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4 errores que te llevarán directo a la página en blanco

Inspiración es sinónimo de improvisación y ese, seguramente lo sabes, es el peor camino que puedes seguir cuando quieres escribir una buena historia. Sé muy bien de la buena fama de la que goza la inspiración, una misteriosa y esquiva dama a la que jamás nadie le vio la cara, pero a la que muchos evocan como tabla de salvación cuando se encuentran frente a la hoja en blanco.

Desde siempre, nos han querido vender la idea de que la clave del éxito, tanto en la escritura como cualquier otra actividad de la vida, es la tal inspiración. Y nos ofrecen ejemplos de personas que marcaron huella en sus oficios: Leonardo Da Vinci, Gabriel García Márquez, Tiger Woods, Bill Gates, Oprah Winfrey, Barack Obama, Plácido Domingo, Pablo Neruda o Tom Hanks, entre otros.

Nos dicen que son genios, que están un paso delante del resto de mortales y aseguran que es por cuenta de la tal inspiración. Como si esa característica fuera un privilegio de pocos, como si ellos tuvieran la fórmula secreta de la tal inspiración para crear o alcanzar logros sobresalientes en su respectiva actividad. Y, no, no es así: son seres humanos comunes y corrientes, como tú, como yo.

¿Sabes en qué radica su genialidad? En el trabajo, la persistencia, el enfoque, la mentalidad, en su capacidad para hacer lo justo en el momento indicado, entre otras razones. Su genialidad se manifiesta a través de la disciplina, de la convicción, de la pasión, de la disposición para invertir en sí mismos, en que supieron rodearse de las personas adecuadas y en que jamás se rinden.

Quizás pienses que el listón está demasiado alto, que es imposible llegar adonde llegaron estos personajes que mencioné. Sin embargo, no es así. Como cualquier ser humano, tienes el poder de hacer lo que quieras, de conseguir lo que quieras, de cristalizar el sueño que quieras. El poder está en tu mente: en la medida en que la configures para el éxito, para el sí se puede, lo conseguirás.

Sin embargo, haz de saber que con las características y las cualidades que acabo de mencionar no es suficiente. Si lo fuera, todos seríamos Leonardo Da Vinci, o Gabriel García Márquez, o Tiger Woods, o Tom Hanks, pero, por supuesto, ya sabes que ellos son únicos. El saber es básico y es necesario, así como aprender a desarrollar las habilidades que se requieres para sobresalir.

La diferencia, lo que hace que otras personas se interesen en lo que haces, no obstante, está por otro camino. ¿Sabes cuál? Hacer, tomar acción. El mundo está lleno de personas con inmenso conocimiento, con grandes talentos, con habilidades muy útiles, pero muchas de ellas no se dan cuenta de lo que son y de lo que tienen y, entonces, su valor pasa inadvertido, es invisible.

En la vida, puedes hacer todo lo que te propongas, aprender todo lo que te interese. Además del conocimiento y de las habilidades, necesitas saber cómo hacerlo. Hay dos caminos: el primero, de manera autodidacta, por tu cuenta, pero será más difícil, demandará más tiempo y, seguro, vas a cometer más errores. El segundo, caminar junto con alguien que ya están donde quieres estar.

En el campo de la escritura aficionada, en el que está la gran mayoría de las personas, el fondo de los problemas, en especial aquel terror de la página en blanco, se origina en una serie de errores que son bastante frecuentes. Errores que, aunque se perciban como pequeños, en la práctica son grandes obstáculos que impiden que avances y, sobre todo, que logres los resultados anhelados.

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Estos son los más comunes; si los cometes, es hora de que elijas otro camino:

1.- No sabes de qué escribir. Parece mentira, pero no lo es. La mayoría de las personas que se frena en algún punto del proceso por lo general no tiene claro el tema o, en su defecto, cómo va a desarrollar el tema. O, algo muy común por estos días, abordan temas de los que no saben lo suficiente, simplemente porque es una tendencia, y tras dar unos pocos pasos no saben qué decir.

La idea es el insumo básico de la escritura: si no hay una idea clara, definida, estás sometido a dos dificultades. La primera, te quedas en blanco; la segunda, te vas por las ramas, o sea, comienzas a divagar o, como se dice popularmente, a hablar carreta. Y eso, por supuesto, a nadie le interesa. Cuando tienes clara tu idea, la imaginación se activa y el proceso de escritura será fluido.

2.- No tienes rituales para escribir. ¿Se te antoja curioso? Si lo piensas bien, todas y cada una de las actividades de tu vida en la que eres sobresaliente y logras los objetivos propuestos están respaldadas por un ritual. Por ejemplo, la buena salud: una alimentación adecuada, una rutina de ejercicio, un buen descanso y dedicarte tiempo para ti son hábitos que conforman un ritual.

Para escribir, el ritual comienza por el ambiente, que debe ser tranquilo e inspirador, un lugar con el que te conectes rápidamente y que te permita dejar volar tu imaginación y motive tu creatividad. El horario es otro ritual (tienes que establecer en cuál eres más productivo), lo mismo que el manejo del tiempo: es conveniente hacer pausas activas cada 45 minutos, como mínimo.

3.- Comienzas sin una estructura. Este, a mi juicio, es el error más grave de todos los que puedes cometer en algún momento. ¿Sabes cuál es el origen? La tal inspiración. La creencia de que en algún momento, por obra y gracia del Espíritu Santo, aparecerá esa esquiva musa y los invadirá la genialidad. La verdad, ese es un recurso literario y cinematográfico que no se hace realidad.

La estructura es el plan de viaje de tu texto, el camino que trazas con antelación para poder transmitir el mensaje que deseas. Una buena estructura te permitirá conectar con tus lectores, al mismo tiempo, marcará diferencia con la mayoría de los textos que encuentras dentro y fuera de internet (incluidos los medios de comunicación). La estructura dice qué clase de escritor eres.

4.- Intentar copiar el estilo de otros. Este es uno de esos errores de los que te arrepentirás hasta el último de tus días. ¿Por qué? Porque uno de los factores diferenciadores en la escritura, a mi juicio el de mayor peso, es el estilo. Que es único y surge de tus creencias, de tu visión del mundo, del conocimiento que has adquirido, de las experiencias que has vivido, de los sueños que has forjado.

Es a través del estilo que logras conectar con las emociones de tus lectores o audiencia y también por el que te eligen a ti y no a las mil y una otras opciones del mercado. Tu estilo es personal e intransferible. Intentar copiar el estilo de otro es renegar de tu creatividad, de tu imaginación, de tu talento, de tu habilidad. Un escritor incapaz de desarrollar un estilo propio es más de lo mismo.

“¿Qué tengo que hacer para convertirme en un escritor?”, es una pregunta que me formulan con frecuencia. La respuesta es, primero, debes creértela, creer que la vida te dio todo lo que se requiere para escribir; segundo, tienes que escribir hasta que desarrolles y consolides la habilidad y, especialmente, hasta que encuentres el camino que te ayude a evitar estos cuatro errores.

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Si no impactas, ni vendes, quizás cometes estos 4 errores con tu mensaje

“¿Por qué?”. Esa es la pregunta que atormenta a la mayoría de las personas que tienen un negocio dentro o fuera de internet y que no obtienen buenos resultados. En otras palabras, no venden. El problema, porque siempre hay un problema, es que no saben por qué. “Tengo un buen producto, puse en marcha las estrategias de marketing, cumplí paso a paso con lo que se debe hacer”, dicen.

Sin embargo, el resultado es el mismo: no venden. Y, cuando no vendes, es muy fácil perder el control y esto se traduce, por lo general, en tomar malas decisiones, decisiones precipitadas y, además, basadas en las emociones (que son malas consejeras). Lo peor es que esta ansiedad se manifiesta en una obsesión por vender, en intentar forzar la venta, en vender a cualquier precio.

Perder el control provoca también que no veas lo que es obvio, así esté frente a tus ojos. Cuando no venden, la mayoría de los emprendedores se vuelcan hacia sus estrategias, en especial al embudo de ventas a tratar de descubrir qué es lo que no funciona. Y le dan mil y una vueltas sin poder encontrar la falla, prueba por aquí y por allá y, a pesar de todo, no consiguen resultados.

¿Por qué? Hay muchos expertos que te pueden enseñar a crear un embudo de ventas, a diseñar tus estrategias de marketing, pero hay pocos, muy pocos, que estén en capacidad de ir tan profundo para decirte la verdad, para revelarte el motivo de tu problema. ¿A qué me refiero? A que hay una razón de mucho peso por la cual el mercado no te compra, y pocos la consideran.

Se trata del mensaje que le transmites al mercado. Seth Godin, el autor de La vaca púrpura y otros sensacionales libros, afirma que “el único marketing que existe es el marketing de contenidos”. Es una frase muy bonita, pero hay que tomarla con pinzas para no caer en el error de interpretarla mal o de tomarla literalmente. Sin embargo, encierra la clave del éxito y del fracaso en marketing.

¿Por qué? Porque hoy hacer marketing o hacer negocios consiste, fundamentalmente, en establecer una relación a largo plazo con el mercado. Una relación que debe estar basada en la confianza y en la credibilidad y esto solo se logra cuando puedes entablar una conversación con todos y cada uno de tus clientes, cuando transmites un mensaje poderoso que genere empatía.

Aquella épocas en las cuales hacer negocios consistía en vender quedaron enterradas en el pasado, en el siglo pasado. Ahora, la venta es la consecuencia lógica de tus acciones y de tus decisiones, de tus estrategias y, en especial, de tu capacidad para conectar con el mercado. Y esto de conectar con el mercado significa, fundamentalmente, transmitir un mensaje de impacto.

La clave radica en entender que el concepto de vender cambió con el tiempo y, sobre todo, con la nueva cultura producto de la revolución digital. Antes, en el pasado, en el siglo pasado, vender era sinónimo de obligar, de forzar, pero ya no es así. Tan pronto intentas forzar la venta, cuando la quieres acelerar, el resultado que vas a obtener, en el 99 por ciento de los casos, es el rechazo.

Vender, en el nuevo escenario, significa persuadir, es decir, motivar una acción voluntaria por parte de una persona. Persuadir, según el Diccionario de la Lengua Española, significa “Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. Salvo el término obligar, que debería ser sustituido por convencer, me parece que esta es una definición muy clara y poderosa.

Se persuade a través del ejemplo, de inspirar, de cautivar, de servir como modelo. La venta de antes, la que era obligada, incorpora una dosis, a veces alta, de resistencia. Lo compras porque no hay más alternativa, porque no es costoso, porque era el único producto disponible. En este caso, siempre hay un equis porcentaje de insatisfacción, porque no era justo lo que deseabas.

A través de la persuasión, mientras, se derriban objeciones, se bloquean los miedos, se superan los obstáculos y, lo más importante, se crea el entorno empático necesario para generar confianza y credibilidad. A través de la persuasión, puedes conseguir que otra persona, de manera voluntaria (que no necesariamente es consciente), ejecute la acción que le pides, aunque no sea comprar.

Porque, y esto es algo que muchos emprendedores olvidan o pasan por alto, hacer marketing no significa exclusivamente vender. Hay otras acciones que también son valiosas: que se registre en tu base de datos (fundamental), que descargue un archivo (documento, audio, video), que acuda a un webinar, que responda una encuesta, que se inscriba a un evento, en fin. No es solo vender.

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Cuando te enfocas única y exclusivamente en la venta, lo más probable es que tu mensaje no sea el adecuado. Dependerá, específicamente, del punto del proceso en el que se encuentre la persona que lo recibe: si es un prospecto frío, alguien que no te conoce, que no te ha comprado, que aún no confía en ti, un mensaje enfocado en la venta lo ahuyentará, resultará intrusivo.

Y este es fondo del asunto: cuando no obtienes resultados, cuando no vendes, cuando no logras que el mercado te preste atención, lo más seguro es que el problema no esté en tu marketing, en tus estrategias o en tu producto o servicio. ¿Entonces? En el mensaje, en la forma en que te comunicas con el mercado, probablemente porque cometes alguno de estos graves errores:

1.- Abusas (te concentras) del YO. Convencidos de que es el camino para alcanzar el éxito exprés, muchos emprendedores se dedican a hablar de sí mismos, de sus hazañas, de sus títulos o del monto de su cuenta bancaria, pero eso a nadie le importa. Lo que las personas necesitan saber es si estás en capacidad de ayudarlas, cómo lo harás y, en especial, cuál será el resultado de tus acciones.

Olvídate de hablar de ti porque el ego es uno de los obstáculos más difíciles de superar en el marketing. Enfócate en lo que puedes hacer por tus clientes, por las personas a las que les llega tu mensaje. Preocúpate porque tu mensaje, sea cual sea el formato y el canal que elijas para transmitirlo, sea poderoso, esté lleno de valor y aporte algo positivo a quien lo recibe.

2.- El síndrome del experto. ¿Sabes a qué me refiero? A construir mensajes que la mayoría de las personas no entienden. Dicho en otras palabras, mensajes enfocados en los expertos, mensajes cargados de palabras rebuscadas, excesivamente técnicas o adornados con frases rimbombantes que poco o nada dicen. Es, claramente, el caso de los vendehúmo, hábiles en el arte de engrupir.

Cuanto más directo, sencillo y ameno sea tu mensaje, mucho mejor. No solo porque lo entenderá cualquiera, sino porque habrá menos posibilidad de confusión. Esa es una de las razones por las cuales estoy al mil por ciento en contra de las tales plantillas: no solo le cortan las alas a tu imaginación, a tu creatividad, sino que solo te brindan frases hechas, mensajes sin impacto.

3.- Te diriges a todos (y a ninguno). Este problema se origina, principalmente, en que no sabes con exactitud quién es tu cliente ideal, cómo es tu cliente ideal. O, por otro lado, porque estás convencido de que tu producto o servicio es la panacea y le sirve a todo el mundo para solucionar todos los problemas, y no es así. La clave del éxito en el marketing radica en ser precisos, específicos.

Si vas a la farmacia y preguntas por una medicamento para acabar con el dolor estomacal y el dependiente te ofrece uno que, según él, también te ayuda para combatir el reflujo, el dolor de las articulaciones y el mareo, ¿lo comprarías? Seguramente, no. ¿Por qué? Porque dudarías de esas características milagrosas. Lo mismo ocurre con tu mensaje cuando no es preciso, ni específico.

4.- Te centras en las características. Este es uno de los errores más comunes y más costosos. A tu cliente, a la persona que recibe tu mensaje, no le interesa de qué está hecho tu producto, o cuántas páginas tiene tu libro o si el material es resistente al agua. Nada de eso solucionará su problema, nada de eso acabará con su dolor. En vez de características, resalta los beneficios.

¿Eso qué quiere decir? Enfócate en transmitir los beneficios que tu cliente va a recibir, en transmitir de manera clara y precisa cómo cambiará su vida para bien si compra lo que le ofreces. La clave está en el poder de transformación de tu producto o servicio, que en últimas es lo que esa persona necesita. Las características apuntan a lo racional y los beneficios, a lo emocional.

“El único marketing que existe es el marketing de contenidos”, dice Seth Godin. No puedo asegurar que esa premisa sea completamente cierta, pero la experiencia me ha enseñado que estás más cerca de alcanzar el éxito, de lograr tus objetivos, si transmites un mensaje poderoso, positivo, constructivo e inspirador. Un mensaje persuasivo que convenza a través de los beneficios.

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5 consejos para evitar los ‘inconvenientes de última hora’

Conversando con las personas que me dan el privilegio de ayudarlas a crear sus estrategias de contenidos o sus contenidos me encuentro con una piedra con la que tropieza la mayoría. ¿Sabes cuál es? El miedo a la hoja en blanco. Lo que comúnmente conocemos como el tal bloqueo mental, que ya sabemos que es una mentira, tan solo una excusa, porque el problema está en otro lado.

¿Dónde? En la falta de preparación. Y con esto no me refiero a que necesites estudiar una carrera o hacer un curso específico para escribir. No, mientras no desees convertirte en un profesional de la escritura, mientras no tengas la intención de vivir de escribir. Si tan solo quieres escribir sobre lo que piensas, sobre lo que conoces, sobre las experiencias que has vivido, el camino es más corto.

En ese caso, entonces, solo necesitas desarrollar y/o mejorar la habilidad. Porque, y esto no me canso de decirlo para evitar que caigas en manos de los vendehúmo del mercado, todos sabemos escribir. Aprendimos en la escuela primaria y lo hacemos a diario. Escribimos correos, mensajes o reportes, informes en el trabajo. Todos sabemos escribir, y también todos podemos escribir mejor.

La clave para escribir, y sobre todo para hacerlo mejor, radica en dos aspectos: por un lado, el conocimiento (dominio) del tema acerca del que vas a escribir; por el otro, el método que implementaste. Si alguno de estos dos factores no cumple con las condiciones mínimas, no te quedará más remedio que enfrentar la hoja en blanco (y luego echarle la culpa al tal bloqueo).

Si, por ejemplo, eres un aficionado a los deportes, en especial al fútbol, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, en cualquier escenario, estarás en capacidad de brindar tu opinión. No importa si estás frente a personas que no conoces, si eres tímido: en virtud del conocimiento del tema, te sentirás capaz de discutir con cualquiera, no tendrás problema en exponer tus ideas.

Lo mismo ocurre si tu área de conocimiento y experiencia es la música, o la cocina, o el derecho, o la medicina o las terapias alternativas. Si posees un nivel de conocimiento superior al promedio del mercado y, además, acreditas experiencia de campo estarás empoderado y podrás hablar o escribir sin temor. El dominio del tema es, entonces, la primera piedra para poder construir un buen texto.

Esto, sin embargo, no es suficiente: también necesitas un método. Como lo he mencionado en post anteriores, sentarte frente al computador a escribir debe ser el último paso de tu proceso. El problema es que es lo primero que hace la mayoría de las personas y, entonces, vuelve el temita ese del tal bloqueo mental. La forma más efectiva para evitarlo es establecer tu propio método.

No puedes seguir el método de Gabriel García Márquez porque no eres Gabriel García Márquez. Ni el de Walt Whitman porque no eres Walt Whitman. Ni el de Isabel Allende porque no eres Isabel Allende. ¿Entiendes? Puedes tomar elementos de García Márquez, de Whitman o de Allende, o de cualquier otro escritor, pero necesitas crear tu propio método, uno que te dé los resultados que esperas.

Recuerda: sentarte a escribir es el último paso del proceso. ¿Eso qué significa? Que antes deberías haber completado todos los demás pasos: investigar, determinar el tema, establecer la estructura, definir contexto de tu escrito y el mensaje que quieres transmitir. No un poquito de cada uno, sino el ciento por ciento, de modo que no tengas que dar marcha atrás un vez empezaste a escribir.

Haz de cuenta que vas a preparar un ajiaco, un plato típico bogotano, porque invitaste a almorzar a tu casa a unos amigos que vienen de Cali o Medellín o de otro país. Según la receta tradicional, necesitas pollo, papa criolla, papa sabanera, papa pastusa, arracacha, cebolla larga, cilantro, guascas, trozos de mazorca, maíz tierno y, si eres ortodoxo, alcaparras y crema de leche.

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Imagina que estás en la cocina y ya tienes algunos ingredientes en la olla, pero te das cuenta de que te faltan la papa pastusa y los trozos de mazorca. Sin estos, el ajiaco no es ajiaco. Será una sopa sabrosa, pero no será un ajiaco. Entonces, tienes que interrumpir y salir a la tienda o, en su defecto, pedir a domicilio y esperar a que te lleguen para continuar con el proceso. ¡Tremendo lío!

Lo mismo sucede cuando te sientas frente al computador con la idea de escribir tu texto: si la investigación fue superficial, si el tema no está bien definido, si tu estructura no es coherente o es incompleta, si careces del contexto necesario o si el mensaje que intentas transmitir es vago o, simplemente, no hay un mensaje, al cabo de unas líneas te enfrentarás al tal bloqueo mental.

Si quieres evitar estos inconvenientes de última hora, sigue estos cinco consejos:

1.- Elige un tema que conozcas y te apasione. No solo que lo conozcas, sino que te apasione, que te haga vibrar cuando hablas de ello, que te emocione. Es la única forma para generar la empatía que te permitirá conectar con tus lectores. Empieza a escribir de tu mascota, de tus hijos, del amor que tienes por tus padres, de las aventuras de un viaje inolvidable, de aquel primer beso…

2.- Escribe lo que piensas, sin miedos. Olvídate del qué dirán o de qué quieren escuchar o leer otras personas. Es tu creación, es tu escrito, es tu visión de ese problema o de esa situación. No te dejes condicionar por las tendencias del mercado o por lo que está de moda. Escribir es un acto de libertad y de rebeldía, no lo olvides. Sé auténtico, sé tú mismo y escribe de lo que te dé la gana.

3.- Escribe sin mayores pretensiones. No porque quieras ganar un premio o desees obtener el reconocimiento de tus lectores. Escribe porque lo disfrutas, porque quieres transmitir tu mensaje, porque necesitas comunicarle al mundo lo que piensas o, simplemente, porque quisiste hacerlo. Eso te librará de las temibles expectativas, que son traicioneras. Escribe lo que tú quisieras leer.

4.- No temas a las críticas. Olvídate de escribir el texto perfecto que le guste a todo el mundo. Ese, créeme, todavía no fue escrito y quizás nunca lo leamos. Hasta García Márquez tuvo detractores y los escritores más famosos y reconocidos han recibido críticas terribles. ¿Por qué? Porque no siempre es posible escribir tan bien como nos gustaría o porque nuestro mensaje no era atractivo.

5.- Escribe, escribe y sigue escribiendo. El título de mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’ no es solo un llamativo juego de palabras: también es una realidad comprobada. No todos los días se puede escribir bien, porque no todos los días tu cabeza está conectada. Hay problemas, hechos que te distraen o quizás estás cansado. Cuanto más escribas, tus textos irán de menos a más.

Estos son consejos que les brindo a mis alumnos y clientes, pero ellos me dicen que, a pesar de que los siguen, no es fácil escribir. Y sí, es cierto: en un comienzo, no es fácil. ¿Por qué? Mientras no se desarrolle el hábito, mientras no se establezca un método, mientras no haya una rutina consolidada, no será fácil. Pero, sobre todo, mientras no despiertes y actives el buen escritor que hay en ti.

La otra arista de ese problema es la soledad y la desorientación, pero puedes evitar estos molestos obstáculos si te dejas ayudar, si buscas la ayuda idónea de un profesional que te enseñe a desarrollar la habilidad. No uno que te venda plantillas que no sirven, sino uno que te enseñe a usar tu imaginación, a despertar tu creatividad, a dejar atrás tus miedos y te motive a escribir.

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‘El desafío de la creación’: el secreto del éxito de Juan Rulfo

Si tienes más de 40 años, seguro que sabes quién fue Juan Rulfo (Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno​, su nombre de pila). Este mexicano representa un caso único y un modelo que me encanta por varias razones. La primera es que logró un puesto en la memoria colectiva como escritor, a pesar de para él escribir era un pasatiempo porque, decía, su oficio era “vivir”.

Si bien publicó cientos de textos en publicaciones institucionales, además de prólogos, ponencias y monografías, se labró un lugar de privilegio en la literatura hispanoamericana con solo dos obras. La primera, El llano en llamas (1953), que recopila 17 cuentos; la segunda, la mas famosa, su única novela, Pedro Páramo (1955), que se tradujo a más de 50 idiomas y vendió millones de copias.

Rulfo nació el 16 de mayo de 1917 en Sayula, en el sur del estado de Jalisco, pero alternó en sus primeros años con San Gabriel, de ahí que no pocos registros sitúan este lugar como su cuna. Su padre fue asesinado cuando él tenía solo 6 años y cuatro más tarde falleció su madre, por lo que desde muy pequeño tuvo que lidiar con la que, irónicamente, fue su gran compañera: la soledad.

Antes de cumplir los 18 años, se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. Más tarde, comenzó a viajar por todo el país en comisiones de servicio, lo que le permitió conocer de primera mano la realidad que vivían sus compatriotas. Esta experiencia lo marcó profundamente y fue materia prima de sus cuentos.

Lo cierto es que, si bien fue un escritor prolífico, nunca asumió esta actividad como profesional, es decir, nunca tuvo la intención de vivir de escribir. Lo hacía, simplemente, porque era su forma de comunicarse, de expresar su pensamiento, de lidiar con la soledad. Por las duras vivencias de su niñez y adolescencia (estuvo internado en orfanatos), tenía una particular visión de la vida.

En 1963, en la Escuela de Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dio una charla titulada El desafío de la creación, en la que explicó cómo era su proceso creativo o, de otra forma, cuál era su método de escritura. Si bien es imposible copiar el estilo de otro escritor, saber cómo era su trabajo, cuál era su rutina, sin duda nos ayudará a desarrollar la nuestra.

A diferencia de Gabriel García Márquez, que basó buena parte de su magnífica obra en los relatos que le hicieron los pobladores de su Aracataca natal y por los testimonios de tantos ciudadanos comunes que entrevistó en su labor de periodista, Rulfo no tuvo quien le contara historias. “En nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí”, decía.

Entonces, él mismo se dedicó a crear historias. ¿Cómo? Apeló a su imaginación. “Yo no tuve la fortuna de oír a los mayores contar historias, por eso me vi obligado a inventarla. Creo que, precisamente, uno de los principios de la creación literaria es la invención, la imaginación”. En otras palabras, Rulfo no se confiaba de la tal inspiración, que no es más que una buena excusa.

Esta, sin duda, es una de las lecciones más valiosas que podemos aprender de este escritor azteca. Si te encomiendas a la inspiración, jamás vas a escribir, porque escribir no es un don, sino una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar. De hecho, al salir del colegio todos sabemos escribir y lo que necesitamos es herramientas y conocimiento para crear mejor.

Una segunda premisa interesante de Rulfo es que todo escritor que crea es un mentiroso. La literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación”. Esta afirmación es una bofetada para quienes sostienen que todo lo que se escribe debe ser cierto, debe ser comprobable, y no es así.

De hecho, tanto la literatura como la ciencia ficción, que incorporan más imaginación que realidad, son dos de los géneros más atractivos para los lectores y de los más lucrativos para los escritores. Mentir para recrear la realidad es un privilegio que tenemos los seres humanos y del que solo unos pocos sacamos provecho, al menos conscientemente. Porque todos creamos nuestra propia realidad.

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Un partido de fútbol, pasión mundana, es clara muestra de esto. Si en el estadio hay 45.000 hinchas, cada jugada, cada acción emotiva, tiene 45.000 interpretaciones distintas. ¡Y válidas! Si a eso le agregas, por ejemplo, la imaginación del relator, el abanico de opciones se amplía. Y todos sabemos que esa interpretación particular de cada uno encierra mentiras de las que hablaba Rulfo.

Este tema es superpoderoso porque escribir la verdad, apegado estrictamente a la realidad es una de las creencias limitantes que impide que muchas personas puedan escribir. Como entienden que no poseen el conocimiento necesario, se dedican a leer o investigar y nunca toman acción, nunca escriben. O, de otra forma, cuando escriben solo consiguen replicar aquello que leyeron, pero sin imaginación.

A la hora de sentarse a escribir, Rulfo reveló su proceso: Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos son todo lo que se requiere para contar una historia”. Coincidirás en que esto lo puede hacer cualquiera, lo puedes hacer tú.

Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración jamás he creído en la inspiración. El asunto de escribir es un asunto de trabajo, ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer”. Esto, a mi juicio, es absolutamente genial, el fin de las excusas y la motivación para que te sientes a escribir.

“Para mí lo primordial es la imaginación. Dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos antes, está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no tiene límites”, afirma. La buena noticia es que todos los seres humanos, incluido tú, tenemos la capacidad de imaginar lo que nos plazca, podemos crear la realidad que se nos ocurra. No es talento, ni inspiración, es imaginación.

“Luego aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva la uno a pensar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura. Concretando, se trabaja con imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. La intuición surge de las experiencias vividas, de los aprendizajes incorporados.

Sabemos perfectamente que no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más temas, así es que para captar su desarrollo normal hay que saber cómo tratarlos, qué forma darles; no repetir lo que han dicho otros”. La realidad es una sola: lo que cambia es la interpretación que cada uno le da, cómo la ve, cómo la asume, cómo la vive.

“Nunca se puede reflejar todo el pensamiento en una historia, quedan muchas cosas que uno quisiera haber dicho y jamás las puede uno desarrollar; ese es, más o menos, creo yo, el ciclo de la creación, al menos tal como yo la he practicado. Ahora, el resultado lo da el lector, no lo da el autor; el autor no sabe si aquello ha funcionado y es el lector el que tiene que juzgar.

Pedro Páramo lo vi en la universidad, en cine, no a través de las páginas impresas. Una historia fascinante, llena de dolor, de contradicciones, de realismo mágico, de imaginación e intuición. Sin embargo, si quieres aprender sobre el oficio de escribir, si te inspira el estilo de Juan Rulfo, debes leer la transcripción de esta conferencia. Puedes buscarla en internet, o si quieres, me la pides y te la envío.

Escribir no es un don, no es un talento reservado para unos pocos, sino un desafío creativo. Y de la misma manera que a Juan Rulfo nunca nadie le contó historias y él mismo las creó, maravillosas, tú también lo puedes hacer. Igual que él, tampoco necesitas ser un escritor profesional para crear historias impactantes, cuentos llenos de imaginación que le permitieron dejar una huella imborrable.

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4 recursos indispensables para crear un mensaje de impacto

Cuando escribimos textos de ventas o cuando creamos un mensaje destino a vender, lo más común es que nos centremos en el dolor de nuestro cliente ideal, en ese problema que le quita el sueño. La dificultad, sin embargo, es que la mayoría de las veces cruzamos esa delgada línea entre lo conveniente y lo inconveniente o, en otras palabras, entre lo tolerable y lo intolerable.

Si bien esta estrategia que en el pasado daba resultado, hoy no es así. Recuerda que los tiempos han cambiado, que los clientes han cambiado, que el mundo de los negocios (dentro o fuera de internet) ha cambiado. Entonces, si haces lo mismo que hacías hace, digamos, 5 o 10 años, lo más seguro es que no obtendrás los mismos resultados. Quizás no consigas ningún resultado.

Vender en función del miedo y del dolor es un riesgo. Si lo asumes y las cosas no salen bien, tienes que pagar el precio. El problema, porque siempre hay un problema, es que es muy difícil establecer cuánto es suficiente, cuánto está de más. Depende, por supuesto, de cada persona, de cada cliente: no puede aplicar la misma medida para todos, porque ese sería el primer gran error.

Los referentes del mercado, los mentores que nos guían por este apasionante camino del marketing, nos enseñan que es necesario identificar y exponer el dolor de nuestro cliente potencial y, además, se requiere exacerbarlo. ¿Eso qué quiere decir? Echarle sal a la herida para que duela más, porque de esta manera vamos a conseguir que nos implore una solución.

Es cierto, pero… Tal y como lo mencioné antes, es extremadamente difícil saber cuánto dolor es capaz de soportar tu cliente, cuánta sal es suficiente. Si llegamos a traspasar esa línea, si nos excedemos, lo más seguro es que vamos a obtener el resultado contrario al que buscamos. ¿Sabes cuál? El rechazo, que esa persona no quiera saber más de nosotros y, claro, que no nos compre.

La compra, quizás lo sepas, es una decisión emocional que luego justificamos de manera racional. Compramos por un impulso que no podemos reprimir y luego nos decimos “Lo necesitaba”, “Es lo que me merecía”, “Hace tiempo que lo buscaba y por fin lo encontré”, “Para eso es que trabajo” y otras más que estoy seguro de que has empleado. Es cuando la cabeza prima sobre el corazón.

Sin embargo, en el momento de tomar la decisión de compra, el corazón es el rey. Es la naturaleza del ser humano, pero también algo que reforzamos a través del ejemplo de otros, de nuestros padres y otras personas del entorno íntimo. El corazón que palpita a altas revoluciones cuando las emociones, traviesos duendecillos, se activan y nos ponen en aprietos para intentar controlarlas.

Y no lo conseguimos, por supuesto. Sin embargo, hay algo que debes entender: las emociones solo afloran cuando el miedo se quedó en casa o salió de paseo. Por decirlo de manera gráfica, el miedo es la oveja negra de las emociones y ellas no la quieren cerca porque las intimida, no las deja disfrutar. El miedo, por si no lo sabías, es el disfraz que utiliza el cerebro para molestarnos.

Si nos excedemos en la cuota de dolor, si lo exacerbamos más allá de lo que nuestro cliente puede admitir, las emociones se refugian en el corazón y el cerebro toma el control de la situación. Es cuando la razón prima y, entonces, brotan por doquier las objeciones que nos llevan a tomar la decisión de no comprar. Y sale a relucir el libreto de excusas que nos libran de la culpabilidad.

¿Cuáles? “Ah, pero no es tan bonito” o “No es el color que vi en internet”, “Al cabo que ni tenía el dinero” o “Este dinero mejor me lo gasto en un paseo con mis amigos el fin de semana”. Si el mensaje que le transmites al mercado no es el adecuado o si exageras en la dosis de dolor, estarás transitando en el plano de lo racional y, por ende, la posibilidad de la compra es muy reducida.

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Un concepto fundamental, tanto para emprendedores y dueños de negocio como para quienes producimos contenido es el siguiente: el dolor paraliza, mientras que el deseo moviliza. Demasiado miedo bloquea la posibilidad de una comunicación (y, claro, de una eventual venta), mientras que una buena dosis de deseo (placer) despierta las emociones y activa la necesidad de comprar.

Por eso, tu trabajo, el mensaje que les transmites a tus clientes potenciales debe enfocarse en las emociones. Una dosis adecuada de dolor es buena para llamar su atención y despertar su curiosidad. Hasta ahí, está bien. Luego, sin embargo, necesitas apelar a las emociones positivas, que en últimas son las que determinan la compra, las que activan ese deseo irreprimible.

Los emprendedores y los copywriters somos un alter ego de McGyver o de la navaja suiza: debemos poseer un amplio arsenal de recursos, de trucos que nos permitan salir de los atolladeros en que nos involucramos en el intento de vender. Recursos o trucos que apuntan unos al cerebro, a la razón, y otros, al corazón, a las emociones. Estos son algunos de los más impactantes:

1.- La autoridad. Que, de ninguna manera, significa hablar de ti y solo de ti. La autoridad consiste en presentar tus credenciales especialmente a través de los resultados comprobables de tu producto o servicio. No es un recuento de tu currículum, sino la demostración de que estás en capacidad de solucionar el problema de tu cliente, de que no eres otro vendehúmo más.

2.- La prueba social. Nada, absolutamente nada, es más poderoso que el testimonio de quienes ya se beneficiaron con tu producto o servicio, que ya disfrutan de los resultados de tu ayuda, que ya solucionaron su problema y acabaron con el dolor. Recuerda la vieja premisa de “cliente satisfecho trae más buenos clientes”, así que cultiva a tus clientes, consiéntelos y ellos te lo agradecerán.

3.- La urgencia (escasez). Es útil, pero, por favor, ¡no abuses de ella! Es útil mientras entiendas que la mente del ser humano reacciona más por aquello que puede perder que por lo que puede ganar u obtener. Esa, precisamente, es la estrategia de las ofertas y, por eso, son tan efectivas: nadie se quiere perder un descuento, un bono, un beneficio adicional. Pero, por favor, ¡no abuses!

4.- La garantía. Es el as bajo la manga para acabar con las objeciones de tu cliente potencial y es muy valiosa en estos tiempos de vendehúmos y farsantes digitales que no cumplen lo prometido. La garantía de devolución del dinero es la más frecuente, pero no la única. Por supuesto, la clave radica en cumplir la promesa que incorpora esa garantía, para que no te tilden de tramposo.

Cuando escribimos textos de ventas o cuando creamos un mensaje persuasivo no podemos caer en el común error de enfocarnos exclusivamente en el dolor de nuestro cliente ideal, porque vamos a jugar en el terreno de lo racional y allí perdemos. Necesitamos ir directo al corazón, al campo de las emociones, del deseo (placer), para activar el impulso incontrolable. ¡Eureka!

No existe una fórmula perfecta, ni una plantilla ideal. Es tu capacidad para transmitir un mensaje poderoso e impactar a otros. Es una habilidad que puedes desarrollar y que, créeme, con práctica no solo vas a disfrutar, sino que también obtendrás mejores resultados. Recuerda: el marketing, hoy, no consiste en vender, sino en comunicar. Eso significa que la magia la tienes tú, la pones tú.

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Hay una luz al final del túnel y, créelo, puede ser tu mensaje

No te animas a escribir porque te da miedo la crítica, porque temen que la respuesta que recibas sea una descalificación de tu trabajo. No te animas a escribir porque estás convencido de que a nadie le interesa lo que piensas. No te animas a escribir porque no te organizas, tienes otras prioridades y, por ende, no dispones del tiempo para desarrollar la habilidad y cultivar el hábito.

Los seres humanos nos pasamos la vida soñando con hacer cosas, con alcanzar nuestras metas y con obtener logros que premien nuestros esfuerzos. Pasamos días, meses y hasta años pensando en cómo nos haría felices y le rogamos a la vida que nos conceda ese deseo que nos da vueltas en la cabeza. Sin embargo, cuando llega el momento de tomarlo, de aprovecharlo, nos da miedo.

Es cuando nos dejamos llevar por lo que nos dice esa saboteadora voz interior que nos refuerza los temores, las creencias limitantes y preferimos privarnos de aquello que anhelamos antes que enfrentarnos a nuestros fantasmas. Al comienzo nos sentimos bien, creemos que tomamos la decisión acertada, pero pronto descubrimos que no fue así y cargamos con esa frustración.

Que, por supuesto, nos atormenta. En especial, cuando vemos que otras personas cercanas, de nuestra familia o del círculo de amigos o del trabajo, sí cumplen sus sueños, sí obtienen sus logros, sí reciben aquello maravilloso que la vida les ha reservado. Es, entonces, cuando nos castigamos, no reprochamos, nos autoflagelamos porque nos abruma el peso de nuestras debilidades.

“No soy capaz de plasmar en la hoja lo que tengo en la cabeza”, “Tengo muy mala ortografía y me da pena escribir”, “No creo que lo que pienso les interese a otras personas” o “No soy bueno para eso, no nací para ser escritor” son algunas de las excusas más comunes. Que, por supuesto, solo son reflejo de las inseguridades provocadas por el temor al qué dirán, a la desaprobación.

El caso es que siempre tenemos mil y una excusas para no comenzar, para no escribir. Siempre tenemos una justificación válida para procrastinar, dejarlo para después, sin darnos cuenta de que, quizás, no haya un después. El arte de la felicidad en la vida consiste en apreciar, valora y, sobre todo, aprovechar el momento, lo que nos brinda cada momento. Si lo dejamos ir, no volverá.

Lo que hay detrás de tantas creencias limitantes, de tantas telarañas mentales, de tantas excusas es, simplemente, el miedo a hacer el ridículo, a ser descalificados, a ser criticados. Es, en otras palabras, el miedo provocado por lo que conocemos como el síndrome del no experto. ¿Sabes de qué se trata? De ese hábito de no valorarte, de despreciar lo que puedes aportarles a otros.

Una de las lecciones poderosas que la vida nos ha brindado en los últimos tiempos es aquella de entender que necesitamos los unos de los otros. Y no en el sentido material, no en el sentido de recibir dinero a cambio de lo que ofrecemos, sino más bien en el sentido de compañía, de contar con alguien que nos escuche sin juzgarnos, de alguien que nos dé una perspectiva distinta.

La triste realidad es que vivimos rodeados de muchas personas, pero estamos solos, nos sentimos solos. ¿Por qué? Porque cada uno está en lo suyo, porque, como dice el gran Joan Manuel Serrat, “cada loco con su tema”. Y en condiciones normales lo asumimos, lo aceptamos, pero en las actuales circunstancias la vida nos llevó a replantear, a priorizar, a reconocer la equivocación.

Y, lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que muchas personas han encontrado refugio, regocijo y un oasis de paz en el mensaje de otros. En vista de que los gobiernos y los medios de comunicación quedaron solo defienden sus propios intereses, de que se confabulan para sacar provecho de estas situaciones caóticas, muchas personas voltearon a mirar a quienes pueden ayudarlos con interés genuino.

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¿A qué me refiero con esto? No se trata de que sea gratis, de que ofrezcas tus servicios o tus productos sin recibir nada a cambio, porque no somos una ONG. Se trata de que, más allá del dinero o los beneficios que vayas a recibir, lo que te motive sea el genuino interés de ayudar a otros, de compartir tu conocimiento y experiencias para que puedan solucionar sus problemas.

El consumo de contenidos digitales e impresos de calidad (que no abundan, valga decirlo) ha crecido de manera exponencial y sostenida en el último año. En medio de la infoxicación, de un inclemente bombardeo mediático, las personas han buscado alternativas y han encontrado que hay empresas, emprendedores y personas que las escuchan y están capacitadas para ayudarlas.

¿Y tú, de qué lado estás? ¿De los que esperan que pase la pandemia para ver qué hacer? ¿De los que se sentaron a esperar las ayudas del gobierno? ¿De los que tiraron la toalla? O, más bien, ¿del lado de los que vemos en esta situación una oportunidad? ¿De los que le agradecemos a la vida por darnos cada día la posibilidad de seguir avanzando? ¿De los que construimos la vida que anhelamos?

Estas son algunas de las manifestaciones del síndrome del no experto:

1.- Crees que no sabes lo suficiente y, por eso, prefieres mantenerte al margen

2.- Estás convencidos de otros (la mayoría) sabe más que tú y eso te intimida

3.- Piensas que tu conocimiento y experiencias no le aportan nada positivo a otros

4.- Tienes miedo de ofrecer tus servicios porque crees que a nadie le interesarán

5.- Prefieres mantenerte en tu zona de confort, con tal de evitar un eventual fracaso

Si eso es lo que piensas, si eso es lo que crees, si eso es lo que sientes, ¡qué lástima por ti! ¿Por qué? Porque te niegas la maravillosa oportunidad de hacer algo por otros (que es justamente a lo que llegaste a este mundo) y porque te niegas la posibilidad de recibir una retroalimentación que te enriquezca más allá de lo económico (espiritualmente, a nivel de conocimiento, de vivencias).

En medio de esta caos que vivimos, de una realidad frenética y agobiante, hay una luz al final del oscuro túnel. ¿Sabes cuál? El mensaje que puede empoderar a otros, el mensaje transformador que surge de tu conocimiento y de tus experiencias, de tus errores y de cómo enfrentaste y superaste las dificultades que aparecieron en tu camino. El impacto de un mensaje positivo.

Los seres humanos, de manera desinteresada, realizamos pequeñas acciones que, sin que lo percibamos, producen un poderoso impacto positivo en la vida de otros. Una llamada solo para preguntar “¿Cómo estás hoy?”, un mensaje de texto para desear una feliz semana en la que se cumplan tus sueños, un abrazo espontáneo o, sencillamente, un reparador silencio cómplice.

Los seres humanos, todos, estamos en capacidad de ayudar a otros aún sin proponérnoslo, aún sin darnos cuenta. Algo tan sencillo como “A mí me sucedió esto, lo enfrenté así y así fue como lo superé” puede ser justo lo que otros necesitan escuchar, necesitan leer, para salir del problema que los aqueja, para dejar atrás el dolor que los mortifica. La solución, quizás, eres tú y no lo sabes.

Cuando escribes, cuando transmites un mensaje surgido de tu conocimiento y experiencias, del aprendizaje que se desprende de tus errores y de tus aciertos, no sabes cuál será el impacto que este provocará en la vida de otros. De hecho, es posible que nunca sepas si hubo un impacto. No importa: créeme que siempre habrá al menos una persona que agradecerá lo que compartiste.

Recuerda: todos necesitamos de los otros, todos (si queremos) estamos en capacidad de ayudar a otros. Tu mensaje, si es honesto y genuino, desprovisto de intereses particulares, quizás sea la solución que otros esperan ansiosamente, que necesitan urgentemente. Despójate del síndrome del no experto y comienza a disfrutar de los réditos de convertirte en un agente de inspiración y transformación.

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El 23 de abril debería ser una fecha muy especial para ti

La fecha del 23 de abril debería ser una de las más importantes en el calendario de quienes tenemos el placer y el privilegio de haber nacido en estas tierras de Dios en las que el castellano es la lengua madre. Debería, pero no es así o, peor aún, es uno de tantos días que perdieron la esencia y cayeron en manos del consumismo que lo convirtió en una celebración comercial.

Que solo beneficia a unos pocos, principalmente las editoriales, y que además le otorga al lenguaje, a la capacidad de comunicarnos, un carácter elitista que riñe con su naturaleza. De hecho, a mi juicio es una de las características que generan identificación, más allá de las diferencias de los acentos o los significados de las palabras, y que nos hacen únicos y especiales.

Todos los idiomas, absolutamente todos, son fascinantes. Sin embargo, el nuestro, el castellano, es muy rico, es sonoro, es versátil, es específico. El español es el segundo idioma más hablado en el mundo, superado solo por el mandarín chino (por obvias razones). Según el Instituto Cervantes, hay casi 490 millones de personas (6,3 % de la población) con el español como lengua nativa.

México, Colombia, Argentina y España, en ese orden, son los países en los que hay más personas que hablan el español. Se calcula en un 60 por ciento de la población de Latinoamérica la que habla en español. De acuerdo con la revista Ethnologu, la lengua con estatus de idioma oficial en más países es el inglés (59 países), seguido del francés (29), el árabe (27), el español (21) y el portugués (10).

Sin embargo, se calculan otros 75 millones de personas que hablan el español (que no es su lengua nativa) en países no hispanohablantes. Por ejemplo, en EE. UU., se habla en español en Arizona, California, Nuevo México, Texas, Florida, Nueva York y Nueva Jersey, al tiempo que las escuelas de idiomas que enseñan español son cada vez más exitosas y más personas aprenden nuestro idioma.

Otros países no hispanohablantes con gran cantidad de personas que hablan español son Andorra, Antillas Holandesas (Bonaire, Curazao, San Martín), Argelia, Aruba, Australia, Brasil, Canadá, Filipinas, Jamaica, Marruecos, Nueva Zelanda, Suiza y Turquía, entre otros. Como ves, se trata de un idioma universal que, además, cada día gana más adeptos, cada día lo aprenden más personas.

Según el portal Babbel.com, especializado en la enseñanza de idiomas, el español es el tercero más estudiado, después del inglés y del francés. Estados Unidos (8 millones), Brasil, (6,1 millones), la Unión Europea y el Reino Unido (5,3 millones) y Francia (2,7 millones) son los países donde hay más estudiantes de español. Y se estima que la proporción crecerá en las próximas décadas.

Por otro lado, y contra todos los pronósticos, el libro impreso le está ganado la batalla al digital. Que, por supuesto, no significa que uno de los dos formatos vaya a desaparecer (como alegremente decían los vendehúmo en años pasados), sino que aprendieron a coexistir. En otras palabras, hay mercado para todos y hay lectores para todos. Esa es la realidad, no un tendencia.

Ni siquiera la pandemia, con la consecuente transformación de la Feria del Libro presencial en un evento virtual, logró detener el crecimiento de la lectura de libros impresos. Que quede claro, eso sí, que no estoy en contra del libro digital: produzco este formato, pero me rindo a los encantos del libro impreso, al olor de sus páginas, a la posibilidad de tocarlo, de subrayarlo, de compartirlo.

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Mientras investigaba el tema para escribir este artículo, me encontré con varios datos llamativos:

1.- El 16 por ciento de los jóvenes españoles prefiere leer en formato digital, una cifra que contradice la creencia de que por ser adeptos a la tecnología no aprecian el formato impreso

2.- Solo el 11 % de los lectores en España lee habitualmente en formato digital y, algo que en verdad me sorprendió, el 66 por ciento jamás ha leído un libro digital

3.- Los jóvenes prefieren los formatos digitales cuando se trata de ocio y entretenimiento. Sin embargo, a la hora de leer la mayoría de ellos elige el libro impreso

4.- Siete de cada diez adultos estadounidenses (72 %) afirmó haber leído en 2019 al menos un libro en cualquier formato, cifra que se mantiene inalterable desde 2012

5.- La cantidad de estadounidenses que en los últimos años adoptó el hábito de escuchar audiolibros ascendió del 14 al 20 por ciento, y se espera que crezca más a corto plazo

6.- El 37 % de los estadounidenses elige el formato impreso a la hora de leer, contra el 28 % que se inclina por alguno de los formatos digitales (e-book o audiolibro)

7.- Según una encuesta de Pew Research Center, el 65 por ciento de los adultos afirmó haber leído al menos un libro impreso en el año anterior a la encuesta

8.- Según la Cámara Colombiana del Libro, en Colombia durante la pandemia no se cerró ninguna librería y el buen nivel de ventas se trasladó del escenario físico al digital

9.- A pesar de las restricciones impuestas por las autoridades, incluida la limitación de circulación en centros comerciales, las librerías no han dejado de recibir a los compradores

10.- Los libros impresos de superación personal, las biografías y los temas espirituales y religiosos han sido los más vendidos en Colombia desde que comenzó la pandemia

Volvamos al comienzo: el 23 de abril de cada año se celebra el Día del Idioma Español y el Día del Libro, una fecha que debería ser una de las más importantes en el calendario de quienes tenemos el placer y el privilegio de haber nacido en estas tierras de Dios en las que el castellano es la lengua madre. También, de quienes vivimos y disfrutamos la pasión por las letras, por lo escrito.

La anterior exposición y la coyuntura de la celebración son un motivo para invitarte a reflexionar acerca de ese buen escritor que hay en ti. Este mundo convulsionado, en el que los valores de antaño, los fundamentales, están cada vez más en desuso, requiere la contribución de quienes a través de los contenidos (libros en formato impreso o digital, artículos) podemos aportar valor.

Y, créeme, tú eres uno de ellos. Tú, con tu historia de vida, con tus éxitos y fracasos, con tus logros y frustraciones, con tu experiencia y pasión, puedes hacer mucho por otros. Lo puedes hacer con tu mensaje poderoso y transformador, inspirador. Lo que tú has vivido, aquellos errores de los que surgió un valioso aprendizaje, es digno de compartir para ayudar a otros a evitar esos tropiezos.

Una de las creencias limitantes de la mayoría de las personas es aquella según la cual solo quienes son reconocidos o figuras públicas, o académicos o profesionales del oficio pueden (o deben) escribir y/o publicar libros. La verdad es que cualquiera puede hacerlo, que tú puedes hacerlo. Solo necesitas dejar atrás tus miedos, dejar de escuchar lo que otros dicen y darte a la tarea.

Todos los seres humanos aprendemos a escribir en el colegio. Ese es el insumo básico. Sin embargo, si quieres superar la línea promedio, si quieres que tu mensaje sea poderoso, si quieres que otros lean tus escritos y agradezcan tus aportes, necesitas sacar el buen escritor que hay en ti, despertarlo, activarlo y disfrutarlo. Y para conseguir ese objetivo la tarea fundamental es escribir.

La escritura, no me canso de repetirlo, es una habilidad propia de todos los seres humanos, pero que solo algunos trabajamos para desarrollarla y aprovecharla. Y eso no significa en convertirte en un autor laureado, o que vas a ganar premios: eso, quizás, no es lo tuyo, no es lo que deseas o lo que necesitas. Basta con que estés en capacidad de transmitir un mensaje que deje huella.

¡Feliz Día del Idioma y del Libro!

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A veces llegan cartas: ¿te quedaste en los cursos por correspondencia?

Cuando era niño, aquellas lindas épocas en las que no había internet, ni teléfonos celulares, ni Netflix o cualquier otros sistema de televisión por suscripción, épocas en las que se vivía sin la histeria de hoy, solo teníamos a la mano los medios tradicionales. Que, por supuesto, no eran digitales: radio, televisión e impresos tales como periódicos o revistas, principalmente.

Eran también épocas en las que no había Zoom o las otras plataformas de video transmisión en línea, en vivo y en directo, con las que contamos hoy. No había, tampoco, Google o redes sociales y, algo muy importante, el 99,9 por ciento de la educación era presencial. Había un 0,01 por ciento restante, una suerte de educación a distancia, que fue muy popular: cursos por correspondencia.

Dado que en el pasado no existía la culturad del registro detallado de las acciones o novedades, no es posible establecer el origen cierto de esta modalidad. Se estima, sin embargo, que fue Calleb Phillips, un estadounidense profesor de caligrafía, el que dio el primer paso. ¿Cómo? Anunció la apertura de cursos por correspondencia, a través de un aviso en el periódico Boston Gazzette.

Corría el año de 1728, hace casi cuatro siglos, y el mundo era muy distinto a la aldea global que es hoy: se trataba, más bien, de aldeas aisladas y, muchas veces, incomunicadas. Quizás hubo intento previos, pero lamentablemente no están documentados. Este, en cambio, sí lo está y fue posible gracias a que antes, en 1680, se creó en Estados Unidos el Sistema Nacional de Correos o Penny Post.

Lo que Phillips les ofrecía a los lectores de aquel diario era un curso a distancia, con material autodidacta, que les llegaba por correo a sus casas. Además, existía la opción de consultorías personalizadas, obviamente, vía correspondencia. Más adelante, en 1856, en Alemania, Charles Toussaint y Gustav Langescheidt crearon el primer Instituto de Idiomas por correspondencia.

Eran cursos que te ofrecían una pequeña cartilla con todo el contenido necesario, más algunas ayudas. Sin embargo, tenías que interpretar la información (que muchas veces no era clara), tenías que hacer todo el trabajo, no podías realizar preguntas, no tenías la posibilidad de compartir tus experiencias con otros alumnos. Honestamente, no sé cómo podían aprender algo.

En mi niñez, por allá en los años 70, los cursos por correspondencia eran famosos, en especial porque la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest (o, simplemente, Selecciones) los ofrecía. De carpintería, de jardinería, de lectura rápida y, claro, de caligrafía, entre muchos otros. Reconozco que siempre tuve curiosidad, aunque jamás me animé a comprar alguno de ellos.

¿Por qué? Porque, honestamente, no creo ser capaz de aprender bajo esa modalidad. Sé que es una creencia limitante, pero soy de esa clase de personas a las que aman el aula, que tiene un gran encanto, y aman el contacto con los compañeros y el profesor. Hoy, no solo dicto charlas y conferencias virtuales, sino que además tengo mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’.

Que no es por correspondencia, por supuesto, sino virtual. A través de la plataforma Zoom, en vivo y en directo, se realizan las sesiones con los estudiantes. Y más que a escribir, como si fuera desde cero, como en el colegio, lo que enseño es a pulir, fortalecer, desarrollar y mejorar la habilidad y brindo herramientas y recursos, técnicas y estrategias, para que la persona puede volar sola.

Y es esta última razón, sin duda, por la cual nunca tomé un curso por correspondencia y, en especial, por la que desconfío y no creo en lo que dicen algunos: que te van a enseñar a escribir a través de plantillas. A mi juicio, y entiendo que puedo estar equivocado y respeto otras opiniones, trabajar con plantillas es contrario (y negativo) a la imaginación, a la creatividad, a la autenticidad.

Si lo que vas a escribir es un texto para un aviso publicitario, sí lo puedes hacer a partir de una plantilla. Sin embargo, será el mismo mensaje de tantos como utilicen esa plantilla específica, que no está hecha para tu cliente, que seguramente no responde a las necesidades y deseos de tus clientes. Por eso, el riesgo de no poder generar el impacto esperado, de no vender, es altísimo.

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Pero, esa no es mi especialidad, no es un servicio que ofrezca o que me interese. Lo mío es la creatividad, la imaginación, el aprovechamiento del conocimiento y las experiencias que te van a permitir crear un mensaje poderoso que sirva a otros, que les ayude a transformar su vida y, sobre todo, a cumplir sus sueños. Por eso, intento prevenirte acerca de los riesgos que hay en el mercado.

Recientemente, recibí un correo de alguien que ofrecía una lista de libros de copywriting “para que te conviertas en un experto”. Es decir, la versión moderna de los cursos por correspondencia. Y, seguramente, tú, como yo, no conoces un buen carpintero que haya aprendido fuera de un taller, o un mecánico de autos, o un médico que no haya pasado por una Facultad de Medicina.

Estoy convencido de que hay textos que te servirán, que te ayudarán a encontrar tu estilo (a partir de descartar aquellos con los que no te identificas), que te permitirán conocer ejercicios y técnicas que son útiles para desarrollar la habilidad. Sin embargo, de ahí a pensar (o creer) que el resultado es que “te vas a convertir en un copywriter experto” hay una galaxia de distancia. ¡Es MENTIRA!

Si esto fuera así, si esto fuera tan fácil, entonces, ¿por qué no hay ya un Premio Nobel de Literatura que aprendió con plantillas? ¿O uno que leyó 100 libros y escribió su obra maestra? No los busques, porque no los vas a encontrar en la vida real (quizás, sí, en la ficción o en la mente de los vendehúmo). Ten cuidado por favor y, más bien, utiliza estas cuatro poderosas herramientas.

A pesar de tus miedos, de tus creencias limitantes, de la prédica del mercado, tú ya tienes dentro de ti todo, absolutamente todo, lo que se necesita para escribir: tu cerebro, tu corazón, tus experiencias y tus habilidades. Además, como lo he dicho en varias ocasiones, dentro de ti hay un buen escritor: solo tienes que despertarlo, activarlo y disfrutarlo. El resto es comenzar a escribir.

Claro, también necesitarás un método, un plan, la guía de una persona que entienda y comparta tus sueños y que, más allá del dinero que le puedas pagar por sus servicios, esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. Porque, te lo advierto, un tema es conocer un tema y otro es poder transmitir el conocimiento. Muchos saben los primero, pocos podemos hacer lo segundo.

Desde hace casi cinco años trabajo con mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, director de MercadeoGlobal.com y creador de la comunidad privada de emprendedores Círculo Interno. Él nos transmite su conocimiento, nos comparte sus experiencias, nos brinda sus documentos, nos motiva a leer textos útiles, pero, sobre todo, nos lleva a la acción, a hacer, a aprender a errar.

Esta, créeme, es una premisa que funciona tanto para el marketing como para la escritura. Si Álvaro solo nos entregara plantillas o libros, no tendría casos de éxito, ni uno solo. En cambio, desde hace años sus discípulos lo llaman El Padrino de los negocios en internet, porque los apadrinó, les enseñó, los guio, los aconsejó para que construyeran negocios sólidos y de éxito.

¿Percibes la diferencia? Volvamos al comienzo: en 1728, hace casi 400 años, se documentó el primer curso por correspondencia. Quizás fue un éxito, quizás marcó un hito, pero el mundo, hoy, es muy distinto al de aquel entonces. Si de verdad quieres aprender cómo desarrollar la habilidad de escribir, aléjate de los vendehúmo, de sus plantillas y de sus consejos que no te servirán.

Más bien, te invito a que aceptes una invitación: comienza a escribir un diario. Si no lo haces aún, entiende que es una herramienta poderosa para que le des rienda suelta a tu imaginación, para que aprendas a lidiar con tus miedos. Comenzarás con textos breves y antes de que te des cuenta estarás en capacidad de escribir páginas enteras en las que transmites tu conocimiento y experiencia.

Y ya no querrás detenerte. Querrás, más bien, explorar nuevos recursos y escenarios. Soñarás con ser el autor de un libro y, lo mejor, en el día a día escribirás mejor. Los post en redes sociales, los textos de mensajes instantáneos y tus documentos de trabajo. Será ese el momento en que ese buen escritor que hay en ti se despierte de la siesta y comience a brindarte grandes satisfacciones.

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El punto bisagra (o de inflexión): qué es, cómo y cuándo usarlo

Así como hay un día, hay una noche; como hay paz, hay tempestad; como hay blanco, hay negro; como hay amor, hay odio; como hay risa, hay llanto. Nada es eterno en la vida, como dice la canción y siempre que llovió, volvió a salir el sol, reza el dicho. ¿A qué me refiero? A que en la vida, en cualquier situación o circunstancia, siempre hay un momento en el que se produce un cambio.

Uno drástico, lo que en algunos países llaman un parteaguas y en otros, un punto bisagra. O, más comúnmente, un antes y un después. El día, por ejemplo, que saliste de paseo con los amigos a un lugar campestre y eras el único que no se atrevía a lanzarse a la piscina del trampolín más alto. Después de padecer el matoneo (y a riesgo de perpetuarlo), hiciste de tripas corazón y te tiraste.

O el día que, después de perder varios oportunidades petrificado por el pánico, te decidiste a hablar con esa jovencita que te atrae, que está en tu mente todo el tiempo, y a diferencia de lo que te habías imaginado te acogió muy amablemente. Con el tiempo, recordarás que ese día comenzó una linda relación, que se fortaleció con el paso del tiempo y te brindó mucha alegría.

Si haces memoria, son incontables los momentos similares a estos que viviste en el pasado. Momentos que significaron un antes y un después en tu vida, que te enseñaron que siempre es posible enfrentar tus miedos y vencerlos y que, lo mejor, te dejaron grandes lecciones y sirvieron para superar otras dificultades. Son pequeños grandes trofeos que atesoras como si fueran oro.

Tanto en la vida como en el marketing y los negocios, el punto bisagra es uno de los recursos cruciales a la hora de contar una buena historia. Es lo que podríamos llamar el condimento de tu platillo, el que le da ese sabor especial, el que impide que pase inadvertido. Una historia sin un punto bisagra carece de sabor, es un relato plano que no consigue impactar las emociones.

Y, por si no lo sabías, el fin último de nuestro mensaje, de nuestro escrito (sea cual sea el formato que elijas) es impactar las emociones de tu lector, de tu cliente. Esto, sin embargo, no significa de manera alguna que tengas la intención de vender: ofrecer conocimiento, aportar elementos de juicio para un análisis consciente o impulsar una acción (descargar, ver un video) son otras opciones.

Lo primero que hay que decir sobre el punto bisagra o de inflexión es que se trata de uno de los elementos imprescindibles de tu relato, o historia, o mensaje. Es aquel momento en el que el protagonista toma una decisión radical que cambia el rumbo de la trama. Lo más importante es que entiendas que el punto de inflexión no es algo caprichoso, como tampoco puede ser forzado.

¿Eso qué quiere decir? Que el punto de inflexión debe ser coherente y creíble, porque, si no, tu historia va a perder credibilidad. Y algo más: la forma más conveniente de ambientar ese momento crucial es ofrecer un contexto adecuado, completo. Eso, significa ubicar a tu lector o cliente en el escenario en el que se desarrolla tu relato o historia, para que no se confunda.

Es cuando debes responder preguntas como ¿quién es tu protagonista?, ¿qué conflicto le quita el sueño?, ¿cómo llegó a esa situación?, ¿qué intentos ha realizado sin obtener resultados?, ¿cuál es el impacto de esa situación (problema) en su vida (incluido su entorno)?, y algunas más. En suma, el contexto es la autopista por la que tu lector o cliente transitará, los límites de tu historia.

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Por supuesto, incluye otros elementos como los aliados de tu protagonista y el o los antagonistas. El último ingrediente, hasta ese punto, es el conflicto, el problema. Debe estar planteado de forma clara, sin espacio para las dudas: si el conflicto no es claro, tu lector o cliente se confundirá, podrá hacerse unas expectativas equivocadas y al final, consecuencia de esto, terminar desilusionado.

Y eso no es lo que deseamos. Por el contrario, la intención es engancharlo para que se mantenga conectado a lo largo de la historia, que llegue hasta el final y, lo más importante, que tenga ganas de más. Es decir, que la próxima vez que reciba un email con un contenido tuyo no duden en hacer clic, en leerlo, y lo disfrute al punto de animarse a compartirlo con otras personas.

Una de las características necesarias del punto de inflexión es que debe ser fuerte, un golpe, un impacto, un rompimiento. Por ejemplo, tu protagonista siempre vivió en la zona de confort, pero tan pronto falleció su padre, su sustento, no tuvo más remedio que buscar un trabajo. Desde ese momento, no solo vio la vida de un modo distinto, sino que descubrió sus dones y talentos.

Otro aspecto que debes considerar en tu historia, relato o contenido es que puede haber uno o más puntos bisagra. Sin embargo, no te puedes sobreactuar, no puedes exagerar, porque le restas credibilidad a la trama. De acuerdo con el mensaje de la historia, con la extensión y con los giros que quieras darle, puedes incluir más o menos de ellos. Y, de nuevo, que sean coherentes.

Uno de los efectos que se buscan con los puntos bisagra es aportarle velocidad y acción al relato, una dosis de emoción a tu historia. A veces, muchas veces, los escritores se centran en un evento único, en un solo personaje, y a largo plazo eso no es conveniente porque la historia se torna en un monólogo, la temperatura de las emociones decae y, en consecuencia, la atención de tu lector.

El impacto del punto bisagra en la vida de tu protagonista es un tema que no puedes olvidar. No todos estos momentos de inflexión son positivos (a su favor), como tampoco todos pueden ser negativos (en su contra). Lo ideal es que cuando plantees la estructura de tu historia, cuando diseñes tus personajes, cuando determines la trama, establezcas qué puntos bisagra incluirás.

El objetivo del punto bisagra, además del ya mencionado de cambiar el rumbo de la trama, es definir el talante de tu protagonista. ¿Eso qué quiere decir? Que le permitirá descubrir una fuerza interior que desconocía, le permitirá exhibir sus fortalezas y su temperamento, revelará esa faceta de héroe que todos llevamos dentro y que solo aflora, justamente, en los momentos más difíciles.

Para aportarle mayor credibilidad al relato, es conveniente que tu protagonista cuente con algo de ayuda externa: un socio, un aliado o quizás una fuerza de la naturaleza, la que elijas. Se trata de que no pierda su condición de ser humano (débil y vulnerable), porque es importante que sirva como un modelo de éxito replicable, uno que cualquier persona pueda emular. ¿Entiendes?

En caso de que utilices más de un punto de inflexión, el último de ellos debe ser, además, el clímax de tu historia, es decir, el evento que asegura la victoria de tu protagonista, el triunfo del bien sobre el mal, el final feliz (que, ya sabes, es imprescindible). Y, para rematar con broche de oro, solo falta la moraleja, la lección, el aprendizaje, el mensaje que quieres transmitir con tu historia.

Como ves, la construcción de una historia digna de contar, de un buen relato, de un mensaje poderoso e impactante, está determinada por tu creatividad, por el vuelo que logre alzar tu imaginación, por tus vivencias y conocimiento. Es resto es cómo asumes ese rol de creador, tu capacidad para jugar con los personajes y las situaciones y, claro, tu estilo para atrapar al lector.

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¿Por dónde comienzo mi historia? Este es el punto de partida

Conseguir atraer la atención de tus lectores, de tus clientes, ya es una gracia. Atraparlos para que se involucren en la historia, para que vivan y disfruten la experiencia, es otro tema. Y eso solo es posible cuando cuentas buenas historias, cuanto tus historias son creíbles y, algo muy importante, están conectadas con los deseos y los dolores de tu lector, de tu cliente, cuando hay una buena trama.

No necesitas ser un escritor afamado o haber publicado varias novelas para contar buenas historias. Como lo menciono regularmente (para que no lo olvides), todos los seres humanos somos buenos contadores por naturaleza. De hecho, todos los días, todo el tiempo, contamos historias, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente, sin darnos cuenta.

¿Qué hacen dos buenos amigos cuando, después del trabajo, se reúnen a tomar un café o a comer? Se cuentan sus historias, actualizan el cuaderno, como solemos decir en Colombia. ¿Qué hace una pareja de enamorados cuando va al cine y sale a comer? Se cuentan historias de cómo fue el día de cada uno, de sus amigos y familias o de cómo sueñan que sea una vida juntos.

Todos, absolutamente todos, tenemos incorporado el chip de las historias. Sin embargo, como lo mencioné, se acciona automáticamente, inconscientemente, de ahí que no tenemos control sobre él. Y eso, precisamente, es lo que nos permite escribir buenas historias, historias que atraigan la atención de tus lectores y clientes y que lo atrapen al punto de querer ser uno de los protagonistas.

Esa es la razón por la cual cuando lees un libro que te gusta no quieres suspender antes de terminar y, además, te identificas con alguno de los personajes y en tu imaginación recreas la historia y la vives a tu manera. O una serie de Netflix que te genera tal conexión que no te la pierdes por nada del mundo y disfrutas lo que les ocurre a los personajes, quieres actuar con ellos.

Contar buenas historias es, sin duda, la estrategia más poderosa que existe para transmitir un mensaje. No importa si quieres vender o no, si es una historia que se convierte en un libro o solo en un episodio de tu pódcast. Contar buenas historias, además, es la herramienta más valorada hoy en el ámbito del marketing y los negocios, la que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso de tus estrategias.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas veces cuando quieres empezar a escribir una historia no sabes cuál es el punto de partida. “¿Por dónde comienzo?”, suele ser el interrogante difícil de responder. La respuesta, sin embargo, no es tan complicada: el punto de partida, el comienzo, es el conflicto. Sin conflicto, no hay historia o, peor, es una historia simple.

En marketing, en especial cuando el objetivo de nuestro mensaje es vender un producto o un servicio, nos enfocamos en el dolor que aqueja a esa persona, en ese problema que le quita el sueño y no lo deja estar tranquilo. Es, sin duda, una acción necesaria para atraer su atención y para generar la identificación: que se sienta aludida, que entienda que el mensaje es para ella.

Pero, como suele ocurrir, del dicho al hecho hay mucho trecho. O, de otro manera, entre la teoría y la práctica hay algo que no funciona. ¿Por qué? Porque son muchos los emprendedores que se quedan en el dolor, en el problema, y lo único que consiguen es que su lector, su cliente potencial, se ahuyente. ¿Por qué? Porque a nadie le interesa más dolor, nadie te va a comprar un dolor.

Una buena historia, y esto no lo puedes olvidar, tiene final feliz. ¡Siempre! ¿Por qué? Porque la realidad es suficientemente caótica, triste, problemática y dolorosa como para que aquellas actividades en las que buscamos un oasis de felicidad, un escape a esa realidad, nos proporcionen más dolor, más problemas. ¿Entiendes? Si la herida está abierta, ¡cúrala!, y te lo agradecerán.

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¿De dónde surge este problema? De la connotación negativa que tenemos del término conflicto. La Real Academia Española (RAE) nos ofrecer las siguientes definiciones:

1.- Combate, lucha, pelea.
2.- Enfrentamiento armado.
3.- Apuro situación desgraciada y de difícil salida.
4.- Problema, cuestión, materia de discusión.
5.- Coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo, capaces de generar angustia y trastornos neuróticos.

Lo que sucede es que nos limitamos a las dos primeras acepciones, cuando en realidad las más útiles, las más convenientes a la hora de transmitir un mensaje, son la tercera y la cuarta. Y esto, amigo mío, es muy importante: cuando digo conflicto para una buena historia no me refiero a la Tercera Guerra Mundial, o a catástrofes naturales, o a epidemias como la del COVID-19.

Para contar una buena historia, por ejemplo, la de tu vida, la de tu negocio, la de la transformación que tu producto/servicio le brinda a tu cliente o la que le proporcionará emociones y entretención a tu lector se parte del DESEO. Lo escribo en mayúsculas para que no lo olvides. Del DESEO, que es el lado positivo, no del dolor, que es el negativo. ¿Por qué? Porque nadie te comprará un dolor.

¿Cuál es el sueño que mueve a tu protagonista? ¿Qué aspiración provoca que cada día haga su mejor esfuerzo por avanzar, por superar las dificultades? ¿Cuál es ese escenario al que anhela llegar? Por ejemplo, es una persona que quiere rebajar de peso para estar más saludable y sentirse más contenta consigo misma. O, quizás, alguien que quiere adquirir hábitos alimenticios más sanos.

El DESEO. Después, entonces, sí viene el dolor, el problema, la otra cara de la moneda, que está representada por las dificultades. Las creencias limitantes (“No tengo tiempo”), las objeciones (“En este momento no tengo dinero para invertir en eso”) o los miedos (“Y si no me funciona, ¿qué hago?”) son las más comunes porque fueron aprendidas en la niñez y reforzadas por el hábito.

Como ves, un conflicto, en esencia, es el choque de dos fuerzas opuestas. Los conflictos de las buenas historias surgen de las situaciones cotidianas, de actividades que todos los seres humanos realizamos cada día, de pequeñeces que, con el tiempo, se convierten en grandes problemas. Por supuesto, debe ser algo creíble, algo que aqueje no solo a tu protagonista, sino a más personas.

En las telenovelas, por ejemplo, vemos algunos clásicos modelos de conflicto: el joven pobre y sin educación que se enamora de la niña rica y refinada o la trabajadora humilde que se enamora de su patrón, pero sufre la discriminación de la familia de él y de la sociedad. O la madre soltera que pierde su trabajo, no sabe cómo mantener a su hijo y pasa por mil vicisitudes antes de hallar una solución.

Un buen conflicto es interesante, afecta la vida de quien lo sufre (una enfermedad, por ejemplo), involucra a otros personajes (su familia, su pareja, su jefe, sus vecinos) y, claro está, incluye otros tres ingredientes imprescindibles: un antagonista (el malo de la película), un héroe (el que lo salva, el que proporciona la solución) y una moraleja (sí, la poderosa lección que deseas transmitir).

Escribir (o contar) una buena historia es de muchas formas parecido a armar un rompecabezas, con la salvedad que en este caso tú mismo eliges la fichas, caprichosamente. O, como leí por ahí, es como jugar a ser Dios: tienes la potestad absoluta para crear. El límite lo impone tu creatividad, tu imaginación, tu capacidad para jugar con los elementos que elegiste para tu historia.

Contar buenas historias, de las que genera impacto y dejan huella, de las que despiertan emociones y provocan reacciones, es más fácil de lo que crees. Solo tienes que aprender cómo trasladarlas del plano inconsciente al consciente, del automático a lo que puedas controlar. Ah, y algo muy importante: comienza por algo sencillo, que ya llegará el tiempo para complicarte.

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