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Las 4 poderosas herramientas que te harán un buen escritor

Vivimos, gozamos y sufrimos la era de la tecnología. En el curso de no más de 30 años, la vida nos cambió radicalmente y, tal y como lo hemos experimentado en el último año, seguirá cambiando. Una vida en la que la tecnología cada vez tiene más injerencia, más influencia, y que nos enfrenta a un dilema: aprovechar sus enormes beneficios, pero también estar expuestos a su dependencia.

Cuando comencé mi carrera periodística, por allá en agosto de 1987, todavía se trabajaba en las vetustas máquinas de escribir que hoy son reliquias, piezas de museo. Por aquel entonces, en el periódico El Tiempo, el medio más importante del país, ya había algunos computadores que, en esencia, eran nada más procesadores de palabras, porque los PC como tal apenas surgían.

La armada del periódico, el montaje de las páginas antes de enviarlas a impresión, también se hacía de forma manual, pegando las tiras con cera a las páginas maestras. Una experiencia alucinante, fascinante, aquella de ver al armador cortar los textos e irlos pegando con cuidado, con delicadeza, hasta que cada página quedaba armada como si fuera un rompecabezas.

Por allá en 1992/93, la redacción sufrió un cambio drástico, inevitable: las enormes pantallas de los procesadores de palabras fueron remplazadas por computadores personales. Antes, aquellas pantallas debían ser compartidas por el personal de cada sección, mientras que ahora cada uno tenía su computador propio. ¡Maravilloso! No fue un cambio fácil, en especial para los antiguos.

Sí, los periodistas más veteranos, los de libreta de apuntes, para quienes la grabadora ya era algo parecido a un sacrilegio, trabajar en computador le restaba arte al oficio. Por supuesto, fueron ellos los que más sufrieron el proceso de adaptación a la tecnología, que llegó para quedarse. Y unos años más tarde, a finales de los 90, llegó internet y, entonces, ya no hubo marcha atrás.

Lo mejor es que internet no venía solo. Trajo consigo las cuentas de correo electrónico, las redes sociales, la banda ancha, las conexiones wifi, los teléfonos celulares, las tabletas, una cantidad de dispositivos digitales maravillosos. Que nos cambiaron la vida, que nos facilitan la vida, pero que, tristemente, nos complican la vida. No por la tecnología en sí misma, sino por cómo la utilizamos.

La tecnología es maravillosa, de muchas formas, y decir lo contrario sería una necedad. Además, cada día hay nuevos dispositivos o mejoras en los que ya empleamos que los convierten en más funcionales y productivos. Y, algo que no podemos pasar por alto, la gran mayoría de estos dispositivos o sistemas están al alcance de muchos, ya no son un privilegio exclusivo de pocos.

Lo malo es que, como lo ha dicho desde hace tiempo el controvertido escritor estadounidense Nicholas Carr, “Nos estamos volviendo menos inteligentes, más cerrados de mente e intelectualmente limitados por la tecnología”. Estoy casi completamente de acuerdo con él, con la salvedad que, a mi juicio, no es la tecnología la que nos limita, sino el uso que hacemos de ella.

No es el celular el que te convierte en un esclavo de la tecnología: es tu hábito de estar pendiente de redes sociales y demás aplicaciones todo el tiempo, como si el mundo se fuera a acabar porque no leíste un mensaje o no lo respondiste. De la misma forma que poseer un arma no te convierte en un asesino o en un delincuente: es el uso que les damos a la tecnología y a las cosas lo que nos condena.

“Mi sensación —por mi propia experiencia y por las de otras personas con las que hablé, además de los estudios que se estaban realizado entonces— era que internet iba a suponer un gran cambio en la manera en que pensamos y leemos, pero tenía dudas sobre si estaba dándole demasiada importancia a esa tendencia. Lamentablemente, los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije”, afirma Carr.

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“En estos 10 años he analizado interesantes y a la vez aterradoras investigaciones que muestran que, cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye. Nos volvemos tan absortos con la información que nos ofrece el celular que hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo”, agrega.

“En términos generales, internet nos brinda información de una manera que debilita nuestra capacidad para prestar atención. Obtenemos una enorme cantidad de información al navegar por internet o al usar el celular, pero nos llega de manera muy fragmentada; muchos pedacitos de información multimedia (sonidos, fotos, imágenes en movimiento, textos) que compiten entre sí, solapándose mutuamente”, explica.

Esta teoría de Carr es particularmente cierta en el tema de la escritura. Hoy, cuando disponemos del conocimiento de calidad a un clic de distancia, se escribe peor que cuando a duras penas teníamos un lápiz y un papel. Los niños sufren por serios problemas de comprensión de lectura y, en general, son incapaces de escribir un ensayo, un relato sencillo. Y no es por la tecnología.

Es porque los educamos mal, porque les decimos que el poder está en el celular, en la tableta, en el reloj inteligente o en cualquier otro dispositivo digital, cuando no es cierto. La verdad es que el poder está en ti, siempre ha estado en ti. Solo que no aprendemos a usarlo, a sacar provecho de él, o simplemente que nos da pereza hacer un mínimo esfuerzo para utilizar esos recursos.

Con frecuencia, alumnos y clientes me preguntan cuáles son las herramientas que les pueden ayudar a escribir. Honestamente, durante mucho tiempo no tuve respuesta para ese interrogante porque, si bien siempre trabajo en un computador, bien podría hacerlo también en una vieja máquina de escribir y estoy completamente seguro de que la calidad de mi trabajo sería igual.

Sin embargo, cuando leí el artículo con las declaraciones de Carr descubrí cuál era la respuesta. Las más poderosas herramientas para escribir (o para cualquier cosa que quieras hacer en la vida) ya están en ti y solo debes apreciarlas, valorarlas y explotarlas. Son inagotables y, además, únicas. Las comparto contigo porque estoy seguro de que desde hoy mismo puedes aprovecharlas:

1.- Tu cerebro. Es el órgano más maravilloso que existe. Ilimitado, apto para el trabajo duro y con una gran virtud: cuanto más lo uses, cuanto más lo alimentes, cuanto más lo aproveches, mejor funciona. Allí está todo lo que necesitas para escribir bien: conocimiento, recuerdos, experiencias e imaginación. No necesita recarga, pues unas pocas horas de descanso son suficientes.

2.- Tu corazón. ¿Qué sería de nosotros sin el corazón? Allí nacen y se albergan las emociones, esas caprichosas, traviesas y divertidas compañeras de viaje. Si bien conocimiento marca diferencia, es tu corazón el que te hace único: tus sentimientos, tu sensibilidad, tu capacidad para sorprenderte y la forma en que reacciones a lo que te sucede. Es la herramienta más poderosa que existe.

3.- Tus experiencias. Todo lo que vives, desde la experiencia más aterradora hasta la más insignificante, es una historia potencial. Aunque no lo creas, lo que te sucede encierra una lección que a otros les sirve, que otros necesitan conocer. Lo que tú vives es modelo para otros, de la misma forma en que tú te inspiras en las vivencias de otros. Tu realidad es el alimento de tu imaginación.

4.- Tus habilidades. Así como, por ejemplo, tu computador viene con aplicaciones geniales por defecto, tú, como ser humano, también fuiste configurado con todas las habilidades necesarias. ¡Todas! El problema está en que te limitas a unas pocas, que menosprecias muchas, que no te das la oportunidad de desarrollar algunas maravillosas como, por ejemplo, la habilidad de escribir.

Moraleja: no es la tecnología, una aplicación o una plantilla lo que te llevará a ser un buen escritor. Tú ya tienes todo lo que se necesita. Lo mismo que tenía, por ejemplo, Gabriel García Márquez o lo que tiene tu autor favorito. La diferencia está en que ellos sí aprovecharon y potenciaron esos recursos, esas herramientas. La buena noticia es que nunca es tarde para comenzar.

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Los 7 pecados capitales del ‘copywriting’: ¿cómo evitarlos?

Llevaba apenas una semana en Clubhouse, el nuevo ecosistema digital que causa furor, y ya me había involucrado en varias salas relacionadas con el marketing. Alguna, con el marketing de contenidos, una de mis especialidades. Habían sido experiencias enriquecedoras, pero todas se quedaron cortas después de participar, sin querer queriendo, de Copy.Mastery, de Jhon Villalba.

Acudí por invitación de mi amigo y mentor Álvaro Mendoza y me entusiasmaba el tema del que se iba a hablar: “Los 7 pecados capitales del copywriting”. Lo que más me llamaba la atención era que hubiera un copywriter que se atreviera a tocar estos temas, que son tabú en un medio en el que el ego es la norma y la crítica, aunque justa y honesta, no está bien vista. Podía ser divertido.

Y vaya si lo fue. Y muy enriquecedor, también. No conocía a Jhon y él tampoco había escuchado de mí, así que se sorprendió cuando, de improviso, llegué al escenario de los panelistas. Me avalaba Álvaro, el Padrino de los negocios en internet, mentor de mentores y pionero del marketing digital en español, un amigo de juventud y la persona que, por fortuna, me involucró en este ámbito.

Las salas en las que participé fueron increíbles y de todas salí con grandes aprendizajes y, lo mejor, con nuevos contactos y amistades que, sin duda, son oportunidades recíprocas. Esta, sin embargo, fue especial por mi conexión con el tema, porque soy copywriting y, debo reconocerlo, por curiosidad: quería saber cuáles eran esos 7 pecados capitales y comprobar si los había cometido.

Fue poco más de una hora de una intensa interacción, de preguntas brillantes, de aportes de gran valor. De la mano de Jhon, que por casi 11 años ha trabajado como publicista y copywriter en varias de las más reconocidas agencias de publicidad del país, nos adentramos en las oscuras profundidades de los 7 pecados capitales del copywriting. Sin más preámbulos, vamos con ellos:

Pecado capital # 1 – No conocer a tu avatar
Más que del copywriting, este es un pecado capital del marketing. Y, tristemente, uno de los más propagados. Podría decirte, sin riesgo a equivocarme, que es la madre de todos los pecados capitales. ¿Por qué? Porque si no conoces a tu cliente ideal, si no sabes quién es, todo lo que hagas, absolutamente todo, carecerá de sentido y, lo peor, se perderá en el vacío.

La clave del éxito en el marketing y en los negocios, dentro o fuera de internet, radica en poder conjugar las ‘3M’. ¿Sabes cuáles son? Mensaje, Medio y Mercado. Solo obtendrás lo que deseas si puedes construir un mensaje poderoso (que apunte a los beneficios), lo transmites a través del medio adecuado y lo diriges a las personas correctas. Y para eso debes conocer a tu avatar.

Pecado capital # 2 – Ser ‘egosumidor’
Más que del copywriting, este es un pecado capital de muchos creativos, en especial, en los medios de comunicación. Se incurre en esta falta cuando nuestro mensaje se centra en nosotros mismos, en lo que hacemos y en lo que hemos hecho, en los premios y reconocimientos que nos han otorgado, y nos olvidamos de lo prioritario, de lo fundamental, de lo básico: el cliente.

Un buen copywriter es nada más una herramienta que facilita la construcción de un mensaje poderoso para una marca, empresa o emprendedor. Es el conector entre la marca y el mercado y, por lo tanto, su rol es más importante cuanto menos protagónico sea. Palabras tales como Yo, mi, nosotros, nuestra empresa o somos son las más dañinas en este proceso de creación. ¡Evítalas!

Pecado capital # 3 – El dilema necesidad/deseo
Esta es una traviesa cascarita en la que los copywriters caemos con frecuencia. ¿Por qué? Porque en el afán por confeccionar un mensaje poderoso cedemos a la tentación de tomar el peligroso atajo de darle al cliente lo que necesita, cuando él en realidad busca lo que desea. Y, claro, no se trata de un trabalenguas, sino de una dificultad que enfrentamos con frecuencia en el trabajo.

Bien decía Álvaro Mendoza en la charla: “El cliente, la mayoría de las veces, ni siquiera sabe qué necesita. Entonces, debemos venderle lo que desea y luego le entregamos lo que necesita”. Esta es la razón por la cual el copywriting está tan conectado con la sicología de la persuasión: requiere estimular las emociones que van desde el más intenso dolor al más delicioso placer.

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Pecado capital # 4 – Enfocarte en las características de tu producto/servicio
Es el camino más fácil y corto para estropear una venta o restarle poder a tu mensaje. De hecho, este es un estilo de copywriting que fue exitoso en el pasado, pero que hoy está caduco. Al cliente del siglo XXI no le interesa qué le vendes, sino el poder de transformación que este producto posee, es decir, cómo va a mejorar su vida después de que adquiera lo que tú le ofreces. ¿Entiendes?

Lo que necesitas es enfocarte en los beneficios y olvidarte de las características. No ignores una de las premisas básicas del marketing que, además, es uno de los pilares del copywriting: al cliente lo que lo mueve, lo que busca de ti es la respuesta a la pregunta clave: ¿Qué hay aquí para mí? Tu mensaje, entonces, debe dirigirse única y exclusivamente a responder este interrogante.

Pecado capital # 5 – Falta de coherencia
El origen de este mal es querer complacer a todo el mundo, caerle bien a todo el mundo, y eso no es posible. Y, además, tampoco es conveniente. El consumidor actual está harto de los mensajes cargados de hipocresía y, sobre todo, de los que van en contravía de las prácticas de las marcas y de los emprendedores. La falta de coherencia es un cáncer que mata súbitamente tu contenido.

Lo que los consumidores demandan de las marcas, de los negocios y de los emprendedores, es un compromiso real que, especialmente, tenga el respaldo de actos contundentes. Y nada de aguas tibias, de contradicciones, de vaguedades para evitar tomar partido en una situación determinada. El impacto de tu mensaje depende, en gran medida, de que esté conectado con tus acciones.

Pecado capital # 6 – Uso indiscriminado de plantillas
El popular y cada vez más frecuente copy+paste es una sentencia de muerte para tu copywriting. ¿Por qué? Porque va en contravía de tu creatividad, de tu imaginación, de tu capacidad para conectar con las emociones de tus clientes, del mercado. Además, estoy completamente seguro de que no conoces a nadie, absolutamente a nadie, que haya aprendido a escribir con plantillas.

Así mismo, como recalcó Álvaro Mendoza durante la enriquecedora charla, lo importante es que tu mensaje responda a una estructura lógica y coherente. A partir de ahí, lo demás es accesorio y entra en el terreno de la creatividad y la imaginación de cada uno. Claro, siempre y cuando no se te ocurra cometer el grave error de usar las plantillas diseñadas para llenar espacios.

Pecado capital # 7 – Titulares débiles
El titular es la carta de presentación de tu texto, de tu contenido. Es la puerta de entrada, o de salida, a tu contenido, a la aventura que tu mensaje representa para el cliente. Si no tiene el poder suficiente, la puerta no se abre y las palabras del mensaje se las lleva el viento. Sin embargo, hay algo que debes saber y entender: no hay fórmulas mágicas para titular, ni libretos perfectos.

Hay técnicas, ciertamente, que te ayudan a confeccionar un mensaje poderoso, pero ninguna más efectiva y poderosa que tu creatividad, que tu imaginación, que el conocimiento que tienes de tu avatar, que tu empatía para ayudar a otros. Un titular débil es una promesa sin fuerza y eso es imposible de vender. Por supuesto, aquí también están prohibidas las plantillas del copy+paste.

Si eres copywriter, si anhelas ser copywriter, por favor, nunca olvides estos 7 pecados capitales y procura no caer en ellos, al menos, no con frecuencia. Si eres copywriter, si anhelas ser copywriter, no dudes en sumarte a las charlas que lidera Jhon Villalba, el popular copy.mastery, en su sala de Clubhouse. Te garantizo que las disfrutarás y que tu cabeza estallará con tanto aprendizaje de valor.

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¿Corto o largo? (A la hora de escribir) El tamaño SÍ importa

Hay dos decisiones fundamentales que un escritor debe tomar en cuanto a la medida de tus textos. La primera está relacionada con la estructura de sus escritos, con el estilo que les quiere dar para crear una marca que lo identifique. La segunda, mientras, tiene que ver con la extensión de los artículos que publica (especialmente si hablamos de internet), de los libros que escribe.

No son decisiones menores y hay que comprender que no es cuestión de decir “voy a hacerlo así” y listo. No es tan sencillo, entre otras razones porque hay muchos bulos y creencias limitantes en torno de estos temas. ¿Como cuáles? Una de ellas, la más perversa, que es una afirmación sin sustento, es que hoy la gente no lee o, dicho de otra forma, lee menos que en el pasado.

Ni lo uno, ni lo otro. La respuesta real es que lee distinto, en formatos distintos y a través de dispositivos distintos. Tuve la oportunidad de acudir a la Feria del Libro de Bogotá, uno de los eventos más importantes del ramo en la región, de manera repetida entre 2014 y 2018, como autor y como invitado, y lo que observé allí desmiente categóricamente esa afirmación.

“Nada que ver”, como decían los jóvenes hace unos años (y ya no son tan jóvenes). Todos los días, no solo los fines de semana, se registraba una masiva concurrencia de estudiantes escolares, adolescentes y jóvenes universitarios que, además, no iban en plan de familia Miranda, como decimos en Colombia (solo a mirar), sino que eran participantes activos y compradores.

Participantes de conversatorios, de lanzamientos y de otras actividades y compradores de ofertas y de las temáticas que les atraen. Que son distintas a las del pasado, valga recalcarlo. Historia, política, sagas juveniles, deporte y textos universitarios, principalmente, que son rubros a los que las editoriales poca atención les prestan porque solo se interesan en promocionar a sus estrellas.

¿Percibes el poder del mensaje oculto? Niños, adolescentes y jóvenes universitarios que acuden masivamente a la Feria y compran libros. Es decir, no son solo digitales, más allá de su afinidad con la tecnología. Y los adultos tampoco se quedan atrás, más allá de que no es fácil sacar tiempo para leer con tranquilidad, porque por lo general están envueltos en una frenética e histérica rutina.

Así mismo, hace unos años, no muchos, se decía que el libro impreso estaba condenado a desaparecer en virtud de la fuerza del libro digital. Sin embargo, fue más un bum que una realidad, en especial porque los dispositivos no son baratos y porque leer en estas pantallas digitales no es para todo el mundo. Y, como en ave Fénix, el viejo, vetusto y empolvado libro se reposicionó.

Puedo afirmar, con un mínimo margen de error, que vivimos el mejor momento de la producción de contenidos, dentro y fuera de internet. Y en diferentes formatos como video y audio, que no es que resucitó, como dicen por ahí, porque nunca estuvo muerto, sino que se revitalizó gracias a nuevas herramientas y mercados, públicos jóvenes que quieren aprender y tienen mucho que decir.

Por eso, más que nunca, desarrollar la habilidad de escribir para transmitir tu conocimiento, para transmitir un mensaje que no esté contaminado y, también, para cumplir tu sueño particular es una necesidad. Y, lo repito porque sé que es importante, sin pretensiones de gran estrella, de ser millonario y famoso. Puede ocurrir, sin duda, pero es el final de la historia, no el comienzo.

Una persona comienza a ser un buen escritor cuando establece una estructura. Que, no sobra recalcarlo, no es algo estático, sino que evoluciona a medida que pasa el tiempo, que hay más aprendizaje y más experiencia. Una estructura que le dé orden a tu escrito, que lo haga fácil de leer y, por supuesto, agradable de leer. Una estructura que, además, te facilite el proceso.

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Si te has visto con atención estos artículos que comparto contigo, habrás visto que todos los párrafos tienen cuatro líneas. La mayoría de ellos, además, contiene tres frases: una larga, una mediana y una corta. ¿Por qué? Porque escribir es algo muy parecido a bailar un vals o un bolero y para poder disfrutarlo al máximo se requiere un ritmo, una cadencia que ayuda a la legibilidad.

¿Por qué elegí esta estructura? Porque después de múltiples testeos que realicé en su momento, pude determinar que era la que mejores resultados ofrecía: más lectura, mejores comentarios, una experiencia más agradable para los lectores. Además, apta tanto para el formato impreso o para artículos de un blog, como para un libro y, algo importante, de buena lectura en dispositivos móviles.

¿Cómo puedes determinar tu estructura? Solo hay un camino: escribir y escribir. Un poco cada día, todos los días un poco. Y probar diferentes variantes sin caer en el extremo del perfeccionismo o de la autoexigencia. Escribe y compártelo con allegados, con amigos y hasta con desconocidos para que te den una retroalimentación. Corrige, prueba y valida. Y, por supuesto, evita los atajos.

¿Cuáles? Las famosas plantillas, que no te sirven y que, más bien, te causarán un mal. Y ten en cuenta algo crucial: olvídate de esos consejos según los cuales para que te lean en internet debes escribir frases cortas, párrafos cortos y llenar tus artículos de viñetas y emojis. Las viñetas son un recurso, un buen recurso, pero el uso abusivo se torna cansón e incómodo para el lector.

En cuanto a las frases y los párrafos cortos, ¡ten cuidado: son una trampa! El cerebro del ser humano no está programado para leer esas frases sueltas. ¿Por qué? Entre otras razones, porque cuando aprendemos a leer y a escribir en el colegio nos enseña la estructura del párrafo, que es una unidad de contenido con sentido completo. Y en esto último radica la clave: sentido completo.

Cuando rompes esa unidad, cuando partes el párrafo en frases sueltas, se pierde el sentido completo, se pierde la legibilidad. Este es el motivo por el cual hoy los jóvenes presentan tantos problemas de comprensión de lectura y dificultad para escribir. El cerebro no está diseñado, ni programado, para armar ese rompecabezas de frases sueltas y, por eso, no capta el mensaje.

Una estructura coherente, clara y fácil de leer, entonces, es la primera decisión que debe tomar un escritor. Por supuesto, mi consejo es que acudas a ayuda idónea, de personas que lo hacen bien y que demuestran que lo pueden transmitir. Pensarás que es algo demasiado complejo o difícil, pero en la medida en que escribas con frecuencia tu cerebro te guiará y lo hará fácil, porque lo disfruta.

Ahora, en el tema de la extensión de los artículos, en internet también hay mucho mito falso. Te dicen que debes escribir corto porque la gente no lee (que ya sabemos que es mentira), pero también te dicen que para que te lean debes aparecer en los primeros puestos de las búsquedas de Mr. Google. Y esa, amigo mío, es una gran contradicción, ¿lo sabías? Esta es la razón:

El algoritmo de Google no solo se fija en las palabras clave y en el SEO, sino que también entiende de contenido de calidad. Y para él, el contenido de calidad es sinónimo de contenido extenso. De hecho, los artículo que el buscador privilegio tienen alrededor de 2.000 palabras o más. ¿Lo ves? Pero, lo que te dicen en internet es que tus publicaciones no deben sobrepasar las 500 palabras.

Es una mentira. Estos artículos que publico en el blog tienen ente 1.200 y 1.500 palabras, es decir, menos de las que pide Mr. Google. Sin embargo, esa carencia se con un texto de buena calidad, tanto en lo gramatical y ortográfico como en el contenido. Entonces, no te dejes engañar: un artículo de 1.200 palabras en esencia ocupa dos páginas de Word, que no es algo difícil de escribir.

Además, y este es el argumento más importante, estamos en la era del conocimiento. El mercado, las personas, anda en busca de buen contenido, de conocimiento de calidad. En todos los ámbitos, en todos los temas. Y no solamente los autoproclamados expertos, sino personas anónimas que puedan compartir conocimiento y experiencias útiles, que sean empáticos, distintos y positivos.

Los últimos 33 años de mi vida los dediqué a escribir para otros: medios, empresas y personas. A mediados de noviembre de 2020 abrí este blog y la experiencia no puede ser más satisfactoria y enriquecedora. Es algo que tú también puedes hacer, que tú también puedes disfrutar. Recuerda: hoy, por el cambio de hábitos, la gente tiene más tiempo para leer y exige contenido de calidad.

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Contenido de valor: qué es y cómo aprovecharlo en tu estrategia

Es una de las expresiones que escuchamos con mayor frecuencia en los últimos, pero también, uno de los términos más gaseosos, acerca de los que hay demasiadas interpretaciones. Y, claro, no siempre son las adecuadas. Contenido de valor, escuchamos con frecuencia, pero la verdad es que no hay un acuerdo en torno de qué significa, en qué consiste y, sobre todo, por qué utilizarlo.

Hubo un tiempo, que quedó enterrado en el pasado, a pesar de que hay empresas y personas que se resisten a creerlo, en el que el marketing consistía exclusivamente en vender, en llevar a cabo una transacción: un producto o servicio a cambio de dinero. Punto final. La relación terminaba ahí y solo era posible otro capítulo si el vendedor podía ofrecer algo nuevo a ese comprador.

Hoy, sin embargo, y especialmente con los cambios de hábitos y de comportamiento que ha experimentado el ser humano en el último año, la realidad es otra. Marketing es servir, es brindar una solución efectiva a un problema específico del mercado. Si lo que tienes para ofrecer es ese servir y esa solución efectiva, la venta se dará, entonces, como una consecuencia lógica.

¿Percibes la diferencia? La venta ya no es el objetivo de tus acciones, el fin último de tus estrategias, sino una consecuencia de ellas. Si erras en tus acciones y en tus estrategias, la venta no se dará. Así de fácil, así de contundente. Entonces, lo que necesitas entender es que para lograr tu propósito debes concentrarte en el proceso, no en el resultado. ¡La clave está en el proceso!

Ahora, bien, es menester decir en qué consiste ese proceso: en educar a tu prospecto, en nutrir a tu cliente, en entretenerlo y fidelizarlo para que permanezca contigo un largo período y, sobre todo, que te compre una y otra vez. Ah, y algo muy importante: que se convierta en evangelizador de tu marca, es decir, que te refiera con sus amigos, con sus familiares, con sus compañeros.

La clave está en el proceso, pero, ¿cuál es la clave del proceso? En el valor que le puedas aportar al mercado, especialmente a través del contenido que compartes a través de distintos canales. ¿Por qué? Porque el marketing de hoy, del siglo XXI, consiste en interactuar con las audiencias, conversar con el mercado e intercambiar beneficios y el contenido es la más poderosa herramienta para lograrlo.

El problema de muchos emprendedores y dueños de negocios es que se dejan convencer de que tienen el producto (o servicio) ideal, aquello que el mercado estaba esperando con ansiedad. Sin embargo, cuando se tiran al agua, cuando ofrecen aquello que han preparado con esmero, se llevan una frustración grande: a nadie, a casi nadie, le interesa y, por ende, no logran ventas.

¿Por qué? Porque se enfocan en la venta, no en nutrir, no en educar, no en entretener, no en aportar valor. Y hoy, sí o sí, antes de intentar vender algo (sea lo que sea, al precio que sea), tienes que educar, nutrir, entretener y aportar valor. ¡Ah, y gratis! Así funciona el mercado: la estrategia más efectiva para darte a conocer, posicionarte, genera confianza y credibilidad es aportar valor gratis.

“No, Carlos, ¿cómo voy a regalar mi trabajo? Mi conocimiento vale, mi tiempo vale”, es la reacción más frecuente. Es cierto, salvo por un pequeño y crucial detalle: cuando das algo gratis no estás regalando, sino que estás sembrando. Así, al menos, funciona en marketing. La explicación tiene que ver con la sicología, con la forma en que el cerebro responde a cierta clase de estímulos.

Mi amigo y mentor Álvaro Mendoza lo dice de manera magistral: “Cuando tú aportas valor de forma gratuita, en el momento en que ofrezcas algo, que intentes vender, esa persona que ya se benefició con lo que le diste pensará ‘Si lo que me dio gratis fue tan poderoso, ¡cómo será lo que voy a recibir si le pago!’”. ¿Entiendes? No estás regalando: estás abonando el terreno de la venta.

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Lo mejor es que el contenido de valor te sirve a lo largo de todo el proceso de venta. Si esa persona que muestra interés en ti no es consciente de su problema, o no lo ha aceptado, o no sabe qué haces, quién eres y qué le puedes ofrecer, el contenido responderá sus interrogantes y, además, derribará sus objeciones. Así, de ser un prospecto frío pasará a ser uno caliente (el que compra).

Si esa persona está en la mitad del proceso (prospecto tibio) o está caliente, el contenido de valor le dará el último empujoncito necesario para que haga clic en el botón de compra. ¿Entiendes? En cualquier momento del proceso, el contenido de valor es fundamental y, aunque escucharás algunas versiones contrarias, es la estrategia de mayor impacto, aunque no es la más rápida.

Ahora, bien, ¿qué es contenido de valor? Estas son sus cuatro características:

1.- Es útil. Esto significa que ese contenido apunta a darle pautas o consejos que le ayuden a dar solución a su problema o, cuando menos, a paliar el dolor. Es contenido enfocado en crear consciencia, que esa persona admita que padece ese problema y acepte que necesita ayuda para solucionarlo. Entonces, comenzará a investigar en procura de esa solución y quizás te encuentre a ti.

2.- Es inspirador. Este es el tipo de contenido de valor que más me gusta: el que empodera a la persona que te lee, ve o escucha. Es contenido enfocado en resaltar lo positivo, en identificar y aprovechar las fortalezas, en ver el lado positivo de las situaciones, en aceptar las dificultades y tratar de aprender de los errores. Esta clase de contenido genera una fuerte conexión emocional.

3.- Es aplicable. Esto significa que cualquier persona, independientemente de nivel de experiencia o de conocimiento, pueda sacar provecho del mensaje que emites. Que sea fácil de poner en práctica y que, ojalá, brinde resultados rápidos (aunque no sean los definitivos). Es decir, que haya una transformación rápida que provoque que esa persona quiera más, aunque tenga que pagar por ello.

4.- Es de impacto. Que no sea un post más, un libro más, un pódcast que sirvió para pasar el rato o un video para no aburrirse mientras hace fila en el banco. Que, más bien, sea algo que le brinde una lección poderosa, que produzca un cimbronazo en su corazón, que toque sus fibras emocionales y que le haga pensar “¿Cómo no me había dado cuenta?” y “Quiero más, ¡ya!”.

Si eres una empresa o un negocio, no tienes opción, y lo ocurrido en el último año nos lo ha demostrado con creces: si no logras establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, en algún momento se producirá un clic y esas personas se alejarán de ti. Además, el contenido de valor te permite alcanzar otro de los objetivos prémium del marketing: crear comunidades.

Si eres un emprendedor, especialmente si estás en las etapas iniciales de tu negocio, no tienes opción. La mejor estrategia, la más segura y efectiva para darte a conocer, posicionarte y generar un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado, es el contenido de valor. Solo a través del superpoder de tu mensaje el mercado descubrirá, apreciará y valorará lo que le ofreces.

Moraleja: bien seas una empresa (grande o mediana), un pequeño negocio o un emprendedor, para ser visible en el mercado, estar en capacidad de competir y, como consecuencia de tus acciones y decisiones, de vender, antes debes aportar valor, crear y compartir contenido de valor. Los resultados dependerán de que ese contenido cumpla con las ‘3M’ del marketing, a las que me referiré en una próxima publicación.

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4 verdades que te ayudarán a elegir el camino correcto (para ti)

Una de las mayores dificultades que enfrenta una persona, cualquier persona, cuando quiere comenzar a escribir es encontrar la orientación idónea adecuada. Que, da pena reconocerlo, no abunda y mucho menos en internet. De hecho, la red está repleta de información, pero no siempre es información confiable; más bien, te conduce a la infoxicación, a la saturación.

El problema se origina de una creencia equivocada: que alguien puede enseñarte a escribir de la forma en que ella lo hace. Y, no, no es posible. No hay fórmulas mágicas, ni libretos ideales y, mucho menos, plantillas que te permitan aprender a escribir. Hay normas universales que, como es habitual, a algunos les sirven más que a otros y solo tienes que descubrir cuáles son para ti.

¿Por qué algunas funcionan y otras, no?  Porque cada persona es distinta, porque hay niveles de conocimiento diferentes, porque hay niveles de práctica distintos, porque hay hábitos diferentes, porque hay disposiciones distintas. Y, por favor, no te equivoques: esta es una premisa que se aplica a cualquier actividad de la vida, como jugar al tenis o, aprender un segundo idioma, en fin.

Esa es la razón por la cual hay personas que aprenden más rápido, que evolucionan más rápido, que desarrollan la habilidad más rápido. No es, como cree la mayoría de las personas, que son más inteligentes o que tienen un don especial. Se trata, simplemente, de que reúnen factores que les ayudan a acortar la curva de aprendizaje y, también, que son más disciplinadas y persistentes.

El arte de aprender a escribir consiste, como lo he mencionado en publicaciones anteriores, en encontrar, activar y disfrutar el buen escritor que hay dentro de ti. Ese es un proceso en el que alguien con experiencia, con conocimiento y con vocación de servicio (es decir, que no esté interesado exclusivamente en cuánto le vas a pagar) te puede ayudar, asesorarte y guiarte.

A partir de ahí, sin embargo, prácticamente todo depende de ti. Si deseas hacerlo bien, si tu sueño es publicar un libro o vivir de escribir, necesitarás un acompañamiento profesional. Pero, repito, prácticamente todo depende de ti: de tu disciplina, de tu constancia, de tus hábitos, de tu capacidad para seguir aprendiendo, de tu resistencia a las dificultades y de tu mentalidad.

Y esto último, la mentalidad, es crucial. Para escribir o cualquier otra actividad que realices. ¿Por qué? Porque es la que determina el éxito (o el fracaso) en mayor medida. Porque el conocimiento sirve, pero no basta; porque la disciplina sirve, pero no basta; porque la constancia sirve, pero no basta; porque los hábitos sirven, pero no bastan. Lo que marca la diferencia es la mentalidad.

Si tienes mentalidad de escasez, solo verás problemas, dificultades y carencias. Además, creerás todo aquello que te digan que no te sirve y que solo contribuye a generarte más dudas, más miedos. Y te irás al extremo de la búsqueda de la perfección, que no existen, que nadie nunca alcanzó, y será demasiado duro contigo mismo y te exigirás a tal nivel, que nunca lo lograrás.

Si tienes mentalidad de abundancia, en cambio, verás oportunidades, aprendizaje valioso y el terreno propicio para desarrollar tus habilidades, darles rienda suelta a tu creatividad y a tu imaginación y cristalizarás tus sueños. Pero, además, asumirás el proceso con entusiasmo, te comprometerás, lucharás por alcanzar tus objetivos y no te rendirás pase lo que pase.

Por eso, así mismo, debes cuidar la información que recibes y cómo la procesas. Recuerda que una de las razones por las cuales te cuesta escribir (o por la que puedes escribir) es por tu diálogo interior. Y este, por supuesto, está determinado por lo que consumes, por la información a la que tienes acceso. Y, como lo mencioné antes, hay demasiada que no te sirve, que es realmente tóxica.

¿Cuál es el problema? Que no hay reglas, no hay fórmulas mágicas, ni libretos perfectos. Sin embargo, todos los días recibimos emails y notas que nos dicen qué hacer, cómo hacerlo y, lo peor, nos ofrecen una receta, una plantilla, para convertirnos en un gran escritor. El resultado, ya lo sabemos, es que nada de eso funciona, que son solamente estrategias para vender.

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De la misma forma en que no cualquier lectura que ayudará a escribir mejor (o a desarrollar la habilidad de escribir), tampoco puedes seguir cualquier consejo que leas por ahí. Lo que en verdad necesitas es aprender las técnicas del oficio de la escritura, establecer un método, descubrir tu estilo y practicar, practicar y practicar. La estrategia más conveniente, créeme, es prueba y error.

No es la más agradable, sin duda, pero sé por experiencia que es la más efectiva. En todo caso, para que el proceso no sea interminable, ni insoportable, necesitarás apoyo y ayuda, necesitarás consejos de quienes ya pasaron por la situación en la que tú estás y lograron superarla y, lo mejor, alcanzaron sus sueños. Necesitarás consejos que te ayuden, que te impulsen, que te motiven.

Un buen consejo, para que nos pongamos de acuerdo, es aquel que te ilumina el camino, que te indica cómo lo hicieron otros y te señala qué errores debes evitar. Un buen consejo es como los ingredientes de una receta de cocina: te demuestran qué vas a preparar, pero no limita, de manera alguna, tu creatividad, tu capacidad para incluir algo más, para excluir algo, para crear.

Cuando escuches o leas un consejo para escribir, nunca olvides estas cuatro verdades:

1.- Nadie tiene la última palabra. Es muy importante que entiendas esto, porque así solo puedes evitar que te engañen. Y tampoco creas en las tales tendencias, que a menudo son tendenciosas. Y, por favor, no caigas en la trampa de seguir al gurú de moda, al que promociona la fórmula perfecta. Cuando escuches esas dos palabras, unidas o por separado, debes tener cuidado.

Sigue los consejos de quien se identifique con tus principios y valores, de alguien que te brinde confianza y, especialmente, de quien pueda demostrar fehacientemente que sabe hacer lo que dice que te enseñará y que esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. No basta con que sepa recitar la teoría, te ofrezca un arsenal de plantillas o acredite miles de seguidores en redes sociales.

2.- Escribir es un acto creativo personal. Dicho en otras palabras, es un descubrimiento personal, que solo tú puedes realizar. Claro, requerirás ayuda profesional, pero el único que puede descubrir y activar el buen escritor que hay en ti eres tú mismo. La persona que te pueda ayudar es nada más un facilitador, un guía que te enseña el camino correcto y te previene de eventuales errores.

Sin embargo, es imposible que aprendas a escribir como otra persona, igual que otra persona, porque escribir es un acto creativo personal. En ese proceso, delineas tu estilo y poco a poco lo consolidas, lo mejoras (aunque es necesario saber que esa tarea nunca termina). Y también debes aprender a aprovechar tu creatividad e tu imaginación a partir de tus experiencias.

3.- Tienes que crear tu propio método. Estrechamente relacionado con lo anterior, una de las tareas indispensables es establecer tu método de trabajo. Que puede ser parecido al de otro escritor, al de tu maestro, pero debe estar diseñado de acuerdo con tus necesidades, con tus habilidades, con tus posibilidades, con tus hábitos, de ahí que no puedas clonar algún modelo.

Por ejemplo, mi mejor horario para producir es a partir de las 6 de la tarde y casi nunca escribo en las mañanas. Eso, probablemente, no funcione para ti, ¿entiendes? También suelo escuchar música mientras trabajo, pero para ti quizás sea una distracción. Conclusión: tienes que crear tu propio método, uno con el que te sientas cómodo y que, principalmente, te ayude a cumplir tus objetivos.

4.- Debes filtrar los consejos que recibes. No puedes permitir que te contagie la infoxicación, la saturación, o no conseguirás avanzar. Elige un modelo, apégate a él y date una oportunidad. Si después de un tiempo determinas que no es lo que deseabas, que no es para ti, buscas otro. No es el fin del mundo y tampoco significa, de manera alguna, que no puedes ser un buen escritor.

Es, simplemente, parte del proceso de descubrimiento, de autoconocimiento. Es como los padres que quieren que sus hijos adquieran el hábito del deporte y, entonces, los inscriben en escuelas de fútbol, natación, tenis y patinaje, ¡simultáneamente! ¿El resultado? El chiquillo se satura y se produce el efecto contrario al esperado: ese niño odiará el deporte y nunca más querrá practicarlo.

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Cuidado con los vendehúmo de las plantillas: ¡son un engaño!

Internet, tristemente, es el reino de los bulos, las fake-news o las noticias falsas. Y cada día es peor, porque no solo los sucesos mediáticos, aquellos que concentran la atención de las personas por su trascendencia, son parte de esta despreciable especie. De hecho, prácticamente nada está exento de esta epidemia de desinformación, que se ha tipificado como la era de la infoxicación.

Una de las variables de esta grave enfermedad es el grave riesgo de sufrir un engaño cada vez que hacemos un clic. Estafas, versiones distorsionadas para favorecer a alguien en particular (o, por el contrario, para perjudicar a alguien) o, simplemente, mentiras que traspasaron la barrera de lo piadoso y entraron en las arenas movedizas de la peligrosa manipulación. Cada clic es un riesgo.

Por desgracia, el tema del copywriting y la escritura es uno de los más contaminados. Pululan los expertos sin preparación, los gurús que se aprendieron un libreto y lo interpretan con brillantez, pero que son incapaces de demostrar que pueden hacer aquello que pregonan. Son muchos los que se presentan como expertos en la materia, pero no pueden pasar del dicho al hecho.

Eso sí, son contundentes para dictar normas, para establecer reglas, para fijar estilos. “Haces esto o nadie te leerá”, “Haces lo otro o nadie te comprará” y otras especies por el estilo. Que, por supuesto, son vulgares mentiras. El problema, porque siempre hay un problema, es que una gran cantidad de incautos o ingenuos caen en sus redes, creen sus mentiras y después lo pagan caro.

Una de estas mentiras que ha hecho carrera es aquella de que “hay que escribir corto porque la gente ya no lee”. No sé qué es más perverso y patético, si el argumento o la justificación. No porque un texto sea corto es mejor, más legible o más atractivo para el lector: lo que en verdad atrapa es la calidad del contenido, el estilo, la autoridad de quien escribe y el valor que aporte.

Por otro lado, aquello de que “la gente ya no lee” es muy fácil de desvirtuar: la industria editorial ha mostrado un claro y constante repunte en los últimos años, especialmente en los textos físicos, en papel. Mientras, las previsiones del bum de los textos digitales, de los e-books, se desinfló. Y es normal: a pesar del avance de los dispositivos digitales, estamos hechos para leer textos en papel.

Y es mentira, claro. Las cifras de ventas de libros impresos han repuntado en los últimos años y, lo mejor, cada día son más las opciones de autopublicación que están disponibles. Y también hay personas de todas las edades que se lanzan a la aventura de escribir y publicar. Además, si fuera verdad eso de que “la gente ya no lee” la industria estaría paralizada, no habría publicaciones.

Lo más triste es que los medios de comunicación impresos, que deberían ser aliados de la buena escritura y los impulsores de la cultura de la lectura son, más bien, sus principales enemigos. Los periodistas de hoy, en general, no saben escribir porque en las universidades no hay quién les enseñe, porque la mayoría de los profesores tampoco escribe. Es un penoso círculo vicioso.

Basta ver las páginas principales de sus versiones web o los titulares del generador de caracteres en los noticieros de televisión para comprobar esta patética realidad. Y como no encuentran la solución, han elegido una opción vergonzosa: la consabida “hagámonos pasito”. Nadie critica a nadie, porque nadie está libre de pecado, y aquel que levante la mano es censurado.

Lo grave ocurre cuando esas personas llegan al ámbito laboral. Sin importar qué estudiaron o en qué empresa trabajan, se presupone que saben escribir. Al fin y al cabo, pasaron por las aulas de un colegio y de una universidad y se graduaron (hagámonos pasito). Pero, la realidad es distinta: tan pronto les piden que elaboren un informe o una carta o un reporte, quedan al descubierto.

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Y estoy seguro de que, si haces un poco de memoria, tú también trabajaste en una empresa en la que las comunicaciones más importantes las escribía la secretaria de gerencia y las firmaba el gerente. Porque, ¡qué horror!, él tampoco sabía escribir. Y ese es, precisamente, el caldo de cultivo de los que dictan normas, establecen reglas, fijan estilos y, lo peor, venden plantillas.

Es un insulto a la inteligencia, a la capacidad innata del ser humano de aprender lo que desee. Además, es un engaño brutal: nadie, absolutamente nadie, aprendió a escribir con plantillas. ¿Por qué? Porque como lo mencioné en un post anterior el proceso de escribir es complejo, nos exige una variedad de habilidades y conocimientos, así como mucha práctica. Y para eso las plantillas no sirven.

¿Por qué no sirven? Porque son un atentado contra las principales y más poderosas herramientas de que dispones: la creatividad y la imaginación. Las cercenan, las inhiben, les cortan las alas. Una plantilla para un escritor es como una jaula para un pajarito: su espacio de acción es muy limitado y cuanto más tiempo pase allí más rápidamente se atrofiarán sus todas habilidades naturales.

Hay una verdad irrefutable que ni siquiera los gurús de las plantillas pueden rebatir: escribir es un acto creativo. Por eso, aquello que suelen llamar el tal bloqueo mental, que es otra gran mentira, se produce cuando la creatividad y la imaginación no fueron activadas, no son ejercitadas. Si no las utilizas, les ocurre como a un músculo: se entumecen, se endurecen y duelen cuando las usas.

Cursos de los que aseguran que te enseñan a escribir hay muchos en internet, ¡demasiados! Y la gran mayoría promete entregarte valiosas plantillas. Cuando los veas, por favor, ¡ten cuidado! Son un engaño y perderás tu dinero y tu tiempo. Y, lo peor, quedarás con la sensación de que no puedes, de que no eres capaz, de que eso de escribir no es para ti, y no hay nada más equivocado.

Cuando te cruces con un curso de copywriting o de escritura, antes de hacer clic en el botón de compra tómate tu tiempo para comprobar que no es un engaño, que no vas a caer en manos de un vendehúmo. ¿Cómo evitarlo? Mira si tiene página web, busca escritos que haya publicado, entra a su blog y lee algunos de sus artículos y presta atención a los comentarios de los usuarios.

Si no tiene web y si no publica escritos, entonces, ¿cómo puede enseñarte a escribir? Mejor dicho, ¿cómo una persona va a enseñarte algo que no sabe hacer? Piénsalo: ¿tomarías clases de culinaria con alguien que no sabe cocinar? ¿Crees que puedes aprender a jugar tenis con un profesor que solo recita el libreto de la teoría y no juega? Nunca te olvides de algo: la práctica hace al maestro.

No me cansaré de repetirlo, porque sé que tarde o temprano comprobarás que es cierto: dentro de ti hay un buen escritor, solo que no lo has descubierto y no lo has activado. Y no lo harás si caes en manos de los vendehúmo de las plantillas, que son un engaño (esto tampoco me cansaré de repetirlo). Aprovecha los dones y talentos que te dio la naturaleza, utiliza tu creatividad e imaginación.

No te arrepentirás, te lo aseguro. De hecho, tan pronto te des la oportunidad, tan pronto dejes atrás los miedos y ya no le prestes atención al qué dirán, tan pronto comiences a escribir te vas a dar cuenta de que es mucho menos difícil de lo que pensabas. De hecho, llegará el momento en que comprobarás que es fácil. Pero, claro, primero tienes que alejarte del riesgo de la infoxicación.

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¿Quieres escribir y ‘no puedes’? Revisa tu diálogo interior

Todos los seres humanos tenemos una voz interior. Que nos habla todo el tiempo, inclusive cuando estamos dormidos. Que posee inmensa sabiduría y nos puede ayudar en circunstancias apremiantes, pero que es terca y traviesa también, como una adolescente rebelde, y a veces nos mete en problemas, en serios problemas. Lo que más nos cuesta es entender por qué sucede así.

Si lo piensas unos minutos, todo aquello que te propusiste con determinación lo conseguiste. No tan fácil como ir del punto A al punto B, pero lo conseguiste. De manera consciente o inconsciente estableciste un plan de acción, unas estrategias y enfrentaste un proceso que superaste paso a paso hasta llegar al final. Fue cuando te diste cuenta de que no era tan difícil como pensabas.

En la universidad, quizás, algún profesor te puso en calzas prietas con un proyecto final que te demandó tiempo, trabajo, esfuerzo y mucho estudio, además de altas dosis de paciencia en la fase de prueba y error. Tras varias noches de desvelo, en las que la vocecita interna te decía que tiraras la toalla, persististe y lograste sacarlo adelante. Fue un gran logro que te dejó grandes enseñanzas.

Si lo piensas unos minutos, todo aquello que te propusiste con determinación lo conseguiste. En cualquier campo de la vida, en lo personal o en lo profesional. Como cuando a aquella chica con la que después de 10 minutos de conversación parecían amigos de toda la vida y, a pesar de que te lo puso difícil, lograste enamorarla y convertirla en la mujer de tu vida. Fue tu mayor victoria.

El problema, porque siempre hay un problema, es que tristemente los seres humanos estamos más programados para lo negativo que para lo positivo. ¿Por qué? Por el modelo educativo en el que nos criamos y crecimos y que luego, durante la adolescencia y la edad adulta, nosotros mismos nos encargamos de fortalecer, de repetir una y otra vez. Es el poder ilimitado de la mente.

Por ejemplo, aquel día que, en un paseo de fin de semana con tus compañeros de la universidad no fuiste capaz de tirarte a la piscina desde el trampolín más alto, de 7 metros. Retaste a los demás, fuiste el primero es subir, pero tan pronto miraste para abajo el miedo te paralizó. “No puedo”, “No lo hagas”, “Es peligroso”, “No te atrevas”, repetía una y otra vez tu voz interior.

O, quizás, fue cuando el profesor más estricto de la carrera te eligió a ti para que hicieras la presentación oral del trabajo final, una intervención de la que dependía también la nota de tus compañeros. Y, sí, recuérdalo, fuiste un desastre, comenzaste a tartamudear y se te olvidó lo que habían estudiado. Fue una gran decepción y hubo que rogar para lograr otra oportunidad.

Todos los seres humanos tenemos una voz interior que posee inmensa sabiduría, pero que es terca y traviesa también, como una adolescente rebelde. Hasta que entendemos por qué sucede así: es fruto de nuestro diálogo interior. En términos sencillos, es la conversación que sostenemos con nosotros mismos, la permanente charla entre el yo consciente y el yo inconsciente.

Ese diálogo interior está determinado por tus creencias, por tu educación, por tu conocimiento, por tu visión de la vida y del mundo y, de manera muy especial, por tu entorno. Por ejemplo, ese diálogo interior uno si estudiaste en un colegio religioso con monjas o si acudiste a uno mixto de talante liberal. O si eras el único hombre, y el menor, entre cinco mujeres o si eras hijo único.

El problema con el bendito diálogo interno es que es la primera tecla que oprimimos en casi todas las circunstancias de la vida. Dado que nuestro cerebro almacena toda la información, recurrimos a ese archivo para establecer cómo debemos actuar en determinada situación. Es cuando aparece esa voz interior que se expresa según las vivencias similares que experimentó en el pasado.

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Y es, justamente, una de las razones, una de las más poderosas y condicionantes, por las que no puedes escribir. Aunque lo intentes una y mil veces, pesa más ese pasado de frustraciones, de intentos fallidos, que tus ganas de comunicarte por escrito. O, quizás, ni siquiera lo intentas porque asumes que no puedes, porque estás convencido de que careces de lo necesario.

La sicología nos dice que cuando los seres humanos enfrentamos un problema complejo y carecemos de las herramientas necesarias para gestionarlo reaccionamos con ansiedad: es una respuesta automática, un mecanismo de defensa por el que el reto se transforma en amenaza. Por ejemplo, si en la niñez te mordió un perro: cuando estás cerca de uno, la ansiedad se dispara.

Y esta ciencia nos da cuenta de cuatro tipos de diálogo interno que operan como detonantes de la angustia o de la ansiedad en momentos en que nos sentimos amenazados. Son el catastrófico, el autocrítico, el victimista y el autoexigente. La característica común es que todos son negativos y que sus efectos son paralizantes: nos provocan pánico, nos paralizan e impiden que actuemos.

El diálogo interno catastrófico surge de imaginar el peor escenario posible: vemos una tragedia donde no la hay. Por ejemplo, cuando te animas a escribir un párrafo y luego lo lees y piensas que es un desastre y lo borras de inmediato, para que nadie lo pueda ver. O, a lo mejor, lo lees otra vez y te decepcionas porque estás seguro de que si lo muestras a alguien se burlará de ti o te apabullará.

El diálogo interno autocrítico se enfoca en lo negativo. Mejor dicho: todo lo ve negativo. Entonces, aquello que escribiste te parece horrible, solo ves errores y de inmediato te convences de que es una pérdida de tiempo. “Dedícate a otra cosa, que para esto no sirves”, te dices. “De dónde surgió esa loca idea de creerte un escritor”, te lapidas. Es una dura autocensura, una triste sentencia.

El diálogo interno victimista se presenta por lo genera apenas das los primeros pasos. Dado que no confías en ti mismo, ni en tus capacidades, estás a la caza de una excusa que sirva de pretexto para abandonar. “Lo intenté, pero no soy capaz” o “No nací para esto”, te dices. De esta forma, te autoexculpas y te llenas de argumentos para justificar el desenlace inevitable: tiras la toalla.

El diálogo interno autoexigente es, sin duda, algo dañino porque en la búsqueda de la perfección te fijas expectativas que no puedes cumplir, te trazas metas para las cuales no estás preparado y, entonces, fracasas. Y ese fracaso te produce estrés, depresión y lastima tu autoestima. Te sientes lo peor de la Tierra y tu cabeza se llena de reproches, te autoflagelas y castigas tu atrevimiento.

Si lo piensas unos minutos, es probable que la razón por la cual no puedes escribir o, peor, no te animas a intentarlo es porque sostienes un diálogo interno equivocado. Es decir, programaste tu mente con mensaje negativos, limitantes, con excusas que actúan como salvavidas cuando tu voz interior prende las alarmas y te invita a abandonar. No es que no puedas, es que crees que no puedes.

De la misma manera que cuando compras un reloj inteligente o un celular y lo primero que haces es configurarlo a tu gusto, a la medida de tus caprichos y tus deseos, también debes programar tu mente, configurarla en modo voy a escribir, en modo sí puedo hacerlo, en modo voy a encontrar la forma de lograrlo. Tan pronto logres cambiar tu diálogo interior, cambiará también el resultado.

Por supuesto, no es tan fácil como decirlo y hacerlo, algo así como decirte “voy a ser escritor” y sentarte a escribir una novela. No, así no funciona. Requerirás ayuda profesional, una guía, un mentor que ayude a cambiar ese diálogo interior por uno positivo y a identificar tus fortalezas para comenzar a trabajar a partir de ellas. Sin embargo, lo fundamental, es cambiar tu conversación.

Moraleja: siempre que asumiste un problema o un reto con un diálogo interior positivo, enfocado en tus fortalezas, encontraste una manera de lograr lo que te propusiste. Entonces, deja de pensar que no puedes, que no naciste para esto, porque te repito que hay un buen escritor dentro de ti y tienes que descubrirlo, activarlo y ponerlo a trabajar. Tu voz interior será la primera que lo celebre…

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4 poderosas razones para comenzar hoy (nunca es tarde)

“¿Ya para qué?”, “A esta edad, no quiero complicarme” o “Lo intenté antes y no fui capaz” son algunas de las excusas que esgrime la mayoría de las personas para justificar una acción o la ausencia de una acción necesaria. Una premisa que se aplica a muchas actividades de la vida: hacer deporte, comer saludable, aprender un segundo idioma, cocinar, leer o escribir.

El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Por supuesto, habrá algunas actividades o temas que le demandarán mayor tiempo, más esfuerzo y dedicación. Sin embargo, siempre es posible aprender, a cualquier edad, y más en estos tiempos en los que la tecnología es una aliada.

La premisa es muy sencilla: “¡Nunca es tarde!”. Claro, si quieres aprender a montar en bicicleta a los 65 años, quizás no sea lo más adecuado, quizás estés asumiendo un riesgo innecesario. Sin embargo, hay actividades atemporales que puedes aprender a cualquier edad y que, además, te ofrece la ventaja de que lo haces por placer, porque te hacen sentir bien, porque las disfrutas.

Esas, sin duda, son las mejores. Así mismo, algunas de estas actividades, algunos de estos aprendizajes, nos ofrecen mayores beneficios en la edad adulta. ¿Por ejemplo? La lectura, la escritura, la pintura o la música (aprender a tocar un instrumento), entre otras. No solo porque aprendemos a nuestro ritmo, sin estrés, sino también porque lo hacemos sin ánimo de competir.

Lo hacemos por gusto, porque somos conscientes de los múltiples beneficios que nos brinda para la salud mental, porque en muchas ocasiones representa un sueño postergado. Y lo hacemos sin mayores pretensiones que sentirnos bien, que disfrutarlo, que mantenernos activos, que brindar un ejemplo a los jóvenes para que aprendan a aprovechar el tiempo libre en algo productivo.

Y productivo, por supuesto, nada tiene que ver con ganar dinero, con llegar a ser profesionales de esa actividad. Productivo en el sentido de aprovechar nuestra inteligencia, conocimiento, dones y talentos y experiencias. Productivo en el sentido de evitar caer en la trampa de creer que porque nuestra laboral se terminó tenemos que poner en pausa el ejercicio de las funciones intelectuales.

Nada que ver. A mi juicio, la edad madura, cuando ya tienes el poder de decidir en qué empleas tu tiempo, cómo lo manejas, es el momento perfecto para realizar aquellas actividades que, en otro momento de la vida, nos resultó imposible por las responsabilidades, por las ocupaciones, porque había otras prioridades. Y, como lo mencioné unos párrafos atrás, ¡nunca es tarde para comenzar!

Por otro lado, es la oportunidad para disfrutar una de las experiencias más enriquecedoras para el ser humano: transmitir el conocimiento. Que, claro está, no consiste en convertirte en maestro, en crear un curso, sino en comunicar a otros aquello que la vida nos dio el privilegio de aprender. Un conocimiento y unas experiencias que, valga decirlo, pueden ser muy útiles para otras personas.

Uno de los aprendizajes más valiosos que nos dejó el convulso 2020 fue aquel de que necesitamos de los otros, de que nuestra misión prioritaria en la vida es ayudar y cuidar de los otros. Porque, ¿para qué sirven tu conocimiento, tus experiencias, tus dones y talentos, si solo los utilizas para beneficio propio? La lección es tan sencilla como poderosa: lo que no se comparte, no se disfruta.

Por eso, si eres una de tantas personas que desde hace tiempo acuña el sueño de escribir, sin pretensiones de ser profesional, solo por placer, solo porque es un reto personal, ¿qué esperas para comenzar? Recuerda que, para todo aquello que signifique un beneficio para ti y otros, el mejor día para comenzar es hoy. Ayer ya pasó y mañana quizás sea demasiado tarde.

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Estos son cuatro razones por las cuales deberías empezar a escribir:

1.- Las palabras tienen poder. En especial, poder para ayudar, para transformar. No olvides que estamos en la era del conocimiento, que hoy la tecnología es una aliada incondicional que nos ofrece increíbles y poderosas herramientas para transmitir nuestro mensaje. Muchas de ellas, no sobra recalcarlo, son gratis y, además, muy fáciles de utilizar, así que no hay excusa válida.

En el último año, en medio de confinamiento, sin poder disfrutar de la vida social a la que nos habíamos acostumbrado, sin poder compartir con amigos y familiares, percibimos cuánto bien recibimos a través de un “Me haces falta”, de un “Necesito verte”, de un “Cuídate, por favor”, de un “Si me necesitas, aquí estoy para ti”. Es el inmenso poder de la palabra, y de cómo la usemos.

2.- Tienes mucho que decir. Es una triste paradoja: estamos en el siglo de la comunicación y de la tecnología, con poderosas herramientas y canales a través de las cuales podemos transmitir el mensaje que se nos antoje. Sin embargo, al tiempo, estamos en el siglo de las personas solitarias. Y esta, sin duda, es la causa de muchos males actuales, de problemáticas mentales y sociales.

Si algo nos quedó claro desde que las redes sociales, en especial, irrumpieron en nuestra vida hace más de 15 años es que las personas tenían una urgencia de comunicarse con el resto del mundo, una necesidad de ser visibles y reconocidos. Todos, absolutamente todos, tenemos mucho que decir, somos portadores de mensajes valiosos. Nunca hubo tantas facilidades para hacerlo.

3.- Alguien necesita lo que sabes. Una creencia limitante muy poderosa, y muy arraigada, es aquella de creer que lo que te sucede a ti, el conocimiento que posees y la experiencia que acreditas, no tiene valor para los demás. Sin embargo, es falso: te sorprendería comprobar cuántas personas hay por ahí en busca de respuestas, de soluciones efectivas o, cuando menos, de ser escuchadas.

El problema es que nos educaron para pensar en el ‘Yo’ y nos olvidamos del ‘Tú’, del ‘Nosotros’. Los últimos acontecimientos nos dejaron en claro que los demás necesitan de nosotros y que la tarea prioritaria que se nos encomendó es ayudar a otros. Dentro de ti hay un mensaje poderoso que otros requieren con urgencia: no se los niegues. Eres más valioso de lo que piensas.

4.- Escribir es una terapia. Parodiando una imagen popular en redes sociales, Si estás triste, escribe; si estás feliz, escribe; si cortaste con tu pareja, escribe; si necesitas una respuesta, escribe; sea cual sea la situación en la que estés, escribe. Jamás te vas a arrepentir…”. Escribir es un acto de libertad exclusivo del ser humano, una declaración de rebeldía, un capricho y también, un placer.

Escribir activa tu cerebro, lo enfoca en algo específico y hace que te olvides de lo que te preocupa, al menos por un tiempo. Además, gracias a la imaginación y a la creatividad, puedes construir tu mundo propio, tan feliz o tan desastroso como desees. También puedes ser el personaje que quieras, en la fantasía o en la realidad. Escribir, de muchas maneras, es una terapia sanadora.

Nunca es tarde, recuérdalo. No importa la edad que tengas, no importa a qué te dedicas, no importa si acreditas experiencia o si anteriormente fallaste una o varias veces. El ser humano es una criatura tan increíble que desde el primero hasta el último de sus días está en capacidad de aprender. Lo que sea, lo que quiera. Tú decides si te das la oportunidad o si te quedas con la duda…

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5 malos hábitos que debes desaprender si quieres escribir

Escribir, lo sabemos, es una habilidad innata del ser humano. De cualquier ser humano, sin excepción. Y esto es importante recalcarlo porque son muchas las personas que creen todavía que se trata de un don con el que han sido bendecidos unos pocos. Por supuesto, no es así. Es una habilidad que cualquiera puede desarrollar, siempre y cuando haga lo que es necesario.

Escribir bien, lo sabemos, es el producto de un hábito, de uno complejo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRL) define este término como “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. En otras palabras, es hacer algo de la misma forma de manera durante un período determinado.

¿Cuánto tiempo se requiere para crear un hábito? Bueno, la respuesta exacta a esa pregunta no existe. Hay diversas teorías, pero no una verdad revelada. Por supuesto, también depende de qué hábito deseamos incorporar, porque hay algunos que son realmente sencillos y otros, como este de escribir, que son complejos. Y, claro, está condicionado por tu persistencia, tu disciplina.

En 1960, el cirujano plástico estadounidense Maxwell Maltz determinó que se requerían 21 días, pero estudios posteriores establecieron que ese tiempo es insuficiente. ¿Por qué? Porque las neuronas no consiguen asimilar completamente un comportamiento en este período y, entonces, se corre el riesgo de abandonar. De nuevo, depende de qué hábito es el que deseas incorporar.

Más cerca en el tiempo, en 2015, un grupo de científicos de la University College de Londres (Inglaterra), comandado por Jane Wardle, estableció que se requieren 66 días, es decir, poco más de dos meses. Un avance de esta teoría radica en que asegura que tras este tiempo la nueva conducta se mantiene. Una premisa que, lamentablemente, no se aplica al hábito de escribir.

¿Por qué? Porque, como lo mencioné en los primeros párrafos, este de escribir es un hábito complejo. ¿Eso qué quiere decir? Que no es un solo hábito el que debes incorporar para lograr los resultados que te propones, sino varios. ¿Por ejemplo? Establecer un horario en el que eres más productivo, hallar estrategias para activar tu creatividad y tu imaginación y crear un método.

Esos y otros más, pero convengamos en que estos tres son, para comenzar, los más importantes. Son ingredientes imprescindibles de la receta, los que tienen que estar sí o sí para alcanzar los resultados esperados. Y, por supuesto, son también los que marcan la diferencia, los que pueden hacer de tu texto algo sobresaliente, digno de leer, o simplemente algo que no vale la pena.

Ahora bien, recuerda que todas las monedas tienen dos caras y el hábito de escribir es una de ellas. ¿A qué me refiero? A que los benditos hábitos son buenos o malos, positivos o negativos, convenientes o perjudiciales. Los primeros te ayudan y los segundos te frenan. Los primeros los debes incorporar en tu rutina y los segundos, por el contrario, debes evitarlos a toda costa.

Estos son cinco hábitos negativos que tienes que erradicar de tu vida si quieres escribir:

1.- Las distracciones. Asúmelo como un beneficio, no como un sacrificio (que no lo es, por supuesto). En especial cuando eres un escritor novato, una persona que comienza el proceso de establecer una rutina, de adquirir un método de trabajo y de romper con esas creencias limitantes que entorpecen el avance, acabar con las distracciones es una necesidad imperiosa, innegociable.

Haz de cuenta que vas a nadar a la piscina: allí no puedes consultar el celular. O que, más bien, estás en la iglesia, en misa: allí tampoco es posible consultar los mensajes que te llegan. O, quizás, estás en el trabajo en una reunión con los socios estratégicos y eres el responsable de la presentación. El mundo no se va a acabar porque te aísles 20, 30 o 45 minutos, o más de una hora.

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2.- El perfeccionismo. Nadie, absolutamente nadie, escribe perfecto. Ni tú, ni yo, ni un Premio Nobel. Nadie. Escribir, no me canso de repetirlo, es un aprendizaje constante, permanente. Nunca se deja de aprender, nunca se deja de evolucionar. ¿Por qué? Porque hoy no eres la misma persona que fuiste ayer, y dentro de dos meses serás distinto a como eres hoy. ¿Entiendes?

Cambia tu estado de ánimo, tus prioridades, el enfoque acerca de lo que ocurre en tu vida, en fin. Entonces, no te lapides, no te exijas más de lo que en realidad puedes dar: cuando comienzas a escribir, ya lo mencioné en una nota anterior, no lo vas a hacer bien. De hecho, es probable que lo hagas decididamente mal. No importa, es parte del proceso: si persistes, cada vez lo harás mejor.

3.- La tal inspiración. Que no existe, ya te lo dije en esta nota. Es una invento para venderte, una excusa de quienes no tienen un método y un plan a la hora de escribir. Entonces, no pierdas tu tiempo, que es lo más valioso que tienes, esperando que llegue la musa. ¡No va a llegar! En cambio, tú puedes aprender a desarrollar y activar la imaginación y la creatividad.

El problema con la tal inspiración surge de las benditas expectativas: nunca has escrito y quieres que sea una gran obra que te lance a la fama y te haga reconocido y multimillonario. Eso solo ocurre en las películas, acéptalo. En la vida real, y menos si no tienes pretensiones de ser un escritor profesional, debes comenzar con ejercicios sencillos y avanzar poco a poco. Así funciona.

4.- No tienes un ritual (rutina). Producto de lo anterior, de apostarle todo a la inspiración, te sientas frente al computador, ante la hoja en blanco, y no sabes qué escribir. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que no tienes una rutina adecuada establecida o, de otro modo, que esa rutina no es la conveniente. Por lo general, sucede que quieres comenzar por el final.

¿A qué me refiero? Sentarte frente al computador es lo último que debes hacer antes de comenzar a escribir. ¡Lo último! Antes, debes haber definido el tema, haber investigado lo que fuera menester, haber establecido la estructura y debes haber preparado tu mente con la disposición adecuada. Esto, por supuesto, incluye el ambiente, al que me referí en esta nota.

5.- Las excusas. Sí, amigo mío, las excusas son un hábito adquirido, aprendido, cultivado. Igual que cuando dices que vas a ir al gimnasio, y hasta pagas el primer mes, pero luego no tienes tiempo, o estás demasiado cansado o tienes trabajo. O cuando aplazas el propósito de aprender inglés porque no tienes el dinero, porque este año tienes otras prioridades. Excusas siempre hay.

Sin embargo, créeme, ninguna es válida. Sin en verdad deseas aprender a escribir, aunque no tengas la intención de publicar o de vivir de ello, el mejor día para comenzar es hoy. No hay otro mejor, ¡hoy! Entonces, ¿por qué no cambiar la tendencia? ¿Por qué no dejar atrás las excusas y darte una oportunidad? ¿Qué tal que ahora sí puedas hacer realidad el sueño de escribir?

Moraleja: escribir es tanto una habilidad que todos los seres humanos tenemos y podemos activar y desarrollar como un hábito que necesitamos aprender, cultivar e incorporar en nuestra vida. Para conseguir ese objetivo, sin embargo, es necesario desaprender los malos hábitos que se convierten en los obstáculos que nos impiden avanzar. ¡Pruébalo, sé que tú puedes lograrlo!

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No busques afuera lo que está dentro de ti (un buen escritor)

Los seres humanos somos una especie curiosa, contradictoria o, simplemente, rara. Una de las tantas manifestaciones de esta situación es que nos desvivimos por hallar afuera lo que ya está dentro de nosotros. ¿Por ejemplo? El amor, la paz, la abundancia, la confianza, la fuerza y, aunque no lo creas, la capacidad para hacer lo que quieres. Cualquier cosa. Al menos, para intentarlo.

¿Alguna vez pensaste que no podías hacer algo y cuando menos te diste cuenta ya lo hacías? Quizás, ¿cocinar?, ¿jugar al tenis?, ¿hablar inglés? Si lo piensas detenidamente durante unos segundos, recordarás muchos logros que en un principio se antojaban inalcanzables y después de un tiempo se habían transformado en logros de los cuales te sientes orgulloso y te hacen feliz.

El problema, porque siempre hay un problema, es que nos enseñan a enfocarnos en lo negativo, en aquello que de lo que carecemos o, peor aún, lo que tienen otros o lo que son otros. El efecto inmediato de ese modelo educativo es que no valoramos lo que somos, les restamos valor a las fortalezas que poseemos y menospreciamos nuestra capacidad, nuestras habilidades.

Además, producto de la cultura cortoplacista que exige resultados inmediatos y, sobre todo, con el menor esfuerzo, no entendemos de procesos y no queremos emprender ninguna tarea o actividad que nos demande tiempo, dedicación y/o disciplina. ¿Cuál es el resultado de esta mentalidad? Que nos perdemos mucho de lo bueno y constructivo que la vida tiene reservado para nosotros.

Especialmente en estos tiempos modernos, en los que padecemos el impacto de una frenética rutina, en los que solo hay tiempo para lo urgente y resignamos lo importante, en los que nos tratan como borregos dóciles, nos manipulan y nos dice qué hacer y cómo hacerlo. La triste realidad es que permitimos que nos programen, que nos traten como si fuéramos autómatas.

Por eso, nos cuesta tanto pensar. Nos cuesta ser creativos, nos cuesta activar la imaginación, nos cuesta revivir esos recuerdos que llevamos en el corazón, en especial los positivos. Por eso, justamente, nos cuesta desarrollar la habilidad de escribir: porque para hacerlo, para potenciarla, requerimos creatividad, imaginación y ese valioso tesoro de experiencias que hemos vivido.

Y las tenemos marginadas, celosamente guardadas en el baúl de los recuerdos, en uno de esos lugares que no solemos frecuentar. Entonces, cuando queremos escribir, cuando necesitamos esa valiosa información que la vida nos regaló, no la encontramos. Y, claro, tomamos el atajo, el camino fácil y corto: “No puedo”, “No sé hacerlo”, “No tengo tiempo”, “Eso es muy difícil”

Algo que la vida me enseñó, a fuerza de golpes, por supuesto, de caer una y otra vez, de errar una y otra vez, fue que la única incapacidad que padecemos es la de una mentalidad de escasez. Nos negamos a recibir aquello maravilloso que la vida nos ofrece, nos convencemos de que hay otras prioridades, nos imponemos límites, nos conformamos con menos de lo que merecemos.

Y, ¿sabes qué es lo más doloroso? Que aquello que nos negamos es lo que más deseamos, lo que más fácil nos resulta. Por ejemplo, desarrollar la habilidad de escribir, que es innata de todos los seres humanos. Que la aprendimos en el colegio, que la practicamos en la universidad y que la requerimos en el ámbito laboral, en cualquier actividad que realicemos. Paradójico, ¿cierto?

La buena noticia, y de ahí el título de este artículo, es que no tienes que buscar afuera lo que ya está dentro de ti. Primero, la habilidad, que como mencioné es parte de la configuración básica de todos los seres humanos. Segundo, la capacidad para desarrollarla, que está condicionada por nuestra disposición y por cualidades que también poseemos: disciplina, constancia y paciencia.

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Fíjate que todavía no hablé de talento, al que le adjudican más indulgencias con avemarías ajenos. ¿Por qué? Porque sí, es necesario, pero insuficiente. ¿O crees que, por ejemplo, que Gabriel García Márquez habría sido quien fue solo en virtud de su talento? ¿Sin disciplina? ¿Sin constancia? ¿Sin paciencia? ¿Sin un método? ¿Sin largas horas de dedicación para pulir su estilo y aprender más?

No, por supuesto que no. De la misma manera que, por ejemplo, un deportista entrena cientos de horas para un competencia dura 10 o menos segundos, como una prueba de 100 metros planos. La primera decisión crucial que debe tomar una persona que quiere escribir es si está dispuesta a hacer lo necesario para conseguir el resultado que espera, que es escribir bien y ser leída.

¿Es lo que deseas? ¿Es lo que siempre soñaste? Entonces, lo primero que debes hacer es firmar un compromiso contigo mismo: no renunciar, hacer lo que sea necesario para cumplir tu sueño. La recompensa, te lo aseguro, es maravillosa. Y el proceso, que a tantos los intimida, puede llegar a ser una aventura divertida, apasionante, increíblemente enriquecedora y hasta reveladora.

No sé cuál sea esa actividad para la cual eres una persona particularmente creativa. Lo que sí sé con absoluta certeza es que esa misma creatividad te sirve para escribir. Es decir, no necesitas otra, no tienes que salir a buscarla donde no está. Lo mismo ocurre en el caso de la imaginación, esa cualidad que ponemos en práctica cada día todo el tiempo, inclusive sin darnos cuenta.

Y, por supuesto, esta premisa se aplica también a esos tesoros que dejaste guardados en el baúl de los recuerdos: tus experiencias. “Ay, Carlos, es que eso que a mí me pasó no le interesa a nadie” suelen decirme mis alumnos y clientes. Y, por supuesto, están terriblemente equivocados. Porque, así no lo percibamos, así no seamos conscientes, todos somos un modelo digno de imitar.

¿En qué sentido? Si, por ejemplo, pasaste por la dolorosa experiencia de perder un hijo, pero lograste superar el dolor y convertir ese episodio en la energía necesaria para convertirte en un mejor ser humano, a cualquier persona que esté en la misma situación le interesará saber cómo lo lograste. Ningún terapeuta podrá hacerlo mejor que tú, salvo que haya vivido esa experiencia.

Así mismo, si fuiste víctima de violencia y maltrato en tu niñez o en alguna relación sentimental, pero con ayuda de un especialista dejaste atrás esos episodios, sanaste las heridas y te diste una nueva oportunidad para disfrutar la vida y ser feliz, nadie mejor que tú para guiar a alguien que transite o haya transitado ese camino. Tienes todo lo que se necesita: la experiencia y la solución.

De igual forma, cuando te atrae la idea de aprender a jugar tenis vas a una academia (de tenis) y te pones en manos de un profesor especializado. O si quieres aprender un nuevo idioma vas a una escuela en la que ya otras muchas personas hayan aprendido. ¿Por qué? Porque nadie mejor que ese profesor, que esos instructores bilingües para ayudarte a alcanzar el objetivo que te propones.

Créeme: tienes todo, absolutamente todo, lo que se requiere para ser un buen escritor. Lo único que quizás te hace falta es un método y una guía para armar el rompecabezas. Eso sí, antes de buscar ayuda especializada (por supuesto, estoy a tus órdenes), recuerda que debes tomar una decisión crucial: ¿estás dispuesto a hacer lo necesario para conseguir el resultado que esperas?

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