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Desarrolla esta cualidad (hábito) y escribir será como un juego para ti

“Ten cuidado con lo que preguntas, no vaya a ser que no te guste la respuesta”. Esta fue una premisa que aprendí, hace muchos años, cuando comenzaba mi trayectoria como periodista y debía entrevistar a diversos personajes. En aquella época, del siempre complicado mundo del espectáculo y la farándula, algunas estrellas ya consagradas y otras, en pleno ascenso.

Cuando uno es joven e inexperto, cuando desconoce cuáles son las normas bajo las que se rigen ciertas actividades, está expuesto a pasar límites establecidos. De ahí la advertencia, que no solo fue pertinente en ese momento, sino que se convirtió también en una máxima de vida para todas las actividades de la vida. Sabiduría popular de esa que siempre te sirve.

Suelo acudir a ella cuando algún cliente o un alumno de mis cursos me pregunta qué necesita hacer para empezar a escribir. Es una pregunta simple, hasta tonta, que no deja de causarme sorpresa. ¿Por qué? Porque los seres humanos, prácticamente todos, escribimos todos los días en el estudio, en el trabajo o en actividades recreativas como gestionar las redes sociales.

Lo que sucede es que hay una larga distancia entre lo que hacemos y lo que queremos hacer. Una distancia que surge del modelo que nos impone el mercado, que nos exige ser los mejores o hacerlo como profesionales, cuando no es necesario. No, mientras tu intención sea distinta de vivir de escribir, mientras escribir para ti solo sea un pasatiempo o solo quieras mejorar tu estilo.

En otras palabras, pensamos que, si no escribimos como un escritor profesional, no sirve. Y no es así, de ninguna manera. Puedes jugar al tenis y disfrutarlo si necesidad de ser Roger Federer o Rafael Nadal. Puedes salir a pasear en bicicleta sin pensar en competir con Egan Bernal o Richard Carapaz. Puedes cantar en un karaoke sin ilusionarte con ser Shakira o Raphael.

¿Entiendes? Ahora, otra consideración: que no juegues al tenis como Federer, que no seas un escalador infumable como Bernal o que no cantes como Shakira no quiere decir que seas malo o mediocre. Ellos son profesionales, están dedicados 24/7 a esa tarea. Lo tuyo con la escritura es más nivel amateur, que igual vale la pena. No ser un profesional no debe ser un obstáculo.

Y hay algo que quizás sabes, o necesitas saber: la escritura es una habilidad que cualquier puede desarrollar y que, una vez aprendida, puede ser mejorada, perfeccionada. O, dicho de otra forma: nunca se termina de aprender. Ni siquiera los escritores consagrados, los que viven del oficio, dejan de aprender; siempre están en evolución, siempre con opción de crecer.

Entonces, la edad tampoco es un obstáculo; apenas, en algunos casos, una excusa. Así mismo, no es requisito que hayas leído todas las obras cumbre de la literatura, todos los clásicos, a todos los maestros de la literatura, para escribir. De hecho, no todos te servirán porque no conectas con ellos, porque no son del género que te atrae, porque son demasiado complejos.

Dado que se trata de una habilidad, como cocinar, como montar en bicicleta, como patinar o bailar, escribir requiere práctica. Cuando más practiques, más rápido encontrarás un estilo propio (que es fundamental) y más rápido, también, evolucionarás. Que significa cambiar, desaprender y volver a aprender y, sobre todo, arriesgarte a entrar a universos desconocidos.

Y no tienes que comenzar el proceso de escribir como autor de una novela. Arranca por el principio, por lo sencillo, lo que puedas controlar sin que te abrume. ¿Un diario? ¿Un blog? ¿Artículos de análisis sobre distintos temas de la realidad? Elige el que quieras, aquel en el que te sientas más cómodo, en el que puedas avanzar tranquilamente sin quedarte bloqueado.

Escribe lo que se te ocurra, escribe cuando pases por distintos estados de ánimo, escribe sobre lo que ves en la calle, escribe sobre tus sentimientos (miedos o sueños), escribe sobre tus hijos o tu pareja, en fin. ESCRIBE. Fíjate una rutina, elabora un plan de contenidos y lánzate a la aventura, sin miedo. Solo progresarás en la medida en que haya un método, un proceso.

Y, claro, la cualidad más importante, la imprescindible. ¿Sabes cuál es? No es el talento, que todos lo poseemos de manera ilimitada. No es la inspiración, que es un bulo que nos vendieron y la gente se lo creyó. No es un don con el que la naturaleza dotó a unos pocos o un privilegio de unos elegidos. No es esa sarta de mentiras que uno encuentra en internet, ¡puro humo!

Entonces, ¿cuál es? La DISCIPLINA. Sí, la DIS-CI-PLI-NA. En mayúsculas, unida o separa por sílabas, como lo prefieras. Es la ficha que le hace falta al rompecabezas de la mayoría. Es un recurso transversal, que necesitas desde el comienzo hasta el final. Una cualidad que debes utilizar en todos y cada uno de los pasos del proceso, la única que te garantiza el éxito.

El obstáculo principal de la mayoría de las personas que quieren escribir es que no saben cómo hacerlo o, de otra forma, de qué escribir. Se enfrentan al síndrome del impostor, por el que no se sienten capaces de escribir sobre ningún tema. Y también sienten pánico (que se esmeran en ocultar) por lo que puedan decir otros, por las críticas, porque quizás no las aprueben.

Excusas, solo excusas. Igual que cuando quieres practicar algún deporte y, por falta de disciplina recurres a ellas. Igual que cuando no eres capaz de seguir un régimen alimenticio sano y recurres a ellas. Igual que cuando no puedes soltar el vicio de fumar y siempre tienes un motivo para hacerlo (una excusa). Igual que cuando quieres leer un libro, pero nunca empiezas…

El hilo conductor de esos empleos, lo que hay detrás de esos fracasos no es más que falta de disciplina. Hacer lo que hay que hacer, aun cuando no tengas ganas, o estés cansado, o tienes una reunión con tus amigos, en fin… La DISCIPLINA, quizás lo sabes, es un hábito, es decir, una conducta que se puede aprender. ¿Lo mejor? Una vez la aprendes, ¡jamás se te olvidará!

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Ahora, cómo puede ayudarte la DISCIPLINA en el proceso de escribir:

1.- En la fase de recopilar información.
Cuando por fin deciden dar el paso y comenzar a escribir, muchas personas tropiezan con un obstáculo: ¿y ahora de qué escribo? Para que esto no te ocurra, adquiere el hábito de recopilar información de tantas fuentes como sea posible: anota ideas que se te ocurren, guarda textos y artículos impresos que te llamen la atención, videos o fotografías, conferencias o audios.

Las buenas ideas vuelas por ahí, silvestres, solo hay que tener una red para atraparlas. Esa red es la DISCIPLINA. Estadísticas, enlaces de webs o textos que hayas producido antes también son útiles. Guárdalos con orden, ojalá clasificados, para que la consulta sea fácil y rápida. Y no olvides la música: tus canciones preferidas son fuente inagotable de buenas ideas para escribir.

2.- Para establecer un método.
Sin un método, el proceso de escribir será tedioso y complicado. Esa es, justamente, la razón por la cual tantas personas tiran la toalla. Debes diseñar tu propio paso a paso, un sistema que puedas replicar una y otra vez y que te dé buenos resultados. Que, además, sea divertido, que no sea una excusa para procrastinar. El método es el as bajo la manga de los buenos escritores.

Puedes investigar cómo lo hacen los escritores que admiras, establecer cuál es su rutina. Luego, la modelas a tu personalidad, le das tu toque y la sigues con DISCIPLINA. Entiende, eso sí, que el mejor método del mundo es inútil si no lo aplicas con juicio, si decides tomar el atajo de la improvisación o, peor aún, eliges sentarte a esperar que la tal inspiración llegue a ti.

3.- Para establecer una estructura.
Una estructura, si bien es similar a una receta de cocina, no es una camisa de fuerza. Cuanto más flexible sea, mucho mejor, porque así te convertirás en un escritor versátil, no en uno aburrido que produce textos idénticos. No hay fórmulas secretas y, como en el punto anterior, puedes investigar cuál es la estructura que utilizan aquellos escritores que te inspiran.

Prueba distintos modelos, mira con cuál te sientes más identificado, más cómodo. Y no dejes de darle tu toque personal, que es finalmente lo que te hace distinto y único. Cuando tengas una estructura definida, trabájala, practícala cuanto más puedas. Solo así la incorporarás, la convertirás en algo automático. Método + Estructura son las cualidades de los mejores.

4.- Para aprender más.
Lo que sabes, lo que has vivido y lo que piensas/sientes te ayudará a comenzar, pero si lo que deseas es ser un escritor productivo, será insuficiente. Una vez elijas el tema (s) del que vas a escribir, una línea editorial, investiga, lee a los referentes, mira los videos que puedas hallar en la red y mantente con la mente abierta para aprender más, para profundizar tu conocimiento.

A veces, muchas veces, buenos escritores se estancan porque, después de recibir las críticas favorables de sus lectores, creen que ya lo saben todo. Y dejan de aprender. Esa es la razón del estancamiento. No olvides, así mismo, que hoy las audiencias son universales, que tus escritos pueden ser leídos por cualquiera en cualquier lugar. Preocúpate porque te elijan una y otra vez.

5.- Para escribir.
Lógico, ¿cierto? Lo ideal es que antes de sentarte frente al computador hayas completado el proceso previo. ¿Cuál? Determinar el tema, investigar (recopilar la información) y establecer la estructura (idea central, contexto, desarrollo y moraleja o conclusiones). Si algo hace falta, no me canso de repetirlo, el proceso de escribir se frenará en algún punto (y tirarás la toalla).

Parte de la DISCIPLINA del buen escritor consiste en contar con los equipos y el ambiente adecuados para escribir. Luz y ventilación adecuadas, una silla cómoda y, en fin, un espacio diseñado especialmente para esta labor. También, conviene fijar un horario o, cuando menos, una rutina (una hora, dos horas…) y ajustarse a él. La DISCIPLINA es socia de la IMAGINACIÓN.

No es porque no sepas cómo hacerlo, porque de hecho lo haces todos los días. No es porque no tengas el conocimiento, porque estoy seguro de que posees mucho acerca de un tema. No es porque no puedas hacerlo, porque es una habilidad que cualquiera está en capacidad de desarrollar. No es porque te falte talento, porque el ser humano es una fuente inagotable.

Si no escribes, si tienes la inquietud desde hace tiempo, pero no comienzas, la única razón es porque te falta DISCIPLINA. Lo demás, todo lo demás, son excusas. Piensa en todo aquello que en algún momento de tu vida creíste que era imposible; piensa en cómo con DISCIPLINA fuiste superando uno tras otro todos los obstáculos; ahora, aplica esto mismo para escribir. ¡Voila!

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5 tipos de contenido para conectar con tu audiencia y comenzar a vender

Vender, vender, vender… El 95 por ciento (¿o más?) de los contenidos que vemos en internet tienen un único objetivo: ¡VENDER! Y, lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que la gran mayoría de ellos están cortados con la misma tijera, utilizan el mismo copy (sí, el famoso y odioso copy + paste), las mismas plantillas. Y, claro, obtienen los mismos resultados, mediocres resultados.

Una de las características del mercado del marketing en los últimos años es aquella de que la mayoría elige el atajo, el camino que se antoja más corto, para llegar a la meta. ¿Y cuál es la meta? Vender. Y casi siempre ese atajo es copiar la fórmula perfecta que pregona alguno que dice que vendió miles de dólares, que tiene cientos de miles de clientes, que es un referente…

Quizás sea cierto (quizás), pero lo que sí puedo asegurarte es que no existe la fórmula perfecta. ¿Eso qué quiere decir? Que tú puedes aplicar las estrategias que le permitieron a Elon Musk llegar a ser el hombre más rico del mundo, pero no necesariamente vas a obtener los mismos resultados. Si esa fuera una premisa, ¿por qué nadie ha logrado alcanzar la meta?

Es lo que mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, de MercadeoGlobal.com, llama “marketing incestuoso”. ¿Eso qué significa? Que, dado que todos hacen lo mismo, que todos utilizan las mismas estrategias, que todos les apuntan a los mismos clientes, nadie va a obtener los resultados esperados. Lo más seguro es que van a saturar el mercado.

Que es realmente lo que sucede hoy. La pandemia provocada por el COVID-19 generó un fenómeno llamativo: personas que solo utilizaban internet para gestionar sus correos o para publicar en redes sociales, encontraron allí una oportunidad laboral. O, por lo menos, se volcaron a buscarla, en vista de que las posibilidades en el ámbito físico se redujeron.

El problema, porque siempre hay un problema, es que muchas de esas personas cayeron en las manos de los depredadores, de los vendehúmo que solo querían apoderarse de su dinero. Y cuando lo consiguieron se esfumaron, desaparecieron como si fuese un acto de prestidigitación. Otros, mientras, lo intentaron, pero se desilusionaron porque querían resultados inmediatos.

Es decir, pensaban que hacer negocios en internet era como ir al casino a apostar, a probar suerte. Y nada más alejado de la realidad. Hoy, gracias a internet, cualquier profesional (médico, abogado, comunicador, contador, odontólogo o coach) puede vender en internet a partir de sus conocimientos, de sus talentos. Cualquier puede, pero pocos lo hacen.

¿Por qué? Porque se enfocan en vender, solo en vender. Y esa no es la forma en que funciona. ¿Por qué? A los seres humanos, a todos sin excepción, nos encanta comprar, es uno de nuestros pasatiempos favoritos, y nos encanta la sensación de felicidad cuando tenemos en las manos aquello que deseábamos. Sin embargo, todos los seres humanos odiamos que nos vendan.

Al menos, de la manera agresiva, directa y, casi siempre, descarada en que lo hacen a través de internet o canales digitales como tu teléfono. Tampoco en esa instancia que llamamos a puerta fría, es decir, antes de que se establezca un vínculo de confianza y credibilidad entre tú y la persona que intenta venderte, antes de que entiendas que tienes esa necesidad puntual.

Que intenten venderte en frío es una de esas incómodas situaciones a las que nos enfrentamos todos los días. Y no solo a través de internet, sino también en el mundo físico. Tan pronto cruzas la puerta de un almacén, sin falta, un dependiente se te lanza a… ¡venderte! Es porque creemos que ese es el modelo de servicio ideal, cuando en realidad nos molesta y ahuyentan.

Así mismo, es menester comprender que la venta es un resultado, una consecuencia, del proceso. Pero, y este es el origen del error, no del proceso de venta, sino de ese proceso de intercambio de información y de experiencias; del proceso de identificación y empatía a través del cual dos seres humanos, inclusive a través de canales virtuales, desarrollan una relación.

Lo primero, lo FUNDAMENTAL, entonces, es la relación. Sin ella, la venta es muy difícil. Sin ella, la venta es incómoda y solo contribuye a levantar más objeciones. Sin ella, la venta se queda en una mera transacción y después tendrás que volver a comenzar de cero para intentar venderle otra vez a esa misma persona. La venta es una consecuencia de la relación.

Ahora, si entras a internet y realizas una simple consulta, hallarás mil y una respuestas, que en esencia son mil y una fórmulas perfectas, que te dicen qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. Ah, y con quién hacerlo. Allá tú. Porque fórmulas perfectas no hay, porque solo hay estrategias que a otros les han dado buen resultado y que tú puedes modelar en tu negocio, en tu trabajo.

Una de esas estrategias, transversal en todos los personajes, empresas y negocios que son exitosos, que lideran el mercado y que están en capacidad de influir positivamente en el mercado, es la generación de contenido. Todos, absolutamente todos, crean y comparten contenido de valor. No ese que infla el ego o del que te presenta como un superhéroe; no.

Que es, básicamente, el que recibimos y vemos todos los días en internet y en los medios de comunicación tradicionales. Es aquel subordinado al clic fácil, a los titulares escandalosos y/o morbosos, al intento de convertir en noticia la vida privada de los demás, en fin. Contenido que, al final, no es más que pornobasura, de esa que produce hastío a kilómetros de distancia.

Para entablar, fortalecer y disfrutar una relación, mientras, se requiere contenido de valor. Que no abunda por ahí, dentro o fuera de internet. Que no se enfoca exclusivamente en la venta, sino en nutrir, en educar, en informar, en entretener. Porque, quizás lo sabes, estos son los objetivos que persigue una persona común y corriente cuando entra a internet.

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Crear contenido de calidad es más fácil de lo que crees, siempre y cuando tomes el camino correcto. ¡Nada de vender!, por supuesto. No se trata de producir mucho, CANTIDAD, sino bueno, CALIDAD. Y variedad, que es muy importante para no aburrir a tu audiencia, para mantener el interés, para llamar su atención con cada una de las propuestas que le ofreces.

Entonces, ¿qué tipos de contenidos debe incluir tu estrategia de comunicación con el mercado, con tu audiencia? Veamos:

1.- Reflexivo.
Quizás te llame la atención que sea la primera opción. Sin embargo, especialmente en los últimos tiempos de incertidumbre y zozobra, ha cobrado fuerza. Porque nos brinda paz, nos ofrece compañía en medio de la soledad, nos permite bajar los decibeles del ruido de la histeria colectiva mundana. Invita a reflexionar a tu audiencia con buen contenido.

2.- Inspirador.
Un poco en la misma línea del anterior. Que tras la reflexión (que es una conversación abierta y honesta contigo mismo) venga la acción, el hacer. El contenido que da cuenta de las duras experiencias de otros, de cómo sortearon las dificultades, de cómo se rediseñaron, nos ayuda a entender que es posible, que nosotros también podemos lograrlo, que lo merecemos.

3.- Educativo.
Internet es, quizás lo has comprobado, la fuente de conocimiento más amplia y democrática que jamás haya existido. Sin embargo, hay de todo como en botica y, tristemente, mucho de eso no es bueno, es pornobasura. Produce contenido educativo de calidad, relacionado con aquello en lo que eres experto, y tu audiencia valorará y agradecerá que lo compartas.

4.- Entretenido.
A diferencia de lo que nos dicen, los seres humanos no nos conectamos a internet para comprar o para trabajar; el objetivo primordial es distraernos, buscar distracciones que nos permitan lidiar con la histeria de la vida diaria. Si tu contenido logra superar el tristemente célebre límite de lo ridículo, que abunda en internet, y además aporta valor, ¡fantástico!

5.- Empático.
Parece obvio, pero no lo es. ¿Por qué? Porque la gran mayoría del contenido que vemos por ahí, dentro y fuera de internet, es de corte ególatra, personas que hablan de sí mismas como un disco rayado. Procura que tu contenido se centre en los intereses, deseos y necesidades de tu audiencia, lo cual no quiere decir que no puedas compartir tu opinión o experiencias.

Muchas personas no crean contenido propio porque no entienden los beneficios y, entonces, se enfocan en vender. Luego, no venden y no saben qué hacer. Y siempre están expuestos al dilema de ¿cómo crear contenido de valor? Olvídate de tu producto o servicio, de una oferta, de vender, y enfócate en aportar valor mezclando los cinco ingredientes que te mencioné.

Ahora, es importante señalar algo: la más poderosa estrategia de contenido requiere tiempo. O, en otras palabras, una estrategia de contenidos, cualquiera, requiere tiempo. No obtendrás resultados de un día para otro, de una semana a la otra. Con consistencia, con disciplina, con temas que estén conectados con tu audiencia, necesitarás al menos seis meses.

¿Demasiado tiempo? A mi juicio, no. Para mí, demasiado tiempo es el que se pierde intentando vender en frío, publicando contenido que no le interesa a nadie, que no conecta con tu audiencia, al que nadie le saca provecho. Eso es perder tiempo, dinero, recursos, y desperdiciar tus talentos, tu conocimiento. ¿Qué tal si pruebas los cinco tipos de contenidos que te propongo?

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Marca personal: cómo ser una ‘love Brand’ con un mensaje poderoso

“Yo confieso, ante Dios Padre todo poderoso y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Esta frase, que los católicos pronunciamos cada vez que asistimos a la santa misa, esconde uno de los problemas más serios a los que nos enfrentamos cada día. ¿Sabes a cuál me refiero? Aquel de transmitir una imagen de perfección que no existe.

“Mostramos éxitos, no fracasos;
alegrías, no decepciones;
fortaleza, no debilidades;
ovaciones, no humillaciones;
aciertos, no errores.
Transmitimos una ilusión que no existe.
Olvidamos lo que aprendemos de ese lado oscuro
que nos empeñamos en ocultar.
No te olvides de ser humano”
.

Esta poderosa reflexión fue publicada en sus redes sociales por mi buen amigo Hyenuk Chu, el gurú de las finanzas y de las inversiones en la Bolsa de Nueva York. Si no lo conoces, si no sabes quién es, date una pasada por sus canales digitales (blog, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube o Spotify). Encontrarás muchísimo contenido de alto valor y una revista digital.

Cuando la leí, te lo confieso, me impactó. Si bien procuro ser tan transparente como puedo, porque no tengo nada que esconder y no me avergüenzo de mis errores en virtud de tanto que me enseñaron, me sentí reflejado en esas palabras. Más que parte de la naturaleza humana (no creo que sea así), es la respuesta a hábitos adquiridos, a comportamientos modelados.

Nuestros padres (y sus padres, y los padres de ellos, y así sucesivamente), que en el proceso de educarnos hicieron lo mejor que podían con los recursos de los que disponían, con su ejemplo y con sus dichos nos enseñaron a mostrar lo bueno. Y no está mal, porque cada persona es un universo increíble con mil y una valiosas características que lo hacen único y especial.

Sin embargo, y asumo que coincides conmigo, esta es solo una cara de la moneda. Y todas las monedas, absolutamente todas, tienen dos caras. Y a veces, al menos en algunas de las etapas de la vida, vivimos más fracasos, más decepciones, más humillaciones y cometemos más errores que aciertos, ovaciones, fortaleza alegrías y éxitos. Esa es la dura realidad.

Y es precisamente en esas épocas, llamémoslas difíciles, en las que más tendemos a encerrarnos, a protegernos. Buscamos blindarnos porque, aunque no lo reconozcamos de manera consciente, nos sentimos vulnerables. Y la reacción natural (esta sí) es elevar cuantas barreras sean necesarias para evitar más daño. Barreras que son mecanismos de defensa.

Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no sirven para nada. De hecho, y lo he experimentado, nos provocan más daño del que pretendemos evitar. ¿Por qué? Porque, como bien lo dijo el amigo Hyenuk, vendemos una imagen falsa, mostramos una cara que no tenemos. En otras palabras, construimos una mentira que tarde o temprano se caerá, y nos caerá encima.

Más en tiempos como los actuales, en los que la base de las relaciones sólidas consiste en ser auténticos, en ser honestos, en construir mensajes poderosos capaces de generar un impacto (ojalá positivo) en la vida de otros. La gente, la mayoría (y me cuento ahí), está cansada de la hipocresía, de los abrazos falsos, de palabras melosas que esconden la envidia y resentimiento.

Olvidamos, quizás, el poder que tiene nuestra marca personal, o dicho de otra manera el poder que tenemos como marca. Todo lo que hacemos, y lo que no hacemos, y la forma en la que lo hacemos transmite un mensaje poderoso. Para bien y para mal. Un mensaje que, si lo permitimos, puede convertirse en un búmeran que se vuelva contra nosotros y nos golpee.

El problema es que no nos damos cuenta, o no sabemos, que somos una marca. Que se construye, se rediseña, se reformula, se nutre, desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. Todo lo que hacemos (y lo que no hacemos) y la forma en que lo hacemos contribuye a crear esa marca personal, que es un mensaje que transmitimos todo el tiempo.

La marca personal es como otros te perciben, el mensaje que transmites, lo que eres y el valor que aportas, el impacto que produces en la vida de otros. La forma en que saludas, cómo te ríes, de qué manera reaccionas a una agresión, cómo tratas a los niños y adultos mayores o a los animales, son mensajes que hablan por ti, que dicen mucho de ti. Es el poder de la marca.

Que tiene beneficios invaluables:

Genera confianza
Genera empatía
Genera autoridad
Genera identificación
Conecta con las emociones de otros

Hoy, por si no lo sabías, lo que la gente compra no es un producto o un servicio. Compra el resultado de lo que tú ofreces, la transformación. En otras palabras, te compra a ti, que ya dejaste atrás las dificultades, que sorteaste los malos momentos y construiste una mejor versión. Te compra a ti, que eres el modelo que otros quieren imitar, que inspira a otros.

Si te conviertes en una marca apreciada por el mercado, tendrás el doble de posibilidades de que tus clientes te recomienden con otras personas de su entorno. Además, estarán dispuestas a pagar lo que les ofreces, aunque sea más costoso que la competencia. Y, si la relación es satisfactoria, si cumples lo que prometes, no dudarán en comprarte otra vez.

No importa si eres médico, abogado, periodista, coach o contador; no importa cuánto tiempo llevas en el mercado o si acabas de llegar. Lo que importa es la marca que construyes, el mensaje que transmites, el impacto que logras. Tu tarea, independientemente de aquello a lo que te dedicas, consiste en convertirte en una love Brand, una marca que enamora.

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Ahora, supongo, te preguntarás cómo ser una marca que enamora. La clave está en la respuesta que ofrezcas a estos interrogantes:

¿Qué te define?
¿Qué hace único?
¿Cuáles son tus valores?
¿Qué te hace valioso?
¿Cuáles son tus principales habilidades?

Si no sabes cómo hallar las respuestas (que no las hay correctas o incorrectas, porque, no lo olvides, tú eres único), este decálogo, sin duda, puede ayudarte. La clave, por supuesto, está en despojarte de los miedos, del ego y responder tan honestamente como sea posible. Al fin y al cabo, no es un examen, sino un ejercicio profesional con el fin de construir tu mejor versión:

1.- Autoconocimiento.
Todo parte de ti, entiéndelo. Lo que recibes es simplemente lo que la vida te retorna tras haberlo compartido con otros. Y para compartirlo necesitas saber quién eres, cómo eres. El autoconocimiento es una apasionante aventura a tus profundidades. ¡No te lo niegues!

2.- Autenticidad.
Nos venden, cada día, decenas de modelos que, nos dicen, debemos imitar si queremos ser felices y/o exitosos. La verdad es que el único camino para ser feliz y exitoso es ser tú mismo, con lo bueno y lo malo. Ser auténtico es lo que te hace único, lo que te hace especial.

3.- Honestidad.
Nadie es perfecto y quizás ese no sea el ideal que persigas. Más bien, sé fiel a tu esencia, a lo que eres, a lo que has logrado construir. Admírate, valórate y quiérete al punto de trabajar cada día en mejorar, en inclinar la balanza del lado de tus fortalezas, sin olvidar tus debilidades.

4.- Consistencia.
La marca, lo mencioné, es una construcción que comienza el día en que naces y termine aquel en el que mueres. No siempre somos conscientes de ello, pero tan pronto tomes el control vas a necesitar consistencia para trabajar, para alcanzar los resultados que te propones.

5.- Constancia.
Un complemento de la anterior. Entiende que la vida no es una carrera de velocidad, un esprint de 100 metros, sino una ultramaratón de resistencia. Un paso a la vez, un paso cada día, con constancia, y pronto verás que estás más cerca del objetivo que del punto de partida.

6.- Coherencia.
No es fácil, pero es posible. Procura que aquello que piensas, aquello que sientes, aquello que dices y aquello que haces esté alineado, que no haya contradicciones profundas. Esta es una característica que blinda tu mensaje, que le da un poder inmenso a tu marca personal.

7.- Propósito.
Debería ser el primero en la lista, pero el orden de los factores no altera el producto. ¿Cuál es tu razón de ser? ¿Por qué llegaste a este mundo? ¿Cuál fue la misión que te encomendaron? ¿Por qué y para quién haces lo que haces? El propósito es el eje transversal de la marca personal.

8.- Mentalidad abierta y de crecimiento.
Enfócate en lo positivo, en lo constructivo, y aléjate de lo tóxico, de lo negativo, de lo destructivo. Aprende que no te conviene estar en todos los lugares, que hay personas de las que debes apartarte. Sé tolerante, paciente y curioso, respetuoso de los otros y de ti mismo.

9.- Capacidad de cambio.
Si te resistes al cambio, no podrás avanzar. Y, lo peor, malgastarás tus energías, tus recursos. Pon en práctica la resiliencia y aprende a adaptarte a las nuevas circunstancias. Ser maleables es una característica que permite a algunos seres humanos sobresalir del montón.

10.- Constante aprendizaje.
Para construir una marca personal poderosa y tu mejor versión requieres aprender cada día, sin falta. Y desarrollar habilidades que fortalezcan y complemente tus talentos. Sé un eterno aprendiz, comparte lo que sabes y luego la vida te devolverá maravillosas recompensas.

Cuando el mercado, los demás, te perciba como una love Brand, una marca personal poderosa, obtendrás grandes beneficios. Primero, podrás vender tus productos o servicios a precios premium; segundo, tus clientes satisfechos te promocionarán y a través del voz a voz atraerán otros buenos clientes; tercero, tus clientes serán fieles y te comprarán una y otra vez.

Dedicado a la comunicación, a la creación de mensajes de impacto, aprendí de la vida que me fue encomendada la misión de transmitir mis conocimientos y experiencias para ayudar a otros. Un privilegio que procuro honrar cada día y por el que trabajo mi marca personal con el fin de ser una love Brand capaz de dejar una huella positiva, un legado, una historia positiva…

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¿Cómo atraer a tu cliente potencial con contenido? Esta es la clave

Si hicieras una rápida encuesta entre 10 mujeres de tu círculo cercano y les preguntaras ¿qué les incomoda de un hombre que acaban de conocer? ¿Por qué motivo en especial se negarían a salir de nuevo con él?, ¿cuál crees que sería el resultado? Te apuesto, con muy buenas opciones de ganar, que al menos 8 de ellas dirían “que hable todo el tiempo de sí mismo”.

Es un síndrome que todos los hombres hemos sufrido en algún momento de la vida, pero que para algunos resulta incurable. En especial, en estas épocas de exhibición mediática, de esos personajes que llaman influencers, una ridícula versión venida a menos de los bufones. Y, claro, también hay aspectos culturales, enseñanzas y ejemplos que recibimos en la niñez.

Además, a los seres humanos nos encanta hablar de nuestras hazañas, de los logros alcanzados, de los cargos que ocupados en el ámbito laboral, de la admiración de despertamos en otros. Hablar de eso nos hace sentir bien, nos alimenta el ego. Y está bien, siempre y cuando entendamos que hay un límite que no debemos cruzar, un punto de inflexión.

Es, exactamente, lo que uno ve todos los días en internet. Personas valiosas que ofrecen productos y servicios útiles que quizás en algún momento puedan interesarte o, mejor, que necesites. Sin embargo, te ahuyentan con su manía de “hablar de sí mismos”, de la cantaleta de su “producto perfecto”, de sus “fórmulas ideales” o de sus “plantillas infalibles”.

Eso, por supuesto, además del monto de su cuenta corriente, del auto de lujo que acaban de comprar, de la lujosa casa que habitan, del último viaje que realizaron, en fin. La verdad es que a nadie, absolutamente a nadie, le interesa eso. A excepción de su familia, claro, pero no a un potencial cliente que anda en busca de una solución efectiva al problema que lo aqueja.

El gran problema con la generación de contenido, tanto por parte de empresas y negocios (grandes, medianos o pequeños) como de emprendedores, es que solo tienen un objetivo: ¡VENDER! Y no solo eso: venden de manera agresiva, a veces hasta abusiva, y tratan de convencerte de que lo que te ofrecen es “la solución perfecta” para todo en tu vida.

¿Qué está mal? Que jamás podrás venderle a una persona que no esté plenamente consciente de su problema, primero, y que además esté en modo búsqueda de solución, después. Es como si vas al médico y, antes de realizar examen alguno, casi sin preguntarte las razones de tu visita, te diagnostica una cirugía de urgencia. Lo primero que te produce es pánico, ¿cierto?

El cierre de la venta, por si no lo sabías, es la consecuencia del proceso que se da desde que tu cliente potencial (prospecto) toma contacto contigo, a través de cualquier medio o canal, y cuando se da la transacción (compra efectiva). Lo importante, entonces, es lo que sucede en el proceso, lo que haces por esa persona, el valor que le aportas, cuánto puedes ayudarla.

En el ámbito del marketing, hay una popular frase que se aplica perfectamente al copywriting o a las estrategias de generación de contenido: “Nunca pidas matrimonio en la primera cita”. ¿A qué se refiere? A que nadie te comprará antes de que puedas establecer un vínculo basado en la confianza y la credibilidad y eso, seguro lo sabes, no se da de la noche a la mañana.

Ahora, si bien no hay fórmulas perfectas, ni caminos únicos (mucho menos, atajos), la mejor forma de crear ese vínculo es a través de la creación de contenido gratuito. Puedes utilizar el formato que más te acomode (texto, audio, video, o una combinación de estos) y difundirlo en los canales en los que está concentrado ese cliente potencial para el que tienes un oferta.

La clave está en NO VENDER. Recuerda: “Nunca pidas matrimonio en la primera cita”. Lo que debes hacer para crear ese vínculo de confianza y credibilidad es demostrarle al mercado que sí puedes brindarle la solución al problema que le quita el sueño. Cuéntale cómo tú mismo lo padecía, qué sentías, qué impacto tuvo en tu vida, qué hiciste, cómo hallaste la solución.

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Y algo importante: cómo es tu vida ahora que superaste esa etapa. Sin embargo, lo que hará que ese cliente potencial te preste atención, que te regale un poco de su tiempo para escuchar tu mensaje es que puedas hacerle ver el problema que padece. No el dolor, tampoco las manifestaciones de ese dolor, sino el origen problema y el impacto que produce en su vida.

Veamos un ejemplo: vas al médico porque tienes un dolor en el pecho y eso te preocupa porque en tu familia hay antecedentes de dolencias cardiacas. ¿Qué hace el médico? Te pregunta qué síntomas experimentas, si algo te duele, hace cuánto tienes esa molestia, si te ocurrió antes algo similar, en fin. ¿Entiendes? Intenta buscar el origen del problema.

Luego, te toma la tensión y realiza otros exámenes preliminares que son solo el primer paso del proceso. El siguiente, exámenes más especializados y pormenorizados para establecer la causa del mal. Solo cuando obtenga esos resultados, no antes, te dará un diagnóstico certero y, seguramente lo que más te interesa, te dirá cuál es el procedimiento que van a seguir.

Cuando produces contenido para tu audiencia, cuando envías un mensaje tendiente a ayudar a otros, lo primero que debes hacer es hablar del problema que aqueja a esas personas. La razón por la cual se sienten mal, no duermen tranquilos, experimentan altibajos en sus relaciones, por la que sienten una permanente e incómoda sensación de miedo. El origen del problema.

No le pueden vender a una persona antes de que ella esté preparada para comprar. ¿Y cómo lo sabes, cómo sabes cuándo está preparada? El momento es cuando es consciente de su problema, cuando lo reconozca, entienda que le hace mal y, en especial, tome la decisión de buscar una solución. Solo en un estado de consciencia está en capacidad de decidir, no antes.

Entonces, el objetivo primario de tu contenido NO ES VENDER, sino nutrir, educar, INFORMAR a tu cliente potencial. ¿Informarle acerca de qué? De que padece un mal, de que tiene un problema sin resolver, de que hay una solución, de que tú se la puedes ofrecer. NO ES VENDER, sino educar, informar, brindarle el conocimiento que lo llevará a escucharte.

Más que de las manifestaciones del problema, el origen de este. Por eso, justamente por eso, debes conocer muy bien a tu cliente potencial. Tan bien, que puedas conectar con esas emociones que bullen en el fondo de su corazón anhelando dejar atrás ese dolor, poder acabar con ese problema. Cuando él sea consciente y se activen las emociones, podrás venderle.

Cuando hablo con algún empresario o emprendedor y le pregunto cómo le va con la tarea de generar contenido para su comunidad, la respuestas casi siempre es la misma: “Mal” o “No muy bien”. ¿La razón? Ese contenido está enfocado en vender y/o en hablar de las bondades, propiedades y características de su producto o servicio, a anunciarlo como “la solución perfecta”.

Y eso, ya lo sabes, a nadie le interesa. No, la menos, antes de que esa persona sea consciente de su problema, lo reconozca y, además, dé el paso crucial: tome la decisión de buscar una solución definitiva. Solo en ese momento, y no antes, estará presto a escuchar ofertas. Y se dará a la tarea de investigar, de preguntar, de pedir referencias para hacer la mejor elección.

Darte a conocer, posicionarte en la mente de tu cliente potencial y generar un vínculo de confianza y credibilidad no significa, de manera alguna, hablar de ti o de tu producto. Si vas a crear contenido para tu audiencia, enfócate en el problema que esas personas sufren, dales información para que sean conscientes de él y luego sí, no antes, háblales de lo que ofreces.

Moraleja: no repliques el error que cometen cantos, aquel de vender, vender y solo vender. Recuerda que a los seres humanos nos encanta comprar, pero odiamos que nos vendan. Más bien, entonces, nutre, educa, informa, da entretenimiento y capta la atención de su cliente potencial. Luego, háblale de su problema, haz que sea consciente de él y luego, AYÚDALO.

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La sencilla fórmula para comenzar a escribir sin complicarse

¿Por qué a los seres humanos nos encanta convertir en algo difícil lo que es fácil? O, ¿por qué somos incapaces de aprovechar en un campo el conocimiento, la experiencia y las habilidades que nos son útiles en otro? Un claro ejemplo de esto es la generación de contenido, que para muchos es un acertijo indescifrable, a pesar de que todo el tiempo creamos contenidos.

Es que no sé por dónde empezar”, “Es que a mí no se me da bien”, “Es que no tengo ese talento” o “No nací con ese don” son algunas de las excusas fáciles más frecuentes. Y todas, por supuesto, son mentiras. De esas que de tanto escucharlas, de tanto repetirlas, creemos que se transformaron en verdad, pero siguen siendo mentiras. Y no dejarán de serlo.

Nos sucede, principalmente, en las relaciones. Las de pareja, las familiares, con los amigos o en el trabajo: nos enredamos con facilidad, complicamos todo y luego, como mecanismo de defensa, asumimos el rol de víctimas o culpamos a otro o a las circunstancias. ¿El motivo? Nos dejamos llevar por las emociones, permitimos que nos desborden, y tomamos malas decisiones.

En el fondo, ¿sabes qué hay en el fondo? Miedo, físico miedo. A equivocarnos, a no conseguir la aprobación de otros, a no colmar las expectativas de otros, a dejarnos vencer por nuestras limitaciones. Inclusive, miedo a conseguir aquello que deseamos, a sabiendas de que incorpora responsabilidades, compromisos y retos. El miedo es la madre de todas las excusas, ¿lo sabías?

Cada vez que una persona se acerca a mí y me otorga el privilegio de orientarlo para que haga realidad su sueño de escribir (que no es lo mismo que ser escritor), tengo que lidiar con esos miedos, con esas excusas. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que están cerradas, que no se dan una mínima oportunidad (no lo intentan), sino que se rinden antes de dar el primer paso.

El efecto de esta decisión es que viven tanto con la duda de saber si lo habrían podido lograr, si habrían podido escribir, y con la frustración (y la culpa, sobre todo, la culpa) de rendirse sin dar la pelea. Y no solo eso: esa experiencia fallida, y dolorosa, las afecta en todos los ámbitos de la vida, es una sensación incómoda que las atormenta cuando están en una situación similar.

¿Por ejemplo? A la hora de escribir o de construir un mensaje, bien sea verbal o visual. “No puedo”, es lo primero que piensan, a sabiendas de que esa es una excusa socialmente válida. Lo irónico es que cuando les pregunto por qué cree que no pueden no tienen una respuesta, no saben qué decir. Por lo general, es porque se trata de un miedo infundado, sin sustento.

La mayoría de las personas que creen que “no pueden escribir” no lo hacen simplemente porque esperan hacerlo como profesionales, como escritores consagrados. Y claro, con esas expectativas tan altas, irreales, es imposible comenzar. Ese pánico está justificado, aunque no tiene razón de ser. De lo que se trata es de comenzar, que el resto se verá después.

No necesitas ser Egan Bernal, Primoz Roglic o Tadej Pogacar para salir a rodar en bicicleta, bien sea por ejercicio o nada más para disfrutar un paseo con los amigos. No necesitas ser Leonor Espinosa o Joan Roca, los mejores chefs del mundo, para preparar un delicios platillo y sorprender a tu familia. Puedes ser un buen ciclista recreativo o un buen cocinero de casa.

Y eso es suficiente, con eso puedes ser feliz y, lo mejor, hacer felices a los demás. Fíjate que, quizás, no eres el mejor bailarín del mundo, no eres un maestro del baile, pero aun así cuando estás en una discoteca o una fiesta, acompañado de tu pareja, te animas a saltar a la pista y disfrutar la velada. Bailas y te diviertes, vives una experiencia agradable, digna de recordar.

No necesitas ser Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti o Carlos Fuentes para escribir un relato o, simplemente, un post para un blog o un informe de trabajo. Despójate de las expectativas, de las exageradas e injustificadas expectativas de “ser el mejor” y da el primer paso. Una vez estén en marcha, podrás avanzar y se disiparán tus miedos.

El “No puedo hacerlo” que esgrime la mayoría de las personas en realidad es un “No sé cómo hacerlo” o “No sé cómo empezar”. Es decir, no se trata de una incapacidad, sino de ausencia de conocimiento. Y la buena noticia, ¿sabes cuál es la buena noticia? Puedes aprender. Cualquier persona puede aprender, porque no es una ciencia, ni magia: se trata de una habilidad.

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Lo primero, ya lo mencioné, es comenzar con unas expectativas realistas que correspondan a tu nivel de preparación y práctica. Luego, comenzar por lo básico, por lo más sencillo, por lo fácil. Olvídate de esa costumbre de complicarlo todo, de enredarte, de poner el listón muy alto para justificarte cuando no seas capaz de superarlo. Comienza con algo que puedas controlar.

¿Eso qué quiere decir? Escribe acerca de lo más significativo que te haya sucedido hoy, en lo personal, lo laboral o lo sentimental. O del partido de fútbol que jugó tu equipo preferido. O de ese cantante que te hace vibrar con sus canciones. O de cómo la vida te llena de bendiciones a través de tus hijos. O de cómo te sientes como un niño jugando con tu perro.

No es necesario abordar temas trascendentales, ni escribir una columna de opinión o un ensayo académico. Esos déjaselos a otros. Céntrate, más bien, en aquellas pequeñas cosas que te hacen feliz, que endulzan tu vida. Y algo muy importante: escribe para ti, como si nadie más lo fuese a leer. ¿Por qué? Porque así evitas caer en la trampa de las benditas expectativas.

Tu relato (escrito) debe ser emocionante, que no significa que sea una aventura, sino que incorpore emociones. ¿Cómo te sentiste? ¿Qué fue lo que más te impactó? ¿Alguna vez te habías sentido así? ¿Cuál fue tu reacción? Emociones. A través de ellas puedes conectar con otros, puedes conseguir que otros se identifiquen con experiencias similares a la tuya.

Y en virtud de esa identificación surge la empatía, que es un poderoso vínculo emocional que nos permite compartir lo que somos, lo que sabemos y lo que sentimos con otras personas. Aunque no las conozcamos. Esa es la verdadera magia de un mensaje poderoso: no permite construir puentes con personas ajenas a nuestro entorno y vivir nuevas experiencias.

Tu relato (escrito), además, debe incorporar una lección, un aprendizaje. A mí, en particular, me gusta hablar de moraleja. ¿Por qué? Porque la moraleja está asociada a recuerdos felices, de cuando éramos niños y nos leían cuentos, de cuando el abuelo nos contaba historias. En cambio, las lecciones y los aprendizajes están asociados a temas más formales, no siempre positivos.

La moraleja es aquello que aprendiste de esa experiencia, algo que te servirá para próximas ocasiones y que desconocías o habías pasado por alto. Cuanto más simple sea la moraleja, mejor, porque cualquier persona puede sacarle provecho. “Aprendí que es importante escuchar a la otra persona antes de emitir un juicio o descalificarla”, por ejemplo.

Emociones y moraleja, dos ingredientes indispensables de tu relato (escrito). Pero, quizás, aún te atormenta aquella pregunta, ¿por dónde comenzar? Un dato, una idea, un sentimiento. Uno y solo uno. “Fue la primera vez que…”, “Jamás había sentido algo parecido”, “Me sorprendió el tono conciliador de su mensaje”, “Me encantó escuchar esas palabras de boca de mi pareja”

Procura que ese dato, idea, sentimiento o pensamiento sean lo suficientemente atractivos y/o curiosos para atrapar la atención de tu lector. Pero, por favor, no te compliques: elige lo fácil, lo común, lo que te permita conectar con más personas, identificarte con más personas. Es decir, que sean muchas las personas que vivieron algo parecido y quieren conocer tu experiencia.

Nadie nació aprendido es una premisa que se aplica a todas las actividades de la vida. Y, por otro lado, el ser humano está en capacidad de aprenderlo todo, lo que quiera o, de otra manera, de desarrollar cualquier habilidad. Como la de escribir, por ejemplo. Comienza por un dato (idea, sentimiento o pensamiento), agrega emociones y termina con la moraleja.

No te vas a ganar el Nobel de Literatura, te lo aseguro, ni un Premio Pulitzer. No importa, porque de eso no se trata. De lo que se trata es de que te des permiso de aprovechar y de disfrutar el privilegio que la vida te concede de escribir y compartir lo que sabes y lo que eres. Tu mensaje, créeme, puede ser justamente ese toque divinoque otra persona anhela.

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Cómo tu mensaje te ayuda a vender mejor y cerrar más ventas

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. Esta es una premisa muy popular en el ámbito del marketing y los negocios que también se aplica a muchas otras actividades de la vida. Se refiere, básicamente, a que es imprescindible respetar el proceso, el paso a paso, antes de intentar venderle un producto/servicio a una persona a la que acabamos de conocer.

Esto es especialmente cierto para quienes hacemos marketing de respuesta directa o para quienes transmitimos mensajes persuasivos (no destinados a vender, exclusivamente). Sin embargo, lo que vemos en el mercado, cada día, es justamente lo contrario: nos bombardean por doquier con mensajes de venta, que no solo son invasivos, sino también, agresivos.

Producir contenido de calidad para publicarlo en internet, o en algún formato convencional como un impreso, puede generar una gran ansiedad a quien lo escribe. “¿Gustará?”, “¿Provocará el impacto deseado?” o “¿Los clientes potenciales prestarán atención?” son, entre otras, las preguntas que pueden atormentarte. El problema es que no hay una respuesta.

No una sola: hay muchas. Y todas son válidas, todas son ciertas. ¿Por qué? Porque es imposible, literalmente imposible, establecer de antemano si lo que escribes, si ese mensaje que has preparado, va a generar el impacto que deseas. Nadie, absolutamente nadie, lo puede predecir. Y lo mismo sucede, por ejemplo, con una canción o con una película de cine.

Te lo diré de otra manera, muy fácil de entender: escribir, preparar un mensaje (que bien puede ser un video, un pódcast o una imagen) es un apuesta. Sí, como cuando vas al casino o al hipódromo e inviertes unos dólares: crees que vas a ganar, anhelas ganar, pero no sabes a ciencia cierta si lo vas a hacer. De hecho, son más las probabilidades de que pierdas tu dinero.

Sí, en medio de este incesante bombardeo mediático al que nos someten a través de distintos medios, dentro y fuera de internet, es muy probable que tu mensaje se pierda, que no logre atraer la atención de nadie. Es la verdad. Y más si, como les ocurre a tantos negocios, personas y empresas, se enfocan exclusivamente en vender, aun cuando no estés interesado.

Hace unos días, tuvo el privilegio de participar en un evento virtual llamado FÓRMULA DIGITAL, organizado por mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Fueron cinco días de increíble aprendizaje y compartir, en los que pude conocer a personas muy valiosas y, también, dar una charla que, por fortuna, tuvo una gran acogida. Pero, todas, sin excepción, fueron muy buenas.

En una de ellas, Teo Tinivelli nos trasmitió un mensaje poderoso. Él, si no lo conoces, es un experto creador de mensajes virales, especialmente en una de las plataformas digitales más populares del momento: Instagram. Esta vez, preparó la charla titulada “Hacks para lograr tasas de cierre por encima del 60-80 %”. Lo había visto otra vez, pero esta vez se pasó de bueno.

Fueron varios los mensajes poderosos que nos transmitió, pero hubo uno en especial que me llamó la atención y que es el origen de este artículo: “Vender no es lo mismo que cerrar la venta”. Parece obvio, pero no lo es. De hecho, esa diferencia, que para algunos (la mayoría) es sutil, es la razón por la cual nos cuesta tanto trabajo vender, ya sea un producto o un mensaje.

Te confieso que, hasta esa charla de Teo, yo también creía que vender y cerrar eran lo mismo. ¡Estaba equivocado!, como seguramente tú también lo estás. Y prácticamente todo el mundo en el mercado. La diferencia, sin embargo, es clara y contundente y, si eres un creador de contenido, te va a gustar. A mí me gustó, porque le da un valor adicional a mi trabajo.

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Comencemos por el final: el cierre. Es aquel momento del proceso en el que se completa la transacción, es decir, cuando tu cliente realiza el pago por el producto o servicio que ofreces. Esa tarea será más fácil en función de lo que hayas hecho durante el proceso, durante la venta. Cuanto más valor hayas aportado, cuanto más hayas ayudado a esa persona, será más fácil.

El cierre de la venta es una consecuencia de todo lo que hagas desde que ese prospecto entró en contacto contigo, con tu empresa/negocio. Un camino, un proceso, que ahora, gracias a nuestro amigo Teo Tinivelli, sabemos que se llama venta. Y que significa generar confianza, crear un vínculo de credibilidad, posicionarte en la mente de tu prospecto, nutrir, educar y entretener.

Y es justamente en ese punto en el que el contenido cobra relevancia. No hay otra forma de generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener que publicar contenido. De relevancia, de aquel que aporta valor sin importar el formato (texto, audio, video, imagen) o el canal en el que lo difundes.

Porque, y esta es otra piedra con la que muchos tropiezan constantemente, lo importante no es el canal, no es el formato, sino el contenido, el valor del contenido. Porque, y seguramente ya lo notaste, un día nos dicen que el éxito es publicar videos, al siguiente nos dicen que es un pódcast, al siguiente que un reel en Instagram, al siguiente que…, en fin. Y no es cierto.

Por supuesto, es importante publicar ese contenido de valor en el medio en el que están tus clientes potenciales y, también, en el formato que ellos más consumen. Si no cumples con esa premisa, corres el riesgo de que tu mensaje se lo lleve el viento, que nadie lo atienda. Como tampoco lo atenderá si ese mensaje que emites no le aporta valor, no le interesa, ni ayuda.

Una arista del problema es que a la mayoría de los seres humanos, incluidos los creadores de contenido, no nos agrada vender, no se nos da bien vender. Es fruto de creencias limitantes, de que nos han enseñado que “vender es malo”, que “vender es manipular” y otras especies tóxicas por el estilo que, por supuesto, no son ciertas. La verdad es que “vender es servir”.

Recuerda: generar confianza, de crear un vínculo de credibilidad, de posicionarte en la mente de tu prospecto, de nutrir, educar y entretener. Cuenta historias, comparte casos de éxito, brinda consejos prácticos y de fácil aplicación, da cuenta de los errores que cometiste para que otros no caigan en ellos. Demuestra interés genuino en ayudar, en servir, no solo en cerrar.

Tú, con el conocimiento atesorado, las experiencias vividas, el aprendizaje surgido de tus errores y tu vocación de servicio, eres un mensaje poderoso. Tienes mucho por decir, por compartir, que resulte de utilidad para otros. No te prives de ese privilegio, no te niegues la oportunidad de recibir la gratitud de aquellos a los que serviste sin esperar nada a cambio.

“No se te ocurra pedir matrimonio en la primera cita”. No solo porque lo más probable es que te respondan con un rotundo no, sino que además puedes cerrar la puerta definitivamente, volverte incómodo o tóxico. Además, y esto para mí es lo más importante, te pierdes la diversión, la alegría del proceso, la experiencia de saber que provocas un impacto positivo.

No son las palabras las que venden, ni las fórmulas de copywriting, sino los beneficios y, en especial, la promesa de una transformación (o la solución definitiva al problema que lo aqueja) que tu prospecto anhela. No te enredes en la tarea de crear textos vendedores, porque la venta, lo sabemos gracias a Teo Tinivelli, es el proceso: el cierre, mientras, es la consecuencia.

De lo que se trata es de cambiar el chip, desaprender aquella vieja creencia limitante que te impide vender, que te hace sentir mal vendiendo. Y entender que, más bien, estás en capacidad de aportar valor, de ayudar a otros, a través de tu contenido, de tu mensaje. Ese, lo repito, es un privilegio que la vida te concede y que bien valdría la pena que lo disfrutes.

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5 graves errores por los que tu contenido no conecta con la audiencia

Un día como hoy, un día cualquiera, se publican más de 6,8 millones de entradas de blogs, según el portal especializado InternetLiveStats.com. Una cifra que se incrementa si tomamos en cuenta las informaciones, millones de artículos, que se suben en las páginas web de los medios de comunicación o de empresas. Muchos de ellos, sin embargo, pasan inadvertidos.

La mayoría, de hecho. ¿La razón? Porque no son páginas visibles y posicionadas, porque sus gestores no se han preocupado por crear una comunidad y, en especial, porque se trata de mensajes vacíos. ¿Eso qué quiere decir? Solo venta-venta-venta o, de otra forma, retórica que en últimas no es más que llover sobre mojado: lo mismo de siempre o el penoso copy+paste.

Si sigues con atención mis publicaciones, sabrás que promulgo que cualquier profesional, que cualquier persona que acredite conocimiento y experiencia en un campo específico, debería tener un blog. No hacerlo es perderte la diversión, la oportunidad de interactuar con quienes valoran y aprecian tus contenidos, con quienes reciben con beneplácito el valor que aportas.

Además, y solo por esta razón todos deberíamos publicar un blog, es un camino expedito al aprendizaje continuo. No basta con dar tu opinión sobre un tema, no basta con exponer tu autoridad sobre un tema; se requiere aprendizaje continuo para estar en capacidad de aportar valor, de ofrecer a quienes reciben tu contenido algo que, de lejos, no sea más de lo mismo.

Por esto último, precisamente, es que tantos de esos más de 6,8 millones de post publicados cada día prácticamente pasan inéditos: son más de lo mismo. Si le haces una consulta de un tema popular a Mr. Google, te darás cuenta de que un buen contenido se replica una y otra vez, como por arte de magia. La verdad es que algunos lo copian y replican sin sonrojarse.

Ahora, por otro lado, en relación con los contenidos que encontramos en internet hay una gran cantidad de novelas, mitos y falsedades. Lo triste es que muchas son verdades sentadas sobre piedra por cuenta de la repetición. Una práctica abusiva que alzó vuelo con rapidez y que se popularizó. Por eso, encontrar buen contenido es como buscar una aguja en un pajar.

Eso, por supuesto, no puede desanimarnos, no debe desanimarnos, a quienes producimos contenido legal, propio, nuevo y novedoso. Más bien, a mi juicio, es un aliciente, un reto. Y, por si no lo sabías, me encantan los retos, en especial los que están precedidos por un “No creo que seas capaz de lograrlo”. Quienes me conocen pueden dar fe de que eso no es un obstáculo para mí.

Y tampoco debería serlo para ti, si te entusiasma la idea de escribir, si tienes vocación de servicio y, sobre todo, si quieres compartir con otros tu conocimiento, tus experiencias. Hoy, quizás lo sabes, internet y la tecnología nos brindan el privilegio de comunicarle al mundo aquello que la vida nos permitió atesorar y, lo mejor, que sea de utilidad para más personas.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que muchos de los que comienzan un blog tiran la toalla al poco tiempo. ¿La razón? No logran conectar con una audiencia o, dicho de otra forma, no encuentran eco a sus publicaciones, es decir, nadie los lee. Y es desolador, sin duda, lo sé porque lo he experimentado. Pero, por fortuna, también conozco la otra cara de la moneda.

¿Cuál es? La de comprobar que tus textos son bien recibidos, que gustan por la calidad de la escritura y que son agradecidos por los lectores. Si no lo has vivido, te cuento que la respuesta positiva a un texto que trabajaste con profesionalismo, al que le pusiste cariño y pasión, tocó las fibras sensible de alguien, de al menos una persona, es una sensación indescriptible.

En especial, cuando esa retroalimentación proviene de alguien que no te conoce, que no tiene vínculo alguno contigo. ¿Por qué? Porque tus padres, tus abuelos y tus amigos siempre te dirán que les encanta lo que escribes; ellos no son un buen termómetro. Lo maravilloso de internet es que los lectores se toman la molestia de dejar un comentario cuando algo les gusta.

Lo importante es que entiendas que se trata de un proceso en el que comienzas de cero. Inclusive, si ya escribías antes, si eras conocido, si eras un profesional, como en mi caso. Las audiencias de internet son nuevas, se renuevan constantemente y, por eso, lo que haces cada día es valioso. La clave, por supuesto, está en no repetir los errores más comunes del mercado.

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¿Cuáles? Los siguientes son los cinco más graves y frecuentes:

1.- Escribir para cualquiera.
Tu lector no es ‘cualquiera’. La primera clave para conectar con otra persona es que ella sienta que ese texto, ese contenido, fue creado especialmente para ella. Como si fuera la única persona del planeta. Uno de los errores más comunes, sobre todo cuando no se ha desarrollado el hábito de la escritura, es creer que tus textos son para todo el mundo.

Cuando te sientes frente al computador a escribir, has de cuenta que la pantalla es una persona, una sola: tu pareja, un amigo, tu padre, no importa. Una sola. Y escribe como si le hablaras a esa persona, como si fuera una charla de amigos. Por la magia de la identificación, si el contenido es de valor vas a ver cómo más personas se sentirán aludidas, conectadas.

2.- Escribir para ti mismo.
El tema del ego es bien complicado en este ámbito de los periodistas y escritores. Creen que son el centro del mundo, o que el mundo gira a su alrededor. Y no es así, por supuesto. La más clara manifestación de esta equivocación es que escriben para sí mismos, sobre los temas que les gustan a ellos, para decir lo que ellos quieren escuchar, para regocijo propio y de su ego.

Escribe para que te lea cualquiera, para que te entienda cualquiera: un niño de 5 años o un adulto mayor; una persona con maestría o posgrado o una que acaso terminó la primaria. Si logras este objetivo, recibirás increíbles recompensas de esos lectores anónimos a los que les tocaste las fibras emocionales con tu contenido. Esa, créeme, es una experiencia maravillosa.

3.- Escribir para (como) ‘expertos’.
Otro vicio proveniente de la academia, de las altas esferas empresariales y, tristemente, del periodismo. Los locutores y comentaristas deportivos son el mejor ejemplo de este grave error: se inventan términos, utilizan palabras con significados distintos y, además, se creen muy cultos. La verdad es que solo hacen el ridículo y a largo plazo se tornan insoportables.

De nuevo: escribe para que te entienda el niño o el adulto mayor, el letrado o el que tiene poco conocimiento. Cuanto más sencillo sea tu lenguaje, mejor. Cuanto más cálido, mejor. Cuanto más fácil de entender, mejor. Las palabras rebuscadas generan distancia, son paredes que se interponen en la comunicación, que la traban, la interrumpen. ¡Elimínalas!

4.- Escribir para ‘vender’.
¿Sabes cuál es el resultado más común cuando todos tus textos se enfocan en vender? ¡NO vendes! ¿Por qué? Porque a los seres humanos, a todos, nos encanta comprar, pero todos, absolutamente todos, odiamos que nos vendan. Además, en internet te topas con algunos tipos que son verdaderamente agresivos, y hasta abusivos, como si nuestra vida dependiera de ellos.

Y no es así, por supuesto. La venta es una consecuencia. ¿De qué? De tus acciones y decisiones y, también, del tono de tus mensajes. Preocúpate por persuadir, que implica educar y nutrir, y las ventas llegarán. La ‘venta forzada’ es una especie en vías de extinción: lo que se impone hoy en marketing es brindar valor. Cuanto más valor aportes, más fácil será vender.

5.- Escribir sin estrategia.
Tan grave como que tu única estrategia sea vender. Quizás te sorprenda saber que la mayoría de las personas se conecta a internet por dos motivos: busca entretenimiento o necesita información. Entretenimiento para escapar de la dura realidad, de la aburridora rutina, de los ambientes laborales tóxicos, de los problemas personales, en fin. Busca un oasis de paz.

Así mismo, busca información acerca de aquello que lo afecta, por un lado, o que le agrada, por otro. En otras palabras, requiere soluciones a sus problemas o alimento para sus pasiones. Planifica, estudia a tu lector, conoce cuáles son sus gustos e intereses, interactúa con él y dale lo que busca y, además, lo que necesita, que, valga mencionarlo, no siempre es lo mismo.

Tú eliges qué camino recorrer: el de tantos otros que son prácticamente invisibles, que no conectan con las audiencias porque son más de lo mismo. O, más bien, una propuesta de valor novedosa, interesante y atractiva. Créeme: dentro de ti, producto de tu conocimiento, de tus experiencias, de tu historia, hay un mensaje poderoso que otros necesitan. ¡Compártelo!

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Sabios consejos de David Ogilvy para escribir textos poderosos

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. Esta genial frase (porque en verdad es GENIAL) la pronunció David Ogilvy, el genio de la publicidad. Por si no lo sabías, una leyenda, considerado ‘el padre de la publicidad moderna’. Un dios para aquellos que se dedican al copywriting de ventas, un revolucionario, creador de anuncios inolvidables.

Su obsesión fue comunicar mensajes capaces de generar acciones específicas en grandes audiencias. Sí, ya sé que esa es la labor de cualquier publicista, la diferencia es que Ogilvy lo logró: no solo sus mensajes eran muy poderosos, sino que con el paso del tiempo se convirtió en un referente y en un modelo que hoy, más de 20 años después de su muerte, es replicado.

Su vida daba para escribir una novela o una película. Nació en West Horsley (Inglaterra), hijo de un escocés y una irlandesa. En su niñez, padeció los rigores de la Gran Depresión, que afectó el negocio de su padre y sus estudios. Ingresó a la Universidad de Oxford, pero no concluyó los estudios: se fue a París, donde comenzó a trabajar como ayudante de cocina.

Fue en la cocina del prestigioso Hotel Magestic Spa, en pleno corazón de la Ciudad Luz. Fue construido en 1905 y parte de su gran atractivo es que se encuentra muy cerca de todas las atracciones que ofrece esta encantadora urbe, en especial, los Campos Elíseos. Un lugar lleno de historia y cuya marca está asociada a la exclusividad, a la elegancia y al refinamiento.

Allí aprendió el significado del servicio y de la excelencia, dos aprendizajes que marcaron su vida y que le permitieron sobresalir muy arriba del promedio. Luego, los caminos de la vida lo llevaron a ser vendedor de hornos, una actividad en la que descubrió su propósito. Eran tan buenos los resultados que obtenía, que la empresa le solicitó que escribiera un Manual de Ventas.

Y fue ese texto, precisamente, por el que lo contrataron en la agencia Mather & Crowther, de Londres, su primer trabajo en publicidad. Poco después, en 1938, pidió ser enviado a Estados Unidos, donde se especializó en la investigación de mercados. En medio de esa aventura, durante un tiempo vivió con los Amish, la comunidad que se resiste a adoptar las comodidades modernas.

Cuando salió de allí, fundó su primera empresa: Ogilvy, Benson & Mather, una agencia que se caracterizaba por mejorar los resultados de sus clientes actuales, en vez de enfocarse en la consecución de nuevos clientes. Fue una idea disruptiva para la época, pero los resultados le dieron la razón: los clientes satisfechos atrajeron nuevos buenos clientes, por los siglos de los siglos…

Durante los casi 25 años (de 1949 a 1973) que estuvo en la agencia, Ogilvy sentó los pilares de su legado que hoy, casi medio siglo más tarde, siguen vigentes. Y no solo eso: aún son la mejor referencia para quienes, en la época de internet y las superpoderosas herramientas de la tecnología digital, se dedican a la publicidad y al mercadeo. Y a vender, por supuesto.

“La gente que piensa bien, escribe bien. La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”, les decía Ogilvy a sus empleados. Y es completamente cierto, a pesar de que hoy abundan los vendehúmo que quieren hacerte creer que necesitas superpoderes o dones especiales para escribir: ¡es MENTIRA! Todos, absolutamente todos, somos un buen escritor en potencia.

El asunto que es solo unos cuantos desarrollamos la habilidad y trabajamos lo que se requiere para hacerlo bien, para hacerlo mejor que el promedio de las personas. ¿Por qué? Seguro hay mil y una razones, pero pienso que la principal es que exige trabajo, disciplina, paciencia y constancia, que son virtudes escasas por estos días. Pero, también se pueden desarrollar.

“Escribe como hablas de manera natural”, era otro de sus postulados. Recuerdo que varios de mis profesores, en la universidad, y de mis jefes y compañeros, cuando comencé mi carrera profesional, me dieron este consejo. El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, fue que nunca me dijeron cómo hacerlo. Lo aprendí en la práctica, haciendo.

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Y ese, créeme, es el GRAN SECRETO (el único secreto): si quieres escribir bien (sin importar a qué te refieres), lo único que debes hacer es escribir y escribir. Para comenzar, que suele ser lo más difícil, escribir como hablas es una buena estrategia. Al principio no es fácil, pero no vas a tardar en encontrar el camino. Y olvídate de la excusa de “es que yo hablo muy mal”.

Hay un método muy simple y prácticamente infalible (no sirve, si no lo pruebas): elige un tema que te agrade, en el que te sientas cómodo y del que puedas sostener una conversación fluida, en especial con alguien que poco o nada sabe de ello. Graba una disertación de 3-5 minutos (o la duración que quieras) y luego transcríbela. A la vuelta de unos pocos minutos tendrás un texto.

El siguiente paso es editarlo, pulirlo. ¿Eso qué quiere decir? Eliminar las repeticiones, sustituir las expresiones ordinarias o que puedan rechinar y, por supuesto, asegurarte de que sea legible. Esto significa que cualquier persona, un niño de tercero de primaria o un lego en la materia, lo entienda. Y, claro, que también lo disfrute para que quiera leer más textos tuyos.

Hazlo 5, 10, 20 veces, hasta que adquieras confianza. Por ahí, en el camino, valida una de tus versiones. ¿Qué quiero decir? Pídele a alguien, ojalá ajeno al tema, que lo lea y te dé una retroalimentación honesta, así sea dura. Y no te ofusques, ni te frustres, si te dice que no le gustó o que no lo entendió. En ese caso, pídele que sea explícito por qué, así podrás mejorar.

Otro ejercicio efectivo, que lamentablemente muy pocas personas se animan a realizar hoy, es escribir un diario. ¿Qué es lo mejor de hacerlo? Primero, que no tienes que compartirlo; segundo, que puedes empezar por escribir tan solo un pensamiento y luego un poco más; tercero, que por lo general escribimos experiencias que están ligadas a las emociones.

Y en estas traviesas y caprichosas damas está otro de los secretos de Ogilvy: él creía que la mejor estrategia para vender un producto sin forzar, sin apelar al miedo, era informar al consumidor acerca de las ventajas, de los beneficios. “El consumidor no es idiota. El consumidor es su esposa, no insulte a su inteligencia”, decía. Y, claro, tenía la razón.

Por supuesto, esta estrategia solo es efectiva en la medida en que en verdad conozcas a tu cliente potencial, que hayas definido correctamente a tus avatares. De lo contrario, estás expuesto a caer en la trampa que frustra a muchos: decir más de lo mismo, decir algo que no conecta con las personas a las que dirigen su mensaje, decir algo que no interesa a esa persona.

“Nunca utilices jerga técnica ni palabras rimbombantes”, aconsejaba Ogilvy. La autoridad no surge de palabras que otros no entiendes, sino precisamente de lo contrario: de mensajes que cualquiera puede entender y disfrutar, y que además son útiles. Si tu texto lo entiende un niño, un adulto mayor o alguien con poca educación, ¡es bueno! Cuanto más simple, mejor.

“Asegúrate de que dejas claro lo que esperas de la otra persona”. Un tema en el que fallan muchos de los copywriters actuales: para que tu mensaje sea poderoso y efectivo, debe incorporar UNO Y SOLO UN llamado a la acción. Claro, preciso, sencillo de realizar. Que no se necesite un manual de usuario para ejecutarlo. Ogilvy, sin duda, conocía los secretos de la persuasión.

“La buena escritura no es un don natural. Es algo que debes aprender”. David Ogilvy aprendió a escribir como pocos y, lo mejor, les enseñó a muchos otros. Murió en 1999, a los 88 años, en su casa en Bonnes (Francia). Inmortalizó su nombre como el padre de la publicidad y también es un miembro de honor del olimpo de los copywriters. “Si no vende, no es copyrwriting”, dijo.

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Quieres publicar un blog: ¿ya definiste la estrategia? Te digo cómo

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Si conoces el tema, si en realidad es algo que te apasiona, si te interesa transmitir un mensaje que pueda servir a otros, es fácil. Si dejas atrás los miedos y no prestas atención a lo que otros te digan, si te asesoras convenientemente en el tema tecnológico (en el que incluyo el diseño), si eres disciplinado y comprometido, es fácil.

Si no fuera fácil, entonces, ¿por qué cada día se publican más de 7,2 millones de entradas en blogs en el mundo? La cifra es revelada por el portal InternetLiveStats.com, especializado en estas mediciones y que, por si no lo sabías, se actualiza en tiempo real. Eso quiere decir que en un mes se publican 216 millones de entradas y en un año, 2.628 millones. ¡Toda una locura!

La verdad, son pocos, si tenemos en cuenta que la población mundial ronda los 8.000 millones de personas. Si la mitad de ellas escribiera una y tan solo una entrada al año, serían 4.000 millones. Son pocos a sabiendas de que hoy la tecnología está al alcance de cualquiera, de que las herramientas son fáciles de usar y de que es posible comenzar con las versiones gratuitas.

En mi caso, por ejemplo, cada semana escribo entre 4 y 6 post para diferentes blogs, incluido el mío. Eso significa entre 208 y 312 entradas al año. Y hay personas que escriben con mayor frecuencia. Por eso, justamente por eso, me resulta inexplicable que haya tantas personas con conocimiento valioso que se nieguen el privilegio de compartirlo con otros, de brindarlo a otros.

Muchos lo intentaron, es cierto, pero tiraron la toalla muy pronto. ¿Por qué? Porque fallaron en lo básico, en lo estructural. Voy a decirlo con una metáfora: comenzaron a construir un rascacielos por el penthouse y se olvidaron de lo más importante: los cimientos. Con buenos cimientos, tú puedes construir una casa de una planta o un gran edificio de 300 pisos.

El problema, poque ya sabes que siempre hay un problema, es que se concentran en lo que es accesorio, secundario. ¿En qué? El diseño de la web, el hosting, el logo de la empresa/negocio, la hora de publicación, el SEO (palabras clave y demás enredos) y, lo peor, en las benditas (¿o malditas?) fórmulas para vender que no funcionan porque cometen el mismo pecado.

“Lo primero es la estrategia. Cuando ya la tengas estructurada, piensa en los demás”, es una frase que suelo escucharle a Álvaro Mendoza, mi amigo y mentor. Una premisa que se aplica también a la labor de escribir un blog. Sin una buena estrategia, no importar dónde alojas tu web; no importa qué tan bonito o moderno es el diseño; no importa si cumples a rajatabla con el SEO.

¿Qué es la estrategia? El plan, paso a paso, que implementas y ejecutas para cumplir los objetivos que te trazas. También, las acciones que realizarás para medir tus resultados, para saber si vas bien (o estás equivocado) y qué debes corregir. Así mismo, las herramientas y recursos que requieres para ir del punto A al punto B en el tiempo que has determinado.

Son muchos los que comienzan a publicar en internet, no solo un blog, sino también en redes sociales, y se obsesionan con la idea de acumular seguidores y likes. Si los obtienen, creen que van muy bien, pero más temprano que tarde se darán cuenta de su error. Si no los obtiene, entonces, se desesperan y comienzan a ejecutar acciones aisladas, sin ton ni son. Lamentable.

Veamos, pues, los componentes de una buena estrategia de creación de un blog:

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1.- El análisis del mercado.
Es el paso que muchos omiten o que menosprecian. El motivo suele ser que están enamorados de su idea y están convencidos de que la adorará. Debes conocer, con tanta profundidad como sea posible, qué hay en el mercado, cuáles son las opciones mejor valoradas, las más antiguas. Concéntrate en aquellas regiones o países en las que pretendes vender tus servicios.

2.- La competencia.
¿Qué tanta competencia hay? ¿Cuál es la propuesta de valor de cada opción, los servicios que ofrece, los precios? En este punto, el mejor consejo que puedo brindarte es que te conviertas en cliente de esas buenas opciones: compra sus productos y servicios. Testéalos, descubre la calidad del servicio posventa, el seguimiento. ¿Qué tiene que tú no, en qué es mejor que tú?

3.- Tus avatares.
Que, no sobra recalcarlo, son varios, no uno solo. El avatar masculino, el femenino, el público frío y el no avatar (aquel que no es tu cliente), como mínimo. Entiende que no vas a agradarle a todo el mundo, que habrá personas que no estén interesadas en lo que ofreces, que no les va a gustar lo que publicas. Sin embargo, habrá muchas otras que lo adorarán. ¡Encuéntralas!

4.- Propuesta de valor.
¿Qué te hace único y diferente de la competencia? En especial, ¿por qué una persona debe elegirte a ti y no a tu competencia? No cometas el error de creer que la propuesta de valor es un eslogan. Se trata de la capacidad de transformación, inspiración y persuasión incorporada en tu mensaje, en tu producto y/o servicios. La clave: que el mensaje sea poderoso.

5.- El email marketing.
Olvídate de la idea que con publicar en redes sociales es suficiente. El éxito de tu estrategia se determina fundamentalmente de tu capacidad para crear una lista de suscriptores voluntarios que más adelante se conviertan en una comunidad. El email marketing debe ser tu principal aliado para, entre otros objetivos, crear una relación basada en la confianza y la credibilidad.

5.- Canales de promoción.
La mayoría piensa automáticamente en redes sociales, pero hay que tener cuidado. De hecho, he trabajado con clientes que no publican el Facebook o Instagram o que se enfocan en el email marketing. Lo importante es que promociones en aquellos canales en los que en verdad estén tus clientes potenciales, las personas interesadas en lo que publicas, en lo que ofreces.

6.- La frecuencia de publicación.
No porque publiques mucho obtendrás mejores resultados. Mi consejo es que 2-3 veces a la semana son suficientes, en especial cuando estás construyendo una lista. Más que la frecuencia, lo que importa en verdad es que publiques contenido de valor, que aquello que recibe el mercado cumpla con los objetivos primarios de nutrir, educar, entretener y fidelizar.

7.- La temática.
Cuanto más variada sea, mejor. Dentro de tu área de conocimiento y experiencia, claro está, para que tu mensaje sea poderoso y nadie te identifique como un vendehúmo. No te limites a las guías, a las odiosas plantillas o hablar de tus productos o servicios: inspira, invita a la reflexión, haz reír a tu lector, sorpréndelo con tus ideas, encántalo con tu visión del mundo.

8.- El estilo.
Definirlo es muy importante porque le da personalidad a tu marca, lo que te identifica y diferencia del resto de propuestas del mercado. Contempla la extensión de tus escritos, los elementos gráficos que vas a utilizar (y cómo), el tono de tu mensaje y, algo fundamental, la estructura de tus artículos. El estilo hará que el mercado perciba si eres profesional.

9.- El público.
Lo dejé para lo último, pero es de lo prioritario. La estrategia está determinada en función de quién es tu público, de cómo es tu público. Entiende, así mismo, que tus escritos los leerán tanto personas con conocimiento como algunas que quizás sepan muy poco del tema: tu tarea es que todos disfruten lo que leen, que todos aprendan algo, que su tiempo valga la pena.

Fundamental, en este sentido, saber que no escribes para robots (o algoritmos), sino para seres humanos con sentimientos y emociones. Haz que tu mensaje sea inspirador, agradable, empático, que quienes lo reciben queden agradecidos. Por último, no olvides que el mejor negocio del mundo es servir: haz de tus escritos una herramienta para cumplir tu propósito de vida.

Comenzar a escribir un blog es fácil, créeme. Y no necesitas ser periodista o un escritor profesional para crear algo de valor que sea interesante para otros. Despójate del ego, de esa ilusión de ser famoso y reconocido y dedícate a servir con lo más valioso que posees: tu conocimiento, tu experiencia, tu pasión. A esto agrégale una buena estrategia y… ¡triunfarás!

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Realidad e imaginación: cómo gestionar esta mezcla para ser mejor escritor

A veces, la mayoría de las veces, no lo percibimos. O, quizás, nos damos cuenta, pero de inmediato miramos hacia otro lado, distraemos la atención. La vida, nuestra vida, es una combinación de realidad y ficción o, dicho de otra forma, lo que en verdad vivimos y lo que creemos que vivimos. Esto, seguramente lo sabes, se aplica tanto a los acontecimientos positivos como a los negativos.

Sucede, por ejemplo, cuando conocemos a una persona que nos atrae, nos llama la atención. Aunque quizás solo pasamos unos minutos con ella, aunque fueron pocas las palabras que cruzamos, aunque es poco o nada lo que sabemos de ella, en nuestra mente hay una relación. Nos imaginamos momentos felices que aún no llegaron, soñamos momentos que quizás no se darán.

Sucede, por ejemplo, cuando tenemos la oportunidad de viajar, en especial a uno de esos lugares que nos atraen como imán. Bien sea por su cultura, por su historia, por sus paisajes naturales, por su gastronomía, por alguna personalidad que nació allí. Antes de llegar, mucho antes, la mente nos paseo por sus calles, nos hace sentir el frescor de la brisa, nos derrite el paladar con sus menús.

La capacidad de imaginación del ser humano, de cualquier ser humano, es ilimitada. Por supuesto, algunos la hemos desarrollado mejor que otros, la utilizamos como una poderosa herramienta, la hemos explotado en un nivel superlativo y la disfrutamos. No es un talento, o un don, mucho menos un privilegio reservado para unos pocos: es una habilidad que todos poseemos.

La otra cara de la moneda es la razón, una capacidad exclusiva del ser humano, precisamente la que nos distingue del resto de especies. Podemos ejercer control sobre nuestros actos, sobre nuestras decisiones; podemos controlar las emociones y los instintos. Podemos, aunque a veces, muchas veces, no lo hacemos. ¿Por qué? Porque la razón está ligada a la responsabilidad.

¿A dónde quiero llevarte con esta reflexión? A que te des cuenta de que los seres humanos somos una mezcla de razón e imaginación. Una mezcla que, es importante entenderlo, no es estática, sino que se moldea a las circunstancias. A veces, de manera inconsciente; otras, por fuera de nuestro control. Y está bien, porque así es la naturaleza, porque así somos todas las personas.

A veces, quizás porque nos cuesta aceptar la realidad que vivimos, la vida que hemos construido; quizás porque nos dejamos llevar por las emociones, permitimos que la imaginación vuele de más y nos provoque inquietud y temor, nuestra vida se restringe a una lucha incesante, desgastante. ¿Entre qué y qué? Entre la imaginación y la razón. La verdad, sin embargo, es que no tiene sentido.

¿Por qué? En esta batalla, seguramente ya lo sabes (o por lo menos tienes sospechas) no hay un ganador, tampoco, un perdedor. ¿Por qué? Porque el rival al que enfrentas eres tú mismo, tus creencias limitantes, tu ignorancia sobre algunos temas, tu falta de autoconocimiento, tus miedos a enfrentar las circunstancias que has creado. Si no te detienes, solo conseguirás autodestruirte.

Y no es lo que deseas, ¿cierto? Más bien, ¿por qué no aprendes a aprovechar esa dualidad, esa rivalidad entre imaginación y razón? Por si no lo sabías, son la materia prima básica de cualquier escritor. Olvídate de la tan cacareada inspiración (las musas o como la quieras llamar), del talento, de los dones y de tantas otras falacias que han hecho carrera en el imaginario popular.

Lo que sucede es que no lo vemos así, no las vemos así. ¿A qué me refiero? A que cualquier persona puede ser un buen escritor. ¡Tú puedes ser un buen escritor! Que no necesariamente significa millonario o afamado, que es el modelo que nos venden, pero que solo unos pocos alcanzan. Se trata, en esencia, de desarrollar la capacidad de transmitir mensajes persuasivos.

Mensajes que motiven, que inspiren, que eduquen, que entretengan, que ayuden a generar cambios positivos en la vida de otras personas, que las impulsen a transformarse. ¡Tú puedes ser el buen escritor que cause este efecto! Y una de las asignaturas que debes aprobar en ese camino es, precisamente, aquella de aprender a utilizar esa poderosa mezcla de imaginación y razón.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que actuamos a partir de la imaginación, que se manifiesta a través de las traviesas y caprichosas emociones, y luego nos justificamos con la razón. Así en todas y cada una de las actividades de la vida, en todas y cada una de las decisiones de la vida, en todas y cada una de las acciones que realizamos en la vida.

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Sucede cuando aceptas un trabajo o tomas la decisión de cambiar. Cuando le pides matrimonio a tu pareja. Cuando solicitas un préstamo en el banco para adquirir un auto de lujo que no puedes pagar de contado. Cuando miras la vitrina de un almacén y, al fondo, ves ese suéter que tanto habías buscado y lo compras, aunque está fuera de tu presupuesto. Y así sucesivamente…

El obstáculo con el que muchos se enfrentan a la hora de comenzar a escribir, en especial cuando no han desarrollado la habilidad, cuando no han cultivado el hábito o, peor aún, cuando se dejan llevar por sus miedos, es que le apuestan todo a la razón. Es decir, dejan de lado la imaginación con la excusa de que “la inspiración nunca llegó”, pero sabemos que esa es una gran mentira.

El origen del obstáculo es eso que llaman objetividad, que como la inspiración o el tal bloqueo mental no existe. Nadie, absolutamente nadie, puede ser objetivo. Porque, valga recalcarlo, en este tema no hay puntos intermedios, no hay matices: 0 o 100, todo o nada. Nadie es 50 % objetivo o 99 % objetivo; eso no existe. Sin embargo, muchos tropiezan con esa piedra.

De lo que se trata es de ser fiel a la realidad, a los hechos, relatarlos tal y como sucedieron. El problema es que, aunque hagas tu mayor esfuerzo, nunca podrás evitar que las emociones, que tus creencias, que tus valores y principios entren en juego. ¡Siempre estarán presentes, siempre! Por eso, aunque tú y yo seamos testigos de una realidad, cada uno la ve e interpreta a su manera.

Un ejemplo: podemos estar sentados en un sofá viendo un partido de fútbol y ser hinchas del mismo equipo. Sin embargo, cada uno verá su propio partido, uno distinto, al vaivén de sus emociones, de sus percepciones. Cada uno valorará aspectos distintos, recordará momentos diferentes, criticará jugadas distintas, se hará una idea del resultado diferentes de la del otro.

Cuando vas a escribir y eres novato, o no cuentas con experiencia profesional, es común caer en esta trampa. Sin embargo, ya sabes que para cada problema hay una solución (al menos una). En este caso, la solución es darte licencia para apartarte de la realidad, del espacio de la razón, y aprovechar lo que la imaginación (la creatividad) te pueden aportar. Que es mucho, por cierto.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, somos creativos. En distintas facetas o actividades de la vida, es cierto, pero todos somos creativos. Así mismo, todos necesitamos de la creatividad en lo que hacemos, sin importar a qué nos dedicamos: el abogado, el médico, el obrero, el jardinero, el deportista, el profesor, el panadero y el escritor necesitan la creatividad.

Que, y esto es muy importante, no significa estrictamente crear de cero. Es decir, no tienes que crear una nueva realidad, porque la realidad ya está creada. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “no es necesario reinventar la rueda”. Se trata de contar esa realidad con tus propios ojos, dejándote guiar por tu conocimiento y experiencias, por tus emociones.

Como en el caso del partido de fútbol. Por supuesto, debes entender que hay un límite razonable entre recrear la realidad (verla desde tu perspectiva y relatarla) y llegar a los terrenos de la ficción. ¿Por qué? Porque aquí es posible darles juego a elementos o hechos que no son reales. ¿Cuáles, por ejemplo? Animales que hablan, seres humanos con alas o los tradicionales superhéroes.

Es un recurso válido, un estilo que tiene muchísimos adeptos, pero no es lo mío. Lo mío es ver la realidad, interpretarla y recontarla. Sazonarla con mi conocimiento, experiencias, creencias y emociones tratando de brindarles a mis lectores un platillo delicioso. A veces se logra y otras, no. Esa es la realidad. Por eso, no queda otro camino que escribir y escribir, trabajar y trabajar.

Una de las tareas primarias de un escritor, en especial de los que no tienen experiencia, es la de aprender a darse licencia. ¿A qué me refiero? A perder el miedo de contarle al mundo cómo lo ves, cómo lo sientes, expresar qué te gusta y qué te disgusta, con qué estás de acuerdo y con qué no. ¿Por qué nos cuesta trabajo? Por el bendito qué dirán, por temor a la crítica o la desaprobación.

Escribir, amigo mío, es, como lo he mencionado otra veces, un acto soberano de rebeldía, la máxima expresión de libertad. Mientras escribes, eres Dios. Quizás posees el conocimiento, quizás ya desarrollaste la habilidad, quizás tienes un mensaje poderoso, pero te faltan cinco centavitos para el peso: aprender a dominar la mezcla de imaginación y razón para recrear la realidad y contarla.

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