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¿Menosprecias el impacto de tu mensaje, de tu comunicación?

Compartir o publicar contenido, bien sea a través de canales digitales o de los medios tradicionales, es un ACTO DE FE. Y no solo ahora, en estos tiempos de hiperconexión; y no solo por las poderosas herramientas que disfrutamos: siempre fue así, y no cambiará. Es un acto de fe porque nunca sabes en si te ven y, algo más importante, cuál es tu impacto.

Solemos pensar, porque así nos lo han enseñado, que el impacto se mide en función de los likes, de los clics o de los comentarios. Si bien cuando publicas en redes sociales debes tener en cuenta esas métricas, la realidad es que no te permiten medir el impacto alcanzado. ¿Por qué? Porque a veces, muchas veces, son reacciones surgidas de las traviesas emociones.

Es decir, el like de tu padre, de tu pareja, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo. Es decir, clics hechos más con el corazón que con la razón y que, por lo tanto, no te dan la posibilidad de saber, a ciencia cierta, si ese contenido impactó, si informó, si educó, si entretuvo a esa persona, si la inspiró. En últimas, son clics que no te sirven para nada.

Pero, ¿qué es impacto? El diccionario nos da dos opciones: “Golpe emocional producido por un acontecimiento o una noticia desconcertantes”, por un lado, y “Efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe”, por el otro. Fíjate que las dos nos llevan por el lado negativo, el de las malas experiencias.

En cambio, el impacto al que me refiero, esa huella o cicatriz que todos podemos dejar en la vida de otros, es positivo, constructivo, empoderador, inspirador. Es decir, el que se produce luego de un intercambio de beneficios, el que surge a partir de compartir tu conocimiento y experiencias. En esencia, el que te permite el privilegio de transformarla vida de otros.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando todavía no existían internet y estas maravillosas herramientas del siglo XXI, era muy distinto. De hecho, la medición de las audiencias no era algo que preocupara a las empresas, a los medios: había poca competencia y el mercado se distribuía más por tradición: consumías los mismos medios que les gustaban a tus padres.

Cuando comencé a trabajar en medios, luego de salir de la universidad, por primera vez me preocupé por ese tema del impacto. La mentalidad era distinta porque la premisa básica era publicar ‘las noticias’. No había cabida para más. Y en un país convulso como Colombia hay muchas ‘noticias’. Además, había otro factor que condicionó mi visión del impacto.

¿Cuál? Trabajaba en el medio de comunicación más importante, el de mayor impacto. Recuerdo que la gente solía decir “Si no se publica en El Tiempo, nadie se entera”. Es decir, el impacto estaba garantizado. Sin embargo, eran pocas las ocasiones en las que uno tenía la oportunidad de constatar cuál había sido el alcance real de sus publicaciones, el impacto.

En especial, al comienzo. ¿Por qué? Porque a los novatos, a los jóvenes, no se nos permitía firmar las notas, un privilegio de los consagrados, de los reconocidos. Entonces, publicabas tu noticia y casi nadie sabía que eras el autor: era probable que mucha gente la leyera, pero esas personas no sabían que tú la habías escrito. No te niego que era una pequeña frustración.

Eso cambió cuando, por primera vez, mi nombre apareció en el encabezado de la noticia. No solo me sentí muy orgulloso, sino que supe cómo era eso del impacto: al regresar a casa, esa noche, mi mamá me contó que habían llamado la abuela, unos tíos y algunos amigos para felicitarla. ¡Aunque ninguno eran un aficionado al deporte, habían leído mi noticia!

Más adelante, experimenté el impacto por otra vía: la retroalimentación de los protagonistas de la noticia. Principalmente, deportistas y dirigentes, y cada vez más amigos y familiares de ellos. Aprendí que, a pesar de mi intención, de mi esfuerzo, lo que escribía no le gustaba a todo el mundo; de hecho, había personas que se sentían ofendidas. ¡Los juegos del ego!

Descubrí, entonces, que eso del impacto era cuestión de doble vía. Es decir, que mis escritos podían provocar reacciones positivas, pero también otras negativas. Que, por lo general, se manifestaban a través de críticas destructivas, de apelativos descalificadores. “Ahora ya sabe lo que se siente ser periodista de verdad”, recuerdo que me dijo un compañero de entonces.

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Fueron incontables las ocasiones en las que pude comprobar el impacto de mis publicaciones. Y si bien siempre tuve una intención positiva, aprendí que cada uno toma lo que quiere de la vida. Es decir, a veces, muchas veces, lo que en su origen es bueno, se percibe como malo. Quizás por los juegos del ego (otra vez). Le quité mi atención a lo que no la merecía.

Después llegó internet, que nos dio la posibilidad de entrar en una dimensión desconocida. Lo era entonces y lo es todavía. Sin embargo, es algo muy parecido a la magia, porque si en la era de los medios de comunicación análogos era difícil determinar tu impacto, en la de la red de redes es prácticamente imposible. Y, de nuevo, olvídate de las métricas tradicionales.

La idea que dio origen a este contenido es invitarte a hacer una reflexión: que, si todavía no lo hiciste, seas consciente del impacto que producen tus mensajes, tu comunicación. En todos los ámbitos, como las conversaciones con tu pareja o con tus hijos, en los correos electrónicos de tu trabajo, en las publicaciones que haces en redes sociales. ¡Todas generan un impacto!

Aunque no lo percibas, aunque jamás te enteres, aunque no puedas disfrutarlo, debes saber, debes entender, debes reconocer, que produces un impacto en los demás. Los que están cerca de ti, los que están a miles de kilómetros de ti: es la magia de internet. Cuando aceptas que es algo que está fuera de tu control, créeme que vas a disfrutarlo: ¡serás un héroe anónimo!

A comienzos de 2015 publiqué un libro (el segundo de tres): Santa Fe, la octava maravilla, se llamó. Un homenaje a Santa Fe, uno de los equipos de Bogotá en el fútbol profesional, que se había consagrado campeón a finales de 2014. Era su octava conquista. El libro resumía algunos de los retazos más destacados de la historia del equipo y, por supuesto, la campaña ganadora.

Fueron incontables las experiencias gratificantes con aficionados de todas las edades. En especial, con mujeres y niños. Hubo una, sin embargo, que me indicó que bien había valido el trabajo realizado: un adulto mayor, de más de 70 años, que había visto campeón a Santa Fe en 1948 y llevaba toda la vida esperando un libro que relatara la historia de su equipo amado.

“Gracias por escribirlo”, me dijo emocionado, al borde de las lágrimas, mientras le firmaba el ejemplar que había comprado. Su vida era un poquito mejor gracias a las historias relatadas en esas páginas, de momentos que él había vivido, de muchos que había olvidado. Y también de algunos que desconocía, a pesar de que se consideraba un hincha fiel desde que era niño.

Moraleja: casi nunca sabes la vida de quién tocas, de quién impactas con tus mensajes, con tu comunicación. Sin embargo, puedes estar completamente seguro de que producen un impacto que transforma su vida, que les brinda felicidad, que las hace sentir privilegiadas. Todo lo que haces, todo lo que comunicas, genera un impacto, solo que muchas veces no lo sabemos.

A los seres humanos se nos ha concedido un honor increíble, algo así como un superpoder: tocar vidas, impactarlas. Y la vida, generosa y maravillosa, nos proporciona herramientas poderosas: conocimiento y experiencia, el aprendizaje de nuestros errores. Lo que solemos llamar nuestra historia, que es un acervo ilimitado de recursos para ayudar y servir a otros.

Como consultor de estrategias de marketing de contenidos y alguien que intenta inspirarte a compartir lo que eres, tu mensaje, me sorprende ver cómo tantas personas eligen la única opción fallida. ¿Sabes cuál es? No hacer nada, no compartir nada, quedarse con ese valioso tesoro de conocimientos, experiencias y aprendizaje solo para ellas. ¡Es un gran desperdicio!

Recuerda algo: nada de lo que la vida te dio es gratis o es tuyo. No es gratis porque, de una u otra forma, algo tuviste que hacer para recibirlo. En el caso del conocimiento, tu tiempo, tu esfuerzo, tu interés. Y no es tuyo, sino que te fue prestado o, de otro modo, es un tesoro que te fue entregado para que lo administres, tú eres el instrumento para que llegue a otros.

En consecuencia, es tu DEBER, tu RESPONSABILIDAD, compartir ese tesoro con otros. Tu mensaje, tu conocimiento, tu comunicación, tus experiencias, el aprendizaje de tus errores. Todo aquello que produzca un impacto en la vida de alguien, de un desconocido. Así no te des cuenta, así nunca lo sepas, así no te lo agradezcan. Créeme: la vida se encargará de darte lo que te mereces…

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Humaniza tu marca: cuenta tu historia, conecta e inspira

“Érase una vez…”. Todos, sin excepción, escuchamos estas palabras alguna vez, en especial en la niñez, y con el paso del tiempo las recordamos con nostalgia, quizás con alegría y felicidad. O, a lo mejor, tú mismo las utilizas todavía cuando intentas arropar a tu hijo para que concilie el sueño o, de pronto, sentado en el regazo del abuelo, esté tranquilo mientras tú atiendes la visita.

La poetisa, ensayista, novelista y, sobre todo, activista política estadounidense Muriel Rukeyser nos dejó una frase memorable: “El universo está hecho de historias, no de átomos”. De hecho, cada ser humano que ha existido o que existe es en sí mismo una gran historia compuesta por miles, millones de pequeñas historias. Cada día vivido es una porción de la colcha de retazos de la vida.

Lo que muchos no entienden es que todas las historias son dignas de ser contadas, compartidas. Todas, sin excepción, encierran un aprendizaje y nos ofrecen una moraleja valiosa, solo que a veces pierden su impacto porque quien las cuenta no logra transmitirla. Es como los chistes: los buenos, los que nos hacen reír, tienen mayor impacto si quien los cuenta lo hace con gracia y estilo.

De hecho, yo soy pésimo contando chistes. ¡No tengo gracia alguna! En vez de risa, provoco lástima. Por el contrario, soy muy bueno contando historias. No solo disfruto hacerlo, sino que también tengo la sensibilidad para transmitir emociones, para provocar que quienes las escuchan o leen se involucren en la trama y, lo más importante, para que esos relatos se recuerden.

Piénsalo de esta manera: a lo largo de tu vida has conocido a cientos, a miles de personas. En tu barrio, en el colegio, a través de otros amigos, en el trabajo… Cientos o miles. Sin embargo, a muchas no las recuerdas y tampoco tienes claras las circunstancias en las que estuviste con ellas o cuándo los conociste. En últimas, son historias intrascendentes, de las que no transmiten.

Primera lección: las historias, como tal, no son buenas o malas. Lo que las diferencia, lo que ubica cada una en un extremo, es cómo se cuentan o quién las cuenta, así como el objetivo que persigue. Por eso, las premisas del tipo de “cuenta historias y vende más” o “usa el ‘storytelling’ y consigue más clientes” no solo no son ciertas, sino que son una engaño descarado. ¡Esa es la realidad!

Si fuera tan fácil, si seguir un libreto o utilizar una plantilla fuera el secreto del poder de las historias, todos los que las utilizaran, sin excepción, serían multimillonarios. Y no es así, por supuesto. De hecho, son más, muchas más, las historias insulsas, desabridas o patéticas que vemos a diario que las realmente buenas, las inolvidables. Los canales digitales están llenos de aquellas.

Eso se da porque la mayoría de las historias están cortadas por la misma tijera o, dicho de otra manera, son historias condenadas al fracaso. ¡De origen, son un fracaso! Y eso es, tristemente, lo que les sucede a muchas marcas, empresas o personas; a muchos negocios y, cada vez más, a los profesionales independientes que intentan posicionarse en internet a través de las historias.

¿Por qué? Porque son historias mal concebidas, historias que no se enfocan en lo que a las audiencias les interesa, sino en lo que el autor desea o necesita transmitir. Entonces, son historias a las que les falta algo muy importante: ¡la capacidad para transmitir emociones! Y, a través de ellas, producir identificación, empatía, simpatía, además de informar, educar, entretener e inspirar.

Sin la montaña rusa de las emociones, ninguna historia trasciende. Y con emociones no me refiero a hacer payasadas, a gritar, a llorar o a posar de víctimas como hacen los patéticos influencers. Se trata de emociones auténticas (es decir, sin libreto) que logren captar la atención de la audiencia y, lo que marca la diferencia, conectar con los valores, principios, sueños y proyectos de otros.

El poder del storytelling genuino es conectar a través de la emociones con quienes hayan vivido experiencias similares a las tuyas y, entonces, logren identificarse. Por ejemplo, los padres de niños autistas o con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) se identifican entre sí, más allá de que cada caso es único, de que cada persona es un universo irrepetible.

Así, por ejemplo, sucede en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA). Las razones por las cuales cada una de esas personas toma la decisión de ingerir una bebida alcohólica, los efectos que la bebida les produce y los comportamientos que se derivan del abuso son parecidos, aunque únicos. Sin embargo, se identifican por la problemática, las emociones, el tras bambalinas de la adicción.

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Y esa es, precisamente, la razón por la cual esas reuniones son el escenario ideal para recibir ayuda, para apoyarse para controlar la adicción y llevar una vida ‘normal’. Entre ellas se escuchan, se comprenden, comparten historias y a veces se juzgan. Son esas otras personas que no tienen control sobre la bebida las más idóneas para ayudarlas, porque padecen lo mismo.

Segunda lección: las historias que cuentes carecerán de poder si no pueden conectar con las emociones de otros. O si esos otros no han vivido experiencias similares a las que cuenta tu historia. O no las quieren vivir. Recuerda el mencionado ejemplo de los padres de niños con TDAH o piensa en los aficionados a la música clásica, que se comportan como una comunidad.

Hoy, cuando hay más competencia que nunca en el mercado, cuando los productos o servicios que se ofrecen están cortados por la misma tijera, la clave de la diferenciación es la autenticidad. Ser diferente ya no es una opción, sino una prioridad. Ser auténtico es el activo más valioso que posees y la llave para abrir la puerta de la vida de aquellos a los que puedes impactar con tu historia.

Te confieso que no entiendo por qué tantas personas son reacias a contar su historia, a compartirla con otros. Sé que en el fondo está el temor a verse vulnerables, a sentirse vulnerables, a que los demás se aprovechen de sus debilidades. Si eres una de esas personas, entiende que nadie es perfecto, que todos erramos, que todos tenemos defectos o carencias, ¡todos, sin excepción!

Lo irónico es que es esa vulnerabilidad, precisamente, la que permite conectar con las emociones de otros y generar empatía y simpatía. Recuerda el ejemplo de los alcohólicos anónimos. Y es también esa vulnerabilidad la que blindará de autoridad tu mensaje, ¿lo sabías? Sí, porque es la forma en la que dirás al mercado que pasaste por lo mismo y que sabes cuál es la solución.

Una de las pesadillas del marketing actual, dentro y fuera de internet, es que abundan los expertos que te garantizan el éxito a través de fórmulas que ellos no han probado para alcanzar la fortuna que nunca consiguieron. Son como los profesores que te hablan sobre negocios, pero nunca han creado una empresa o el médico con notorio sobrepeso que te dice que debes hacer ejercicio 150 minutos a la semana.

¿Y sabes cuál es una característica común en la mayoría de ellos? Que saben contar historias, más allá de que son historias postizas, falsas, que pierden poder pronto. No te van a solucionar ningún problema, no te ayudarán a cumplir ningún sueño, pero te encandilarán con sus relatos, con su prosa, y te llevarán a comprarles algo que no solo no necesitas, sino que no te servirá.

Ahora, piensa en la otra cara de la moneda. ¿Sabes cuál es? La de la integridad, la autenticidad, la genuina vocación de servicio; también, la de las historias que conectan, que conmueven y, sobre todo, que inspiran. Historias comunes, pero poderosas; comunes, pero valiosas; comunes, pero transformadoras a través de las experiencias, del aprendizaje de los errores, de la vulnerabilidad.

En el mundo actual, en especial si eres un profesional independiente, si tú eres la marca de tu empresa o negocio, debes saber que tú eres el producto. Es decir, antes que lo que ofreces, bien sea un producto o un servicio, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que nadie te dará su dinero antes de confiar en ti, de creer en ti o, si así lo prefieres, de conectar con tu historia.

El objetivo del storytelling es darle una cara humana a tu marca, algo indispensable si tú eres la marca, el producto. Ten en cuenta que el mercado no quiere comprar, sino establecer relaciones con otras personas, que redunden en un intercambio de beneficios. Y eso solo se dará si existe un vínculo de confianza y credibilidad, una conexión emocional y una historia de la que quiera ser parte.

Historias reales, por supuesto. Historias de vida, de las que dan cuenta de los momentos de duda, de dificultad, de los momentos en los que la vida te exigió explorar en tu interior y sacar a relucir el superhéroe que hay en ti. Historias que le cuenten al mundo lo valioso y valiente que eres y, a través de ese mensaje poderoso, inspires a otros a construir sus propias historias de éxito.

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¿Qué es una buena historia? Te revelo las 5 características

Los seres humanos, todos, sin excepción, tenemos la inútil capacidad de complicar lo que es simple. O, de otra forma, de elegir el camino más complicado, aquel en el que abundan las dificultades en vez del que se presenta expedito. Es un comportamiento adquirido, convertido en un hábito, que se manifiesta en todas las actividades de la vida diaria.

Una de las razones es que nos enfocamos en el resultado que esperamos o deseamos obtener en vez de hacerlo en el proceso. Que, finalmente, es lo importante: el resultado está determinado por el proceso. Cuanta más atención le prestes al proceso, a los elementos, al paso a paso, mayor control tendrás sobre lo que ocurre y, claro, sobre el resultado.

Veamos un ejemplo: un día te da el arrebato de salir a trotar en la mañana, con la excusa de conservar una buena forma física, y a las dos semanas tiras la toalla, exhausto. ¿Por qué? En muy corto tiempo pasaste de 1-3 kilómetros a 15-20, sin la preparación adecuada, sin haber cumplido con el proceso adecuado, requerido. Entonces, tu cuerpo se rebeló y dijo ‘no más’.

O, quizás, pagaste un curso para aprender inglés, en el entendido que es una herramienta que le aportaría valor a tu perfil profesional. Comenzaste bien, pero al cabo de 3-4 niveles asumiste que ya sabías “suficiente” y lo dejaste. El resultado de esa decisión se refleja pronto: el día del examen de validación para la entrevista de trabajo, no pudiste conversar con el reclutador.

No hay duda de que nos encantan los atajos, cortar camino. O, de otra forma, elegimos la ruta que se nos antoja más fácil. El problema, porque siempre hay un problema, es que no nos damos cuenta de que ese no es el camino correcto. Lo hacemos quizás cuando ya estamos atrapados, perdidos, cuando las evidencias nos demuestran que fue una mala decisión.

Esta es una dificultad que se manifiesta, en especial, a la hora de intentar crear contenido para compartirlo con tu audiencia, con tus clientes o prospectos. Nos ofrece dos caras: por un lado, la del facilismo, aquella de pararse frente a la cámara, bailar, hacer payasadas, decir bobadas y posar de buena onda. Al final, sin embargo, tu mensaje es vacío, carece de valor.

Por otro lado, cuando dejamos que nos domine el síndrome del impostor. Pensamos que nunca estamos listos, que ese contenido todavía “no está perfecto”, que hay cosas por mejorar, que es necesario revisarlo una vez más (la número 138). Entonces, nos quedamos en ese punto muerto, no avanzamos y, lo peor, perdemos la oportunidad de compartir nuestro conocimiento.

Con frecuencia, recibo solicitudes de personas que desean crear historias para comunicarse con el mercado, con su audiencia o, eventualmente, para crear una audiencia. Las atrae aquello de ‘la magia del storytelling’, que no es magia, por supuesto. Se trata de una técnica que cualquiera puede aprender, adaptar y utilizar en sus estrategias de contenidos.

Es decir, no requieres ser comunicador, o periodista, o cineasta, o libretista graduado. Todas las personas, sin excepción, sabemos contar historias. De hecho, lo hacemos todo el tiempo, solo que de manera inconsciente. Y esa es una de las dificultades: las buenas historias, las que dejan huella y provocan un impacto, las inolvidables, surgen en el plano consciente.

Contamos historias cuando tomamos café con un amigo o nuestra pareja en la tarde. O cuando vamos a casa de nuestros padres y los ponemos al tanto de cómo avanza nuestra vida. O cuando conversamos con un colega y compartimos detalles del proyecto que nos apasiona en ese momento. Y así sucesivamente, contamos historias todo el tiempo.

El problema es que la mayoría de esas historias son como las stories de las redes sociales. ¿Sabes a qué me refiero? A que tienen muy corta vigencia, desaparecen pronto. Fueron algo ocasional, casi siempre superficial, y no trascendieron. Como las historias de los patéticos influencers, que poco o nada de valor aportan, que se traducen en una pérdida de tiempo.

La pregunta que quizás te haces en este momento es ¿cómo crear una historia de impacto?, ¿cómo producir un impacto positivo con una historia sin caer en las trampas de la banalidad o del síndrome del impostor? Lo primero que puedo decir es que no hay una fórmula exacta, un libreto perfecto, pero sí una técnica que ha sido validada y que cualquiera puede aprender.

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¿Qué caracteriza a una buena historia? Veamos:

1.- Es un relato que está en capacidad de conectar con las emociones de otros o de conectar a través de las emociones. Que, valga decirlo, no es gritar, no es una actuación histriónica. Las historias de mayor impacto son las más sencillas, las que cualquier persona, más allá de su edad o nivel educativo, puede comprender y disfrutar. Lo bueno, si es simple, dos veces bueno.

Para conectar con las emociones o a través de ellas se requiere que ese relato se sustente en la realidad. Eso, sin embargo, no significa cortarle las alas a la imaginación, a la creatividad. La idea es que la historia cuente situaciones de la vida común que otros hayan vivido (aunque en circunstancias y escenarios distintos). El objetivo es conectar a través de la identificación.

2.- Una buena historia, sin duda, debe ser entretenida. Que no es provocar risas todo el tiempo, porque puedes caer en lo mismo de tantos: hacer el ridículo. Entretenido significa que tu historia no es lineal, plana, sino una montaña rusa de emociones, de situaciones, de circunstancias. Subidas y bajadas, curvas peligrosas y riesgos inminentes. Como la vida.

Muchas personas, al contar una historia, cometen el error de mostrar solo la cara positiva del hecho, de ocultar lo negativo, lo doloroso, lo que las avergüenza. Y es justamente en estos elementos donde se esconde el poder de la historia. Por supuesto, debe haber un punto de equilibrio: no todo bueno, no todo malo o trágico. Así no es la vida y se pierde credibilidad.

3.- Es fundamental, así mismo, que tu historia rompa esquemas, que sea imprevisible. Como cuando vas al cine y durante el desarrollo te imaginas mil y un finales posibles. Sin embargo, lo que sucede es distinto y, entonces, sorprendido, piensas “¡genial!”. Lo importante es que esos giros de tu historia sean creíbles, tengan un sustento o tu cerebro los desacreditará.

Todas las historias, sin excepción, son una mezcla de realidad y ficción. Eso es, justamente, lo que las hace apasionantes. Si solo se basaran en la realidad, en hechos, se correría el riesgo de aburrir por cuenta de la repetición. La imaginación, entonces, aporta esa dosis de sorpresa, lo inesperado. Pero, cuidado: hay una línea que no deberías sobrepasar jamás.

4.- Las buenas historias, las que perduran, las que provocan un impacto positivo, son aquellas que incorporan un aprendizaje o, de otro modo, las que significaron un momento único en la vida del personaje. ¿Quién, por ejemplo, olvida su primer beso? Nadie, claro. ¿Quién se olvida de la emoción de montarse en su primer carro? Son momentos inolvidables.

Que nos enseñan algo, como el fruto del esfuerzo del trabajo o la disciplina para ahorrar, en el caso del carro. O que los besos son muy distintos cuando estás verdaderamente enamorado. Si tu historia no aporta valor, no enseña algo, será efímera, se olvidará rápido. Por eso, nunca olvides compartir qué aprendiste de esa experiencia, cómo te sirvió para mejorar tu vida.

5.- Por último, tu historia debe servir para algo. Esa es la tarea de la moraleja, el ingrediente de la receta que muchos olvidan o, simplemente, omiten. Una historia sin moraleja carece de poder, se olvida rápido. La moraleja es un mensaje que va más allá de lo aprendido. Por ejemplo, “los buenos vencen a los malos”, “robar no es bueno”, “el amor siempre triunfa” y otros más.

Estos son trillados, pero efectivos. Por supuesto, tú eliges la moraleja que vas a transmitir en tu historia. Ese mensaje, corto y preciso, que quieres que tu audiencia grabe en su cerebro, tatúe en su piel para que no lo olvide. La moraleja es una enseñanza superior conectada con los valores, principios, propósito de vida y sueños que dieron origen a tu historia.

Después de leer los párrafos anteriores quizás pienses que es complejo, pero la realidad es distinta: ¡este es el camino fácil! Y más seguro, también, en tu intención de provocar impacto en tu audiencia. Se te antoja complicado, a lo mejor, porque no lo has utilizado. Practícalo una y otra vez y, como cuando aprendías a montar en bicicleta. Cada vez lo harás mejor y será más fácil.

Una recomendación final: ¡despójate del ego! ¿Eso qué significa? La mayoría de las personas se cuida de no mostrar su lado vulnerable, de no hablar de sus errores o defectos. Piensan que así la audiencia las percibirá mejor, pero el resultado es contrario: pierden credibilidad. Los seres humanos, todos, somos vulnerables, cometemos errores, tenemos defectos.

Y son estos, precisamente, los que a través de las emociones y el aprendizaje adquirido nos conectan con otros. Porque, en últimas, no lo olvides, los seres humanos somos parecidos, nuestra esencia es la misma. Si quieres conectar con otros, entonces, no basta con que cuentes ‘tu mejor versión’: la real, la vulnerable, le dará valor a tu mensaje, producirá un mayor impacto.

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Inspirar, la forma más poderosa de conectar a través de tus contenidos

En el pasado, en el siglo pasado, el objetivo principal de cualquier marca o negocio era vender. Su trabajo consistía exclusivamente en ofrecerle al mercado un producto o servicio que supliera una necesidad. Fin de la historia. Hoy, sin embargo, dado que el mundo y la vida dan muchas vueltas, el escenario es radicalmente distinto: ya no es vender, sino inspirar.

Como decía el gran Jack, el destripador, “vamos por partes”. Lo primero que hay que convenir es que el mercado hoy es muy distinto. Antes, solo había marcas (empresas y negocios), pero fruto de la revolución digital impulsada por internet las marcas se transformaron y ahora son personas, somos personas. Emprendedores o profesionales independientes que monetizan su conocimiento.

Abogados, médicos, sicólogos, odontólogos, terapeutas, contadores, comunicadores, administradores de empresas, diseñadores gráficos o nutricionistas, entre muchas otras profesiones, hoy son, somos, marcas. Que encontramos en internet la tienda más grande del mundo, un escenario en el que es posible ganar dinero gracias a lo que sabes, a lo que haces.

Como seguramente sabes, soy periodista con una larga trayectoria en los medios de comunicación como en empresas privadas. Comencé en la era preinternet, viví el tránsito de la conversión tecnológica de las redacciones (el paso a los computadores) y finalmente di el salto a la digitalización, a internet. Acredito una trayectoria que llega casi a los 37 años.

Como imaginas, he vivido grandes transformaciones que, por supuesto, me curtieron como persona y como profesional. He tenido que adaptarme a distintos escenarios, además de desarrollar una variedad de habilidades. En especial, desde que los insondables caminos de la vida me llevaron a ser lo que llamábamos freelance, ahora autónomo o profesional independiente.

Pasé de las salas de redacción, de las oficinas de prensa, a ser yo mismo el medio de comunicación y, en los últimos años, un creador de contenidos. Comencé como periodista de espectáculos (conciertos, artistas, música, televisión), eché raíces en los deportes y más adelante, por los vaivenes del oficio, escribí un poco de todo, de lo que se presentara.

Hasta que aterricé en los terrenos del marketing. Que jamás habían estado en el radar o en los planes. Son casi ocho años haciendo camino al andar y, lo mejor, descubriendo nuevos escenarios, enfoques, y asumiendo retos distintos. Eso sí, guiado por un eje transversal: el mensaje. O, quizás, debería decir más bien el poder del mensaje, el insumo de mi oficio.

Lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que aquello que aprendí en las aulas universitarias, primero, y luego en las salas de redacción y las oficinas de prensa es justo lo que me ha permitido sobresalir en el marketing. Cuando llegué a este campo, me di cuenta de que tenía un valioso conocimiento y habilidades para hacerme de un lugar en el mercado.

He trabajado con coaches de desarrollo personal, agentes inmobiliarios, emprendedores y empresas para los que he creado contenidos diversos. ¿Por ejemplo? Acerca de turismo, de bienes raíces, de gastronomía, de relaciones de pareja y de marketing. Y no solo soy periodista, sino copywriter, estratega de contenidos, ghostwriter y storyteller.

Si bien, como mencioné, los pilares de mi trabajo son los mismos (la comunicación y las técnicas del periodismo), he tenido que adaptarme a este escenario del marketing. ¿Por qué? porque, aunque le objetivo de comunicar un mensaje no cambia, sí es necesario realizar algunos ajustes para poder satisfacer las necesidades y demandas de los clientes.

En ese proceso, aprendí que el contenido que se cree, cualquiera sea el formato elegido y cualquiera sea el medio en el que se divulgue, debe responder a cuatro objetivos. ¿Sabes cuáles son? Informar, educar, entretener e inspirar, en ese orden. Si bien no es un paso a paso estricto o una fórmula mágica, debes saber que el orden de los factores sí altera el producto, el resultado.

En el pasado, en el siglo pasado, cuando el mercado nos ofrecía para elegir dos referencias, a lo sumo tres, de un producto, hoy son decenas. Y no importa si la marca que las vende está en otro país, porque podrás comprar por internet y en pocos días recibir el artículo en tu casa. Así de fácil. Un escenario que provocó un drástico y profundo cambio en la forma de vender.

¿A qué me refiero? A que vender, que antes era el objetivo primordial, hoy es la consecuencia de cómo gestionas la relación con tus clientes. En otras palabras, lo que determina que una persona te compre a ti y no a tu competencia es la calidad de la experiencia que estés en capacidad de brindarle. Cuanto más satisfactoria sea, más larga será esa relación.

Y hago hincapié en la relación, en la que radica la clave del éxito o del fracaso de tu trabajo, de tu oferta. Antes, la relación vendedor-comprador se limitaba al momento en que se daba la transacción. Punto final. Eventualmente, si el comprador requería de nuevo ese producto, o alguno otro que el vendedor le pudiera ofrecer, había un nuevo capítulo; de lo contrario, no.

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Hoy, en cambio, se requiere (es obligación, no una opción) establecer con el mercado una relación basada en la confianza y la credibilidad. ¿Por qué? Porque, en vista de que la oferta supera con creces la demanda, el comprador te elige a ti ya no por el producto que vendes o el precio, sino porque hay simpatía, empatía e identificación (valores, principios, propósito).

Por eso, justamente, es indispensable que el contenido que creas y compartes en canales digitales o fuera de internet informe. ¿Acerca de qué? De quién eres, qué haces, por qué lo haces, cuál es tu propósito, qué te hace distinto, cómo vas a ayudarme y, entre otras, las dos preguntas clave: ¿por qué he de elegirte a ti y no a tu competencia? y ¿qué hay aquí para mí?

Una vez hayas cumplido ese objetivo de informar y has conseguido despertar la curiosidad de ese cliente potencial, avanzas a la etapa de educarlo. ¿Sobre qué? Sobre el problema que le arrebata la tranquilidad, las manifestaciones de este, el origen y las consecuencias que acarrea no conseguir la solución adecuada. ¿Por qué debes brindarle esta educación?

Porque los seres humanos, todos, desconocemos el origen, las manifestaciones y las consecuencias de los problemas que nos molestan, que nos amargan la vida. O, quizás, no sabemos cómo suplir una necesidad y nos conformamos con aprender a lidiar con la carencia. El contenido educativo llena este vacío y despierta su interés en una solución.

¿Y el entretenimiento? Porque, quizás lo sabes, distraernos, reírnos y escapar de la histeria colectiva son una de las dos razones por las que entramos a internet. ¿Y la otra? Una que ya mencioné: buscar información. Esta es la razón por la cual los videos ridículos, curiosos, grotescos o vulgares son virales, lo mismo que las fake news y los famosos memes.

No te propongo que entres en esa onda. Hay muchas formas de entretenimiento sin caer en esos patéticos extremos. ¿Por ejemplo? Contar historias. Así como le lees un cuento a tu hijo mientras concilia el sueño en la noche o le relatas a tu pareja la experiencia que viviste con un nuevo cliente en el trabajo, a tus clientes potenciales o audiencia puedes entretenerlos.

En esta categoría entran contenidos como historias inspiradoras de empresas, personas o emprendedores que sortearon grandes dificultades antes de escalar a la cima del éxito. O de referentes de tu industria, o la reflexión que te dejó el libro que acabas de terminar de leer. O, quizás, cómo tu vida fue mejor por un rato durante el concierto de tu cantante favorito…

Hasta que llegamos a la etapa más importante: INSPIRAR. ¿Sabías que, según estudios recientes, las personas ya no compran productos, sino que eligen marcas que las inspiren? Porque autos venden por doquier, o ropa, o zapatos, o comida, pero cada vez son más los consumidores que privilegia el hecho de sentirse inspirado por la marca que eligen.

Es decir, son compradores que, más allá de lo que vayan a comprar, exigen que haya una conexión real con esa marca. Conexión con los principios, con los valores, con el propósito, con los sueños, con el ideal de felicidad y con la vocación de servicio, entre otros factores. Parodiando una publicidad muy famosa en Colombia en el pasado, “sin conexión, ni pío”.

Ahora, ¿qué significa inspirar a otros? La inspiración es una poderosa fuerza que motiva al ser humano a ser como otros, a sacar lo mejor de sí para conseguir lo mismo que otros lograron y que lo motiva. También, la inspiración es un modelo digno de seguir, como el padre que inspira al niño, el deportista que inspira al hincha, el cantante que inspira a sus seguidores.

Inspirar a otros es tener la capacidad de dejar una huella silenciosa en su vida a través de lo que haces, de lo que le brindas. Implica admiración, respeto, genuino deseo de seguir la estela marcada por esa persona. También, identificación con su obra, con su propósito, el deseo ferviente de ser parte de su causa o, cuando menos, de conseguir algo parecido.

¿Cómo inspirar a otros a través de tus contenidos? Comparte historias de tu proceso en las que des cuenta de tus sueños, de las dificultades que enfrentaste, de cómo las superaste, de quién te brindó ayuda, de cómo se transformó tu vida. En otras palabras, dentro de cada ser humano hay un héroe que merece ser compartido con otros para que pueda inspirarlos.

Inspirar es sembrar en su mente, en su corazón, la semilla del éxito, de la felicidad, de la abundancia y de la prosperidad. Demostrarle que sí puede, empoderarlo, guiarlo, hacerle saber que tiene todo lo necesario para cristalizar sus sueños, incluso los más ambiciosos. Y que, si algo le falta, siempre habrá alguien dispuesto a ayudarlo, listo para acompañarlo.

Por supuesto, más que las palabras lo que más inspira al ser humano es el ejemplo. Sin caer en el fangoso terreno del ego, puedes inspirar a otros con contenidos que respondan a las preguntas clave mencionadas y a otra fundamental: “¿Cómo lo hiciste?”. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que una vez inspiraste a esa persona, la venta está al alcance de la mano…

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El orden del abecedario, la clave para que tus contenidos sean de impacto

El ser humano es muy particular de diversas formas. Una de ellas, de las más llamativas, esa de asumir la vida como una competencia. Y no es por la inmediatez, como nos han hecho creer en los últimos tiempos, porque desde antes de internet ya era así. Nos obsesiona ser los primeros, pero también la idea de ir más rápido, de superar etapas a grandes pasos, o quizás saltarlas.

Cuando somos niños, anhelamos llegar a la edad adulta “lo más rápido posible”. Más allá de que es imposible conseguir que las manecillas del reloj avancen más rápido, o que los días y la semanas sean más cortos, lo único que conseguimos es desperdiciar la oportunidad de valorar y disfrutar el momento, que en últimas es lo único que poseemos. Un aprendizaje doloroso.

Cuando llegamos a la universidad, anhelamos que la vida corra rápido para terminar la carrera y empezar a trabajar. Sin embargo, casi nunca resulta como lo imaginamos y es, entonces, comprendemos que todo tiene un porqué. La vida, en su inmensa sabiduría, ha establecido un orden para las cosas, nos ha marcado un proceso que es necesario cumplir.

¿Hacia dónde va esta reflexión a la que te invito? A que descubras y enfrentes una de las razones por las cuales tu mensaje carece de poder, no genera el impacto que tú deseas. ¿Te imaginas cuál es la razón? Es la misma por la que quieres dejar de ser niño y convertirte en adulto y luego ansías que el tiempo regrese: te saltas las etapas, no respetas el proceso.

Me explico: en el mundo actual, siglo XXI, sin importar si eres un empresario, el dueño de un negocio, un emprendedor o un profesional independiente que monetiza su conocimiento, la premisa es la misma. ¿Sabes cual? Para atraer la atención del mercado, debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad, primero, y conectar con las emociones de tu audiencia, después.

¿Cómo se consigue ese objetivo? Si la respuesta que pensaste es “publicidad”, déjame decirte que estás equivocado. La respuesta correcta es COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR. Que no es lo mismo que llenar las redes sociales de post sin ton ni son. Que tampoco es, como piensa la mayoría, vender, inclusive a la fuerza. En este caso, también, hay que respetar el proceso.

¿Y cuál es el proceso? Te respondo con un ejemplo muy sencillo: toma un diccionario del idioma español y busca en dónde está la letra V, de vender. En las últimas páginas, ¿cierto? De hecho, es la letra 23 de las 27 que componen el alfabeto. Tras ella solo aparecen la ‘W’, la ‘X’, la ‘Y’ y, por último, la ‘Z’. Ese orden se estableció en el siglo XIV a. C., en el norte de Siria.

Como sabes, la ‘E’ es la quinta letra y la ‘I’, la novena. Claramente, están mucho antes que la ‘V’, ¿cierto? Y créeme que no es casualidad o capricho: es el orden establecido y, sin duda, hay una razón poderosa por la que así se dio. Igual que la vida misma: primero está la niñez, luego llega la adolescencia, avanzamos a la adultez y terminamos en la vejez. ¿De acuerdo?

¿Ya te diste cuenta para dónde voy? La mayoría de las personas, como mencioné, se enfocan y se limitan a vender, a intentar vender. Y lo triste es que no lo consiguen. Por supuesto, no hay una sola razón, sino una variedad de factores de diversa índole. Sin embargo, a nivel de la creación de contenidos, de aportar valor, la explicación es que se saltaron los pasos.

¿Me entiendes? De hecho, por si no lo has percibido, dentro de cada letra se establece el mismo orden. ¿Un ejemplo? Dentro de la ‘V’, primero está ‘Valor’ y luego, ‘Vender’. Y lo repito: no es un capricho, es algo que tiene un sentido, un propósito. Y, no sobra recalcarlo, este es uno de esos casos en los no puedes ir contra la corriente porque nunca la vencerás.

La que te voy a revelar es la fórmula que utilizo cuando creo contenido, tanto para mis clientes como el de mis propiedades digitales (blog, redes sociales, email marketing). ¿Te imaginas cuál es? La verdad, es muy sencilla: debes respetar el orden establecido en el abecedario. ¿Eso qué quiere decir? Que antes de llegar a la ‘V’ de ‘Vender’ debes utilizar otras letras, como la ‘E’ y la ‘I’.

La simple fórmula es un paso a paso que convertirá tus contenidos en mensajes irresistibles. Informar, Educar, Entretener e Inspirar. Fácil, ¿cierto? En la medida en que te concentras en estos cuatro objetivos transmites Valor y, como consecuencia lógica de ello, ¡vendes! Sí, porque vender es la consecuencia directa del valor que aportas al mercado.

¿Lo sabías? La venta no está determinada por el producto (o servicio) que ofreces, por el precio y ni siquiera por los beneficios que aporta. Entonces, ¿por qué? Por el valor que aportas, por el poder de tu propuesta de valor, es decir, por la capacidad de transformación que tu producto (o servicio) posee, por la mejora que va a producir en la vida de tu cliente.

Eso, precisamente, es lo que tienes que comunicar en tu mensaje. Esa, precisamente, es la poderosa razón por la cual DEBES compartir CONTENIDO DE VALOR. Si no lo haces, entonces, el mercado no puede saber, no tiene por qué saber, que no eres ‘más de lo mismo’, un vendehúmo o estafador. Si no lo haces, el mercado no tendrá argumentos para elegirte.

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Piensa lo siguiente: la rueda ya fue inventa. Lo sabías, ¿cierto? Hace siglos, además. Eso significa que no hay que reinventarla o, de otra forma, que ya todo, absolutamente todo, está inventado. ¿Qué cambia, entonces? El valor que tú estás en capacidad de aportar, tu toque personal a ese producto o servicio que ofreces, que surge de tu unicidad, de tu autenticidad.

Un ejemplo: eres coach y te especializas en el tema del liderazgo. ¿Sabes cuántas personas se dedican a lo mismo? Millones, y cada vez son más. Y muchas de ellas, sin duda, son excelentes. Y seguramente muchos acreditan mayor experiencia que tú, son reconocidos en el mercado y son seguidos por una comunidad fiel que disfruta de sus beneficios desde hace tiempo.

Y lo mismo se aplica para cualquier profesión u oficio, porque el mercado está sobresaturado. Por eso, ser visible y conseguir atraer la atención del mercado, de tus clientes potenciales, es cada vez más difícil. Por eso, igualmente, necesitas COMPARTIR CONTENIDO DE VALOR para estar unos escalones arriba de los que no lo hacen, ser visible y generar un mayor impacto.

Ahora, veamos cómo seguir el orden establecido en el abecedario es la clave para conseguir un alto impacto con tus contenidos:

1.- Informar.
Que, no sobra recalcarlo, no significa ‘hablar de ti’, de tus hazañas, de tus bienes y lujos, de tu cuenta bancaria. ¡Nada de eso! Tampoco de las maravillosas característica de tu producto (o servicio). Se trata de brindarle a tu prospecto la información básica que le permita establecer un vínculo de confianza y credibilidad contigo. Es decir, el objetivo es abrir la puerta.

Si tú sabes cuál es el problema o necesidad que inquieta a tu prospecto, debes informarle. Ten en cuenta que la mayoría de los seres humanos no somos conscientes de los males que padecemos. Dile cuáles son las manifestaciones, qué pasará en su vida si no hace nada y, en especial, que entienda que, si ya hay una solución (la que le ofreces), no tiene por qué sufrir.

2.- Educar.
Lo dicho: los prospectos casi nunca saben que tienen un problema y eso que ellos llaman ‘necesidad’ en la mayoría de los casos es más bien un ‘deseo’ (es decir, algo que no necesitan). Y dado que su nivel de ignorancia de ese problema es casi absoluto, tu tarea consiste en darle la información que requiere para identificar las manifestaciones, traerlas al plano consciente.

Además, no olvides lo siguiente: como la mayoría se desboca a vender en frío, a la brava, un prospecto acogerá de buena gana que tú seas distinto, que le aportes algo que desconocía y que muestres preocupación por él. El contenido que educa, así mismo, está enfocado en dar respuesta a sus inquietudes y algo muy importante: rebatir, por anticipado, sus objeciones.

3.- Entretener.
Que, por supuesto, no significa asumir el rol de influencer milenial y dedicarte a bailar o a hacer payasadas en reels o videos de TikTok. ¿Entonces? Los seres humanos normales, como tú o como yo, ingresamos a internet por una de dos razones: buscamos información y/o queremos relajarnos (entretenernos), más en esta era de histeria colectiva en infoxicación.

Entretener, entre otros, tiene los siguientes sinónimos: divertir, recrear, deleitar, agradar, alegrar, aliviar, amenizar o animar. Si tu contenido logra alguno de estos objetivos, ten la seguridad de que tu audiencia lo amará porque se convertirá en un oasis en ese desierto de la infoxicación, los vendehúmo y las mentiras. La premisa: sé auténtico; lo postizo ahuyenta.

4.- Inspirar.
Los consumidores no les compran a las personas que les venden lo que necesitan o lo que desean, sino a aquellas que los inspiran. ¿Lo sabías? Más, en estos momentos en los que los seres humanos vivimos agobiados, estresados, ansiosos, preocupados y temerosos por tantos sucesos adversos que enfrentamos o que nos amenazan. Es decir, sino inspiras, no vendes.

Según el diccionario, inspirar significa “Infundir o hacer nacer en el ánimo o en la mente efectos, ideas”. Infundir, sugerir, despertar o aconsejar son sinónimos. Inspira a través de las historias que den cuenta de tus errores, de tus aprendizajes, de tus pensamientos, de tus reflexiones, de tus sentimientos. Inspirar es la condición indispensable para conectar.

Si tu objetivo es vender, un producto o un servicio o un infoproducto que ayude a otros, entiende que la venta es una consecuencia de lo que haces y, en especial, de lo que aportas con tus contenidos. Si quieres que estos sean de impacto, hazle caso al abecedario: la ‘I’ de Informar e Inspirar y la ‘E’ de Educar y Entretener, y la ‘V’ de Valor, están primero que la ‘V’ de Vender.

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10+ habilidades periodísticas que potenciarán tu contenido

De niño, y aunque tenía tres hermanos y una buena cantidad de amigos, mi más fiel compañera fue la radio. Eran las épocas de los transistores de baterías, que sintonizaban las frecuencias AM (amplitud modulada) y la onda corta, a través de las cuales, con un poco de suerte, escuchábamos las conversaciones de los radioaficionados. ¡Era una aventura!

Más adelante, la tecnología de esos aparatos evolucionó e incluyó la frecuencia modulada (FM), que si bien no ofrecía demasiadas alternativas (emisoras), brindaba un beneficio: el sonido estéreo (en AM, era mono). Eso sí, había que estar en un lugar en el que la recepción de la señal fuera buena porque, de lo contrario, lo que se escuchara era puro ruido.

El radio transistor había sido un gran avance tecnológico. ¿Sabes por qué? Porque antes de su aparición las radios eran unos enormes aparatos de salón que para funcionar debía estar conectados a la corriente eléctrica. Es decir, eran estáticos. En cambio, los transistores eran portátiles y funcionaban con baterías. ¿La clave? Disponer siempre de unas de reemplazo.

Fue gracias a esos aparatos que conocí y me enamoré de la música y del periodismo. A diferencia de lo que sucede hoy, en la era de la infoxicación y la vulgaridad, la mayoría de las emisoras nos brindaban buena música. Había unas pocas estaciones dedicadas a las noticias, pero eran escasas. Y también estaban las que transmitían los partidos de fútbol.

Si no podías ir al estadio o tu equipo favorito jugaba fuera de la ciudad, la radio era todo lo que tenías para seguir las emociones del juego. Había unas pocas cadenas radiales en las que sobresalían buenos narradores (los de antes, claro) y comentaristas. Mis preferidos eran Armando Moncada Campuzano y Hernán Peláez Restrepo, dos voces que marcaron historia.

Cuando dejaban una cadena radial y se iban para otra, los aficionados nos trasladábamos con ellos. Así era esa fidelidad, que hoy es un tesoro extinto. En el ámbito de las noticias generales, había un personaje especial: Yamid Amat. Distinto del resto, con un estilo muy particular y un genial contador de historias, en especial de crímenes (la crónica roja).

Ellos, principalmente, y algunos más fueron los responsables de que forjara el sueño de ser periodista. ¿Mi ilusión? Quería ser narrador de fútbol. Y te cuento un secreto: todos los días, mientras me duchaba, narraba partidos imaginarios (mi equipo, claro, jamás perdía). Eran relatos que seguían el libreto, los aprendizajes adquiridos a partir de aquellos referentes.

Aunque consideré opciones como Derecho, Sicología y Administración de Empresas, me decanté por el periodismo. Una profesión que por aquel entonces, comienzos de los 80, era un reino de las mujeres (en la academia, al menos) y que muy pocas universidades ofrecían. ¿Por qué? Se concebía que el periodismo era un oficio empírico, surgido de la pasión, de la vocación.

Curiosamente, irónicamente, la vida me llevó por un camino distinto. ¿A qué me refiero? No fue la radio el medio en el que desarrollé mi carrera, sino los medios escritos. Hice radio mucho después, cuando ya acreditaba más de 30 años de trayectoria. Comencé por el periodismo de farándula (espectáculos y cultura) y me especialicé en deportes, pero escribí sobre todo.

Lo hice durante casi 30 años en medios de comunicación (impresos e internet) y también en empresas privadas. Hasta que el torbellino de la vida me llevó a una situación en la que mis cimientos se estremecieron: no conseguía trabajo. Había pasado la barrera de los 40 años y ser etiquetado como ‘periodista deportivo’ se convirtieron en obstáculos casi insalvables.

Dado que nunca me he visto haciendo algo distinto a lo que hago (comunicar), insistí, persistí. Fueron tiempos duros, sin duda. Hasta que a finales de 2016, cuando vino a Bogotá a un evento presencial, mi amigo Álvaro Mendoza, con el que había comenzado mis andaduras en el periodismo digital en 1997 antes de que se radicara en EE. UU., me hizo una oferta.

“Quiero que trabaje conmigo, que se encargue de producir mis contenidos”. Si bien era una oferta tentadora, le aclaré que no sabía nada en absoluta de marketing. “Yo le enseño lo que se necesita, no se preocupe”, me respondió. A eso me dedico desde entonces, un proceso de rediseño profesional que ha incluido desaprender, reaprender y desarrollar habilidades.

Hoy, el mercado me conoce como Carlos González Copywriter, aunque en términos estrictos no soy copywriter. Es decir, no escribo textos comerciales en una agencia publicitaria. Soy un periodista que se adaptó a un nuevo escenario, un ecosistema distinto en el que ha podido aprovechar su conocimiento, sus experiencias, y potenciar sus dones y talentos, su pasión.

Soy un creador y un estratega de contenidos. Creo contenidos para mí y para mis clientes, en distintos formatos: libros, ebooks, microlibros, blogs, textos para web (páginas de aterrizaje, cartas de ventas, secuencias de email, scripts para audios y videos) y soy escritor fantasma (ghostwriter). ¿Sabes en qué consiste? Es aquel que escribe contenidos a nombre de otros.

Un camino que ha sido divertido y emocionante, en el que he tenido la oportunidad de adquirir conocimiento muy valioso. Y lo mejor, ¿sabes qué ha sido lo mejor? Que nunca dejé de ser periodista: simplemente puse mis habilidades periodísticas al servicio del marketing en campos tan diversos como la gastronomía, los bienes raíces o el desarrollo personal.

¿Cuáles son esas habilidades periodísticas? Veamos:

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1.- La inmediatez.
En tiempos de internet, de hiperconexión, las noticias no dan espera. Se requiere la capacidad para desarrollar contenidos de valor de forma rápida para atraer la atención de la audiencia primero que tu competencia. Cualquiera puede publicar de inmediato, pero no cualquier puede publicar contenido de valor, que es justamente lo que el mercado requiere.

2.- El contexto.
Si algo caracteriza a los contenidos de la era de la infoxicación es la ligereza para tratar la información como la falta de investigación. En épocas de “yo te copio, tú me copias…”, el diferencial está en el contexto: investigación, profundización, ángulos diferentes. Contenidos que aporten valor, que no sean ‘más de lo mismo’, que sean agradables para la audiencia.

3.- La fórmula I-E-E-I.
Desde la universidad, aprendí que los fundamentos del trabajo de un periodista son Informar, Educar, Entretener e Inspirar. La unión de estos cuatro pilares redunda en lo que llamamos contenido de valor. Lo mejor es que esos pilares los puedes aprovechar individualmente o en conjunto, de acuerdo con el objetivo que persigas con tu contenido. ¿La clave? Versatilidad.

4.- El lector (la audiencia).
Aprendí, también, que cualquier contenido carece de sentido si no se crea con la intención de brindarle un beneficio (información, educación, entretenimiento o inspiración) al receptor (que era el lector y hoy es audiencia). Si de algo carecen los contenidos de marketing es de la capacidad para enfocarse en las necesidades y deseos del cliente, no solo en la venta.

5.- Las historias.
Cuando comencé mi carrera, el sueño de todo periodista joven era convertirse en cronista, es decir, en un contador de historias. Eran los tiempos de apogeo de Gabriel García Márquez y en el país había cronistas sobresalientes. Hoy, lo sabemos, la forma más efectiva y honesta de conectar con las emociones de tu audiencia es contar historias, el famoso storytelling.

6.- La veracidad.
Vivimos la era de la infoxicación, de las fake news y de los robots que suplantan a los seres humanos. Además, los medios de comunicación dejaron de ser un oasis de independencia y libertad que fueron en el pasado y son solo piezas del engranaje de los poderosos. Por eso, se requiere voces auténticas, autónomas, veraces, que no distorsionen o manipulen la realidad.

7.- Credibilidad.
Derivado de lo anterior, lo aprendido en el oficio me ha servido para ser creíble y confiable en distintos ámbitos. ¿Cómo hacerlo? Honrar la verdad, poner a la audiencia en primer lugar, ser leal a los hechos y buscar el bien colectivo. La credibilidad es la base de las relaciones que, a su vez, son la base de los negocios. Sin credibilidad, cualquier contenido es solo basura.

8.- Relevancia.
La tarea básica del periodismo es relatar los hechos que suceden en el día a día. Estamos en la era de lo superficial, de lo cosmético, de lo tóxico que se disfraza de ridículo o cómico. Son contenidos efímeros, que nada aportan, mientras lo verdaderamente importante se deja de lado. La relevancia y oportunidad de los contenidos es un plus que casi nadie puede ofrecer.

9.- Variedad.
De formatos, de canales, de narrativas. La clave para conectar con las emociones de las audiencias, y con más audiencias distintas, y atraer su atención es la variedad de contenidos y de formatos. Si bien lo primordial, lo fundamental, es la calidad del contenido, el valor que aporta, la omnicanalidad y pluralidad de formatos me permite llegar a más personas.

10.- Legibilidad.
En la era del ‘más de lo mismo’ y del copy + paste, esta característica es un tesoro. ¿Sabes en qué consiste? Es la cualidad que distingue a los textos para ser leídos y comprendidos por cualquiera. Además, que gusten por el ritmo de la narración, por la claridad, por el poder del mensaje. Los contenidos legibles están escritos para seres humanos, no para robots.

10+.- Persuasión.
Primero en la universidad y luego en los medios me lo recalcaron: “Si no va a hacer un bien, que su noticia (texto o contenido) no haga un mal”. Es una premisa que procuro practicar todos los días de mi vida. Un contenido persuasivo es el comienzo de un intercambio de beneficios, un gana-gana para las partes involucradas. Impactar de manera positiva.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no necesitas ser periodista o estudiar una carrera específica para aprovechar estas habilidades. Cualquiera las puede desarrollar de modo muy sencillo. ¿La clave? Disciplina, por un lado, y práctica, por otro. A medida que creas más, encuentras tu estilo, el camino correcto para impactar positivamente con tus contenidos.

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¿Extensión, formato, canal? Mejor, privilegia la calidad de tu contenido

¿Largo o corto? La respuesta es mucho más sencilla de lo que te imaginas: tanto (corto o largo) como se necesite para transmitir tu mensaje. Olvídate de las pavorosas tendencias que dicen que “la gente ya no lee”, “la gente no tiene tiempo para leer” y otros bulos por el estilo. Porque, la verdad, son solo eso: bulos, mentiras que se levantan como espesas cortinas de humo.

¿Para qué? Para tratar de ocultar la incapacidad de producir un mensaje poderoso que genere un impacto (ojalá positivo) en la audiencia. Los que insisten en que hay que escribir corto, o que los videos deben ser cortos, no tienen mucho que decir o no saben cómo decirlo. Porque la realidad es bien distinta y los ejemplos, que sobran, no tienen discusión. ¿Quieres saber cuáles ejemplos?

Los niveles de lectura se incrementaron durante la pandemia. Era algo de suponer, ¿cierto? Con las personas confinadas en casa, estresadas en medio de un ambiente de incertidumbre y dolor, era inevitable buscar algún escape, un elíxir para la mente. Muchos optaron por la lectura. Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que inclusive después de la pandemia los niveles se han sostenido.

Uno más: el auge de las ferias del libro en Latinoamérica. Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Buenos Aires (Argentina) y Guadalajara (México) realizan las más importantes y multitudinarias. En cada una de ellas hay más de medio millón de visitantes. Las de Alemania (Fráncfort), Francia (París), India (Nueva Deli) y Estados Unidos (Bookexpo America, en Nueva York) son otras de relevancia.

Son certámenes en los que se ofrecen miles de nuevos títulos y miles más de autores reconocidos. Muchos libros que tienen más de 300 páginas y que se venden, como se dice en Colombia, “como pan caliente”. Ciertamente, hay personas que compran libros que nunca leen, pero la mayoría no es así: de hecho, el público comprador de las ferias es cada vez más joven, nuevos lectores.

Y también hay nuevos escritores, algunos muy buenos. Que comienzan a abrirse paso en esa jungla que es el mercado editorial, que privilegia lo comercial sobre la calidad del contenido. Es decir, la dinámica del mercado se mantiene, la industria no se ha detenido ni está estancada, como aseguran algunos. Y, si tienes dudas, el libro impreso está más vigente que en décadas pasadas.

Otro ejemplo nos lo ofrecen el cine y las series de televisión o streaming. Son industrias que van en alza o que, en el peor de los casos, mantienen una audiencia fiel. Son actividades a las que las personas les dedican tiempo, y no solo durante el fin de semana. En los países latinoamericanos, además, están las telenovelas y los reality shows, que exhiben altas cifras de sintonía.

La verdad detrás de estos ejemplos es que la gente consume el contenido que le interesa en el formato que más le agrada. Lo consume bien sea por necesidad o por gusto. Y, repito, le dedica un tiempo considerable. Que no mide si el resultado de esa experiencia es gratificante, satisfactoria y le brinda un oasis de felicidad en medio de una cotidianidad colmada de dificultades y problemas.

Aquello de “hay que escribir corto, porque la gente no lee”, surgió hace un par de décadas, a raíz de la explosión de internet. Cuando las herramientas y los recursos estuvieron a disposición de cualquiera, no solo de las empresas o de los ricos, se abrieron mil y un portales web. La mayoría no tenía la capacidad de producir buen contenido y se limitaba a publicar decenas de “textos cortos”.

Por supuesto, son portales que ya desaparecieron o que, en el mejor de los casos, son clandestinos (casi nadie los lee). La muestra fehaciente de esta práctica son los medios de comunicación: en sus páginas web publican cientos de notas que ellos llaman noticias, pero que no son más que versiones cortas de rumores, chismes sin fundamento o, peor aún, informaciones distorsionadas.

Por eso, justamente por eso, están sumidos en una profunda crisis, que más que económica es de credibilidad, un valor que se perdió por completo porque las audiencias se cansaron de consumir la pornobasura que publican: no hay espíritu para salir a la calle y hacer reportería como en el pasado, no hay tiempo para la verificación, no hay tiempo para complementar las informaciones.

Sí, es cierto que hay una audiencia para esos contenidos de mala calidad, pero es inevitable: el mercado es diverso. Pero estoy seguro de que no eres tú uno de ellos (y por eso estás leyendo otro tipo de contenidos). A veces, sin embargo, hay medios que se equivocan, producen informes atractivos, serios y bien documentados. ¿Y sabes qué sucede? La gente los consume.

De nuevo, el tema no es la extensión (¿corto o largo?), sino la calidad del contenido. Una premisa que se aplica a cualquier tipo de contenido que produzcas y publiques. Es innegable que quienes producimos contenido competimos no solo contra otros productores de contenidos (algunos de ellos, muy buenos), sino contra la histeria colectiva que cunde en la cotidianidad de la vida.

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La clave para determinar la extensión de tu contenido, en cualquier formato (video, audio o texto), es el estado de la relación con tu audiencia. Me explico: si las personas que van a consumir tu contenido no te conocen, no saben qué haces, no saben a qué te dedicas y tampoco saben que las puedes ayudar, requieres MÁS contenido (más cantidad, no necesariamente de mayor extensión).

Dado que hoy la competencia es muy grande, no puedes asumir que todo el mundo te conoce y sabe qué haces. Aunque tu empresa está muy posicionada en el mercado o seas el referente de tu industria como emprendedor. Recuerda que “los clientes para toda la vida” son una especie a punto de extinguirse y que, lo más importante, los consumidores cambian sus hábitos.

Si eres nuevo en el mercado o si ofreces un producto/servicio a un nuevo nicho tu estrategia de contenidos debe ser más robusta. MÁS contenido y, a veces, contenidos más extensos. ¿Por qué? Porque se trata de una audiencia fría, que requiere mayor información, que está en fase de exploración, que busca identificar la mejor opción. Además, tiene muchas objeciones.

En el mundo actual, no importa si eres médico, mecánico, escritor, coach, abogado o dueño de un negocio, y vendes algún producto o servicio, la clave del éxito radica en la confianza que estés en capacidad de desarrollar con el mercado, con todos y cada uno de tus clientes. Si confían en ti, te van a comprar, ahora o después; si no logras establecer ese vínculo, solo recibirán lo que des gratis.

¿A partir de qué surge esa confianza? De que el mercado sepa quién eres, qué haces, por qué lo haces (¿cuál es tu propósito?) y cuáles son tus resultados (¿a quién ayudaste antes?). Pero, sobre todo, de ¿cómo puedes ayudar a esas otras personas? ¿Qué les ofreces? ¿Estás capacitado para hacerlo? ¿Lo que ofreces es la verdadera solución al problema que aqueja a esas personas?

Olvídate del dinero (el precio de lo que vendes), que es absolutamente secundario. Si logras convencer al mercado de que eres su mejor opción y de que lo que ofreces es la solución real, el dinero aparecerá. Claro, siempre y cuando esas personas confíen en ti, disipen sus miedos y crean que las quieres ayudar de manera genuina, es decir, que su bienestar es lo que te mueve.

Ahora, ¿cómo crear ese vínculo de confianza? El camino más seguro (no el más corto y tampoco el más económico) es generar contenido de calidad. Corto y largo, en función del nivel de conocimiento que el mercado tenga de ti, como ya lo mencioné. Contenido en diferentes formatos y que, además, cumpla con el objetivo de educar a tu audiencia, entretenerla y nutrirla.

La comunicación con esas personas se basa en contar historias (sí, el famoso storytelling), compartir tus opiniones, demostrarles que tú pasaste por la misma situación en la que se hallan (y explicarles cómo la superaste) y que sabes cómo alcanzar el éxito (o que tienes la solución que están esperando). No es vender, de manera agresiva e invasiva, sino informar, educar y entretener.

Como lo hace un buen libro, o una buena película, o una buena serie, o un pódcast, ¿entiendes? El formato que elijas no es lo importante, más allá de que debes ser consciente de cuál es el que más agrada a tu audiencia, a tus clientes potenciales. Lo que en realidad es relevante es la calidad del contenido que produces, la pertinencia (oportunidad) y, en especial, el valor que transmites.

Una de las premisas, que no la puedes pasar por alto, no la puedes omitir, es aquella de responder las preguntas habituales del mercado, de tu audiencia, y derribar las objeciones frecuentes. Esa es una de las tareas fundamentales del contenido: informar, educar, responder. En la medida en que puedas absolver las inquietudes del mercado, ayudarlos a liberarse de sus miedos, confiarán en ti.

Ahora, ¿qué sucede cuando te lanzas a vender sin compartir contenido de valor? La venta en frío es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos quienes le ofrecemos algo al mercado. No te la recomiendo: es un proceso que te desgasta, que provoca que malgastes tus recursos y tus energías, en el que te equivocas fácilmente o, peor, corres el riesgo de elegir ir por un atajo.

Es muy probable que te rechacen de plano y, no solo eso: que también te etiqueten como una molestia, como más de lo mismo o, peor, como un tóxico vendehúmo. Ese será el principio y el fin de tu aventura. Un final abrupto y doloroso por el que te reprocharás el resto de tu vida. Y, además, te perderás el privilegio y la oportunidad de ayudar a otros con tu trabajo, tu contenido.

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Contenido de valor: qué es (qué no) y cuáles son sus beneficios

Tras estar en contacto directo durante más de 6 años con clientes, emprendedores, empresarios y profesionales independientes de Latinoamérica y España, creía haber identificado el problema. ¿Cuál problema? Aquel de determinar la razón por la cual a la mayoría del mercado le cuesta generar contenido. Pensé que era una combinación de miedo y del síndrome del impostor.

Que sí, son factores que influyen, pero esa no es la verdadera razón. Entonces, ¿cuál? Que se enfocan exclusivamente en vender o, peor, en tratar de forzar (acelerar) la venta a partir de los contenidos que generan. Y ese, por si no lo sabías, NO es el camino. O, dicho de otra manera, es el final del camino. Y para llegar hasta allá, nos guste o no, hay que recorrer un trecho largo.

Asumo que es un error inducido. Sí, porque sufrimos un incesante bombardeo mediático, a través de múltiples canales, dentro y fuera de internet, enfocados en… ¡vender! “Si usas esta fórmula, venderás más”, “Si compras esta herramienta, venderás más”, “Si sigues este libreto, conseguirás cientos (¿o miles?) de clientes”, “Si publicas en esta plataforma, te lloverá el dinero” y más…

Una variante del error inducido es que intentamos replicar los resultados de nuestros mentores o de los referentes del mercado. ¿Por qué está mal? Porque ellos nos llevan kilómetros de distancia, acreditan mucho recorrido, acumulan un valioso aprendizaje de sus múltiples errores, ya crearon y optimizaron un sistema efectivo que les permita obtener los resultados esperados, y replicarlos.

Es como cuanto tienes 18 o 22 años y te sientas a filosofar de la vida con tu padre, de 62, o con tu abuelo, de 83. La distancia que los separa es inmensa y nunca podrás estar en su mismo nivel. Por el conocimiento, por la experiencia, por las vivencias, por esa sabiduría de vida que solo te pueden dar los años. Lo mejor que puedes hacer es sentarte y, con paciencia, escuchar y aprender.

Te explicaré por qué ese NO es el camino adecuado:

1.- Vender es una consecuencia. ¿Eso qué quiere decir? Que es el final del camino, no el comienzo. O, de otra forma: NO puedes comenzar por la venta. La venta es el resultado de las acciones que llevas a cabo a lo largo del proceso y, sobre todo, de la calidad de información que le brindas a ese cliente potencial. Si no consigues atraer su atención y despertar su curiosidad, no le venderás.

2.- Primero, da, antes de pedir. Eso es lo que no te dicen los gurús mediáticos. La principal pregunta que se hace tu cliente potencial es aquella de “¿Qué hay aquí para mí?”. En ese primer contacto, esos primeros pasos del proceso, él está en fase de exploración, de investigación, y para lo último que está dispuesto es para escuchar una oferta. Dale información, apórtale valor.

3.- No sabe quién eres. En este siglo XXI, hacer negocios (intentar vender algo, un producto o un servicio, dentro o fuera de internet) consiste en establecer una relación con el mercado. Con todos y cada uno de tus clientes potenciales. Una relación basada en la confianza y la credibilidad. Antes de que ese vínculo exista, ¡no le venderás! Enfócate en informarle quién eres y qué haces.

4.- Es un prospecto frío. Uno de los caballitos de batalla de los gurús mediáticos es que si tu producto (o servicio) es bueno, “cualquiera te comprará”. Y, no, ¡NO ES CIERTO! El 99 % de las personas que muestran interés en tu mensaje no te conocen, no saben qué hacen o quién eres, no saben que puedes ayudarlas, y cómo, y por ende no te van a comprar. Tienes que calentarlos.

5.- Tu mensaje no impacta. Es decir, no conecta con las emociones de tu cliente potencial. Bien porque no sabe que tiene un problema (o dolor), no sabe que tú puedes ayudarlo, no sabe que necesita ayuda, no sabe que tú tienes la solución. Y dado que tu mensaje se enfoca en la venta, para él son palabras vacías. Quizás el mensaje sea el adecuado, pero no quien lo recibe.

Veamos algunas conclusiones de lo anterior:

1.- No todo el mundo es tu cliente, no cualquiera va a comprar lo que vendes

2.- Antes de intentar vender, debes darte a conocer, ser visible para el mercado

3.- También requieres posicionarte en la mente de tu cliente potencial

4.- No puedes ir en contra de las 3M del marketing (mensaje, mercado, medio), o la pasarás mal

5.- Tu mensaje debe ser el adecuado en función de la temperatura de tu cliente potencial

6.- Solo les venderás a las personas a las que puedas ayudar HOY con tu solución

7.- Tu mensaje será de mayor impacto si lo publicas en los ecosistemas donde están tus prospectos

8.- El contenido que aporte valor te ayudará a ganar la confianza y credibilidad del mercado

9.- Solo si lo que das gratis es de valor, el mercado considerará lo que ofreces a cambio de un pago

10.- Si te enfocas en vender, solo en vender, el contenido que publiques carecerá de valor

Ahora, la pregunta del millón: ¿qué es eso de CONTENIDO DE VALOR? En palabras sencillas, el que ayuda y es útil. NO el que habla de ti y de tus hazañas, de tus propiedades y lujos, de tus hazañas, del monto de tu cuenta bancaria. NO el que se refiere a tu producto o servicio, sus características. NO el que hace promesas que después no se van a cumplir, pero genera falsas expectativas.

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El contenido de valor es:

1.- El que se enfoca en tu cliente potencial, en esa necesidad apremiante que no lo deja dormir tranquilo y en sus deseos/ilusiones. Por supuesto, para generarlo antes debes conocer muy bien a ese prospecto, en especial las manifestaciones de su problema (“dolor”) y sus emociones

2.- El que le brinda la información específica necesaria para darse cuenta, entender y aceptar que tiene un problema que requiere su atención. Esos que llamamos prospectos fríos no saben que tienen un problema y, una vez lo descubren, son reacios a tomar medidas (el miedo los paraliza)

3.- El que genera un vínculo de confianza y credibilidad a partir de la identificación (tú también lo sufriste, pero ya lo superaste) y la empatía (te mueve la intención genuina de ayudarlo). ¿Cómo lo consigue? Tu historia de vida, si logra conectar con las emociones de tu prospecto, lo inspirará

4.- El que lo educa. Como mencioné, tu cliente potencial no sabe que tiene un problema, no sabe qué tan grave es, no sabe cuáles son las consecuencias y, claro, no sabe cómo solucionarlo. Por eso, debes aprovechar tu conocimiento y experiencias para enseñarle el camino que debe seguir

5.- El que lo nutre. ¿Eso qué significa? Es el contenido positivo, constructivo, que dibuja en la mente de tu prospecto el escenario al que lo vas a llevar con la solución que le ofreces. De lo que se trata es de que imagine la transformación que sufrirá su vida, que vea esa ‘nueva vida’

Jay Baer, reconocido estratega de negocios, autor de cinco libros y una de la voces autorizadas del marketing de contenidos, nos dice que “se trata de crear un contenido tan útil que la gente pagaría por él si se le pidiera. Se trata de crear lo que la gente quiere recibir”. De nuevo: contenido de valor es contenido centrado en tu cliente potencial, en el problema que lo aqueja y la solución que le ofreces.

“La práctica de proveer de un valor real —de la misma manera que nuestros amigos de carne y hueso lo hacen— a nuestros potenciales clientes será premiada con su lealtad y apoyo, como acostumbran a hacer con aquellos a quienes respetan. Nuestros amigos (algunos de ellos) son útiles. El contenido útil entra al subconsciente de los consumidores sin necesidad de invitar a la familia SPAM a la fiesta, agrega Baer.

Tú eliges: ¿de qué lado estás? ¿Eres de aquellos que aportan valor con su contenido (informan, educan, nutren y entretienen)? O, más bien, ¿eres uno más de esa desagradable especie del SPAM, el contenido basura, intrusivo, que nada aporta, solo intenta vender? De nuevo: tú eliges. Por supuesto, la elección que hagas tendrá consecuencias, porque el mercado también elige.

Y hoy, como nunca, el mercado quiere que le aporten valor, información veraz, conocimiento útil, experiencias constructivas y, no lo olvides, historias inspiradoras. En la medida en que compartas contenidos de valor, comprobarás cómo cambia la respuesta del mercado: llamarás la atención de prospectos de calidad, despertarás su curiosidad y, entonces, podrás comunicarles tu mensaje.

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‘Copywriting’, una herramienta útil en la vida, los negocios y el trabajo

Cuando internet llegó a nuestra vida, a mediados de los años 90, el copywriting ya había celebrado su primer centenario al servicio de la publicidad. Lo curioso es que se trata de un oficio mucho más antiguo, solo que no se había establecido la definición. Una definición que, como suele ocurrir, con el paso del tiempo se ha distorsionado, ha adquirido nuevos matices y hoy se antoja confusa.

La idea más común acerca del copywriting es que se trata de “la creación de textos persuasivos y de ventas”. Si le preguntas a Mr. Google, te toparás repetidamente con esta definición. Que, a mi juicio, se queda corta. ¿Por qué? Porque copywriting no es solo la creación de textos escritos, sino de MENSAJES persuasivos, es decir, tendientes a provocar una acción específica de parte del receptor.

Hotmart, una de las plataformas digitales más populares de Latinoamérica, nos dice que “el copywriting es la habilidad de persuadir a tus visitantes o potenciales clientes para que se comprometan contigo, de romper las posibles objeciones en relación con tu producto y de mostrar cómo tu solución es la ideal para esas personas”. Para mi gusto, huele demasiado a ventas.

Según WebEscuela, una escuela online de marketing digital, “el copywriting, también conocido como ‘escritura persuasiva’ en su cuasitraducción al español, es una profesión dentro del ámbito del marketing digital que consiste en escribir, seleccionar y reformular las palabras con las que se describen productos y servicios en Internet, con el objetivo de vender más”. Ventas, solo ventas.

Rockcontent, por su lado, nos dice que “el copywriting es una disciplina que fue concebida en el mundo del mercadeo y de la publicidad, para hablar de las capacidades que tiene la redacción de adoptar los trucos de la psicología con la intención de captar la atención y el interés de las personas, con respecto a un contenido. Puede traducirse como escritura persuasiva”. ¡Mejor!

Mientras, RD Station asegura que “el copywriting es el proceso de producir textos persuasivos para acciones de marketing y ventas, como el contenido de correos electrónicos, sitios web, catálogos, anuncios y cartas comerciales, por ejemplo. El profesional responsable de la elaboración del texto (también llamado ‘copy’) se conoce como ‘copywriter’”. Incompleta, como todas las anteriores.

Por último, la española Maider Tomasena, una referente del mercado, plantea que “el copywriting es la habilidad de escribir de manera persuasiva cualquier tipo de texto que aparezca en tu página web para conseguir que tu cliente ideal realice una acción. No solo se trata de escribir, sino de hacerlo con una intención y un objetivo muy concretos”. Ya vamos llegando…, dice la canción.

Ahora, supongo que en este punto tendrás por curiosidad por saber qué es copywriting para mí. Bueno, no te voy a defraudar: es la creación de contenido de valor (en cualquier formato: texto, video, audio, infografía, cómic) destinado a informar, educar y nutrir a tus clientes potenciales para que realicen la acción específica que a ti te interesa, es decir, con la intención de persuadirlos”.

Por supuesto, no pretendo que sea perfecta o que todo el mundo esté conforme con ella. Es, nada más, una definición a la que llegué tras más de 35 años de trayectoria (escribiendo miles de textos periodísticos y de otros estilos) en campos diversos como el mundo del espectáculo (farándula), el deporte y, desde 2016, en el ámbito marketing. ¿Te parece si la analizamos en profundidad?

“Es la creación de contenido de valor”. ¿Qué se entiende por “contenido de valor”? Aquel que, en virtud de la información que incorpora, le aporta al receptor información o conocimiento útil, tanto para la vida como para la actividad que desempeña. “Útil”, por su parte, significa que le sirve para realizar una labor específica, avanzar en su proceso, optimizar y mejorar resultados, en fin.

La clave del “contenido de valor (útil)” es que, por un lado, proporcione la información que esa persona busca en relación con un tema determinado y, por otro, que contribuya tanto a responder sus inquietudes y derribar sus objeciones y miedos como a establecer un vínculo de confianza y credibilidad contigo. Como ves, el objetivo primario del “contenido de valor”, no es vender.

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“En cualquier formato”. Si bien en su primera versión el copywriting se limitaba al texto escrito, y aún hay quienes se limitan a él, en épocas de internet y tecnología multicanal se ha diversificado. Si creas un video, si publicas un pódcast, si elaboras una infografía o haces un presentación para un evento (virtual o presencial), requieres el copywriting para empoderar tu mensaje y provocar impacto.

“Destinado a informar, educar y nutrir a tus clientes potenciales”. Esta, sin duda, a mi juicio, es la clave. Y el momento de hacer una puntualización (aclaración) importante. ¿Cuál? Los dos caminos por los que nos lleva el copywriting en función del objetivo que nos trazamos con ese contenido específico. Por un lado, el copy de ventas (el tradicional); por otro, el de nutrición, la evolución.

No es el uno o el otro, porque no son polos opuestos, sino el uno y el otro, porque son distintos, pero complementarios. Depende de qué quieres conseguir. El copy de ventas es el que utilizamos para las piezas publicitarias dentro o fuera de internet: avisos, catálogos, cartas de ventas y más. Es el clásico, la herramienta más poderosa que tienen de las agencias de marketing y publicidad.

El copywriting de nutrición se refiere a los contenidos que creamos para cumplir con la tarea de darnos a conocer, ser visibles y posicionarnos en la mente de nuestros clientes potenciales. Su función es llamar su atención, despertar su curiosidad y, en virtud de un vínculo de confianza y credibilidad, promover una interacción (conversación) que derive en un intercambio de beneficios.

A través de estos contenidos persuasivos, le contamos al mercado quiénes somos, qué hacemos, por qué lo hacemos, para quién lo hacemos, cómo lo hacemos y, sobre todo, qué ofrecemos (traducción: cómo podemos ayudar a otras personas). Y establecemos autoridad a partir de testimonios de clientes antiguos y actuales para persuadirlos de que ejecuten una acción.

Y acá, otra aclaración pertinente: ese mensaje persuasivo, ese llamado a la acción, no se limita a vender, no en este estilo de copywriting. Puede ser una invitación a que se suscriba a tu lista de correo electrónico, a que vea un video, a que descargue un documento (libro), a que responda una encuesta, a que se inscriba a una clase maestra, a un curso o a un webinar. Son muchas opciones.

En este enfoque, eso que llamamos contenidos de valor actúan como un anzuelo: buscan atrapar la atención de tu cliente potencial, despertar su curiosidad y llevarlo a tus propiedades digitales. Es allí (blog, web, landing page, carta de ventas), y solo allí, donde el copywriting se diversifica: muestra sus múltiples facetas para informar, educar y, sobre todo, nutrir, que significa inspirar.

Si eres empresario, dueño de un negocio, emprendedor o un profesional independiente que vive de monetizar su conocimiento debes desarrollar la habilidad del copywriting. No para convertirte en un escritor profesional, pero sí para construir mensajes persuasivos poderosos y atractivos y, por otro lado, para dirigir la estrategia de contenidos en caso de que contrates a un profesional.

Claude Hopkins, John E. Kennedy, Robert Collier, David Ogilvy y Dan Kennedy, el principal mentor de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, son algunos de los copywriters más destacados de la historia. Todos y cada uno, con su estilo y prédica particular, nos enseñan la importancia de usar los superpoderes del copywriting para comunicarnos y relacionarnos con el mercado.

Bien sea que el objetivo de tu actividad, cualquiera que sea esta, se enfoque en las ventas o en la nutrición (que vale decir que incorpora la información, la educación y el entretenimiento), debes aprovechar el copywriting. Es la herramienta más poderosa y efectiva para cumplir tus objetivos, a menos que dispongas de millones de dólares (sí, millones) para hacer publicidad en gran escala.

A través del copywriting, de los mensajes persuasivos, además, logramos algo que es crucial: por un lado, humanizamos la relación, la conversación; por otro, conectamos con las emociones de las personas que reciben el mensaje. Una conexión que nos permite transferir a otros conocimiento y experiencias y, sobre todo, desarrollar sinergias que se traduzcan en grandes transformaciones.

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Vender es fácil, si sabes aprovechar el poder de tus contenidos

Vender es fácil, ¿lo sabías? Sí, es bastante fácil cuando vendes en el momento, le vendes a la persona adecuada, cuando esa persona tiene una necesidad/deseo que tú puedes satisfacer con tu producto o servicio y, por último, cuando has conseguido posicionarte como la mejor opción. Fácil, ¿cierto? Lo difícil es lo que hace, o intenta hacer, la mayoría: lo que llamamos la venta en frío.

Se habla de venta en frío cuando abordamos por primera vez a un cliente potencial, es decir, una persona que todavía no nos compró. Además, que quizás no sabe quiénes somos, qué hacemos, por qué decimos que podemos ayudarlo y, lo más importante, cómo vamos a ayudarlo. Muchas veces, ese primer contacto se hace a través de una llamada telefónica, pero no es el único canal.

¿Por qué te digo que vender es fácil? Porque, seguramente lo sabes, seguramente lo experimentas con frecuencia, a los seres humanos, a TODOS, nos encanta comprar. La realidad, simple y llana, es que ¡somos compradores compulsivos! Más en estos tiempos modernos en los que nos someten a un incesante e inclemente, y casi siempre abusivo, bombardeo mediático por medios digitales.

Solo se requiere que piques la carnada: que hagas clic en un aviso publicitario cualquiera. No importa si es en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, Tik-Tok, una página web de un medio de comunicación y, claro, un aviso. Lo que sigue es que ese producto, esa marca, te aparece por doquier, “hasta en la sopa”, diría Mafalda. Y no puedes evitarlo, a pesar de que es algo tóxico.

A todos, absolutamente a todos, nos ENCANTA comprar. De hecho, muchas veces compramos algo que no necesitamos, un producto del que ya teníamos existencia en casa o a lo que, algo muy frecuente, no le vamos a dar uso. Todos tenemos ropa, accesorios, zapatos, juguetes tecnológicos o hasta comida guardada desde hace meses, y ni siquiera lo recordamos. Y compramos más…

El problema, porque siempre hay un problema, es que ODIAMOS que nos vendan. Y peor si es aquella venta en frío. Que es incómoda, intrusiva y muchas veces agresiva. Sin embargo, ese es el estilo de venta que utiliza la mayoría, dentro y fuera de internet, quizás porque “siempre se hizo así”, aunque la realidad es que los tiempos, el mercado y, sobre todo, los consumidores, cambiaron.

En el pasado, en el siglo pasado, era muy común la venta en puerta. ¿La recuerdas? ¿Alguna vez atendiste a un vendedor de estos? Sí, aquellos que iban de puerta en puerta, de casa en casa, y ofrecían distintos productos. Electrodomésticos o utensilios para la casa, principalmente, aunque otros más vendían enciclopedias, libros y, en una época, música (discos de acetato).

Eran persistentes, tercos, obstinados y molestos cuando sus visitas eran frecuentes. No valía decirles que no, porque cuando creías que ya te los ibas a quitar de encima tomaban un segundo aire e insistían con mayor intensidad. Hoy son una especie en vías de extinción (¿o extinta?) que en algunos de nuestros países latinoamericanos fue reemplazada por los devotos de las mil y una iglesias que existen.

En el siglo XXI, sin embargo, la venta en frío cayó en desgracia. Primero, porque como ya mencioné, los tiempos, el mercado y los consumidores (sus hábitos) cambiaron. Y también las estrategias, en virtud de la tecnología, de ese maravilloso, ilimitado y aún desconocido universo que es internet. Pasamos de la tienda física al e-commerce a través de múltiples dispositivos y canales digitales.

Antes, seguro lo sabes, era difícil conseguir más de dos o tres opciones del mismo producto porque el mercado era dominado por unas pocas marcas. Hoy, en cambio, a la vuelta de unos pocos clics puedes comprar literalmente cualquier producto o servicio de cualquier marca. Aunque la tienda esté del otro lado del mundo, tu compra llegará a la puerta de tu casa en unos días o semanas.

Y compramos por internet el tiquete de avión, pagamos el hotel y adquirimos la entrada a las atracciones que vamos a disfrutar en las vacaciones. Transferimos dinero y hacemos pagos desde el celular (ya casi no hay que ir al banco) y hasta el mercado nos llega a domicilio. Y algo que cambió el mercado para siempre: los clientes para toda la vida son otra especie que se extingue.

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Hoy, irónicamente, es más fácil llegar a los clientes potenciales, pero es más difícil convertirlos. ¿La razón? Por un lado, que, aunque a todos nos ENCANTA comprar, todos ODIAMOS que nos vendan. Y, por otro, son muchos los que todavía usan las estrategias que funcionaron en el pasado, pero que hoy están revaluadas o, en algunos casos, caducas. La venta en frío es un claro ejemplo.

No es que no se pueda hacer venta en frío, solo que su impacto es menor. Mientras, la resistencia del consumidor a este tipo de impulsos es mayor. ¿Entiendes? El problema, ¿sabes cuál es el problema? La venta en frío es tan solo una transacción: un bien (producto o servicio) a cambio de un dinero (u otro producto o servicio), pero lo que hoy se impone es un relación a largo plazo.

¿Ves la diferencia? Transacción vs. Relación. La primera es efímera: se termina cuando se consuma la venta. La segunda, ya lo mencioné, es a largo plazo. Además, incorpora un elemento crucial: el intercambio de beneficios que, por supuesto, va más allá del producto o servicio que se vende. Y, a diferencia de la simple transacción, el verdadero negocio, la rentabilidad, está en la recurrencia.

Es decir, no basta con vender una vez, así sea por un alto valor: lo que se busca es que durante su relación contigo, con tu marca, esa persona te compre una y otra vez, ojalá por mayor valor. Y, por supuesto, que en ese período tú le puedas brindar más, le ayudes a solucionar otros problemas o necesidades y lo conviertas en un cliente fiel que, en gratitud, te refiere con otros buenos clientes.

La novedad que incorpora ese proceso de establecer una relación con todos y cada uno de tus clientes potenciales es el uso del marketing de contenidos. Que, no te equivoques, existe desde finales del siglo XIX, pero con usos distintos al actual. Antes, era un aliado de la venta, un refuerzo del mensaje de venta, mientras que ahora su enfoque está en informar, educar, nutrir y entretener.

¿Informar sobre qué? Sobre ti, tu negocio, lo que haces, lo que ofreces, la forma en que prometes ayudarlo. Ten en cuenta que hoy el mercado es una espesa jungla con múltiples especies, algunas de ellas depredadoras que saben cómo atrapar su presa. Hay, también, ofertas muy buenas, mejores que la tuya, y si quieres competir necesitas ser visible, que tu mensaje se escuche.

¿Educar sobre qué? Sobre el problema que padece su cliente, del que no es consciente, y que tú le puedes solucionar con aquello que ofreces. Con este contenido de corte educativo debes recurrir a las manifestaciones de ese problema, no al dolor, o lo perderás. ¿Sabes por qué? Porque nadie, absolutamente nadie, compra un dolor: lo que todos buscamos es la solución definitiva.

¿Nutrir sobre qué? Específicamente, sobre el problema que sufre, cómo afecta los diferentes ámbitos de su vida y cuáles son las consecuencias. Luego, sobre la solución que has preparado para él y cómo lo ayudará. Por último, sobre cómo será su vida una vez acabe con ese problema y pueda disfrutarla plenamente. Esta es la clave para que, en algún momento, tome la decisión de compra.

¿Entretener sobre qué? Sobre lo humano y lo divino, literalmente. Las dos principales razones por las que los seres humanos, todos, nos conectamos a internet son divertirnos e informarnos. En ese orden. No en vano se dice que los canales digitales son la primera fuente de procrastinación. Dado que la rutina es estresante, agobiante, histérica y traumática, se requiere una válvula de escape.

Desde el primer contacto de tu cliente con tu marca y a lo largo de la relación de intercambio de beneficios, el contenido es un valor transversal. Para informar, educar, nutrir y entretener en cada una de las etapas, en función de las distintas necesidades. Para llamar su atención, despertar su curiosidad y comenzar la relación, en los primeros pasos, para fidelizarlo a largo plazo.

Vender es fácil cuando vendes en el momento justo, le vendes a la persona adecuada, cuando esa persona tiene una necesidad/deseo que tú puedes satisfacer con tu producto o servicio y, por último, cuando has conseguido posicionarte como la mejor opción. Es fácil si el contenido que compartes con esa persona ha cumplido la tarea de informarlo, educarlo, nutrirlo y entretenerlo.

Recuerda: ya no es una simple transacción, un dinero a cambio de un producto o servicio. De lo que se trata es de establecer una relación de intercambio de beneficios y esto solo se consigue cuando hay confianza y credibilidad. Es, entonces, cuando el contenido se viste el traje de superhéroe y sale al rescate: te permite posicionar como una propuesta de valor irresistible…

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