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No hay magia, ni fórmulas perfectas: solo haz lo necesario y funcionará

La principal fuente de las dificultades que enfrentamos, en especial al emprender una actividad de la que conocemos pocos, es aquella de dejarnos llevar por lo que dicen otros. Algo que, en estos tiempos de infoxicación y noticias falsas, de autoproclamados gurús de internet, nos obliga a ser cuidadosos, a leer la temible letra pequeña y, en especial, a no creer todo lo que se publica.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos comemos esas versiones que abundan por doquier, no solo en internet, y no tardamos en darnos cuenta del error. Y, claro, la decepción es grande, la frustración es incómoda y la sensación del “no puedo hacerlo” se convierte en un feroz enemigo, difícil de vencer. Es un tema frecuente cuando hablamos de desarrollar la habilidad de escribir.

Porque, y esto no me canso de repetirlo, todos, absolutamente todos los seres humanos que alguna vez pasamos por una escuela primaria, sabemos escribir. Aunque hayas sido el peor alumno de tu curso, aunque tus calificaciones hoy te avergüencen, aunque creas que lo haces muy mal. Y, por supuesto, lo hacemos todos los días en diferentes ámbitos de la vida.

Esta, precisamente, es la primera mentira que hay que derrumbar: si te dicen que te van a enseñar a escribir, sospecha. ¡Ten cuidado! Salvo, claro está, que tu intención sea la de convertirte en un escritor profesional, en alguien que va a vivir de este oficio. En ese caso, debes preocuparte por hallar una escuela reconocida, un mentor que te demuestre que tiene la capacidad para enseñarte.

Porque, y esta es otra de las falacias del mercado, hay muchas personas que reúnen vastos y valiosos conocimientos, que acumulan una meritoria experiencia. Sin embargo, no son capaces de transmitir esos conocimientos a otros, su mensaje carece de empatía, no genera el impacto deseado. Hay que investigar, hay que preguntar, porque corres el riesgo de equivocarte feo.

Otra variante de este problema es que te encuentras con expertos que se conocen la teoría, que la recitan al pie de la letra, pero que en la práctica, en el ejercicio del oficio, presentan carencias grandes. Profesores de marketing que jamás crearon una empresa, que nunca vendieron; periodistas que pasaron fugazmente por un medio, pero que no escriben, no publican nada.

Dado que la escritura es una habilidad, no existe un modo perfecto, ni una estrategia que les funcione a todas las personas. Necesitas unos conocimientos, básicos, que los adquieres en el colegio, y algunos otros más especializados, que solo los puedes obtener de quien ejerza el oficio, de quien esté en el barro ensuciándose las manos. ¿Entiendes? Alguien que sepa escribir.

Así mismo, es fácil confundirse con versiones que te dicen que escribir es fácil y, al tiempo, otras que te ofrecen la versión contraria: que es algo complejo. Lo cierto es que ambos extremos encierran una mentira y algo de verdad. La mentira es que no es un tema de blanco o negro, pues hay muchos matices; la verdad es que depende de tus objetivos, de qué clase de escritor quieras ser.

La escritura, además de una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar tan bien como desee, también es una disciplina. Es decir, no creas eso de que no naciste con talento o, también, de que tienes todo el talento del mundo. Todos los seres humanos, absolutamente todos, nacemos con talento, pero la diferencia está en qué hace cada uno con esos dones que recibió de la vida.

Algunos los trabajamos, los mejoramos, los desarrollamos, los convertimos en algo superlativo, muy por encima del promedio. Es el caso de los deportistas de alto rendimiento: lo que los hace competitivos es el trabajo, la disciplina, la constancia, la perseverancia, el continuo aprendizaje. En especial, el que surge de sus errores. Son los mejores porque trabajan mucho y muy duro.

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Y lo mismo se aplica a la escritura. El gran Gabriel García Márquez solía decir que “escribir era 99 % transpiración y 1 % inspiración”. Y lo decía Gabo, el genio de las musas de Macondo. Sin embargo, la mayoría de las personas cree que es lo contrario: 99 % de inspiración y 1 % de trabajo. Y se pasan la vida esperando que la esquiva inspiración llega, y nunca llega. Y nunca escriben.

Escribir es fácil en la medida en que establezcas un método, crees una rutina y tengas la guía adecuada, idónea, de un profesional. Eso implica entender que los cursos exprés, las plantillas y las fórmulas mágicas no sirven, no funcionan. En cambio, sí funciona la buena actitud, la disposición positiva, la capacidad de observación, darle rienda suelta a tu imaginación y crear, trabajar.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que la escritura es una creación noble y siempre te recompensa. Quizás no te vuelvas millonario o famoso, el sueño de muchos, pero siempre tendrás una retroalimentación positiva, siempre habrá personas que amarán tus escritos y querrán leerlos una y otra vez, que esperarán con ansiedad el siguiente. Siempre habrá quien valore tu trabajo.

Otra falacia del mercado, al menos en la actualidad, es que será muy difícil encontrar quién publique tu contenido, tu libro. Si te obsesionas con la idea de que sea una gran editorial y quieres ver tu publicación en los estantes de las librerías y tiendas más famosas. Lo más probable es que te lleves una gran decepción. Sin embargo, debes saber que ese no es el final del camino, no es el único camino.

Hoy existe el esquema de autopublicación por demanda. ¿Sabes en qué consiste? Que solo se imprimen los ejemplares que vendiste. Uno, diez, cien, mil. Y no estás atado a un contrato, no incurres en gastos innecesarios. También están los libros colaborativos (de los que te hablé en esta nota), que son una opción interesante, en especial para quienes comienzan en el oficio.

Ahora, si no quieres escribir un libro, no todavía, hay muchas otras alternativas. Internet, quizás lo sabes, es un universo de oportunidades ilimitadas. Hay una a tu medida, con seguridad. Y para transmitir tu mensaje puedes elegir el o los formatos y canales con los que más cómodo te sientas, aquellos en los que está la audiencia interesada en el contenido de valor que produces.

Puedes abrir un blog, crear un pódcast o un canal en YouTube, o todo al mismo tiempo y alternas el formato de tus publicaciones. Y no tienes que publicar todos los días: una o dos veces a la semana, al comienzo, es suficiente, mientras pierdes el miedo, mientras creas la rutina, mientras estableces el método y, sobre todo, mientras cautivas a la audiencia. Luego, puedes aumentar.

Si estás en la etapa de querer comenzar, pero no sabes cómo hacerlo, el mejor consejo que puedo darte es que busques ayuda profesional, idónea. Aunque no pretendas ser un escritor profesional. Es como cuando quieres aprender a jugar al tenis: acudes a una academia reconocida y te pones en manos de un profesor. Lo mismo si quieres ser cocinero, o bailarín o aprender a dibujar.

Por supuesto, hay algo más que debes entender: hagas lo que hagas, sea cual fuera la actividad que decidas emprender, se trata de un proceso. Y más si eliges la escritura. No te convertirás en un buen escritor de la noche a la mañana, ni en un mes, quizás tampoco en un año. Entre otras razones porque escribir es un oficio que cambia, que es dinámico y se transforma como la vida.

No me canso de insistir en que dentro de ti hay un buen escritor, pero tienes que despertarlo, tienes que activarlo. Y, sobre todo, tienes que ponerlo a trabajar. No hay milagros, no hay magia, y eso a mi modo de ver es una excelente noticia: significa que, si haces lo necesario, en algún momento vas a cumplir el sueño de ser escritor, de escribir, aunque seas tan solo un aficionado.

 

 

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¿Quieres escribir un libro? Debes cumplir estas 7 condiciones

Escribir un libro es un sueño que muchos forjan y pocos cumplen. De hecho, hasta hace muy poco tiempo era el privilegio de unos cuantos. La verdad, para poder publicar un libro había que cumplir dos condiciones: ser de buena familia (es decir, de familia adinerada) y ser de la rosca (es decir, de la élite en la que se cubren todos con la misma cobija). No era y/o, se requerían las dos.

Sin embargo, con la irrupción de internet el mercado cambió radicalmente. No porque, como dicen por ahí, la gente ahora no lea libros impresos (lo cual es una mentira), sino porque entraron al campo de juego nuevos jugadores, muchos jugadores. Es decir, la rosca dejó de ser el único escenario posible porque se abrió la competencia y las grandes editoriales no saben competir.

Por allá en 2012 me di a la tarea de escribir un libro. Por aquel entonces, se disputan las eliminatorias al Mundial de Brasil-2014 y la opción de que Colombia regresara a la cita después de 16 años era muy buena. Y tenía en la cabeza una idea loca que no iba a ser fácil de venderle a una editorial tradicional, porque a sus editores solo les interesa lo que va les garantiza ventas.

Y lo mío, claramente, era una apuesta. Quería hacer un recuento de la historia de los Mundiales, desde Uruguay-1930, con la idea de ofrecerles a las nuevas generaciones de hinchas, que nunca habían visto a su país en un Mundial, un marco de referencia. Un libro, además, con un estilo disruptivo: historias de hechos y personajes basadas en estadísticas, algo nunca publicado.

Después de una lucha titánica, de tocar mil y una puertas sin recibir una respuesta, conseguí que una editorial se interesara en mi libro. Lo logré gracias a que había trabajado en el pasado con quien era el editor de esa empresa. Es decir, era alguien de mi rosca (se confirma la premisa). El libro Colombia Mundial: de Uruguay-1930 a Brasil-2014 fue publicado en noviembre de 2013.

Y fue un éxito. No solo por la cantidad de ejemplares vendidos, sino porque era el único libro independiente en medio de una sobreoferta de los grandes medios, que apoyaron a sus expertos para hacer sus publicaciones. El mío era, además, el único distinto, de corte histórico, y cumplió a cabalidad con los objetivos propuestos: fue muy bien recibido por los aficionados y los lectores.

Más adelante, con la misma editorial publiqué dos libros más: Santa Fe, la octava maravilla (2014) y Copa América: 100 años, 100 historias. Más allá de los réditos económicos (que estuvieron lejos de lo que el común de las personas imagina), estas aventuras valieron la pena por la gratitud de los lectores. En especial, los jóvenes y las mujeres, que encontraron un contenido inclusivo.

Desde entonces, he publicado otros 10 libros, pero con una característica diferente: fueron escritos para otras personas (en la modalidad de ghostwriter o escritor fantasma) o bajo el modelo colaborativo. Son lo que llamo hijos adoptivos, porque no son propios, pero los quiero como si lo fueran. Y recientemente dirigí y publiqué un proyecto de este estilo, un logro que me enorgullece.

¿Por qué? Primero, porque me permitió darle una enorme sorpresa y celebrarle el cumpleaños a un gran amigo, Álvaro Mendoza, y, por otro, rendirle un homenaje y expresarle mi gratitud por cuento me ha enseñado, me ha ayudado. En este proyecto me apoyaron 10 miembros del Círculo Interno, la comunidad privada de emprendedores exitosos de Álvaro, conocido como El Padrino.

¿Por qué te cuento esta historia? Porque quiero que entiendas que hoy cualquier persona puede escribir y publicar un libro. Ya no es necesario ser de buena familia y de la rosca, como antaño. De hecho, tú mismo puedes lanzar tu libro al mercado a través del sistema conocido como autopublicación, un servicio que desde hacer varios años se ofrece en el mercado editorial.

Hay que entender, sin embargo, que no se trata de publicar por publicar. Por el ego de decir que eres el autor de un libro. En las librerías hay cientos de miles de ejemplares que no se venden, libros que nadie lee, que no consiguieron capturar la atención de los potenciales lectores. Libros que pasaron pronto a la historia y al olvido. Libros que, tristemente, no lograron dejar huella.

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Para que tu libro produzca un impacto positivo, para que llame la atención del mercado, para que recibas la recompensa al trabajo y al tiempo invertidos (que no necesariamente es económica), tu libro debe cumplir con algunas condiciones. Te comparto algunas que, aunque quizás no sean de tu agrado, son necesarias. Recuerda: el que fija las reglas es el mercado, y no las puedes cambiar:

1.- Tu libro debe interesarle a alguien más que a ti.
Verdad de Perogrullo, dirá alguno, pero no es así. Muchos autores creen que porque están orgullosos de su idea, será un éxito o, de otra manera, interesará a otros. Y al final no se da, se llevan una dura bofetada del mercado, que no acoge tu propuesta. Valida tu idea, consúltala con personas que conozcan el mercado (no solo con tus íntimos), pregúntales a otros autores.

2.- ‘Bien escrito no es suficiente’: tiene que enamorar.
¿Sabes cuántos libros se publican cada día, tanto en formato digital como impresos? Cientos de miles. Y si quieres que el tuyo sea leído, no puede ser uno más. Necesitas que el contenido en realidad valga la pena, que no sea la repetición de la repetidera, ni exclusivamente tu visión personal de un hecho o, como suele ocurrir, el relato de las que consideras tus hazañas.

3.- Aunque seas escritor profesional, no está perfecto.
Este es un tema difícil, porque involucra el ego, ese duendecillo travieso que abunda por doquier. Hasta los textos de los mejores escritores, lo más famosos y laureados, pasan por un corrector de estilo, por el ojo de un editor. Entonces, el tuyo ¿por qué no? Creer que está perfecto o que nadie te puede corregir es simplemente muestra de debilidad, temes que encuentren los errores.

4.- Escribe para otros, no para ti.
Otro vicio grave y muy frecuente. Si crees que porque a ti te gusta le gustará al mercado, puedes llevarte una desagradable sorpresa. Los buenos libros son aquellos que, desde que fueron concebidos, es decir, desde antes de escribir la primera letra, se enfocan en el lector, en lo que a él le interesa. En satisfacer una necesidad, en ofrecer conocimiento, en brindar entretenimiento.

5.- Escribe para ayudar, no para figurar.
Algunas buenas ideas no puede convertirse en buenos libros simplemente porque los autores se dedican a tratar de demostrar su autoridad, a exponer su conocimiento. Sin embargo, se quedan cortos y, entonces, producen textos anodinos, comunes y corrientes, más de lo mismo. Enfócate en producir contenido de valor, de aquel por el que tu lector agradece el tiempo que le dedicó.

6.- Escribe sin pensar en los réditos económicos.
Una de las experiencias frustrantes para un escritor es aquella de escribir convencido de que su libro será un gran éxito y se venderá muy bien, es decir, que se volverá millonario. Y eso no es así: es como jugar a la lotería. Preocúpate, más bien, porque tu libro sea de calidad y le aporte algo de valor al lector. Luego, él te recompensará con su fidelidad y querrá leer tus nuevas publicaciones.

7.- Si vas a publicar, trabaja en equipo.
Otro problema común: por ahorrarse unos pesos o por acaparar las potenciales ganancias, hay quienes se meten en camisa de 11 varas. Es decir, ingresan a terrenos que no les corresponden o que, peor, no dominan como diseño, corrección de estilo, diagramación. En el siglo XXI, el éxito de un proyecto editorial es el fruto de un trabajo colectivo en el que cada uno hacer bien lo suyo.

Escribir un libro es un sueño que muchos forjan y pocos cumplen. Hoy, por fortuna, es posible hacerlo realidad de una forma bastante sencilla (que no significa fácil). La autopublicación, el ghostwriting o el esquema colaborativo son algunas opciones interesantes que puedes explorar. Estoy seguro de que alguna de ellas se ajustará a tus necesidades, a tus posibilidades.

Lo que sí sería lamentable es que renuncies al sueño de escribir y publicar un libro solo porque no eres de buena familia y/o de la rosca de las editoriales tradicionales. El libro Gracias, Álvaro – Gracias, Padrino (haz clic y descárgalo) que acabo de publicar con otros 10 emprendedores, ninguno de ellos escritor profesional, es la muestra de que tú también puedes lograrlo. Es cuestión de asesorarte bien.

 

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¿Verdadero o falso? No creas todo lo que dicen acerca de escribir

Una de las razones por las cuales hay tantas personas que se abstienen de escribir, que se niegan el derecho a intentarlo, es por el terrorismo sicológico que abunda por doquier. Mentiras, medias verdades, creencias limitantes, mitos o simplemente ideas erradas que carecen de sustento. Es un terreno difícil, dado que el caldo de cultivo para estas especies tóxicas es la falta de conocimiento.

Sí, tristemente, la ignorancia es la razón de fondo por la cual hay tantas personas que no cumplen su sueño de escribir. Que, como lo he mencionado en otras ocasiones, de ninguna manera significa exclusivamente vivir de escribir, ser un profesional de la escritura. Escribir, no me canso de decirlo, es un privilegio exclusivo del ser humano y es una necedad negarnos la posibilidad de disfrutarlo.

Más, en tiempos como los actuales en los que la tecnología, bendita sea ella, nos ofrece la opción de transmitir nuestro mensaje por múltiples canales. Prácticamente, sin restricciones, porque la mayoría de ellos son gratuitos, es decir, están al alcance de la mano de cualquiera. Y hoy, por si no te habías dado cuenta, el éxito en el mundo es para quienes tienen un mensaje poderoso.

Mensaje poderoso que significa empoderador, inspirador, educador, persuasivo, divertido, reflexivo, positivo, constructivo. Lo demás, todo lo demás, la mayoría de lo que recibimos cada día a través de los medios de comunicación o internet, es ruido. No sirve, porque está viciado de origen por unos intereses particulares, condicionado generalmente por factores económicos.

Algo que me llama la atención cuando atiendo a un cliente en una consultoría o cuando nos reunimos para hablar acerca de algún proyecto de contenidos es que muchas veces, la mayoría de las veces, esa persona está convencida de que no tiene nada que decir. O, de otra forma, que su historia, sus experiencias, sus errores y aciertos, carecen de valor para los demás. Y no es así.

Definitivamente, no es así. Todos los seres humanos, absolutamente todos, tenemos algo valioso para compartir con los demás. De hecho, todos los seres humanos, absolutamente todos, estamos en búsqueda de respuestas a nuestras inquietudes, de soluciones a nuestros problemas. Y, creo que lo imaginas, esas respuestas y esas soluciones provienen justamente de otras personas.

Sí, de quienes ya pasaron por lo mismo y pudieron sortear los problemas, de quienes hallaron las respuestas y las soluciones. Sí, de quienes, además, están en disposición de compartir contigo el aprendizaje de aquellas experiencias, de guiarte por ese camino y revelarte cuáles son las principales dificultades a las que te enfrentarás, cuáles son los riesgos a los que te expones.

Por otro lado, y esto es algo que la mayoría de las personas no sabe, sin querer queriendo es mucho lo que puedes hacer por otros. No necesitas hacer una gran obra, porque las palabras están cargas de un poder inmenso y, así como puede destruir, también están en capacidad de construir, de edificar, de inspirar, de motivar. Con poco, es mucho lo que puedes conseguir.

Por eso, te propongo un juego sencillo que hasta puede resultar divertido. ¿Qué te parece un verdadero o falso para descubrir qué hay detrás de esas comunes especies tóxicas?

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1.- “Voy a leer un libro a la semana y así podré escribir mejor” – FALSO
Leer sí te sirve, por cultura general, porque te proporciona conocimiento que sirve de contexto a tus escritos. Sin embargo, lo que te hará mejor escritor no es leer, sino escribir. De hecho, y es algo que menciono con frecuencia, conozco a muchas personas que son lectoras voraces, pero no son capaces de escribir un texto sencillo. Leer = Escribir no es una premisa de causa-efecto.

2.- “Todos los días voy a buscar un rato libre para escribir” – FALSO
El éxito del ejercicio de la escritura es producto de tu disciplina, de la rutina que estés en capacidad de implementar. Aunque no seas un profesional, aunque solo lo asumas como un pasatiempo, necesitas establecer una rutina, fijar horarios. Y no solo para cuando te sientas frente al computador a escribir, sino también para el resto de las etapas del proceso de creación.

3.- “Cuando tenga una buena idea, me siento a escribir” – FALSO
Las ideas, amigo mío, no son buenas, ni malas, en sí mismas. Eso depende del uso que les das. Y, como lo escribí en este post, no necesitas la gran idea para comenzar a escribir: como una mediocre es posible crear una buena historia, una que valga la pena compartir y leer. Siéntate y escribe, y eso que llamas buenas ideas surgirán como consecuencia del proceso de creación.

4.- “No sé por dónde comenzar a escribir” – VERDADERO
Por hacer caso de tantas versiones amañadas, por creer tantas mentiras, las personas nunca se sientes capaces de comenzar. Sin embargo, ese es un problema fácil de resolver. ¿Qué debes hacer? Comienza, simplemente, comienza a escribir. Desarrolla la habilidad, crea los hábitos de una buena rutina y escribe. En la medida en que avances, lo harás más fácil y lo harás mejor.

5.- “No tengo talento para escribir” – FALSO
Todos, absolutamente todos los seres humanos, poseemos el talento. Está ahí, dentro de ti, a la espera de que lo aproveches, de que lo explotes. Por supuesto, eso requiere trabajo y, sobre todo, que implementes un método. Porque, lo he mencionado antes, escribir tiene más que ver con lo que haces (disciplina, constancia, investigación, observación) que con lo que con el talento.

6.- “Sé que puedo hacerlo bien, pero no sé cómo…” – VERDADERO
Escribir bien no es un privilegio de pocos, sino el privilegio de quienes hacemos lo necesario para conseguir el resultado que esperamos. Trabajo, trabajo y más trabajo. Creatividad, investigación, imaginación y algo que la mayoría olvida: asesoría profesional. Solo lo puedes lograr, pero mentiría si dijera que será fácil o rápido. Este es un camino que hasta los mejores recorren acompañados.

7.- “Quiero hacerlo, pero me da miedo” – VERDADERO
Como cualquier otra aventura incierta que emprendes en la vida, el miedo está incorporado. Y está bien, porque es una voz que te mantiene alerta, porque te ayuda a estar atento, porque evita que te confíes y creas que lo haces muy bien o que ya lo sabes todo. El miedo nunca desaparecerá, pero lograrás neutralizarlo a medida que escribes, que defines un estilo y un método de trabajo.

8.- “Me aterran las críticas destructivas” – VERDADERO
Todos los seres humanos, absolutamente todos, somos sensibles a las críticas. Es inevitable. Sin embargo, parte del aprendizaje del escritor es aprender a desoír las que no le aportan algo positivo o que carecen de sustento. También es menester aprender que tu trabajo, por muy bueno que sea, no será del gusto de todos, y no tiene porqué serlo. Siempre habrá críticas negativas.

9.- “Publicaré en Amazon.com y me haré rico” – FALSO
Si quieres escribir y publicar un libro con la idea de que te vas a hacer rico en virtud de las regalías de Amazon.com, estás perdidamente equivocado. Los autores que ganan buen dinero en esta tienda son pocos, muy pocos, y además de escribir bien y publicar buenos libros cumplen con otra condición: con antelación, ya crearon una comunidad, tienen cautiva una audiencia masiva.

10.- “Ahora no tengo tiempo: cuando me retire, me dedicaré a escribir” – FALSO
El mejor momento para comenzar a escribir es hoy; mañana quizás sea tarde (porque quizás no hay un mañana). Si crees que no tienes tiempo, créalo, invéntalo. Abandona actividades que nada te aporten, que solo consuman tu tiempo y energías, y dedícate a escribir, que no solo nutrirá tu intelecto, sino que también te permitirá entregar algo de valor a otras personas.

El terrorismo sicológico en relación con lo que implica escribir es una creación de quienes te la quieren poner difícil para después, cuando te dan dos o tres indicaciones y comienzas a escribir, poder fungir como salvadores, como gurús. No caigas en esa trampa: son mentiras, medias verdades, creencias limitantes, mitos o simplemente ideas erradas que carecen de sustento.

La única verdad es que tienes todo lo que se necesita para comenzar a escribir. Que lo hagas bien, que te conviertas en un buen escritor, que tus lectores reciban con agrado tus contenidos y que alcances algún reconocimiento dependerá de cuánto trabajes y, además, de que lo hagas bien. No hay misterios, no hay fórmulas mágicas. No les hagas más caso a las especies tóxicas surgidas de la ignorancia.

 

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¿Qué sí y qué no es un ‘copywriter’? Claves para ser uno bueno

Para algunos, se trata de una moda, de algo que llegó recientemente al mercado. Ahora, abres tu navegador y encuentras una multitud de avisos que te invita a convertirte en copywriter. De hecho, la gran mayoría de esas propuestas te promete fórmulas sencillas y efectivas para ganar “miles de dólares desde tu casa”. Una carnada atractiva que, tristemente, muchos muerden.

Ser copywriter es un oficio interesante y hasta divertido si sabes a ciencia cierta en qué te metes. Porque, si te dejas llevar por lo que dice el mercado, si no marcas un límite, si no defines los productos o servicios que vas a ofrecer, te vas a meter en un gran lío. ¡Te lo garantizo! Porque en el mercado existe la concepción de que el copywriter es algo más que una fina navaja suiza.

Hay una de ellas que, por ejemplo, tiene 40 herramientas y más de 50 servicios. Sirve prácticamente para todo lo que necesites en casa. Y eso, justamente eso, es lo que esperan algunos clientes de ti cuando eres copywriter: que lo hagas todo (aquí, el prácticamente sobra). Que escribas, seas experto editar y producir videos, actúes como community manager y más.

También quieren que escribas su emails, hagas su hoja de vida y, “si te queda un tiempo”, que les corrijas el informe que tiene que presentar en su trabajo. Ah, y algo muy importante: que cobres bien barato, porque “te estoy haciendo el favor de contratarte a ti y no a otro”, argumentan. Y ni se te ocurra apagar el celular, inclusive el fin de semana o en la noche, “por si te necesito para algo”.

En el pasado, hace no muchos años, un copywriter estaba condenado a trabajar en una agencia de publicidad. En ningún otro lugar había cabida para él. Los que eran buenos de verdad en el oficio, entonces, tenían una buena remuneración y se hacían de un prestigio. Hoy, sin embargo, en esta era digital que lo cambió todo y que nos obliga a transformarnos, a adaptarnos al nuevo entorno.

Que nos exige aprender más, desarrollar nuevas habilidades y saber un poco de todo, aunque sea tan solo lo básico. Hoy, para las empresas, para los negocios, la prioridad es ser visibles en internet, conseguir un buen posicionamiento en los buscadores y estar en capacidad de interactuar con su audiencia o, cuando menos, de responder los comentarios en redes sociales.

El problema, porque siempre hay un problema, es que se concibe que el trabajo del copywriter se circunscribe a estas labores, además consideradas menores, pero se espera que su trabajo se traduzca en ventas. Sí, que las publicaciones en Facebook, Instagram, Tik-tok o Twitter no solo atraigan clientes potenciales, sino que muevan la caja registradora. ¡Es lo único que importa!

Es este, entonces, cuando conviene aclarar algunos puntos que están confusos: ¿qué no es un copywriter?

1.- No es el genio de la botella.
Es decir, no es que frotas una botella, aparece un genio con poderes extraordinarios y te concede algunos deseos. El valor de un buen copywriter está no solo en su experiencia, sino en su especialización. Es decir, no puede ser un todero, no debe ser un todero, no puedes esperar de él que haga todo lo que se requiere en el ecosistema digital. Él es un especialista, tenlo en cuenta.

2.- No es un vendedor más.
Los textos persuasivos, por muy bien escritos que estén, por más que estén enfocados en las necesidades de tu cliente potencial, no venden por sí mismos. Este contenido está diseñado para llamar la atención de tu audiencia y generar su curiosidad, pero lo que realmente vende, lo único que vende, es la calidad del marketing que tú puedas hacer, las estrategias que desarrollas.

3.- No es un community manager.
La gestión de las redes sociales es una de tantas especialidades requeridas hoy en el entorno digital, pero no necesitas un copywriter para esta labor. Sería comprar un lujoso Maserati para transitar a 30 km/h en medio de los atascos del tráfico de nuestras ciudades. Es decir, un total desperdicio. Aprovecha su talento en algo que valga la pena, tanto para él como para ti.

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4.- No es un diseñador gráfico.
Quizás, en especial si es un nativo digital, tu copywriter sepa grabar, producir y publicar videos o, también, maneje Canvas y pueda crear algunos post para tus redes sociales. Sin embargo, no asumas que es un diseñador gráfico, no exijas que cree piezas publicitarias más elaboradas, porque ese no es su trabajo. Como dicen en la calle, “cada loco con su tema”.

5.- No es una secretaria.
Que conste que no tengo nada en contra de las personas que desempeñan ese noble oficio. Sin embargo, ser copywriter es algo distinto. Un copywriter te puede corregir un texto, eventualmente te orienta en la redacción de un informe, pero su trabajo no es ese. Su tarea consiste en generar contenido para nutrir y educar a tu audiencia, en generar confianza y credibilidad; no lo olvides.

Ahora, veamos la otra cara de la moneda: ¿qué sí es un copywriter?

1.- Es un escritor profesional.
Como tal, su trabajo merece respeto y, además, tiene derecho a cobrar lo que le parezca, lo que cree que valen sus servicios. Otro tema es si tú decides pagar por eso, pagar esa tarifa. Un copywriter es alguien que siente pasión por la comunicación y el lenguaje, un oficio que demanda dedicación, esfuerzo y, algo muy importante, continuo aprendizaje.

2.- Es un creativo.
Es decir, no es una máquina, tampoco es un robot. Tiene buenos días y otros malos, momentos de lucidez y otros, de dificultad. Necesita un buen ambiente para desarrollar su creatividad, para producir bien. Además, y esto es algo que muchos omiten, necesita tiempo. Está capacitado para trabajar bajo presión, siempre y cuando esa presión no se convierta en un obstáculo creativo.

3.- Es un compañero de equipo.
Eso significa que necesita ayuda, tu ayuda, para realizar un buen trabajo. Instrucciones claras y precisas, material de referencia y de apoyo, una retroalimentación positiva y constructiva. Si quieres que el trabajo un copywriter dé los resultados que necesitas y esperas, tu acompañamiento, asesoría y guía son imprescindibles. Consiéntelo, no te arrepentirás.

4.- Es tu puente con el mercado.
Hoy, la clave del éxito de tu negocio o empresa radica en tu capacidad para comunicarte con el mercado, para conectar con tus clientes y atender sus deseos. Para ello, necesitas conocer cómo son, qué quieren, cuál es su dolor, con qué sueña. Hay muchas formas de conseguir esa información, pero ninguna mejor que un buen contenido de interacción.

5.- Es tu mejor aliado.
Por si no lo sabías, todos, absolutamente todos los referentes del mercado, en cualquier industria que investigues, tienen detrás un buen copywriter. ¿Por qué? Porque saben que su posicionamiento y visibilidad, la confianza y credibilidad que les brinda el mercado, surge del contenido de calidad que este produce. Detrás se cada caso de éxito hay un copywriter.

Ser copywriter está de moda, pero no es una moda. Es uno de los oficios más antiguos del mundo, uno que siempre ha estado presente en el marketing, uno que muchas veces representa la cara oculta del éxito de una empresa, empresario o emprendedor. Si logras entender cuál es la naturaleza de su trabajo, lo apoyas y lo arropas adecuadamente, él te ayudará mucho.

Un último apunte: si eres periodista o comunicador, si te apasiona escribir y comunicar mensajes, si sueñas con ser copywriter, solo puedo decirte que nunca hubo un mejor momento que este para comenzar, para darte a conocer en el mercado. La clave, en todo caso, es no ser uno más de tantos que ya hay, sino uno bueno de verdad que pueda aportar valor al mercado, a sus clientes.

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El NO avatar: ten mucho cuidado con aquello que atraes

¿Crees en la Ley de Atracción? Es aquella creencia basada en que la energía que emitimos es capaz de atraer una de características similares. Es decir, si emitimos odio, recibimos odio; si emitimos amor, recibimos amor, y así sucesivamente. Hay que decir, además, que no existe sustento científico alguno que valide esta teoría, que pertenece exclusivamente al ámbito de las creencias.

Y, por supuesto, hay quienes creen y quienes no lo hacen. En este caso, en el caso de la Ley de Atracción, soy un creyente. ¿Por qué? Porque lo he vivido en carne propia, para mal, durante mucho tiempo, y para bien cuando decidí cambiar mis actitudes y, en especial, mis pensamientos. Porque, y debo decir que en eso también creo fervientemente, el poder de la mente es infinito.

“Mantén tus pensamientos positivos, porque estos se convierten en tus palabras. Mantén tus palabras positivas, porque ellas se convierten en tus comportamientos. Mantén sus comportamientos positivos, ya que se transforman en tus hábitos. Mantén tus hábitos positivos, porque se vuelven tus valores. Mantén tus valores positivos, porque ellos son tu destino”.

Esta premisa, de Mahatma Gandhi, nos muestra cómo funciona la Ley de Atracción. Para bien y para mal, por supuesto. Como, por ejemplo, cuando te involucras una y otra vez en relaciones dañinas, con personas tóxicas que nada te aportan, pero las eliges una y otra vez. O cuando tienes problemas con la bebida, pero siempre te juntas con aquellos que te incitan a beber de más.

Es algo inconsciente, claro, pero es algo que surge de nuestro interior. No es que la vida, traviesa y caprichosa, pone en tu vida a esas personas que te lastiman, que no te valoran, que te estancan. No, así no funciona: no eres un títere y tampoco hay un titiritero arriba moviendo los hilos. Eres tú el que elige, eres tú el que se niega a romper los patrones, a desaprender y volver a aprender.

Esa son simples excusas, disculpas aprendidas de nuestro entorno y que son socialmente aceptadas. Creencias que, también hay que decirlo, surgen de la formación que recibimos en casa, de niños, por la religión y, tristemente en muchas ocasiones, por la falta de educación. Nos apegamos a ellas porque nos resulta cómodo, porque así eludimos la responsabilidad y la culpa.

Lo que necesitamos aprender es que, ojalá más temprano que tarde, debemos tomar las riendas de nuestra vida de manera consciente. Y hacer lo que sea menester para borrar esas creencias, para derribar esos obstáculos que se interponen en el camino, para cortar con esa cadena de sucesos que nos lastiman, nos perjudican y nos impiden conseguir lo que la vida nos ofrece.

Una buena parte del problema se origina en aquello que llamamos diálogo interno. Son esos mensajes que enviamos a nuestra mente y que la condicionan, que la programan. “No puedes”, “Eres un fracasado” y “No te lo mereces” o, del otro lado, “Tú puedes”, “Hazlo y alcanzar el éxito que premie tu esfuerzo” o “Nada puede detenerte”. En este caso, de nuevo, tú decides.

Si tú eres de los míos, de los que creemos en la Ley de Atracción, entonces, lo que sigue es muy importante para ti. ¿Por qué? Porque te sirve tanto para la vida como para los negocios. Para la vida, porque influye en la forma en que te comunicas con otros, en que te relacionas con los demás; para los negocios, porque te permite establecer con quién quieres trabajar y con quién no.

En la vida, estoy seguro de que lo has experimentado, la mayor fuente de problemas es la falta de comunicación o, en su defecto, la mala comunicación. Nos comunicamos mal porque no sabemos elegir las palabras adecuadas o porque les damos una carga innecesaria: prejuzgamos, dictamos sentencias, provocamos heridas. Nos falta empatía, nos falta sensibilidad, nos falta sentido humano.

Muchas veces, quizás demasiadas, nuestra comunicación surge del miedo, de las creencias limitantes o, peor aún, del deseo de agradar a los demás, de obtener su aprobación. Mientras, en los negocios, el afán por vender, la obsesión por conseguir más clientes, el miedo a ser superados por la competencia, nos lleva a cometer el error de abrirles las puestas a prospectos equivocados.

 

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Lo primero que debes entender (y aceptar) es que no todas las personas pueden ser tus clientes. Bien porque no tienen el problema o no sienten el dolor que tú puedes solucionar o, simplemente, porque no están interesados en lo que les ofreces. Esto último, o porque ya eligieron una opción distinta (tu competencia) o porque ni siquiera son consciente de su situación, que es muy común.

¿Por qué? Porque asumimos que todas las personas que se acercan a nosotros están listas para comprar. Y no es así, por supuesto. De hecho, es justo lo contrario: la gran mayoría no sabe que tiene un problema, por ende, no lo ha hecho consciente y, entonces, no busca una solución. Por eso, cuando intentas venderle sale despavorido. Y más: te etiqueta como una molestia.

En sentido parecido, a tu puerta llegan personas que son una molestia. Los atiendes, les brindas tu tiempo y quizás tu conocimiento, pero después de semanas o de meses de darle contenido de valor, de intentar educarlo y nutrirlo, te das cuenta de que es como hablarle a una pared. No muestran el mejor interés, no toman acción alguna y, más bien, están quejándose todo el tiempo.

El mercado, entiéndelo, es un ecosistema diverso. Como tal, alberga especies de toda índole, en especial, tóxicas, dañinas o molestas, de esas que nada te aportan o que, simplemente, consumen tu energía, te hacen perder tu tiempo, tus recursos y tu dinero. Lo peor: te distraen y evitan que pongas tu atención en las personas que realmente te necesitan, en aquellas que sí te valoran.

Por eso, no puedes pasar por alto una tarea imprescindible: definir tu avatar no deseado, al que prefiero llamar el NO avatar. No solo tu avatar, el cliente modelo, el ideal, sino este otro también. Porque, créeme (quizás ya lo comprobaste), es una especie más común de lo que te imaginas y, seguro, te los vas a encontrar en el camino. Por eso, necesitas estar prepara para gestionarlos.

Dentro de esta especie, así mismo, hay categorías o subespecies. Porque no todas son malas, negativas o tóxicas, valga aclararlo. Algunos no son tus clientes porque, como ya lo mencioné, tienen un problema o padecen un dolor que tú no puedes solucionar. Entonces, no tiene sentido buscarlos y molestarlos. Recuerda: no todo el mundo es tu cliente y no le puedes vender a todo el mundo.

Hay otros que sí tienen el problema, que sí sufren el dolor, pero no son consciente de él y, por el momento (y hasta nuevo aviso) no están interesados en cambiar esa situación. ¿Por qué? Quizás porque tienen otras prioridades, porque no les genera malestar alguno. Otros, en cambio, no ven la solución en lo que tú les ofreces, probablemente porque no perciben los beneficios que incorpora.

Así mismo, hay personas que no son tus clientes porque ya eligieron una opción, porque ya le compraron a la competencia. En este caso, si estás interesados en ellas, debes implementar una estrategia a largo plazo para que te conozcan, sepan qué haces y cómo los puedes ayudar, período en el que tu tarea consiste en nutrirlos, en educarlos, en entretenernos. Gratuitamente, claro.

Están también las que en teoría son prospectos, pero es mejor que no se conviertan en clientes. Es decir, sí tienen el problema, sí sufren el dolor que tú puedes solucionar, pero son tóxicas, necias, negativas y/o carecen del dinero para comprar lo que ofreces. Esta es la especie que debes evitar al máximo, mantenerla tan alejada de tu negocio como sea posible. ¡Es por tu bienestar!

Moraleja: ten cuidado de qué clase de clientes atraes a tu negocio, de qué clase de personas atraes a tu vida. Recuerda que, como lo dijo Jim Rohn, “somos el resultado del promedio de las cinco personas con las que más tiempo compartes”. Elige bien, entonces. Pero, sobre todo, debes definir claramente tu NO avatar, esos clientes o personas que no quieres en tu vida para nada.

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5 habilidades clave para comunicarte bien y dejar huella

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, muchos parten de aquí si haber conseguido ese objetivo o, peor aún, a sabiendas de que su huella, su legado, no fue positivo. Tristemente, esto sucede porque desaprovechamos el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación.

Una de las grandes lecciones que la vida nos dio en los últimos meses, por cuenta de esta terrible pandemia que no solo nos cambió la rutina, sino que nos arrebató a muchos seres queridos, muchos momentos de felicidad, es aquella de que necesitamos el uno del otro. En otras palabras, desveló el origen de muchos de nuestros problemas: el egocentrismo en cualquier manifestación.

Sí, nos demostró que, mucho que nos pese, si bien llegamos solos a este mundo y de este mundo nos vamos a ir solos, mientras estemos acá, el tiempo que dure esta aventura, necesitamos de los otros. Por supuesto, una real convivencia es imposible si no está soportada en una comunicación honesta, genuina, de doble vía, una comunicación en la que las partes involucradas se benefician.

Tuvimos que aprender a vivir separados de los otros, de esas personas a las que estábamos acostumbrados en la rutina de antes. Por fortuna, la tecnología, bendita ella, nos abrió canales, nos dio oportunidades que 15 o 20 años atrás no existían y sin los cuales el encierro habría sido una tortura mayor. Las aplicaciones de mensajería y las transmisiones en vivo nos salvaron.

¡Literalmente! Sin embargo, no fue suficiente. Porque, supongo que coincidirás conmigo, un tema es conversar con tu familia y tus amigos a través de Zoom o de una videollamada de WhatsApp, o enviar un audio o un video, o publicar un reel o un carrusel en Instagram y otra, bien distinta, es poder dar un abrazo, un beso o tomar de la mano a la otra persona, que está ahí, cerquita.

Lo más doloroso, sin duda, fue haber perdido seres queridos, amigos cercanos, colegas o conocidos sin tener la oportunidad de despedirlos, de acompañarlos a su última morada, sin poder dar un abrazo de condolencias a los deudos. ¡Duro, muy duro! Es un vacío que nunca se va a llenar, un momento que la vida nos arrebató sin explicación y que no es fácil de aceptar.

Una época en la que, además, fuimos víctimas de un mal que ya se había insinuado, pero que en estas circunstancias se desbordó: la infoxicación. Sí, la proliferación de noticias faltas, de versiones distorsionadas y amañadas, pero también la autocensura, la decisión de no publicar informaciones en función de intereses políticos y económicos privando, así, el bienestar de la sociedad libre.

En la vida, y más en tiempos de incertidumbre y de crisis, es imposible encontrar un equilibrio verdadero, un 50/50. La balanza siempre se inclina hacia alguno de sus extremos. Por eso, la comunicación durante este triste período fue tanto una ganadora como una perdedora. A mi modo de ver, el resultado final dependerá, exclusivamente, del uso que le dé cada uno.

Lo cierto, lo innegable, es que necesitamos ser más conscientes de la forma en que nos comunicamos. Con otros y con nosotros mismos. Debemos ser más asertivos, pero también, más compasivos, menos exigentes. Tenemos que desarrollar habilidades complementarias que nos ayuden a potenciar la maravillosa habilidad de la comunicación, privilegio de los seres humanos.

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Estas son cinco de esas habilidades complementarias que, sin duda, nos ayudan a comunicarnos mejor:

1.- Aprender a escuchar.
Desde el momento en que nacemos, a través de la palmadita en la nalga, nos estimulan a expresarnos por la boca. Y se nos queda la maña. Además, rápido aprendemos que cuando más bulla hacemos, cuanto más duro lloramos, cuanto más nos quejamos, mayor es la atención que nos brindan. Y se nos queda la maña, aunque llega el momento en que lo pagamos.

La condición sine qua non para comunicarnos mejor es aprender a escuchar. Con atención, con devoción, con respeto. Escuchar sin interrumpir, escuchar sin juzgar, escuchar sin reacción a través de las emociones (que suelen ser malas consejeras). Recuerda algo que surge de la infinita sabiduría de la naturaleza: nacemos con dos oídos y tan solo un boca. Escucha más, habla menos.

2.- Ser empáticos.
Hoy, en las actuales circunstancias, escuchar no es suficiente. Para que la comunicación en realidad se transforme en un intercambio de beneficios, se requiere la empatía. Que va mucho más allá de la convencional definición de “ponerse en los zapatos del otro” y se adentra en los terrenos de la profunda sensibilidad para entender sin juzgar, sin estigmatizar.

Solo a través de la empatía es posible comprender las razones que hay detrás del comportamiento que a veces malinterpretamos, que a veces nos hace daño. Solo a través de la empatía que comienza con la escucha silenciosa estamos en capacidad de evitar conflictos, de pronunciar palabras de esas que están cargadas con dinamita y de las cuales, seguro, nos vamos a arrepentir.

3.- Preguntar sin juzgar.
Cuando escuchas con atención y preguntas con inteligencia, aprendes, comprendes. Y, sobre todo, evitas emitir juicios cargados de emociones que, por lo general, solo te conducen a duros conflictos, a discusiones bizantinas que no te llevan a ningún lado. Evitas que una sentencia apresurada provoque una herida de esas que duele mucho, tarda tiempo en curar y deja cicatriz.

El mejor conversador, el más sabio interlocutor, no es aquel que habla más, sino aquel que pregunta lo necesario para profundizar el tema, para conocerlo y comprenderlo a fondo. Preguntar sin juzgar y escuchar la respuesta con atención son dos condiciones indispensables para que no se produzca la distorsión del mensaje. Si vas a hablar, que primero sea para preguntar.

4.- Saber interpretar.
Esta, créeme, es una habilidad rara, muy escasa. Más en estos tiempos modernos en los que hemos caído bajo por dejarnos dominar por la tentación de la inmediatez, que en la mayoría de los casos es simple estupidez. Reaccionamos de manera instintiva, emocional, sin pensar un segundo antes de abrir la bocota, sin caer en cuenta de las consecuencias que se pueden derivar.

Interpretar, que significa encontrar el sentido original del mensaje, la explicación profunda de los hechos y de sus circunstancias, de tal modo que podamos tener una comprensión integral, completa. Cuando tenemos la capacidad de interpretar adecuadamente lo que sucede, lo que otros nos comunican, podemos aprender, crecer y, algo importante, aportar nuestra visión.

5.- Saber aportar.
El fin último de la comunicación entre seres humanos es el intercambio de beneficios. ¿Como cuáles? Información, conocimiento, experiencias, sentimientos, emociones, percepciones. La verdadera comunicación, no lo olvides, siempre es un camino de ida y vuelta, un canal de doble vía. Si solo se da en un sentido, no es comunicación, sino un monólogo, seguramente sin valor.

Solo si escuchas con atención, si eres empático, si preguntas para comprender y no para juzgar y si interpretas adecuadamente el mensaje que recibiste podrás aportar algo de valor. Que de eso se trata cuando nos comunicamos, por supuesto. Valor a través de la educación, de las experiencias, de las lecciones que nos dejaron nuestros errores, de los principios y valores que nos inculcaron.

Todos, absolutamente todos los seres humanos, soñamos con dejar un legado, una huella en este mundo. Tristemente, para muchos es una tarea imposible de llevar a cabo porque desaprovechan el poder de una habilidad que es privilegio de nuestra especie: la comunicación. Más que tus obras, es tu mensaje, el impacto de tu comunicación, lo que te permitirá dejar una huella imborrable.

 

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¿Qué haces aquí, si no sabes comunicarte, si no aportas valor?

Es una creencia limitante tan arraigada, que es fácil asumir que nada se puede hacer para derribarla. Sin embargo, si me conoces un poquito, sabes que me gusta llevar la contraria (y, además, que casi siempre me salgo con la mía). Y, por cierto, lo ocurrido en el mundo en los últimos meses, en los dos últimos años, me dice que se trata de una batalla digna de dar.

¿A qué me refiero? A que muchas personas, demasiadas, quizás tú, piensan que no tienen nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Y no es cierto, rotundamente no es cierto. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

El poder de las palabras es ilimitado, tanto para bien como para mal. Es algo que, seguramente, habrás comprobado. Enamoras con palabras, pero también puedes desatar una guerra con ellas si eliges las que no son adecuadas. Movilizas a otros con palabras, pero también hay de las que te paralizan, que te dejan congelado. El poder de las palabras es ilimitado, pero no sabemos aprovecharlo.

Uno de los descubrimientos insólitos de los últimos tiempos, en especial desde que comenzó la pandemia en marzo de 2020, es aquel de las dificultades para comunicarnos. Este, que es un privilegio exclusivo de los seres humanos, también es una de las mayores fuentes de problemas, de conflictos. Y este período traumático, con encierro obligatorio incluido, lo ha confirmado.

Es una gran ironía, porque a los seres humanos nos cuesta trabajo quedarnos callados, nos cuesta trabajo no decir o publicar lo que pensamos y lo que sentimos, pero nos cuesta trabajo, mucho trabajo, comunicarnos. Una comunicación verdadera que signifique un intercambio constructivo para los interlocutores y, especialmente, una comunicación verdadera surgida de la escucha activa.

Nos encanta hablar o publicar para llamar la atención, así muchas veces tengamos que arrepentirnos de eso que dijimos, de eso que publicamos. O, por lo menos, que tengamos que sonrojarnos porque fue algo infortunado, inoportuno. Una realidad que lo sucedido durante estos meses de pandemia confirmó porque el encierro incentivó la necesidad de comunicarnos.

La gran ironía del encierro obligado no fue el cambio de rutina, o tener que trabajar desde la casa, o que los niños recibieran sus clases allí mismo. La ironía, la gran ironía, fue que muchos hogares entraron en conflicto, muchas familias se resquebrajaron, muchos matrimonios se acabaron por las dificultades para comunicarnos. ¡Bajo el mismo techo, pero con problemas de comunicación!

Muchas personas, así mismo, sufrieron depresión, se enfermaron y registraron drásticos cambios en su comportamiento, en su forma de relacionarse con otros, porque las agobió la soledad. Una soledad que bien hubiera podido paliarse gracias a las poderosas y recursivas herramientas que la tecnología nos brinda y de las que prácticamente todos disponemos, como el teléfono celular.

Sin embargo, mal haríamos en quedarnos en lo negativo, en lo que hacemos mal. Este duro período también ha servido para reflexionar, para bajar el ritmo y escapar de la frenética rutina en la que estábamos atrapados. O, igualmente, para descubrir que el mundo necesita nuestro mensaje, nuestro conocimiento, el aprendizaje surgido de nuestros múltiples y repetidos errores.

En estos tiemos de pandemia, muchas empresas, muchas grandes empresas, pero también negocios reconocidos y de tradición, cerraron sus puertas para siempre. ¿La razón? No estaban en capacidad de contactar con sus clientes, de comunicarse con sus clientes, porque se habían acostumbrado a abrir las puertas y esperar que estos llegaran. Una realidad dura y triste.

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En estos tiempos de pandemia, así mismo, muchas personas encontraron el tiempo y los canales para comunicarse con otros. Algunos que solo utilizaban internet para responder emails, chatear con los amigos a través de WhatsApp o publicar en Facebook o Instagram descubrieron que hay algo llamado Zoom o, también, una nueva y genial plataforma de audio llamada Clubhouse.

A pesar de que la gente estaba confinada y los establecimientos, cerrados, las editoriales incrementaron la cantidad de títulos. No solo los de formato digital, sino también los físicos, los de papel. ¿Por qué? Porque muchas personas, por fin, dispusieron del tiempo necesario para escribir esos libros que tenían en mente desde hace rato, para cristalizar esos proyectos estancados.

¿Sabes eso qué significa? Que este tiempo de pandemia, estos duros meses de encierro, zozobra, miedo e incertidumbre, no fueron en vano para esas personas. Que en medio de las dificultades hubo quienes no se dieron por vencidos, no se dejaron llevar por la histeria colectiva y, más bien, aprovecharon esta oportunidad que les brindó la vida para transmitir su conocimiento, su pensamiento.

Resulta insólito, por decirlo de alguna manera, pero en medio del encierro la humanidad descubrió la importancia de la comunicación, de comunicarnos unos con otros. No solo enviar mensajes, o memes, o publicar fotos en redes sociales. No. De lo que se trata es de comunicar valor, de aportar valor a través de tu conocimiento, tus experiencias, tus vivencias, tus principios y tus valores.

Este blog que estás leyendo, por ejemplo, surgió en septiembre de 2020 y se ha convertido en un dinámico canal de comunicación con el mercado, contigo. Una herramienta no solo de interacción, sino también de creación. Se abrió para suplir un vacío del mercado y poco a poco ha crecido, ha ampliado sus horizontes, se ha consolidado gracias a que el contenido gusta a otros, sirve a otros.

Tu mensaje, créeme, es un tesoro si lo sabes aprovechar. El mundo está harto de lo mismo de siempre, de los mismos de siempre, que además son la repetición de la repetidera. El mundo está ansioso de nuevas voces, de nuevas visiones; desea conocer otras opciones, otras soluciones. El mundo requiere que más personas como tú alcen la voz y expresen lo que piensan y sienten.

Durante estos últimos meses, los meses de la pandemia, la vida cruzó mi camino con los de otras personas que estaban en misma búsqueda. ¿Cuál? La de vivir su propósito, la de aprovechar los dones y los talentos que nos regaló la naturaleza para hacer algo por este afligido mundo, por quienes estamos en este mundo. Una oportunidad única, quizás irrepetible, que está al alcance de tu mano.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? No tienes que ser un locutor profesional para transmitir valor a través de un pódcast o en una charla de Clubhouse. No tienes que ser un presentador de noticias para grabar un video con buen contenido que enseñe a otros, que les brinde soluciones. Y no, tampoco tienes que ser un escritor reconocido para escribir un texto que valga la pena leer.

Es una creencia limitante muy arraigada esa de que no tienes nada de valor para aportarle al mundo, a los demás. Si eso es lo que piensas, estás completamente equivocado. Todos, absolutamente todos los que llegamos a este planeta, estamos en capacidad de hacer algo por los demás. Algo pequeño, que puede parecer insignificante, pero que para alguien es muy valioso.

Recuerda: el poder de las palabras es infinito. No lo subestimes, ni te subestimes a ti mismo. Y no olvides algo muy poderoso que aprendí de un amigo: lo que no se comparte, no se disfruta. De nada te sirven tu conocimiento y tus experiencias si las guardas solo para ti. Además, te privas de recibir la retroalimentación de otros, la gratitud de otros, que es la recompensa más maravillosa que existe.

 

 

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Que el avatar sea tu gran aliado, no tu principal enemigo

“Tienes que definir a tu avatar”, es la premisa que se escucha insistentemente, en tono de urgencia. Cuando estás en el camino de abrir tu negocio o de vender tus productos o servicios dentro o fuera de internet, aparece la voz de alarma: “Tienes que definir a tu avatar”. Podría decirse que nadie, absolutamente nadie, desconoce esta necesidad. Sin embargo…

Sin embargo, son muchas las personas que omiten este paso. O que, en su defecto, lo cumplen solo por salir del paso, solo porque no quede como una tarea pendiente. Rellenan alguna de las cientos de plantillas que se pueden descargar en internet y luego se aseguran de guardarla en un lugar donde es muy probable que no la van a encontrar si algún día quieren consultarla.

El problema, porque siempre hay un problema, es que las consecuencias de esta actitud comienzan a verse, a sentirse, muy pronto. Te sientes solo, como si fueras Robinson Crusoe en una isla abandonada. Emites tus mensajes y te das cuenta de que nadie reacciona a ellos, de que nadie los escucha. Y, lo peor, esperas del mercado una respuesta que no se va a dar. ¡Un dolor de cabeza!

Revisas tus estrategias desde el arranque, paso a paso, y certificas que “todo está bien”. Vuelves a correr tus campañas, vuelves a emitir tus mensajes, pero el resultado es el mismo: no hay respuesta. Entonces, desesperado, acudes a un experto, alguien con mayor experiencia, alguien que ya pasó por esta situación, a sabiendas de que es la última carta que te puedes jugar.

Estás convencido de que esa auditoría te va a brindar respuestas del tipo “Es el precio del dólar”, “Es la situación económica del país”, “Es que el cliente cambió por la pandemia”, “Es que hay demasiada competencia” y tantas otras que buscan el origen del problema donde no está, es decir, afuera. Por supuesto, te causa gran sorpresa y desazón escuchar el diagnóstico.

“Veo dos problemas, o dos variantes del mismo problema”, te dicen. “Por un lado, le apuntas a un cliente ideal que no es tu avatar y, por otro, sospecho que ese avatar está mal definido”. Responde que no, que tú hiciste la tarea, que tienes definido tu avatar, que ese es el avatar correcto, pero cuando buscas aquel documento para sustentar tus afirmaciones no lo encuentras.

Esta situación hipotética ocurre más de lo que tú crees, de lo que el mercado acepta. Y no es exclusiva de empresarios, dueños de empresas o emprendedores. Los médicos, los abogados, los periodistas, los contadores, los coaches y hasta los sacerdotes deberían definir su avatar. Y no solo eso: conocerlo muy bien, no solo sus puntos de dolor, sino especialmente, los de aspiración.

Porque, y esta es otra variante del problema, la mayoría, en función de lo que el mercado enseña, define su avatar en función del dolor, de las necesidades de ese cliente potencial. Entonces, arman todas sus estrategias basadas en ese dolor, en esas necesidades, y luego se estrellan con una realidad que no tomaron en cuenta: a nadie, absolutamente a nadie, le interesa comprar un dolor.

La verdad, la cruda realidad, es que el dolor paraliza, mientras que las aspiraciones movilizan. Sin embargo, esta es una cascarita que muchos pisan y caen. Dolor, dolor y más dolor, como si la vida no nos proporcionara ya suficiente de él. Además, en el mercado ya hay demasiadas ofertas de dolor, de empresas y emprendedores dedicados a aprovechar la mala hora de otros para ganar dinero.

El avatar, por si no lo sabías, es la herramienta de segmentación más poderosa que existe. De hecho, es la que utilizan plataformas como Facebook o Google (los dioses del mercado) para sustentar tus campañas de publicidad paga. La clave de cualquier campaña está en la segmentación y este paso está determinado por las necesidades y aspiraciones de tu avatar.

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Lo que muchas personas desconocen, prácticamente la mayoría, es que todos estamos en el mismo negocio. Sin importar cuál sea tu profesión, a qué te dedicas o si tienes o no un negocio dentro o fuera de internet, todos nos dedicamos a lo mismo. ¿A qué? A conseguir nuevos y mejores prospectos para convertirlos en amigos y a esos amigos transformarlos en clientes.

Si eres odontólogo, necesitas que a tu consultorio lleguen más pacientes. Luego, debes preocuparte por atenderlos bien, por brindarles una experiencia satisfactoria y positiva tanto para que regresen la próxima vez que tengan una molestia como para que te refieran a sus familiares, amigos y conocidos. Y lo mismo se aplica a los abogados, mecánicos, zapateros o panaderos.

Así mismo, hay que entender que una persona no es el mismo cliente para el abogado, para el mecánico, para el zapatero, para el panadero, para el odontólogo, para la tienda de artículos deportivos o para el hotel en la playa. A algunos de ellos recurre estrictamente para suplir una necesidad básica, mientras que en otros caso quiere satisfacer una aspiración de confort.

Eso significa que su percepción, su necesidad, su dolor y las diversas manifestaciones de este, son diferentes en cada caso. Por ende, su comportamiento y sus hábitos de compra son diferentes en cada caso. Al abogado, al mecánico y al odontólogo, por ejemplo, los visitar por obligación y con prevenciones, con temores; al zapatero y al panaderos, porque necesitas una solución específica.

En el caso de la tienda de artículos deportivos y del hotel en la playa, si bien acudes en procura de satisfacer una necesidad (lujo, descanso, placer, aventura), tu mentalidad es diferente. Es positiva, es abierta, no tienes temores y por lo general estás dispuesto a invertir un poco más con tal de obtener un plus satisfactorio. Cuidas los detalles porque quieres que sea una experiencia perfecta.

El error más grave a la hora de definir el avatar es dejarlo en estado de amigo imaginario, que es lo único que consigues con las plantillas que hay en internet. Necesitas convertirlo en un humano, en la representación de un cliente ideal de verdad, de los de carne y hueso. Uno con sentimientos, con una vida normal en la que hay dolor, sí, pero también hay amor, alegría, felicidad y sueños.

Cuando vas a diseñar una estrategia de contenidos, cuando vas a escribir un libro o un post para tu blog, cuando vas a enviar un mensaje al mercado, lo primero que debes hacer es determinar con exactitud quirúrgica quién es tu receptor, quién es tu avatar. Solo así podrás darle lo que en verdad necesita, lo que desea; inclusive, podrás anticiparte a sus deseos y sorprenderlo.

Una de las situaciones más incómodas a las que nos enfrentamos es aquella de encontrar el reglo ideal para mamá o tu pareja. Con el paso de los años, esta tarea se torna complicada, una especie de acertijo indescifrable. ¿Por qué? Porque asumimos que es la misma persona de 10 o 20 años antes, que sus gustos y necesidades son los mismos; es decir, trabajamos un avatar equivocado.

Este del avatar es un tema que a muchos les resulta incómodo o tabú, un tema al que le restan la importancia que tiene y merece. Cualquiera que sea el motivo, tarde o temprano lo pagan. Sin importar a qué se dedican, cuál es su profesión o si venden un producto o servicio dentro o fuera de internet. Si no defines clara y correctamente tu avatar, nada de lo que hagas dará resultado.

Antes de terminar, sin embargo, quiero revelarte otra de las verdades que nadie te cuenta, de las que nadie te habla: cuando hablas de avatar, de uno solo, en singular, ya estás equivocado. En realidad, si quieres hacer bien la tarea, debes referirte a los avatares, en plural, porque son ocho (sí, 8) los que debes definir. Ese, en todo caso, será el tema de un próximo artículo del blog.

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Que los retos comunes, traviesos duendecillos, no te impidan escribir

Una de las razones por las cuales me gusta escribir es que siempre representa un reto. Aunque hayas escrito mucho, aunque seas un escritor laureado y reconocido, aunque lleves muchos años en el oficio, siempre es un reto escribir. De hecho, estoy convencido de que, si no fuera así, hace mucho tiempo que me habría dedicado a algo diferente, porque el reto es el condimento.

La mayoría de las personas desiste de su intento de escribir con regularidad tan pronto se da cuenta de que requiere trabajo. Es ese momento en el que entienden que el tema de la tal inspiración es una mentira y, entonces, prefieren dejar a un lado su sueño de escribir porque no están preparados, ni académica, ni mentalmente, para asumir los retos. Una gran tristeza.

Lo primero que hay que entender es que, así seas un escritor profesional y vivas de ello, pases la mayor parte del tiempo dedicado a escribir, no puedes olvidar que eres un ser humano. ¿Eso qué quiere decir? Que estás sometido al vaivén (montaña rusa) de las emociones, estás expuesto a problemas cotidianos o a enfermedades, que hay días en lo que no quieres saber nada de escribir.

Esta, sin embargo, es una situación que para nada es exclusiva de los escritores. Les sucede también a los cantantes, a los pintores, a los escultores, en fin. Les sucede, principalmente, a todos aquellos que se dedican a un oficio en el que la creatividad y la imaginación son el insumo básico. Y, para que no te equivoques, también les sucede a médicos, abogados, arquitectos o sicólogos.

En suma, a cualquier ser humano. La clave del éxito en aquello que hagas, sea cual fuere la actividad a la que te dediques, radica en que tengas el control. ¿De qué? Del tema, es decir, del conocimiento; de tus emociones, que son traviesas y te juegan malas pasadas; de las circunstancias, que no siempre son las ideales o necesarias para cumplir con tu objetivo.

Cuanto más control tengas, mucho mejor, obtendrás mejores resultados. Ahora, en todo caso, es menester que entiendas que no puedes tener el control absoluto, el ciento por ciento, y menos a largo plazo. ¿Por qué? Porque la vida es dinámica, cambia constantemente, a cada instante. Tan pronto superas una prueba que pone en tu camino, te enfrenta a otra, más fuerte, más retadora.

Y así funciona con el oficio del escritor. Terminas un libro, que puede ser un gran éxito editorial y de ventas, y pronto hay un nuevo desafío. Que, y esto es muy importante comprenderlo, no significa que este proyecto tenga que ser mejor que el anterior, más exitoso. Para nada. Cada proyecto es único que realizas tiene vida propia y carece de sentido compararlo con otros.

Es como tus hijos (si los tienes): cada uno es único, especial, diferente de los demás. Aunque hay mil y un detalles que los unen, aunque todos sean sangre de tu sangre, cada uno tiene vida propia y carece de sentido compararlo con otros, con los demás. Lo fundamental es que entiendas que no se trata de una competencia, que no hay un ganador y unos perdedores. Así no es como funciona.

Lo que puedo decirte es que todos los retos, absolutamente todos, son posibles de superar. Debes descubrir cuáles son los tuyos, establecer un plan y una estrategia para enfrentarlos y vencerlos y, en el proceso, adquirir el conocimiento y la experiencia que te servirán para cuando lleguen otros desafíos. Y necesitas aceptar que tus retos son distintos de los de cualquier otro escritor.

¿Eso qué quiere decir? Que en este caso, tampoco en este caso, se vale el copy + paste. Los retos son como los demonios: cada uno tiene los suyos y la tarea consiste en aprender a lidiar con ellos, a combatir contra ellos. Además, es bueno que entiendas que los desafíos nunca terminan: una vez que superar uno, aparece otro, y así sucesivamente, porque escribir es como la vida.

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Estos son algunos de los retos más comunes y cómo puedes superarlos:

1.- “No tengo tiempo para escribir”.
So le envías este mensaje a tu cerebro, lo que en realidad le dices es que “escribir no es prioridad para mí”. Igual que cuando no te alimentas bien, ni practicas algún ejercicio (“La salud no es prioridad para mí”), cuando dejas de aprender y te dejas absorber por la rutina (“Mi crecimiento personal no es prioridad para mí”) o cuando te rindes (“El éxito no es prioridad para mí”).

Cada día tiene las mismas 24 horas, 1.440 minutos y 86.400 segundos para todos los seres humanos, sin excepción. La diferencia está en cómo cada uno los utiliza, qué hace en ese tiempo. Priorización de tareas, organización, planificación y medición de resultados son habilidades que una persona, cualquier persona, necesita desarrollar para convertirse en un buen escritor.

2.- “Estoy bloqueado, no puedo escribir”.
Otra mentira muy comercial, pero no por eso deja de ser una mentira. Lo que ocurre es que no está socialmente aceptada, es un recurso del que resulta fácil echar mano para eludir las responsabilidades o las debilidades propias. El tal bloqueo mental surge bien por falta de ideas, de conocimiento del tema del que vas a escribir, como de miedo a abordar ese tema en profundidad.

Este reto se presenta, fundamentalmente, cuando te sientas frente a computador y todavía no sabes qué vas a escribir y, entonces, elijes un atajo: la improvisación o la tal inspiración. Sea cual sea el que escojas, el resultado será el mismo: no avanzarás. Recuerda: sentarte a escribir es el último paso del proceso y solo puedes llegar a él si antes cumpliste a cabalidad con los demás.

3.- “Hoy no tengo ganas de escribir”.
A veces te despiertas y piensas “Hoy no tengo ganas de trabajar”, pero te levantas, te arreglas y vas a trabajar. “Hoy no tengo ganas de ir al gimnasio”, pero cuando tu amigo te llama dejas atrás las disculpas y vas a hacer ejercicio. “Hoy no tengo ganas de tomar unas cervezas”, pero no te niegas cuando aparece tu novia o pareja y te dice que tiene ganas de salir y beber algo.

Es cuestión de compromiso, de responsabilidad. Si en verdad estás comprometido con tu sueño de ser un buen escritor, encontrarás el tiempo, te olvidarás del tal bloqueo mental y escribirás a pesar de que no tengas ganas. La disciplina es una cualidad del buen escritor. Una cualidad, que además, te ayudará a exigir a tu cerebro, que suele ser perezoso, y activará tu creatividad e imaginación.

4.- “Me cuesta aceptar las críticas negativas”
Este, créeme, no es un desafío de poca monta porque el ego es, muchas veces, demasiadas veces, el sello característico de los escritores. No solo están obsesionados con la perfección, que es otra cortina de humo, sino que tienen la idea de que nadie está preparado para criticar su trabajo o, de otra forma, que nadie comprende el valor de su trabajo. Este es un terrible círculo vicioso.

Algo que debes asumir, y cuanto más pronto lo hagas es mucho mejor, es que tu trabajo no le va a gustar a todo el mundo. Y está bien, porque cada persona es un mundo aparte, con deseos y aspiraciones distintas. Enfócate en lo positivo (que no es lo mismo que en escuchar solo elogios), sé autocrítico y no dejes de trabajar para que tu próxima producción sea de mejor calidad.

Escribir, no lo olvides, es un proceso que nunca termina, que nunca está completo. Eso, aunque no te parezca, es una buena noticia. ¿Por qué? Porque siempre hay oportunidad de aprendizaje, de crecer, de avanzar. Siempre, claro, que no permitas que los retos comunes, que son duendecillos traviesos, te hagan la vida imposible y te impidan compartir con otros tu conocimiento y experiencias.

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¿Tienes algo valioso para compartir? Aprovéchalo y crea contenido

La mayor dificultad al comenzar a escribir, o generar contenido a través del formato que más te agrade y en el que te sientas más cómodo (también puede ser imagen o voz), es aquella de luchar contra las creencias limitantes. No es fácil, déjame decírtelo, porque aunque establezcas mil y un filtros, aunque bloquees a muchos tóxicos, irremediablemente estás expuesto a la infoxicación.

La estrategia del mercado, por si no lo sabías, es pescar en río revuelto. ¿Cómo? Crear confusión, mandar mensajes contradictorios, generar incertidumbre y, de ser posible, también pánico. Por si no te habías dado cuenta, es la misma estrategia de los gobiernos, de los partidos políticos, de los medios de comunicación que defienden sus intereses amarrados al poder y de los revoltosos.

Esa es la razón por la cual desde hace años internet, no solo las redes sociales, son terreno fértil para la fake-news, para las versiones distorsionadas, para la calumnia y la ofensa. Un terreno que, además, está abonado por la ingenuidad de la audiencia y, da tristeza decirlo, pero es real, por la ignorancia de la audiencia. En internet, es imposible ocultar la falta de educación y conocimiento.

Sin embargo, esta situación no es completamente negativa. ¿Por qué? Porque si eres bueno, si eres constructivo, si tienes un mensaje poderoso y de impacto, si tienes un conocimiento valioso y experiencias que sean útiles para otros, en internet hay una gran oportunidad para ti. Para ti y para cualquiera que sepa cómo transmitir su mensaje y que acepte y respete las reglas del juego.

Porque, sí, internet es una jungla infestada de fieras salvajes, de especies depredadoras, de peligros y riesgos súbitos, pero es posible sobrevivir allí si sabes cómo hacerlo. ¿Entonces, cómo hacerlo? Primero, aporta valor; segundo, sé auténtico; tercero, sé honesto; cuarto, enfócate en servir antes que en vender; quinto, no te creas el dueño de la verdad: sigue aprendiendo.

Ahora, comencemos por el principio. La mejor forma de aportar valor es compartir contenido gratuito. ¡Sí, gratuito! Esa, créeme, es una de las reglas establecidas en internet y tú no la vas a cambiar. Entonces, ¿qué es aportar valor a través de contenido? Todo aquello surgido de tu conocimiento y experiencia, de tus vivencias, pero también de tus valores y principios, que sea útil a otros.

Contenido de valor es el que brinda respuestas a los interrogantes e inquietudes de tu audiencia, de tu lector. El que le ofrece conocimiento y, en especial, contextualización relacionados con los hechos que suceden en su entorno y que, bien sea de manera directa o indirecta, lo afectan. El que lo entretiene y la da la posibilidad de salirse un poco de esa rutina abrumadora y aburrida.

Contenido de valor es el que le brinda herramientas y recursos, algunos gratuitos y otros de pago, para crecer y avanzar en su trabajo, en su negocio. El que le ofrece ángulos, opciones y miradas que él antes no había considerado y que le permiten salir de los atolladeros. El que provoca que se establezca un vínculo de confianza y credibilidad con el autor, el emisor del mensaje, a largo plazo.

Confianza y credibilidad que van de la mano con la autenticidad. Otra terrible epidemia en internet es la de los falsos gurús, los vendehúmo que se promocionan como la solución perfecta para todos los problemas, pero que son incapaces de cumplir sus promesas. O, de otro modo, los que intentan copiar a los que ya fueron exitosos, pero apenas consiguen ser una burda copia.

La autenticidad es requisito sine qua non para ser visible en internet, para posicionarte y llamar la atención del mercado. Un mercado que, no sobra decirlo, hoy urge que las nuevas propuestas no sean más de lo mismo, sino la respuesta a sus inquietudes, problemas y dolores. Autenticidad que, en esencia, significa que nadie espera que seas perfecto, sino transparente, genuino y honesto.

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Ser auténtico es aprovechar tu condición de único y diferente, pero no tienes que reinventar la rueda, que ya existe desde hace siglos. Solo muestra tu esencia, deja que afloren tus principios y valores para generar identificación con las personas que piensan como tú, que tiene ideales similares, sueños parecidos. De la mano de la identificación vendrá, luego, la empatía.

En cuanto a la honestidad, el mercado la asume y la exige, así que no puedes fallar. Se da por sentado que eres honesto, pero tienes que demostrarlo con tus actos, con tus decisiones. No basta presumir honestidad, porque en internet no hay nada oculto: tarde o temprano el mercado conocerá en realidad quién eres y, puedes estar absolutamente seguro, te va a castigar.

No prometas algo que no estés en capacidad de cumplir, cumple tus promesas y, sobre todo, si te equivocas reconócelo y ofrece una solución efectiva (las disculpas no son suficientes). Ten en cuenta algo: en internet queda registrado y grabado cada clic que das, cada comentario, cada interacción, así que no creas que puedes salir ileso si traicionas la confianza del mercado.

En cuarto término, enfócate en servir antes que en vender. La venta, por si no lo sabías, es una consecuencia de tus acciones y decisiones, de tus estrategias. No creas en aquello de que en virtud del poder de las palabras vas a vender más y, entonces, te dedicas a escribir fases manidas que ves por ahí y que, te lo advierto, no sirven, no funcionan. El copy es una buena herramienta, pero no hace milagros.

Especialmente cuando no eres conocido en el mercado, cuando todavía no te posicionaste, cuando las personas a las que puedes ayudar no saben qué haces y todavía no respondiste su pregunta ¿Qué hay aquí para mí?, necesitas generar contenido de calidad. ¿Para qué? Para ser visible, para posicionarte, para generar identificación, para crear confianza y credibilidad.

Aquí, créeme, no vale aquel dilema de qué fue primero, ¿el huevo o la gallina? Sin contenido gratuito, vender será una tarea harto difícil y demorada. Sin contenido, no podrás establecer una relación con el mercado. Sin contenido, el mercado no sabrá si eres distinto o más de lo mismo. Sin contenido, tu propuesta de valor pasará inadvertida y el mercado elegirá a tu competencia.

Aprovecha el contenido, en el formato que más te agrade y acomode, para diferenciarte. Crear contenido de calidad es el sello que identifica a los grandes referentes, sin importar de qué industria. Aportar valor a través de contenido quizás no sea la estrategia más rápida, pero te aseguro que es la más efectiva para nutrir y educar, los pasos previos a vender.

Por último, no creas que eres la última Coca-Cola del desierto. No te creas el dueño de la verdad y, mucha menos, no creas que lo sabes todo. El mundo cambia muy rápido y lo que ayer era una premisa válida hoy no funciona, no sirve. Eso quiere decir que no puedes dejar de aprender, de actualizarte, de desarrollar habilidades; debes mantener una mentalidad abierta y flexible.

Si eres una persona con conocimiento y experiencias valiosas que puedan aportarles valor a otros no te lo guardes, no lo ocultes como si fuera un tesoro: tu responsabilidad es compartirlo. Y en internet encontrarás no solo las oportunidades para hacerlo, sino también unas poderosas herramientas, ayuda idónea (sí, la hay) y los canales necesarios para transmitir tu mensaje.

“Lo que no se comparte, no se disfruta”, es una genial frase que aprendí de un amigo. Es algo que confirmo cada día que pasa, cada contenido que publico. Compartir con otros mi conocimiento, mis experiencias y ayudarlos a conseguir sus metas es la aventura más apasionante en la que me involucré y el trabajo más rentable: la recompensa llega en forma de bendiciones y más oportunidades.

 

 

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