiel a tus principios y valores.

3.- Lógica. Un aspecto que casi nunca se considera, pero que es infaltable. ¿Por qué? Porque los seres humanos, todos, somos una dualidad (lógica/emociones, mente/corazón). Requerimos el concurso de la lógica principalmente a la hora de tomar decisiones, pero también cuando debemos justificar alguna reacción o un comportamiento que no esté bien visto, que genere rechazo.

Cuando confías en alguien o, por ejemplo, en un animal, lo haces porque sientes que no te hará daño, que será gentil, que te retribuirá. Sin embargo, olvidamos esto cuando nos relacionamos con el mercado, con un cliente potencial: asumimos que entiende, que sabe que tenemos o que somos la solución a su problema, y no es así. Sin que exista un vínculo de confianza, no es así.

Moraleja: al mercado, a todos y cada uno de tus clientes potenciales, no le interesa lo que tienes, lo que ofreces. Aunque sea la solución a su dolor o la satisfacción de su deseo. No le importa porque en un mercado en el que la demanda supera a la oferta, lo puede conseguir con alguno otro. ¡Esa es la realidad! Si alguien más le brinda laconfianza que requiere, ¡se olvidará de ti!

Tu primera tarea, primordial e inaplazable, es establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado. Mientras no lo hagas, serás ‘más de lo mismo’ y despertarás objeciones (recuerda el componente lógico). Y, por supuesto, no querrán saber de ti, no te comprarán. Mientras, todo lo que hagas para crear confianza, fortalecerla y enriquecerla te brindará retornos maravillosos.

Ahora, quizás te haces la pregunta ¿cómo generar ese vínculo de confianza? La herramienta más poderosa de la que dispones para lograrlo es tu mensaje. Siempre y cuando sea auténtico, esté enfocado en ayudar a otros, en generar transformaciones positivas y construir un legado, tu mensaje es tu mejor aliado. No importa qué formato o canal utilices, sino el valor del contenido.

Hoy, por fortuna, la tecnología nos proporciona increíbles herramientas que no solo hacen que la tarea sea fácil, sino que te dan la posibilidad de obtener mejores resultados. Un pódcast, un blog, publicaciones en redes sociales, infografías, un video o un e-book son algunas de las opciones. Lo que interesa, recuerda, es el valor del contenido o, en otras palabras, el poder de tu historia.

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6 pasos para crear tu sistema de generación de contenido

¿Sabes cuál es la razón por la cual más del 90 por ciento de las personas fracasa en su intención de cumplir con los propósitos que se traza? Que no son capaces de crear un sistema efectivo que les permita obtener de manera consistente y recurrente el resultado que ansían. Una premisa que, para bien o para mal, se aplica a todo lo que hacemos en la vida.

Entiendo que eso de crear sistemas efectivos no suena divertido. De hecho, más bien, se antoja aburrido porque lo asimilamos a la rutina, a la repetición, a la disciplina. Y esta última, seguro lo sabes, lo has experimentado, no abunda. Menos en estos tiempos modernos y frenéticos, en los que los seres humanos asumimos la vida como una competencia o una carrera loca.

Queremos hacer milagros a la vuelta de unos pocos clics (cuantos menos, mejor). Carecemos de paciencia y, lo peor, solo nos preocupa el resultado. Sin embargo, este es el origen del error que después lamentamos. ¿Por qué? Porque el resultado es, sí o sí, producto de lo que lo antecede, del sistema, de las tareas que cumples repetidamente y, claro, de tu disciplina.

No es que pagas tres meses en el gimnasio, vas la primera semana y luego te rindes. ¿Por qué? Acudiste sin preparación, no te asesoraste y, más bien, te diste una paliza que tu cuerpo resintió. Te duele hasta el aire que respiras y tu cerebro pide una tregua. ¿Qué pasó? Faltó el sistema para comenzar suave, para enseñarle a tu cuerpo, para crear tu propio método.

O, probablemente, comenzaste la semana con la intención de consumir alimentación más sana. Dejas de lado los ultraprocesados, las bebidas azucaradas y, el mayor sacrificio, esos chocolates que te encantan. Ah, practicas un poco de deporte. El fin de semana, sin embargo, te liberas: bebes alcohol, te das la comilona del siglo y no descansas suficiente. ¿Entonces?

Los deportistas de alto rendimiento, en cualquier disciplina, son un excelente ejemplo. ¿Qué tal la gimnasta Simone Biles? En tres participaciones en los Juegos Olímpicos, logró 7 oros, 2 platas y 2 bronces. Es la deportista más laureada de esa disciplina y una de las más destacadas de todos los tiempos, a pesar de los problemas que la mantuvieron alejada de la competencia.

Su rutina de entrenamiento incorpora lo que los especialistas llaman entrenamiento cruzado. ¿En qué consiste? Especialmente durante el verano, realiza sesiones de natación, atletismo y ciclismo. Así mismo, pasa horas en el gimnasio en entrenamientos de fuerza (flexiones, planchas), de resistencia (pesas, máquinas) y de fortalecimiento (en procura de control).

Eso no es todo, sin embargo. Para alcanzar los extraordinarios niveles de flexibilidad y de movilidad, realiza sesiones de pilates, de estiramiento estático y de estiramiento dinámico (en movimiento). Por supuesto, pasa al gimnasio a las barras de ejercicio (salto, asimétricas), la viga de ejercicio y la plataforma de ejercicios de suelo. Y, por último, la rutina de fuerza.

¿Hay más? Sí, lo que ella llama el entrenamiento silencioso, que consiste en descansar, masajes de recuperación, baños de hielo y rodillos de espuma. El objetivo no solo es recuperarse del esfuerzo, físico y mental, sino evitar lesiones. También cuida su hidratación, su alimentación y su salud mental (a través de meditación). Entrena 6-7 horas al día, con rutinas alternadas.

Lo que el público ve, sin embargo, se restringe a unos minutos durante la competencia. O, quizás, como en el caso de los Olímpicos, a 3-4 días. El resto, lo más valioso, no se ve, la gente no lo ve. Las interminables sesiones de entrenamiento, los ratos de descanso, las horas de soledad, los momentos de crisis y depresión son la parte oculta del iceberg, la masa grande.

El resultado de la competencia, que finalmente es lo que queda registrado en la historia, no es producto del talento del deportista, de un momento de inspiración o un toque de suerte. Por supuesto, el talento se requiere, la inspiración influye y la suerte ayuda, pero lo que en realidad permite alcanzar la victoria es el trabajo acumulado, el entrenamiento silencioso.

No importa si eres un deportista de alto rendimiento como Simone Biles o un abogado que prepara su alegato para un juicio, o un médico cardiólogo que se alista para una cirugía, o una profesora de ballet que entrena aun grupo de bailarinas para una presentación. Ellos también están más cerca del triunfo, del resultado positivo, en función de lo que hagan antes de.

Cuando la tarea que te propones es la de crear contenido para compartirlo con tu audiencia, con tus clientes potenciales, el entrenamiento silencioso determinará tu éxito (o tu fracaso). No es, como nos quieren hacer creer los vendehúmo o los payasos digitales, que te paras ante la cámara y ‘actúas natural’ para convertirte en una celebridad y, claro, en multimillonario.

Eso no sucede ni siquiera en las películas de ciencia ficción. Eventualmente, dado que hoy tantas personas consumen la pornobasura que hay en los medios y canales dentro y fuera de internet, es posible que un poco de vulgaridad y ordinariez te permitan atraer la atención. Sin embargo, ese ‘éxito’ será efímero y lo que hagas se olvidará rápido. ¡Nadie te recordará!

En cambio, cuando creas un sistema de trabajo y, sobre todo, cuando cumples con las rutinas del entrenamiento invisible, los resultados serán sobresalientes y, lo mejor, dejarán huella. Una huella positiva en la vida de las personas que tengan el privilegio de consumir tus contenidos. Y lo agradecerán de tantas formas como les sea posible, incluida la de recomendarte con otros.

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Si bien no hay fórmulas perfectas y tampoco existen los libretos ideales, el sistema que te llevará a obtener los resultados que esperas ya fue inventado. Como la rueda, como el agua tibia, como el pan. ¡No tienes que reinventarlo!, no caigas en la trampa de los vendehúmo y los estafadores que pululan en el mercado. Crear tu propio sistema es más fácil de lo que crees.

Si no sabes cómo hacerlo, cómo comenzar, puedes probar con estos seis pasos sencillos:

1.- Crea tu flujo de información.
La creación de contenidos es una tarea complicada cuando te abandonas a la esquiva y traicionera inspiración o cuando esperas que ChatGPT (o alguna otra herramienta de inteligencia artificial) haga tu trabajo. La fuente ilimitada de ideas está en tu cerebro y en tu corazón, en las experiencias que vives, en el aprendizaje de tus errores, en tus creencias.
La clave: mantente informado. Recuerda que “quien tiene la información, tiene el poder”

2.- Consume contenido de calidad.
Si a ChatGPT lo alimentas con basura, te arrojará basura. Lo mismo sucede con tu cerebro. Por eso, entonces, cuida la calidad del contenido que consumes, elige fuentes confiables y, sobre todo, que te aporten distintos ángulos de la realidad. No solo sigas a los referentes, pues tras bambalinas hay personas anónimas (o poco conocidas) que pueden aportar mucho valor.
La clave: sé selectivo con lo que lees, ves y escuchas porque eso determina lo que haces

3.- Diversifica lo que consumes.
Si bien hoy una de las claves del éxito en el mercado es la especialización, no puedes caer en el error de cerrarte a la banda de un solo tema. Ten en cuenta que el estándar del mercado, tristemente, es la mediocridad, así que subir el listón no solo te hará diferente, sino visible. Aprende de aquello que te permita ofrecer más opciones de ayuda a los demás
La clave: la tecnología es imprescindible, pero no te olvides de los seres humanos

4.- Consume contenido de los referentes de tu industria.
Si ellos están en la cima, si ya llegaron a donde tú quieres llegar, por algo será. ¿Cierto? Entonces, acércate a ellos, consume sus contenidos, analiza sus estrategias, descubre cuáles son sus secretos mejor guardados. Asiste a sus eventos, compra sus libros, haz sus cursos. Créeme que esa es una excelente inversión cuyos resultados disfrutarás a largo plazo
La clave: ten cuidado de no caer en la trampa de dejar de ser tú, de ser auténtico

5.- Asiste a eventos de tu industria.
El networking es una de las estrategias más efectivas para conocer el tras bambalinas de tu actividad, para descubrir cómo otros han logrado buenos resultados, para conocer nuevas tendencias y, en especial, para establecer alianzas estratégicas que deriven en un intercambio de beneficios. Ir a estas actividades te permitirá avanzar al ritmo de la industria
La clave: no se trata solo de ir y tomarse foto: participa, déjate ver muestra tu valía

6.- Crea tu propio método.
Olvídate de copiar el modelo de otros, de los referentes, de aquel que te inspira. No solo porque no es posible, sino porque además estarías renunciado a lo que te hace único, a tu autenticidad. Identifica qué los hace distintos y mejores del resto y modélalo, adáptalo a tu caso. Si algo hace falta (conocimiento, habilidades, herramientas), podrás conseguirlo después
La clave: el éxito es un rompecabezas en el que cada persona que influye en ti es una pieza

La razón por la cual la mayoría de las personas fracasa en el intento de crear contenidos de calidad es porque se encomienda a la tal inspiración a la espera de que esta les diga qué camino seguir. El camino es justo lo contrario: una vez establezcas tu sistema, una vez tengas tu método, la inspiración brotará y te brindará la posibilidad de crear lo que desees.

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¿Qué contenido publicar en RR. SS.? La respuesta te sorprenderá…

¿Eres abogado? ¿O contador? ¿O mecánico automotriz? ¿O sicólogo? ¿O administrador de empresas? ¿O ingeniero? ¿O enfermera? ¿O periodista? No importa. Se trata solo del área en el que decidiste especializarte, en la que te distingues como un experto (o, quizás, vas en camino de lograrlo). Al final, todos, sin excepción, estamos en el mismo negocio.

Sí, ya sé que no es una idea fácil de digerir a la primera. Porque, sin duda, son profesiones distintas, con campos de acción diferentes. Que requieren conocimientos y habilidades distintas, sin duda. Sin embargo, esa es solo la punta del iceberg. En las profundidades, en donde está lo que no vemos, se halla la realidad que a muchos les cuesta aceptar.

¿Cuál es ese negocio al que nos dedicamos todos? Al de establecer relaciones a largo plazo a través de las cuales se dé un intercambio de beneficios, en las que todas las partes involucradas ganen algo. Si no se establecen esas relaciones, esos lazos con el mercado y con todos y cada uno de tus clientes, tu negocio se estancará porque no venderás.

O, en el mejor de los casos, lo harás por obra y gracia del Espíritu Santo: deberás esperar a que los clientes lleguen a tu negocio, a tu emprendimiento o a tu web como caídos del cielo. Y muchos solo estarán de paso, mirarán y seguirán de largo. Es la muerte lenta de los negocios, un camino que, tristemente, muchas marcas (empresas y personas) eligen.

¿Por qué se requiere que haya una relación? Porque en el mercado reinan la desconfianza y la prevención, producto del engaño de los vendehúmo, de los estafadores que abundan en los canales digitales. La realidad es que las personas confían cada vez menos en las marcas en virtud de las experiencias negativas del pasado, de sentirse utilizadas.

¿Eso qué significa? Que los consumidores no son tontos y se dan cuenta de las intenciones veladas, disfrazadas, de las marcas. Es decir, no son ajenos a que la mayoría del contenido que publican las marcas, en especial en redes sociales, son ventas disfrazadas, mensajes que no aportan valor. Y la publicidad no es bien recibida, se acepta a regañadientes.

Recientemente, Hootsuite, plataforma de gestión de redes sociales, realizó un estudio denominado Informe del consumidor de redes sociales (Una visión definitiva de por qué la gente sigue, participa, compra y rompe con las marcas en las redes sociales). Es el fruto de 6.026 encuestas realizadas en EE. UU., Canadá, Reino Unido y Australia (rango 18-64 años).

Un rasgo interesante de la encuesta es que se consultó a personas que siguen a las marcas en las redes sociales y afirman que estos canales tienen alguna influencia en su decisión de compra. Les preguntaron acerca de su comportamiento, de sus creencias sobre las redes sociales, de por qué siguen a las marcas o comparten su contenido y de cómo reaccionan a los contenidos.

Otra conclusión que vale la pena tener en cuenta es que los consumidores afirman que saben cuándo una marca intenta engañarlos. ¿Cómo? A través de estrategias de marketing disfrazadas de altruismo, de ventas camufladas, del hipócrita apoyo a causas que son del interés del mercado, a pesar de que no las comparten: solo quieren verse simpáticas.

Una de las revelaciones que me llamó la atención fue aquella de cuáles son los escenarios en los que los consumidores son más receptivos a las marcas. Esto es importante saberlo porque derrumba ese mito (¿o bulo?) tan difundido de que las personas, todas, se conectan a internet, en especial a las redes sociales, exclusivamente para comprar.

Veamos el escalafón:

1.- Grandes eventos deportivos (mundiales, torneos de Grand Slam, Olímpicos)

2.- Eventos de cultura popular (conciertos, cine, teatro)

3.- Noticias en desarrollo (la actualidad siempre es importante)

4.- Movimientos por la justicia social (el compromiso con otros)

5.- Eventos políticos (mítines, debates)

¿Son los que te imaginabas? Probablemente, no (no todos). Lo interesante es que se demuestra que el consumidor es un ser humano común y corriente, que siente, que piensa, que se emociona, que está atento a lo que sucede a su alrededor. No es, como lo asumen muchas marcas, un número en su contabilidad o, de otro modo, una transacción.

Lo que une estos cinco escenarios, que a simple vista parecen muy distintos, es que están ligados, todos, a las emociones. También, que revelan aquellas actividades que movilizan a las personas, son aquellas de las que quieren ser parte, con las que se sienten identificadas. Y, no hay que olvidarlo, aquellas que se conectan con su propósito.

Es decir, la gente real, esos clientes potenciales que están ahí afuera, reconocen lo falso cuando lo ven. Es cierto que muchas personas caen fácilmente en las trampas, en los señuelos de los vendehúmo y de los estafadores, pero también hay muchas otras que ya no son tan ingenuas y que saben tomar sus recaudos. Y se molestan si intentas timarlas.

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Ahora, la encuesta de Hootsuite contiene una mina de oro. Sí, una veta para quienes estén en capacidad de atender y entender las necesidades reales del mercado, del consumidor, no los deseos o caprichos de las marcas. Se trata de los contenidos de las marcas que a los consumidores ‘no les importa ver’, ‘no les incomoda ver’, cuando abren sus redes sociales.

¿Te imaginas cuáles son? Veamos:

1.- Lo que les enseña o les explica algo nuevo – 56 %

2.- Lo que les hace reír – 55 %

3.- Lo que los inspira – 47 %

4.- Lo que les hace sentir algo – 36 %

5.- Lo que les atrae visualmente – 36 %

6.- Lo que les sorprende – 30 %

¿Cómo te parece? Nada que esté relacionado con la venta. Información, educación, entretenimiento e inspiración, los cuatro objetivos primordiales de una estrategia de marketing de contenidos. No es, ni mucho menos, un gran descubrimiento, sino, más bien, una validación: la gente no solo quiere comprar, quiere que las marcas la ayuden.

Y, de manera especial, que le hagan la vida más llevadera, más alegre. Que le brinden contenidos que le permita abstraerse de la realidad caótica, del estrés, de la histeria colectiva. Y, por supuesto, tampoco quiere que los mensajes de las marcas en las redes sociales se limiten a vender, vender y vender. Primero hay que dar, antes de pedir.

Según la encuesta, “los seguidores de hoy son los compradores de mañana”. El 70 % de las personas que siguen a marcas en las redes sociales tienen planes explícitos de comprarles (pronto o en el futuro), y el 59 % ya les han comprado a las marcas que siguen. Así es siempre y cuando entre el punto A y el punto B las informes, eduques, nutras, entretengas e inspires.

Lo que el mercado reclama es que a través de las redes sociales se comparta contenido de valor, único y entretenido. Eso descarta el copy + paste, así como los que los textos creados con herramientas de inteligencia artificial a partir de prompts de otros, de los que prometen el oro y el Moro y no son efectivos. Y, por supuesto, quiere contenidos personalizados.

¿Eso qué significa? Los que se conectan con aquellas actividades que las motivan, que disfrutan, que las hacen sentir parte de algo. Así mismo, los que estén realmente alineados con sus principios y valores. En últimas, lo que los consumidores les piden a las marcas es que lo que publican en redes sociales se centre más en ellos que en ellas, en las marcas.

Lo importante es que las marcas (empresas y personas) entiendan cuál es el rol que deben cumplir al ser parte del ecosistema de las redes sociales. Si una persona las sigue en estos canales, la probabilidad de que compre en el futuro es real: el 58 % de los encuestados afirmó que seguir a las marcas es parte de su estrategia para tomar decisiones de compra.

El reto para las marcas que crean y publican contenidos en redes sociales radica en establecer, con argumentos irrefutables (no  eso de ‘creo’, ‘pienso’, ‘es tendencia’), cuáles son las actividades que entretienen a sus clientes, las que los inspiran. En últimas, las que los movilizan, las que los invitan a actuar, las que generan una conexión emocional.

Esto es lo que resulta atractivo a los consumidores de la presencia de las marcas en redes sociales:

1.- Comunicarse de manera auténtica y con la que puedan identificarse – 65 %

2.- Contenidos de los inspiren – 57 %

3.- Tener un punto de vista convincente en su área de especialización – 56 %

4.- Responder a preguntas y comentarios de manera oportuna – 53 %

5.- Esforzarse porque sus contenidos sean creativos y entretenidos – 50 %

6.- Transmitir buenas sensaciones o tener una buena estética visual – 50 %

7.- Tener cosas interesantes que decir acerca del mundo y de la vida y más allá de sus productos y servicios – 37 %

8.- Mantener una presencia activa con interacción constante – 36 %

Algo más, que no puedes pasar por alto: los consumidores que siguen tu marca (empresa o persona) en las redes sociales eventualmente se convertirán en compradores. Sin embargo, no es una ecuación: la clave está en que esos seguidores, a partir de una estrategia de marketing de contenidos de nutrición, se transformen en una comunidad.

Por último: las publicaciones que más sirven para que tu prospecto deje de ser un seguidor y sea un comprador son aquellas que comparten otros usuarios. Se asume que son opiniones validadas y se les otorga mayor credibilidad y peso a la hora de tomar la decisión de compra, que a las publicaciones pagadas (publicidad) y a las orgánicas.

Moraleja: si eres una marca (empresa o persona), no importa a qué te dediques o lo que vendas (producto o servicio). Para los consumidores, tus clientes potenciales, lo que en verdad interesa en las redes sociales es que el contenido sea útil y, sobre todo, que esté conectado con sus deseos y emociones, más que con sus necesidades (o su dolor).

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¿Sabes qué es marca personal? Lo que te hace único, tu diferencial

A la sombra de internet, una enigmática tecnología que a finales del siglo XX se instaló en nuestra vida y la cambió para siempre, surgió un concepto que hoy brilla con luz propia. ¿Sabes a cuál me refiero? A la marca personal (personal branding). Llegó en silencio, pero poco a poco adquirió relevancia y ahora es uno de los pilares del éxito en la vida.

Sí, no solo en el ámbito laboral, su escenario natural, sino en la vida personal, en las relaciones y, sobre todo, en los negocios. La marca, desde siempre, se concibió ligada a las empresas, pero ya sabemos que no es algo exclusivo del mundo corporativo. De manera especial, en la era de la tecnología, en la que internet es dios, la marca personales un bien universal.

¿Eso qué significa? Que todos, absolutamente todos los seres humanos, SOMOS una marca. Y lo escribo en mayúscula para destacarlo, para que no caigas en la trampa de los vendehúmo del mercado que prometen crearte una marca personal poderosa. Son fanfarrones que, en últimas, quieren inventar el agua tibia. ¿Por qué? Porque tu marca personal ya es.

Para evitar confusiones, veamos qué es una marca personal. Por un lado, es todo lo que tú proyectas al exterior a partir de tus principios, valores, creencias, fortalezas, debilidades, miedos, sueños, conocimiento y experiencias. Por otro lado, es lo que las otras personas perciben de ti en función de las interacciones que sostienen, de la relación que los une.

En otras palabras, la marca personal es el mensaje que tú le transmites al mundo acerca de quién eres. El problema, porque siempre hay un problema, es que la mayoría de las personas no sabe esto y no trabaja su marca personal de manera consciente. Entonces, tampoco se da cuenta de que el mensaje que transmite es contradictorio, confuso o, peor, negativo.

Así mismo, dado que se trata de una percepción, cada persona con la que te relacionas tiene una idea distinta de ti como marca personal. Habrá algunas a las que les gustes, otras a las que les encantes y algunas más que, simplemente, te odiarán. Y está bien, porque la esencia de la marca personal no es caerle bien a todo el mundo, como si fueras monedita de oro.

Esa es la razón por la cual, por ejemplo, cuando somos niños, en el colegio nos hacemos amigos de unos y con otros apenas compartimos el salón de clases. Hay personas que tienen otros valores, otros principios, otras creencias, otras experiencias. Esto se repite una y mil veces a lo largo de la vida, en todos los ámbitos y, no lo olvides, no es posible evitarlo.

Ahora, también es conveniente entender que, a diferencia de lo que nos dice el mercado, la marca personal nada tiene que ver con popularidad, con ser famoso o con acumular miles o millones de seguidores en redes sociales. Es cierto que algunas celebridades son populares, famosas y son seguidas por miles, pero eso no es marca personal: es marketing.

¿Por qué? Porque son estrategias diseñadas para hacerlas ver como figuras perfectas, que logran todo lo que se proponen, que tienen el poder de superar cualquier dificultad…, en fin. Sin embargo, todos sabemos que nadie es perfecto, que todos sucumbimos a las dificultades alguna vez, que no siempre obtenemos lo que deseamos. Esas personas son marcas falsas.

Que encarnan modelos de éxito comerciales, pero irreales. Ejemplos hay muchos, en especial los patéticos influencers, deportistas, cantantes, empresarios y políticos, entre otros. Más que de marcas personales, se trata de productos comerciales tras los cuales hay cuidadosas estrategias de marketing. Son de aquellas que no dan puntada sin dedal, todo es premeditado.

Otras, en cambio, son verdaderas marcas personales que, aun sin proponérselo, inspiran a muchos otros. ¿Por ejemplo? El expresidente estadounidense Barack Obama. El mundo lo conoció como una esperanza de cambio, de reconciliación, de unión, de reivindicación. Es un orador excepcional, con gran carisma, y con principios y valores muy fuertes, muy sólidos.

Esas virtudes le permitieron ganarse el aprecio y el respeto de millones de personas no solo en los Estados Unidos, sino en todo el planeta. Y hoy, cuando está retirado de la vida pública, sigue siendo una voz autorizada y, también, una marca personal activa. A través de charlas y conferencias defiende sus ideales, promueve causas benéficas y produce un gran impacto.

Un caso parecido es el del expresidente uruguayo José ‘Pepe’ Mujica. Un tipo sencillo, con gran humildad, dueño de una infinita sabiduría popular y, también, de una sensibilidad social sin límites. Austero por convicción, se comunica más a través de sus actos que de sus palabras, que en todo caso encierran un mensaje poderoso. Un líder nato, una persona fácil de querer.

En los últimos tiempos, y más allá de ser una exitosa estrella de los escenarios, la cantante estadounidense Taylor Swift se ha revelado como una marca personal de impacto. Los valores que se le reconocen son la autenticidad, la creatividad y la empatía, principalmente. Pero no es todo: durante la campaña presidencial, tomó partido y se posicionó como una activista.

Algo importante es entender que cuando hablamos de marca personal no nos referimos a éxito profesional, a ganancias multimillonarias o a celebridad. Clara muestra de ello era la madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la Paz en 1979. La monja albanesa, que falleció en 1997, fue sinónimo de caridad, altruismo y coraje en virtud de su incansable labor humanitaria.

Renunció a toda muestra de riqueza material, de ostentación, y se dedicó a compartir lo que era y lo te poseía en favor de los más pobres, de los desvalidos. Fue sinónimo de bondad, de paz, de solidaridad, y fuente de inspiración para muchos en el mundo. Su marca personal era tan poderosa, tan sólida, que un cuarto de siglo después de su muerte nadie la olvida.

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Es decir, no se requiere ser multimillonario, dueño o CEO de empresas famosas, aparecer en los medios de comunicación o contar con millones de seguidores en redes sociales para ser una marca personal verdadera. Esa es una distorsión provocada por los mensajes de los medios de comunicación, que promueven estos modelos con la intención de lucrarse.

En otras palabras, la marca personal no es un privilegio de los ricos y famosos. Repito: ellos, por lo general, son marcas postizas, productos comerciales, no marcas personales. Además, no podemos olvidar que todos conocemos marcas personales poderosas, no famosas, no ricas, no celebridades, que han marcado una gran influencia en nuestra vida, que nos guiaron.

Tus padres, alguno de tus hermanos, un profesor del colegio, un amigo, un jefe o, quizás, una persona ajena a tu entorno familiar que te inspiró. Así mismo, y especialmente en la niñez y en la juventud, todos tenemos ídolos que, a través de su marca personal, dejan huella en nuestra vida. Artistas, deportistas, cantantes, escritores o, inclusive, algún amor platónico.

Ahora, veamos algunas características de una verdadera marca personal:

1.- Es sinónimo de autenticidad

2.- Es una construcción permanente

3.- Es un mensaje consciente

4.- Es el reflejo de tus valores, principios, creencias y experiencias

5.- Surge a partir del autoconocimiento, fruto de tus fortalezas y debilidades

Y la otra cara de la moneda: ¿qué NO es una marca personal?

1.- Ser famoso y reconocido a partir de logros y bienes materiales

2.- Contar con millones de seguidores en redes sociales

3.- Mostrarse como un modelo de éxito y/o perfección

4.- Practicar el falso altruismo solo para aparecer en los medios

5.- Posar de neutro: no comprometerse con causas públicas, tomar partido

Estoy seguro de que el ejemplo que voy a mencionar a continuación probablemente no sea de tu agrado, pero es innegable que encarnó un modelo de marca personal poderosa. ¿Sabes a quién me refiero? A Diego Armando Maradona, el futbolista argentino. Un ser humano con un talento ilimitado y una personalidad fuerte y con una variedad de defectos inocultables.

Dentro o fuera del campo de juego, para bien o para mal, por su sensibilidad o por sus a veces cuestionables convicciones, Maradona fue una marca personal poderosa. Era imposible ser indiferente a él, por lo positivo o por lo negativo. Encarnó un inspirador modelo de superación y, tristemente, uno de autodestrucción. Su pecado fue no saber gestionar la fama.

Otro caso parecido, y también en el ámbito del deporte, nos lo ofrece el golfista Tiger Woods. Un talento único que se dio el lujo de cambiar un deporte rico en tradiciones y reacio a los cambios. Inspiró a millones en todo el mundo, transformó el golf profesional, superó innumerables récords y ganó más dinero del que quizás soñó. Sin embargo, también sucumbió al éxito.

Lo que me interesa que comprendas es que, en especial si eres un emprendedor o un profesional independiente que vive de monetizar su conocimiento (o quiere hacerlo), debes ser una marca personal poderosa. Imperiosamente, DEBES SER. No construir, porque ya eres, sino descubrir cuál es tu esencia y luego definir ese mensaje que quieres comunicar.

La marca personal es el principal factor diferenciador, el motivo por el cual el mercado, tus clientes potenciales, te percibirán como distinto de la competencia, como mejor opción. Esto será posible solo en la medida en que conectes emocionalmente con esas personas y que haya identificación a partir de principios, valores, creencias, experiencias, sueños y propósito.

Recuerda: no eres monedita de oro para caerle bien a todo el mundo. Por eso, la marca personal es el primer filtro que te permitirá decantar a las personas que atraes, a las que les das entrada a tu vida. Es, también, el pasaporte para conectar con referentes del mercado, con mentores, con colegas que están en sintonía contigo y con los que puedes desarrollar sinergias poderosas.

Si aún no has definido tu mensaje, si aún no eres una marca personal identificable, el mejor momento para comenzar es hoy. No lo olvides: la base del proceso son el autoconocimiento y la autenticidad. Si no eres una marca personal, eres invisible. Si no eres una marca personal, te privas de disfrutar de los beneficios de conectar con otros y producir un impacto positivo en el mundo.

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Las habilidades comunicativas, una cuestión de supervivencia

La irrupción de la inteligencia artificial supone un dilema para la humanidad. Su influencia se manifiesta en todas y cada una de las actividades de la vida, sin excepción, y son múltiples los oficios y profesiones que, dicen, están en peligro de desaparición. Sin embargo, sabemos que si algo caracteriza a la especie humana es, precisamente, su resiliencia, su capacidad para sobrevivir.

No olvides que los dinosaurios, una especie fuerte, depredadores, desaparecieron y muchas otras especies menores permanecieron en el planeta. El ser humano, además, ha sobrevivido a pandemias, pestes, catástrofes naturales como terribles huracanes, devastadores terremotos, pavorosas inundaciones y a eventos demoledores como la guerra. Parece que fuera indestructible.

Hace 25 años, quizás lo recuerdes, cuando internet irrumpió en nuestra realidad y la cambió por completo, nos dijeron que la vida no sería igual, jamás sería la misma. También dijeron que millones de empleos se perderían y que muchas empresas desaparecerían. Así fue, pero el ser humano volvió a exponer su asombrosa capacidad de adaptación y logró sobrevivir.

Con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que era un cambio beneficioso, aprendimos que la tecnología no llegaba para sustituirnos o, peor, para destruirnos, sino para ayudarnos. Que en la práctica significa complementarnos, potenciar nuestras habilidades, sacarnos de la zona de confort y, lo mejor, para brindarnos nuevas y maravillosas posibilidades de crecimiento.

No sé qué opinas, pero soy un agradecido de la tecnología. Cuando comencé mi carrera profesional, hace más de 37 años, los periodistas aún trabajábamos en máquina de escribir y los computadores eran un sueño. Es decir, he vivido en carne propia lo bueno y lo malo de esta revolución tecnológica que significó la transformación del oficio y de la mentalidad.

Fui de los primeros periodistas que utilizó internet en Colombia, en 1997. Para que te hagas una idea del contexto: ninguna empresa o medio de comunicación tenía una página web, los bancos apenas implementaban los cajeros electrónicos y lo que los expertos nos decían era que internet era “algo pasajero”, “una nueva moda que desaparecerá pronto”.

Por supuesto, y por fortuna, no fue así. Desaparecieron los que se quedaron en lo mismo de antes, los que fueron incapaces de evolucionar, los que no cumplieron con la premisa de saber adaptarse. Los demás, mientras, nos fortalecimos, adquirimos habilidades y nos convertimos en mejores personas, en profesionales más capacitados, gracias a la tecnología.

Hoy, el nuevo dinosaurio, la amenaza mediática, es la inteligencia artificial generativa. Sí, la que muchas personas llaman ChatGPT, pero esta herramienta es tan solo una de tantas de las que ya disponemos. Y vendrán otras más, sin duda, un tsunami tecnológico. Algunas de esas especies serán efímeras, no cumplirán con su propósito y desaparecerán. No hay remedio.

Otras, las más valiosas, las más poderosas, en cambio, permanecerán. Y se convertirán en una parte importante de nuestra vida, como ocurrió con internet hace más de 25 años. Por eso, más que una obligación es una decisión acertada aprender a utilizar esta maravilla. No al punto, quizás, de ser un experto, pero sí bajo la premisa de aprovechar su poder ilimitado.

Lo que, en todo caso, no se puede perder de vista, es que la diferencia, para bien o para mal, no la marca la tecnología: este es un privilegio del ser humano, del uso que haga de ella. No olvides que muchas personas, millones en el mundo, desconocían y/o desaprovechaban el poder de internet antes de la pandemia. Fue durante el encierro cuando lo descubrieron.

Después de ese punto bisagra, hoy estamos familiarizados con las reuniones virtuales y con otra serie de opciones que antes pocos usaban. Para muchas familias, por ejemplo, pasar la pandemia con un buen balance fue fruto, entre otras cosas, de las reuniones virtuales con familiares y amigos. En medio del encierro, pudieron salvaguardar su salud mental.

Repito: la tecnología es asombrosa, maravillosa, increíble. Ponle el calificativo que quieras y seguro te quedarás corto. Sin embargo, la magia está en el ser humano, en su inteligencia natural, en su capacidad para aprender, en su creatividad, en el uso que le brinda. Así, por ejemplo, la dinamita no fue creada para matar, para destruir, el uso más común que se le da.

Lo que la inteligencia artificial generativa hará por ti, si se lo permites, es potenciar tus habilidades, sacar el máximo provecho de tu conocimiento y producir un mayor impacto en la vida de quienes te rodean, de aquellos sobre los que ejerces influencia. Esta tecnología llegó para ayudarnos, para facilitarnos la vida, para permitirnos ser más productivos y rentables.

Lo esencial, lo fundamental, lo que marca la diferencia, repito, está en ti. ¡ERES TÚ! De hecho, un reciente estudio de la prestigiosa consultora Kantar Media, llamado Las competencias que definirán el ecosistema mediático del mañana, nos ofrece unas lecciones valiosas. Se hicieron 1.110 encuestas en 53 países a personas relacionadas con investigación, datos e insights.

Estas fueron algunas de las conclusiones más destacadas:

1.- Se reconoce la necesidad de adaptarse a los cambios que llegaron y a los que vendrán

2.- Se entiende que tecnología y talento van de la mano, son complementarios, no opuestos

3.- Los expertos en estas nuevas tecnologías son la nueva joya de la corona laboral

¿Cómo te parece? A mi juicio, nada sorprendente, nada que no fuera previsible. Lo que me llamó la atención de los resultados de la encuesta, el motivo por el cual escribí esta nota, fue el escalafón de las 10 competencias más importantes hoy. Ten en cuenta que los consultados son personas relacionadas con los medios de comunicación, agencias de marketing y afines:

1.- Habilidades de comunicación y storytelling79 %

2.- Análisis e interpretación de datos – 73 %

3.- Capacidad para explicar técnicas y metodologías complejas – 65 %

4.- Posibilidad de conectar fuentes de datos – 60 %

5.- Visualización de datos – 59 %

6.- Experiencia diversa y nuevas perspectivas – 57 %

7.- Experiencia en investigación – 46 %

8.- Conocimientos de data science39 %

9.- Manejo de big data – 36 %

10.- Experiencia en el uso de la IA – 27 %

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¿Qué opinas? Honestamente, a mí me sorprendió ver en el número uno las habilidades de comunicación y el storytelling, que en teoría son las principales víctimas de la inteligencia artificial generativa. No porque desconozca su importancia, sino porque la percepción del mercado era distinta. Es decir, veía que lo prioritario era la tecnología, las herramientas, no la habilidad.

Por supuesto, es algo que me alegra, me entusiasma. Entre otras razones, porque respalda mi lucha de los últimos años: crear conciencia de que el factor diferencial, lo que realmente provoca impacto, no es el canal, no es el formato, no es el recurso, no es la herramienta: es la capacidad del ser humano para sentir, compartir y transmitir emociones y experiencias.

Un ejemplo: cuando desarrolló su carrera periodística, primero, y la de escritor, después, el gran Gabriel García Márquez, Gabo, escribió en cuartillas. Es decir, en máquina de escribir. Solo al final, cuando ya era famoso y consagrado, cuando ya había ganado el Premio Nobel, usó la computadora. El talento estaba en él, la imaginación estaba en él, no en la herramienta.

Uno más: cuando ganó sus 18 campeonatos mayores, entre 1962 y 1986, el estadounidense Jack Nicklaus utilizó palos que hoy no solo son reliquias, sino arcaicos. Por aquel entonces, el desarrollo de la industria del golf iba a lomo de mula, a diferencia de lo que sucede hoy, cuando los cambios, los avances tecnológicos, se dan a la velocidad de un rayo.

A lo largo de su sensacional trayectoria, Nicklaus acumuló 73 triunfos en el PGA Tour, para ubicarse como el tercero de la historia. Solo lo superan Sam Snead y Tiger Woods, con 82. El Oso Dorado es considerado por muchos el mejor jugador de todos los tiempos, tanto por su capacidad técnica como, en especial, por su férrea mentalidad ganadora y su determinación.

Hoy, sin embargo, muchas personas creen que lo importante es la herramienta, el canal o el formato y menosprecian lo realmente valioso: el contenido. Menosprecian lo que pueden entregarle al mercado y se limitan a seguir la tendencia, la moda. Algunas logran hacer ruido, pero su efecto es a corto plazo y pronto surge un nuevo objeto brillante que las desplaza.

Las habilidades comunicativas son las que nos permiten comunicarnos de manera efectiva con otros, bien sea a través del habla, de la escritura, de la gestualidad (movimiento), de la pintura, del canto o, inclusive, de las señas. Son fruto de un proceso consciente cuyo fin es transmitir un mensaje, establecer un vínculo o realizar un intercambio de conocimiento y experiencias.

La escucha activa, la comunicación verbal, la no verbal, la empatía, la asertividad y la inteligencia emocional son, entre otras, las principales habilidades comunicativas. Todos los seres humanos disponemos de ellas, pero cada uno las desarrolla en distinta medida o, de otra forma, cada uno privilegia algunas que le resultan más cómodas o que son más fáciles.

En la película Náufrago, lo que le permitió sobrevivir a Chuck Noland (interpretado por Tom Hanks) no fue la tecnología. De hecho, no tenía herramientas porque perdió el transmisor de emergencia de la balsa en la que llegó a una isla desierta. Sobrevivió gracias a sus habilidades y a su ingenio para arreglárselas en un medio de un ambiente inhóspito.

Volvamos al comienzo: amenazado por los depredadores, con pocos recursos y un precario conocimiento del entorno, el ser humano sobrevivió en la prehistoria. Y a lo largo del tiempo ha hecho lo mismo una y otra vez tras tragedias naturales, guerras o pandemias. Lo ha hecho gracias a su inteligencia, a su intuición, a su resiliencia y a su capacidad de adaptación.

En una sola palabra, gracias a sus habilidades. Entre ellas, las comunicativas, que le han servido para transmitirles a otros, de generación en generación, el conocimiento adquirido y el aprendizaje fruto de sus experiencias. Haber enseñado a otros cómo sobrevivir a pesar de las dificultades es lo que le ha permitido al hombre ser la especie que no se extingue.

Como dice la canción, “yo no sé mañana”, no sé qué pasará mañana, dentro de unos años. No sé cuál será el resultado de una encuesta similar de Kantar Media en 5 o 10 años. De lo que sí estoy seguro es de que las habilidades comunicativas se darán mañas para entreverarse entre las más importantes, las indispensables, las más valoradas. Es cuestión de supervivencia…

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4 lados de una historia: comunica para comprender, no para convencer

Jean-Jacques Rousseau murió en 1778, hace 246 años. Sin embargo, algunas de sus enseñanzas siguen vigentes. Nació en 1712 en Ginebra (Suiza) y se le recuerda como escritor, músico, botánico, naturalista y filósofo. Abogaba por combatir la tiranía a través de la razón y el conocimiento y sus ideales ejercieron una fuerte influencia en la Revolución Francesa.

Si le preguntas a Mr. Google, que lo sabía casi todo antes de la llegada de ChatGPT, pondrá a tu disposición una gran variedad de frases célebres que se le atribuyen a Rousseau. Una de ellas es, precisamente, el motivo de este post: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. ¿La conocías?Genial, ¿cierto?

Cuando la leí, de inmediato llamó mi atención. Y también le causó gracia, porque no tardé en darme cuenta de que esas 18 palabras resumen el origen de uno de los problemas más complejos a los que se enfrenta el ser humano. ¿Sabes cuál es? El de comunicarse con otros. Comunicarse entendido como conectar, enlazar, empatizar, intercambiar, relacionarse.

El diccionario nos dice que hablar y comunicar son sinónimos. Al primer término lo define como Comunicarse con otra u otras personas por medio de palabras. Otras acepciones son “Tratar, convenir, concertar” y “Razonar, o tratar de algo conversando”. Nos ofrece sinónimos tales como expresar, decir, enunciar, conversar, dialogar o platicar.

De comunicar, mientras, nos dice que es “hacer a una persona partícipe de lo que se tiene” o “conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito”. ¿Sinónimos? Informar, notificar, transmitir, revelar, anunciar y compartir, entre otros. Como ves, similares en la teoría, pero seguro sabes, lo has experimentado, se manifiestan distinto en la práctica, en la realidad.

Algo parecido a lo que ocurre con oír y escuchar. En términos estrictos, son lo mismo, pero el segundo término implica “prestar atención a lo que se oye”, una condición que el primero no exige. El problema es que hablamos mucho y comunicamos poco (o casi nada) y también oímos mucho y escuchamos poco (o casi nada). Es una terrible contradicción y una lástima.

Primero, porque vivimos la era de la comunicación, de la tecnología, una etapa que ninguna otra generación disfrutó. Disponemos de increíbles y poderosos canales y herramientas que nos facilitan la vida, que nos permiten estar en contacto con otros de manera inmediata. Segundo, porque en la práctica renegamos del gran privilegio de los seres humanos.

¿Sabes cuál es? El que nos distingue del resto de las especies del planeta: la capacidad para comunicarnos de manera consciente. Un privilegio que no aprovechamos o que utilizamos de manera equivocada. ¿Cómo? Son más las ocasiones en las que nuestro mensaje es fuente de discordia, de provocación, de agresión, de ofensa, que de lo contrario.

Un cortocircuito que, por lo general, es el resultado de nuestras comunicaciones, de nuestros diálogos. Discutimos, peleamos, agredimos más de lo que conversamos, de lo que comunicamos. Ese, por supuesto, es el principal obstáculo al que nos enfrentamos cada día en todos los ámbitos de la vida. Un problema complejo que, por fortuna, tiene solución.

La principal dificultad a la hora de comunicarnos es que los seres humanos, todos, sin excepción, asumimos que tenemos la razón. ¡Estamos seguros de que tenemos la razón! Y no solo eso: queremos, pretendemos, que otros piensen igual que nosotros, que no difieran y que no nos contradigan, aunque quizás tengan la razón. Es el origen de los cortocircuitos.

No es un problema menor, sin duda. Hay estudios que han determinado que los malentendidos surgidos entre empleados y directivos en las empresas, discusiones simples que pasaron a mayores, cuestan hasta 37.000 millones de dólares al año. Y millones de divorcios, de amistades de años que terminan mal, de negocios potenciales que se frustran.

Probablemente porque olvidamos la premisa de Rousseau: “Siempre hay cuatro lados de la historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente ocurrió”. Así es en las conversaciones más sencillas como en las complejas. En las que sostienes informalmente con tu pareja o con uno de tus hijos y la que adelantas con un cliente, con tu jefe o con un socio estratégico.

Siempre, sin excepción, cada historia, cada conversación, nos ofrece cuatro lados. Sin embargo, a pesar de que seguramente lo sabemos, en la práctica tendemos a sostener conversaciones sobre nosotros mismos, simplemente por costumbre, porque somos hábiles para dominar el escenario o, lo peor, por ego. En últimas, por un cúmulo de emociones.

Distinto de lo que pensamos, de lo que creemos, los seres humanos somos más emocionales que racionales. Diversas investigaciones han establecido que más del 85 por ciento de las decisiones que tomamos se basan en las emociones del momento, son una respuesta a ellas. Luego le damos cabida a nuestro YO racional para justificarlas.

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La esencia de la vida radica en la calidad de las relaciones que establecemos. Y esas relaciones están determinadas por la calidad de las conversaciones que se dan entre las personas involucradas. Estudios científicos demuestran que las personas que establecen una conexión humana con los demás tienen más posibilidades de éxito en sus relaciones.

Y esa conexión humana implica empatía, transparencia (honestidad), autenticidad y curiosidad. Es un intercambio, un ida y vuelta, no un camino de una sola vía. Es decir, conversar, comunicarse, no implica imponer tus ideas, o tu criterio. De lo que se trata es de que se dé una confrontación, que significa “carear a dos personas” o “cotejar dos cosas”.

William Jennings Bryan, un destacado político demócrata estadounidense, que fue tres veces candidato presidencial y murió en 1925, hace casi un siglo, dijo: “Dos personas en una conversación equivalen a cuatro hablando. Las cuatro son lo que dice una persona, lo que realmente quería decir, lo que escuchó su interlocutor y lo que creyó haber escuchado.

¿Entiendes? Los cuatro lados de la historia de los que nos habló Rousseau hace 250 años. Entonces, no se trata de una necedad o de un capricho, tampoco es una tendencia o una moda de las redes sociales: es una realidad. Si quieres que tus relaciones sean armónicas y fructíferas, que tus negocios sean rentables, debes aprender a comprender estos cuatro lados.

1.- TU lado.
Que, por lo general, asumimos como ‘la verdad’, como ‘la única verdad’, como ‘toda la verdad’. Y no nos damos cuenta de que, al final, solo es un lado de la historia, una parte, una versión, una opinión. Sin embargo, nos empeñamos en hacerla valer, procuramos que la otra persona asuma nuestra posición, adopte nuestras ideas, que piense igual que nosotros.

El problema es que nos dejamos llevar por las emociones, por la pasión, quizás por el deseo de ayudar a otros, y cruzamos la línea invisible que divide nuestro lado de su lado. Y en ese momento, entonces, entramos al terreno de los cortocircuitos, de los malentendidos. No lo olvides: TU lado es solo una parte, igual de grande y de importante que la parte del otro.

2- SU lado.
Que, no sobra decirlo, es tan válido como el tuyo. Aunque sea opuesto, aunque te ofenda, aunque no te guste ni un poquito. ¡Es válido! Lo que debes aprender, y entender, es que ese lado de la otra persona está determinado por sus creencias, por sus experiencias, por su conocimiento, por sus miedos, por sus emociones. Entonces, lo más normal es disentir.

Que, por supuesto, no significa asumir posiciones irreconciliables, sino lo contrario: hallar puntos de acuerdo. Para entender y aceptar SU lado de la historia, debemos conocer a la otra persona y no solo eso: aceptar también sus limitaciones, vulnerabilidades y, sobre todo, sus emociones. ¿La clave? Escuchar de manera activa, empática, sin juzgar, sin descalificar.

3.- La VERDAD.
Sí, ya sé que es un tema espinoso, arenas movedizas. Sin embargo, es más sencillo de lo que piensas. ¿Por qué? Solo necesitas aceptar que NO hay una VERDAD, una verdad única, incuestionable. O, de otra manera, entender que cada uno tiene su VERDAD, su propia verdad. De nuevo, fundamentada en creencias, miedos, conocimiento, experiencias…

Y, claro, en sus pensamientos y en sus emociones. Un ejemplo: un escenario colmado por 50.000 personas que acuden a un evento deportivo y millones más que lo siguen a través de la televisión o internet. Al final, cada uno tiene su verdad de lo sucedido, porque lo que cada uno vio fue distinto. Si entiendes esta premisa, tus relaciones serán menos traumáticas.

4.- Lo que REALMENTE sucedió.
Que, valga recalcarlo, cada uno lo ve distinto, a partir de su VERDAD. El ejemplo anterior se aplica a la perfección. Por eso, los hinchas al deporte, los que gustan de la política o los que conversan sobre la pareja ideal, difícilmente, por no decir nunca, se pondrán de acuerdo. Y está bien, porque cada uno ve la realidad a partir de su verdad, desde su lado de la historia.

Si vas por la calle, ocurre un accidente y te paras a preguntarles a 10 testigos qué ocurrió, al final tendrás 10 verdades distintas, 10 versiones válidas. Como en cualquier conversación con tus amigos, cuando se reúnen a cenar. O cuando los compañeros del colegio recuerdan los años maravillosos: saber lo que REALMENTE sucedió es armar un gran rompecabezas.

Moraleja: comunicarnos entre seres humanos va más allá, mucho más allá, de emitir mensajes, de conversar. De lo que se trata es de comprendernos. Según el sicólogo clínico estadounidense Jeffrey Bernstein, “Las personas tienen una necesidad innata de ser comprendidas. Esa necesidad de comprensión es más fuerte que la de ser amado”.

Entonces, de lo que se trata es de sostener conversaciones, interacciones, relaciones, enfocadas más en comprenderque en convencer. Esta es una premisa que, si la pones en práctica, te sirve para todas las actividades de la vida, en especial en aquellas, como tu trabajo, en la que tu labor más importante es relacionarte con otros, comunicarte con otros.

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Mitos (mentiras), verdades y claves acerca del calendario editorial

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Si la idea de crear y publicar contenido en canales digitales ya es un gran dolor de cabeza para la mayoría de los emprendedores y profesionales independientes, la de establecer un calendario editorial es una tragedia. De hecho, es tal el miedo que produce que se convirtió en la ‘excusa perfecta’ a partir de la manida frase “no sé qué publicar, no se me ocurre nada”.

Por supuesto, se trata de uno de los tantos bulos que ha alzado vuelo en el ecosistema digital, una de esas mentiras que se transformó en verdad en virtud de la repetición. Porque, claro, todos, absolutamente todos los expertos (en esto, en aquello, en lo uno, en lo otro) te juran que sin un calendario editorial estás condenado al fracaso. ¡Es una GRAN MENTIRA!

Que ni siquiera ellos se la creen. Sin embargo, les resulta útil para manipular al mercado, para engañar a las personas que no saben, para atraerlas a sus redes y luego sacarles su dinero. El calendario editorial es una ayuda, positiva si la sabes utilizar, inútil si careces de la estrategia adecuada. Porque, más que el calendario, lo que determinará tu resultado es la estrategia.

Hablemos claro: el calendario editorial NO es la panacea, NO te solucionará los problemas y NO te garantizará buenos resultados por sí mismo. De hecho, te lo confieso, NO uso esta herramienta. ¿Por qué? Porque, por formación, no soy dado a programar a largo plazo, sino que vivo al vaivén de los acontecimientos, de la noticia del momento. Recuerda: soy periodista.

Me encanta la adrenalina de la inmediatez, de producir el contenido inmediatamente después de que suceden los hechos. Y, también, la adrenalina del seguimiento, de la evolución de los sucesos, de la reflexión. Por supuesto, sé que soy la excepción a la regla y, por eso, no espero que las demás personas desprecien una herramienta que puede ser útil.

He empleado el calendario editorial con algunos clientes que prefieren disponer de esta guía, de esta ayuda. Además, porque están condicionados por el mercado, por aquella idea, expresada en tono perentorio, de “debes tener un calendario editorial”. No tengo problema en hacerlo, pero, repito, en mi día a día me rijo por la inmediatez, por el instinto, por el olfato.

Instinto y olfato que, valga la pena recalcarlo, no son caprichosos o arbitrarios. Responden a una juiciosa y permanente observación del mercado. ¿Eso qué significa? Que estoy en permanente actitud de exploración, de investigación, de encontrar nuevas temáticas y, en especial, de responder las preguntas habituales del mercado y de derrumbar mitos y bulos.

Soy parte de dos comunidades digitales de emprendedores y participo con frecuencia en charlas, eventos y cursos no solo de marketing, sino de áreas complementarias como la inteligencia artificial, diseño gráfico, storytelling, neuromarketing, coaching y persuasión. Es decir, estoy siempre en modo cacería, en la búsqueda de información de valor para nutrirme.

Una de las fuentes más valiosas está representada por los estudios que realizan empresas y consultoras de confianza y credibilidad. No tanto en el tema de las pavorosas tendencias, que no son más que interpretaciones caprichosas y muchas veces malintencionadas de los datos para favorecer un interés particular, sino de comportamientos, hechos comprobables.

Si veo que la información de esos estudios resulta interesante y pertinente para alguna de las audiencias a las que me dirijo, lo utilizo. También sigo en redes sociales a referentes de distintas áreas (las ya mencionadas), atento a sus publicaciones. Muchas de ellas son fuente de ideas (ángulos) a partir de las cuales elaboro contenidos enriquecidos, complementados.

Es decir, para que no haya equívocos, tomo alguna idea, la proceso, le doy mi toque, mi estilo, la adapto a los intereses de la audiencia con la que voy a compartir el contenido y procuro mejorar la versión original. Algunos dirán que es copy + paste, pero no es así: por si no lo sabías, todas las ideas que creas en tu mente surgen de lo que aprendes, de lo que ves.

Por ejemplo, no puedes imaginar el mar si no ves una foto, o un video; si no escuchas el golpe de las olas contra la costa, si no oyes el graznido de las gaviotas. A partir de esos estímulos, tu cerebro procesa la información y luego crea su propia versión. O ves una película, lees un libro, escuchas un pódcast o ves algo a tu alrededor que incentiva una idea y la desarrollas.

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Esto es importante entenderlo para no caer en la trampa del ‘contenido único’, del ‘contenido cero kilómetros’ o del objeto brillante de la ‘idea disruptiva’. ¿Por qué es una trampa? Por la sencilla razón de que TODO, absolutamente TODO lo que tu mente imagina, YA EXISTE. Tu cerebro toma esa idea, ese estímulo, lo adapta a lo que eres y lo pone a tu disposición.

Si caes en esa trampa, serás una más de tantas víctimas que, a pesar de poseer valioso conocimiento y experiencias que pueden ayudar a otros, eligen guardarlo. No se animan a crear contenido, se dejan dominar por el síndrome del impostor o, por último, toman el camino más sencillo: las excusas que se manifiestan a través de la procrastinación.

Ahora, volvamos al calendario editorial. ¿Sirve? Sí, pero NO es la panacea. ¿Es útil? Sí, pero dependerá de tu disciplina, de tu constancia y, sobre todo, de la coherencia de la estrategia de contenidos que establezcas. Porque carece de utilidad un calendario de contenidos si, a la hora de la verdad, vas a hacer una publicación al mes, o cada 15 días. No tiene sentido.

Veamos, entonces, algunos puntos clave que debes considerar:

1.- NO es una camisa de fuerza.
El principal error cuando se establece un calendario de contenidos es que las expectativas son muy altas. Como ven que la competencia publica todos los días, o varias veces al día, piensan que también deben hacerlo. Y no es así, no es camisa de fuerza. ¿Por qué? Porque son audiencias distintas, porque el nivel de confianza y credibilidad también es distinto.

Antes de crear un calendario de contenidos debes responder esta pregunta: ¿estoy en la capacidad y con la disposición necesaria para crear ese contenido? Es decir, ¿le vas a dedicar el tiempo requerido? (para investigación, elaboración y programación). Si la respuesta no es un SÍ categórico y surgido de la convicción, el calendario no te ayudará.

2.- Depende de tu relación con el mercado.
Si eres de aquellos (tantos) que solo se comunican con el mercado, con su audiencia, cuando le van a ofrecer (vender) algo, el calendario no te ayudará. El valor del calendario editorial es que te permite hacer el seguimiento de tu relación con el mercado a partir de tus publicaciones, de las interacciones, de la retroalimentación. La clave es la relación.

Entonces, a la hora de crear tu calendario editorial piensa primero en ¿qué puedes ofrecerle al mercado para informarlo, educarlo, entretenerlo o nutrirlo (inspirarlo)? O ¿cuáles son esas inquietudes de tus clientes potenciales que puedes resolver en la actualidad? Repito: esta herramienta te será útil en función de la calidad de la relación que tengas con el mercado.

3.- Es personal e intransferible.
¿A qué me refiero? Que no se vale copiar el calendario editorial del gurú de turno, el de la competencia o el de tu mentor. Cada caso es único y particular. Un calendario editorial te servirá en la medida en que responda no solo a las necesidades de tu mercado, de tu audiencia, sino, también, en que encaje en tus posibilidades de creación de contenidos.

¿Sugerencias? Estas son algunas que quizás te pueden ayudar:

1.- Comienza lento.
En especial si aún no tienes un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, si esos clientes potenciales no te ven como una autoridad en el tema, ve paso a paso. No vas a ganar nada al publicar mucho contenido: la premisa es prioriza calidad por encima de cantidad. Prueba con una publicación a la semana y mide resultados, luego aumentas paulatinamente.

2.- En la variedad está el placer.
Porque si solo vas a vender, si solo vas a hablar de ti o de tu producto (o empresa), si no le vas a aportar valor al mercado, el calendario no te ayudará. Recuerda: la utilidad del calendario va de la mano de los cuatro objetivos del contenido de valor. ¿Cuáles? Informar, educar, entretener y nutrir (inspirar). Ten en cuenta, además, la temperatura de tu audiencia.

3.- Mide, retroaliméntate.
El ROI del contenido de calidad no es un esprint de 100 metros, sino una ultramaratón. Es decir, se mide a mediano y largo plazo. Pero, si no mides, si no recibes la retroalimentación del mercado, no sabrás cómo vas, qué puedes corregir o qué debes reforzar. Recuerda: lo que da valor al calendario es tanto la calidad de lo que produces como la estrategia que implementas.

Moraleja: el calendario editorial no hace magia, no te garantiza resultados y, si no lo sabes utilizar, más bien te dará problemas, muchos dolores de cabeza. La clave es la estrategia que diseñes, que debe estar en concordancia tanto con las necesidades e intereses de tu público como de tu real capacidad para generar contenido de calidad. No es publicar por publicar…

Como tampoco es vender y vender, nada más. El contenido que publiques, que compartas con el mercado, servirá en la medida en que ayude a esas personas de alguna manera. Y ese es un objetivo que puedes cumplir sin necesidad de un calendario editorial, si así lo decides. Por último, no olvides la premisa que marca la diferencia. ¿Cuál? ‘La magia la pones tú…’.

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