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Cuando quieres escribir como ‘profesional’, pero eres un ‘amateur’

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos: el estudio, el trabajo, las relaciones, los negocios o, inclusive, en los pasatiempos. No basta con disfrutarlo, no basta con sacar algún provecho: tenemos que ser los mejores. El resultado es que esta creencia se convierte en el principal obstáculo, uno a veces insalvable.

Una de las experiencias más tóxicas a las que el ser humano se somete es aquella de asumir la vida como una competencia. Sí, esa mentalidad de “tienes que ser el mejor, el número uno”. Por supuesto, casi nunca logramos ese objetivo. Quizás en alguna actividad, sí, pero no en las demás. Entonces, el resultado es que nos frustramos, nos autoflagelamos, nos llenamos de resentimiento.

Lo peor, sin embargo, es que nos convencemos de que somos unos perdedores. Dejamos que el miedo nos invada, permitimos que la mente se llene de pensamientos tóxicos y negativos que, a su vez, condicionan nuestras acciones y decisiones y entramos en una especie de espiral sin fin y la vida se nos convierte en algo insufrible. Entonces, nos rendimos ante la patética sentencia: “¡No puedo!”.

Es algo que vemos con frecuencia en los niños que practican deporte o que realizan alguna actividad artística, como tocar un instrumento musical. Están tan condicionados por aquella idea de ser los mejores, que la mayoría de las veces sucumben a la presión. No porque no sean buenos, porque carezcan de talento o porque no puedan hacerlo mejor, sino porque no están preparados.

Exactamente lo mismo ocurre con las personas que quieren escribir. Comunicarse es una habilidad incorporada en todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, estamos en capacidad de comunicarnos a través del lenguaje verbal (hablar, cantar), del no verbal y del escrito (escribir, pintar). La diferencia, lo sabemos, es que solo algunos desarrollamos esas habilidades.

En otras palabras, algunos desarrollamos unas habilidades y otros, unas diferentes, cuando en realidad deberíamos aprovecharlas todas. Por lo general, desarrollamos aquellas que son necesarias en el ámbito en el que nos desenvolvemos o, de otra forma, solo las desarrollamos cuando son indispensables. La verdad es que siempre son necesarias, siempre son indispensables.

Pero, claro, somos muy hábiles para hacerles el quite, para pasar de agache. Por supuesto, lo más fácil es hablar, entonces desarrollamos parcialmente esa habilidad del lenguaje verbal. Y digo parcialmente porque cuando tenemos que hablar en público, así sean unas pocas personas, o cuando debemos hacer una presentación formal o ir a una entrevista, descubrimos la verdad.

¿Cuál verdad? Que no sabemos comunicarnos bajo presión, en aquellos ambientes o situaciones en las que nos sentimos a la defensiva. Eso, en pocas palabras, significa que aún no desarrollamos esa habilidad, no al máximo. Y si nos referimos al lenguaje escrito, peor. Acaso aprendemos a tomar notas, pero que no nos digan que escribamos una carta, un ensayo o un artículo.

De nuevo, nos enfrentamos a una realidad decepcionante: el dominio que tenemos de esa habilidad es precario. Y, claro, nos vamos por el atajo, por el camino fácil: “¡No puedo!”. Y sí, todos podemos, absolutamente todos. La cuestión, no me canso de repetirlo, es que no sabemos cómo hacerlo, es que no tenemos un método establecido o, peor, tenemos una idea equivocada.

¿Cuál idea? Que debemos escribir perfecto. Y perfecto, lo repito a cada rato, no escribe nadie. Y mucho menos alguien que escribe de manera esporádica, que no tiene un estilo propio, que no ha diseñado un método de trabajo, que no ha determinado una estructura. El problema es que casi todos somos escritores aficionados, pero queremos escribir mejor que un escritor profesional.

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Y, no, así no funciona. Ni para escribir, ni para cualquier otra actividad en la vida. Profesional no es solo aquel al que le pagan por lo que hace, sino especialmente alguien que hace eso todo el tiempo, que todo lo que hace está relacionado con esa actividad específica. Por ejemplo, un deportista: no solo practica su especialidad, sino que va al gimnasio, se alimenta bien, descansa, en fin.

Por mucho que te guste el tenis, por más que practiques una o dos horas tres o cuatro veces a la semana y compitas con tus amigos el fin de semana o en alguna liga o club, jamás llegarás al nivel de Roger Federer o Rafael Nadal. Y no porque carezcas del talento, que seguro lo tienes, sino porque tienes rutina de amateur y ellos son profesionales. Viven para el tenis las 24 horas del día.

Escribir es una habilidad que todos podemos desarrollar, es cierto. Sin embargo, para ser un buen escritor no solo hay que desarrollar la habilidad y practicar constantemente, sino que además debes pagar un precio. ¿Cuál? El de cumplir el proceso. ¿Cuál proceso? El de escribir mal al comienzo y requerir preparación, disciplina, perseverancia y ayuda para aprender a hacerlo bien.

La gran diferencia entre un amateur y un profesional, en cualquier actividad en la vida, radica en que el profesional hace lo que sea necesario para conseguir el objetivo que se propone. Lo que sea necesario. Aunque implique sacrificio y mucho esfuerzo. Aunque signifique renunciar a otras cosas para enfocarse en eso que desea conseguir. Aunque le cueste sudor y lágrimas, muchas lágrimas.

Si en verdad quieres escribir, pero no quieres llegar a ser un profesional, no te exijas como si lo fueras. ¡Olvídate de las benditas expectativas!, a las que me refiero en esta nota. Ser un escritor aficionado no significa, de ninguna manera, estar condenado a ser un mal escritor. Sácate esa creencia limitante de la cabeza, porque es una gran mentira, simplemente una excusa.

Recuerda: hay un buen escritor dentro de ti y solo tienes que hallarlo, activarlo y disfrutarlo. Y tampoco olvides que el talento viene incorporado, pero que además de la habilidad de escribir debes desarrollar estas otras 10, que son complementarias. Lo que sucede es que es más fácil excusarse con el patético “¡No puedo!” que salir de la zona de confort y hacer lo necesario.

Detrás de esa excusa lo que hay es una gran comodidad. Prefieres jugar con el celular, ver una serie en la televisión, dormir una siesta o irte a charlas con los amigos en vez de hacer lo necesario para descubrir, activar y disfrutar el buen escritor que hay en ti. Y, por supuesto, está bien, nadie puede juzgarte por eso, es tu elección y es respetable. Pero, si quieres escribir, debes cambiar tu mentalidad.

Escribir, créeme, es un inmenso privilegio exclusivo de los seres humanos. Ninguna otra especie de la naturaleza puede hacerlo. Además de ser un placer hacerlo bien, escribir es una terapia que nos cura de la mayoría de los males modernos de la humanidad: estrés, depresión, angustia, soledad o miedo. Y, no lo olvides, es una apasionante aventura de creación y de autoconocimiento.

Desde la niñez, a todos los seres humanos nos programan para que seamos los mejores en todo lo que hagamos. A la hora de escribir, sin embargo, ese calificativo de ser mejores no existe, no se aplica. Puedes escribir para ti, sin compartirlo con nadie, sin publicarlo en ninguna parte, solo por el gusto de crear, porque te diviertes, porque es un reto, porque te ayuda a ser tu mejor versión.

Si no desarrollaste la habilidad, si no tienes un método, si no encontraste tu estilo, si no practicas, jamás escribirás como un profesional. Entonces, no te lapides, no te autocensures: acepta el reto, vive la aventura sin prevenciones y comienza a escribir. Es un proceso que exige paciencia y una alta dosis de disciplina, pero las recompensas son maravillosas. ¡No te las niegues, disfrútalas!

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Estrategias para activar y desarrollar la creatividad y la imaginación (I)

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez se prende la llama, el resto corre por cuenta de la creatividad y de la imaginación de cada uno. Sin embargo, también hay que tener en cuenta otro factor decisivo: el conocimiento, la información.

Cuando un cerillo se frota contra la pared de la cajetilla, una pequeña cantidad de fósforo rojo de la superficie se transforma en fósforo blanco, que es extremadamente volátil y se enciende al entrar en contacto con el oxígeno del ambiente. Es un chispazo fugaz, que dura tan solo unos segundos antes de extinguirse, pero suficiente para conseguir el objetivo de prender algo.

En un post anterior (Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer), es falsa aquella creencia tan arraigada de que requieres una gran idea para sentarte a escribir. La verdad, se requiere solo un chispazo, algo que prenda la creatividad, que encienda la imaginación y que active ese abundante arsenal de experiencias que acumulas y el conocimiento que has adquirido.

En la realidad, sin embargo, cuando vamos a encender el cerillo muchas veces lo forzamos de más y provocamos que pierda la cabeza. O, quizás, no contiene la cantidad de fósforo necesaria para generar el chispazo o, suele suceder, ha perdido sus características y ya no sirve. Es exactamente lo mismo que sucede con las ideas: las forzamos, no son suficientes o son inutilizables.

Una idea, por más que sea la gran idea, por sí misma no es suficiente para escribir. Tal y como lo mencioné en aquella nota, se requiere rodearla de otros elementos que nos permiten construir un texto, una historia. El problema es que la mayoría de las veces nos quedamos en la etapa de tratar de encender el cerillo y, si no lo conseguimos, ahí termina el proceso. Es el tal bloqueo mental.

Que no existe, que es mentira, que es solo la manifestación de nuestra incapacidad para prender el cerillo, para provocar el chispazo que active nuestra creatividad e imaginación. Es un proceso que puede darse de dos formas: automático o manual. El automático surge de repetirlo muchas veces, de entrenar la mente para que nos dé buenas ideas, de exigirla para ponerla en marcha.

La salvedad es que ese automático no significa instantáneo. Requieres tiempo, como cuando vas a cocinar arroz: calientas el agua, viertes el arroz y luego, a fuego lento, dejas que se cocine. Con las buenas ideas sucede lo mismo: pueden aparecer en poco tiempo o quizás se hacen rogar y solo se presentan dos horas después, o al día siguiente. Esto, amigo mío, es parte del proceso de escribir.

El modo manual, mientras, nos exige un poco de ayuda. Esto ocurre, por lo general, cuando vamos a escribir de un tema que no dominamos o que abordamos por primera vez. O, también, cuando la mente está cansada, distraída o enfocada en otro tema, por ejemplo, una preocupación. Entonces, ese chispazo no se da, ese cerillo no enciende y tenemos que tomar otro y forzarlo a prender.

¿Cómo? Realizando alguna actividad que nos permita incentivar la imaginación, desbloquear la mente y dar rienda suelta a la creatividad. Lo primero que puedo decirte es que no hay fórmulas, ni libretos, ni magia. Lo que a mí me funciona, quizás a ti no, o te brinda resultados distintos. Lo único que puedes hacer es probar y validar los resultados; si no funciona, probar con otra opción.

Lo primordial es romper el cerco que te mantiene bloqueado. A veces, por ejemplo, basta con salir al jardín y jugar con tu mascota, consentirla unos minutos y quizás tomarte una taza de café o de té. Después de 10 minutos de receso, es probable (probable, no seguro) que tu mente se haya activado y las ideas comiencen a fluir sin inconvenientes. Entonces, es hora de aprovecharla.

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En otras ocasiones, quizás es necesario salir de casa porque debes cambiar el ambiente, ver a otras personas, conversar con otras personas. Es bueno que salgas solo, de modo que puedas enfocar tu mente en lo que te interesa. Camina un rato, mira las vitrinas de los almacenes, date un gusto y de pronto entra a una cafetería y pide una bebida. O también puedes entrar a la iglesia y orar.

Esas que te acabo de mencionar son estrategias que a mí me dan buen resultado. Si la idea que busco está muy enredada, el paseo fuera de casa quizás se convierte en ir al centro comercial y caminar sin un plan definido. Siéntate en algún lugar y observa a las personas: qué hacen, cómo están vestidas, cómo se tratan las parejas, qué hacen los niños, qué ruido u olor llama tu atención.

El gran secreto de la creatividad y la imaginación está en la observación. El problema es que no nos enseñan a observar en silencio. Este es un ejercicio divertido que me encanta porque activa mi mente con rapidez y la activa en un punto muy alto. Ver a otros, sus comportamientos, sus gestos y sus actitudes son fuente inagotable de creatividad. La conexión se establece a través de la empatía.

Cuando el tema ya es más complicado, es decir, cuando hay agotamiento mental, la solución tiene que ser radical. Mi mejor terapia es jugar al golf. Son al menos 6 horas entre el antes, el durante y el después del juego en los que la mente está enfocada en algo muy distinto y, además, en un escenario propicio para que la imaginación vuele muy alto: al aire libre, rodeado de naturaleza.

Durante la ronda, converso con mis compañeros de juego o con el cadi, de todo y de nada. Me río, me burlo de los tiros malos de otro, celebro mis pocos tiros buenos y mientras tanto, en segundo plano, dejo que la mente vuele libremente. Escuchar los pájaros, el crujir de las ramas al chocar por efecto del viento, el golpe de los palos a la pelota y la adrenalina del juego son los disparadores.

Puedo decirte que muchas de las buenas ideas que plasmo en mis escritos surgieron en un campo de golf o alrededor de una ronda de juego. Me funciona muy bien en especial cuando se trata de un proyecto nuevo o de un tema que requiere mayor elaboración que, por ejemplo, una nota del blog. ¿Qué? Una carta de ventas, el perfil de un avatar, el copy de una página web o el capítulo de un libro.

Si no juegas golf, mi sugerencia es que des un paseo por un parque cercano a donde vives. Que te sientes, solo o en compañía de tu mascota, a dejar que pase la vida, sin hacer nada más que observar en silencio. Y lleva una libreta en la que puedas anotar las ideas que se te ocurren, para que no se te olviden mientras caminas de regreso a casa. Basta con 15 minutos para cumplir el objetivo.

¿Qué observar? A las personas, principalmente, pero también puedes fijar tu mirada en las mascotas de otros, en los árboles, en los pájaros que revolotean entre las ramas. Intenta abstraerte del ambiente y conectarte con el lugar, a ver qué te transmite. Escribe todas las ideas que puedas y las revisas en casa: verás cómo algunas son desechables y otras, increíbles.

La mente del escritor funciona como la cabeza de un cerillo (fósforo): requiere un chispazo para encenderse. Uno pequeño, no una inmensa llamarada, ni una fogata; apenas un chispazo. Una vez logras prender la llama, apela a tu conocimiento, a la información que posees del tema, y deja que las ideas fluyan. Haz una lista y arma una estructura que te guíe. Repite el proceso una y mil veces.

El 99,99 por ciento de lo que el ser humano aprende es producto de un proceso de observación (o de lectura, o de escucha) que le permite entender el proceso y ejecutarlo. El siguiente paso es probar una y otra vez, y otra más, hasta que se convierta en algo automático que funcione igual de bien cada vez. Recuerda: lo básico es prender la chispa de tu creatividad y tu imaginación.

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Ambiente: 5 condiciones que te ayudarán a ser creativo y productivo

Si no haces lo necesario, si crees que es tan elemental como seguir los tres o cuatro pasos consignados en una plantilla, escribir puede ser una de las labores más difíciles que puedas enfrentar. Y no por la escritura en sí, sino por la experiencia. ¿Por qué? Porque no hay una fórmula exacta, no hay un libreto perfecto: escribir es un acto autónomo, personal e intransferible.

¿Eso qué quiere decir? Que nadie puede copiar a nadie. Cada escritor, aficionado o profesional, debe crear su propio método, su propio estilo, su propio paso a paso. Sí, se puede modelar lo que a otros les ha funcionado, pero tienes que adaptarlo a tu estilo de vida, a tus posibilidades, a tu conocimiento, a tu disciplina y disposición. Debes establecer tu rutina, tus hábitos y tu ambiente.

Esto último es muy importante. MUY importante. Y la mayoría de los escritores aficionados no lo tienen en cuenta, bien porque desconocen su importancia, bien porque no la toman en cuenta. Y, claro, después lo pagan caro y se salen por la puerta fácil: el tal bloqueo mental, que ya sabemos que es una bonita mentira para vender. El verdadero problema, sin embargo, está en otro lado.

Las dificultades a la hora de escribir surgen cuando la persona no se toma muy en serio lo que quiere hacer. Es decir, cuando cree que sentarse a escribir es algo marginal, que puede hacer por salir del paso, en cualquier momento y en cualquier condición. Y no es así. No me canso de repetir esto, porque es crucial: no hay reglas estrictas para todo el mundo, pero sí condiciones mínimas.

Cuando vas a cocinar, por ejemplo, te preocupas de contar con todos los ingredientes necesarios para preparar el platillo que elegiste, de contar con los implementos adecuados, de que no te falte algo que complique el proceso. Además, te pones en modo cocinero y sabes que te vas a concentrar en esa labor durante un período de tu tiempo. Empiezas si todo está dispuesto.

Cuando vas al gimnasio a hacer ejercicio, te preocupas de vestir la ropa adecuada para sentirte muy cómodo y no olvidas llevar una toalla, que siempre se necesita. Además, preparas una bebida para hidratarte y quizás hasta alistas algo de comer, como una fruta o una barra de cereal, para cuando termines tu rutina. Y llevas una muda de ropa para después de ducharte y regresar a casa.

¿Entiendes? Te aseguras de cumplir con las condiciones mínimas. Si, por ejemplo, si vas a cocinar te hace falta un ingrediente o no tienes el recipiente adecuado, tendrás problemas y quizás sea necesario cambiar de planes. Si vas al gimnasio y te llevas unas zapatillas que no son aptas para correr en la cinta de la máquina trotadora, con seguridad tu cuerpo lo notará y se revelará.

Si lo piensas, para cualquier actividad que desarrolles en la vida, laboral o recreativa, ejecutas el mismo plan. Sin embargo, sucede que a la hora de escribir la mayoría de las personas cambia su rutina o, peor aún, no tiene una rutina. Simplemente, toman su computador y se sientan a la espera de que aparezca la tal musa, esa inspiración que ha hecho carrera en el ambiente.

Pero, no aparece. O, quizás, tienes una idea de qué quieres escribir, pero cuando te sientas frente al computador las palabras no salen. Y, créeme, la mayoría de las veces no es el tal bloqueo mental, pero se lo atribuimos a él. La mayoría de las veces es que no has cumplido con las cinco condiciones básicas necesarias para que tu proceso de creación se desarrolle sin problemas.

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Estas son las cinco condiciones básicas que a mí no me pueden faltar cuando voy a escribir:

1.- Mi lugar. Y recalco el mío porque soy de los que un día trabajan en el comedor, al siguiente lo hacen desde la sala, el fin de semana están en la habitación, en fin. Aunque te parezca una banalidad, pero en realidad no lo es. El lugar que eliges para escribir afecta, para bien o para mal, tu capacidad de producción. Tanto puede ayudarte a ser más creativo, como todo lo contrario.

Debe ser cómodo, hecho a tu medida, necesidad y gusto. La decoración y los demás implementos que haya allí deben ser tuyos, elegidos por ti, y conectados con tu personalidad, con tu esencia. Tiene que estar bien iluminado, tanto por luz natural como por artificial, y con buena ventilación: que no sea muy frío o caliente. Que cuando estés allí sientas que ese es tu lugar en el mundo.

2.- La disposición. Esto, te lo aseguro, no lo venden en ningún supermercado. La tienes o no la tienes, así de sencillo. Si no la tienes, olvídate de escribir ese día: dedícate a otra cosa y prueba mañana. ¿Por qué? Porque escribir es una actividad que está estrechamente ligada a tu estado de ánimo, a tus emociones. Si tu cabeza está echa un saco de anzuelos, será muy difícil que escribas.

Por supuesto, buena parte del éxito de un escritor profesional consiste en escribir más allá de su estado de ánimo, lo que implica asumir el control de sus emociones. ¿Se puede lograr? Sí, es algo que se aprende con la práctica. Lo importante es que entiendas que necesitas que tu cabeza y tu corazón estén conectados y en modo escritura para que el proceso fluya con naturalidad.

3.- La rutina (I). Este es requeteimportante. ¿Por qué? Porque el ser humano, no lo olvides, es un animal de costumbres. ¿Eso significa que deberías escribir siempre a la misma hora? En esencia, sí. Cuando desarrolles la habilidad y tengas el control de tu proceso creativo, lo harás a cualquier hora, pero primero tienes que establecer la rutina: hora, lugar, implementos y adicionales.

Necesitas descubrir cuál es tu mejor hora para escribir: ¿en la mañana o al final de la tarde? La única forma de establecerlo es probar y probar para saber en cuál te sientes más cómodo y, sobre todo, eres más productivo. También es conveniente determinar con antelación cuánto tiempo vas a destinar a escribir y haber diseñado un plan de qué quieres hacer. La clave está en el control.

4.- La rutina (II). Comienza con una rutina corta, de 15-20 minutos. Procura escribir tanto como puedas en ese lapso y luego párate y haz algo distinto: toma un café, juega con tu mascota, habla por teléfono, mira tus redes sociales, prepara algo ligero de comer. La idea es despejar la mente, que no se nuble, ni se bloquee. También puedes hacer unos ligeros ejercicios de estiramiento.

Luego puedes retomar otros 15-20 minutos y repetir esta rutina una o dos veces más, para completar una hora u hora y media de producción. Después, a medida que consolidas tu rutina y que desarrollas la habilidad de escribir, incrementas el tiempo. Eso sí, procura hacer una pausa activa al menos cada 45-50 minutos, como máximo: tu cuerpo y tu mente lo agradecerán.

5.- Los accesorios. Particularmente, no tengo ningún problema en que haya ruido en el ambiente en el que escribo. Puedo hacerlo con el televisor prendido o con algo de música (que varía según el estado de ánimo). Puede suceder, también, que elijo el silencio absoluto porque son momentos en los que la mente está extremadamente sensible y debo ayudarla para que se mantenga enfocada.

Así mismo, asegúrate de tener a mano una libreta para anotar ideas, un diccionario (que puede ser virtual) y algo de beber (puede ser agua, café o té, la que más te guste, o las combinas). Y esto es algo de lo que nadie te habla, pero es importante: utiliza ropa cómoda, que no te genere alguna distracción por el calor o el frío. Esto, aunque no lo creas, afecta tu disposición y tu ánimo.

Moraleja: no hay una sola fórmula. Cada uno debe diseñar e implementar la suya, que además debe ser flexible y fácil de adaptar si las condiciones cambian. Lo importante es que ese ambiente en el que te sientas a gusto y puedas ser creativo y productivo. Descubre cuál es el tuyo, fija una rutina que se acomode a tus necesidades y dale rienda suelta a ese buen escritor que hay dentro de ti.

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Cómo hallar y activar el ‘buen escritor’ que hay dentro de ti

En el 99,99 por ciento de los casos, la razón es la misma. La diferencia es que cada uno trata de disfrazarla de una manera que le provoque menos vergüenza. Sin embargo, basta con explorar un poquito en tu interior para descubrir que el obstáculo que te impide cumplir el sueño de escribir es que todavía no aprendiste a lidiar con las benditas expectativas y el temible qué dirán.

Las excusas públicas son “No sé cómo hacerlo”, “Eso no es para mí”, “Lo intenté, pero no soy capaz” o “Soy muy malo para eso”, entre otras. Por supuesto, todas son mentira porque sabemos que escribir no es un don, ni un privilegio de pocos, sino una habilidad que viene incorporada en cualquier ser humano. Todos, absolutamente todos, llevamos un buen escritor en nuestro interior.

La cuestión es cómo hallarlo y, sobre todo, cómo activarlo. Está ahí, créeme, más cerca de lo que piensas, solo que no lo quieres ver. ¿Por qué? Porque si lo encuentras, te quedas sin excusas. Y, además, si lo encuentras, tienes que enfrentar el reto de comenzar a escribir. Que es el momento, entonces, en el que aparecen las benditas (malditas) expectativas y el miedo al qué dirán.

Que no son más que creencias limitantes con las que programaron nuestra mente cuando éramos niños y que después, cuando ya tomamos la rienda de nuestra vida, cuando fuimos conscientes y tomamos nuestras propias decisiones, reforzamos y cultivamos. Para prácticamente todo, no solo para escribir, porque este es un obstáculo recurrente en el camino, y que aparece por doquier.

Por ejemplo, en las relaciones sentimentales. Muchas se echan a perder porque nos generamos una expectativas muy altas que no son satisfechas. O, también, porque esa persona que nos gusta quizás no es de nuestro círculo social o tiene un pasado que no encaja con las expectativas de los que nos rodean. Entonces, para salir del lío, cortamos el vínculo y somos socialmente correctos.

Sucede también en el trabajo, cuando a pesar de las incomodidades que nos provoca la actitud de un compañero o del jefe elegimos ser políticamente correctos para evitar ser señalados, para que no nos hagan a un lado. Entonces, el ambiente se torna tóxico, negativo, poco propicio para el aprendizaje, para desarrollar nuestras habilidades. Lo sabemos, pero aceptamos el sacrificio.

Cuando una persona se atreve a explorar en su interior y toca la puerta de aquel rinconcito donde descansa su yo escritor, se enfrenta a un reto que no todos estamos dispuestos a aceptar. Aquel de confrontar nuestro pasado, nuestros errores; aquel de revivir episodios que creíamos olvidados, pero que aún provocan dolor; aquel de exponernos al mundo, sin protección alguna.

Nos sentimos frágiles y vulnerables, nos sentimos a merced de otros y de su crítica despiadada. Tememos que nos digan que “está mal” o que “no gusta”, como si fueran sentencias irrevocables. Y no es así, por supuesto. De hecho, las críticas, las benditas expectativas y el qué dirán nunca te abandonarán, ni siquiera en caso de que te conviertas en un escritor profesional reconocido.

¿Por qué? Porque siempre habrá personas a las que no les gusta lo que haces, lo que escribes. Y no necesariamente porque esté mal, sino porque sus preferencias van por otro lado. O por ignorancia, o por envidia. Además, como sucede en cualquier actividad de la vida, debes aprender que lo que piensan o dicen otros de ti no te define, ni define tu trabajo. Son sus opiniones, nada más.

El problema, porque siempre hay un problema, es que para evitar esta críticas negativas, la mayoría de las personas consulta la opinión de personas de su círculo íntimo, a sabiendas de que aprobarán su escrito, de que le dirán que está “muy bien”. Y eso, claro, no sirve: es autoengaño. Porque tarde o temprano encontrarás a alguien que te dirá la verdad y eso te dolerá mucho.

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Hay tres realidades con las que tendrás que lidiar cuando decidas escribir:

1.- Lo harás mal (quizás, demasiado mal). Es parte de proceso, porque nadie nace aprendido. Un tema es creer “Yo puedo hacerlo” y otro distinto, “hacerlo”. Si no has desarrollado la habilidad, si eliges un mal tema (del que no conoces lo suficiente), si no tienes un método o una estructura para tus escritos, lo harás mal. Y, por supuesto, no puedes esperar que todos te aprueben.

2.- Ten miedo de los halagos. En especial, si provienen de personas cercanas que no quieren herir tus sentimientos. Ellas te dirán lo que quieres escuchar, pero no lo que necesitas escuchar. Entre uno y otro hay un mundo de distancia. Lo primero no te ayudará a mejorar, lo segundo te hará sentir mal, pero si aprovechas el aprendizaje, si corriges, te enseñará a ser un buen escritor.

3.- No huyas de las críticas. Ese, sin duda, es un flaco favor que te haces. Más bien, elige correctamente las personas a las que les preguntas, aquellas a las que les pides opinión sobre tus escritos. Es importante, muy importante, que sean personas que SÍ escriben, que ya superaron esa etapa en la que tú estás y que, por lo tanto, no te van a engañar. Sin críticas, nunca vas a crecer.

Volvamos un poco atrás: vas a escribir mal, sin duda. El problema no es ese, sino que nunca logres avanzar, que nunca aprendas, que nunca mejores. ¿Cómo hacerlo? Puedes elegir la opción más común, que es leer y leer y luego sentarte a escribir. Eso sí, te advierto: ¡no funciona! En el 99 % de los casos, ¡no funciona! Si así fuera, cualquier lector voraz sería un buen escritor, y no es así.

Lo primero que necesitas es despojarte del miedo a las críticas, divorciarte del patético “¡No puedo!” (porque sí puedes) y aprender cómo hacerlo. ¿Eso qué significa? Comenzar por el principio, es decir, sin la expectativa de que aquello que escribes va a ser un best seller o de que te premien y reconozcan por ello; luego, acude a quienes en verdad pueden ayudarte a escribir.

Sí, escribir mucho, pero no cantidad, sino calidad. Mucho significa “muy seguido”, ojalá todos los días un poco. Quita de tu mente, además, las benditas expectativas y el qué dirán. Escribir mal es parte fundamental del proceso, así haya siempre alguien que lo elogie. Lo importante es que le des una oportunidad a ese buen escritor que hay en ti: encuéntralo, actívalo y ¡disfrútalo!

Estos son recursos publicados en mi blog que te ayudarán a dar el primer paso (el más difícil):

¿Conocías estos 10 beneficios de escribir un diario?

El tal ‘bloqueo mental’ es mentira: ¿cómo comenzar a escribir?

Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer

Qué lecturas que sirven para desarrollar la habilidad de escribir

Las otras 10 habilidades que necesitas para escribir bien

Hay un buen escritor dentro de ti, pero tienes que hallarlo y activarlo. Será una aventura increíble, apasionante, en la que tendrás que batallar con las benditas expectativas y el qué dirán. Una vez superes este escollo, tendrás el camino expedito para avanzar. Es, entonces, el momento en el que debes recurrir a la ayuda idónea que te brinde el conocimiento especializado que requerirás.

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¡Feliz Año Nuevo! Mientras haya un mañana, habrá una oportunidad

Siempre me gustó llevar la contraria y casi siempre que lo hice me fue bien. Claro, alguna que otra vez tuve que pagar un costoso precio, pero a la larga el balance es muy favorable.

Esta vez, debo confesarlo, no fue premeditado. Fue, más bien, producto de la resistencia, de la resiliencia, de la pasión y de la disciplina exhibida los últimos años. Una recompensa.

2020 fue, seguramente, el año más duro de la vida de muchas personas. De un día para otro, la vida a la que estábamos acostumbrados cambió y nos sometió a difíciles pruebas.

Algunos, tristemente, no pudieron superarlas. La vida nos los arrebató de manera dolorosa sin siquiera darnos la oportunidad de darles un adiós, de acompañarlos en ese último viaje.

La vida, sin embargo, es como una montaña rusa: mientras unos suben, otros bajamos, y viceversa. Quizás por eso este 2020 fue el mejor año de mi vida de los últimos 10.

Hace años, también tuve una crisis, ¿o fueron varias simultáneas? Malas decisiones, malas compañías, malas energías y la sumatoria de las anteriores me pusieron en aprietos.

Como tantas personas lo hicieron en 2020, hace años tuve que cambiar hábitos, realizar una profunda limpieza y cuidar de mí y de mi círculo cercano. ¡Fue una transformación!

Cambié el rumbo de mi vida y de mi trayectoria profesional. Tras tocar fondo, tras estar completamente roto, no hubo más remedio que recoger y pegar los pedacitos.

Un proceso que en los últimos cuatro años me llevó por los insondables y maravillosos caminos del marketing, un universo en el que hallé nuevas oportunidades de crecimiento personal y profesional.

Un proceso de aprendizaje y enriquecimiento espiritual que explotó este 2020. Un año en el que, gracias a Dios, todo lo que me ocurrió fue positivo, con grandes logros y satisfacciones.

No puedo negar que me sentí extraño porque mientras tantas personas la pasaban realmente mal, yo cosechaba los frutos que sembré tiempo atrás. Una cosecha que, valga decirlo, fue abundante.

Jamás me faltaron clientes, mi trabajo fue reconocido y agradecido, viví mi primera experiencia como conferencista en un evento internacional y cristalicé el sueño de mi página web.

No tengo nada que reprocharle a 2020. Solo me dio felicidad, alegrías, más allá de la incomodidad que significó el confinamiento, dejar de hacer cosas que me gustan o dejar de ver a mis amigos.

Hoy agradezco que nunca me rendí, que aprendí a rodearme de las personas ideales para crecer, que aposté por mis dones y talentos y que nunca dejé de aprender, ni de intentarlo.

Ese, precisamente, es mi mensaje en este saludo de Año Nuevo: cree en ti, confía en que lo mejor está por venir, deja tu vida en manos de Dios y aprovecha cada día como si fuera el último.

Lo que siembres hoy lo cosecharás mañana. Es una ley de la naturaleza. Hay que tener paciencia, pero trabajar y trabajar mientras tanto. Y rodéate de quienes te ayuden a ser tu mejor versión.

Un día malo, un año malo, no es tu destino, no es tu vida. Mientras exista un mañana, siempre habrá una oportunidad. Y depende de ti aprovecharla para cambiar esa situación negativa.

Si crees que puedes y trabajas para conseguirlo, lo conseguirás. Sea lo que sea. Aprende que el único fracaso es renunciar a tus sueños, dejar de luchar por aquello que te hace feliz.

Te envío un cálido saludo de Año Nuevo y un fuerte abrazo con la esperanza de que este año que comienza sea para ti tan positivo y constructivo como 2020 lo fue para mí.

Que ojalá en 2021 podamos compartir muchas experiencias gratificantes y enriquecedoras, que podamos escribir juntos un historia que deje recuerdos imborrables.

Que tengas paz y tranquilidad, salud y felicidad, prosperidad y abundancia. Que cumplas muchos sueños, conozcas personas maravillosas y disfrutes de la vida junto con los que amas.

¡Feliz Año Nuevo!

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Las otras 10 habilidades que necesitas para escribir bien

Para cualquier actividad que realices en la vida, bien sea de manera recreativa o profesional, no basta con una habilidad. Aunque domines la básica, necesitas más de una, seguramente varias, para sobresalir del promedio, para alcanzar tus objetivos si estos son ambiciosos. Pero, por favor, no te confundas: eso no significa que tengas que ser experto o muy bueno en muchas áreas.

Un abogado, especialmente uno litigante, no solo debe ser bueno en su especialidad y dominar las normas (que cambian con frecuencia), sino que también necesita ser un buen orador, para cuando tenga que actuar en un juicio oral, y un buen redactor, para escribir sus demandas con acierto. Y requiere, así mismo, paciencia y tacto para tratar con sus clientes, que no son siempre gentiles.

Un médico cirujano, por ejemplo, no solo debe ser bueno en su especialidad, sino que tiene que actualizarse permanentemente, conocer las nuevas técnicas y herramientas que la tecnología le ofrece para realizar su trabajo. Además, necesita dominar una comunicación asertiva para poder establecer relaciones armoniosas con sus pacientes, en especial si sufren enfermedades graves.

Un chef, mientras, no solo debe ser un especialista de un tipo de comida específico, sino que su profesión le exige aprender de los alimentos básicos de sus recetas, conocer su origen y sus características para poder realizar combinaciones innovadoras y atractivas para el paladar de sus comensales. Y requiere, también, empatía para escuchar a sus clientes, para soportar sus críticas.

En otras palabras, sin importar cuál sea la actividad a la que te dediques, debes entender que el éxito radica en la sumatoria de habilidades que desarrollas. Las básicas son indispensables, pero hay otras, las complementarias, que no solo te permiten obtener mejores resultados, y en un plazo más corto, sino que también te dan la posibilidad de descollar, de ser sobresaliente.

Si lo que deseas es escribir, la premisa se mantiene. Es decir, no basta con leer mucho, como pregonan por ahí, porque eso no es suficiente. Hay millones de voraces lectores que son incapaces de escribir dos párrafos seguidos. De la misma manera que, por ejemplo, hay apasionados por el deporte que se inscriben al gimnasio y abandonan luego de tan solo un par de sesiones.

Escribir se antoja difícil porque requieres una variedad de habilidades o cualidades para conseguir los objetivos que te propones. No es cuestión de talento, porque todos lo poseemos, pero no todos escribimos; no es cuestión de ser expertos en un tema, porque para comunicar un mensaje hace falta más que conocimiento. Sin embargo, cualquier persona puede escribir bien.

Y no es una contradicción, sino un reto. La buena noticia es que los ingredientes de la receta para ser un buen escritor, o al menos para comenzar a escribir, a desarrollar esta habilidad, son parte de la configuración básica de cualquier ser humano. Es decir, todos podemos desarrollarlas, todos estamos en capacidad de escribir bien, siempre y cuando estemos dispuestos a pagar el precio.

¿Cuál precio? El de desarrollar estas habilidades (cualidades) complementarias y necesarias:

1.- Imaginación. Puede sonarte raro, pero la creatividad también es una habilidad que se puede potenciar, mejorar. Cuanto más ejercites tu cerebro, cuanto más lo retes, mejores resultados te ofrecerá. No basta con leer o estar bien informado: hay que dejar que la mente vuele, hay que soñar despiertos, hay que darse la oportunidad de recrear libremente lo que vives y experimentas.

2.- Disciplina. Solo quien es disciplinado puede mejorar de forma constante y consistente. Dado que escribir es un arte que nunca se termina de aprender, solo la disciplina te permitirá aprender cada día. No requieres estar horas frente al computador: comienza con 10 minutos y, como en una rutina de ejercicio físico, aumentas paulatinamente. No demorarás en ver resultados increíbles.

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3.- Paciencia. Sé que no es una cualidad que abunde, de ahí que es muy valiosa. Escribir bien es el resultado de un proceso que no se da de la noche a la mañana, así que requieres paciencia. Y, así mismo, la necesitas para entender que no todos los días estás lúcido o con chispa, que no todos tus escritos serán brillantes. Paciencia y disciplina van de la mano: si alguna falta, no tendrás éxito.

4.- Tolerancia. Una de las razones por las cuales a la mayoría de las personas les cuesta trabajo escribir es porque quieren hacerlo perfecto desde el comienzo. Y la verdad es que nunca se logra esa perfección. Más bien, hay que aceptar que en ocasiones se escribirá decididamente mal y que esa es una parte importante del proceso de aprendizaje. Sin tolerancia, abandonarás muy pronto.

5.- Organización. ¿Recuerdas al gran Gabo? “Escribir es un 99 por ciento de transpiración y un 1 por ciento de inspiración”. El tal bloqueo mental (que ya sabemos que es una mentira) se da cuando no tienes un plan, cuando te quedas esperando la inspiración. El método es el gran secreto de un buen escritor: necesitas diseñar un paso a paso que te permita ser productivo a largo plazo.

6.- Persistencia. Mantener el enfoque en los objetivos trazados no es fácil cuando comienzan las dificultades, cuando no obtienes los resultados que esperas o te fijas expectativas muy altas. A la cima solo llegan aquellos que persisten, que no se dejan vencer, que entienden que se requiere fortaleza interna para triunfar. Ser persistente no solo te ayudará a ser escritor, sino que te hará mejor escritor.

7.- Curiosidad. Las ansias de saber qué hay más allá, qué más puedes aprender, cómo puedes ser mejor, qué otras técnicas contribuirán a hacer de ti un buen escritor son fundamentales. Ser conformista riñe con tu deseo de ser un buen escritor: si te impones límites, si crees que lo sabes todo, si te dejas guiar por el ego, te estancarás. La curiosidad es el combustible de la imaginación.

8.- Sensibilidad. Que se manifiesta a través de la honestidad de lo que escribes, de que esté en concordancia con tus principios y valores, pero también a través del respeto por tu lector, por su situación, por su dolor, por su espacio. Un buen escritor requiere sensibilidad para apreciar en la realidad lo que para otros es imperceptible, para generar un vínculo de empatía con su audiencia.

9.- Humildad. Nunca llegarás a ser un buen escritor si no conoces y aceptas tus límites, si te guías por el ego y te indigestas con los elogios, si no te exiges más cada día. La humildad del escritor consiste en ser un eterno aprendiz, en trabajar cada día con la misma ilusión del primero, en ser consciente de que tu trabajo no les gustará a todos y de que recibirás críticas injustas y duras.

10.- Actitud. Lo que escribas, y la forma en que el público lo recibirá, está condicionado por tus pensamientos, por tu actitud frente a la vida y a tu realidad. Si no crees en ti, nadie lo hará; si no te gusta lo que escribes, a nadie le gustará; si solo ves lo negativo de la realidad, tu mensaje será negativo… Una buena actitud y una adecuada disposición son aliadas de un buen escritor.

En este punto, es pertinente una aclaración: no esperes a desarrollar estas diez habilidades para, ahí sí, sentarte a escribir. Quizás ya desarrollaste algunas, pero no eres consciente. Por eso, el autoconocimiento es un paso imprescindible para ser un buen escritor, porque solo así sabrás con certeza cuáles son tus fortalezas, para potenciarlas, y cuáles son tus debilidades, para suplirlas.

Entiende que todas son necesarias si quieres ser un escritor profesional, si quieres vivir de escribir, pero si tan solo deseas escribir como un pasatiempo o una terapia puedes comenzar con algunos vacíos. Eso sí, tarde o temprano requerirás desarrollarlas todas o, de lo contrario, nunca alcanzarás los resultados que esperas. Identifica cuáles son los casos urgentes y enfócate en solucionarlos.

Cuando comencé mi carrera profesional, es decir, cuando comencé a escribir, no acreditaba más que imaginación, paciencia, actitud y sensibilidad. Entonces, no solo tuve que trabajar en fortalecerlas, sino que debí esforzarme en desarrollar las demás. Y, ¿sabes qué? Aún no termino el proceso: sigo aprendiendo y subo el listón a sabiendas de que puedo mejor un poco más.

Pensándolo bien, quizás esa sea la razón por la cual me gusta tanto escribir: no hay un límite. Cada artículo, cada proyecto que me propone un nuevo cliente, significa un reto, un aprendizaje. Y, por supuesto, la posibilidad de avanzar en ese proceso de desarrollar estas habilidades. Esa es la única forma de garantizar que tengo absoluto control sobre la calidad de mi trabajo como escritor.

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Navidad es dar, compartir, agradecer y ser luz para otros

Desde niños, nos enseñan que la Navidad es pedir. Y durante muchos años lo hacemos con ilusión, con emoción, con devoción y, a veces, con ambición. Y les enseñamos a otros a pedir.

La vida, sin embargo, me enseñó que el verdadero sentido de la Navidad, el valor real de esta celebración, está en compartir y agradecer. No se trata de recibir, sino de dar.

Cuando recibes, si no agradeces y compartes, la acción de quien te entregó algo concluye ahí. En cambio, cuando agradeces y compartes también multiplicas y generas un efecto poderoso.

Cuando das, de manera genuina y desinteresada, aquello que sale de ti encierra un increíble poder transformador. Cuando das, la vida se activa para recompensar tu generosidad.

Que en esta celebración de la Navidad haya muchos motivos para agradecer lo que hay en tu vida y también, mucho por compartir. Que en esta Navidad solo tengas razones para sonreír y abrazar.

Que en esta celebración de la Navidad las risas ahoguen tus penas y que tus oraciones traigan paz, tranquilidad y abundancia para ti y los tuyos, y puedas compartirlas con otros.

Que cada luz que se prenda ilumine tu vida, tu casa, tu trabajo. Que cada deseo se haga realidad y que sean solo positivas y alegres las emociones que te embarguen en esta celebración.

GRACIAS por ser parte de esta incipiente aventura que es CarlosGonzalezCopywriter.com. Por tu apoyo, por tu confianza, por permitirme compartir contigo algo de mí, esta Navidad será feliz.

GRACIAS por aceptar mi invitación para despertar ese buen escritor que hay en ti. Estoy seguro de que, con disciplina, constancia, buena actitud y disposición positiva pronto verás los resultados.

¡Feliz Navidad! Que la magia de esta fecha riegue bendiciones en tu vida y multiplique todo aquello que das, compartes y agradeces.

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9 pasos para contar buenas historias sin ser un escritor profesional

“Las historias siguen un patrón: principio – nudo – desenlace”. Esa es la guía más común que vas a encontrar si le preguntas a Mr. Google. ¿En serio crees que es así de elemental? Si es así de fácil, por qué, entonces, ¿las buenas historias son tan escasas? ¿Por qué tan pocas empresas y tan pocos emprendedores incorporan el storytelling en su estrategia de marketing de contenidos?

No, por supuesto que no es tan elemental, ni tan fácil. Quizás el cuento que le relatas a tu niño en las noches para ayudarlo a conciliar el sueño tenga esta estructura, pero una historia destinada a conectar con las emociones de tus clientes es algo más elaborado. Entre otras razones, porque tus clientes, seguramente, no son niños. Además, tú no eres el único que les cuenta historias.

Pero, vamos por partes, como decía Jack, el destripador. Los seres humanos somos contadores de historias por naturaleza. Lo hacemos todo el tiempo, inclusive sin darnos cuenta. Y lo hacemos sin una estructura formal, especialmente cuando son historias orales. Eso quiere decir que en esencia cualquiera puede ser un buen storyteller. Sin embargo, no es tan fácil como suena.

¿Por qué? Un tema es contar cuentos, relatarles a los amigos lo que nos ocurrió en el trabajo o hablarles de la nueva relación que entablaste y otro, muy distinto, es contar historias para conectar con las emociones de tus clientes y persuadirlos para que ejecuten una acción específica que a ti te interesa. Son historias, sí, pero de niveles diferentes, con objetivos diferentes.

La primera puede ser improvisada o incoherente, puede no transmitir un mensaje, puede no tener un final, no importa. La segunda, la destinada a persuadir, la que tienes que contar en tu negocio o como emprendedor, en cambio, requiere un plan, una estructura que lleve al lector del punto A al punto B y que, por supuesto, transmita el mensaje que a ti te interesa. Si no lo hace, no sirve.

Si tú quieres ser un storyteller profesional, un artista para contar historias, primero debes ser un buen escritor. Así como el médico primero debe ser general, antes de ser especialista, o el abogado, o el sicólogo. El storytelling, y esto es algo que nunca te dicen porque no les conviene, es un nivel superior de la escritura profesional. Nadie es un storyteller sin antes ser un escritor.

“¿Eso significa que, si no escribo con frecuencia, jamás seré un storyteller?”, podrás preguntarte. Sí y no. Sí, repito, si tu interés es ser un escritor profesional, si vas a producir contenido para otros o vas a generar el contenido para comunicarte con tus clientes. No, si te olvidas del esquema que mencioné en el primer párrafo (principio – nudo – desenlace) y sigues la estructura que te enseñaré a continuación:

1.- Planteamiento del problema. Toda historia requiere un punto de partido que ubique al lector en un escenario: ¿de qué se trata? ¿Por qué se cuenta esa historia en particular? En este punto, lo que se pretende es generar la identificación, que el lector se dé cuenta de que él vive ese problema, de que no está solo en este mundo, de que es algo que aqueja a otras personas más.

“Alberto había intentado varias veces abordar a Carolina, pero cada vez que quería dar el primer paso su cuerpo se paralizaba. Era una situación incómoda, que lo hacía sentir muy mal, sobre todo porque había algo que le decía que ella no era una mujer más en su vida. Además, se le había metido en la cabeza la idea de que ella también estaba interesada en él, y eso lo mortificaba más”.

2.- Contexto. Es muy, muy muy importante y casi todos los narradores de historias lo omiten. El contexto es por qué tu protagonista es así, cómo llegó a sufrir este problema, qué episodios de su niñez o de su pasado lo marcaron. El contexto brinda el escenario de la historia, nos ubica en un tiempo y en un lugar, nos permite entender las circunstancias y el origen del problema.

“Habían pasado más de dos años desde que Alberto rompió con Sofía, a la que había considerado como el amor de su vida. Fue el momento más doloroso de su vida, porque jamás imaginó que ella pudiera traicionarlo. Y lo hizo. Desde entonces, decía que no había nacido para amar y, lo peor, se había vuelto inseguro y muy desconfiado en las relaciones, convencido de que era la solución”.

3.- El protagonista. Es uno solo y tiene que ser fuerte, muy bien delineado, que sobresalga con nitidez del resto de participantes de la historia. Es necesario definirlo bien en cuanto a su comportamiento, necesidades, sueños, miedos y debilidades, porque esa es la forma en que vas a conseguir que tu lector se identifique con él. Tiene que ser, además, de carne y hueso, no un superhéroe.

“Alberto es hijo único y fue sobreprotegido. Siempre se las arregló para hacer su santa voluntad, aún a costa de sus seres queridos. No era de muchos amigos, porque era posesivo y lo que más le interesaba era ser el centro de atención. Si no lo conseguía, se convertía en una persona tóxica y eso, por supuesto, le provocó muchos problemas cuando se graduó y comenzó a trabajar”.

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4.- El antagonista. Es el malo de la película y es indispensable. Siempre tiene que haber un malo, pero no siempre tiene que ser una persona: puede ser también una situación, una enfermedad, una creencia limitante, un miedo, en fin. Es el motivo por el que el protagonista tropieza una y otra vez con la misma piedra. Su rol es hacerle la vida imposible, pero al final será vencido.

“Sentir que estaba en una situación que no podía controlar era algo que lo ponía mal, impaciente, irascible, agresivo. De hecho, por varios episodios de este estilo lo despidieron de su último trabajo, a pesar de su buen rendimiento. Su actitud perjudicaba al equipo y el jefe decidió cortar por lo sano. Por supuesto, Alberto nunca aceptó su responsabilidad, ni entendió que él era el problema”.

5.- El héroe. Muchos creen que el protagonista siempre debe ser el héroe, y no es así. De hecho, es conveniente que sean personajes independientes, en especial, si son relatos de una empresa: en este caso, el protagonista es el cliente y el héroe, tú, el propietario, el que va a proveer la solución, el que acabará con su dolor. Y, atención, no puede ser más importante que tu protagonista.

“Era tal su desespero, que tuvo que dejar atrás el orgullo y recurrir a Ana María, su prima, a la que él consideraba la hermana que nunca tuvo. Era su confidente y lo conocía mejor que nadie, conocía secretos que jamás había revelado a otra persona. Era su última esperanza porque como mujer podía entender qué pasaba por la cabeza de Carolina y, en especial, qué sentía en su corazón”.

6.- Agitación del problema. A esta altura de la historia, tu relato ya debió haber conectado con las emociones de tu lector, que además debió sentirse identificado con tu personaje porque él también pasó por algo similar. Entonces, hay que exacerbar el dolor para que acepte que, sin el concurso de otros, será vencido. Pero, atención: el dolor tiene un límite, no lo vayas a superar.

“Ana María le propuso que hiciera una fiesta en su casa e invitara a algunos amigos para que fueran con sus parejas y así el ambiente resultara favorable. Y, claro, que invitara a Carolina. Lo que nunca imaginaron que fue Carolina apareció acompañada y Alberto era el único que no tenía pareja. Eso fue como una daga clavada en el corazón, un golpe muy fuerte para su orgullo”.

7.- El punto bisagra. Si te extralimitas con el dolor, tu historia no tendrá vuelta de hoja, no habrá un final feliz y las historias con final triste no le gustan a nadie. Por eso, tiene que haber algo que cambie el rumbo de la historia, algo que marque un antes y un después, algo que incline la balanza a favor de a tu protagonista en medio de la desesperación. Es una luz de esperanza.

“Después de un rato, sin embargo, ocurrió algo inesperado: Andrés, el acompañante de Carolina, no era su pareja, sino su hermano, al que convidó porque tenía pánico de estar sola con Alberto. Ella también se sentía muy atraída, pero la inseguridad de él la desconcertaba, la confundía. Lo llevó como escudo, pero no pasó mucho tiempo antes de que Andrés se distrajera hablando de fútbol, su pasión”.

8.- La solución. Es el momento en que el héroe asume su rol y actúa para acabar con el dolor del protagonista, para proporcionarle una salida. Tiene que ser convincente, contundente, algo que solo una persona especial, con superpoderes, pueda ejecutar. Pero, cuidado: también tiene que ser creíble, o la historia pierde validez. Recuerda que no todas las historias son ciencia ficción.

“Ana María se dio cuenta de inmediato y le dijo a Alberto que era hora de tomar la iniciativa. ‘Es hoy, ahora, o la pierdes para siempre’, le dijo. Luego, se encargó de programar la música y, claro, eligió las canciones que, sabía, le llegaban al alma a su primo. Cuando Alberto la invitó a bailar, Carolina también sabía que era ‘su momento’: por el resto de la noche, no hubo poder humano que los separara”.

9.- La moraleja. Es la parte más importante de tu historia y también la que más suele olvidarse. Es el epílogo de la película, la lección que transmite tu mensaje, el aprendizaje que arroja la experiencia que narraste. Una historia sin moraleja queda inconclusa y la historias inconclusas no le gustan a nadie. Además, y esto es superimportante, debe incorporar el final feliz, la transformación.

“Tras esa noche, esa maravillosa noche, Alberto entendió que tenía que cambiar, que no podía dejar que su ego y su temperamento causaran más problemas. Y entendió también que la mejor compañera en esa aventura era Carolina. Ella, por su parte, descubrió un hombre sensible y noble, justo como lo había soñado, y se comprometió a ayudarlo a dejar atrás ese pasado de tristezas”.

¿Cómo te pareció? ¿Demasiado difícil? ¿Crees que puedes hacerlo? Sí, claro que puedes hacerlo. Si sigues el esquema que te propuse, ¡puedes hacerlo! Por supuesto, la clave está en practicar una y otra vez, hasta que desarrolles la habilidad y se vuelva algo entretenido para ti. Inténtalo, crea una historia a partir de algo que te haya sucedido y pon en práctica estos 9 pasos: te sorprenderá el resultado…

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Cómo una idea, inclusive mediocre, puede ser un texto digno de leer

Una idea puede ser el comienzo de tu escrito, de una historia genial o tristemente el final del proceso. Así de sencillo, así de terrible. La de requerir una idea brillante para escribir es una de las creencias limitantes más comunes y más paralizantes que existen, en especial en aquellos que se dejaron convencer de que escribir es un don, algo que los dioses reservaron para unos pocos.

Y, no, no es así. Para nada. Escribir, y no me hartaré de repetirlo, es una habilidad. Y, como tal, es algo que cualquier ser humano puede desarrollar, que tú puedes desarrollar. Por supuesto, no se trata solamente de querer hacerlo, sino de hacer lo necesario para lograrlo. Y entre una y otra hay un largo trecho, pero al final del camino también una recompensa maravillosa. ¿Tú la quieres?

Si el oficio de escribir dependiera de una buena idea, de una idea brillante, prácticamente nadie escribiría. ¿Por qué? Porque la mayoría de las ideas que pasan por nuestra mente son ideas normales, ideas comunes y corrientes. Que, valga aclararlo, no significa que sean malas ideas o ideas desechables. Son ideas, simplemente, ideas que requieren trabajo para cobrar forma.

Por decirlo de una forma sencilla y fácil de entender, una idea es una semilla. No es el árbol, no son los frutos, no son las flores. Es, nada más, la semilla, el comienzo. Una semilla, para germinar y desarrollarse, necesita que la cuides, que la protejas, que le riegues agua y que, especialmente, le des tiempo para madurar. Porque, si no se lo permites, si quieres acelerar el proceso, se va a secar.

Y eso es, precisamente, lo que ocurre con la mayoría de las ideas que pasan por nuestra cabeza. Como estamos convencidos de que solo las buenas ideas, las ideas geniales, pueden convertirse en una buena historia, en un relato digno de leer, en un artículo al que vale la pena dedicarle unos minutos, entonces abortamos el proceso. Y nos quedamos con la duda: “¿Esa era una buena idea?”.

El origen de este mal es el cuento de la tal inspiración, de ese chispazo mágico del que hablan tantos artistas, escritores o, inclusive, deportistas. Que, por supuesto, en el caso del oficio de escribir es una gran mentira, una estrategia de marketing para darles realce a las obras que acaban de salir del horno. Porque, repito, si fuera por la tal inspiración, muy pocos podríamos escribir.

¿Por qué? Porque la inspiración, en realidad, es un instante de iluminación, como un fogonazo, una chispa que se prende, ilumina lo que está a su alrededor y se apaga. En esas condiciones, entonces, ¿cómo escribir una novela, por ejemplo? Se requerirían cientos de instantes de inspiración, miles o millones de esos chispazos, y así no funciona, porque nadie los puede provocar.

Lo que tú (o cualquier ser humano) si puedes provocar es que una idea común y corriente se transforme en una historia brillante, en un gran relato, en un artículo encantador. La idea es como la pasta cuando quieres preparar una lasaña: es el punto de partida. Sin embargo, para que sea una lasaña necesitas carne, pollo, queso, tomate, quizás champiñones y otros condimentos.

Y tienes que saber cómo combinarlos, cómo prepararlos. Y tienes que saber también cómo se debe alistar el molde, a qué temperatura debe estar preparado el horno y cuánto tiempo se demora la cocción. Lo mismo sucede con una idea: ella solita no es nada. Necesita que tú la acompañes, que la rodees de los elementos requeridos, que la cultives y le permitas madurar.

¿Y eso cómo se hace?, te preguntarás. Con paciencia y método, mi querido amigo. Inclusive un avezado periodista de medios, que recibe el dato de un hecho importante y en segundos debe convertirlo en una noticia de primera plana, necesita algunos minutos para digerir la idea, para entender su dimensión, para determinar qué elementos requiere para escribir algo impactante.

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Por supuesto, esa es otra habilidad que se desarrolla con la práctica, con la repetición. Nadie nace aprendido. Algunos lo hacen más fácil y más rápido que otros, pero no porque posean un don o porque sean más inteligentes. Después de un tiempo, además, esa habilidad se convierte en algo automático que se puede llevar a cabo en segundos, pero está lejos de la tal inspiración.

Por lo general, cuando un cliente me pide que escriba un artículo, un correo electrónico o el libreto de un video, puedo demorarme hasta dos días en sentarme frente al computador para escribir. ¿Por qué? Es el tiempo que requiere la idea básica para germinar, para madurar, para transformarse en algo que valga la pena escribir y leer. Terminado ese proceso, ya puedo escribir.

Y lo hago sin bloqueos, en un envión. Funciona así porque, además, en ese tiempo previo hice la investigación que se requería, determiné cuáles son los elementos adicionales que me van a servir para plasmar el mensaje adecuado y, sobre todo, recreé en mi mente esa situación de la que voy a escribir. En otras palabras, les di rienda suelta a la imaginación y a la creatividad para que me ayudaran.

Claro, también están el plan y la estructura. Recuerda las 8 preguntas que te ayudarán a darle estructura a tu texto: debes saber cuáles vas a responder, en qué orden, cuáles no vas a tener en cuenta para ese texto en particular. Así mismo, debes saber cuál será el recorrido de tu relato, es decir, el comienzo, la trama, el conflicto, los personales, el punto bisagra, la transformación y el final.

Podrás decirme que se antoja bastante complejo, pero no es así. Es cuestión de práctica: cuanto más practiques, mejor y más rápido lo harás. No hay otro libreto, no hay fórmulas, no hay magia. A la postre, es algo que se convierte en una rutina, en un paso a paso consciente. Es por lo que una persona común y corriente, con ideas comunes y corrientes pude escribir textos maravillosos.

Recapitulemos:

1.- No necesitas LA GRAN IDEA para comenzar a escribir. Puedes hacerlo, inclusive, a partir de una idea normal o de una idea mediocre

2.- La idea es simplemente el comienzo, el punto de partida, pero es insuficiente. Requieres sumar el resto de elementos, en especial el contexto (al que me referiré en una próxima nota)

3.- Una buena idea sin una buena estructura no llega a ninguna parte. Se necesitan la una a la otra, son complementarias. Sin una buena estructura, una buena idea se marchita

4.- De la misma manera, el plan es indispensable: ¿qué mensaje quieres transmitir?, ¿con qué elementos cuentas para hacerlo?, ¿qué tan profundo será el escrito?…

5.- Así como una semilla no se convierte en árbol y da frutos de la noche a la mañana, de un día para otro, una idea requiere tiempo de maduración para germinar y florecer

6.- Para que una idea se transforme en una gran idea, en una gran historia, requiere que la acompañen otras ideas. Las ideas son como las hormigas: el trabajo en equipo es su poder

7.- Una idea solo te servirá si crees en ella, si la adoptas con convicción. Si tú eres el primero que duda de ella, quizás nunca puedas escribir a partir de esa idea o tu escrito será mediocre

8.- Para el escritor, una idea es como una hija: hay que mimarla, cuidarla, ayudarla, darle soporte, rodearla bien. Si cumples ese objetivo, ella sabrá agradecértelo

9.- Olvídate de la idea de las ideas novedosas: la rueda ya fue inventada, al igual que el agua tibia. Lo que cambia, lo que hace única una idea es lo que haces con ella, cómo la transmites

10.- Recuerda que muchas de las creaciones maravillosas de la humanidad partieron de una idea normal o, inclusive, de un error: no mates tu idea sin haberle dado una oportunidad…

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Storytelling y marketing de contenidos: ejemplos de antes de internet

Voy a decirlo de una manera sencilla, quizás molesta para algunos: creen que descubrieron el agua tibia o, si lo prefieres, que inventaron la rueda. En esta época del año, cuando se acerca la Navidad y muchos hacen balances, mientras otros realizan proyecciones, nos quieren ver la cara de tontos: “Storytelling y marketing de contenidos serán las tendencias clave para 2021”, dicen.

Una de las mentiras que nos quieren vender desde hace unos 15 años es aquella de que el mundo cambió por cuenta de las redes sociales. Y no es así. Antes de que las redes sociales ya vieran la luz del sol ya existía internet, como también mi querido amigo Mr. Google, creado en 1998. Y, de la misma manera, el storytelling y el marketing de contenidos surgieron mucho mucho antes.

Ahora, en este insólito 2020, en el que pandemia nos cambió las rutinas y nos obligó a encarar la vida de una manera diferente, con nuevos hábitos y comportamientos, también nos dicen que fue “el resurgir” de estas dos poderosas herramientas. Y tampoco es cierto: siempre estuvieron ahí, solo que muchos, la mayoría, les hizo el feo, las consideró marginales hasta que llegó el COVID-19.

La realidad es que, en medio de la crisis, hubo quienes se acordaron de estas viejas y poderosas estrategias, a las que habían confinado en el cuarto de san Alejo. Y lo hicieron no por convicción, sino por estricta necesidad, por exigencia del mercado, en virtud de que se dieron cuenta de que, con sus puertas cerradas y los clientes confinados, habían perdido la conexión con estos.

Hay quienes argumentan, por ejemplo, que la pintura rupestre característica de la prehistoria es una forma primaria de storytelling. Y hay documentación confiable que revela que las empresas utilizan esta estrategia desde finales del siglo XIX. Mientras, el marketing de contenidos, como una serie de acciones encaminadas a interactuar con el mercado, data al menos de mediados de los 80.

Entonces, no, ni el storytelling, ni el marketing de contenidos son tendencias y, mucho menos, una novedad. Y tampoco se impusieron por la crisis provocada por el COVID-19. Y tampoco tienen como finalidad “vender más”, como lo podrás comprobar con los ejemplos que voy a reseñar a continuación y que te permitirán entender mejor cuáles son los superpoderes de estos recursos:

1.- John Deere, el pionero.
En 1895, un año antes del fallecimiento de su fundador, la empresa John Deere comienza a publicar la revista The Furrow, con el eslogan “Una revista para el agricultor estadounidense”, en tiempos en los que los campesinos de ese país comenzaban a adquirir maquinaria agrícola. El éxito de la publicación radicó en que rompió con el esquema de los catálogos de productos tradicionales.

Con gran visión, John Deere diseñó una revista con contenido de valor para los granjeros y contrató periodistas y dibujantes para crear un producto completamente distinto a lo que había en el mercado. Los artículos brindaban soluciones a problemas básicos de los granjeros, como estrategias para combatir las plagas o cómo mejorar la productividad con máquinas John Deere (claro).

A diferencia del resto de publicaciones de la época, The Furrow no estaba destinada a vender, sino a educar a los usuarios, a brindarles soluciones efectivas para problemas cotidianos, a darles consejos útiles para ganar más dinero. Por supuesto, aquellos que no tenían maquinaria de John Deere no demoraban en comprarla y, entonces, se cerraba el círculo exitoso de la estrategia.

En 1912, el tiraje de la revista alcanzó la increíble cifra de 4 millones de ejemplares. Actualmente, según la web de la marca, se distribuye en 115 países, en 14 idiomas, lo que la ubica como la publicación agrícola con mayor circulación. Además, tiene una versión en español, titulada El Surco, que circula en Latinoamérica. Cumplió 125 años y ahora también está presente en internet.

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2.- La Guía Michelin y sus estrellas
No mucho después, en 1900, y del otro lado del Atlántico, en Francia, surgió la famosa Guía Michelin. Este es un producto bien interesante, porque surgió como una guía de carretera que les brindaba a los viajeros consejos para el mantenimiento de los neumáticos y los autos, así como información de servicios como mecánicos, médicos, restaurantes y curiosidades. Era gratuita.

La historia registra que la primera edición contenía 400 páginas y tuvo un tiraje de más de 400.000 ejemplares, algo insólito para la época. Más tarde, en 1920, en virtud del éxito de la publicación, pues todos los conductores franceses querían tenerla en su vehículo, la guía dejó de ser gratuita. En contraprestación, se agregó contenido relacionado con restaurantes y atracciones turísticas.

Hoy, cuando los medios de comunicación intentan cobrar por su contenido, con resultados muy discretos, la Guía Michelin completó un siglo vendiéndose entre los usuarios de 90 países. La publicación cuenta con 14 ediciones que brindan información de carreteras y restaurantes de 23 países, además de artículos de interés de su público objetivo, como entrevistas y, claro, recetas.

Además, está la Guía Michelin con una versión digital con versiones tan variadas como Estados Unidos (Nueva York, Chicago, California y Washington), Brasil, China, Hong Kong, Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Tailandia y Europa (prácticamente todos los países). Y cada año se publica la guía que designa los mejores restaurantes del mundo, que goza de gran prestigio y credibilidad.

3.- Bimbo, el osito querendón
Creada a comienzos de diciembre de 1945, tan solo tres meses después de que se acallaron los cañones de la Segunda Guerra Mundial, el hoy llamado Grupo Bimbo, la panificadora más grande del mundo, también se apalancó en el storytelling y el marketing de contenidos. La empresa fue creada en Ciudad de México en una época en la que el pan no era parte de la dieta habitual.

El Super-Pan Bimbo, el primer producto masivo de la marca, fue promocionado en los principales diarios de la capital mexicana, en una agresiva campaña publicitaria destinada a destacar sus beneficios. “¡Bimbo llega a usted siempre fresco!” o “Un pan moderno para una vida mejor” eran algunos de los mensajes con los que se pretendía incentivar el consumo en los hogares aztecas.

“¡Qué rico!… ¡Sí, qué bueno!… ¡Delicioso! Estas serán las aclamaciones de los niños y de todos en cuanto usted, señora, les ofrezca pan Bimbo. Y es que Bimbo, por la riqueza de sus ingredientes puros y su cuidadosa elaboración, resulta más apetitoso”, es el texto de uno de los avisos. Sin embargo, la novedosa estrategia de comunicación de la marca ofreció otros bocadillos deliciosos.

Lorenzo Servitje, fundador de la empresa, creó un programa de radio llamado Revista Radiofónica Bimbo, en el que se recreaban las historias del osito Bimbo, la mascota de la marca. De esta forma, fue más fácil llegar al público infantil, a través de relatos con alto contenido educativo y recreativo. En los últimos tiempos, logró hitos de audiencia con comerciales de televisión muy creativos.

4.- Chocolatinas Jet, un álbum, una aventura
En el transcurso de las últimas seis décadas, varias generaciones de colombianos crecimos no solo saboreando las icónicas Chocolatinas Jet, sino también aprendiendo con las láminas incorporadas en el empaque, que podían coleccionarse en un álbum. El primero circuló en 1962 y su temática era la conquista del espacio, que por aquel entonces estaba en pleno furor en el planeta.

Un año más tarde apareció Auto-Jet, con la historia del automóvil y momentos memorables del automovilismo. En 1964 fue el turno de Banderas y Uniformes, un recorrido por los diferentes países para aprender de su historia a través de estos íconos culturales. En 1965, con El hombre y el mar, se centró en la evolución del transporte marítimo y la relación del hombre con el mar.

En 1968, finalmente, se estableció la línea que perduró casi 40 años: historia natural. Los animales y la naturaleza, además de datos curiosos, eran protagonistas de los didácticos textos publicados al respaldo de las coloridas láminas. En 2007 llegó El mundo de los animales, seguido de El mundo de los animales prehistóricos y en peligro de extinción (2011) y de Planeta sorprendente (2013).

En 2017, en conjunto con National Geographic y Parques Nacionales Naturales de Colombia, se creó Vive la aventura Colombia, la más reciente versión del álbum, que se puede llenar en formato de papel o virtual, a través de una aplicación digital. La educación de sus clientes, además del entretenimiento, han sido los pilares de esta impactante estrategia de marketing de contenidos.

Como ves, nada de novedad, nada de tendencia: solo creen que descubrieron el agua tibia o que inventaron la rueda, pero ni lo uno, ni lo otro. El storytelling y el marketing de contenidos están con nosotros hace décadas al servicio de quienes sabemos cuán poderosas son estas herramientas y cuál es el impacto positivo para generar una conexión con el mercado, con nuestros clientes.

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