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5 consejos para evitar los ‘inconvenientes de última hora’

Conversando con las personas que me dan el privilegio de ayudarlas a crear sus estrategias de contenidos o sus contenidos me encuentro con una piedra con la que tropieza la mayoría. ¿Sabes cuál es? El miedo a la hoja en blanco. Lo que comúnmente conocemos como el tal bloqueo mental, que ya sabemos que es una mentira, tan solo una excusa, porque el problema está en otro lado.

¿Dónde? En la falta de preparación. Y con esto no me refiero a que necesites estudiar una carrera o hacer un curso específico para escribir. No, mientras no desees convertirte en un profesional de la escritura, mientras no tengas la intención de vivir de escribir. Si tan solo quieres escribir sobre lo que piensas, sobre lo que conoces, sobre las experiencias que has vivido, el camino es más corto.

En ese caso, entonces, solo necesitas desarrollar y/o mejorar la habilidad. Porque, y esto no me canso de decirlo para evitar que caigas en manos de los vendehúmo del mercado, todos sabemos escribir. Aprendimos en la escuela primaria y lo hacemos a diario. Escribimos correos, mensajes o reportes, informes en el trabajo. Todos sabemos escribir, y también todos podemos escribir mejor.

La clave para escribir, y sobre todo para hacerlo mejor, radica en dos aspectos: por un lado, el conocimiento (dominio) del tema acerca del que vas a escribir; por el otro, el método que implementaste. Si alguno de estos dos factores no cumple con las condiciones mínimas, no te quedará más remedio que enfrentar la hoja en blanco (y luego echarle la culpa al tal bloqueo).

Si, por ejemplo, eres un aficionado a los deportes, en especial al fútbol, en cualquier momento, en cualquier circunstancia, en cualquier escenario, estarás en capacidad de brindar tu opinión. No importa si estás frente a personas que no conoces, si eres tímido: en virtud del conocimiento del tema, te sentirás capaz de discutir con cualquiera, no tendrás problema en exponer tus ideas.

Lo mismo ocurre si tu área de conocimiento y experiencia es la música, o la cocina, o el derecho, o la medicina o las terapias alternativas. Si posees un nivel de conocimiento superior al promedio del mercado y, además, acreditas experiencia de campo estarás empoderado y podrás hablar o escribir sin temor. El dominio del tema es, entonces, la primera piedra para poder construir un buen texto.

Esto, sin embargo, no es suficiente: también necesitas un método. Como lo he mencionado en post anteriores, sentarte frente al computador a escribir debe ser el último paso de tu proceso. El problema es que es lo primero que hace la mayoría de las personas y, entonces, vuelve el temita ese del tal bloqueo mental. La forma más efectiva para evitarlo es establecer tu propio método.

No puedes seguir el método de Gabriel García Márquez porque no eres Gabriel García Márquez. Ni el de Walt Whitman porque no eres Walt Whitman. Ni el de Isabel Allende porque no eres Isabel Allende. ¿Entiendes? Puedes tomar elementos de García Márquez, de Whitman o de Allende, o de cualquier otro escritor, pero necesitas crear tu propio método, uno que te dé los resultados que esperas.

Recuerda: sentarte a escribir es el último paso del proceso. ¿Eso qué significa? Que antes deberías haber completado todos los demás pasos: investigar, determinar el tema, establecer la estructura, definir contexto de tu escrito y el mensaje que quieres transmitir. No un poquito de cada uno, sino el ciento por ciento, de modo que no tengas que dar marcha atrás un vez empezaste a escribir.

Haz de cuenta que vas a preparar un ajiaco, un plato típico bogotano, porque invitaste a almorzar a tu casa a unos amigos que vienen de Cali o Medellín o de otro país. Según la receta tradicional, necesitas pollo, papa criolla, papa sabanera, papa pastusa, arracacha, cebolla larga, cilantro, guascas, trozos de mazorca, maíz tierno y, si eres ortodoxo, alcaparras y crema de leche.

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Imagina que estás en la cocina y ya tienes algunos ingredientes en la olla, pero te das cuenta de que te faltan la papa pastusa y los trozos de mazorca. Sin estos, el ajiaco no es ajiaco. Será una sopa sabrosa, pero no será un ajiaco. Entonces, tienes que interrumpir y salir a la tienda o, en su defecto, pedir a domicilio y esperar a que te lleguen para continuar con el proceso. ¡Tremendo lío!

Lo mismo sucede cuando te sientas frente al computador con la idea de escribir tu texto: si la investigación fue superficial, si el tema no está bien definido, si tu estructura no es coherente o es incompleta, si careces del contexto necesario o si el mensaje que intentas transmitir es vago o, simplemente, no hay un mensaje, al cabo de unas líneas te enfrentarás al tal bloqueo mental.

Si quieres evitar estos inconvenientes de última hora, sigue estos cinco consejos:

1.- Elige un tema que conozcas y te apasione. No solo que lo conozcas, sino que te apasione, que te haga vibrar cuando hablas de ello, que te emocione. Es la única forma para generar la empatía que te permitirá conectar con tus lectores. Empieza a escribir de tu mascota, de tus hijos, del amor que tienes por tus padres, de las aventuras de un viaje inolvidable, de aquel primer beso…

2.- Escribe lo que piensas, sin miedos. Olvídate del qué dirán o de qué quieren escuchar o leer otras personas. Es tu creación, es tu escrito, es tu visión de ese problema o de esa situación. No te dejes condicionar por las tendencias del mercado o por lo que está de moda. Escribir es un acto de libertad y de rebeldía, no lo olvides. Sé auténtico, sé tú mismo y escribe de lo que te dé la gana.

3.- Escribe sin mayores pretensiones. No porque quieras ganar un premio o desees obtener el reconocimiento de tus lectores. Escribe porque lo disfrutas, porque quieres transmitir tu mensaje, porque necesitas comunicarle al mundo lo que piensas o, simplemente, porque quisiste hacerlo. Eso te librará de las temibles expectativas, que son traicioneras. Escribe lo que tú quisieras leer.

4.- No temas a las críticas. Olvídate de escribir el texto perfecto que le guste a todo el mundo. Ese, créeme, todavía no fue escrito y quizás nunca lo leamos. Hasta García Márquez tuvo detractores y los escritores más famosos y reconocidos han recibido críticas terribles. ¿Por qué? Porque no siempre es posible escribir tan bien como nos gustaría o porque nuestro mensaje no era atractivo.

5.- Escribe, escribe y sigue escribiendo. El título de mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’ no es solo un llamativo juego de palabras: también es una realidad comprobada. No todos los días se puede escribir bien, porque no todos los días tu cabeza está conectada. Hay problemas, hechos que te distraen o quizás estás cansado. Cuanto más escribas, tus textos irán de menos a más.

Estos son consejos que les brindo a mis alumnos y clientes, pero ellos me dicen que, a pesar de que los siguen, no es fácil escribir. Y sí, es cierto: en un comienzo, no es fácil. ¿Por qué? Mientras no se desarrolle el hábito, mientras no se establezca un método, mientras no haya una rutina consolidada, no será fácil. Pero, sobre todo, mientras no despiertes y actives el buen escritor que hay en ti.

La otra arista de ese problema es la soledad y la desorientación, pero puedes evitar estos molestos obstáculos si te dejas ayudar, si buscas la ayuda idónea de un profesional que te enseñe a desarrollar la habilidad. No uno que te venda plantillas que no sirven, sino uno que te enseñe a usar tu imaginación, a despertar tu creatividad, a dejar atrás tus miedos y te motive a escribir.

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‘El desafío de la creación’: el secreto del éxito de Juan Rulfo

Si tienes más de 40 años, seguro que sabes quién fue Juan Rulfo (Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno​, su nombre de pila). Este mexicano representa un caso único y un modelo que me encanta por varias razones. La primera es que logró un puesto en la memoria colectiva como escritor, a pesar de para él escribir era un pasatiempo porque, decía, su oficio era “vivir”.

Si bien publicó cientos de textos en publicaciones institucionales, además de prólogos, ponencias y monografías, se labró un lugar de privilegio en la literatura hispanoamericana con solo dos obras. La primera, El llano en llamas (1953), que recopila 17 cuentos; la segunda, la mas famosa, su única novela, Pedro Páramo (1955), que se tradujo a más de 50 idiomas y vendió millones de copias.

Rulfo nació el 16 de mayo de 1917 en Sayula, en el sur del estado de Jalisco, pero alternó en sus primeros años con San Gabriel, de ahí que no pocos registros sitúan este lugar como su cuna. Su padre fue asesinado cuando él tenía solo 6 años y cuatro más tarde falleció su madre, por lo que desde muy pequeño tuvo que lidiar con la que, irónicamente, fue su gran compañera: la soledad.

Antes de cumplir los 18 años, se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. Más tarde, comenzó a viajar por todo el país en comisiones de servicio, lo que le permitió conocer de primera mano la realidad que vivían sus compatriotas. Esta experiencia lo marcó profundamente y fue materia prima de sus cuentos.

Lo cierto es que, si bien fue un escritor prolífico, nunca asumió esta actividad como profesional, es decir, nunca tuvo la intención de vivir de escribir. Lo hacía, simplemente, porque era su forma de comunicarse, de expresar su pensamiento, de lidiar con la soledad. Por las duras vivencias de su niñez y adolescencia (estuvo internado en orfanatos), tenía una particular visión de la vida.

En 1963, en la Escuela de Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dio una charla titulada El desafío de la creación, en la que explicó cómo era su proceso creativo o, de otra forma, cuál era su método de escritura. Si bien es imposible copiar el estilo de otro escritor, saber cómo era su trabajo, cuál era su rutina, sin duda nos ayudará a desarrollar la nuestra.

A diferencia de Gabriel García Márquez, que basó buena parte de su magnífica obra en los relatos que le hicieron los pobladores de su Aracataca natal y por los testimonios de tantos ciudadanos comunes que entrevistó en su labor de periodista, Rulfo no tuvo quien le contara historias. “En nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí”, decía.

Entonces, él mismo se dedicó a crear historias. ¿Cómo? Apeló a su imaginación. “Yo no tuve la fortuna de oír a los mayores contar historias, por eso me vi obligado a inventarla. Creo que, precisamente, uno de los principios de la creación literaria es la invención, la imaginación”. En otras palabras, Rulfo no se confiaba de la tal inspiración, que no es más que una buena excusa.

Esta, sin duda, es una de las lecciones más valiosas que podemos aprender de este escritor azteca. Si te encomiendas a la inspiración, jamás vas a escribir, porque escribir no es un don, sino una habilidad que cualquier ser humano puede desarrollar. De hecho, al salir del colegio todos sabemos escribir y lo que necesitamos es herramientas y conocimiento para crear mejor.

Una segunda premisa interesante de Rulfo es que todo escritor que crea es un mentiroso. La literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación”. Esta afirmación es una bofetada para quienes sostienen que todo lo que se escribe debe ser cierto, debe ser comprobable, y no es así.

De hecho, tanto la literatura como la ciencia ficción, que incorporan más imaginación que realidad, son dos de los géneros más atractivos para los lectores y de los más lucrativos para los escritores. Mentir para recrear la realidad es un privilegio que tenemos los seres humanos y del que solo unos pocos sacamos provecho, al menos conscientemente. Porque todos creamos nuestra propia realidad.

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Un partido de fútbol, pasión mundana, es clara muestra de esto. Si en el estadio hay 45.000 hinchas, cada jugada, cada acción emotiva, tiene 45.000 interpretaciones distintas. ¡Y válidas! Si a eso le agregas, por ejemplo, la imaginación del relator, el abanico de opciones se amplía. Y todos sabemos que esa interpretación particular de cada uno encierra mentiras de las que hablaba Rulfo.

Este tema es superpoderoso porque escribir la verdad, apegado estrictamente a la realidad es una de las creencias limitantes que impide que muchas personas puedan escribir. Como entienden que no poseen el conocimiento necesario, se dedican a leer o investigar y nunca toman acción, nunca escriben. O, de otra forma, cuando escriben solo consiguen replicar aquello que leyeron, pero sin imaginación.

A la hora de sentarse a escribir, Rulfo reveló su proceso: Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos son todo lo que se requiere para contar una historia”. Coincidirás en que esto lo puede hacer cualquiera, lo puedes hacer tú.

Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración jamás he creído en la inspiración. El asunto de escribir es un asunto de trabajo, ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer”. Esto, a mi juicio, es absolutamente genial, el fin de las excusas y la motivación para que te sientes a escribir.

“Para mí lo primordial es la imaginación. Dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos antes, está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no tiene límites”, afirma. La buena noticia es que todos los seres humanos, incluido tú, tenemos la capacidad de imaginar lo que nos plazca, podemos crear la realidad que se nos ocurra. No es talento, ni inspiración, es imaginación.

“Luego aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva la uno a pensar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura. Concretando, se trabaja con imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. La intuición surge de las experiencias vividas, de los aprendizajes incorporados.

Sabemos perfectamente que no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más temas, así es que para captar su desarrollo normal hay que saber cómo tratarlos, qué forma darles; no repetir lo que han dicho otros”. La realidad es una sola: lo que cambia es la interpretación que cada uno le da, cómo la ve, cómo la asume, cómo la vive.

“Nunca se puede reflejar todo el pensamiento en una historia, quedan muchas cosas que uno quisiera haber dicho y jamás las puede uno desarrollar; ese es, más o menos, creo yo, el ciclo de la creación, al menos tal como yo la he practicado. Ahora, el resultado lo da el lector, no lo da el autor; el autor no sabe si aquello ha funcionado y es el lector el que tiene que juzgar.

Pedro Páramo lo vi en la universidad, en cine, no a través de las páginas impresas. Una historia fascinante, llena de dolor, de contradicciones, de realismo mágico, de imaginación e intuición. Sin embargo, si quieres aprender sobre el oficio de escribir, si te inspira el estilo de Juan Rulfo, debes leer la transcripción de esta conferencia. Puedes buscarla en internet, o si quieres, me la pides y te la envío.

Escribir no es un don, no es un talento reservado para unos pocos, sino un desafío creativo. Y de la misma manera que a Juan Rulfo nunca nadie le contó historias y él mismo las creó, maravillosas, tú también lo puedes hacer. Igual que él, tampoco necesitas ser un escritor profesional para crear historias impactantes, cuentos llenos de imaginación que le permitieron dejar una huella imborrable.

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4 recursos indispensables para crear un mensaje de impacto

Cuando escribimos textos de ventas o cuando creamos un mensaje destino a vender, lo más común es que nos centremos en el dolor de nuestro cliente ideal, en ese problema que le quita el sueño. La dificultad, sin embargo, es que la mayoría de las veces cruzamos esa delgada línea entre lo conveniente y lo inconveniente o, en otras palabras, entre lo tolerable y lo intolerable.

Si bien esta estrategia que en el pasado daba resultado, hoy no es así. Recuerda que los tiempos han cambiado, que los clientes han cambiado, que el mundo de los negocios (dentro o fuera de internet) ha cambiado. Entonces, si haces lo mismo que hacías hace, digamos, 5 o 10 años, lo más seguro es que no obtendrás los mismos resultados. Quizás no consigas ningún resultado.

Vender en función del miedo y del dolor es un riesgo. Si lo asumes y las cosas no salen bien, tienes que pagar el precio. El problema, porque siempre hay un problema, es que es muy difícil establecer cuánto es suficiente, cuánto está de más. Depende, por supuesto, de cada persona, de cada cliente: no puede aplicar la misma medida para todos, porque ese sería el primer gran error.

Los referentes del mercado, los mentores que nos guían por este apasionante camino del marketing, nos enseñan que es necesario identificar y exponer el dolor de nuestro cliente potencial y, además, se requiere exacerbarlo. ¿Eso qué quiere decir? Echarle sal a la herida para que duela más, porque de esta manera vamos a conseguir que nos implore una solución.

Es cierto, pero… Tal y como lo mencioné antes, es extremadamente difícil saber cuánto dolor es capaz de soportar tu cliente, cuánta sal es suficiente. Si llegamos a traspasar esa línea, si nos excedemos, lo más seguro es que vamos a obtener el resultado contrario al que buscamos. ¿Sabes cuál? El rechazo, que esa persona no quiera saber más de nosotros y, claro, que no nos compre.

La compra, quizás lo sepas, es una decisión emocional que luego justificamos de manera racional. Compramos por un impulso que no podemos reprimir y luego nos decimos “Lo necesitaba”, “Es lo que me merecía”, “Hace tiempo que lo buscaba y por fin lo encontré”, “Para eso es que trabajo” y otras más que estoy seguro de que has empleado. Es cuando la cabeza prima sobre el corazón.

Sin embargo, en el momento de tomar la decisión de compra, el corazón es el rey. Es la naturaleza del ser humano, pero también algo que reforzamos a través del ejemplo de otros, de nuestros padres y otras personas del entorno íntimo. El corazón que palpita a altas revoluciones cuando las emociones, traviesos duendecillos, se activan y nos ponen en aprietos para intentar controlarlas.

Y no lo conseguimos, por supuesto. Sin embargo, hay algo que debes entender: las emociones solo afloran cuando el miedo se quedó en casa o salió de paseo. Por decirlo de manera gráfica, el miedo es la oveja negra de las emociones y ellas no la quieren cerca porque las intimida, no las deja disfrutar. El miedo, por si no lo sabías, es el disfraz que utiliza el cerebro para molestarnos.

Si nos excedemos en la cuota de dolor, si lo exacerbamos más allá de lo que nuestro cliente puede admitir, las emociones se refugian en el corazón y el cerebro toma el control de la situación. Es cuando la razón prima y, entonces, brotan por doquier las objeciones que nos llevan a tomar la decisión de no comprar. Y sale a relucir el libreto de excusas que nos libran de la culpabilidad.

¿Cuáles? “Ah, pero no es tan bonito” o “No es el color que vi en internet”, “Al cabo que ni tenía el dinero” o “Este dinero mejor me lo gasto en un paseo con mis amigos el fin de semana”. Si el mensaje que le transmites al mercado no es el adecuado o si exageras en la dosis de dolor, estarás transitando en el plano de lo racional y, por ende, la posibilidad de la compra es muy reducida.

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Un concepto fundamental, tanto para emprendedores y dueños de negocio como para quienes producimos contenido es el siguiente: el dolor paraliza, mientras que el deseo moviliza. Demasiado miedo bloquea la posibilidad de una comunicación (y, claro, de una eventual venta), mientras que una buena dosis de deseo (placer) despierta las emociones y activa la necesidad de comprar.

Por eso, tu trabajo, el mensaje que les transmites a tus clientes potenciales debe enfocarse en las emociones. Una dosis adecuada de dolor es buena para llamar su atención y despertar su curiosidad. Hasta ahí, está bien. Luego, sin embargo, necesitas apelar a las emociones positivas, que en últimas son las que determinan la compra, las que activan ese deseo irreprimible.

Los emprendedores y los copywriters somos un alter ego de McGyver o de la navaja suiza: debemos poseer un amplio arsenal de recursos, de trucos que nos permitan salir de los atolladeros en que nos involucramos en el intento de vender. Recursos o trucos que apuntan unos al cerebro, a la razón, y otros, al corazón, a las emociones. Estos son algunos de los más impactantes:

1.- La autoridad. Que, de ninguna manera, significa hablar de ti y solo de ti. La autoridad consiste en presentar tus credenciales especialmente a través de los resultados comprobables de tu producto o servicio. No es un recuento de tu currículum, sino la demostración de que estás en capacidad de solucionar el problema de tu cliente, de que no eres otro vendehúmo más.

2.- La prueba social. Nada, absolutamente nada, es más poderoso que el testimonio de quienes ya se beneficiaron con tu producto o servicio, que ya disfrutan de los resultados de tu ayuda, que ya solucionaron su problema y acabaron con el dolor. Recuerda la vieja premisa de “cliente satisfecho trae más buenos clientes”, así que cultiva a tus clientes, consiéntelos y ellos te lo agradecerán.

3.- La urgencia (escasez). Es útil, pero, por favor, ¡no abuses de ella! Es útil mientras entiendas que la mente del ser humano reacciona más por aquello que puede perder que por lo que puede ganar u obtener. Esa, precisamente, es la estrategia de las ofertas y, por eso, son tan efectivas: nadie se quiere perder un descuento, un bono, un beneficio adicional. Pero, por favor, ¡no abuses!

4.- La garantía. Es el as bajo la manga para acabar con las objeciones de tu cliente potencial y es muy valiosa en estos tiempos de vendehúmos y farsantes digitales que no cumplen lo prometido. La garantía de devolución del dinero es la más frecuente, pero no la única. Por supuesto, la clave radica en cumplir la promesa que incorpora esa garantía, para que no te tilden de tramposo.

Cuando escribimos textos de ventas o cuando creamos un mensaje persuasivo no podemos caer en el común error de enfocarnos exclusivamente en el dolor de nuestro cliente ideal, porque vamos a jugar en el terreno de lo racional y allí perdemos. Necesitamos ir directo al corazón, al campo de las emociones, del deseo (placer), para activar el impulso incontrolable. ¡Eureka!

No existe una fórmula perfecta, ni una plantilla ideal. Es tu capacidad para transmitir un mensaje poderoso e impactar a otros. Es una habilidad que puedes desarrollar y que, créeme, con práctica no solo vas a disfrutar, sino que también obtendrás mejores resultados. Recuerda: el marketing, hoy, no consiste en vender, sino en comunicar. Eso significa que la magia la tienes tú, la pones tú.

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Hay una luz al final del túnel y, créelo, puede ser tu mensaje

No te animas a escribir porque te da miedo la crítica, porque temen que la respuesta que recibas sea una descalificación de tu trabajo. No te animas a escribir porque estás convencido de que a nadie le interesa lo que piensas. No te animas a escribir porque no te organizas, tienes otras prioridades y, por ende, no dispones del tiempo para desarrollar la habilidad y cultivar el hábito.

Los seres humanos nos pasamos la vida soñando con hacer cosas, con alcanzar nuestras metas y con obtener logros que premien nuestros esfuerzos. Pasamos días, meses y hasta años pensando en cómo nos haría felices y le rogamos a la vida que nos conceda ese deseo que nos da vueltas en la cabeza. Sin embargo, cuando llega el momento de tomarlo, de aprovecharlo, nos da miedo.

Es cuando nos dejamos llevar por lo que nos dice esa saboteadora voz interior que nos refuerza los temores, las creencias limitantes y preferimos privarnos de aquello que anhelamos antes que enfrentarnos a nuestros fantasmas. Al comienzo nos sentimos bien, creemos que tomamos la decisión acertada, pero pronto descubrimos que no fue así y cargamos con esa frustración.

Que, por supuesto, nos atormenta. En especial, cuando vemos que otras personas cercanas, de nuestra familia o del círculo de amigos o del trabajo, sí cumplen sus sueños, sí obtienen sus logros, sí reciben aquello maravilloso que la vida les ha reservado. Es, entonces, cuando nos castigamos, no reprochamos, nos autoflagelamos porque nos abruma el peso de nuestras debilidades.

“No soy capaz de plasmar en la hoja lo que tengo en la cabeza”, “Tengo muy mala ortografía y me da pena escribir”, “No creo que lo que pienso les interese a otras personas” o “No soy bueno para eso, no nací para ser escritor” son algunas de las excusas más comunes. Que, por supuesto, solo son reflejo de las inseguridades provocadas por el temor al qué dirán, a la desaprobación.

El caso es que siempre tenemos mil y una excusas para no comenzar, para no escribir. Siempre tenemos una justificación válida para procrastinar, dejarlo para después, sin darnos cuenta de que, quizás, no haya un después. El arte de la felicidad en la vida consiste en apreciar, valora y, sobre todo, aprovechar el momento, lo que nos brinda cada momento. Si lo dejamos ir, no volverá.

Lo que hay detrás de tantas creencias limitantes, de tantas telarañas mentales, de tantas excusas es, simplemente, el miedo a hacer el ridículo, a ser descalificados, a ser criticados. Es, en otras palabras, el miedo provocado por lo que conocemos como el síndrome del no experto. ¿Sabes de qué se trata? De ese hábito de no valorarte, de despreciar lo que puedes aportarles a otros.

Una de las lecciones poderosas que la vida nos ha brindado en los últimos tiempos es aquella de entender que necesitamos los unos de los otros. Y no en el sentido material, no en el sentido de recibir dinero a cambio de lo que ofrecemos, sino más bien en el sentido de compañía, de contar con alguien que nos escuche sin juzgarnos, de alguien que nos dé una perspectiva distinta.

La triste realidad es que vivimos rodeados de muchas personas, pero estamos solos, nos sentimos solos. ¿Por qué? Porque cada uno está en lo suyo, porque, como dice el gran Joan Manuel Serrat, “cada loco con su tema”. Y en condiciones normales lo asumimos, lo aceptamos, pero en las actuales circunstancias la vida nos llevó a replantear, a priorizar, a reconocer la equivocación.

Y, lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que muchas personas han encontrado refugio, regocijo y un oasis de paz en el mensaje de otros. En vista de que los gobiernos y los medios de comunicación quedaron solo defienden sus propios intereses, de que se confabulan para sacar provecho de estas situaciones caóticas, muchas personas voltearon a mirar a quienes pueden ayudarlos con interés genuino.

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¿A qué me refiero con esto? No se trata de que sea gratis, de que ofrezcas tus servicios o tus productos sin recibir nada a cambio, porque no somos una ONG. Se trata de que, más allá del dinero o los beneficios que vayas a recibir, lo que te motive sea el genuino interés de ayudar a otros, de compartir tu conocimiento y experiencias para que puedan solucionar sus problemas.

El consumo de contenidos digitales e impresos de calidad (que no abundan, valga decirlo) ha crecido de manera exponencial y sostenida en el último año. En medio de la infoxicación, de un inclemente bombardeo mediático, las personas han buscado alternativas y han encontrado que hay empresas, emprendedores y personas que las escuchan y están capacitadas para ayudarlas.

¿Y tú, de qué lado estás? ¿De los que esperan que pase la pandemia para ver qué hacer? ¿De los que se sentaron a esperar las ayudas del gobierno? ¿De los que tiraron la toalla? O, más bien, ¿del lado de los que vemos en esta situación una oportunidad? ¿De los que le agradecemos a la vida por darnos cada día la posibilidad de seguir avanzando? ¿De los que construimos la vida que anhelamos?

Estas son algunas de las manifestaciones del síndrome del no experto:

1.- Crees que no sabes lo suficiente y, por eso, prefieres mantenerte al margen

2.- Estás convencidos de otros (la mayoría) sabe más que tú y eso te intimida

3.- Piensas que tu conocimiento y experiencias no le aportan nada positivo a otros

4.- Tienes miedo de ofrecer tus servicios porque crees que a nadie le interesarán

5.- Prefieres mantenerte en tu zona de confort, con tal de evitar un eventual fracaso

Si eso es lo que piensas, si eso es lo que crees, si eso es lo que sientes, ¡qué lástima por ti! ¿Por qué? Porque te niegas la maravillosa oportunidad de hacer algo por otros (que es justamente a lo que llegaste a este mundo) y porque te niegas la posibilidad de recibir una retroalimentación que te enriquezca más allá de lo económico (espiritualmente, a nivel de conocimiento, de vivencias).

En medio de esta caos que vivimos, de una realidad frenética y agobiante, hay una luz al final del oscuro túnel. ¿Sabes cuál? El mensaje que puede empoderar a otros, el mensaje transformador que surge de tu conocimiento y de tus experiencias, de tus errores y de cómo enfrentaste y superaste las dificultades que aparecieron en tu camino. El impacto de un mensaje positivo.

Los seres humanos, de manera desinteresada, realizamos pequeñas acciones que, sin que lo percibamos, producen un poderoso impacto positivo en la vida de otros. Una llamada solo para preguntar “¿Cómo estás hoy?”, un mensaje de texto para desear una feliz semana en la que se cumplan tus sueños, un abrazo espontáneo o, sencillamente, un reparador silencio cómplice.

Los seres humanos, todos, estamos en capacidad de ayudar a otros aún sin proponérnoslo, aún sin darnos cuenta. Algo tan sencillo como “A mí me sucedió esto, lo enfrenté así y así fue como lo superé” puede ser justo lo que otros necesitan escuchar, necesitan leer, para salir del problema que los aqueja, para dejar atrás el dolor que los mortifica. La solución, quizás, eres tú y no lo sabes.

Cuando escribes, cuando transmites un mensaje surgido de tu conocimiento y experiencias, del aprendizaje que se desprende de tus errores y de tus aciertos, no sabes cuál será el impacto que este provocará en la vida de otros. De hecho, es posible que nunca sepas si hubo un impacto. No importa: créeme que siempre habrá al menos una persona que agradecerá lo que compartiste.

Recuerda: todos necesitamos de los otros, todos (si queremos) estamos en capacidad de ayudar a otros. Tu mensaje, si es honesto y genuino, desprovisto de intereses particulares, quizás sea la solución que otros esperan ansiosamente, que necesitan urgentemente. Despójate del síndrome del no experto y comienza a disfrutar de los réditos de convertirte en un agente de inspiración y transformación.

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El 23 de abril debería ser una fecha muy especial para ti

La fecha del 23 de abril debería ser una de las más importantes en el calendario de quienes tenemos el placer y el privilegio de haber nacido en estas tierras de Dios en las que el castellano es la lengua madre. Debería, pero no es así o, peor aún, es uno de tantos días que perdieron la esencia y cayeron en manos del consumismo que lo convirtió en una celebración comercial.

Que solo beneficia a unos pocos, principalmente las editoriales, y que además le otorga al lenguaje, a la capacidad de comunicarnos, un carácter elitista que riñe con su naturaleza. De hecho, a mi juicio es una de las características que generan identificación, más allá de las diferencias de los acentos o los significados de las palabras, y que nos hacen únicos y especiales.

Todos los idiomas, absolutamente todos, son fascinantes. Sin embargo, el nuestro, el castellano, es muy rico, es sonoro, es versátil, es específico. El español es el segundo idioma más hablado en el mundo, superado solo por el mandarín chino (por obvias razones). Según el Instituto Cervantes, hay casi 490 millones de personas (6,3 % de la población) con el español como lengua nativa.

México, Colombia, Argentina y España, en ese orden, son los países en los que hay más personas que hablan el español. Se calcula en un 60 por ciento de la población de Latinoamérica la que habla en español. De acuerdo con la revista Ethnologu, la lengua con estatus de idioma oficial en más países es el inglés (59 países), seguido del francés (29), el árabe (27), el español (21) y el portugués (10).

Sin embargo, se calculan otros 75 millones de personas que hablan el español (que no es su lengua nativa) en países no hispanohablantes. Por ejemplo, en EE. UU., se habla en español en Arizona, California, Nuevo México, Texas, Florida, Nueva York y Nueva Jersey, al tiempo que las escuelas de idiomas que enseñan español son cada vez más exitosas y más personas aprenden nuestro idioma.

Otros países no hispanohablantes con gran cantidad de personas que hablan español son Andorra, Antillas Holandesas (Bonaire, Curazao, San Martín), Argelia, Aruba, Australia, Brasil, Canadá, Filipinas, Jamaica, Marruecos, Nueva Zelanda, Suiza y Turquía, entre otros. Como ves, se trata de un idioma universal que, además, cada día gana más adeptos, cada día lo aprenden más personas.

Según el portal Babbel.com, especializado en la enseñanza de idiomas, el español es el tercero más estudiado, después del inglés y del francés. Estados Unidos (8 millones), Brasil, (6,1 millones), la Unión Europea y el Reino Unido (5,3 millones) y Francia (2,7 millones) son los países donde hay más estudiantes de español. Y se estima que la proporción crecerá en las próximas décadas.

Por otro lado, y contra todos los pronósticos, el libro impreso le está ganado la batalla al digital. Que, por supuesto, no significa que uno de los dos formatos vaya a desaparecer (como alegremente decían los vendehúmo en años pasados), sino que aprendieron a coexistir. En otras palabras, hay mercado para todos y hay lectores para todos. Esa es la realidad, no un tendencia.

Ni siquiera la pandemia, con la consecuente transformación de la Feria del Libro presencial en un evento virtual, logró detener el crecimiento de la lectura de libros impresos. Que quede claro, eso sí, que no estoy en contra del libro digital: produzco este formato, pero me rindo a los encantos del libro impreso, al olor de sus páginas, a la posibilidad de tocarlo, de subrayarlo, de compartirlo.

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Mientras investigaba el tema para escribir este artículo, me encontré con varios datos llamativos:

1.- El 16 por ciento de los jóvenes españoles prefiere leer en formato digital, una cifra que contradice la creencia de que por ser adeptos a la tecnología no aprecian el formato impreso

2.- Solo el 11 % de los lectores en España lee habitualmente en formato digital y, algo que en verdad me sorprendió, el 66 por ciento jamás ha leído un libro digital

3.- Los jóvenes prefieren los formatos digitales cuando se trata de ocio y entretenimiento. Sin embargo, a la hora de leer la mayoría de ellos elige el libro impreso

4.- Siete de cada diez adultos estadounidenses (72 %) afirmó haber leído en 2019 al menos un libro en cualquier formato, cifra que se mantiene inalterable desde 2012

5.- La cantidad de estadounidenses que en los últimos años adoptó el hábito de escuchar audiolibros ascendió del 14 al 20 por ciento, y se espera que crezca más a corto plazo

6.- El 37 % de los estadounidenses elige el formato impreso a la hora de leer, contra el 28 % que se inclina por alguno de los formatos digitales (e-book o audiolibro)

7.- Según una encuesta de Pew Research Center, el 65 por ciento de los adultos afirmó haber leído al menos un libro impreso en el año anterior a la encuesta

8.- Según la Cámara Colombiana del Libro, en Colombia durante la pandemia no se cerró ninguna librería y el buen nivel de ventas se trasladó del escenario físico al digital

9.- A pesar de las restricciones impuestas por las autoridades, incluida la limitación de circulación en centros comerciales, las librerías no han dejado de recibir a los compradores

10.- Los libros impresos de superación personal, las biografías y los temas espirituales y religiosos han sido los más vendidos en Colombia desde que comenzó la pandemia

Volvamos al comienzo: el 23 de abril de cada año se celebra el Día del Idioma Español y el Día del Libro, una fecha que debería ser una de las más importantes en el calendario de quienes tenemos el placer y el privilegio de haber nacido en estas tierras de Dios en las que el castellano es la lengua madre. También, de quienes vivimos y disfrutamos la pasión por las letras, por lo escrito.

La anterior exposición y la coyuntura de la celebración son un motivo para invitarte a reflexionar acerca de ese buen escritor que hay en ti. Este mundo convulsionado, en el que los valores de antaño, los fundamentales, están cada vez más en desuso, requiere la contribución de quienes a través de los contenidos (libros en formato impreso o digital, artículos) podemos aportar valor.

Y, créeme, tú eres uno de ellos. Tú, con tu historia de vida, con tus éxitos y fracasos, con tus logros y frustraciones, con tu experiencia y pasión, puedes hacer mucho por otros. Lo puedes hacer con tu mensaje poderoso y transformador, inspirador. Lo que tú has vivido, aquellos errores de los que surgió un valioso aprendizaje, es digno de compartir para ayudar a otros a evitar esos tropiezos.

Una de las creencias limitantes de la mayoría de las personas es aquella según la cual solo quienes son reconocidos o figuras públicas, o académicos o profesionales del oficio pueden (o deben) escribir y/o publicar libros. La verdad es que cualquiera puede hacerlo, que tú puedes hacerlo. Solo necesitas dejar atrás tus miedos, dejar de escuchar lo que otros dicen y darte a la tarea.

Todos los seres humanos aprendemos a escribir en el colegio. Ese es el insumo básico. Sin embargo, si quieres superar la línea promedio, si quieres que tu mensaje sea poderoso, si quieres que otros lean tus escritos y agradezcan tus aportes, necesitas sacar el buen escritor que hay en ti, despertarlo, activarlo y disfrutarlo. Y para conseguir ese objetivo la tarea fundamental es escribir.

La escritura, no me canso de repetirlo, es una habilidad propia de todos los seres humanos, pero que solo algunos trabajamos para desarrollarla y aprovecharla. Y eso no significa en convertirte en un autor laureado, o que vas a ganar premios: eso, quizás, no es lo tuyo, no es lo que deseas o lo que necesitas. Basta con que estés en capacidad de transmitir un mensaje que deje huella.

¡Feliz Día del Idioma y del Libro!

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A veces llegan cartas: ¿te quedaste en los cursos por correspondencia?

Cuando era niño, aquellas lindas épocas en las que no había internet, ni teléfonos celulares, ni Netflix o cualquier otros sistema de televisión por suscripción, épocas en las que se vivía sin la histeria de hoy, solo teníamos a la mano los medios tradicionales. Que, por supuesto, no eran digitales: radio, televisión e impresos tales como periódicos o revistas, principalmente.

Eran también épocas en las que no había Zoom o las otras plataformas de video transmisión en línea, en vivo y en directo, con las que contamos hoy. No había, tampoco, Google o redes sociales y, algo muy importante, el 99,9 por ciento de la educación era presencial. Había un 0,01 por ciento restante, una suerte de educación a distancia, que fue muy popular: cursos por correspondencia.

Dado que en el pasado no existía la culturad del registro detallado de las acciones o novedades, no es posible establecer el origen cierto de esta modalidad. Se estima, sin embargo, que fue Calleb Phillips, un estadounidense profesor de caligrafía, el que dio el primer paso. ¿Cómo? Anunció la apertura de cursos por correspondencia, a través de un aviso en el periódico Boston Gazzette.

Corría el año de 1728, hace casi cuatro siglos, y el mundo era muy distinto a la aldea global que es hoy: se trataba, más bien, de aldeas aisladas y, muchas veces, incomunicadas. Quizás hubo intento previos, pero lamentablemente no están documentados. Este, en cambio, sí lo está y fue posible gracias a que antes, en 1680, se creó en Estados Unidos el Sistema Nacional de Correos o Penny Post.

Lo que Phillips les ofrecía a los lectores de aquel diario era un curso a distancia, con material autodidacta, que les llegaba por correo a sus casas. Además, existía la opción de consultorías personalizadas, obviamente, vía correspondencia. Más adelante, en 1856, en Alemania, Charles Toussaint y Gustav Langescheidt crearon el primer Instituto de Idiomas por correspondencia.

Eran cursos que te ofrecían una pequeña cartilla con todo el contenido necesario, más algunas ayudas. Sin embargo, tenías que interpretar la información (que muchas veces no era clara), tenías que hacer todo el trabajo, no podías realizar preguntas, no tenías la posibilidad de compartir tus experiencias con otros alumnos. Honestamente, no sé cómo podían aprender algo.

En mi niñez, por allá en los años 70, los cursos por correspondencia eran famosos, en especial porque la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest (o, simplemente, Selecciones) los ofrecía. De carpintería, de jardinería, de lectura rápida y, claro, de caligrafía, entre muchos otros. Reconozco que siempre tuve curiosidad, aunque jamás me animé a comprar alguno de ellos.

¿Por qué? Porque, honestamente, no creo ser capaz de aprender bajo esa modalidad. Sé que es una creencia limitante, pero soy de esa clase de personas a las que aman el aula, que tiene un gran encanto, y aman el contacto con los compañeros y el profesor. Hoy, no solo dicto charlas y conferencias virtuales, sino que además tengo mi curso ‘A escribir se aprende escribiendo’.

Que no es por correspondencia, por supuesto, sino virtual. A través de la plataforma Zoom, en vivo y en directo, se realizan las sesiones con los estudiantes. Y más que a escribir, como si fuera desde cero, como en el colegio, lo que enseño es a pulir, fortalecer, desarrollar y mejorar la habilidad y brindo herramientas y recursos, técnicas y estrategias, para que la persona puede volar sola.

Y es esta última razón, sin duda, por la cual nunca tomé un curso por correspondencia y, en especial, por la que desconfío y no creo en lo que dicen algunos: que te van a enseñar a escribir a través de plantillas. A mi juicio, y entiendo que puedo estar equivocado y respeto otras opiniones, trabajar con plantillas es contrario (y negativo) a la imaginación, a la creatividad, a la autenticidad.

Si lo que vas a escribir es un texto para un aviso publicitario, sí lo puedes hacer a partir de una plantilla. Sin embargo, será el mismo mensaje de tantos como utilicen esa plantilla específica, que no está hecha para tu cliente, que seguramente no responde a las necesidades y deseos de tus clientes. Por eso, el riesgo de no poder generar el impacto esperado, de no vender, es altísimo.

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Pero, esa no es mi especialidad, no es un servicio que ofrezca o que me interese. Lo mío es la creatividad, la imaginación, el aprovechamiento del conocimiento y las experiencias que te van a permitir crear un mensaje poderoso que sirva a otros, que les ayude a transformar su vida y, sobre todo, a cumplir sus sueños. Por eso, intento prevenirte acerca de los riesgos que hay en el mercado.

Recientemente, recibí un correo de alguien que ofrecía una lista de libros de copywriting “para que te conviertas en un experto”. Es decir, la versión moderna de los cursos por correspondencia. Y, seguramente, tú, como yo, no conoces un buen carpintero que haya aprendido fuera de un taller, o un mecánico de autos, o un médico que no haya pasado por una Facultad de Medicina.

Estoy convencido de que hay textos que te servirán, que te ayudarán a encontrar tu estilo (a partir de descartar aquellos con los que no te identificas), que te permitirán conocer ejercicios y técnicas que son útiles para desarrollar la habilidad. Sin embargo, de ahí a pensar (o creer) que el resultado es que “te vas a convertir en un copywriter experto” hay una galaxia de distancia. ¡Es MENTIRA!

Si esto fuera así, si esto fuera tan fácil, entonces, ¿por qué no hay ya un Premio Nobel de Literatura que aprendió con plantillas? ¿O uno que leyó 100 libros y escribió su obra maestra? No los busques, porque no los vas a encontrar en la vida real (quizás, sí, en la ficción o en la mente de los vendehúmo). Ten cuidado por favor y, más bien, utiliza estas cuatro poderosas herramientas.

A pesar de tus miedos, de tus creencias limitantes, de la prédica del mercado, tú ya tienes dentro de ti todo, absolutamente todo, lo que se necesita para escribir: tu cerebro, tu corazón, tus experiencias y tus habilidades. Además, como lo he dicho en varias ocasiones, dentro de ti hay un buen escritor: solo tienes que despertarlo, activarlo y disfrutarlo. El resto es comenzar a escribir.

Claro, también necesitarás un método, un plan, la guía de una persona que entienda y comparta tus sueños y que, más allá del dinero que le puedas pagar por sus servicios, esté en capacidad de transmitirte su conocimiento. Porque, te lo advierto, un tema es conocer un tema y otro es poder transmitir el conocimiento. Muchos saben los primero, pocos podemos hacer lo segundo.

Desde hace casi cinco años trabajo con mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, director de MercadeoGlobal.com y creador de la comunidad privada de emprendedores Círculo Interno. Él nos transmite su conocimiento, nos comparte sus experiencias, nos brinda sus documentos, nos motiva a leer textos útiles, pero, sobre todo, nos lleva a la acción, a hacer, a aprender a errar.

Esta, créeme, es una premisa que funciona tanto para el marketing como para la escritura. Si Álvaro solo nos entregara plantillas o libros, no tendría casos de éxito, ni uno solo. En cambio, desde hace años sus discípulos lo llaman El Padrino de los negocios en internet, porque los apadrinó, les enseñó, los guio, los aconsejó para que construyeran negocios sólidos y de éxito.

¿Percibes la diferencia? Volvamos al comienzo: en 1728, hace casi 400 años, se documentó el primer curso por correspondencia. Quizás fue un éxito, quizás marcó un hito, pero el mundo, hoy, es muy distinto al de aquel entonces. Si de verdad quieres aprender cómo desarrollar la habilidad de escribir, aléjate de los vendehúmo, de sus plantillas y de sus consejos que no te servirán.

Más bien, te invito a que aceptes una invitación: comienza a escribir un diario. Si no lo haces aún, entiende que es una herramienta poderosa para que le des rienda suelta a tu imaginación, para que aprendas a lidiar con tus miedos. Comenzarás con textos breves y antes de que te des cuenta estarás en capacidad de escribir páginas enteras en las que transmites tu conocimiento y experiencia.

Y ya no querrás detenerte. Querrás, más bien, explorar nuevos recursos y escenarios. Soñarás con ser el autor de un libro y, lo mejor, en el día a día escribirás mejor. Los post en redes sociales, los textos de mensajes instantáneos y tus documentos de trabajo. Será ese el momento en que ese buen escritor que hay en ti se despierte de la siesta y comience a brindarte grandes satisfacciones.

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El punto bisagra (o de inflexión): qué es, cómo y cuándo usarlo

Así como hay un día, hay una noche; como hay paz, hay tempestad; como hay blanco, hay negro; como hay amor, hay odio; como hay risa, hay llanto. Nada es eterno en la vida, como dice la canción y siempre que llovió, volvió a salir el sol, reza el dicho. ¿A qué me refiero? A que en la vida, en cualquier situación o circunstancia, siempre hay un momento en el que se produce un cambio.

Uno drástico, lo que en algunos países llaman un parteaguas y en otros, un punto bisagra. O, más comúnmente, un antes y un después. El día, por ejemplo, que saliste de paseo con los amigos a un lugar campestre y eras el único que no se atrevía a lanzarse a la piscina del trampolín más alto. Después de padecer el matoneo (y a riesgo de perpetuarlo), hiciste de tripas corazón y te tiraste.

O el día que, después de perder varios oportunidades petrificado por el pánico, te decidiste a hablar con esa jovencita que te atrae, que está en tu mente todo el tiempo, y a diferencia de lo que te habías imaginado te acogió muy amablemente. Con el tiempo, recordarás que ese día comenzó una linda relación, que se fortaleció con el paso del tiempo y te brindó mucha alegría.

Si haces memoria, son incontables los momentos similares a estos que viviste en el pasado. Momentos que significaron un antes y un después en tu vida, que te enseñaron que siempre es posible enfrentar tus miedos y vencerlos y que, lo mejor, te dejaron grandes lecciones y sirvieron para superar otras dificultades. Son pequeños grandes trofeos que atesoras como si fueran oro.

Tanto en la vida como en el marketing y los negocios, el punto bisagra es uno de los recursos cruciales a la hora de contar una buena historia. Es lo que podríamos llamar el condimento de tu platillo, el que le da ese sabor especial, el que impide que pase inadvertido. Una historia sin un punto bisagra carece de sabor, es un relato plano que no consigue impactar las emociones.

Y, por si no lo sabías, el fin último de nuestro mensaje, de nuestro escrito (sea cual sea el formato que elijas) es impactar las emociones de tu lector, de tu cliente. Esto, sin embargo, no significa de manera alguna que tengas la intención de vender: ofrecer conocimiento, aportar elementos de juicio para un análisis consciente o impulsar una acción (descargar, ver un video) son otras opciones.

Lo primero que hay que decir sobre el punto bisagra o de inflexión es que se trata de uno de los elementos imprescindibles de tu relato, o historia, o mensaje. Es aquel momento en el que el protagonista toma una decisión radical que cambia el rumbo de la trama. Lo más importante es que entiendas que el punto de inflexión no es algo caprichoso, como tampoco puede ser forzado.

¿Eso qué quiere decir? Que el punto de inflexión debe ser coherente y creíble, porque, si no, tu historia va a perder credibilidad. Y algo más: la forma más conveniente de ambientar ese momento crucial es ofrecer un contexto adecuado, completo. Eso, significa ubicar a tu lector o cliente en el escenario en el que se desarrolla tu relato o historia, para que no se confunda.

Es cuando debes responder preguntas como ¿quién es tu protagonista?, ¿qué conflicto le quita el sueño?, ¿cómo llegó a esa situación?, ¿qué intentos ha realizado sin obtener resultados?, ¿cuál es el impacto de esa situación (problema) en su vida (incluido su entorno)?, y algunas más. En suma, el contexto es la autopista por la que tu lector o cliente transitará, los límites de tu historia.

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Por supuesto, incluye otros elementos como los aliados de tu protagonista y el o los antagonistas. El último ingrediente, hasta ese punto, es el conflicto, el problema. Debe estar planteado de forma clara, sin espacio para las dudas: si el conflicto no es claro, tu lector o cliente se confundirá, podrá hacerse unas expectativas equivocadas y al final, consecuencia de esto, terminar desilusionado.

Y eso no es lo que deseamos. Por el contrario, la intención es engancharlo para que se mantenga conectado a lo largo de la historia, que llegue hasta el final y, lo más importante, que tenga ganas de más. Es decir, que la próxima vez que reciba un email con un contenido tuyo no duden en hacer clic, en leerlo, y lo disfrute al punto de animarse a compartirlo con otras personas.

Una de las características necesarias del punto de inflexión es que debe ser fuerte, un golpe, un impacto, un rompimiento. Por ejemplo, tu protagonista siempre vivió en la zona de confort, pero tan pronto falleció su padre, su sustento, no tuvo más remedio que buscar un trabajo. Desde ese momento, no solo vio la vida de un modo distinto, sino que descubrió sus dones y talentos.

Otro aspecto que debes considerar en tu historia, relato o contenido es que puede haber uno o más puntos bisagra. Sin embargo, no te puedes sobreactuar, no puedes exagerar, porque le restas credibilidad a la trama. De acuerdo con el mensaje de la historia, con la extensión y con los giros que quieras darle, puedes incluir más o menos de ellos. Y, de nuevo, que sean coherentes.

Uno de los efectos que se buscan con los puntos bisagra es aportarle velocidad y acción al relato, una dosis de emoción a tu historia. A veces, muchas veces, los escritores se centran en un evento único, en un solo personaje, y a largo plazo eso no es conveniente porque la historia se torna en un monólogo, la temperatura de las emociones decae y, en consecuencia, la atención de tu lector.

El impacto del punto bisagra en la vida de tu protagonista es un tema que no puedes olvidar. No todos estos momentos de inflexión son positivos (a su favor), como tampoco todos pueden ser negativos (en su contra). Lo ideal es que cuando plantees la estructura de tu historia, cuando diseñes tus personajes, cuando determines la trama, establezcas qué puntos bisagra incluirás.

El objetivo del punto bisagra, además del ya mencionado de cambiar el rumbo de la trama, es definir el talante de tu protagonista. ¿Eso qué quiere decir? Que le permitirá descubrir una fuerza interior que desconocía, le permitirá exhibir sus fortalezas y su temperamento, revelará esa faceta de héroe que todos llevamos dentro y que solo aflora, justamente, en los momentos más difíciles.

Para aportarle mayor credibilidad al relato, es conveniente que tu protagonista cuente con algo de ayuda externa: un socio, un aliado o quizás una fuerza de la naturaleza, la que elijas. Se trata de que no pierda su condición de ser humano (débil y vulnerable), porque es importante que sirva como un modelo de éxito replicable, uno que cualquier persona pueda emular. ¿Entiendes?

En caso de que utilices más de un punto de inflexión, el último de ellos debe ser, además, el clímax de tu historia, es decir, el evento que asegura la victoria de tu protagonista, el triunfo del bien sobre el mal, el final feliz (que, ya sabes, es imprescindible). Y, para rematar con broche de oro, solo falta la moraleja, la lección, el aprendizaje, el mensaje que quieres transmitir con tu historia.

Como ves, la construcción de una historia digna de contar, de un buen relato, de un mensaje poderoso e impactante, está determinada por tu creatividad, por el vuelo que logre alzar tu imaginación, por tus vivencias y conocimiento. Es resto es cómo asumes ese rol de creador, tu capacidad para jugar con los personajes y las situaciones y, claro, tu estilo para atrapar al lector.

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¿Por dónde comienzo mi historia? Este es el punto de partida

Conseguir atraer la atención de tus lectores, de tus clientes, ya es una gracia. Atraparlos para que se involucren en la historia, para que vivan y disfruten la experiencia, es otro tema. Y eso solo es posible cuando cuentas buenas historias, cuanto tus historias son creíbles y, algo muy importante, están conectadas con los deseos y los dolores de tu lector, de tu cliente, cuando hay una buena trama.

No necesitas ser un escritor afamado o haber publicado varias novelas para contar buenas historias. Como lo menciono regularmente (para que no lo olvides), todos los seres humanos somos buenos contadores por naturaleza. De hecho, todos los días, todo el tiempo, contamos historias, aunque la mayoría de las veces lo hacemos de manera inconsciente, sin darnos cuenta.

¿Qué hacen dos buenos amigos cuando, después del trabajo, se reúnen a tomar un café o a comer? Se cuentan sus historias, actualizan el cuaderno, como solemos decir en Colombia. ¿Qué hace una pareja de enamorados cuando va al cine y sale a comer? Se cuentan historias de cómo fue el día de cada uno, de sus amigos y familias o de cómo sueñan que sea una vida juntos.

Todos, absolutamente todos, tenemos incorporado el chip de las historias. Sin embargo, como lo mencioné, se acciona automáticamente, inconscientemente, de ahí que no tenemos control sobre él. Y eso, precisamente, es lo que nos permite escribir buenas historias, historias que atraigan la atención de tus lectores y clientes y que lo atrapen al punto de querer ser uno de los protagonistas.

Esa es la razón por la cual cuando lees un libro que te gusta no quieres suspender antes de terminar y, además, te identificas con alguno de los personajes y en tu imaginación recreas la historia y la vives a tu manera. O una serie de Netflix que te genera tal conexión que no te la pierdes por nada del mundo y disfrutas lo que les ocurre a los personajes, quieres actuar con ellos.

Contar buenas historias es, sin duda, la estrategia más poderosa que existe para transmitir un mensaje. No importa si quieres vender o no, si es una historia que se convierte en un libro o solo en un episodio de tu pódcast. Contar buenas historias, además, es la herramienta más valorada hoy en el ámbito del marketing y los negocios, la que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso de tus estrategias.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas veces cuando quieres empezar a escribir una historia no sabes cuál es el punto de partida. “¿Por dónde comienzo?”, suele ser el interrogante difícil de responder. La respuesta, sin embargo, no es tan complicada: el punto de partida, el comienzo, es el conflicto. Sin conflicto, no hay historia o, peor, es una historia simple.

En marketing, en especial cuando el objetivo de nuestro mensaje es vender un producto o un servicio, nos enfocamos en el dolor que aqueja a esa persona, en ese problema que le quita el sueño y no lo deja estar tranquilo. Es, sin duda, una acción necesaria para atraer su atención y para generar la identificación: que se sienta aludida, que entienda que el mensaje es para ella.

Pero, como suele ocurrir, del dicho al hecho hay mucho trecho. O, de otro manera, entre la teoría y la práctica hay algo que no funciona. ¿Por qué? Porque son muchos los emprendedores que se quedan en el dolor, en el problema, y lo único que consiguen es que su lector, su cliente potencial, se ahuyente. ¿Por qué? Porque a nadie le interesa más dolor, nadie te va a comprar un dolor.

Una buena historia, y esto no lo puedes olvidar, tiene final feliz. ¡Siempre! ¿Por qué? Porque la realidad es suficientemente caótica, triste, problemática y dolorosa como para que aquellas actividades en las que buscamos un oasis de felicidad, un escape a esa realidad, nos proporcionen más dolor, más problemas. ¿Entiendes? Si la herida está abierta, ¡cúrala!, y te lo agradecerán.

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¿De dónde surge este problema? De la connotación negativa que tenemos del término conflicto. La Real Academia Española (RAE) nos ofrecer las siguientes definiciones:

1.- Combate, lucha, pelea.
2.- Enfrentamiento armado.
3.- Apuro situación desgraciada y de difícil salida.
4.- Problema, cuestión, materia de discusión.
5.- Coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo, capaces de generar angustia y trastornos neuróticos.

Lo que sucede es que nos limitamos a las dos primeras acepciones, cuando en realidad las más útiles, las más convenientes a la hora de transmitir un mensaje, son la tercera y la cuarta. Y esto, amigo mío, es muy importante: cuando digo conflicto para una buena historia no me refiero a la Tercera Guerra Mundial, o a catástrofes naturales, o a epidemias como la del COVID-19.

Para contar una buena historia, por ejemplo, la de tu vida, la de tu negocio, la de la transformación que tu producto/servicio le brinda a tu cliente o la que le proporcionará emociones y entretención a tu lector se parte del DESEO. Lo escribo en mayúsculas para que no lo olvides. Del DESEO, que es el lado positivo, no del dolor, que es el negativo. ¿Por qué? Porque nadie te comprará un dolor.

¿Cuál es el sueño que mueve a tu protagonista? ¿Qué aspiración provoca que cada día haga su mejor esfuerzo por avanzar, por superar las dificultades? ¿Cuál es ese escenario al que anhela llegar? Por ejemplo, es una persona que quiere rebajar de peso para estar más saludable y sentirse más contenta consigo misma. O, quizás, alguien que quiere adquirir hábitos alimenticios más sanos.

El DESEO. Después, entonces, sí viene el dolor, el problema, la otra cara de la moneda, que está representada por las dificultades. Las creencias limitantes (“No tengo tiempo”), las objeciones (“En este momento no tengo dinero para invertir en eso”) o los miedos (“Y si no me funciona, ¿qué hago?”) son las más comunes porque fueron aprendidas en la niñez y reforzadas por el hábito.

Como ves, un conflicto, en esencia, es el choque de dos fuerzas opuestas. Los conflictos de las buenas historias surgen de las situaciones cotidianas, de actividades que todos los seres humanos realizamos cada día, de pequeñeces que, con el tiempo, se convierten en grandes problemas. Por supuesto, debe ser algo creíble, algo que aqueje no solo a tu protagonista, sino a más personas.

En las telenovelas, por ejemplo, vemos algunos clásicos modelos de conflicto: el joven pobre y sin educación que se enamora de la niña rica y refinada o la trabajadora humilde que se enamora de su patrón, pero sufre la discriminación de la familia de él y de la sociedad. O la madre soltera que pierde su trabajo, no sabe cómo mantener a su hijo y pasa por mil vicisitudes antes de hallar una solución.

Un buen conflicto es interesante, afecta la vida de quien lo sufre (una enfermedad, por ejemplo), involucra a otros personajes (su familia, su pareja, su jefe, sus vecinos) y, claro está, incluye otros tres ingredientes imprescindibles: un antagonista (el malo de la película), un héroe (el que lo salva, el que proporciona la solución) y una moraleja (sí, la poderosa lección que deseas transmitir).

Escribir (o contar) una buena historia es de muchas formas parecido a armar un rompecabezas, con la salvedad que en este caso tú mismo eliges la fichas, caprichosamente. O, como leí por ahí, es como jugar a ser Dios: tienes la potestad absoluta para crear. El límite lo impone tu creatividad, tu imaginación, tu capacidad para jugar con los elementos que elegiste para tu historia.

Contar buenas historias, de las que genera impacto y dejan huella, de las que despiertan emociones y provocan reacciones, es más fácil de lo que crees. Solo tienes que aprender cómo trasladarlas del plano inconsciente al consciente, del automático a lo que puedas controlar. Ah, y algo muy importante: comienza por algo sencillo, que ya llegará el tiempo para complicarte.

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Consejos para que tus historias de vida generen un impacto positivo

“Nadie reconoce el valor de lo que sabe y ha vivido hasta que lo comparte”. Desde pequeños, tanto en el seno del hogar como en el colegio nos enseñan a tener, es decir, a privilegiar lo material sobre lo espiritual. La premisa es “cuanto tienes, cuanto vales” y, por eso, lo que nos preocupa es tener, poseer, en vez de conocer, de ser, de vivir, que es lo realmente valioso.

Una de las experiencias más increíbles que puede vivir un ser humano es aquella de comprobar que lo que hace o produce desprevenidamente, sin esperar nada a cambio, provoca un impacto positivo en la vida de otros. La gratitud espontánea y emotiva de esas personas es la recompensa más valiosa a la que puedas aspirar y te brinda lecciones poderosas que son de valor incalculable.

Hace unos años, cuando publiqué mi segundo libro, titulado Santa Fe, la octava maravilla, con ocasión de la octava consagración del primer campeón del fútbol colombiano, viví momentos que jamás olvidaré. La gratitud de los hinchas es algo que no se puede describir y, por supuesto, es algo que está lejos de tu control. Sin embargo, su retroalimentación, literalmente, vale oro.

Un día, durante la Feria del Libro, tenía programada una sesión firma de libros para las 3 de la tarde. Antes de salir de mi casa, recibí la llamada de alguien de la editorial que me dijo que había una persona que me esperaba. “No programé ninguna cita”, le respondí. “Llego antes de las 3. Si me puede esperar, con mucho gusto, después de la firma de libros la puedo atender”, agregué.

La sorpresa que me llevé fue grande. Era una jovencita, por supuesto hincha de Santa Fe, a la que le habían puesto como tarea en el colegio hacer un ensayo sobre alguien a quien admirara. Ella (tristemente, no recuerdo su nombre) me eligió a mí porque había comprado el libro y, según me comentó la mamá, lo había leído menos de una semana y estaba encantada con las historias.

Entonces, decidió que le personaje de su historia debía ser yo y ese sábado, temprano, se fue a la Feria a buscarme. Finalmente, la puede atender como a las 4:30, después de cumplir con los compromisos adquiridos con la editorial. Charlamos media hora y luego nos tomamos una foto. “Nunca la había visto tan feliz como hoy”, me dijo la mamá, algo que en verdad tocó mis fibras.

Ocho días antes de este episodio, mientras conversaba con un amigo a la espera de que comenzara la firma de libros, una joven como de 22 años se acercó y preguntó por el autor del libro Santa Fe, la octava maravilla. “Es él, aprovéchalo ahora, dile que te firme el libro y te tomas una foto”, le dijo mi amigo. Lo que siguió fue una de las experiencias más embarazosas que viví.

Esta mujer comenzó a llorar y se puso tan nerviosa que no podía hablar. Cuando logramos que se calmara, nos dijo “yo debí ser la primera persona que compró el libro y ya me lo leí dos veces”. Le pedí que lo trajera para firmárselo. “Ay, lo tengo en mi casa”, respondió, al tiempo que nos explicó que esa había sido la razón de su reacción emocional. “Yo regreso la próxima semana; tráelo y te lo firmo”, la invité.

Era una joven universitaria que trabajaba en un stand cercano al de la editorial que me publicó mi libro y, con algo de incredulidad, aceptó mi propuesta. “Por favor, averigua con las personas de la editorial para qué día está programada mi firma de libros. Acá te espero”. Una semana más tarde, apareció con el libro, se lo firmé y, otra vez muy emocionada, nos tomamos unas fotografías.

¿Por qué te comparto estos recuerdos? Para que entiendas el poder de las palabras y de las emociones, para que comprendas cuán feliz puedes hacer a otros casi sin proponértelo, solo con un mensaje que les llegue al corazón. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que tú puedes conseguir lo mismo si te despojas de miedos y prevenciones y compartes tu conocimiento y experiencias.

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Cuando alguien se acerca y me dice que quiere comenzar a escribir, pero no sabe cómo hacerlo y no sabe de qué tema hacerlo, le sugiero que escriba pequeños relatos de experiencias propias que le hayan dejado valiosas lecciones. “Ah, pero es que eso que me pasó a mí a nadie le interesa”, es la respuesta que me ofrecen generalmente y, créeme, carece de fundamento absolutamente.

Veamos un ejemplo: si eres mamá por primera vez y estás agobiada con el cuidado de esa criatura, ¿no te interesaría saber qué hicieron otras mujeres para aprobar esta asignatura? Lo normal es que le preguntes a tu mamá, a tus amigas o a tus hermanas mayores, pero a veces lo que dicen otras mujeres, a las que no conoces, es más útil porque está desprovisto de presiones o intereses.

Otro ejemplo: todos hemos pasado por el dolor de una pérdida, bien sea un familiar, un amigo o hasta una mascota. Hacer el duelo es imprescindible para que ese episodio no se convierta en una carga y nos ayuda a cerrar el ciclo y seguir con nuestra vida. ¿Cuál es la persona indicada para que te ayuda en esta difícil etapa? Alguien que sufrió lo mismo y que nos cuente cómo logró superarlo.

¿Entiendes? En todas las situaciones de la vida, siempre habrá alguien que nos enseñe cómo salir del atasco o cómo conseguir mejores resultados. De hecho, tú puedes ayudar a otras personas que padecen el mismo problema que tú enfrentaste hace unos años o a las que, con tu conocimiento en un área específica, puedas darles luces para encontrar una solución. ¿Cómo puedes hacerlo?

A través de tu mensaje, del impacto positivo que puedes provocar con tus palabras, con tus experiencias y aprendizajes. Desde temas sencillos como, por ejemplo, qué cuidados requiere un cachorro en los primeros seis meses de vida o algunos más complejos como qué disciplina deportiva se recomienda para niños con déficit de atención o que tienen baja autoestima.

Si tú conoces la respuesta a esos interrogantes, créeme, tu mensaje es valioso para otros en la medida en que los ayude a superar el problema. No tienes que ser un especialista, ni haber estudiado la materia, solo requieres reconocer el valor de lo que sabes y compartirlo para que otros puedan disfrutarlo. Solo tienes que contar tu historia y, seguro, alguien te lo agradecerá.

Estos son algunos consejos que te ayudarán a contar esas historias, a transmitir ese mensaje de impacto que genere una emoción positiva en otras personas y les aporte conocimiento:

1.- No es el qué, es el cómo. El qué se refiere al problema, mientras que el cómo está relacionado con la solución. Enfócate en esta última y verás cómo logras llamar la atención con rapidez. Y, si lo que compartes en verdad ayuda a otros a acabar con esa situación que los atormenta, cuanto más sencillo y directo sea lo que escribes, mucho mejor. Cuéntale en detalle cómo lo hiciste.

2.- No omitas los errores. Esto es algo muy importante, porque si solo das instrucciones del tipo de una receta de cocina, cuando se enfrente a la primera dificultad se frenará, no sabrá qué hacer. Explícale cuáles fueron los errores que cometiste y cómo los corregiste o cómo lograste salir del atolladero en el que te encontrabas y hallaste la solución. Ayúdale a evitar los mismos errores.

3.- El punto bisagra. Toda buena historia tiene un punto específico que marca un antes y un después en la trama. El momento en el que se produjo algo, un chispazo o una idea loca, o quizás algo casual que te permitió desenredar el nudo y avanzar. Esta es la clase de información por la que cualquier persona estaría dispuesta a pagar y, por supuesto, si la compartes lo agradecerá.

4.- No te olvides de la moraleja. La moraleja en una historia esta representada por las lecciones que aprendimos de esa situación. Esto es oro puro para otros que padecen el mismo problema y será la razón por la cual se grabarán tu nombre. No importa si es un consejo de cocina, o uno para criar a los hijos, o uno útil para el mantenimiento de vehículo: si funciona, su valor es incalculable.

Una de las principales trabas a la hora de comenzar a escribir es aquella de creer que lo que sabemos o hemos vivido carece de valor para otros. La verdad es que adquiere valor justamente cuando lo compartimos con otros no para que nos cataloguen como expertos, sino como una vivencia que nos dejó una lección. Esa, créeme, es una historia digna de contar, digna de leer.

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¿Quieres escribir buenas historias? Lee la Biblia y escucha rancheras

En una constructiva, divertida e interesante sala en Clubhouse, de la mano del copywriter colombiano Jhon Villalba (@copy.mastery), uno de los asistentes nos formuló una buena pregunta doble: “¿Quiénes son sus referentes en copywriting y qué libros de copywriting recomiendan?”. Mis respuestas desataron una carcajada generalizada y provocaron sorpresa entre los panelistas.

“El mejor ‘copywriter’ que conozco es José Alfredo Jiménez, el autor y cantante de rancheras, y el libro que recomiendo para aprender a escribir buenas historias es la Biblia”, dije. Otros nombraron a reconocidos referentes como Joseph Sugarman, Ray Edwards, Gary Halbert o Claude Hopkins, que son famosos, dejaron huella y se convirtieron en modelos que muchos intentan emular.

Si alguna vez leíste la sección Quién soy de mi web, sabrás que soy muy mal lector, algo que heredé de mi madre. Tengo muchos muy buenos libros, la mayoría de ellos sobre periodismo, estilo y temas relacionados con mi profesión, más otros de superación personal y marketing, que se encuentran en perfecto estado. ¿Sabes por qué? Porque los compré y nunca los leí.

Sobra decirte que de cuando en cuando, no solo el 31 de diciembre de cada año, hago el firme propósito de adquirir el hábito de la lectura. Sin embargo, no he podido, no he sabido cómo hacerlo. Según las teorías que el imaginario popular acepta como verdades sentadas en piedra, debería ser un muy mal escritor, pero no es así. “Cuanto más leas, mejor escribirás”, nos dicen.

Pero, quizás lo sabes, nunca hay un solo camino para llegar a un destino. Como tampoco ningún camino es una línea recta y ningún trazado es completamente plano. Para escalar una montaña, así sea el Everest, no hay un único sendero: hay varias rutas y tú transitas aquellas por la que te sientas más cómodo o por la que creas que vas a conseguir el objetivo con menos dificultades.

En mi caso, en vez de leer, utilicé ese tiempo en escribir, escribir y escribir. Hasta que me convertí en escritor, hasta que perfeccioné la técnica y desarrollé la habilidad en un nivel muy superior al promedio, hasta que forjé un estilo propio. Y aquí estoy, disfrutando de lo que hago y, en especial, de poder transmitir ese conocimiento y experiencia a quienes desean aprender a escribir mejor.

Las rancheras me gustaron desde niño porque son las canciones preferidas de mi papá y, por supuesto, se escuchaban mucho en cada fecha especial. Y su cantante favorito era justamente José Alfredo Jiménez. Pa’ todo el año, Paloma querida, Juan Charrasqueado, El rey, Ella, El jinete, Serenata huasteca, Amarga Navidad, Amanecí en tus brazos y Si nos dejan siempre sonaban.

Si revisas la letra de cada una de sus canciones, y de muchas otras más, verás que son historias geniales, muy descriptivas y que cumplen con el objetivo primordial del storytelling: conectar con las emociones y despertar la imaginación. En sus temas, José Alfredo Jiménez nos transporta a los escenarios de sus relatos, nos convierte en actores de la trama y nos brinda algún mensaje.

En esta nota, sin embargo, me interesa profundizar en la Biblia. Lo que te voy a decir nada tiene que ver con creencias religiosas, con Dios o con si eres o no un católico practicante; ese no es un asunto mío. Lo mío, lo sabes es enseñarte a escribir, a desarrollar la habilidad de la escritura y para conseguir esos objetivos los textos del libro más vendido de la historia de la humanidad son útiles.

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Aunque no nos damos cuenta, aunque lo aceptamos de muy buena gana porque asumimos que no nos están vendiendo, las historias de la Biblia hacen realidad lo que muchos emprendedores no logran conseguir: exponer y agitar un dolor (a través de las múltiples manifestaciones del pecado), generar una emoción (culpa, generalmente) y llevarnos a una conversión (realizar una acción).

¿Lo habías percibido? Es marketing, marketing del bueno. Además, con un ingrediente adicional: lo que historia no nos diga, el sacerdote en su homilía nos lo brinda, es decir, la interpretación. Sin embargo, las historias en sí mismas son poderosas, muy bien elaboradas y, de lo que casi nadie se da cuenta, cumplen muy bien con el libreto del storytelling, aplican las leyes de la persuasión.

Una de las principales características de los relatos bíblicos es que no se centran en las ideas (que están bajo la superficie), sino en eventos, en hechos puntuales. Nos narran escenas y episodios como los de las series que nos atrapan en Netflix, con una trama muy bien elaborada y un conflicto claro: la amenaza del pecado y el efecto negativo que este produce en nuestra vida.

La mayoría de estas historias reúne los requisitos necesarios para construir un mensaje poderoso: nos ubican en un escenario que nos resulta familiar, porque es muy real; nos presentan un avatar (personaje) creíble que sufre por un dolor (sus pecados) y está en busca de una solución. Y hay un héroe (Dios o un ser supremo) que tiene la capacidad para acabar con el sufrimiento y liberarlo.

Uno de los recursos más impactantes que utilizaron quienes escribieron los relatos bíblicos es el de las parábolas. El grano de mostaza (Mateo 13), La oveja perdida (Lucas 15), La fiesta de bodas (Mateo 22), El hijo pródigo (Lucas 15) o La parábola del sembrador (Marcos 4) son algunos de los ejemplos más reconocidos. Algunos son textos muy cortos, pero hay otras más elaboradas

La mayor virtud de las parábolas es que se narran en un lenguaje muy sencillo, que hasta un niño puede entender, y transmiten un mensaje poderoso. Son historias completas, es decir, con un principio, un desarrollo, un final y, algo muy importante, con moraleja (enseñanza). Además, se enfocan en un tema específico, lo cual evita que la atención se disperse y que el mensaje pierda impacto.

El fin último de las parábolas es didáctico y trasciende el ámbito de la religión. Si conoces estos relatos supongo que habrás notado que encierran lecciones que nos sirven para la vida cotidiana, para cualquiera actividad que desarrollemos porque, en esencia, están enfocadas en construir nuestra mejor versión. Una parábola nos ofrece un escenario, un problema, una solución y una lección.

Si logras escribir textos que sigan ese camino, sin duda, tarde o temprano, te convertirás en un buen escritor. Estoy completamente seguro de que en tu vida hay mil y un episodios simples como los que se relatan en los textos bíblicos y que también encierran poderosas lecciones. Solo debes abrir el baúl de los recuerdos y las experiencias para encontrar esas historias dignas de contar.

Mi invitación es a que la próxima vez que en la iglesia escuches algún texto bíblico lo veas con ojos diferentes: no como un texto religioso, sino como una historia o relato de la que puedes aprender mucho para escribir. También puedes tomar una Biblia en tu casa y revisar alguno de estos textos, identificar su estructura y tratar de replicarla. Si practicas seguido y le pones fe, ¡lo lograrás!

No te olvides de que dentro de ti hay un buen escritor y de que, además, la vida y lo que has vivido son fuente inagotable de historias increíbles que, sin duda, a otros les encantarán. Son historias que no apreciamos, a las que no les damos el valor que tienen o, de otra forma, que no sabemos cómo contarlas. Solo requieres activar la imaginación y, para eso, los textos bíblicos son excelentes.

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