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Porqué conocer las emociones básicas le dará poder a tu mensaje

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Están presentes en todos los seres humanos, sin excepción. Nos acompañan desde que nacemos hasta el último instante de la vida. Son incontenibles y contagiosas. Independientemente de la raza, la cultura, el nivel de educación o el lugar de nacimiento, son comunes en todas las personas. Así mismo, cualquiera puede aprenderlas y son indispensables para relacionarnos unos con otros.

¿Sabes a qué me refiero? A las coquetas, traviesas, caprichosas y traicioneras emociones. Sí, esas señoritas que nos acompañan a lo largo de la vida y son las responsables de nuestras dichas y desdichas. De ellas se habla mucho, se tienen creencias sin fundamento (mitos apoyados en el imaginario popular) y se les ha estudiado por décadas sin conseguir unificar conceptos.

Son rebeldes, almas libres que nadie puede atrapar, que nadie puede controlar. En el mejor de los casos, se puede aprender a gestionarlas, que en la práctica significa reducir el impacto que están en capacidad de producir en cada ser humano. Una tarea que no es fácil, por supuesto, dado que no hay un acuerdo acerca de cuántas y cuáles son en realidad. Las definiciones son ilimitadas…

Una definición básica de las emociones es que se trata de la respuesta automática que emite el cerebro a un estímulo recibido, interior o exterior. Por ejemplo, el dolor cuando nos golpeamos con un mueble o la risa que se desata al escuchar o ver algo que nos resulta gracioso. O el llanto que surge cuando experimentamos una inmensa alegría o, también, profunda tristeza o dolor.

En esencia, las emociones son señales de alerta que el cerebro utiliza para informarnos acerca de algo que lo inquieta. Dado que una de sus tareas primordiales es protegerte, hace uso de estas herramientas para prevenirte de peligros o provocar acciones inmediatas. ¿Por ejemplo? Corres cuando escuchas un estallido, gritas cuando algo te asusta, abrazas a alguien para compartir una alegría.

Robert Plutchik, un afamado sicólogo estadounidense, creó la que se considera la herramienta fundamental para identificar las emociones básicas. Se trata de la rueda de las emociones. ¿Sabes qué es? Establece 8 emocionesbásicas: alegría, confianza, miedo, sorpresa, tristeza, aversión, ira y anticipación. De cada una se desprenden parejas que están estrechamente relacionadas.

Hay tres niveles de parejas:

1.- Nivel primario:
Alegría más confianza redunda en amor
Alegría más anticipación, en optimismo
Confianza más miedo, en sumisión
Miedo más sorpresa, en alarma
Sorpresa más tristeza, en decepción
Tristeza más asco, en remordimiento
Asco más ira, en desprecio
Ira más anticipación, en agresión

2.- Nivel secundario:
Alegría más miedo redunda en culpa
Alegría más ira, en orgullo
Confianza más sorpresa, en curiosidad
Confianza más anticipación, en fatalismo
Miedo más tristeza, en desesperación
Sorpresa más asco, en incredulidad
Tristeza más ira, en envidia
Asco más anticipación, en cinismo
Ira más tristeza, en envidia

3.- Nivel terciario:
Alegría más sorpresa redunda en deleite
Alegría más asco, en morbosidad
Confianza más tristeza, en sentimentalismo
Confianza más ira, en dominación
Miedo más asco, en vergüenza
Miedo más anticipación, en ansiedad
Sorpresa más ira, en indignación
Tristeza más anticipación, en pesimismo

Según el experto, las emociones nos ayudan tanto a conocernos a nosotros mismos como a conocer a otros. Y no solo eso: algo muy importante es que la identificación de las emociones nos permite entendernos. Además, establecer y fortalecer lazos a través de los cuales interactuamos y nos relacionamos. Del mismo modo, son útiles para adaptarnos a las circunstancias del momento.

Paul Ekman, otro sicólogo estadounidense, nos ofrece otra visión: profundizó en el estudio de las emociones y su expresión facial. Como resultado de sus investigaciones, estableció seis emociones básicas, las mismas de las que habló Plutchik. Identificó otras, a las que llamó secundarias, que a menudo surgen de la combinación de dos o más primarias y son más complejas, más elaboradas.

¿Por qué? Porque sus manifestaciones están influenciadas por factores cognitivos, culturales y personales, y pueden variar de forma significativa entre individuos y culturas. Es la razón por la que un comportamiento determinado en un país es considerado normal, hasta jocoso, mientras que en otro resulta ofensivo y es rechazado. O que a ti algo te produzca miedo y a tu hermano, ira.

Otros especialistas han hablado de emociones positivas y emociones negativas. Sin embargo, hay que tener cuidado en su interpretación: no es que haya emociones buenas o malas, sino que sus manifestaciones nos resultan agradables (positivas) o desagradables (negativas). Por supuesto, no hay normas establecidas y cada persona las expresa distinto, en función de las circunstancias.

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Ahora, otro aspecto importante: la diferencia entre emociones y sentimientos. En el lenguaje común, especialmente el verbal, suele asimilarse, asumirse, que son iguales, y no es así. La diferencia radica en que los sentimientos son interpretaciones subjetivas y conscientes de las emociones. Son más duraderos e intensos y están influenciados por creencias, experiencias y pensamientos.

La razón por la cual a veces, muchas veces, no entendemos nuestros sentimientos, o ignoramos el origen de esa manifestación, es porque creemos que es una emoción. En realidad, desconocemos o no hemos identificado cuál es la emoción real que está detrás de ese sentimiento específico. Una confusión que, por supuesto, abre la puerta para que las emociones hagan sus travesuras.

La conclusión es que los seres humanos somos complejos y, sobre todo, impredecibles. Sin embargo, una vez conocemos estos fundamentos de las distintas teorías de las emociones es posible desvelar algunos de nuestros secretos. En otras palabras, nos permite comprendernos mejor, aceptarnos y tolerarnos, y de la misma manera relacionarnos con otras personas.

Este tema de las emociones, por si no lo sabías, es responsable del éxito o fracaso de tus estrategias de contenidos. También, de que tus contenidos y mensajes compartidos con el mercado produzcan el impacto que tú deseas. Ojo: no es una de esas fórmulas mágicas que pregonan los vendehúmo, sino las herramientas más poderosas de las que dispones en tu intención de ser más persuasivo.

Muchas marcas (empresas y personas) hacen caso omiso de esto y se van por otro camino. ¿Sabes cuál es? El de apuntar sus contenidos, sus mensajes, a nuestro otro yo: el racional. Además, se apalancan en el miedo, en el dolor de sus clientes potenciales, para tratar de conseguir que tomen una decisión de compra en el menor tiempo posible. Sin embargo, obtienen un resultado distinto.

¿Cuál? El rechazo. Que se da porque la compra, siempre, es la respuesta a un impulso emocional. La razón solo entra en juego después de que la compra está consumada con el objetivo de justificar esa decisión, de evitar el sentimiento de culpa, de sentirnos bien. Ir por el camino racional se traducirá en enfrentar objeciones, la resistencia de tu cliente y malgastar tus energías.

Una de las premisas básicas del marketing nos dice que debes conocer a tu cliente potencial de manera profunda, “mejor que a ti mismo”. Sin embargo, muchos, la mayoría, omiten esta tarea o se limitan a llenar el tradicional mapa de empatía, que en el pasado fue muy útil, pero hoy es una herramienta limitada. ¿El resultado? Se dan cuenta de que intentan conectar con un desconocido.

Para conectar con esas personas a las que puedes ofrecerles una solución debes aprender a identificar sus emociones básicas. Saber qué lo hace sentirse alegre, qué le produce miedo, por qué se enfada, qué lo entristece, qué lo sorprende, a qué le tiene aversión y qué eventos provocan la anticipación. Cuanto más precisa sea la información que poseas, mejores resultados obtendrás.

Cada ser humano experimenta y expresas sus emociones de manera particular, única, en función de su historia de vida. Esto significa de su conocimiento, de sus experiencias, del aprendizaje de sus errores, de sus logros, de sus sueños. Y todos, sin excepción, manifestamos las emociones todo el tiempo, le decimos al mundo cómo nos sentimos, casi siempre de manera inconsciente.

La mejor herramienta para hacer esta tarea de identificar las emociones de tus clientes potenciales y conectar con ellas es el contenido. ¿Cómo hacerlo? Comparte tus historias de vida, en especial aquellas de esos momentos positivos o negativos en los que las emociones afloraron de manera abundante. A través de la identificación, las personas correctas te dirán que vivieron lo mismo.

Por ejemplo, relata el día en que nació tu primer hijo de manera tan detallada como sea posible. O revela cómo fue el proceso que experimentaste hasta pedirle matrimonio a tu pareja. O comparte cuál es el logro de tu vida del que más orgulloso te sientes. O, si te atreves, habla de qué hiciste para superar un duelo. O, quizás, cuenta cuál fue el peor día de tu vida y cómo te marcó.

Sí, ya sé que son historias muy personales, casi íntimas, pero debes saber que son precisamente las que mayor identificación generarán. También, las que te permitirán establecer conexiones más sólidas, más cercanas con esas personas. Ten en cuenta que, al fin y al cabo, a pesar de que las circunstancias sean distintas, ellas pasaron por lo mismo o, en el peor de los casos, por algo parecido.

Los seres humanos, todos, sin excepción, somos un universo infinito de emociones. Nuestra vida transcurre al vaivén de ellas, a pesar de ellas. Nos guste o no, son el ingrediente que le da sabor a la aventura de la vida, el motivo por el cual aquello que vivimos lo recordamos con gratitud o con dolor. El valor que damos a cada experiencia está determinado por la emoción que nos produjo.

Conocer y gestionar las emociones, entonces, es una habilidad que debemos desarrollar. Cuando gestionemos las emociones, cuando impidamos que ellas nos dominen, la perspectiva de la vida cambiará radicalmente. Y la vida misma, por supuesto, así como las relaciones con los demás. Será el momento en el que dejaremos de huir de ellas y comencemos a disfrutarlas…

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Porqué la recordación debe ser la meta de tu estrategia de contenidos

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¿Has pensado alguna vez cuántas personas conociste en el último año y hoy no las recuerdas? ¿Y las que conociste durante toda tu vida? Miles de miles, sin duda. Son tantas, que te sorprenderías de cómo tu cerebro juega con tus recuerdos. Es lo que se conoce como memoria selectiva, que los especialistas definen como la manifestación de un sesgo cognitivo.

¿Sabes en qué consiste? Es la capacidad del cerebro para procesar y almacenar información de manera selectiva, dando prioridad a lo que encaja con nuestras expectativas y creencias. Es un proceso complejo que está ligado a las emociones. En otras palabras, tu cerebro almacena la información que cree que es relevante para ti y olvida el resto. Caprichos de la naturaleza…

Dado que es un proceso que se da de manera inconsciente, no tenemos control sobre él. El cerebro, en su infinita sabiduría, elige los recuerdos que guarda y los que elimina. ¿Cómo lo hace? En función de las emociones que están ligadas a cada recuerdo, a cada experiencia. Prioriza las positivas, porque ya sabes que una de sus tareas es proporcionarte más placer.

O, de otra manera, darte más de lo que sabe que te gusta. Esa es la razón por la cual cuando ves una torta de chocolate, que te encanta, se activan las alarmas. Aunque no tengas hambre, te dan una ganas incontenibles de darle un mordisco, aunque sea uno. Y te la comes, ¡toda, por supuesto! Tu cerebro sabe que te gusta y te informa: el resto lo haces tú…

Es, también, la explicación a por qué reaccionamos de manera airada, muchas veces con furia, cuando escuchamos a alguien o leemos en redes sociales un contenido que va en contravía de nuestras creencias y valores. Esto es particularmente manifiesto en temas como política, deporte y religión. Tu cerebro activa las alarmas porque considera que estás en riesgo.

La conclusión es que solo recordamos lo que de alguna manera es significativo para nosotros. Una persona que nos resultó simpática o alguna que nos atrajo físicamente. Una experiencia que nos brindó satisfacción o nos proporcionó un valioso aprendizaje. Un momento de la vida que, aunque en teoría era irrelevante, representó una alegría que nos gustaría repetir.

Esto, que puede ser banal para la mayoría de las personas, es importante para ti si te dedicas a tratar de transmitir un mensaje. Si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que vende productos o servicios, debería interesarte este tema. ¿Por qué? Está relacionado con un problema que nos aqueja a todos.

¿Sabes a cuál me refiero? Al de atraer y, sobre todo, captar la atención de las audiencias. Esa es la titánica batalla que todos, sin excepción, libramos cada día en el trabajo. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que la mayoría pierde. Es decir, la mayoría no consigue despertar la atención de esas personas para las cuales preparó sus contenidos, sus estrategias, sus productos.

Las razones son múltiples y particulares de cada caso. Por lo general, responde a que esos contenidos están creados “para todo el mundo”, que es lo mismo que hablarle a una pared. También, a que son mensajes que, aunque hacen un gran esfuerzo por ocultar su objetivo, se enfocan en venderles a audiencias con las que no tienes relación o no están en modo compra.

Una tercera opción, cada vez más frecuente, es que son contenidos creados con inteligencia artificial básica. La copia de la copia de la copia del prompt mágico que, por supuesto, no funciona. Frases manidas que han perdido poder por cuenta de la reiteración. Cuarto, son mensajes que llegan a personas que no están interesadas en eso que tú les ofreces.

Eso, sin olvidarse de la infoxicación. Estamos saturados por el exceso de información y, en especial, por la información falsa. Sin contexto, con sesgos (políticos, religiosos, económicos), sin sustento, con manipulación. Y no es solo internet o las redes sociales: escucha la radio o ve la televisión, los noticieros o programas de opinión, y verás cómo se trata de otra pandemia.

El problema, porque siempre hay un problema, es que las audiencias han levantado barreras. Cada vez más altas, cada vez más gruesas. ¡Impenetrables! Tan pronto sospechan de algún contenido, aunque no sea falso, sus alarmas se prenden. ¡Y salen despavoridas! La premisa es evitar, a toda costa, caer en las garras de quienes están detrás de las trampas digitales.

Por eso, justo por eso, es tan difícil la tarea de atraer la atención de las audiencias. Un mal del que no son ajenos los medios de comunicación, que por cierto han sido promotores y grandes protagonistas de esta pandemia de infoxicación. Y las marcas, en especial aquellas que, como se dice en la calle, juegan a tres bandas: dicen una cosa, piensan otra y hacen una distinta.

Es la razón, así mismo, de que olvidemos rápidamente los contenidos que consumimos. No solo porque no les prestamos la atención requerida, sino porque no son dignos de recordación. Y mientras no haya recordación, será imposible que haya confianza; y sin confianza, no habrá una relación; y sin relación, no habrá negocio o intercambio de beneficios. ¡No venderás!

recordacion

Para que tus contenidos no sean invisibles, para que tus palabras no se las lleve el viento, necesitas ser recordado. No solo que atraigas la atención del mercado y que despiertes la curiosidad de esas personas. De lo que se trata es de que producto de ese primer contacto no se olviden de ti o, mejor, que cuando sientan una necesidad piensen primero (siempre) en ti.

La recordación es el factor por el cual tus prospectos se convierten en clientes, primero, y luego en clientes recurrentes (te compran más de una vez, suben en la escala de valor). La recordación es la base de la fidelidad y de la recurrencia, la característica de los negocios (emprendimientos o emprendedores) de éxito. Si no te recuerdan, te volverás invisible.

Ahora, para que no queden dudas, veamos qué es recordación: es aquel mensaje que se ha posicionado en la mente de tus prospectos y clientes y que facilita el reconocimiento inmediato y la asociación positiva. Es decir, no solo son personas que te ven como la solución adecuada de su problema, sino que además te consideran como la mejor opción disponible.

En ese contexto, ¿qué características deben reunir tus contenidos, tus mensajes, para conseguir la ansiada recordación?

1.- La frecuencia.
Cuidado: no significa convertirte en spam, en una molestia para tu audiencia. ¿Cuántas veces debes publicar a la semana? Depende de la relación que hayas establecido con quienes levantaron la mano y manifestaron su interés en tu contenido. Prueba, mide y valida. Y no te dejes llevar por las tenebrosas tendencias del mercado. Tu mensaje es único, no copies a nadie.

Concéntrate en los canales en los que, previa investigación, hayas determinado que están tus clientes potenciales. Y prioriza los formatos preferidos de ellos. No seas caprichoso y no trates de abarcar más de lo que en realidad puedes hacer. Algo más: tu contenido debe enfocarse en informar, educar y nutrir a esas personas. Olvídate de tus hazañas y, en especial, de vender.

2.- El formato.
La premisa es simple: todos los formatos son útiles. Y algo más: los seres humanos, todos, somos multiformato. Es decir, consumimos contenidos en texto, video, audio o imágenes. Es probable que nos guste alguno más que los demás, pero consumimos todos los formatos. Entonces, no te dejes engañar por los vendehúmo que pregonan la estrategia unicanal.

Por tu parte, mientras, no te compliques: comienza publicando en el formato con el que más cómodo te sientas y luego incorporas los demás. ¿Debes ofrecerlos todos? Es lo ideal, pero no es indispensable. Es mejor que seas bueno de verdad en uno solo y no mediocre en todos. Ten en cuenta que un mismo contenido se puede presentar en una gran variedad de formatos.

3.- La audiencia.
Si eres de los que creen que puede llegarle “a todo el mundo”, estás equivocado. Lo único que vas a conseguir es malgastar tu tiempo, tus recursos, tus esfuerzos. Una de las premisas del éxito en el marketing, hoy, es la adecuada segmentación de las audiencias. Tanto por la calidad de la relación que tienes con esas personas como por el momento en que ellas se encuentran.

Algunos solo tienen curiosidad. Otros buscan información. Unos más se interesaron en lo que les compartiste. En la etapa inicial, sin embargo, ninguno está en modo compra. Ten en cuenta la realidad de cada segmento, sus necesidades y deseos, y descubre si puedes satisfacerlos. Ah, y no olvides que la estrategia de contenido es una ultramaratón, no un esprint. ¡Ten paciencia!

4.- La coherencia.
Este es uno de los pilares del éxito y de los motivos del fracaso de las estrategias de contenido. ¿Cuál es la clave? El mensaje (no el formato) debe ser coherente en todos los canales en los que publicas. Si tienes varias redes sociales, página web y blog, debes publicar en todos (con el formato adecuado para cada uno). Así será más fácil conseguir que haya recordación.

La falta de coherencia es la razón por la cual, con frecuencia, las marcas (empresas y personas) no logran el impacto deseado con sus mensajes. Son contradictorios, confusos. Entonces, las audiencias los asumen como un engaño, o al menos como un riesgo. Y se alejan. Recuerda que en un mercado en el que abundan la arbitrariedad y los caprichos, la coherencia es la reina.

En el caso de los contenidos, no se trata de publicar más, de publicar en más canales, de hacer mucho ruido. Lo importante es saber conectar con las personas con las que, en verdad, puedes establecer una relación de intercambio de beneficios. Y, claro, que después de esos primeros contactos logres el objetivo de la recordación. Esa será una primera gran victoria…

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La negociación, el poder oculto de la verdadera comunicación

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Los seres humanos, aun cuando estamos quietos y en silencio, nos comunicamos todo el tiempo. De hecho, lo que hacemos mientras dormimos dice mucho de cada uno. Se trata de un privilegio único, la característica que nos distingue del resto de las especies del planeta y, quién lo creyera, de manera irónica, fuente principal de muchas de nuestras desventuras.

En efecto, y seguro lo has padecido, somos víctimas de la premisa de “el pez muere por la boca”. O, de otra manera, solemos tropezar más con la lengua, cuando hablamos, que con los pies, cuando caminamos. Decimos cosas que no queríamos decir, o las decimos de una forma distinta a como deseábamos, o las decimos a las personas equivocadas en un mal momento.

Un contrasentido, sin duda, porque el objetivo último de la comunicación es la comunión. Es decir, establecer y fortalecer vínculos o relaciones, intercambiar conocimiento y experiencias que se traducen en valiosos aprendizajes. Sin embargo, hacemos un uso inadecuado de las palabras, de los mensajes; nos comunicamos para destruir, para herir, no para construir.

La comunicación está con el hombre desde que el hombre está en este mundo. Primero, de una forma arcaica para transformarse al ritmo que el ser humano evolucionó. Han pasado miles de años y, aunque parezca increíble, todavía no aprendemos a comunicarnos. O, quizás, todavía no entendemos cuál es el beneficio de esa habilidad que nos hace únicos.

La esencia de la comunicación es el intercambio de ideas, conocimientos y experiencias. Y no solo eso: también, creencias, pensamientos, sentimientos, miedos y sueños. Es tal el valor que le damos a la comunicación, que hablamos con las plantas o los animales, a sabiendas de que no nos pueden responder. Y nos sentimos incómodos con el silencio, nos atemoriza el silencio.

Lo más increíble, sin embargo, es que en la era de la tecnología y la comunicación, un tiempo en el que disfrutamos de herramientas y recursos que no tuvieron otras generaciones, cada vez es más difícil comunicarnos. Porque sí, estamos en contacto, al instante, pero no hay una verdadera comunicación. Y ni hablar de esas conversaciones en las que te dejan en visto.

Es como conversar con una pared o con un árbol. Disponemos de facilidades únicas, que van más allá de lo que habíamos imaginado, pero no sabemos usarlas. O, peor, las usamos mal. Somos reacios a cumplir con ese objetivo básico del intercambio de ideas, conocimientos y experiencias, quizás porque desconocemos que “lo que no se comparte, no se disfruta”.

De igual manera, “lo que no se comparte, no se multiplica (se marchita)”. Lo hacemos, quizás, porque nos cuesta dar (sin esperar a cambio), porque nos enseñan a pedir o a recibir. O, a lo mejor, porque olvidamos que, en esencia, todas las conversaciones son negociaciones. Pero, ojo, sin caer en el error de asumir que una negociación es sinónimo de una transacción.

Negociar entendido como “tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro”. Con sinónimos como acuerdo, pacto, convenio, ceder, traspasar o transferir. La dinámica es muy sencilla: “yo te doy, tú me das”. Ojalá en la misma medida, aunque en la práctica es difícil, casi imposible. Lo fundamental es que entre las partes haya un ánimo de negociar, de compartir.

Un matrimonio es un ejercicio de negociación. Diario, continuo, en el que la verdadera comunicación es un pilar. Una negociación que, además, cambia con el tiempo porque los seres humanos cambiamos con el tiempo. Hay nuevas prioridades, nuevos miedos, nuevas responsabilidades, nuevas oportunidades. Si no sabes negociar, tu matrimonio puede ser un caos.

O una amistad. Una relación que, seguro lo sabes, enfrenta retos, a veces difíciles, a lo largo del tiempo. Hay que negociar tiempos, intereses, la participación de otros. Y aprender a adaptarse a los cambios bajo la premisa que, aunque no se encuentren, aunque no se vean, los amigos se comunican todo el tiempo. La comunicación, fluida y honesta, es la base de la negociación.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que nos comunicamos más con la intención de solo decir lo necesario, lo justo. ¿La premisa? No exponernos. Una práctica que va en contravía de la esencia de la comunicación, que como mencioné es la de establecer lazos, puentes, vínculos. Y una vez hecha esta tarea, fortalecerlos, extenderlos, promover el intercambio de beneficios.

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Lo que hay detrás de esa actitud, de esa prevención, es el temor a la vulnerabilidad. En especial, a esa sensación de sentir que los demás nos reprocharán, nos desaprobarán, nos criticarán. Creemos que “si digo solo lo necesario, lo justo” vamos a estar protegidos, pero no es así. El único resultado es que echamos a perder el poder del acto de la comunicación.

En los años 90, uno de los agentes de la CIA ganó notoriedad por su don para persuadir a los sospechosos durante los interrogatorios. Su nombre era Jim Lawler y escribió varios libros acerca de contraespionaje, lucha contra el terrorismo y armas de destrucción masiva. Era un especialista en conseguir una conexión poderosa con otras personas y obtener respuestas clave.

¿Su táctica? Tan sencilla como efectiva: mostraba interés por los sentimientos del otro. Eso que llamamos empatía. Eso, por supuesto, no tiene nada de extraordinario, pues se trata de una capacidad que poseemos todos los seres humanos. ¿Entonces? Exponía su propia vulnerabilidad, contaba sus anécdotas personales y provocaba que los demás le correspondieran.

Al sentirse en el mismo plano que su interrogador, los sospechosos derribaban las barreras y se abrían. Contaban lo que Lawler quería saber y muchos confesaban sus delitos. Conseguía establecer un ambiente de franqueza y de confianza único y hacía que esas personas, reacias a hablar, a declarar, lo hicieran con soltura. Y, por supuesto, no había magia: era el poder de las emociones.

Las emociones, por si no lo sabes, son los cimientos de la civilización humana. El cerebro las reconoce tan bien que las personas las utilizamos para buscar aliados, compañía y parejas. Es a través de las emociones que conectamos con nuestros padres, que establecemos lazos de amistad, que formamos parte de comunidades y, lo mejor, descubrimos un lugar en el mundo.

Irónicamente, nos han enseñado que la vulnerabilidad es ‘mala’, pero no es cierto. De hecho, si no permites que las emociones te dominen, a través de la vulnerabilidad podrás conseguir una conexión genuina con los demás. Genuina y también, poderosa, transformadora. Una de esas conexiones que disfrutas y agradeces porque te brindó una experiencia positiva.

En un mundo en el que padecemos el efecto de hacer mal uso de la tecnología, de los canales digitales, la autenticidad que se desprende de la vulnerabilidad es un elíxir. Cuando exhibes tus emociones con transparencia, verás cómo las otras personas se abren contigo, de manera recíproca. Esa es la negociación, silenciosa y poderosa, que surge de la comunicación real.

Cuando pierdes el temor a sentirte vulnerable, cuando descubres el tesoro que reposa dentro de ti en forma de recuerdos, experiencias y aprendizajes, estás en capacidad de lograr conexiones únicas. Es a través del acto de compartir lo que eres que puedes identificarte con otras personas que han vivido algo parecido, más allá de que la circunstancias fueran distintas.

Esa comunicación genuina, auténtica, derriba las barreras de las diferencias. Es la razón por la cual puedes conversar animadamente, productivamente, con alguien que piensa distinto. Por ejemplo, personas con creencias políticas o religiosas opuestas o acérrimos aficionados a dos equipos rivales en algún deporte. Así pueden comunicarse de manera enriquecedora.

Mientras haya un punto de unión, aunque sea pequeño, es suficiente. Lo demás, eso que algunos llamarán magia, se producirá por cuenta de esa increíble capacidad de los seres humanos de conectar con otros. Cuanto más fluida, libre y espontánea sea la comunicación, cuanto más control tengas de las emociones involucradas, más fructífera será la negociación.

Moraleja: los seres humanos somos la especie privilegiada. Disponemos de herramientas, de recursos, de habilidades y de posibilidades que nos hacen únicos. A través de la comunicación genuina, constructiva e inspiradora, se crean sinergias increíbles, transformadoras. Es posible comprender significados ocultos, hallar similitudes y, lo mejor, controlar las emociones.

La clave radica en entender que comunicarnos es un privilegio y una responsabilidad. Es decir, en ser conscientes del uso que le damos, del objetivo de nuestra comunicación, del poder de los mensajes. Aprovechar lo que la vida nos ha dado de manera generosa y compartirlo con otros sin prevenciones, sin dobles intenciones, promoviendo negociaciones ganadoras.

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La música, un manantial inagotable de geniales ideas

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Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Un carnaval que cada uno disfruta a su manera. O lo sufre, también. Puedes ser el héroe de una ranchera, el villano de un tango, el enamorado empedernido de una balada. O el frenético guitarrista de una banda de rock, el parrandero de un vallenato o el fiestero de la salsa…

Cada uno escribe su propia historia, su propia canción. Lo que se me antoja genial es que cada día puede vivirse al tenor de un ritmo distinto. No hay limitaciones, más allá de las que te imponen tu creatividad, las circunstancias y tus emociones. En un mismo día, inclusive, puedes bailar varios ritmos, al vaivén de los acontecimientos. ¡La vida es un carnaval!

Cuando reveo el carrete de mi vida, siempre hay un radio a mi lado. Tenía uno grande, de esos que para funcionar necesitaban conectarse a la corriente eléctrica y el dial se movía de manera manual. Luego tuve un transistor, de batería, que llevaba conmigo a todos lados. Más adelante llegaron el walkman (¡qué maravilla de invento!) y, claro, los dispositivos digitales.

Siempre he creído que la radio es la mejor compañía. Es una especie de caja de Pandora que esconde miles de sorpresas. Las emociones del deporte, el impacto de las noticias diarias, el entretenimiento de las entrevistas y la magia de las canciones. Y más. Durante muchos años, lo primero que hacía al despertar era prender la radio y solo la apagaba antes de ir a dormir.

Sin duda, mi vocación por el periodismo responde a la influencia que la radio tuvo en mi vida en esos años de infancia y adolescencia. No en vano, mis primeros ídolos surgieron de esa cajita mágica: narradores deportivos, periodistas, deportistas y cantantes. Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Raphael, Armando Moncada Campuzano, Yamid Amat, Hernán Peláez…

Aprendí que había un ritmo musical que se conectaba directamente con cada estado emocional. Quizás por eso mis gustos musicales siempre fueron diversos: ranchera, balada, bolero, vallenato, tango, salsa… Más adelante, en la adolescencia, música latinoamericana (en algún momento, de protesta), bailable (cumbia, merengue). Una colección interminable.

Con el tiempo, me convertí en periodista y, vaya ironía, qué alegría, mi primer trabajo me dio el privilegio de disfrutar de algunos de mis ídolos. Era redactor de una revista de espectáculo y entretenimiento y entrevisté a Raphael, Rocío Dúrcal, Facundo Cabral, Franco De Vita, Yordano, Timbiriche (Thalía, Edith Márquez, Paulina Rubio) y me hice amigo del Binomio de Oro.

Con ellos, Rafael Orozco (qepd) e Israel Romero, disfruté parrandas inolvidables, hasta amanecer, haciendo gala del título de uno de sus primeros éxitos. Creé una biblioteca musical que hoy es tanto uno de mis más valiosos tesoros y un orgullo. Tengo unos 300 acetatos y más de mil discos compactos. ¿Lo mejor? Toda la música está digitalizada en un dispositivo.

Y va conmigo a todas partes. Son más de 15.000 canciones que en conjunto resumen mi vida. Son como un maravilloso viaje al pasado, a esos recuerdos imborrables, a esos momentos inolvidables. También, a los amigos y circunstancias que sirvieron de excusa perfecta para escuchar música, para compartir. Para mí, antes y ahora, la música es felicidad pura.

Lo insólito es que muchos años después, cuando el oficio de narrar historias se convirtió en mi sello como periodista, primero, y como creador de contenidos digitales, después, me di cuenta de que todo había comenzado con la música. No fue algo planeado, sino casual, un capricho de la vida que agradezco infinitamente y procuro disfrutar y aprovechar cada día.

Te explico: siempre tuve problemas para memorizar. En el colegio, claro, esa dificultad me enfrentó a serios retos. En la música, así escuchara la canción decenas de veces, no podía aprenderme la letra. Entonces, decidí darme a la tarea de transcribir la letra de las canciones y tenía varios cuadernos a los que acudía cuando quería cantar. Así aprendí las letras.

Pero no fue solo eso. Dado que cada ritmo musical incorpora una estructura específica y distinta de los demás, sin querer queriendo mi cerebro las incorporó y aprendí a contar historias. Cuando comencé a escribir como periodista, esa habilidad afloró y me permitió diferenciarme de mis colegas: me convertí en storyteller a partir de cantar canciones.

Puede parecerte increíble, o quizás una mentira. Sin embargo, es la verdad. Jamás leí algún texto relacionado con la creación de historia, con copywriting o algo por el estilo. Tampoco me lo enseñaron en la universidad. Fue un aprendizaje espontáneo que adquirí de escuchar distintos ritmos, de aprenderme la letra, de cantarlas a grito herido una y otra vez, y una más.

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La música siempre ha ocupado un lugar importante en mi vida. Como compañía, como aliento, como paño de lágrimas y, en especial, como vínculo. En esas parrandas conocí a personas que luego fueron amigos por mucho tiempo con los que compartí momentos que no olvido. Experiencias sin filtros, en las que cada uno se mostraba tal como es.

Diversos estudios científicos, de antes y de ahora, han demostrado que la música le encanta al cerebro. De hecho, está comprobado que al nacer los bebés reconocen la música que escucharon mientras estaban en el vientre de mamá. Y también se sabe que a través de la música, de las canciones, nos relacionamos con el mundo exterior y aprendemos sobre él.

Una influencia muy importante proviene del entorno. En mi caso, por ejemplo, el gusto por las rancheras fue heredado de mi padre; por las baladas, de mi madre; por el vallenato, de mis amigos. Otra característica especial es que adquirimos nuevos gustos musicales a medida que crecemos, que tenemos contacto con más personas, que vivimos más experiencias.

Según el músico y periodista científico canadiense Michel Rochon, experto en el tema, “los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace cien mil años para comunicarse. Y no solo eso: “También, para aprovechar sus poderes con fines de supervivencia”. Todas las civilizaciones y todas las culturas crearon y disfrutaron la música.

“Es nuestra mejor amiga”, dice Rochon. “Lo mejor es que podemos elegir la música que mejor se adapta a la emoción del momento”. Todos tenemos una canción que nos hace reír, o llorar, o reflexionar, o bailar, o recordar viejos amores, o añorar la juventud. Según el experto, esa es la razón por la cual la música es crucial para la cohesión social y la felicidad personal.

Cada etapa de la vida está acompañada de música. Que, por supuesto, cambia a medida que crecemos, que evolucionamos. Música que, además, nos ayuda a forjar una identidad, una mentalidad. Que, también, y esto se me antoja maravilloso, nos permite ir y venir en el tiempo, regresar a la infancia o la juventud, revivir momentos que disfrutamos con personas que ya no están.

“Cuando escuchamos la música 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto demuestra el poder y la importancia de la música en nuestra vida”, dice Rochon. Tan importante, que es posible contar la historia de nuestra vida a través de las canciones que nos han marcado.

No sé qué sería de mi vida sin música. O, de otro modo, no concibo mi vida sin música. Y no concibo, tampoco, mi trabajo sin la influencia de la música. Tanto que, quizás lo sabes, me atrevo a catalogar a José Alfredo Jiménez como el copywriter más brillante que conocí. Y otros autores, como Juan Gabriel, Armando Manzanero o Marco Antonio Solís, son fuente de inspiración.

Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. Para cada situación de tu vida, positiva o negativa, siempre hay una canción ideal. Una que encaja perfectamente para permitirte gestionar las emociones del momento. Y esas canciones, esos recuerdos, esas experiencias, esos aprendizajes, son ideas para crear contenidos.

Sí, muchos de los contenidos que comparto contigo a través de canales digitales, en múltiples formatos, están inspirados en canciones que son parte de la historia de mi vida. Escuchar música es uno de los consejos que doy a quienes me dicen que están bloqueados o que no se les ocurre una buena idea. ¿La clave? Elegir bien la canción que conecte con la emoción del momento.

Hay quienes, por otro lado, me dicen que no se animan a contar su historia personal. ¿El motivo? Se sienten vulnerables, piensan que otros se van a aprovechar de esas debilidades. ¿La solución? La música. Si no me crees, te propongo un ejercicio, uno sencillo. Uno que no tienes que compartir con nadie, uno que te servirá como una profunda introspección.

¿Te animas? Solo tienes que elegir diez canciones (o 5, las que tú quieras) que representen momentos importantes de tu vida en diferentes etapas. Por ejemplo, alguna de la niñez, otra de la adolescencia, una de la universidad, la que le dedicabas a la que hoy es tu pareja, la que coreabas con tu familia en el cumpleaños del abuelo o en Navidad, y así sucesivamente.

Tienes dos opciones: o utilizas las canciones elegidas para contar tu historia, para escribir tu historia, o haces una historia independiente a partir de cada canción. O las dos, ¿por qué no? Ponle buena onda, escucha las canciones varias veces antes de sentarte a escribir. También es conveniente que establezcas un libreto, una estructura, para evitar que la improvisación te estorbe.

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Y a mí lo que más me gusta del carnaval, lo que más disfruto, es la música. La música me lo ha dado todo: momentos inolvidables con seres queridos, amigos, experiencias imborrables, además de ser un ilimitado manantial de ideas para crear contenido de valor, de impacto.

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La pandemia de los impostores: el reino del ‘copy + paste’

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Vivimos la era de la tecnología, de la comunicación y, ¡qué horror!, la del copy + paste. Justo en el momento en el que disponemos de maravillosas y poderosas herramientas para mostrar quiénes somos, qué hacemos; para exhibir nuestro valor, la gran mayoría de las personas se queda, tristemente, en el copy + paste. Que, por supuesto, va más allá del ámbito laboral.

Desde siempre, quizás porque es parte de su naturaleza, quizás porque es inevitable adquirir este comportamiento, el ser humano ha querido parecerse a otros. El hijo quiere ser como el padre, el joven quiere ser como su ídolo el deportista, la mujer quiere ser como la empresaria exitosa, el emprendedor quiere ser como Elon Musk… Es un cadena que no tiene fin.

Hoy los retadores procesos creativos de antaño fueron suplidos por plantillas, libretos, formularios y, más recientemente, prompts configurados. ¡Ya casi nada es auténtico, ya casi todo es copiado! Una verdadera pesadilla, sin duda. Para colmo, ya nadie quiere inventar o innovar y la mayoría recurre a copiar o, en el mejor de los casos, a modelar lo que es exitoso.

Es otra suerte de pandemia, la de los impostores. Que, no sobra decirlo, son descarados: dado que en internet es difícil saber quién copió a quién (qué fue primero, ¿el huevo o la gallina?), se aprovechan de la laxitud de las normas o, peor, de la carencia de normas. No solo normas legales, sino también las de la decencia, las del respeto por aquellos que consumen contenido.

Lo peor, lo verdaderamente desalentador, es que es el propio mercado el que valida y respalda a los impostores. Se hace clic fácil, se comparte información de la que no se conoce su veracidad o procedencia, se estimula la cultura del matoneo, de la burla, de dejar en ridículo al que piensa distinto, al que lo hace mejor, al que se atreve a ser auténtico. ¡Una pesadilla!

La verdad es que el mercado se caracteriza por la mediocridad. Y al mercado le gusta lo mediocre es más barato, porque los mediocres casi siempre están dispuestos a bajar el precio o acudir a cualquier otra estrategia suicida con tal de hacer una venta. En el caso de los contenidos, de la creación de contenidos, la mediocridad es vulgaridad, mentiras, manipulación, copy + paste.

Es triste cuando eres un creador de contenido y compartes el tuyo en los canales digitales. No tardas en darte cuenta de que, sin quererlo, eres parte de una cloaca nauseabunda. Basura que te traga, que te ensucia, que te contamina. El mercado, la mayoría del mercado, elige lo sucio, lo barato, lo ordinario y pasa de largo de lo profesional, constructivo e inspirador.

Visto con rapidez, el panorama se antoja desolador. Sin embargo, estoy seguro de que este no es el final del camino, de que hay mucho más por recorrer. Y los protagonistas de esa aventura seremos los creadores de contenido de calidad. Después de años de bombardeo mediático, de verse salpicado por tanta inmundicia, los consumidores reaccionan y… ¡toman medidas!

Poco a poco, las personas dicen ¡No más! No más vulgaridad, no más mentiras, no más impostores, no más copy + paste, no más fake-news. La realidad es que la gente, el común de la gente, está cansada de sentir miedo, de vivir en medio de la incertidumbre y la zozobra, de verse utilizado como marioneta por quienes se aprovechan de su dolor para ganar dinero.

Y las personas toman medidas, repito. ¿Cuáles? La pandemia provocada por el COVID-19 marcó un antes y un después. Fue un período muy duro en el que la gente, el ciudadano del común, se sintió desprotegido. Y no solo eso: también, engañado y abandonado tanto por las autoridades como por los medios de comunicación y, oh sorpresa, por muchas marcas.

Peor aún, sienten hoy todavía que fueron engañados, que se jugó con su miedo para sacar provecho particular. Que se exacerbó el pánico para promover la aplicación de vacunas, para inducir cambios de hábitos y nuevos comportamientos. Que al final se los utilizó para beneficiar a las farmacéuticas, para promover normas que en otros contextos no eran aceptadas.

En ese ambiente de desconfianza, entonces, la gente posó su mirada en otro lado. ¿En cuál? En los creadores de contenido que, durante el encierro, fueron un elíxir. En especial, una válvula de escape para la presión, para cuidar de la salud mental, para huir del apocalipsis que las autoridades y las marcas proclamaban cada día. Y, claro, también, del caos reinante.

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El resultado de este fenómeno es que el mercado les dio la espalda a esas autoridades y a esas marcas, que perdieron su confianza y credibilidad de manera irremediable. Y comenzó a creer y a confiar en nuevas marcas, en personas que les tendieron la mano en el momento en que más lo necesitaban. Marcas-personas que se diferenciaron de sus competidores, por mucho.

Y este, precisamente, es el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. La clave del éxito a la hora de crear y compartir contenido en canales digitales, sin importar a qué te dedicas o cuál es tu área de experiencia, es ser diferente de la competencia. Diferente entendido como auténtico, como vulnerable, como sensible, como empático, como inspirador.

“Las marcas pobres se desentienden de sus competidores, las marcas del montón copian a sus competidores y las marcas ganadoras marcan el camino a sus competidores. Esta genial frase es de Philip Kotler, uno de los gurús verdaderos del marketing de los siglos XX y XXI, autor de múltiples libros que son referencia obligada. Es considerado el padre del marketing moderno.

Una frase que, además, se aplica perfectamente a la tarea de crear y compartir contenidos. Es decir, tú eliges qué camino quieres transitar: te desentiendes de la competencia, quizás porque crees que eres mejor o que tu mensaje es más poderoso, y corres el riesgo de llevarte una bofetada. Es el camino que siguen las estrellas fugaces, cuyo brillo se apaga muy pronto.

Puedes, también, hacer lo mismo que la mayoría. ¿Qué? Caer en la trampa del patético copy + paste. Es probable que por algún tiempo consigas atrapar la atención del mercado, pero bien sabes lo que dice el dicho: “primero cae un mentiroso que un cojo”. En algún momento, el mercado se dará cuenta de que eres un fiasco, de que eres tan solo otra especie tóxica.

Una variante de este camino es echar mano exclusivamente de las poderosas herramientas de inteligencia artificial generativa. Una tendencia que va en alza, tristemente, a pesar de que el mercado ha esgrimido banderas rojaspara expresar sus temores y su rechazo a esta práctica. Tal y como la mayoría usa la IA, se trata simplemente de un atajo que te lleva al despeñadero.

Queda una opción: marcarles el camino a tus competidores, señalarles el rumbo que el mercado prefiere. Y no solo eso: también, provocar un impacto positivo en la vida de las personas que reciben tu mensaje y dejar un legado. Convertirte en fuente de inspiración, en el modelo que otros quieren imitar, en ejemplo de contenido positivo y constructivo.

Este, no lo dudes, es el camino más complejo. Sin embargo, si no te rindes, si no caes en la tentación de cambiar el rumbo el ir por un atajo, también es el que mayores satisfacciones te brindará. Y no me refiero solo al tema económico, que apenas es una de las aristas, sino a la gratitud del mercado, que es algo mucho más valioso. La recompensa valdrá el trabajo.

Tú eliges: puedes ser una marca pobre, una marca del montón o una marca ganadora. Tú eliges: reniegas del tesoro que te regaló la vida, tus dones y talentos, principios y valores, y te dedicas a ser más de lo mismo, otra especie tóxica (que irremediablemente se extinguirá). Tú eliges: compartes lo que eres y lo que posees, y lo disfrutas, y produces un impacto positivo.

No tienes que ser experto en tecnología: basta que domines las funciones básicas de algunas de las herramientas. No tienes que ser perfecto, que hacerlo perfecto: eso créeme, a nadie le interesa y, lo peor, nadie lo valora. La clave del impacto que puedes producir en el mercado está en la calidad de tu contenido, en la utilidad de tu contenido, en la autenticidad de tu contenido.

Te criticarán aquellos que son incapaces de hacer lo que tú haces. Se molestarán aquellos que no pueden obtener los mismos resultados que tú. Se incomodarán los ególatras mediocres al escuchar que el mercado acoge con agrado tu propuesta, tus contenidos. Te descalificarán los vendehúmo y los gurús venidos a menos al comprobar tu frescura, que eres diferente.

En la era de la tecnología, de maravillosas y poderosas herramientas y recursos; en la era de la comunicación, vivimos la pandemia de los impostores, los reyes del copy + paste. No es algo definitivo, sino parte del proceso de evolución del mercado, de la vida misma. Como todas las especies incapaces de adaptarse y sobrevivir, desaparecerán y los olvidaremos rápidamente.

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Evita la trampa: ¡di adiós al perfeccionismo y a la vergüenza!

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El perfeccionismo y la vergüenza caminan de la mano. Adonde quiere que vaya el uno, el otro está ahí. Como su sombra. En últimas, son dos de las múltiples máscaras del miedo, esa camaleónica emoción que tanto nos incomoda en distintas situaciones. Parecen distintas, polos opuestos, pero la realidad es que son las dos caras de una moneda.

O, si lo prefieres, son dos caminos que te conducen al mismo destino. Durante casi 10 años me he dedicado a ayudar y asesorar a empresas y emprendedores a crear y gestionar sus estrategias de contenidos. Una experiencia que me ha brindado grandes satisfacciones y valiosos aprendizajes, pero que también me ha dejado algunas, digamos, magulladuras.

¿A qué me refiero? Esa incomodidad que se produce cuando quieres ayudar a alguien, tienes las herramientas para hacerlo, pero te imponen barreras o te cierran la puerta. Entonces, te ves involucrado en una batalla contra sus miedos, sus pensamientos tóxicos, sus creencias limitantes y sus excusas. Un libreto muy bien aprendido que, además, ejecutan con acierto.

¿Por ejemplo? Hay empresas (de todos los tamaños, de todas las industrias) que siguen atadas al modelo del pasado, del siglo pasado. ¿Cuál? Hablar de su producto, de las características de este y del precio. Un camino que hace décadas te llevaba al olimpo de las ventas, pero que hoy es tan solo un atajo que te desvía, que te lleva sin rumbo fijo.

El cambio comenzó con la revolución tecnológica que internet trajo consigo. Y se ahondó en este siglo XXI con los radicales cambio de comportamiento de los consumidores a la hora de comprar. Además, y esto no se puede desconocer, también cambiaron las prioridades y las necesidades de los compradores, así como sus gustos. Es un escenario muy distinto.

Por cierto, no podemos olvidar eventos traumáticos como la pandemia y tragedias naturales como huracanes, incendios, inundaciones, erupciones volcánicas y terremotos que han causado daños por doquier. La verdad es que cada día es más difícil lidiar con la realidad, con la ansiedad, con las preocupaciones, con los efectos del bombardeo mediático.

Estamos invadidos por un océano de basura. La mayoría de la información que circula en los canales digitales (y también fuera de internet) es manipulada, tergiversada o claramente una mentira. Internet, tristemente, es un ecosistema tóxico que genera desconfianza y que, lo peor, ahuyenta a quienes, quizás como tú, están en capacidad de aportar valor al mundo.

Esta, sin duda, es una de las razones poderosas por las cuales tantas marcas (empresas y personas) se niegan a lanzarse a la aventura de compartir contenido. De compartir sus conocimientos y experiencias. Conocimientos y experiencias que, no sobra decirlo, son justamente lo que muchos otros necesitan, la guía que requieren para solucionar su vida.

O, cuando menos, un aspecto de ella. Es como cuando descubres que el techo de tu casa tiene goteras y, justamente, acaba de comenzar la temporada de lluvias. Quizás no las puedas arreglar todas al mismo tiempo, pero con una o dos que ya no filtren está bien. Es decir, el problema se reduce y vas camino de la solución definitiva. Así es como funciona.

He trabajado con empresas y emprendedores que, aunque dicen ser conscientes de la necesidad de crear y compartir contenidos de valor, no lo hacen. ¿Por qué? Carecen de una estrategia o, lo más común, quieren que esa presencia digital sea perfecta, anhelan que en virtud de lo que llaman la magia del copy sus publicaciones sean virales y generen engagement.

Cumplir con este propósito no es imposible, pero no hay magia. Es trabajo, es estrategia, es conocer la necesidad y el deseo de tus clientes potenciales. Es tener la capacidad de crear y ofrecerle al mercado la solución adecuada a partir de conectar con tu audiencia, con las emociones de cada una de las personas que consumen esos contenidos. No hay magia.

El problema, porque siempre hay un problema, es que quieren tapar un hueco abriendo otro hueco. ¿Eso qué significa? Que la mayoría de las veces, casi siempre, no han hecho la tarea de definir sus avatares y, en consecuencia, el mensaje no produce el impacto deseado. Creen que basta con un buen copy, con acudir a ChatGPT, pero solo consiguen ahondar su fosa.

Es, entonces, cuando aparece el otro fantasma, el de la vergüenza. ¿Sabes cómo se manifiesta? Temor a las críticas, obsesión por los likes, inconsistencia de la estrategia (por el afán de querer satisfacer a todo el mundo) o autoexigencia desbordada, entre otras. Y hay algunas más: el miedo a la desaprobación, al fracaso, a recibir el silencio como respuesta…

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La realidad es que nadie nació aprendido. O, de otra forma, todos estamos en un eterno proceso de aprendizaje. Más, en estos tiempos modernos en los que los cambios se dan a una velocidad increíble, casi sin darnos la posibilidad de adaptarnos al anterior. Más, en momentos en los que el mercado requiere (exige) que poseas muchas habilidades.

Si quieres crear y compartir contenido, pero el perfeccionismo y la vergüenza te agobian, acá te ofrezco algunas opciones:

1.- Aprende paso a paso.
“Del afán solo queda el cansancio”, decían las abuelas de antes. Determina cuál es la habilidad prioritaria, esa que te ayudará a avanzar de inmediato, y conviértete en un experto en su manejo. ¿Que hay otras más? Dale tiempo al tiempo. Ya les llegará su turno o, a lo mejor, en el camino te das cuenta de que no las requieres, de que las puedes delegar.

2.- Tú eres la diferencia.
Muchas personas se lanzan a la loca carrera de aprenderlo todo, de dominar todas las herramientas, de ser una navaja suiza. Ese es un error que redundará en que pierdas el enfoque de lo importante, en que te distraigas. Y además malgastarás tus energías, tus recursos y tu tiempo (que no se puede recuperar). Entiéndelo: tú eres la diferencia.

3.- Se hace camino al andar.
No tienes que ser el mejor, en nada, para comenzar. Lo básico es suficiente y lo demás se aprende en el camino. Igual que en la vida: paso a paso. Eso sí, una advertencia: no te dejes llevar por la histeria colectiva del mercado, por la urgencia de escasez de los vendehúmo y determina un plan de aprendizaje. Con disciplina y método, aprenderás lo que requieres.

4.- Comienza con lo fácil.
Es decir, con lo que se te dé de forma natural. Todos somos mejores en alguna habilidad: descubre cuál es la tuya y aprovéchala. ¿Video? ¿Audio (pódcast)? ¿Texto escrito? ¿Imágenes? Con el tiempo, el aprendizaje y la práctica, puedes llegar a ser bueno en todas, pero no te desesperes. Método y paciencia son las claves para llegar a donde quieres.

5.- Asesórate bien.
Hoy es muy fácil caer en las redes de los vendehúmo que prometen el oro y el Moro a la vuelta de unos pocos clics. ¡Es mentira! Y más en el tema de la generación de contenido, una estrategia que requiere paciencia. Mientras aprendes, asesórate de alguien que te brinde las garantías necesarias, no inviertas en lo que no requieres y mide el impacto de lo que haces.

6.- No tengas miedo de delegar.
La excusa habitual es “apenas comienzo y no tengo recursos para pagar”. Sin embargo, esa es una creencia limitante: el activo más valioso de tu vida (o negocio) es tu tiempo. No lo puedes recuperar, así que no lo desperdicies. Determina qué tareas puedes poner en manos de otros a costos razonables y, sobre todo, a sabiendas de que te obtendrás el resultado esperado.

7.- Mejor hecho, que perfecto.
Piénsalo: la mayoría de los contenidos que llenan los canales digitales es, literalmente, basura. Bien sea porque son la copia de la copia, porque son versiones preliminares de la inteligencia artificial, porque son más de lo mismo o, lo peor, porque no aportan valor. Lo que compartas no tiene que ser perfecto: puedes hacer la diferencia si tiene calidad suficiente.

8.- Sé tolerante.
Las críticas siempre llegarán, pero no debes obsesionarte con ellas. Además, es necesario que también aprendas cuáles de ellas tienen sentido y te ayudan a ser mejor. Son pocas, por cierto. Las demás, ¡ignóralas! Sé tolerante mientras encuentras tu estilo, tu tono, mientras el mercado consume y digiere tus contenidos. Recuerda: “la práctica hace al maestro”.

9.- Transmite valor.
Lo que la vida te ha dado el privilegio de recibir, de disfrutar, no es para que lo guardes dentro de ti. Sí, es un tesoro, pero no para guardarlo en un cofre, sino para compartirlo. Solo tendrá sentido si lo transmites a otros. No importa la extensión, el formato o el canal: lo relevante es la utilidad que tenga para otros. Transmitir valor es lo que te hará único y relevante.

10.- Permítete ser vulnerable.
La gente conectará contigo en la medida en que entienda que tú has vivido lo mismo, que tú ya pasaste por esa situación que hoy le enreda la vida. Y, claro, que conoces la salida. No temas mostrarte vulnerable, porque esos episodios que dolieron en el pasado son lo que hoy, precisamente, te convierten en alguien valioso. Ah, y vulnerabilidad ¡no es debilidad!

En el tema de la creación de contenidos, ninguna verdad está sentada sobre piedra. Sí hay pilares, normas, recomendaciones, pero la clave del éxito está en saber adaptarse, en la capacidad de conectar con las audiencias a través de formatos y canales distintos. Y, lo más importante, es tu autenticidad y el valor de los contenidos que le aportes al mercado.

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8 estrategias sicológicas para que tu mensaje sea más persuasivo

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No hay magia, no hay fórmulas perfectas, no hay libretos ideales. Nada de eso, créeme, es copywriting. Se trata tan solo de promesas que los vendehúmo y los estafadores que abundan en canales digitales utilizan para atraer y atrapar a sus víctimas. Que siguen cayendo, por desgracia. Estas promesas, sin embargo, pierden efecto tan pronto se descubre el engaño.

No hay palabras mágicas (o sí, todas, sin excepción) y tampoco hay algunas que garanticen el impacto de tu mensaje. Siempre hay circunstancias y factores que entran en juego y pueden modificar el resultado esperado. Siempre hay algo que se sale de control (para bien o para mal). Por eso, no puedes caer en la trampa de los que pregonan estas falsas premisas.

Cuando trabajas en el ecosistema digital, produces contenido y te comunicas con el mercado, estás irremediablemente expuesto a los bulos y a los vendehúmo. Que solo conectarás con tus clientes si haces esto o aquello, si usas determinadas palabras, si tu mensaje no es más extenso que equis número de palabras, si publicas a no sé qué hora…

Algo llamativo es que apelan a la generalización. ¿Eso qué significa? Que no importa si eres abogado, médico, consultor inmobiliario, vendedor de autos, vendedor de seguros, cantante o coach. Según esta especie tóxica, los vendehúmo, tus mensajes producirán el efecto que requieres y esperas, siempre y cuando sigas al pie de la letra su libreto, su fórmula

No importa su eres un líder, un referente de tu industria o un novato que está en la tarea de darse a conocer, de ser visible, de llamar la atención del mercado. No importa si vendes un producto, físico o digital, o un servicio. No importa si ya estableciste una relación con tus clientes potenciales, si existe un vínculo de confianza y credibilidad, o estás en el punto de partida.

Por supuesto, no funciona así. Aunque los pilares del marketing y del copywriting son universales (se pueden aplicar a cualquier industria, a cualquier instancia del proceso), es claro que tú mensaje (y, por supuesto, tus palabras) debe ajustarse a cada caso en particular. Pasar esto por alto te llevará a construir un mensaje sin impacto, tan solo palabras vagas.

Un ejemplo: aunque el tema de la conversación, o tu mensaje, sea el mismo, no puedes comunicarte de igual forma con un niño y con un abuelo. El nivel de comprensión, el de conocimiento y el de discernimiento son muy distintos. El niño se quedará en lo superficial, en lo curioso, mientras que el abuelo querrá profundizar, que sea una charla productiva.

Moraleja: no existen fórmulas perfectas o libretos ideales. No hay magia. Entre otras razones, porque tus prospectos o clientes potenciales no son bobos. Merecen tu consideración y tu respeto y que tus mensajes se enfoquen en ayudarlos, no en explotarlos. Por eso, es clave que aprendas a utilizar las estrategias sicológicas que potencian el poder persuasivo de tu mensaje.

Te presento 8 de las más utilizadas:

1.- Aversión a la pérdida.
¿Sabes en qué consiste? En que los seres humanos, todos, sin excepción, nos movemos cuando experimentamos el riesgo de perder algo que ya tenemos asegurado, a pesar de que haya algo mejor que podríamos ganar. Por ejemplo, juegas cartas con los amigos y tienes la opción de quedarte con el bote si ganas. Al final, eliges ‘ir a la segura’, y plantas.

La clave de este sesgo cognitivo es la convicción de que es mejor no perder, así exista la posibilidad de ganar más. Estudios han establecido que las pérdidas tienen un impacto emocional aproximadamente el doble que las ganancias de igual magnitud. La aversión a la pérdida provoca que las personas no asuman riesgos, negándose la posibilidad de recibir más.

2.- Efecto de reciprocidad.
Es uno de los principios de la persuasión de Robert Cialdini. Es la tendencia a corresponder a favor, o a ser más receptivo, una vez hemos recibido algo. ¿Por ejemplo? Caminas por el supermercado y te ofrecen una muestra gratis de un nuevo yogur. Lo pruebas y te parece que no es mejor que el que consumes regularmente. Sin embargo, llevas un envase de un litro.

La reciprocidad es el sentimiento de compromiso que experimentamos cuando recibimos algo. Nos sentimos en deuda con el amigo que nos recomendó para un nuevo trabajo, con el que te prestó dinero para darte un gusto. También, cuidamos de nuestros padres en su vejez, en retribución a sus cuidados cuando éramos niños. Es un disparador muy poderoso.

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3.- Efecto Ziegarnik.
Es detestable, seguro lo sabes. Ves el noticiero, hay una noticia que te interesa, pero antes de desarrollarla hablan de otros temas. La retoman y, cuando crees que por fin vas a saciar esa gran curiosidad, la presentadora pronuncia la odiosa frase: “vamos a un corte comercial y volvemos en unos minutos”. Minutos que, para ti, significan una angustiosa eternidad.

O, quizás, tu pareja te envía un mensaje escueto: “Nos vemos esta noche, quiero contarte algo”. No soportas la curiosidad y le marcas. Todo aquello que queda inconcluso después de haber atraído nuestra atención nos genera una tensión que no se libera antes de saciar la curiosidad, hasta acabar con el suspenso. Es un recurso muy utilizado en la publicidad.

4.- Efecto de escasez.
Otro de los principios de la persuasión de Cialdini. Seguramente, el más poderoso, el irresistible. Es ese deseo incontenible de obtener algo cuando percibimos que es ilimitado, raro o exclusivo. Es un recurso muy utilizado en la publicidad relacionada con fechas como el Viernes Negro, el Cyberlunes o el Día de San Valentín, o las ofertas de temporada (Navidad).

La escasez puede presentarse de dos formas: cantidades limitadas o tiempo. Decides comprar porque temes que se acaben las unidades disponibles o cuando te dicen que la rebaja de precio es válida hasta la medianoche. Se aplica también a bienes de lujo como las joyas, los relojes, los automóviles o hasta la ropa: tenerlos te hace sentirse distinto.

5.- Efecto FOMO.
Llamado así por su significado en inglés: Fear of missing out (miedo a la pérdida). Se produce en especial cuando deseamos algo que otros ya están disfrutando. En especial, cuando esas personas son familiares, amigos o compañeros de trabajo. Conocer un restaurante, ver una película o comprar el nuevo modelo de tu celular preferido desatan el efecto FOMO.

Los seres humanos, todos, sentimos pánico de quedarnos relegados o excluidos de algo que otros tienen. Por eso, por ejemplo, muchas personas están pendientes de las notificaciones de sus canales digitales en el trabajo, en el gimnasio, mientras comen o, inclusive, en la iglesia. Es la respuesta a la ansiedad de sentir que ‘el mundo se va a acabar’ si no son parte de eso.

6.- Prueba social.
Es la cara positiva del famoso y temido “qué dirán”. En especial cuando estamos en modo compra, recurrimos a las opiniones, testimonios y valoraciones de otros, incluidos los que son desconocidos, para validar la decisión. Miramos reseñas en internet, pedimos consejo a algún familiar o amigo o, algo que es muy usual hoy, escuchamos a los influenciadores.

Otra manifestación es seguir el comportamiento de otros, de la mayoría, porque “si tantos hacen lo mismo, está bien”. Elegimos ir al restaurante donde hay fila para entrar, vamos al cine a ver la película que rompió récord de taquilla, leemos el libro considerado best seller o nos vamos de vacaciones al lugar que se puso de moda en los últimos meses.

7.- Sesgo de confirmación.
De manera inconsciente, los seres humanos, todos, tendemos a buscar información que valide o confirme nuestras creencias o pensamientos. Es algo común en las redes sociales, un escenario en el que muchas personas replican mensajes de otros, especialmente en temas como la política, la religión o el deporte, porque validan lo que ellas creen.

Esa es una de las razones por las que las detestables fake news y los bulos hacen carrera en los canales digitales. Muchos no verifican la fuente de la información, o su veracidad, pero la replican, la comparten, simplemente porque confirma su pensamiento, su forma de ver los hechos. Es una de las herramientas más populares entre los que utilizan la manipulación.

8.- Autoridad.
Muy similar al anterior. Somos prolijos a aceptar de buena gana lo que dice o piensa alguien que ocupa un cargo importante o que ostenta una dignidad. Nos resulta difícil cuestionar lo que nos dice un sacerdote, un médico, un político reconocido, un influenciador con miles de seguidores, la marca que es referente de su industria o un empresario de éxito.

Les otorgamos toda la credibilidad y pensamos que “si llegaron ahí”, “si son los mejores”, “si son los que más dinero ganan” es porque “saben más que el resto”. Un claro ejemplo son los deportistas retirados que se convierten en comentaristas en los medios de comunicación, a pesar de no haber estudiado, de no haberse preparado para ser profesionales en esa labor.

Como quizás lo percibiste, todas estas opciones tienen un lado bueno (positivo) y otro, malo (negativo). Esa característica, por supuesto, está determinada por el uso que cada uno les da y, sobre todo, de la intención del mensaje. Así mismo, y esto es muy importante, todas apuntan a las emociones, que son el punto débil de todos los seres humanos, sin excepción.

A la hora de configurar tu mensaje, puedes incluir dos o tres de ellas si lo consideras pertinente. Eso sí, te prevengo: no abuses de ellas porque, entonces, minas su poder. Es como la fábula del pastorcito mentiroso: la repitió la mentira tantas veces, que los demás se dieron cuenta de que no era cierta. El mal uso, mientras tanto, hará que pierdas credibilidad.

Estas estrategias sicológicas también son conocidas como gatillos emocionales, es decir, esos poderosos estímulos que activan las emociones y provocan una reacción automática. Si aprendes a utilizarlos, y lo haces para bien, de manera responsable, no solo investirán de poder tus mensajes, sino que se convertirán también en tu sello. Como si fuera magia

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¡7 tipos de descanso que anularán el bloqueo mental!

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No sé a ti, pero para mí una de las situaciones más incómodas es cuando intento estornudar y no me sale. La respiración se detiene por unos segundos y no hay forma de provocar esa explosión que produce un alivio. A veces, simplemente el impulso desaparece y otras, luego de unos segundos de angustia, ¡puedo estornudar! Es una sensación que se agradece.

Hay ocasiones en las que la situación es al revés. Me explico: eres presa de un ataque de tos y no puedes contenerlo. Intentas respirar profundo, pero el acceso impulsivo no se detiene. Sientes que te falta el aire, piensas que te vas a ahogar y, de un momento a otro, se termina. Aún agobiado, respiras tranquilo y tomas algo de líquido para refrescar la garganta.

Todos los días, sin excepción, los seres humanos, todos, estamos expuestos a estos pequeños impases. Incontrolables, sorpresivos, incómodos. Como un estornudo, un repentino ataque de tos, una rasquiña o, quizás, el famoso bloqueo mental, que para muchos se convierte en un obstáculo insalvable. Lo insólito es que la solución está ahí mismo.

¿A qué me refiero? Si sigues con atención los contenidos que publico, sabrás cuál es mi teoría al respecto: el tal bloqueo mental es una cómoda mentira, la excusa perfecta para justificar la inacción. Un bulo, similar al de la tal inspiración, que nos vendieron creativos famosos (pintores, escritores, músicos) y que el imaginario popular validó. ¡Es un mito!

¿Por qué? Porque es una circunstancia pasajera como el estornudo, como el ataque de tos, como la rasquiña. Por lo general, se diluye por sí mismo y luego de unos pocos minutos. Sin embargo, no hay que pasar por alto una diferencia, una gran diferencia. ¿Sabes cuál es? Que el estornudo, la tos y la rasquiña son reacciones involuntarias sobre las que no tienes control.

En cambio, cuando aparece el tal bloqueo mental la solución está ahí, al alcance tu mano. Y es tan sencilla, tan simple, y tan efectiva, que parece irreal. Por supuesto, no cuenta con la difusión mediática del bulo del bloqueo mental porque en la medida en que más personas conozcan y utilicen esta opción se esfumaría el humo. ¡Ya no podrían engañar a nadie más!

Antes de revelarte cuál es esa solución (que no es una poción secreta, que no es magia), veamos qué significa bloqueo. El diccionario nos ofrece estas alternativas: “Interceptar, obstruir, cerrar el paso”, “Impedir el funcionamiento normal de algo”, “Dificultar, entorpecer la realización de un proceso” o “Entorpecer, paralizar las funciones mentales de alguien”.

Algunos sinónimos son “Obstrucción, atasco, aislamiento e incomunicación”. Como ves, nada que sea definitivo, nada para lo cual no exista una solución. Es una circunstancia temporal, incómoda, pero solucionable. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que esa anhelada solución está dentro de ti. ¡No tienes que salir a buscarla, ya está en ti!

Eso, por supuesto, no te lo van a decir los vendehúmo porque se les daña el negocio. No te lo van a decir los que pregonan la tal inspiración porque se les daña el negocio. Tampoco te lo van a decir los que hoy te impulsan (en tono de exigencia) a que hipoteques tu talento y tu creatividad a las herramientas de inteligencia artificial generativa porque se les daña el negocio.

La realidad es que el bloqueo mental es algo natural. No es una enfermedad, no es una condición especial, no es un problema sin solución… El error al enfrentarlo es asumir que sus causas son externas y, como una reacción automática, buscar una solución (o salida) fuera de ti. Es cuando caes en manos de los vendehúmo, en las garras de los depredadores.

¿Cómo evitarlo? Entender que ese bloqueo mental es simplemente la manifestación de que tu cuerpo y tu mente están al límite. ¡Agotados! Que pagan el elevado costo de la angustia, el estrés, la histeria colectiva, los miedos, los pensamientos tóxicos, el exceso de trabajo, la rutina… Tus hábitos, tu comportamiento, te llevaron al límite y se prendieron las alarmas.

Porque eso es, justamente, el bloqueo mental: una alarma. La alerta de que algo no funciona bien, de que algo no va bien. Una señal de que necesitas tomar medidas correctivas, de que vas por el camino equivocado, de que lo peor está por venir si haces caso omiso. En otras palabras, tu cuerpo y tu mente te dicen que necesitan un respiro, ¡un descanso!

El problema, porque siempre hay un problema, es que no sabemos descansar. O, quizás, que creemos que la única forma de descansar es dormir. Entonces, vamos a la cama, dormimos unas horas y al despertar… ¡estamos igual o peor! Como nos sentimos cansados, volvemos a la cama, dormimos más y… Un círculo vicioso de nunca acabar que no resuelve nada.

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La verdad es que existen siete tipos de descanso y todos son necesarios. Dormir satisface solo una de esas necesidades, pero el resto se mantiene. No olvides algo que ya mencioné: son actividades sencillas que están al alcance de tu mano, no se requiere que tomes un curso, que pagues una membresía, que te dejes llevar por el nuevo objeto brillante del mercado.

Veamos, entonces, cuáles son esos siete tipos de descanso:

1.- Descanso físico.
El básico, pero no el único. El estrés, la ansiedad, las preocupaciones y los malos hábitos se reflejan en el cuerpo, que se resiente de múltiples formas. Lo ideal es dormir un mínimo de 8 horas en un ambiente propicio. Ten la precaución de no dejar tu celular prendido cerca de ti, para que no interrumpa tu descanso. ¿Otras opciones? Masajes, yoga, siestas…

2.- Descanso mental.
Cada día más importante, en virtud de la variedad y cantidad de presiones que soportamos en la rutina. Su principal manifestación es que tu cerebro sigue activo durante la noche, con pensamientos reiterados (casi nunca positivos o constructivos). Necesitas silenciarlo y él necesita bajar las revoluciones para hacer sus tareas nocturnas. Ponlo en botón de pausa.

3.- Descanso sensorial.
Indispensable en estos tiempos de hiperconexión, de estar expuestos casi todo el día a pantallas y dispositivos, televisores y más herramientas. Aunque solemos pasarlo por alto, el cansancio sensorial tiene consecuencias tanto en lo físico como en lo mental. Desconéctate al menos una hora antes de ir a la cama y toma pausas activas durante el día.

4.- Descanso creativo.
Se presenta cuando te das cuenta de que tus ideas se fueron de vacaciones. O se les olvidó el camino, o están distraídas. ¿La solución? Reconecta con lo básico, con el silencio, la paz, la tranquilidad, la naturaleza. O, quizás, con la lectura, la música, la pintura, la cocina o cualquier otra actividad que vuelva a prender la llama de la inspiración (está dentro de ti).

5.- Descanso emocional.
El gran déficit en la actualidad, sin duda. La clave es bajar las revoluciones, poner límites y romper con lo tóxico que altere tu tranquilidad: personas, relaciones, ambientes, recuerdos. Deja fluir tus emociones, ¡exprésalas sin miedo! Permítete ser auténtico, equivócate y aprende y podrás conectar con las personas, oportunidades y situaciones adecuadas.

6.- Descanso social.
En medio de la frenética rutina, las personas y las circunstancias drenan nuestra energía, nos agotan. Mental y físicamente. Es necesario tomarte un tiempo para estar contigo, solo, para reconectar con tu esencia, con lo que te hace feliz y te da paz y tranquilidad. Rodéate de personas vitamina que te recarguen y, sin temores, haz una limpieza social de tu entorno.

7.- Descanso espiritual.
Todos creemos en algo superior, no importa qué sea o cómo lo llames. Mantener viva la conexión es imprescindible para sentir paz. Medita, ora, haz obras de caridad, enseña a los que no recibieron tantas bendiciones como tú, encuentra tu propósito y vívelo intensamente. Tu alma pide reposo: no dudes en hacer todo lo que sea necesario para brindárselo.

Una de las lecciones más valiosas que nos dejó ese doloroso período que fue la pandemia del COVID-19 fue el riesgo de no cuidar de nosotros, de la salud física y mental. En especial, de esta última. Muchas personas entendieron el mensaje y cambiaron sus hábitos, dejaron atrás prácticas que les provocaban daño y comenzaron a vivir una vida más simple.

Muchas de ellas, sin embargo, con el paso de los días volvieron a lo mismo de antes: angustia, estrés, preocupaciones, ritmo frenético, histeria colectiva. Volvieron a consumir contenidos chatarra que les intoxican la mente y el alma. Hoy, de nuevo, están expuestas a constantes bloqueos mentales que les impiden ver la realidad, que les impiden disfrutar de la vida.

Soy creativo de tiempo completo. Todo mi trabajo requiere que mi mente y mi cuerpo estén alineados para evitar que aparezca ese enemigo silencioso que es el bloqueo mental. Por fortuna, aprendí a hacer todo lo necesario, ¡TODO!, para evitar que haga sus travesuras. Entendí que está en mis manos mantener encendida la llama creativa, y me protejo.

La próxima vez que te ataque este enemigo silencioso, no lo ignores, no lo menosprecies. El bloqueo mental no es un mal exclusivo de los creativos, de los famosos. Se trata de un problema que nos afecta a todos los seres humanos, en especial a aquellos que no toman los recaudos necesarios. Y no solo eso: puede provocar estragos si no tomas los correctivos.

Para terminar, te dejo algunas pequeñas acciones que podrían ayudarte si sientes que te ataca el temido bloqueo mental:

1.- Escucha música (canta, baila, ¡súbele el volumen!)

2.- Lee un capítulo del libro que estás leyendo (con uno basta)

3.- Si el clima lo permite, sal y camina 10-15 minutos, ojalá por un espacio en el que haya naturaleza

4.- Si tienes mascotas, dedícales 10-15 minutos. Ellas y tu bienestar lo agradecerán

5.- Toma una ducha de agua caliente; disfruta el agua corriendo por tu cuerpo

6.- Muévete: un poco de ejercicio siempre te hará bien. No necesitas ir al gimnasio: hay rutinas muy sencillas que puedes realizar en tu casa

7.- Cocina: preparar un platillo sencillo permitirá que te desconectes de la rutina

8.- Si tienes hijos, ayúdalos con las tareas, conversa, ve al centro comercial, pasa tiempo de calidad con ellos (o con tu pareja)

9.- Juega: practica tu deporte favorito (no importa que sea solo). Diviértete, se trata de conectar contigo mismo

10.- Contacta con una persona vitamina: una conversación de 10 minutos puede hacer milagros, ¡créeme!

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¿Conoces a tu audiencia? ¡Cuidado!, no te quedes en lo superficial

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“Se conoce a la pareja en el divorcio, a los hermanos en la herencia, a los hijos en la vejez y a los amigos en las dificultades”. Esta es una de tantas frases de autor anónimo que revolotean por los canales digitales y que encierra una gran sabiduría popular. Y que, por si aún no lo notaste, incorpora un mensaje clave que muchos omiten a la hora de crear y compartir contenidos.

¿Sabes a qué me refiero? Por naturaleza, el ser humano confía en sus semejantes. En especial, en aquellos a los que tenemos cerca, en su entorno más cercano: familia, estudio, amigos, trabajo, aficiones… Es decir, las personas con las que más tiempo compartimos, con las que nos unen lazos emocionales y con las que por lo general forjamos relaciones a largo plazo.

Un vínculo que se profundiza, se fortalece, en la medida en que interactuamos con esa otra persona. Cuanto más conozcamos de ella, más confianza nos brinda. No solo sentimos una gran empatía, sino que también descubrimos y disfrutamos las similitudes, aquellas creencias, pensamientos o comportamientos que nos identifican. Como si fuéramos el uno para el otro.

Sin embargo, y seguro lo has experimentado, la vida no es un paraíso. De hecho, a veces, muchas veces, se transforma en un infierno. Y lo más doloroso es que el antagonista, el malo de la película, es aquella persona en la que confiábamos ciegamente, en la que creíamos con los ojos cerrados, por la que estábamos dispuestos a meter las manos en el fuego…

La pareja, un hermano, un hijo, un amigo… O un compañero de trabajo o el que durante varios años te acompañó en esas apasionantes travesías en bicicleta los fines de semana… Algún malentendido, una discusión que se subió de tono, una actitud o una acción que riñó con los valores que forjaron la relación, una traición… Se terminó la armonía y… ¡comenzó la batalla!

Todos, absolutamente todos los seres humanos, lo hemos vivido alguna vez. Al menos una vez. Suficiente para dejarnos una cicatriz, un mal recuerdo y, quizás, una de esas experiencias que preferiríamos no haber vivido. ¿Por qué? Porque nos mostraron la otra cara de la moneda, descubrimos un otro yo de esa persona a la que creíamos conocer perfectamente.

El problema, porque siempre hay un problema, es que a las personas no las vemos como son, sino como las queremos ver. Y a esas personas que nos generan confianza por lo general las vemos sin defectos, las idealizamos. Por eso, no nos damos cuenta de las manifestaciones que nos indican que las cosas no van bien, que hay que prestar atención… Y no las atendemos.

Lo malo es cuando esa situación se nos convierte en un hábito que se replica como epidemia en todos los ámbitos de la vida. Creemos que conocemos a los demás, a los más cercanos, y la realidad se empeña en demostrarnos que, en verdad, son poco menos que unos desconocidos. Lo desagradable es la forma en que lo comprobamos: descubrimos su lado más oscuro.

Si has pasado por un divorcio tormentoso, si te enredaste con tus familiares por una herencia, si eres un adulto mayor al que sus familiares hicieron a un lado como si fuera un estorbo o si algún amigo de los de para toda la vida te dio una puñalada por la espalda, sabes a qué me refiero. A mi juicio, lo más doloroso es la sensación de sentirnos defraudados y engañados.

Una sensación que, tristemente, se repite con frecuencia cuando eres una marca (empresa o persona), un negocio o un profesional independiente e intentas vender algo al mercado. Cuando, después de haber hecho la tarea previa a la publicación de contenido, piensas que conoces a tu audiencia. Y no solo lo piensas: ¡estás completamente convencido de que sí!

Sin embargo, el resultado te demuestra que no es así. Compartes tu mensaje, lanzas tu oferta y la respuesta que recibes es un silencio sepulcral o un rechazo. Te sientes como Robinson Crusoe en una isla desierta, como si estuvieras perdido en la inmensidad del Himalaya y lo único que escuchas es el eco de tu grito desesperado. Ese al que llamas tu cliente ideal te ignora.

Una de las razones es que confundimos los términos. O, dicho de otra manera, asumimos que palabras como conocer, comprender y entender significan lo mismo. En el lenguaje coloquial, en el que utilizamos en nuestras conversaciones frecuentes, en nuestros mensajes, no hay diferencias, pero la verdad es que existen y, aunque sean sutiles, también son fundamentales.

Conocer es tener una idea clara de algo, mientras que comprender es hacer propio ese conocimiento y aplicarlo en la vida. Por ejemplo, puedes conocer (saber) que ser sedentario y tener malos hábitos de alimentación es malo para tu salud, pero solo lo habrás comprendido cuando practiques ejercicio con frecuencia y, además, te alimentes sano. ¿Ves la diferencia?

Conocer es un acto de percepción, que se concentra únicamente en lo exterior y que, además, incorpora una alta dosis de subjetividad. ¿Por qué? Lo que percibimos está determinado en función, principalmente, de nuestras creencias y pensamientos, de los miedos, así como de las costumbres. Significa que hay un componente social que nos invita a recibir la aprobación de otros.

Además, ese conocer se relaciona con un conocimiento teórico, que suele ser superficial. Comprender, mientras, es un proceso interno que implica tomar conciencia de algo. Es más profundo porque se relaciona con experiencias de vida, con las emociones. En otras palabras, es hacer propio lo que se entiende y actuar en consecuencia, con una clara intención.

Distinto, ¿cierto? Es como el iceberg. Conocer es lo que está sobre la superficie, a la vista de todos, de cualquiera. Comprender, en cambio, es más profundo, nos exige tomar una acción para descubrir esa gran porción que está bajo el agua. El conocer se queda en la simple percepción, algo pasajero, mientras que la comprensión nos brinda un aprendizaje a largo plazo.

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Retomemos: creemos que conocemos a nuestra audiencia, a nuestro cliente ideal, pero la verdad es que solo vemos lo externo, lo superficial. Lo que está a la vista de cualquiera, de todos. Asumimos que poseemos la información suficiente para comunicarnos con esas personas, para conseguir una conexión emocional. Sin embargo, la realidad es distinta.

Entonces, mi propuesta es que de hoy en adelante borres de tu mente ese concepto de “conocer a tu audiencia” y lo cambies por “entender a tu audiencia” o “comprender a tu cliente potencial”. No es solo un cambio de palabras, sino un nuevo camino. Uno a través del cual puedas conectar emocionalmente con esas personas, interactuar, intercambiar beneficios.

Ahora, la pregunta del millón: ¿cómo saber si en realidad entiendo a mi audiencia, si comprendo a mi cliente potencial, y no me quedé en solo conocerlo?

Lo sabes cuando entiendes, cuando comprendes: 

Sus dudas
Sus dolores
Sus problemas
Sus creencias y miedos
Las herramientas que necesita
En qué se equivoca
Casos de estudio que le sirven
Métodos que tiene que aplicar
Consejos que le serán útiles

La compra, quizás lo sabes, es la respuesta a una emoción. O, si lo prefieres, es la respuesta emocional a un impulso que activa esa parte de tu cerebro que te implora que lo compres. Y esa emoción que actúa como un disparador está estrechamente ligada a las dudas, a los dolores, a los problemas, a las creencias y miedos del ser humano, a lo que le urge saber.

Crees que conoces a tu pareja hasta que un buen día te llega la demanda de divorcio y te das cuenta de que “duermes con el enemigo”. Crees que eres parte de una familia modelo hasta que tus hermanos impugnan el testamento de tu padre y tratan de impedir que recibas tu herencia. Crees que tus hijos te aman, hasta que te recluyen en un hogar para ancianos…

Los seres humanos, todos, sin excepción, reaccionamos de maneras extrañas cuando las circunstancias son extremas. Como decían las abuelas de antes, “se nos sale el diablo que llevamos dentro”. Es decir, salen a relucir las emociones, motivaciones, resentimientos, nuestros bajos instintos. Sí, aquella parte del iceberg que está oculta bajo la superficie.

Para conocer a una persona basta observarla un rato y formularle algunas preguntas. Sin embargo, si quieres entenderla, comprender en realidad quién es, debes verla en un momento de ira, darte cuenta de cómo trata a los animales y a las personas humildes, ver qué hace cuando está borracha o comprobar hasta dónde está dispuesta a ayudar a otros a cambio de nada.

Los seres humanos, todos, sin excepción, somos imperfectos. Estamos llenos de defectos y a veces, ante situaciones que nos llevan al límite, reaccionamos de una forma en la que quienes dicen conocernos se sorprenden (nos desconocen). Es con ese otro yo, el que no se percibe a simple vista, con el que debes conectar emocionalmente, profundamente, con tu mensaje.

Moraleja: no te quedes en lo externo, en lo superficial, porque corres el riesgo de que te rechacen tan pronto realices una oferta. Utiliza todas las herramientas y recursos que estén a tu alcance para investigar el mercado, para entender a tu cliente potencial, para comprender si en verdad puedes ayudarlo y cómo hacerlo. Si no lo haces, te llevarás una sorpresa al conocer su otro yo

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10 opciones de contenido exprés que deleitarán a tu audiencia

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Dentro de nuestra infinita genialidad, los seres humanos tenemos la asombrosa capacidad de complicar lo que es sencillo. Como dirían las abuelas de antes, “no vemos lo que tenemos frente a las narices”, lo obvio, y por eso muchas veces, la mayoría de las veces, elegimos mal. Y no solo mal, en el sentido que es la opción equivocada, sino que también nos hace daño.

Sabemos que ingerir bebidas alcohólicas en exceso provoca daños en nuestra salud, pero no resistimos la tentación cuando, por ejemplo, juega la Selección de tu país en un torneo importante. O el licor es el primer artículo en la lista de imprescindibles a la hora de festejar el aniversario de nuestros padres, el grado de un hijo, el Día de la Madre o la Navidad…

Sabemos que el sedentarismo es el caldo de cultivo de múltiples males, de muchas de las enfermedades que cada día cobran vidas, pero siempre encontramos la ‘excusa perfecta’ para no movernos. O, quizás, somos incapaces de cambiar los hábitos y consumir una alimentación sana simplemente porque “no se me da eso de cocinar” o “siempre he comido lo mismo”

Aunque no lo hayas notado, es exactamente lo mismo que sucede cuando piensas en crear y compartir contenidos con tu audiencia, con tus clientes. Cada vez que te sientas frente a la cámara o al computador, aparecen esos diablillos traviesos que te invitan a procrastinar, que te distraen. En últimas, no son más que ‘excusas perfectas’para justificar tu inacción.

Los seres humanos, todos, sin excepción, contamos con una ILIMITADA fuente de creatividad, de buenas ideas. Lo increíble es que están ahí, pero no las vemos, no las percibimos o, quizás, no les prestamos al atención que requieren. Son fruto de nuestros aprendizajes, de nuestras vivencias y, por supuesto, de lo que creemos, de lo que pensamos y de lo que sentimos.

Es algo que nadie, absolutamente nadie, te puede arrebatar. Y está en ti. Es como si un día, sin estarla buscando, en el fondo de un cajón de tu clóset encuentras una caja con recuerdos. La habías olvidado, pero te emociona descubrirla ahí porque guarda testimonio de algunos de tus momentos más felices. De aquellos que marcaron tu vida para bien y revivirlos te hace feliz.

O vas de vacaciones a la playa y un día decides ir a caminar para disfrutar del contacto con la naturaleza. Sin esperarlo, encuentras un cofre que guarda… ¡un tesoro! ¿Te parece irreal, algo de ciencia ficción? Echa memoria y descubrirás que a lo largo de tu vida has descubierto, por pura casualidad, valiosos tesoros. Personas, oportunidades, aprendizajes, experiencias…

A lo que me refiero, el mensaje que me interesa transmitirte en este contenido, es que no necesitas encomendarte a la esquiva y traicionera inspiración. Tampoco tienes que hipotecar tu creatividad rindiéndote a alguna de las poderosas herramientas de inteligencia artificial. Tan solo debes echar mano de ese maravilloso cofre que hay en ti y aprovechar el tesoro.

A continuación, te propongo diez opciones, sencillas y todas a tu alcance, para producir contenido de valor. No importa el formato que elijas o el canal a través del cual vayas a compartirlo. Lo mejor es que son temas que se adaptan perfectamente a lo que quieres y que te permitirán utilizarlos más de una vez. Te sorprenderá no haberlos percibido con antelación:

1.- Errores comunes.
Todos nos equivocamos, sin excepción. Sin embargo, no todos aprendemos de los errores que cometemos. Compartir los tuyos, los más habituales, los que comete cualquiera, no te hará vulnerable y, más bien, te permitirá establecer un poderoso vínculo de empatía. Habla de aquellos que se puedan eliminar de una vez y por todas para mejorar los resultados.

2.- Tus mejores consejos.
La otra cara de la moneda. Si desarrollaste una habilidad y hay algo que haces mejor que la mayoría, o con mejores resultados (más fácil, más rápido, más económico), seguro habrá quienes agradecerán que les enseñes cómo hacerlo. No tienen que ser muchos, 3 o 5. Y puedes compartirlos uno a uno, de modo que tu audiencia se mantenga a tu lado.

3.- Antes y después.
Es lo que en el storytelling se denomina punto bisagra. Es un mensaje persuasivo poderoso que, bien utilizado, prende la motivación a la acción. ¿Por qué? Incorpora ese primer paso que tanto miedo nos da y que, por lo general, nos paraliza. Y le dice a tu audiencia que es posible, que tiene la capacidad de superar las dificultades, que hay algo mejor si no se rinde.

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4.- Un mito (o mentira).
En esta era de la infoxicación, los bulos están a la orden del día. Y ahora, gracias al poder de la inteligencia artificial, es cada vez más difícil identificarlos. Sin importar a qué te dediques, en esa actividad hay mentiras que han hecho carrera: ¡derrúmbalas! Este es el tipo de contenido que el mercado agradece porque evita una de las sensaciones más incómodas: ser engañados.

5.- Tutorial.
A todos nos encanta que nos enseñen cómo hacer algo de manera fácil, rápida y, sobre todo, efectiva. Eso significa que… ¡adoramos los tutoriales! De hecho, son los contenidos que más se consultan en YouTube y los que les han permitido a muchos profesionales convertirse en celebridades en los canales digitales. Y sí, tú sabes hacer muy bien algo que otros no pueden…

6.- Un día en tu vida.
¿Te parece extraño? ¿Piensas que a nadie le interesa? Si eso es lo que crees, estás equivocado. En especial si eres alguien que está unos pasos adelante del resto, de la mayoría, siempre habrá quiénes agradezcan que les digas qué haces y cómo lo haces. La clave del éxito, en la vida o en los negocios, parte de una buena rutina: tu audiencia adorará que compartas la tuya.

7.- Tu yo productivo.
En conexión con el anterior, cuéntale a tu audiencia esos consejos que te permiten ser más productivo. Este, quizás lo sabes, es uno de los temas álgidos para empresarios, dueños de negocios, emprendedores y profesionales independientes. Con un solo consejo que sea útil, tu ayuda será muy valiosa. Es un contenido que siempre se valora, que siempre se agradece.

8.- La historia de tu marca.
En especial si tú eres la marca, si tú eres el producto, este contenido es imprescindible. Es el que te permitirá establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado y, lo mejor, diferenciarte de la competencia. No temas contar tu historia, lo más valioso que posees. ¿Por qué? Porque le dirá al mercado que pasaste por lo mismo y lo superaste. ¡Te dará autoridad!

9.- Un testimonio.
Si aún no tienes casos de éxito que te den uno, puedes compartir la historia de alguien, una empresa o una persona, que te haya inspirado. De alguien que pasó por situaciones similares a las tuyas y las dejó atrás, alcanzó el éxito. La historia de alguien que refuerce tu mensaje, que lo humanice, que logre conectar con tu audiencia a través del poder de las emociones.

10.- Tu mayor acierto.
La diferencia entre el bien y el mal, el éxito o el fracaso, la felicidad o la tristeza, es tan solo una decisión. Una decisión capaz de cambiar el rumbo de la historia, que significa ese plus gracias al cual lograste lo que deseabas. ¿Cuál fue? ¿Por qué lo decidiste? ¿Fue un impulso emocional? Es algo así como tu secreto más preciado, un contenido que tu audiencia valorará mucho.

Ahora, ¿cómo te pareció? ¿Difícil? Estoy seguro de que no tienes que sentarte a pensar en una respuesta. Y, también, de que justo en este momento en tu cabeza las ideas, las buenas ideas, vuelan silvestres a la espera de que las utilices. Como ves, no hay que tomar un curso, no hay que pagar una mentoría, no hay que utilizar tecnología alguna: lo que requieres está en ti.

Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que cuanto más uso hagas de este valioso tesoro mayor será el impacto que puedas provocar en la vida de otros, en sus negocios. Olvídate de hacer lo mismo que la mayoría, compartir conocimiento teórico que casi nadie pone en práctica, y más bien enfócate en servir, en ayudar. La forma más efectiva de hacerlo es compartir aprendizajes y experiencias.

Recuerda, así mismo, que hoy las personas no quieren relacionarse con marcas, no quieren quedar a merced de herramientas tecnológicas. Lo que las personas buscan es otras personas, de carne y hueso, que hayan pasado por lo mismo que ellas sufren, que hayan enfrentado los mismos problemas, y que hoy están donde ellas quieren estar. Es una relación, no una simple transacción.

Dentro de nuestra infinita genialidad, los seres humanos tenemos la asombrosa capacidad de complicar lo que es sencillo. Y viceversa. Basta que no te dejes llevar por las tendencias, que seas consciente de cuán valiosa puede ser tu ayuda para otros, de que posees un tesoro que carece de sentido si no lo compartes. Aprovecha tu ilimitada fuente de creatividad…