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El poder de lo simple: mensajes que conectan con las emociones

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Hubo un tiempo, que quedó enterrado en el pasado, en el siglo pasado, en el que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Esta famosa frase del refranero español es atribuida al escritor Baltasar Gracián. Cuenta la historia que fue publicada en su obra Oráculo manual y arte de prudencia, por allá en el siglo XVII. Y fue cierta durante mucho tiempo, hasta nuestros días.

El mensaje era simple: en la comunicación, especialmente, pero también la vida diaria, si lo bueno es breve o conciso, preciso, mejor. ¿Por qué? Evita las distorsiones,  los cortocircuitos, los malentendidos, el desgaste, la fatiga… Una premisa que, sin duda, nos facilitaría la vida si la pusiéramos en práctica de manera consciente y, sobre todo, consistente y frecuente.

Cuando parecía olvidada en el tiempo, de un momento a otro resurgió de sus cenizas, como el ave Fénix, y recobró popularidad. Fue gracias a la irrupción de internet, cuando a mediados de los 2000 se produjo la explosión de blogs en la web. De la mano de Blogger.com, la apuesta de Google para promover la creación de contenidos, la premisa se reencauchó.

En aquel entonces, se popularizó la creencia según la cual “los textos largos nadie los lee”. Es decir, una forma de decir, con otras palabras, aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Y fue así como pasamos de los textos kilométricos a los cortos. Nunca hubo acuerdo en cuento a la extensión: 300 palabras, 500 palabras, en fin. Sin embargo, eso no era lo importante.

¿Por qué? Porque lo relevante en la creación/publicación de contenidos en internet, más allá del formato o del canal elegidos, no es la extensión, sino la calidad. Es decir, el valor que ese contenido está en capacidad de transmitirle a quien lo recibe, qué conocimientos le aporta, cuánto lo educa o lo entretiene, de qué manera lo inspira. La extensión es secundaria.

Entre otras razones porque, como ya lo mencioné, nunca hubo acuerdo acerca de qué es un contenido corto o uno largo. Una inútil e improductiva discusión en la que Google, con su tradicional cambio de reglas, contribuyó a crear confusión. “Que sí, contenidos cortos, pero no tan cortos”, “que mejor un poquito más largos”, pero “que no sean excesivamente largos”.

El tema se enredó aún más cuando se popularizó el invento más perverso e inútil de Google: el bendito SEO(Search Engine Optimization), que acabó por enlodar el escenario. ¿Por qué? Porque se dejaba atrás, en el olvido, lo único realmente importante: la calidad el contenido, el valor que transmite. Mientras, se privilegiaban aspectos que son secundarios o irrelevantes.

Con el tiempo, mientras el fenómeno del contenido basura crecía como espuma, Google nos dijo que los textos que su algoritmo privilegiaba eran aquellos “con más de 1.000 palabras”. Y no tardó en cambiar de opinión: “los de más de 1.500 palabras, ojalá cerca de las 2.000”. Y, claro, todo el mundo loco en un escenario en el que el patético copy + paste fue el rey.

Uno de los orígenes de este patético estilo, el recurso de los mediocres, fue darle gusto al caprichoso algoritmo de Google. Dado que no estaban en capacidad de producir contenidos de 1.500-2.000 palabras, recurrieron a la estrategia de rellenar: copiar y pegar. Fue, entonces, cuando internet se trasformó en una jungla, el reino de las fake-news, de la pornobasura.

Por si eso no fuera suficiente, a finales de 2022 apareció otro actor en la escena. ¿Sabes cuál fue? La inteligencia artificial generativa, una revolución que llegó de la mano de ChatGPT. Que, tristemente, se ha convertido en una versión avanzada del copy + paste. Sin embargo, en los últimos tiempos la IA se le metió al rancho al SEO y provocó otra transformación.

Ahora, bajo las nuevas reglas del juego, gracias a los superpoderes de la IA, la extensión de los contenidos cobra relevancia. Sin embargo, lo más importante no cambia: la calidad, el valor que aporta. La IA, quizás lo sabes, tiene la capacidad de analizar, en segundos, miles de datos, comparar, determinar si es una copia y, lo importante, establecer su autenticidad.

En otras palabras, ya no será tan fácil darle de comer al algoritmo. Ni se lo puede engañar, o no con prácticas obtusas como las que muchos utilizaban para ranquear mejor en el SEO. Y como la IA es un bebé (en plena y rápida evolución, claro), gusta de lo sencillo. Por eso, la premisa de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” se cambió a “lo bueno, si sencillo, dos veces bueno”.

¿Y sabes quién está feliz? Tu cerebro. ¿Por qué? Porque al cerebro le encanta lo simple, lo fácil, lo que puede recordar sin tener que buscar en medio del desorden de tu cabeza, de tus pensamientos. Entonces, la nueva norma para los creadores de contenido en internet, sin importar el formato o el canal, es producir contenido de calidad simple y auténtico.

Moraleja

Este es el mensaje que me interesa graves en tu mente.
La premisa de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” se cambió a “lo bueno, si sencillo, dos veces bueno”. Cuanto más simple, más sencillo, tu mensaje tendrá más impacto, será más efectivo y generará recordación.

Que, no sobra decirlo, es justamente lo que el mercado reclama. La gente, y supongo que tú también, está cansada de pornobasura, de lo ordinario, de lo grotesco, de las mentiras, de las manipulaciones, de las distorsiones, de las versiones amañadas. La gente se cansó de la infoxicación y busca nuevas fuentes de información, un oasis en medio de ese desierto.

Y no es una tarea fácil, seguro lo sabes. Los vendehúmo y las demás especies tóxicas del ecosistema digital tienen la capacidad de adaptarse a los cambios. Esa es, por supuesto, una de las características que les permite aprovecharse de los ingenuos y de los ambiciosos. Que, aunque se antojan polos opuestos, están unidos por el mismo objetivo: el éxito exprés.

No se trata de palabras clave. No se trata de párrafos cortos. No se trata de ganchos emocionales infalibles. No se trata de palabrejas raras o en otros idiomas para fungir autoridad. No se trata de preguntarle a ChatGPT por una fórmula mágica. Para que tus mensajes tengan más impacto, sean efectivos y generen recordación, solo requieres estas 4 claves:

1.- Simplifica.
Recuerda que la nueva premisa, la del siglo XXI, es “lo bueno, si sencillo, dos veces bueno”. Entonces, ¡manos a la obra! El cerebro humano prefiere lo que es fácil de entender, de recordar y, sobre todo, de hacer. Entonces, no te compliques en el intento de ser distinto porque corres el riesgo de irte por el camino equivocado. Y, seguro, lo vas a pagar caro.

Lo que activa la atención de tu cerebro, lo que la captura, es la curiosidad. Ten en cuenta que a este órgano le encanta lo nuevo, lo novedoso, aquello que le brinda conocimiento. Entonces, concéntrate en comunicar eso, solo eso. Una vez despiertes su curiosidad, habrás capturado su atención y el resto será carpintería. ¿La clave? Pregunta y crea misterio…

2.- Usa un lenguaje común.
Los términos técnicos y los extranjerismos, entre otros, no te dan autoridad. Más bien, te pueden llevar por un camino riesgoso: el de ahuyentar a tu audiencia, intimidarla. ¿Cómo hacerlo? Comunícate con el mercado de la misma forma en que lo harías con un niño de 3-4 años o con una personas con poca educación. Si logras que te entiendan, ¡habrás triunfado!

¿La clave? Encontrar un punto intermedio para que tu estilo no sea intimidante, pero que tampoco caiga en lo ramplón. Sé tú mismo y procura emplear un lenguaje que esté un escalón arriba del promedio del mercado. Así, no solo te entenderán, sino que también te verán como alguien que conoce lo que está comunicando (eso que ahora llaman experto).

3.- Elimina los obstáculos.
¿Eso qué significa? A los seres humanos, todos, nos aburren esos procesos de 5-10 pasos. Cuando comuniques tu mensaje, asegúrate de brindar las instrucciones necesarias para que cualquier persona, un niño o un iletrado, las pueda cumplir satisfactoriamente. El hecho de utilizar dispositivos digitales intimida a muchos, así que no agregues un obstáculo más.

Significa, también, que bien vale adelantarse a las objeciones más comunes de las personas con las que te comunicas. ¿Qué las atemoriza? ¿Cuáles son sus miedos? ¿Por qué no dan el primer paso? ¿Cómo eliminar el sinsabor de experiencias amargas anteriores? En la medida en que generes confianza derribando las objeciones, el poder de tu mensaje se incrementará.

4.- Pasa a la acción.
Una de las leyes de la persuasión es que la gente no actúa si no sabe qué hacer y, además, cuál será el resultado esperado. Aunque necesite desesperadamente lo que le ofreces, tu cliente no pasará a la acción si el proceso le parece complejo o, peor, aburrido. Recuerda: “lo bueno, si es sencillo, dos veces bueno”. Apaláncate en la tecnología para simplificar.

Para que tu mensaje llegue a inspirar a tu audiencia, es decir, la incite a realizar la acción que tú propones, debes haber cumplido con el resto de proceso. ¿A qué me refiero? A las fases de informar, educar y entretener con tus contenidos. Solo así podrás establecer un vínculo de confianza y credibilidad que promueva que tu audiencia ejecute la acción que tú esperas.

¿Muy complicado? No, para nada. Es un corto paso a paso fácil de llevar a cabo y que, además, cualquiera puede poner en práctica. Un método que, así mismo, te sirve no solo para la tarea de crear contenido y comunicarte con el mercado, sino para relacionarte con cualquier otra persona. Por supuesto, no olvides que “la práctica hace al maestro”.

En el afán por diferenciarnos, por ser únicos o por posar como expertos, hemos caído en la trampa de los mensajes complejos que no conectan. No te olvides que la clave está en saber conectar con las emociones de otros, una tarea en la que, quizás lo sabes, lo simple es más efectivo. Para derretir a tu pareja, solo requieres un “te amo” o un abrazo. Así de simple, así de sencillo, así de poderoso…

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El marketing de contenidos gritón e histérico… ¡ha muerto!

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A veces, las circunstancias nos llevan a ser pesimistas. El panorama se antoja desagradable y pensamos que no hay motivos para ver el futuro con ilusión. Uno de los principales motivos es que cada día somos víctimas del apocalíptico bombardeo mediático. Prendes el televisor, sintonizas la radio, consultas internet y te enfrentas a una avalancha de malas noticias.

Una avalancha que condiciona lo que ves, lo que piensas, lo que sientes y, también, la forma en que reaccionas y cómo te comportas. Esa, quizás, es una de las explicaciones del ambiente tóxico que nos rodea: el de los gritos imperativos, la histeria colectiva, el acecho de los vendehúmo, en fin. Es como si habitáramos en una espesa jungla.

Vivimos la maravillosa era de la comunicación y de la tecnología. Un período que significa un privilegio para quienes tenemos la oportunidad de disfrutarlo. Sin embargo, también vivimos la era de la histeria colectiva, de la infoxicación, de los contenidos pornobasura, de los cortocircuitos en la comunicación. Una epidemia de la que nadie puede librarse.

Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que está por doquier. Los medios de comunicación, tanto sus versiones análogas como en las digitales; las marcas (de todos los tamaños e industrias) y hasta las marcas personales están contaminadas. ¡Sin excepción! No solo por fake-news, sino también por el marketing de contenidos basado en un estilo gritón e histérico.

¿Sabes cuál es? El de vender con amenazas, urgencias forzadas o dolor (dolor y más dolor), un estilo que ya no impacta. Sí, fue útil en el pasado, pero caducó porque se volvió el único recurso utilizado por las marcas (empresas y personas) y porque su uso fue ‘prostituido’. ¿Eso qué significa? Que se abusó de él, como si fuera una fórmula perfecta.

Todos tenemos una prenda de vestir favorita: una camiseta, un bluyín, unos zapatos, que nos encantan, nos hace sentir cómodos. Y buscamos cualquier oportunidad para lucirla, es la que elegimos para toda ocasión (inclusive, las formales). ¿El resultado? Esa prenda se desgasta rápido y dura menos de lo que desearíamos. Abusamos de ella y lo pagamos.

Eso fue lo que sucedió con ese estilo gritón e histérico de marketing de contenidos. Y también lo que les ocurrió a las marcas: las que gritan, las histéricas, ya no convencen. Solo producen ruido y, en consecuencia, ahuyentan a sus audiencias. Se trata de marcas desesperadas, sin brújula, que desconocen su esencia y son incapaces de transmitirle valor al mercado.

Son marcas débiles, que no conocen sus fortalezas, que menosprecian su potencial, que carecen de identidad. Se dedican a copiar el estilo de los líderes de su mercado, son una especie de picaflores en procura de la nueva fórmula ideal. Al final, sin embargo, dado que no son auténticas, el mercado les da la espalda y se quedan con las manos vacías. ¡Es doloroso!

En la otra orilla están las marcas que captan la atención del mercado y generan conexiones (relaciones) son las que atraen de forma magnética. Es decir, en vez de salir a perseguir a los clientes potenciales, de acecharlos, de acosarlos, de manipularlos con mensajes engañosos, son elegidas por el mercado. Seducen, conquistan, enamoran, lideran, guían, inspiran

Estas marcas dominan el juego y, por consiguiente, no necesitan gritar. Tampoco saben lo que es la histeria y, gracias a que reconocen su valor, a que poseen una propuesta de valor poderosa y atractiva, transforman atención en devoción. Más que marcas comunes son símbolos que le hablan al corazón, al sentimiento y a la emoción, no al algoritmo.

¿Cómo lo hacen? Usan el poder del marketing de contenidos para transmitir sus mensajes. Del marketing de contenidos que se guía por los pilares del buen marketing, del que busca no solo satisfacer las necesidades y deseos del mercado, sino que promueve en bien común. El que brilla con luz propia y produce un impacto positivo y transformador en las audiencias.

Estos son 12 tipos de mensaje que puedes utilizar para conseguir esos resultados:

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
No tienes que copiar los 'prompts' de nadie, no tienes que hacer 'copy + paste' de los contenidos de nadie y tampoco debes declararte víctima del bloqueo mental. Con lo que hay en ti (conocimiento, experiencias, valores, principios, sueños) es suficiente.

1.- El mensaje que EMPODERA.
 Rompe el molde, no se limita a lo establecido, derrumba mitos, se comunica sin tabúes. No se fija en las pavorosas tendencias y tampoco se refugia en las herramientas de inteligencia artificial para crear sus contenidos. Se enfoca en inculcar en el receptor la convicción de que posee inmenso poder para cumplir sus sueños y lo invita a utilizarlo, a aprovecharlo.

2.- El mensaje que GUÍA.
Básicamente, las historias de héroes (mentores). Todos amamos los héroes, todos somos héroes de alguna forma. Este tipo de mensaje apunta a que el receptor sea consciente de que es símbolo de fuerza, de poder, de transformación positiva. Algo importante: son mensajes en los que el concepto del acompañamiento durante el proceso cobra gran relevancia.

3.- El mensaje que INSPIRA.
Me interesa que comprendas la inspiración en qué sentido: no como ese rayo de luz espontáneo, producto de una iluminación, que se traduce en una idea genial. Es, más bien, la inspiración que te afirma que puedes ser quien quieras, lo que quieras. La que, además, te invita a abrir tus alas y volar libre en procura de tus sueños. Los límites los pones tú.

4.- El mensaje que DIVIERTE.
La vida no tiene por qué ser aburrida, y menos cuando la realidad cotidiana suele ser estresante, angustiosa, sinónimo de histeria. Este tipo de mensaje es ligero, entretiene, comparte alegría, es travieso y disruptivo. Mientras no caiga en lo ramplón o la ofensa, es bienvenido. No te prives de la recompensa que recibirás si le arrancas una sonrisa a tu cliente.

5.- El mensaje que SEDUCE.
No la seducción romántica, por supuesto. Más bien, como el proceso que nos permite entender que el deseo de placer mueve al ser humano. Este tipo de mensaje, entonces, te brinda opciones para disfrutar la vida, te invita a hacer lo que te gusta. Que te olvides de las preocupaciones, aunque sea por un rato, y te dediques a vivir al 1.000 % esos momentos.

6.- El mensaje que TRANSMITE CONFIANZA.
Es uno de los imprescindibles de cualquier estrategia de marketing de contenidos. ¿Por qué? Porque, no lo olvides, el marketing del siglo XXI consiste en establecer relaciones que redunden en un intercambio de beneficios. Te da seguridad para que te sientas bien, te cuida, te hace sentir arropado y protegido. Te dice que hay alguien con quien puedes contar.

7.- El mensaje que LIDERA.
A todos los seres humanos, sin excepción, nos gusta ser primeros, ganadores. O, cuando menos, estar al lado de ellos, de los líderes, de los referentes. Si eres uno, este mensaje te da autoridad, estatus y poder. Se asocia con la excelencia y la exclusividad. Incorpora una idea que es crucial: lo que tú ofreces no es para todo el mundo, no es más de lo mismo.

8.- El mensaje que ENSEÑA.
Otro de los mensajes habituales. Sin embargo, no puede quedarse en lo mismo de siempre o en lo mismo que hacen todos. Transmite conocimiento y experiencias útiles, prácticas, de aplicación inmediata y resultados rápidos. Es muy valorado si cumple la promesa. Una de las dos razones por las que la gente entra a internet es que busca conocimiento de valor.

9.- El mensaje que CONTAGIA.
Aporta las respuestas a los interrogantes que inquietan al mercado. Conecta a través de compartir conocimiento. Fomenta la curiosidad y la creatividad y promueve que esos clientes potenciales se decidan a seguirte. La clave de este tipo de mensajes es la sencillez, se enfoca en acciones que cualquiera puede realizar con éxito y que le facilitan la vida o el trabajo.

10.- El mensaje que UNE.
Muy importante en estos momentos. Transmite valores, principios, creencias y es empático. Además, inspira confianza y contribuye a establecer relaciones fuertes con el mercado. No te olvides que una necesidad básica del ser humano es la de la pertenencia, la de ser parte de algo que le dé sentido a su vida. Te permite forjar relaciones a través de la identificación.

11.- El mensaje que COMPROMETE.
Estrechamente ligado con el de inspiración. ¿Cómo? Su objetivo es el mismo: incentivar la acción, promover que tu cliente dé los pasos que lo lleven a cumplir sus sueños, que le brinden los resultados que le prometes. Se apalanca en ideas como “Tú lo puedes hacer”, “No te conformes con menos de lo que mereces”, “Eres un elegido” y más por el estilo.

12.- El mensaje que TRANSFORMA.
El final del proceso, del viaje de tu cliente. Demuestra cómo convertir lo que es corriente en algo extraordinario. Dibuja el camino que se va a seguir y resalta qué se requiere, cuáles son las eventuales dificultades y, por supuesto, el final. Proporciona herramientas sencillas y efectivas. Da cuenta del escenario en el que tu cliente quiere estar tras recibir tu ayuda.

Como ves, son variadas las opciones para no caer en la trampa del marketing de contenidos gritón e histérico. No tienes que copiar los prompts de nadie, no tienes que hacer copy + paste de los contenidos de nadie y tampoco debes declararte víctima del bloqueo mental. Con lo que hay en ti (conocimiento, experiencias, valores, principios, sueños) es suficiente.

El resto será encontrar el tono adecuado para comunicar un mensaje poderoso y de impacto que te permita conectar con otros. Ah, y disfrutar el proceso. ¿El formato? ¿Los canales? Eso, créeme, es secundario. Lo realmente importante es lo que puedes compartir con otros para que su vida sea un poquito mejor. Es una aventura apasionante de la que, te lo aseguro, no te arrepentirás.

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Las 9 posibilidades de que tu mensaje termine en cortocircuito

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. ¿Eso qué significa? Que no se cumple el objetivo previsto. En otras palabras, hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Eso, por supuesto, en el mejor de los casos.

¿A qué me refiero? A que son más las ocasiones en las que esos mensajes emitidos no solo no cumplen con el cometido, sino que… ¡producen el efecto contrario, el impacto contrario! Nos sucede todos los días en todos los ámbitos de la vida: las relaciones personales y sentimentales, las casuales o, inclusive, el trabajo. Salimos de un cortocircuito y no tardamos en sufrir uno nuevo…

Hay una famosa frase de Edmond Wells, el personaje de ficción creado por el escritor francés Bernard Werber. Está presente en las obras que componen su Trilogía de las hormigas. La puedes encontrar en internet, en las redes sociales, y a mi modo de ver es absolutamente genial para resumir esos cortocircuitos. Es probable que la hayas visto, sin prestarle la atención adecuada:

“Entre lo que pienso,
lo que quiero decir,
lo que creo decir,
lo que digo,
lo que tú quieres oír,
lo que crees oír,
lo que oyes,
lo que quieres entender y
lo que crees entender
hay 9 posibilidades de que haya problemas en la comunicación”.

Genial, ¿cierto? La primera vez que la leí me produjo risas. Sin embargo, a los pocos segundos me di cuenta de que, entre líneas, o tras bambalinas, se escondía el motivo por el cual nos resulta difícil eso de comunicarnos. Una habilidad innata en los seres humanos, la que nos distingue de las demás especies, la que nos hace únicos. Y, también, la que suele meternos en muchos problemas.

Es insólito, porque ya no estamos en la era de los mensajes de humo. Ya no es el mundo de las aldeas desconectadas. Es el mundo globalizado, conectado por la red de redes. Todo el tiempo. Se acortaron las distancias, prácticamente se acabaron las limitaciones y se derribaron las fronteras. Es un escenario único que ninguna otra generación de la humanidad había disfrutado. Pero…

Si lo piensas por unos segundos, recordarás alguna o varias situaciones en las que se produjo ese cortocircuito. A veces, con consecuencias lamentables. No fue lo que me dijo, sino el tono en que lo dijo”, afirmaban las abuelas de antes. Y hoy, cuando la susceptibilidad está a flor de piel, cuando las personas son propensas a ofenderse por lo mínimo, necesitamos ser conscientes de lo que comunicamos.

Y de cómo lo hacemos, por supuesto. Por eso, bien vale la pena tomarse unos minutos para leer, releer y analizar la famosa frase de Edmond Wells. Que, a pesar de ser difundida por un personaje de la ficción, está estrechamente conectada con la realidad. Porque, además, todos, sin excepción, caemos en la trampa de los cortocircuitos, todos armamos huracanes en un vaso de agua

Veamos, entonces, qué hay detrás de cada una de esas 9 posibilidades:

1.- Lo que pienso: la intención original del mensaje.
No podemos leer la mente de los otros y, claro, los demás tampoco pueden leer la nuestra. Es decir, no siempre sabemos qué objetivos se persiguen con un mensaje específico, y menos en el caso de que esté arropado por las emociones del momento. A veces, seguro lo has vivido, ni siquiera uno mismo sabe con certeza qué quiere decir. La intención es el punto de partida.

2.- Lo que quiero decir: la intención de expresar un pensamiento.
En medio del frenesí de la rutina diaria, del estrés y de la histeria colectiva, no siempre decimos lo que pensamos. ¿Por qué? Porque lo que decimos es simplemente una reacción emocional a una situación en particular. Un desahogo. Sin embargo, lo expresamos con énfasis, con energía, hasta con convicción, sin darnos cuenta de que no pensamos así. Un cortocircuito viene en camino…

3.- Lo que creo decir: la interpretación del mensaje emitido.
Dado que no siempre somos conscientes de los mensajes que emitimos, de su poder, creemos haber dicho algo cuando en realidad es distinto lo que dijimos. Sucede, principalmente, cuando el objetivo de nuestro mensaje es convencer, en vez de comprender al otro. Queremos ganar la discusión, queremos tener la razón, en vez de intercambiar opiniones, conocimiento, vivencias.

4.- Lo que digo: la forma en que se verbaliza el mensaje.
Producto de lo anterior, el mensaje que transmitimos no es el adecuado. No para ese momento, no para esas circunstancias. Al tenor de las emociones (caprichosas, traviesas y traicioneras), nos engañan las palabras. Destilamos agresividad; somos ofensivos, despectivos o discriminadores, hirientes. No nos damos cuenta de que, por desgracia, no hay marcha atrás. ¡El daño está hecho!

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
Cuanto más consciente seas de los mensajes que transmites, de su poder, menos probabilidades habrá de se produzcan cortocircuitos. Y no solo eso: también podrás disfrutar de la interacción con otros y producirás un impacto positivo.Recuerda: la tecnología es maravillosa, pero la clave está en ti.

5.- Lo que quieres oír: la expectativa del receptor.
La otra cara de la moneda. Así como tú expresas algo que no piensas o no sientes, algo que no quieres decir (no, al menos, de esa manera), tu receptor sufre un proceso parecido. Lo que quiere oír está determinado en función no solo de sus emociones, sino también de sus creencias, de su conocimiento de la situación o del tema, de sus experiencias previas. ¡Es una mezcla explosiva!

6.- Lo que oyes: lo que el receptor realmente percibe del mensaje.
Cuando no escuchamos con atención, cuando dejamos que la imaginación divague, lo que oímos casi nunca corresponde al mensaje que recibimos. ¡Ya hay un cortocircuito! Es, claramente, el escenario en el que surgen las desavenencias, los conflictos, esas discusiones que provocan heridas que tardan en sanar (o no sanan) y que dejan rencores, resentimientos y mucho dolor.

7.- Lo que crees entender: la interpretación del receptor.
Si no atiendes, no comprendes. Si tan solo oyes, si hay interferencia por ruido, crees haber oído algo, pero no siempre es la realidad. Interpretamos lo que otros nos dicen, manipulados no solo por el poder de las palabras del otro, sino también por las emociones. Lo grave es que todas las interpretaciones son verdades a medias, sesgadas, que por lo general nos inducen al error.

8.- Lo que quieres entender: el deseo del receptor.
Lo que está detrás, tras bambalinas, son las benditas expectativas. Que son primas hermanas de las emociones y, por lo tanto, juegan con nosotros. Muchas veces, la mayoría, el resultado de una conversación, de una interacción con otros, es una gran desilusión. ¿Por qué? Porque no se cumplió la expectativa que habíamos creado. Y lo peor es que no apreciamos lo que nos dijeron.

9.- Lo que entiendes: la comprensión final del receptor.
Entender y comprender no significan lo mismo. Entender es la punta del iceberg, lo que está a la vista de cualquiera. Comprender, mientras, es lo realmente importante, lo grande, lo que está oculto bajo la superficie. Lo malo es que casi siempre nos quedamos en la etapa de entender y no llegamos a comprender. Entonces, nos forjamos una idea equivocada del mensaje recibido.

Como vez, esto de comunicarnos con otros a veces se asemeja a intentar llenar un recipiente que está poroso o, peor, que tiene orificios. Será imposible lograr el objetivo, porque siempre habrá una fuga. La comunicación no es un proceso simple y directo, sino que implica múltiples pasos y posibles interferencias, ruidos, que desvían el mensaje o, peor, lo distorsionan o lo modifican.

Algo irónico en estos tiempos de tecnología de punta, de inteligencia artificial y demás, en los que la humanidad cuenta con herramientas y canales únicos. Poderosos. Sin embargo, basta dar una mirada a las publicaciones en redes sociales, a las reacciones de otros, para darse cuenta de que el mensaje que se transmitió no cumplió su objetivo. Y, además, de que cada uno entendió lo que quiso.

Esto es particularmente cierto en temas como el amor, la política, el deporte o la religión. Aunque, en la realidad, cualquier tema está expuesto a los cortocircuitos. La principal lección es que no se trata de los canales, de la tecnología, del formato: lo que realmente importa es el mensaje. Y, en especial, tu capacidad para transmitirlo, es decir, para evitar que tu idea se distorsione.

¿La clave? Ser conscientes de los mensajes que transmitimos. Eso significa ser cuidadosos tanto a la hora de crear el mensaje como a la hora de difundirlo. Velar porque no haya contradicciones, porque no se transmita algo contrario a lo que pensamos o deseamos. Es como cuando escribes un email para tu jefe: antes de hacer clic en enviar, relees, revisas, corriges. Así debería ser con todo.

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. Hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Cuando caemos en esa trampa, resignamos el privilegio de ayudar y servir a otros, de aprender y de transformarnos.

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¿Ya probaste el ‘faceless’ marketing? Quizás no sea una buena idea…

Cuando trabajaba como periodista en el periódico El Tiempo, por aquel entonces el principal medio de comunicación en Colombia (ya no), parte de mi trabajo era conectarme con los corresponsales. Ellos estaban en ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla, Manizales y Pasto, entre otras, y todas las semanas nos ofrecían información relacionadas con la actividad deportiva.

El trabajo consistía, básicamente, en comunicarse con ellos el lunes o martes y coordinar el envío de las noticias que se requerían en cada caso. Corría la primera mitad de los años 90 y todavía no había internet (ni celulares), así que la comunicación era telefónica. Con el paso del tiempo, nos conocimos poco a poco y se estableció una relación que traspasó las fronteras de lo profesional.

Lo interesante es que no los conocías. Es decir, no personalmente: ellos estaban en sus ciudades y yo, en Bogotá. Tras unos años, el trabajo me brindó una experiencia maravillosa y gratificante: la de viajar por el país, como cronista de las carreras de ciclismo. Fue, entonces, cuando pude ir a varias de esas ciudades y, por fin, conocer en persona, en vivo y en directo, a esos compañeros.

Lo que hoy, en tiempos de internet, conocemos como desvirtualizarnos. Fue divertido, de lado y lado, porque nos llevamos una que otra sorpresa. ¿A qué me refiero? De ellos solo conocía sus voces y su rostro, por vía telefónica y por fotografías, respectivamente. Como suele suceder, forjé en mi mente una imagen de cada uno, me los imaginé con unas características que no eran reales.

Así, cuando los conocí, hubo desconcierto. Algunos eran más bajitos de lo que creía, otros eran más gordos, otros se veían muy distintos a las fotografías, en fin. Y, por supuesto, algunos se sorprendieron cuando me conocieron: no encajaba estrictamente en ese perfil imaginario que habían creado. En especial, lucía mucho más joven de lo que creían. ¡Sorpresas te da la vida!

Siguiendo las caravanas ciclísticas recorrí prácticamente todo el país. Fueron casi cinco años en los que transité por carreteras y dormí en pueblitos que ni siquiera había oído mencionar. Viajes en los que tuve la oportunidad de ir a las principales ciudades. Tras la primera experiencia, establecí una norma: salvo que fuera imposible, iba a la oficina local del periódico a conocer a los compañeros.

Visitas en las que pude comprobar que, a diferencia de lo que sucedía en Bogotá, ellos trabajaban con las uñas, con escasos recursos. Descubrí, así mismo, que eran referentes de cada lugar y que inspiraban respeto y admiración en sus coterráneos. Y disfruté de su calidez y generosidad, pues todos fueron excelentes anfitriones. De esos momentos guardo muy gratos recuerdos.

Cuando salí del periódico y comencé a transitar por otros caminos por los que me llevó la profesión, les perdí la pista a muchos de ellos. A la mayoría. A otros, que siguen vigentes, de vez en cuando los veo en redes sociales y no puedo evitar que la nostalgia me embargue. ¡Qué felices fueron esos tiempos! De los que agradezco infinitamente a la vida, a mi profesión, a mi trabajo.

¿Por qué te cuento esta historia? Porque hoy, que estoy alejado de las salas de redacción y me transformé en un periodista digital, consultor y creador de contenidos, estoy convencido de que la magia sigue siendo un privilegio de los seres humanos. No reniego de la tecnología, que ha sido una maravillosa compañera de aventuras y las herramientas potenciaron mi conocimiento y mis talentos.

Es claro, sin embargo, que la tecnología y las herramientas, poderosas y sorprendentes, son tan solo intermediarios. El lazo que nos permite construir relaciones, a pesar de las distancias. Es increíble haber asistido a eventos virtuales con personas de España, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, México, Chile, República Dominicana, Ecuador, Perú y, por supuesto, de Colombia.

La diferencia es que ahora, gracias a la tecnología, no solo escucho su voz, sino que también puedo ver sus caras. A algunos ya los desvirtualicé, pero la mayoría sigue en ese maravilloso universo digital. Añoro la oportunidad de viajar a esos lugares para conocerlos, conversar frente a frente mientras degustamos un café o una cerveza. Es una ilusión que alimento todos los días.

Insisto: nada superar la magia que se produce en el encuentro entre dos seres humanos, en la interacción de dos seres humanos. Aunque sea solo a través de canales digitales. Ya no te los tienes que imaginar, porque los ves a través de la pantalla del celular o del computador, porque también puedes conocer mucho de ellos por medio de la información que comparten en sus redes sociales.

Por eso, me sorprende y me impacta que hagan carrera tendencias como el marketing sin rostro o faceless marketing. ¿Sabes qué es? Es la cara opuesta al marketing de influencers, un modelo desgastado y saturado. Consiste en publicar contenidos, especialmente videos, sin que haya un rostro humano visible. Lo que importa es la marca, y el resto se mantiene en el anonimato.

Ahora, entonces, se ve una gran cantidad de contenidos sin rostro. En videos de YouTube y TikTok, en reels de Instagram y más. No sé qué pienses tú, pero no me gusta esa idea. Mi santa madre solía decir “la cara del santo hace milagros” y creo que esa premisa se aplica perfectamente a la publicación de contenidos digitales. Más, en estos tiempos de infoxicación y suplantaciones.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.

¡No reniegues del poder que posees: la magia está en ti!

Nada, absolutamente nada, ni la tecnologia o las herramientas, supera el impacto que se deriva de la interacción de dos seres humanos. Ese es un privilegio único que nos fue concedido.
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El faceless es, en teoría, la solución ideal para aquellos que no quieren o sienten temor de aparecer en cámara, o que en su defecto no se sienten cómodos frente a ella. Que son muchos, la mayoría. De hecho, hay una gran cantidad de marcas (empresas y personas) que adoptaron esta modalidad a la hora de compartir contenidos en canales digitales. Dicen que les va bien, pero hay que esperar.

¿Por qué? Porque en el mundo de los negocios, en el mundo laboral, como la vida, los resultados confiables son aquellos que se pueden medir a largo plazo. Para no caer en la trampa de las tendencias, o en el cortoplacismo. Más en un tema como el de compartir contenidos, que exige continuidad, persistencia, coherencia y variedad. En otras palabras, se hace camino al andar.

Lo primero que puedo decirte es que ninguna opción es perfecta y ninguna es desechable. ¿Eso qué quiere decir? Que todo depende. Sí, depende de lo que hagas, de cómo lo hagas y, sobre todo, de cuáles sean tus objetivos, cuáles sean los resultados que esperas obtener. Eso sí, mi humilde opinión –como ya lo mencioné– es que nada supera o sustituye la magia de la interacción.

Veamos un ejemplo: un día tomas el teléfono y llamas a tus padres a saludarlos. Quieres saber cómo están y anunciarles que el próximo fin de semana los visitarás. Es una conversación de 15 minutos que disfrutas y que te hace sentir ese calor de hogar que tanto extrañas. Al colgar, aunque estás feliz, te queda un sinsabor: escuchaste la voz de mamá, pero no la viste, no la abrazaste…

El sábado te despiertas ilusionado porque irás a casa de tus padres. No sabes qué comerás, pero estás seguro de que, como siempre, te encantará. Postergas todos los planes, les dices que no a los amigos que te convidan a hacer deporte o a encontrarse y tomar unas cervezas. Sabes que nada, absolutamente nada, sustituye o supera un rato con tus padres: abrazarlos, besarlos, consentirlos…

La diferencia está en la experiencia. La tecnología nos acerca, nos brinda posibilidades increíbles y nos facilita la vida. ¡Es maravillosa! Ahora podemos hacer videollamadas, reunirnos virtualmente con los amigos de la universidad y más. Es sensacional, pero son momentos en los que siempre queda un vacío. “Tenemos que reunirnos, vernos en persona”, propone una de las compañeras.

El faceless marketing es una de tantas tendencias que se ponen de moda, irrumpen con fuerza y después… Algunas, la mayoría, desaparecen sin dejar rastro, sin dejar huella. Otras se transforman o son superadas por la competencia. Recuerda el caso de Skype, la aplicación a la que Microsoft le dio cristiana sepultura hace poco: de causar furor en algún momento pasó a ser casi invisible…

La clave, repito, radica en la experiencia. Y, además, en algo que no se puede pasar por alto: el indispensable vínculo de confianza y credibilidad. Regresemos al ejemplo: cuando hablas con tu mamá por teléfono, tan solo reconocer su voz, sus dichos, te brinda una experiencia satisfactoria. A pesar de que no la veas, de que no la abraces, el vínculo establecido es el que hace la magia.

Pero, ¿qué pasa si es un desconocido? ¿Si no reconoces la voz? ¿Si no existe ese lazo de confianza que hay con tus padres? Es una conversación completamente distinta, ¿cierto? Quizás actúas de manera prevenida, sientes temor de que sea una estafa o, quizás, no le prestas la atención que se requiere. Es algo que nos sucede, inclusive, con conocidos con los que nos une un vínculo débil.

Piensa en los patéticos influenciadores o en eso que llaman creadores de contenido: no te dicen nada, no te aportan valor, casi siempre te mienten… Sin embargo, tienen la capacidad de atraer tu atención porque se muestran cálidos, cercanos. Momentáneamente, se establece un vínculo de confianza que con el paso de los segundos se diluye hasta que desaparece. Pero hay conexión…

Los seres humanos estamos hechos para relacionarnos unos con otros, para interactuar unos con otros. Para ayudarnos unos a otros, una tarea en la que la tecnología, sus potentes herramientas, son un apoyo necesario, útil. Sin embargo, la esencia, lo que nos permite transmitir y compartir conocimiento y experiencias es el contacto con otros, la interacción. Y cuanto más real sea, mejor.

Como consultor de contenidos, me he encontrado con muchos casos de personas que no han conseguido los resultados esperados. Entonces, toman el atajo, la salida fácil: “no sirvo para eso”, “es que no me gusta estar ante la cámara”, “es que no se me ocurre ninguna buena idea” y tantas otras excusas más. Lo más probable, sin embargo, es que su mensaje no llegó a las personas correctas.

Es decir, a quienes están interesadas en escucharlo. O, una variante frecuente, era un mensaje enfocado en la venta y lo recibieron prospectos fríos. Sí, esos que no te conocen, con los que aún no estableciste el vínculo de confianza y credibilidad. Entonces, lo que debes entender es que hay mucho trabajo por hacer: pulir tu mensaje, filtrar tu audiencia, desarrollar una solución efectiva.

Moraleja: ninguna tecnología, o herramienta, incluida la inteligencia artificial, iguala o supera el poder de la interacción entre seres humanos. El impacto de esa relación es un privilegio exclusivo que la vida nos concedió. Mi invitación, entonces, es a que no reniegues del poder que posees y, más bien, descubras cuál es el camino adecuado para servir a otros. ¡No te arrepentirás!

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7 caras de la ‘infoxicación’ y cómo puedes ser parte de la solución

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Soy un convencido de que no se necesita una fecha especial, un día determinado, para hacer lo correcto. Es decir, por ejemplo, no se requiere esperar al Día de la Madre para ir corriendo a su casa y darle un fuerte abrazo. Y agradecerle todo lo que hizo y hace por ti. Es algo que, creo, se debería hacer todos los días o, al menos, con frecuencia. Para eso, cualquier día es especial.

Sin embargo, dado que los seres humanos somos particulares, actuamos en función de los estímulos que recibimos. Somos reactivos, no proactivos. Estamos enseñados y entrenados para responder, no para proponer. ¿La consecuencia? Quedamos sujetos al vaivén de los acontecimientos, cedemos el control de las circunstancias y luego pagamos caro por ello.

Todos conocemos a alguien que se despreocupó de sus padres, de su familia (esposa o hijos) con la excusa del trabajo. El consabido y patético “estoy muy ocupado” es la respuesta común. Después, cuando esos padres o esa familia ya no están, el llanto y el crujir de dientes no son una solución o un paliativo. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Cargar con esa pesada culpa…

Recuerda de cuántos casos como ese, o similares, fuimos testigos durante la pandemia del COVID-19, por ejemplo. Es un error que todos cometemos, quizás porque asumimos que esas personas “siempre van a estar ahí” o porque priorizamos otras actividades o personas. Lo más doloroso es que no hay marcha atrás, la vida sigue su curso y solo nos queda aprender.

En mi caso, y para muchos en contravía de mi actividad como periodista, desde hace años aprendí a priorizar mi salud. La física y, sobre todo, la mental. Entonces, me di a la siempre incierta y retadora tarea de cambiar hábitos: desaprender y volver a aprender. Lo más difícil ha sido cortar vínculos con personas, situaciones y recuerdos que no son saludables.

¿Qué hice? Marqué límites claro y estrictos para evitar que los comportamientos tóxicos de otros me afectaran. También dejé de estar pendiente de las noticias: ya no veo los noticieros en la televisión y me volví muy selectivo con los medios de comunicación impresos. Saqué de mi radar a personajes que, claramente, iban en sentido opuesto a lo que quería en mi vida.

Fue una sensación extraña, no te lo niego. Pero tan pronto me acostumbré, tan pronto sustituí esas personas, situaciones y actividades por otras, estas sí productivas, constructivas, positivas, mi vida cambió para bien. No es fácil, porque chocas con el ego de las personas manipuladoras y a veces cuesta aceptar que eso a lo que le dedicabas tu precioso tiempo no te aportaba nada.

Honestamente, me cansé de tanto contenido tóxico. De tanto odio, de tanta envidia, de tanta maldad, de tanta ingenuidad. Me cansé de dejarme contaminar de personas que cargan con una vida miserable y no saben qué hacer con ella. Entonces, decidí tomar medidas drásticas para evitar que esa infoxicación me condicionara o, peor, me envolviera en su espiral.

Eliminé personas, bloqueé conexiones y realicé un detallado y exhaustivo détox de mis canales de información. Al comienzo, no lo niego, se sintió raro, pero a medida que descubrí, que percibí los beneficios, le encontré el gusto. Y me di cuenta de que las buenas informaciones, positivas y constructivas, fluían. Estaban ahí, pero no las apreciaba por tanto humo tóxico.

Uno de los principales aprendizajes que se desprendieron de esta decisión fue comprobar que la guerra contra la infoxicación y las fake-news no está perdida. Y no solo eso: con constancia, con persistencia, con el método y la estrategia adecuadas, es posible ganar muchas batallas. Además, vi que el mercado está ansioso de contenidos distintos, está harto de lo tóxico.

Como consultor de marketing de contenidos, como experto en storytelling, soy muy incisivo con los miembros de las comunidades a las que pertenezco y con mis clientes. ¿En qué sentido? En la gran oportunidad y la inmensa responsabilidad (van de la mano) que existe hoy para quienes creamos y compartimos contenidos, especialmente a través de canales digitales.

¿Eso qué significa? Mi teoría, de la cual estoy cada vez más convencido, es que “en la tierra de los ciegos, el tuerto es rey”. En otras palabras, el auge de las fake-news, de los vendehúmo, de los patéticos influencers, de esa mentira de los tales creadores de contenido, es posible gracias a la indiferencia del resto del mercado. Que, no sobra decirlo, somos la inmensa mayoría.

Los buenos somos más, muchos más, pero pecamos por inacción, por omisión. Somos más, muchos más, los que estamos en capacidad de compartir contenidos de calidad a través de los cuales ayudamos a otros. Sin embargo, no hacemos la tarea. Unos eligen hacer lo mismo que los tóxicos, en procura de hacerse notar, y otros simplemente deciden no hacer nada.

¿El resultados? Los tóxicos siguen haciendo su fiesta. Contaminan los canales, difunden mentiras, descontextualizan los hechos, normalizan comportamientos indeseables, les faltan el respeto a las audiencias y reinan en el universo digital. Nos contaminan con una variedad de formatos que se antojan inocentes, pero en realidad están cargados con mucho veneno.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente

¡Los buenos somos más, muchos más!

El caldo de cultivo de la infoxicación es la mezcla de intereses políticos y económicos, por un lado, y la ignorancia y la avaricia de las audiencias, por otro. Por eso, es importante que entiendas que puedes ser parte de la solución.

Veamos cuáles son esos formatos tóxicos:

1.- Sátira o parodia.
Es eso que ahora llaman humor, pero que solo es un disfraz para encubrir la desinformación. Su objetivo es burlarse, estigmatizar, descalificar y humillar al personaje o situación que da pie para el contenido. Están presentes por doquier con la excusa de “brindar entretenimiento”, pero solo contribuyen a distorsionar la realidad. De su acción no se salva absolutamente nadie

2.- Contenido engañoso.
Aunque se origina en informaciones que a veces son verdaderas, el contenido es manipulado, distorsionado. Por lo general, se presenta como noticias de medios de comunicación reales y reconocidos, pero cuya imagen es tomada de forma abusiva. Con la irrupción de la inteligencia artificial, que permite clonar voces y avatares, estos contenidos se volvieron una epidemia

3.- Contenido falso.
Una variante del anterior. Se toman noticias y hechos verdaderos y se los presenta en un contexto distinto. Se ponen palabras polémicas o declaraciones absurdas en boca de personas reconocidas o, simplemente, se publican mentiras atribuidas a otros para hacer ruido. Son de esos contenidos que se comparten fácil: hasta el presidente de Colombia cayó en la trampa

4.- Clickbait.
Lo que se conoce como conexión falsa. Se popularizó hace más de una década como la tendencia a crear titulares ‘llamativos’, pero se degeneró en fórmulas ordinarias y falsas. Lo increíble es que los medios de comunicación, todos, sin excepción, mordieron el anzuelo y hoy pagan las consecuencias de haber cultivado audiencias basura a partir de contenidos basura

5.- Contenido manipulado.
Siempre ha existido, pero hoy es una epidemia de alcances insospechados gracias a las increíbles herramientas que nos brinda la tecnología, como la inteligencia artificial. Imágenes, videos o textos alterados de distintas formas con el fin de confundir al consumidor o, en su defecto, de perjudicar a la marca o persona a la que le roban su identidad. ¡Es pavoroso!

6.- El copy + paste.
La forma más antigua de infoxicación digital. La gran mayoría de los contenidos publicados en internet, no solo en redes sociales, es la copia de la copia de la copia. O, cada vez más, el resultado del “prompt mágico” de ChatGPT que genera contenidos repetidos. En los medios de comunicación, este patético fenómeno se llama ‘curación de contenido’, pero es una ordinaria copia

7.- Contenidos ‘patrocinados’.
Una creación de vieja data (desde antes de internet) de las agencias de marketing para los medios de comunicación que ahora pulula en los canales digitales. Hasta marcas reconocidas han entrado en el juego de disfrazar de valor o de noticias contenidos que al final solo son promociones. Las mentiras piadosas son mentiras; los contenidos patrocinados son un engaño

Hay más, por cierto, pero estas son las más comunes, las más frecuentes. Están por doquier y, algo que no puedes pasar por alto, ninguna es inocente. Más bien, todas son perversas, dañinas y lo más sensato es no menospreciarlas. Como tampoco son inocentes quienes están detrás de estas especies tóxicas: marcas, medios de comunicación, vendehúmo, personas…

El caldo de cultivo de la infoxicación es la mezcla de intereses políticos y económicos, por un lado, y la ignorancia y la avaricia de las audiencias, por otro. Aquellos están acostumbrados a dominar el mercado, inclusive a cualquier costo, y no escatiman recursos para hacerlo. Estas, mientras, son incapaces de controlar sus impulsos y dejan al descubierto sus bajos instintos.

Es un problema grave que nos afecta a todos. Como en cualquier pandemia, nadie es inmune, todos estamos expuestos. Por eso, es importante que entiendas que puedes ser parte de la solución si aprovechas tu conocimiento para ayudar y servir a otros. Puedes ser parte de los que aportamos valor con mensajes constructivos, positivos, inspiradores y transformadores.

O puedes estar en el otro bando, el de la infoxicación. Son caminos distintos que, por supuesto, te conducen a destinos distintos. ¡Tú eliges! Puedes hacer lo correcto, hoy, o seguir a expensas de las especies tóxicas que contaminan nuestra vida, los canales digitales. Es hora de decir basta, de imponer límites y tomar acción. La recompensa, te lo aseguro, valdrá la pena.

P. D.: no esperes “un día especial”. El mejor día para comenzar es HOY, siempre HOY

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Porqué conocer las emociones básicas le dará poder a tu mensaje

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Están presentes en todos los seres humanos, sin excepción. Nos acompañan desde que nacemos hasta el último instante de la vida. Son incontenibles y contagiosas. Independientemente de la raza, la cultura, el nivel de educación o el lugar de nacimiento, son comunes en todas las personas. Así mismo, cualquiera puede aprenderlas y son indispensables para relacionarnos unos con otros.

¿Sabes a qué me refiero? A las coquetas, traviesas, caprichosas y traicioneras emociones. Sí, esas señoritas que nos acompañan a lo largo de la vida y son las responsables de nuestras dichas y desdichas. De ellas se habla mucho, se tienen creencias sin fundamento (mitos apoyados en el imaginario popular) y se les ha estudiado por décadas sin conseguir unificar conceptos.

Son rebeldes, almas libres que nadie puede atrapar, que nadie puede controlar. En el mejor de los casos, se puede aprender a gestionarlas, que en la práctica significa reducir el impacto que están en capacidad de producir en cada ser humano. Una tarea que no es fácil, por supuesto, dado que no hay un acuerdo acerca de cuántas y cuáles son en realidad. Las definiciones son ilimitadas…

Una definición básica de las emociones es que se trata de la respuesta automática que emite el cerebro a un estímulo recibido, interior o exterior. Por ejemplo, el dolor cuando nos golpeamos con un mueble o la risa que se desata al escuchar o ver algo que nos resulta gracioso. O el llanto que surge cuando experimentamos una inmensa alegría o, también, profunda tristeza o dolor.

En esencia, las emociones son señales de alerta que el cerebro utiliza para informarnos acerca de algo que lo inquieta. Dado que una de sus tareas primordiales es protegerte, hace uso de estas herramientas para prevenirte de peligros o provocar acciones inmediatas. ¿Por ejemplo? Corres cuando escuchas un estallido, gritas cuando algo te asusta, abrazas a alguien para compartir una alegría.

Robert Plutchik, un afamado sicólogo estadounidense, creó la que se considera la herramienta fundamental para identificar las emociones básicas. Se trata de la rueda de las emociones. ¿Sabes qué es? Establece 8 emocionesbásicas: alegría, confianza, miedo, sorpresa, tristeza, aversión, ira y anticipación. De cada una se desprenden parejas que están estrechamente relacionadas.

Hay tres niveles de parejas:

1.- Nivel primario:
Alegría más confianza redunda en amor
Alegría más anticipación, en optimismo
Confianza más miedo, en sumisión
Miedo más sorpresa, en alarma
Sorpresa más tristeza, en decepción
Tristeza más asco, en remordimiento
Asco más ira, en desprecio
Ira más anticipación, en agresión

2.- Nivel secundario:
Alegría más miedo redunda en culpa
Alegría más ira, en orgullo
Confianza más sorpresa, en curiosidad
Confianza más anticipación, en fatalismo
Miedo más tristeza, en desesperación
Sorpresa más asco, en incredulidad
Tristeza más ira, en envidia
Asco más anticipación, en cinismo
Ira más tristeza, en envidia

3.- Nivel terciario:
Alegría más sorpresa redunda en deleite
Alegría más asco, en morbosidad
Confianza más tristeza, en sentimentalismo
Confianza más ira, en dominación
Miedo más asco, en vergüenza
Miedo más anticipación, en ansiedad
Sorpresa más ira, en indignación
Tristeza más anticipación, en pesimismo

Según el experto, las emociones nos ayudan tanto a conocernos a nosotros mismos como a conocer a otros. Y no solo eso: algo muy importante es que la identificación de las emociones nos permite entendernos. Además, establecer y fortalecer lazos a través de los cuales interactuamos y nos relacionamos. Del mismo modo, son útiles para adaptarnos a las circunstancias del momento.

Paul Ekman, otro sicólogo estadounidense, nos ofrece otra visión: profundizó en el estudio de las emociones y su expresión facial. Como resultado de sus investigaciones, estableció seis emociones básicas, las mismas de las que habló Plutchik. Identificó otras, a las que llamó secundarias, que a menudo surgen de la combinación de dos o más primarias y son más complejas, más elaboradas.

¿Por qué? Porque sus manifestaciones están influenciadas por factores cognitivos, culturales y personales, y pueden variar de forma significativa entre individuos y culturas. Es la razón por la que un comportamiento determinado en un país es considerado normal, hasta jocoso, mientras que en otro resulta ofensivo y es rechazado. O que a ti algo te produzca miedo y a tu hermano, ira.

Otros especialistas han hablado de emociones positivas y emociones negativas. Sin embargo, hay que tener cuidado en su interpretación: no es que haya emociones buenas o malas, sino que sus manifestaciones nos resultan agradables (positivas) o desagradables (negativas). Por supuesto, no hay normas establecidas y cada persona las expresa distinto, en función de las circunstancias.

emociones-basicas

Ahora, otro aspecto importante: la diferencia entre emociones y sentimientos. En el lenguaje común, especialmente el verbal, suele asimilarse, asumirse, que son iguales, y no es así. La diferencia radica en que los sentimientos son interpretaciones subjetivas y conscientes de las emociones. Son más duraderos e intensos y están influenciados por creencias, experiencias y pensamientos.

La razón por la cual a veces, muchas veces, no entendemos nuestros sentimientos, o ignoramos el origen de esa manifestación, es porque creemos que es una emoción. En realidad, desconocemos o no hemos identificado cuál es la emoción real que está detrás de ese sentimiento específico. Una confusión que, por supuesto, abre la puerta para que las emociones hagan sus travesuras.

La conclusión es que los seres humanos somos complejos y, sobre todo, impredecibles. Sin embargo, una vez conocemos estos fundamentos de las distintas teorías de las emociones es posible desvelar algunos de nuestros secretos. En otras palabras, nos permite comprendernos mejor, aceptarnos y tolerarnos, y de la misma manera relacionarnos con otras personas.

Este tema de las emociones, por si no lo sabías, es responsable del éxito o fracaso de tus estrategias de contenidos. También, de que tus contenidos y mensajes compartidos con el mercado produzcan el impacto que tú deseas. Ojo: no es una de esas fórmulas mágicas que pregonan los vendehúmo, sino las herramientas más poderosas de las que dispones en tu intención de ser más persuasivo.

Muchas marcas (empresas y personas) hacen caso omiso de esto y se van por otro camino. ¿Sabes cuál es? El de apuntar sus contenidos, sus mensajes, a nuestro otro yo: el racional. Además, se apalancan en el miedo, en el dolor de sus clientes potenciales, para tratar de conseguir que tomen una decisión de compra en el menor tiempo posible. Sin embargo, obtienen un resultado distinto.

¿Cuál? El rechazo. Que se da porque la compra, siempre, es la respuesta a un impulso emocional. La razón solo entra en juego después de que la compra está consumada con el objetivo de justificar esa decisión, de evitar el sentimiento de culpa, de sentirnos bien. Ir por el camino racional se traducirá en enfrentar objeciones, la resistencia de tu cliente y malgastar tus energías.

Una de las premisas básicas del marketing nos dice que debes conocer a tu cliente potencial de manera profunda, “mejor que a ti mismo”. Sin embargo, muchos, la mayoría, omiten esta tarea o se limitan a llenar el tradicional mapa de empatía, que en el pasado fue muy útil, pero hoy es una herramienta limitada. ¿El resultado? Se dan cuenta de que intentan conectar con un desconocido.

Para conectar con esas personas a las que puedes ofrecerles una solución debes aprender a identificar sus emociones básicas. Saber qué lo hace sentirse alegre, qué le produce miedo, por qué se enfada, qué lo entristece, qué lo sorprende, a qué le tiene aversión y qué eventos provocan la anticipación. Cuanto más precisa sea la información que poseas, mejores resultados obtendrás.

Cada ser humano experimenta y expresas sus emociones de manera particular, única, en función de su historia de vida. Esto significa de su conocimiento, de sus experiencias, del aprendizaje de sus errores, de sus logros, de sus sueños. Y todos, sin excepción, manifestamos las emociones todo el tiempo, le decimos al mundo cómo nos sentimos, casi siempre de manera inconsciente.

La mejor herramienta para hacer esta tarea de identificar las emociones de tus clientes potenciales y conectar con ellas es el contenido. ¿Cómo hacerlo? Comparte tus historias de vida, en especial aquellas de esos momentos positivos o negativos en los que las emociones afloraron de manera abundante. A través de la identificación, las personas correctas te dirán que vivieron lo mismo.

Por ejemplo, relata el día en que nació tu primer hijo de manera tan detallada como sea posible. O revela cómo fue el proceso que experimentaste hasta pedirle matrimonio a tu pareja. O comparte cuál es el logro de tu vida del que más orgulloso te sientes. O, si te atreves, habla de qué hiciste para superar un duelo. O, quizás, cuenta cuál fue el peor día de tu vida y cómo te marcó.

Sí, ya sé que son historias muy personales, casi íntimas, pero debes saber que son precisamente las que mayor identificación generarán. También, las que te permitirán establecer conexiones más sólidas, más cercanas con esas personas. Ten en cuenta que, al fin y al cabo, a pesar de que las circunstancias sean distintas, ellas pasaron por lo mismo o, en el peor de los casos, por algo parecido.

Los seres humanos, todos, sin excepción, somos un universo infinito de emociones. Nuestra vida transcurre al vaivén de ellas, a pesar de ellas. Nos guste o no, son el ingrediente que le da sabor a la aventura de la vida, el motivo por el cual aquello que vivimos lo recordamos con gratitud o con dolor. El valor que damos a cada experiencia está determinado por la emoción que nos produjo.

Conocer y gestionar las emociones, entonces, es una habilidad que debemos desarrollar. Cuando gestionemos las emociones, cuando impidamos que ellas nos dominen, la perspectiva de la vida cambiará radicalmente. Y la vida misma, por supuesto, así como las relaciones con los demás. Será el momento en el que dejaremos de huir de ellas y comencemos a disfrutarlas…

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Porqué la recordación debe ser la meta de tu estrategia de contenidos

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¿Has pensado alguna vez cuántas personas conociste en el último año y hoy no las recuerdas? ¿Y las que conociste durante toda tu vida? Miles de miles, sin duda. Son tantas, que te sorprenderías de cómo tu cerebro juega con tus recuerdos. Es lo que se conoce como memoria selectiva, que los especialistas definen como la manifestación de un sesgo cognitivo.

¿Sabes en qué consiste? Es la capacidad del cerebro para procesar y almacenar información de manera selectiva, dando prioridad a lo que encaja con nuestras expectativas y creencias. Es un proceso complejo que está ligado a las emociones. En otras palabras, tu cerebro almacena la información que cree que es relevante para ti y olvida el resto. Caprichos de la naturaleza…

Dado que es un proceso que se da de manera inconsciente, no tenemos control sobre él. El cerebro, en su infinita sabiduría, elige los recuerdos que guarda y los que elimina. ¿Cómo lo hace? En función de las emociones que están ligadas a cada recuerdo, a cada experiencia. Prioriza las positivas, porque ya sabes que una de sus tareas es proporcionarte más placer.

O, de otra manera, darte más de lo que sabe que te gusta. Esa es la razón por la cual cuando ves una torta de chocolate, que te encanta, se activan las alarmas. Aunque no tengas hambre, te dan una ganas incontenibles de darle un mordisco, aunque sea uno. Y te la comes, ¡toda, por supuesto! Tu cerebro sabe que te gusta y te informa: el resto lo haces tú…

Es, también, la explicación a por qué reaccionamos de manera airada, muchas veces con furia, cuando escuchamos a alguien o leemos en redes sociales un contenido que va en contravía de nuestras creencias y valores. Esto es particularmente manifiesto en temas como política, deporte y religión. Tu cerebro activa las alarmas porque considera que estás en riesgo.

La conclusión es que solo recordamos lo que de alguna manera es significativo para nosotros. Una persona que nos resultó simpática o alguna que nos atrajo físicamente. Una experiencia que nos brindó satisfacción o nos proporcionó un valioso aprendizaje. Un momento de la vida que, aunque en teoría era irrelevante, representó una alegría que nos gustaría repetir.

Esto, que puede ser banal para la mayoría de las personas, es importante para ti si te dedicas a tratar de transmitir un mensaje. Si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que vende productos o servicios, debería interesarte este tema. ¿Por qué? Está relacionado con un problema que nos aqueja a todos.

¿Sabes a cuál me refiero? Al de atraer y, sobre todo, captar la atención de las audiencias. Esa es la titánica batalla que todos, sin excepción, libramos cada día en el trabajo. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que la mayoría pierde. Es decir, la mayoría no consigue despertar la atención de esas personas para las cuales preparó sus contenidos, sus estrategias, sus productos.

Las razones son múltiples y particulares de cada caso. Por lo general, responde a que esos contenidos están creados “para todo el mundo”, que es lo mismo que hablarle a una pared. También, a que son mensajes que, aunque hacen un gran esfuerzo por ocultar su objetivo, se enfocan en venderles a audiencias con las que no tienes relación o no están en modo compra.

Una tercera opción, cada vez más frecuente, es que son contenidos creados con inteligencia artificial básica. La copia de la copia de la copia del prompt mágico que, por supuesto, no funciona. Frases manidas que han perdido poder por cuenta de la reiteración. Cuarto, son mensajes que llegan a personas que no están interesadas en eso que tú les ofreces.

Eso, sin olvidarse de la infoxicación. Estamos saturados por el exceso de información y, en especial, por la información falsa. Sin contexto, con sesgos (políticos, religiosos, económicos), sin sustento, con manipulación. Y no es solo internet o las redes sociales: escucha la radio o ve la televisión, los noticieros o programas de opinión, y verás cómo se trata de otra pandemia.

El problema, porque siempre hay un problema, es que las audiencias han levantado barreras. Cada vez más altas, cada vez más gruesas. ¡Impenetrables! Tan pronto sospechan de algún contenido, aunque no sea falso, sus alarmas se prenden. ¡Y salen despavoridas! La premisa es evitar, a toda costa, caer en las garras de quienes están detrás de las trampas digitales.

Por eso, justo por eso, es tan difícil la tarea de atraer la atención de las audiencias. Un mal del que no son ajenos los medios de comunicación, que por cierto han sido promotores y grandes protagonistas de esta pandemia de infoxicación. Y las marcas, en especial aquellas que, como se dice en la calle, juegan a tres bandas: dicen una cosa, piensan otra y hacen una distinta.

Es la razón, así mismo, de que olvidemos rápidamente los contenidos que consumimos. No solo porque no les prestamos la atención requerida, sino porque no son dignos de recordación. Y mientras no haya recordación, será imposible que haya confianza; y sin confianza, no habrá una relación; y sin relación, no habrá negocio o intercambio de beneficios. ¡No venderás!

recordacion

Para que tus contenidos no sean invisibles, para que tus palabras no se las lleve el viento, necesitas ser recordado. No solo que atraigas la atención del mercado y que despiertes la curiosidad de esas personas. De lo que se trata es de que producto de ese primer contacto no se olviden de ti o, mejor, que cuando sientan una necesidad piensen primero (siempre) en ti.

La recordación es el factor por el cual tus prospectos se convierten en clientes, primero, y luego en clientes recurrentes (te compran más de una vez, suben en la escala de valor). La recordación es la base de la fidelidad y de la recurrencia, la característica de los negocios (emprendimientos o emprendedores) de éxito. Si no te recuerdan, te volverás invisible.

Ahora, para que no queden dudas, veamos qué es recordación: es aquel mensaje que se ha posicionado en la mente de tus prospectos y clientes y que facilita el reconocimiento inmediato y la asociación positiva. Es decir, no solo son personas que te ven como la solución adecuada de su problema, sino que además te consideran como la mejor opción disponible.

En ese contexto, ¿qué características deben reunir tus contenidos, tus mensajes, para conseguir la ansiada recordación?

1.- La frecuencia.
Cuidado: no significa convertirte en spam, en una molestia para tu audiencia. ¿Cuántas veces debes publicar a la semana? Depende de la relación que hayas establecido con quienes levantaron la mano y manifestaron su interés en tu contenido. Prueba, mide y valida. Y no te dejes llevar por las tenebrosas tendencias del mercado. Tu mensaje es único, no copies a nadie.

Concéntrate en los canales en los que, previa investigación, hayas determinado que están tus clientes potenciales. Y prioriza los formatos preferidos de ellos. No seas caprichoso y no trates de abarcar más de lo que en realidad puedes hacer. Algo más: tu contenido debe enfocarse en informar, educar y nutrir a esas personas. Olvídate de tus hazañas y, en especial, de vender.

2.- El formato.
La premisa es simple: todos los formatos son útiles. Y algo más: los seres humanos, todos, somos multiformato. Es decir, consumimos contenidos en texto, video, audio o imágenes. Es probable que nos guste alguno más que los demás, pero consumimos todos los formatos. Entonces, no te dejes engañar por los vendehúmo que pregonan la estrategia unicanal.

Por tu parte, mientras, no te compliques: comienza publicando en el formato con el que más cómodo te sientas y luego incorporas los demás. ¿Debes ofrecerlos todos? Es lo ideal, pero no es indispensable. Es mejor que seas bueno de verdad en uno solo y no mediocre en todos. Ten en cuenta que un mismo contenido se puede presentar en una gran variedad de formatos.

3.- La audiencia.
Si eres de los que creen que puede llegarle “a todo el mundo”, estás equivocado. Lo único que vas a conseguir es malgastar tu tiempo, tus recursos, tus esfuerzos. Una de las premisas del éxito en el marketing, hoy, es la adecuada segmentación de las audiencias. Tanto por la calidad de la relación que tienes con esas personas como por el momento en que ellas se encuentran.

Algunos solo tienen curiosidad. Otros buscan información. Unos más se interesaron en lo que les compartiste. En la etapa inicial, sin embargo, ninguno está en modo compra. Ten en cuenta la realidad de cada segmento, sus necesidades y deseos, y descubre si puedes satisfacerlos. Ah, y no olvides que la estrategia de contenido es una ultramaratón, no un esprint. ¡Ten paciencia!

4.- La coherencia.
Este es uno de los pilares del éxito y de los motivos del fracaso de las estrategias de contenido. ¿Cuál es la clave? El mensaje (no el formato) debe ser coherente en todos los canales en los que publicas. Si tienes varias redes sociales, página web y blog, debes publicar en todos (con el formato adecuado para cada uno). Así será más fácil conseguir que haya recordación.

La falta de coherencia es la razón por la cual, con frecuencia, las marcas (empresas y personas) no logran el impacto deseado con sus mensajes. Son contradictorios, confusos. Entonces, las audiencias los asumen como un engaño, o al menos como un riesgo. Y se alejan. Recuerda que en un mercado en el que abundan la arbitrariedad y los caprichos, la coherencia es la reina.

En el caso de los contenidos, no se trata de publicar más, de publicar en más canales, de hacer mucho ruido. Lo importante es saber conectar con las personas con las que, en verdad, puedes establecer una relación de intercambio de beneficios. Y, claro, que después de esos primeros contactos logres el objetivo de la recordación. Esa será una primera gran victoria…

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La negociación, el poder oculto de la verdadera comunicación

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Los seres humanos, aun cuando estamos quietos y en silencio, nos comunicamos todo el tiempo. De hecho, lo que hacemos mientras dormimos dice mucho de cada uno. Se trata de un privilegio único, la característica que nos distingue del resto de las especies del planeta y, quién lo creyera, de manera irónica, fuente principal de muchas de nuestras desventuras.

En efecto, y seguro lo has padecido, somos víctimas de la premisa de “el pez muere por la boca”. O, de otra manera, solemos tropezar más con la lengua, cuando hablamos, que con los pies, cuando caminamos. Decimos cosas que no queríamos decir, o las decimos de una forma distinta a como deseábamos, o las decimos a las personas equivocadas en un mal momento.

Un contrasentido, sin duda, porque el objetivo último de la comunicación es la comunión. Es decir, establecer y fortalecer vínculos o relaciones, intercambiar conocimiento y experiencias que se traducen en valiosos aprendizajes. Sin embargo, hacemos un uso inadecuado de las palabras, de los mensajes; nos comunicamos para destruir, para herir, no para construir.

La comunicación está con el hombre desde que el hombre está en este mundo. Primero, de una forma arcaica para transformarse al ritmo que el ser humano evolucionó. Han pasado miles de años y, aunque parezca increíble, todavía no aprendemos a comunicarnos. O, quizás, todavía no entendemos cuál es el beneficio de esa habilidad que nos hace únicos.

La esencia de la comunicación es el intercambio de ideas, conocimientos y experiencias. Y no solo eso: también, creencias, pensamientos, sentimientos, miedos y sueños. Es tal el valor que le damos a la comunicación, que hablamos con las plantas o los animales, a sabiendas de que no nos pueden responder. Y nos sentimos incómodos con el silencio, nos atemoriza el silencio.

Lo más increíble, sin embargo, es que en la era de la tecnología y la comunicación, un tiempo en el que disfrutamos de herramientas y recursos que no tuvieron otras generaciones, cada vez es más difícil comunicarnos. Porque sí, estamos en contacto, al instante, pero no hay una verdadera comunicación. Y ni hablar de esas conversaciones en las que te dejan en visto.

Es como conversar con una pared o con un árbol. Disponemos de facilidades únicas, que van más allá de lo que habíamos imaginado, pero no sabemos usarlas. O, peor, las usamos mal. Somos reacios a cumplir con ese objetivo básico del intercambio de ideas, conocimientos y experiencias, quizás porque desconocemos que “lo que no se comparte, no se disfruta”.

De igual manera, “lo que no se comparte, no se multiplica (se marchita)”. Lo hacemos, quizás, porque nos cuesta dar (sin esperar a cambio), porque nos enseñan a pedir o a recibir. O, a lo mejor, porque olvidamos que, en esencia, todas las conversaciones son negociaciones. Pero, ojo, sin caer en el error de asumir que una negociación es sinónimo de una transacción.

Negociar entendido como “tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro”. Con sinónimos como acuerdo, pacto, convenio, ceder, traspasar o transferir. La dinámica es muy sencilla: “yo te doy, tú me das”. Ojalá en la misma medida, aunque en la práctica es difícil, casi imposible. Lo fundamental es que entre las partes haya un ánimo de negociar, de compartir.

Un matrimonio es un ejercicio de negociación. Diario, continuo, en el que la verdadera comunicación es un pilar. Una negociación que, además, cambia con el tiempo porque los seres humanos cambiamos con el tiempo. Hay nuevas prioridades, nuevos miedos, nuevas responsabilidades, nuevas oportunidades. Si no sabes negociar, tu matrimonio puede ser un caos.

O una amistad. Una relación que, seguro lo sabes, enfrenta retos, a veces difíciles, a lo largo del tiempo. Hay que negociar tiempos, intereses, la participación de otros. Y aprender a adaptarse a los cambios bajo la premisa que, aunque no se encuentren, aunque no se vean, los amigos se comunican todo el tiempo. La comunicación, fluida y honesta, es la base de la negociación.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que nos comunicamos más con la intención de solo decir lo necesario, lo justo. ¿La premisa? No exponernos. Una práctica que va en contravía de la esencia de la comunicación, que como mencioné es la de establecer lazos, puentes, vínculos. Y una vez hecha esta tarea, fortalecerlos, extenderlos, promover el intercambio de beneficios.

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Lo que hay detrás de esa actitud, de esa prevención, es el temor a la vulnerabilidad. En especial, a esa sensación de sentir que los demás nos reprocharán, nos desaprobarán, nos criticarán. Creemos que “si digo solo lo necesario, lo justo” vamos a estar protegidos, pero no es así. El único resultado es que echamos a perder el poder del acto de la comunicación.

En los años 90, uno de los agentes de la CIA ganó notoriedad por su don para persuadir a los sospechosos durante los interrogatorios. Su nombre era Jim Lawler y escribió varios libros acerca de contraespionaje, lucha contra el terrorismo y armas de destrucción masiva. Era un especialista en conseguir una conexión poderosa con otras personas y obtener respuestas clave.

¿Su táctica? Tan sencilla como efectiva: mostraba interés por los sentimientos del otro. Eso que llamamos empatía. Eso, por supuesto, no tiene nada de extraordinario, pues se trata de una capacidad que poseemos todos los seres humanos. ¿Entonces? Exponía su propia vulnerabilidad, contaba sus anécdotas personales y provocaba que los demás le correspondieran.

Al sentirse en el mismo plano que su interrogador, los sospechosos derribaban las barreras y se abrían. Contaban lo que Lawler quería saber y muchos confesaban sus delitos. Conseguía establecer un ambiente de franqueza y de confianza único y hacía que esas personas, reacias a hablar, a declarar, lo hicieran con soltura. Y, por supuesto, no había magia: era el poder de las emociones.

Las emociones, por si no lo sabes, son los cimientos de la civilización humana. El cerebro las reconoce tan bien que las personas las utilizamos para buscar aliados, compañía y parejas. Es a través de las emociones que conectamos con nuestros padres, que establecemos lazos de amistad, que formamos parte de comunidades y, lo mejor, descubrimos un lugar en el mundo.

Irónicamente, nos han enseñado que la vulnerabilidad es ‘mala’, pero no es cierto. De hecho, si no permites que las emociones te dominen, a través de la vulnerabilidad podrás conseguir una conexión genuina con los demás. Genuina y también, poderosa, transformadora. Una de esas conexiones que disfrutas y agradeces porque te brindó una experiencia positiva.

En un mundo en el que padecemos el efecto de hacer mal uso de la tecnología, de los canales digitales, la autenticidad que se desprende de la vulnerabilidad es un elíxir. Cuando exhibes tus emociones con transparencia, verás cómo las otras personas se abren contigo, de manera recíproca. Esa es la negociación, silenciosa y poderosa, que surge de la comunicación real.

Cuando pierdes el temor a sentirte vulnerable, cuando descubres el tesoro que reposa dentro de ti en forma de recuerdos, experiencias y aprendizajes, estás en capacidad de lograr conexiones únicas. Es a través del acto de compartir lo que eres que puedes identificarte con otras personas que han vivido algo parecido, más allá de que la circunstancias fueran distintas.

Esa comunicación genuina, auténtica, derriba las barreras de las diferencias. Es la razón por la cual puedes conversar animadamente, productivamente, con alguien que piensa distinto. Por ejemplo, personas con creencias políticas o religiosas opuestas o acérrimos aficionados a dos equipos rivales en algún deporte. Así pueden comunicarse de manera enriquecedora.

Mientras haya un punto de unión, aunque sea pequeño, es suficiente. Lo demás, eso que algunos llamarán magia, se producirá por cuenta de esa increíble capacidad de los seres humanos de conectar con otros. Cuanto más fluida, libre y espontánea sea la comunicación, cuanto más control tengas de las emociones involucradas, más fructífera será la negociación.

Moraleja: los seres humanos somos la especie privilegiada. Disponemos de herramientas, de recursos, de habilidades y de posibilidades que nos hacen únicos. A través de la comunicación genuina, constructiva e inspiradora, se crean sinergias increíbles, transformadoras. Es posible comprender significados ocultos, hallar similitudes y, lo mejor, controlar las emociones.

La clave radica en entender que comunicarnos es un privilegio y una responsabilidad. Es decir, en ser conscientes del uso que le damos, del objetivo de nuestra comunicación, del poder de los mensajes. Aprovechar lo que la vida nos ha dado de manera generosa y compartirlo con otros sin prevenciones, sin dobles intenciones, promoviendo negociaciones ganadoras.

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La música, un manantial inagotable de geniales ideas

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Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Un carnaval que cada uno disfruta a su manera. O lo sufre, también. Puedes ser el héroe de una ranchera, el villano de un tango, el enamorado empedernido de una balada. O el frenético guitarrista de una banda de rock, el parrandero de un vallenato o el fiestero de la salsa…

Cada uno escribe su propia historia, su propia canción. Lo que se me antoja genial es que cada día puede vivirse al tenor de un ritmo distinto. No hay limitaciones, más allá de las que te imponen tu creatividad, las circunstancias y tus emociones. En un mismo día, inclusive, puedes bailar varios ritmos, al vaivén de los acontecimientos. ¡La vida es un carnaval!

Cuando reveo el carrete de mi vida, siempre hay un radio a mi lado. Tenía uno grande, de esos que para funcionar necesitaban conectarse a la corriente eléctrica y el dial se movía de manera manual. Luego tuve un transistor, de batería, que llevaba conmigo a todos lados. Más adelante llegaron el walkman (¡qué maravilla de invento!) y, claro, los dispositivos digitales.

Siempre he creído que la radio es la mejor compañía. Es una especie de caja de Pandora que esconde miles de sorpresas. Las emociones del deporte, el impacto de las noticias diarias, el entretenimiento de las entrevistas y la magia de las canciones. Y más. Durante muchos años, lo primero que hacía al despertar era prender la radio y solo la apagaba antes de ir a dormir.

Sin duda, mi vocación por el periodismo responde a la influencia que la radio tuvo en mi vida en esos años de infancia y adolescencia. No en vano, mis primeros ídolos surgieron de esa cajita mágica: narradores deportivos, periodistas, deportistas y cantantes. Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Raphael, Armando Moncada Campuzano, Yamid Amat, Hernán Peláez…

Aprendí que había un ritmo musical que se conectaba directamente con cada estado emocional. Quizás por eso mis gustos musicales siempre fueron diversos: ranchera, balada, bolero, vallenato, tango, salsa… Más adelante, en la adolescencia, música latinoamericana (en algún momento, de protesta), bailable (cumbia, merengue). Una colección interminable.

Con el tiempo, me convertí en periodista y, vaya ironía, qué alegría, mi primer trabajo me dio el privilegio de disfrutar de algunos de mis ídolos. Era redactor de una revista de espectáculo y entretenimiento y entrevisté a Raphael, Rocío Dúrcal, Facundo Cabral, Franco De Vita, Yordano, Timbiriche (Thalía, Edith Márquez, Paulina Rubio) y me hice amigo del Binomio de Oro.

Con ellos, Rafael Orozco (qepd) e Israel Romero, disfruté parrandas inolvidables, hasta amanecer, haciendo gala del título de uno de sus primeros éxitos. Creé una biblioteca musical que hoy es tanto uno de mis más valiosos tesoros y un orgullo. Tengo unos 300 acetatos y más de mil discos compactos. ¿Lo mejor? Toda la música está digitalizada en un dispositivo.

Y va conmigo a todas partes. Son más de 15.000 canciones que en conjunto resumen mi vida. Son como un maravilloso viaje al pasado, a esos recuerdos imborrables, a esos momentos inolvidables. También, a los amigos y circunstancias que sirvieron de excusa perfecta para escuchar música, para compartir. Para mí, antes y ahora, la música es felicidad pura.

Lo insólito es que muchos años después, cuando el oficio de narrar historias se convirtió en mi sello como periodista, primero, y como creador de contenidos digitales, después, me di cuenta de que todo había comenzado con la música. No fue algo planeado, sino casual, un capricho de la vida que agradezco infinitamente y procuro disfrutar y aprovechar cada día.

Te explico: siempre tuve problemas para memorizar. En el colegio, claro, esa dificultad me enfrentó a serios retos. En la música, así escuchara la canción decenas de veces, no podía aprenderme la letra. Entonces, decidí darme a la tarea de transcribir la letra de las canciones y tenía varios cuadernos a los que acudía cuando quería cantar. Así aprendí las letras.

Pero no fue solo eso. Dado que cada ritmo musical incorpora una estructura específica y distinta de los demás, sin querer queriendo mi cerebro las incorporó y aprendí a contar historias. Cuando comencé a escribir como periodista, esa habilidad afloró y me permitió diferenciarme de mis colegas: me convertí en storyteller a partir de cantar canciones.

Puede parecerte increíble, o quizás una mentira. Sin embargo, es la verdad. Jamás leí algún texto relacionado con la creación de historia, con copywriting o algo por el estilo. Tampoco me lo enseñaron en la universidad. Fue un aprendizaje espontáneo que adquirí de escuchar distintos ritmos, de aprenderme la letra, de cantarlas a grito herido una y otra vez, y una más.

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La música siempre ha ocupado un lugar importante en mi vida. Como compañía, como aliento, como paño de lágrimas y, en especial, como vínculo. En esas parrandas conocí a personas que luego fueron amigos por mucho tiempo con los que compartí momentos que no olvido. Experiencias sin filtros, en las que cada uno se mostraba tal como es.

Diversos estudios científicos, de antes y de ahora, han demostrado que la música le encanta al cerebro. De hecho, está comprobado que al nacer los bebés reconocen la música que escucharon mientras estaban en el vientre de mamá. Y también se sabe que a través de la música, de las canciones, nos relacionamos con el mundo exterior y aprendemos sobre él.

Una influencia muy importante proviene del entorno. En mi caso, por ejemplo, el gusto por las rancheras fue heredado de mi padre; por las baladas, de mi madre; por el vallenato, de mis amigos. Otra característica especial es que adquirimos nuevos gustos musicales a medida que crecemos, que tenemos contacto con más personas, que vivimos más experiencias.

Según el músico y periodista científico canadiense Michel Rochon, experto en el tema, “los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace cien mil años para comunicarse. Y no solo eso: “También, para aprovechar sus poderes con fines de supervivencia”. Todas las civilizaciones y todas las culturas crearon y disfrutaron la música.

“Es nuestra mejor amiga”, dice Rochon. “Lo mejor es que podemos elegir la música que mejor se adapta a la emoción del momento”. Todos tenemos una canción que nos hace reír, o llorar, o reflexionar, o bailar, o recordar viejos amores, o añorar la juventud. Según el experto, esa es la razón por la cual la música es crucial para la cohesión social y la felicidad personal.

Cada etapa de la vida está acompañada de música. Que, por supuesto, cambia a medida que crecemos, que evolucionamos. Música que, además, nos ayuda a forjar una identidad, una mentalidad. Que, también, y esto se me antoja maravilloso, nos permite ir y venir en el tiempo, regresar a la infancia o la juventud, revivir momentos que disfrutamos con personas que ya no están.

“Cuando escuchamos la música 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto demuestra el poder y la importancia de la música en nuestra vida”, dice Rochon. Tan importante, que es posible contar la historia de nuestra vida a través de las canciones que nos han marcado.

No sé qué sería de mi vida sin música. O, de otro modo, no concibo mi vida sin música. Y no concibo, tampoco, mi trabajo sin la influencia de la música. Tanto que, quizás lo sabes, me atrevo a catalogar a José Alfredo Jiménez como el copywriter más brillante que conocí. Y otros autores, como Juan Gabriel, Armando Manzanero o Marco Antonio Solís, son fuente de inspiración.

Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. Para cada situación de tu vida, positiva o negativa, siempre hay una canción ideal. Una que encaja perfectamente para permitirte gestionar las emociones del momento. Y esas canciones, esos recuerdos, esas experiencias, esos aprendizajes, son ideas para crear contenidos.

Sí, muchos de los contenidos que comparto contigo a través de canales digitales, en múltiples formatos, están inspirados en canciones que son parte de la historia de mi vida. Escuchar música es uno de los consejos que doy a quienes me dicen que están bloqueados o que no se les ocurre una buena idea. ¿La clave? Elegir bien la canción que conecte con la emoción del momento.

Hay quienes, por otro lado, me dicen que no se animan a contar su historia personal. ¿El motivo? Se sienten vulnerables, piensan que otros se van a aprovechar de esas debilidades. ¿La solución? La música. Si no me crees, te propongo un ejercicio, uno sencillo. Uno que no tienes que compartir con nadie, uno que te servirá como una profunda introspección.

¿Te animas? Solo tienes que elegir diez canciones (o 5, las que tú quieras) que representen momentos importantes de tu vida en diferentes etapas. Por ejemplo, alguna de la niñez, otra de la adolescencia, una de la universidad, la que le dedicabas a la que hoy es tu pareja, la que coreabas con tu familia en el cumpleaños del abuelo o en Navidad, y así sucesivamente.

Tienes dos opciones: o utilizas las canciones elegidas para contar tu historia, para escribir tu historia, o haces una historia independiente a partir de cada canción. O las dos, ¿por qué no? Ponle buena onda, escucha las canciones varias veces antes de sentarte a escribir. También es conveniente que establezcas un libreto, una estructura, para evitar que la improvisación te estorbe.

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Y a mí lo que más me gusta del carnaval, lo que más disfruto, es la música. La música me lo ha dado todo: momentos inolvidables con seres queridos, amigos, experiencias imborrables, además de ser un ilimitado manantial de ideas para crear contenido de valor, de impacto.

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La pandemia de los impostores: el reino del ‘copy + paste’

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Vivimos la era de la tecnología, de la comunicación y, ¡qué horror!, la del copy + paste. Justo en el momento en el que disponemos de maravillosas y poderosas herramientas para mostrar quiénes somos, qué hacemos; para exhibir nuestro valor, la gran mayoría de las personas se queda, tristemente, en el copy + paste. Que, por supuesto, va más allá del ámbito laboral.

Desde siempre, quizás porque es parte de su naturaleza, quizás porque es inevitable adquirir este comportamiento, el ser humano ha querido parecerse a otros. El hijo quiere ser como el padre, el joven quiere ser como su ídolo el deportista, la mujer quiere ser como la empresaria exitosa, el emprendedor quiere ser como Elon Musk… Es un cadena que no tiene fin.

Hoy los retadores procesos creativos de antaño fueron suplidos por plantillas, libretos, formularios y, más recientemente, prompts configurados. ¡Ya casi nada es auténtico, ya casi todo es copiado! Una verdadera pesadilla, sin duda. Para colmo, ya nadie quiere inventar o innovar y la mayoría recurre a copiar o, en el mejor de los casos, a modelar lo que es exitoso.

Es otra suerte de pandemia, la de los impostores. Que, no sobra decirlo, son descarados: dado que en internet es difícil saber quién copió a quién (qué fue primero, ¿el huevo o la gallina?), se aprovechan de la laxitud de las normas o, peor, de la carencia de normas. No solo normas legales, sino también las de la decencia, las del respeto por aquellos que consumen contenido.

Lo peor, lo verdaderamente desalentador, es que es el propio mercado el que valida y respalda a los impostores. Se hace clic fácil, se comparte información de la que no se conoce su veracidad o procedencia, se estimula la cultura del matoneo, de la burla, de dejar en ridículo al que piensa distinto, al que lo hace mejor, al que se atreve a ser auténtico. ¡Una pesadilla!

La verdad es que el mercado se caracteriza por la mediocridad. Y al mercado le gusta lo mediocre es más barato, porque los mediocres casi siempre están dispuestos a bajar el precio o acudir a cualquier otra estrategia suicida con tal de hacer una venta. En el caso de los contenidos, de la creación de contenidos, la mediocridad es vulgaridad, mentiras, manipulación, copy + paste.

Es triste cuando eres un creador de contenido y compartes el tuyo en los canales digitales. No tardas en darte cuenta de que, sin quererlo, eres parte de una cloaca nauseabunda. Basura que te traga, que te ensucia, que te contamina. El mercado, la mayoría del mercado, elige lo sucio, lo barato, lo ordinario y pasa de largo de lo profesional, constructivo e inspirador.

Visto con rapidez, el panorama se antoja desolador. Sin embargo, estoy seguro de que este no es el final del camino, de que hay mucho más por recorrer. Y los protagonistas de esa aventura seremos los creadores de contenido de calidad. Después de años de bombardeo mediático, de verse salpicado por tanta inmundicia, los consumidores reaccionan y… ¡toman medidas!

Poco a poco, las personas dicen ¡No más! No más vulgaridad, no más mentiras, no más impostores, no más copy + paste, no más fake-news. La realidad es que la gente, el común de la gente, está cansada de sentir miedo, de vivir en medio de la incertidumbre y la zozobra, de verse utilizado como marioneta por quienes se aprovechan de su dolor para ganar dinero.

Y las personas toman medidas, repito. ¿Cuáles? La pandemia provocada por el COVID-19 marcó un antes y un después. Fue un período muy duro en el que la gente, el ciudadano del común, se sintió desprotegido. Y no solo eso: también, engañado y abandonado tanto por las autoridades como por los medios de comunicación y, oh sorpresa, por muchas marcas.

Peor aún, sienten hoy todavía que fueron engañados, que se jugó con su miedo para sacar provecho particular. Que se exacerbó el pánico para promover la aplicación de vacunas, para inducir cambios de hábitos y nuevos comportamientos. Que al final se los utilizó para beneficiar a las farmacéuticas, para promover normas que en otros contextos no eran aceptadas.

En ese ambiente de desconfianza, entonces, la gente posó su mirada en otro lado. ¿En cuál? En los creadores de contenido que, durante el encierro, fueron un elíxir. En especial, una válvula de escape para la presión, para cuidar de la salud mental, para huir del apocalipsis que las autoridades y las marcas proclamaban cada día. Y, claro, también, del caos reinante.

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El resultado de este fenómeno es que el mercado les dio la espalda a esas autoridades y a esas marcas, que perdieron su confianza y credibilidad de manera irremediable. Y comenzó a creer y a confiar en nuevas marcas, en personas que les tendieron la mano en el momento en que más lo necesitaban. Marcas-personas que se diferenciaron de sus competidores, por mucho.

Y este, precisamente, es el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. La clave del éxito a la hora de crear y compartir contenido en canales digitales, sin importar a qué te dedicas o cuál es tu área de experiencia, es ser diferente de la competencia. Diferente entendido como auténtico, como vulnerable, como sensible, como empático, como inspirador.

“Las marcas pobres se desentienden de sus competidores, las marcas del montón copian a sus competidores y las marcas ganadoras marcan el camino a sus competidores. Esta genial frase es de Philip Kotler, uno de los gurús verdaderos del marketing de los siglos XX y XXI, autor de múltiples libros que son referencia obligada. Es considerado el padre del marketing moderno.

Una frase que, además, se aplica perfectamente a la tarea de crear y compartir contenidos. Es decir, tú eliges qué camino quieres transitar: te desentiendes de la competencia, quizás porque crees que eres mejor o que tu mensaje es más poderoso, y corres el riesgo de llevarte una bofetada. Es el camino que siguen las estrellas fugaces, cuyo brillo se apaga muy pronto.

Puedes, también, hacer lo mismo que la mayoría. ¿Qué? Caer en la trampa del patético copy + paste. Es probable que por algún tiempo consigas atrapar la atención del mercado, pero bien sabes lo que dice el dicho: “primero cae un mentiroso que un cojo”. En algún momento, el mercado se dará cuenta de que eres un fiasco, de que eres tan solo otra especie tóxica.

Una variante de este camino es echar mano exclusivamente de las poderosas herramientas de inteligencia artificial generativa. Una tendencia que va en alza, tristemente, a pesar de que el mercado ha esgrimido banderas rojaspara expresar sus temores y su rechazo a esta práctica. Tal y como la mayoría usa la IA, se trata simplemente de un atajo que te lleva al despeñadero.

Queda una opción: marcarles el camino a tus competidores, señalarles el rumbo que el mercado prefiere. Y no solo eso: también, provocar un impacto positivo en la vida de las personas que reciben tu mensaje y dejar un legado. Convertirte en fuente de inspiración, en el modelo que otros quieren imitar, en ejemplo de contenido positivo y constructivo.

Este, no lo dudes, es el camino más complejo. Sin embargo, si no te rindes, si no caes en la tentación de cambiar el rumbo el ir por un atajo, también es el que mayores satisfacciones te brindará. Y no me refiero solo al tema económico, que apenas es una de las aristas, sino a la gratitud del mercado, que es algo mucho más valioso. La recompensa valdrá el trabajo.

Tú eliges: puedes ser una marca pobre, una marca del montón o una marca ganadora. Tú eliges: reniegas del tesoro que te regaló la vida, tus dones y talentos, principios y valores, y te dedicas a ser más de lo mismo, otra especie tóxica (que irremediablemente se extinguirá). Tú eliges: compartes lo que eres y lo que posees, y lo disfrutas, y produces un impacto positivo.

No tienes que ser experto en tecnología: basta que domines las funciones básicas de algunas de las herramientas. No tienes que ser perfecto, que hacerlo perfecto: eso créeme, a nadie le interesa y, lo peor, nadie lo valora. La clave del impacto que puedes producir en el mercado está en la calidad de tu contenido, en la utilidad de tu contenido, en la autenticidad de tu contenido.

Te criticarán aquellos que son incapaces de hacer lo que tú haces. Se molestarán aquellos que no pueden obtener los mismos resultados que tú. Se incomodarán los ególatras mediocres al escuchar que el mercado acoge con agrado tu propuesta, tus contenidos. Te descalificarán los vendehúmo y los gurús venidos a menos al comprobar tu frescura, que eres diferente.

En la era de la tecnología, de maravillosas y poderosas herramientas y recursos; en la era de la comunicación, vivimos la pandemia de los impostores, los reyes del copy + paste. No es algo definitivo, sino parte del proceso de evolución del mercado, de la vida misma. Como todas las especies incapaces de adaptarse y sobrevivir, desaparecerán y los olvidaremos rápidamente.