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¿Quieres blindar tu mensaje? Cultiva y fortalece la confianza

“Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. ¿Conocías esta frase? Se le atribuye a Zig Ziglar, un escritor, vendedor y orador estadounidense. Falleció en 2012, pero nos dejó un legado representado en sus libros (Pasos hacia la cima, Superando la cima, La guía fácil del éxito o Pequeño libro de instrucciones del éxito, entre otros).

A pesar de que su infancia fue marcada por el traslado de su ciudad natal por motivos laborales de su padre y la prematura muerte de su padre y de una hermana menor, en tan solo dos días, logró enderezar el camino, torcer la tendencia negativa y, lo mejor, influir en la vida de millones con el poder del mensaje. Lo difundió a través de libros, primero, y de seminarios motivacionales, después.

Si realizas una simple búsqueda en internet, Mr. Google te ofrecerá cientos de frases atribuidas a este personaje, inspiradoras y reflexivas. “No hay ascensor hacia el éxito, tienes que tomar las escalaras”, es una de ellas, que se aplica a la perfección al mensaje que quiero transmitirte en este artículo. ¿Por qué? Para que no caigas en la trampa de tomar un atajo y ruedes por el precipicio.

Los seres humanos, en especial en estos tiempos modernos frenéticos, histéricos y mediáticos, sufrimos un mal terrible: la falta de paciencia. O, dicho de otra forma, la ansiedad por ir más rápido de lo que la vida nos lleva o, sobre todo, saltarnos los pasos intermedios y llegar directo del punto A al punto B. Es un mal que se manifiesta en todas las actividades que realizamos en la vida.

Queremos competir en una maratón de 42 kilómetros cuando apenas comenzamos a caminar, aun tambaleándonos, cayéndonos. Se nos quema el arroz, pero queremos ser chefs de un restaurante Estrella Michelin. Acabamos de conocer a una persona, que nos agradó, y comenzamos a hacer planes a largo plazo sin saber, siquiera, si la relación va a prosperar. Y así sucesivamente…

Nos cuesta aceptar que la vida es un proceso, un paso a paso. Por eso, por ejemplo, cada semana tiene siete días y, por más que lo desees, después del lunes siempre vendrá el martes y, luego, el miércoles. Aunque tú desde el lunes estés en modo fin de semana, pensando en lo que harás el viernes por la noche, en el paseo con los amigos el sábado, tendrás que armarte de paciencia.

Esta es una situación a la que nos enfrentamos, sobre todo, cuando la tecnología está de por medio. ¿Por qué? Porque anhelamos que todo, absolutamente todo lo que deseamos, esté a tan solo unos clics (o uno) de distancia. El bienestar, el amor, la riqueza, el éxito, todo. Asumimos la vida como si fuera sencillo tocar una tecla y comenzar a recibir aquello con lo que soñamos.

Pero, claro, ya sabes que no es así, así no funciona. No en vano estuviste durante nueve meses en el vientre de tu madre: si el proceso se hubiera adelantado de forma artificial, es muy probable que no estarías aquí en este mundo. Por eso, también, la vida nos lleva por un camino en el que es necesario vivir (disfrutar) y superar distintas etapas: niñez, adolescencia, adultez, vejez, en fin.

No es que un día eres una niña que juega con muñecas (si todavía hay alguna que lo haga) y al día siguiente eres la CEO de una compañía, con 30 años de experiencia. La vida no funciona así, está claro. El mensaje es sencillo: hay que cumplir el proceso, con actitud positiva, de aprendizaje, a sabiendas de que esos serán los cimientos que te permitirán construir tu mejor versión.

Y que, además, te proporcionarán un beneficio invaluable: forjar confianza. Que, quizás lo sabes, es uno de los pilares de las relaciones en todos los ámbitos de la vida. De hecho, y es probable que lo hayas experimentado, los conflictos en que nos envolvemos surgen, principalmente, de la falta de confianza o de la desconfianza. Piensa, por ejemplo, en algún altercado vivido con un familiar.

Recuerda la primera frase de este artículo: “Si a las personas les gustas, te escucharán; pero, si confían en ti, harán negocios contigo”. Puedes cambiar el “harán negocios” por “serán tus amigos”, “te apoyarán en el trabajo”, “te elegirán como pareja”, “te admirarán y te seguirán”. Cambia el escenario pero la esencia es la misma: la confianza es la base del éxito en la vida.

Más en estos momentos en los que el mundo se resquebraja, entre otras razones, por la falta de confianza, por la desconfianza. En otras palabras: ya casi nada, casi nadie, es confiable. Por eso, justamente, las relaciones son cada vez más difíciles: nos cuesta confiar en los demás. Sin este vínculo, tarde o temprano habrá un cortocircuito. Sin confianza, la vida será un campo de batalla.

Lo padecemos todos los días: internet y los demás canales comunicación son focos de infoxicación, de intolerancia, de múltiples manifestaciones de agresividad y violencia. El ciudadano desconfía de quien dice representar sus intereses y, también, de las marcas y de las instituciones. ¿Y lo peor? Los seres humanos desconfiamos de los seres humanos, algo así como una epidemia silenciosa.

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Por fortuna, contra esta enfermedad hay un antídoto efectivo: el mensaje empoderado. La verdad, muchas de las situaciones que nos agobian en el día a día son producto del miedo que nos infunden a través del bombardeo mediático, de la confusión que siembran con mensajes que son contradictorios y/o basados en manipulaciones y distorsiones de la realidad. Sí, esa es la verdad.

¿Y por qué ocurre esto? Porque quienes tenemos el privilegio y el poder de un mensaje distinto, positivo, constructivo, inspirador, guardamos silencio. Tenemos la capacidad para cambiar esta realidad, para cambiar el mundo, pero elegimos callar. Y luego, claro, pagamos las consecuencias. Por eso, es necesario espabilar, darnos cuenta de que podemos ser agentes de transformación.

En la vida, como lo mencioné antes, todo gira en torno a la confianza. No olvides la frase de Zig Ziglar. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Las personas, la mayoría de las personas, están en la búsqueda de confianza de parte de otras personas, de las instituciones, de las figuras públicas, en fin. Y no las encuentran, porque no hay lay o porque son escasas. ¿Comprendes cuál es el reto?

¿Sabes cuál es la razón por la cual muchas personas son adictas a los memes y a los videos ridículos? Porque buscan algo positivo, constructivo e inspirador que los saque del caos de la realidad y… ¡no lo encuentran! Se estrellan con más violencia, más sangre, más morbo, más miedo, más mentiras, más manipulaciones, más pornomiseria. “La risa, remedio infalible”, pregona la revista Selecciones.

Con tu conocimiento, con tus experiencias, con el aprendizaje de tus errores, con tu pasión, con tu vocación de servicio, tú puedes ser el que provoque esa risa, el oasis en medio del árido desierto del caos. Además, quizás lo sabes, cuentas con la más poderosa herramienta para generar un impacto positivo en la vida de otros. ¿Sabes a cuál me refiero? Al mensaje inspirador y poderoso.

Es cierto que ahora, cuando millones de personas descubrieron que internet era un canal mucho más poderoso que el hecho de publicar memes, fotos y videos caseros en redes sociales, cuando la irrupción de la inteligencia artificial nos permite realizar de manera sencilla y económica una gran variedad de tareas que hace un corto tiempo eran engorrosas y costosas, la competencia abunda.

Sin embargo, y eso quizás lo has notado, la mayoría es basura, literalmente. Pornobasura o pornomiseria. Contenidos que producen asco, que denigran del ser humano, que no solo no nos arrancan una sonrisa, sino que nos producen más ansiedad, más tristeza. Esa, sin duda, es una oportunidad para quienes podemos hacer algo distinto, podemos generar contenido de calidad.

¿Aceptas el reto? Las condiciones para triunfar son sencillas:

1.- Ten en cuenta que te comunicas con personas, es decir, con otros seres humanos. Eso significa que lo importante no es la tecnología, el canal que utilizas o el formato que eliges: lo que en verdad importa, lo que te permitirá trascender, será el poder de tu mensaje. Que informe, eduque, nutra y entretenga a quien lo consume, que recompense el tiempo que esa persona le dedica.

2.- Una de las miserias del contenido actual de internet es que la mayoría son ‘más de lo mismo’, otra versión del mismo patético payaso que nada aporta. El clon del clon del clon, aquellos adictos a las plantillas que solo repiten el mismo discurso. La autenticidad no solo te hará único, sino que te destacará, como la luz en la oscuridad, y te visibilizará, provocará que llames al atención.

3.- No tienes que ser un escritor consagrado, un presentador de noticias o un locutor para crear contenido de valor. Recuerda: lo que a la gente le interesa es el valor del contenido que transmites. Lo demás es accesorio. Así mismo, ten en cuenta que “la práctica hace al maestro”. Cuanto más lo hagas, cuanto más desarrolles la habilidad (cualquiera que sea), tus resultados serán mejores.

4.- No te límites a un formato o a un canal. En mi caso, mi mayor fortaleza es el contenido escrito, pero produzco piezas gráficas y próximamente incursionaré (¡es una promesa!) en otros formatos (video y audio). Esa variedad de habilidades te permitirá reforzar el poder de tu mensaje y también llegar a más personas porque, recuerda, “entre gustos no hay disgustos”. Exprime tu potencial.

5.- Aprovecha las herramientas que te brinda la tecnología sin perder de vista, de nuevo, que lo realmente importante y valioso eres tú, tu mensaje. Convierte a la inteligencia artificial en tu socio estratégico, en tu asistente personal: son muy pocas las tareas que no puedes realizar con ella. Aprender a manejar estas herramientas te proporcionará una gran ventaja competitiva.

“Cuando la confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva”, dice el autor, empresario y conferencista Stephen R. Covey, autor de, entre otros libros, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Una persona confiable, genuina y auténtica no solo encarna un mensaje más poderoso, sino que, además, en estos tiempos modernos es un exclusivo tesoro. ¿Aceptas el reto?

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5 claves para que tu mensaje no sea “más de lo mismo”

A todos, prácticamente a todos, nos sucedió alguna vez en la vida. Y fue uno de esos momentos en los que uno implora “¡Trágame, Tierra!”Acabas de celebrar tu cumpleaños (o el Día del Padre) y tu suegra te regaló un lindo suéter. “Es un modelo exclusivo”, te aseguró sonriente. Sin embargo, el día que lo estrenas, caminas por el centro comercial y ves a dos, tres personas con uno idéntico.

“¿Exclusivo…?”. No logras disimular tu incomodidad y pagarías por quitártelo, pero no puedes: vas de la mano con tu mujer y una afrenta de tal estilo a su madre desataría la III Guerra Mundial. Ella, por supuesto, también lo nota: “Viste, amor, ¿cómo se les ve de bien ese modelo a otros señores?”. Algo ininteligible balbuceas y cambias de tema de conversación, para evitar los daños mayores.

De regreso a casa, subes a tu habitación y rápidamente te despojas de la prenda. La guardas en el fondo del armario, en uno de esos rincones que jamás exploras, donde estás seguro el “suéter de modelo exclusivo”pasará la eternidad. Acaso lo luces una vez más, solo una más, el Día de la Madre cuando vas a la casa de tu suegra: si se da cuenta de que no lo usas, se arma la de Troya…

 Esta situación hipotética se da en la vida real en muchos ámbitos. Por ejemplo, cuando una marca o un emprendedor publican “contenidos propios” o “exclusivos” que, a la postre, no son más que la copia de la copia de la copia. ¿Por qué? Porque algunos, de hecho, copian descaradamente y replican sin dar el crédito; porque otros caen en la trampa de las plantillas, otra suerte de “modelo exclusivo”.

Nunca, en la historia de la humanidad, el hombre disfrutó de tantas y tan poderosas herramientas y recursos para hacer su trabajo, cualquiera que sea. En cualquier ámbito, la tecnología nos ofrece una variedad de recursos que refuerzan y/o potencian nuestra creatividad natural. Ese, al menos, es el propósito, aunque en la práctica tristemente muchos reniegan de lo que la naturaleza les dio.

Y, entonces, se dedican a copiar. Algunos lo hacen discretamente y otros, sin el menor empacho. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que cuando entran a internet, se enfrentan a la misma situación incómoda del amigo del ‘suéter con diseño exclusivo’: se dan cuenta de que son ‘más de lo mismo’, retórica pura, la repetición de la repetidera, como decían las abuelas del siglo pasado.

Y, por supuesto, su mensaje carece de valor y, por ende, no logra conectar con las emociones del mercado. A nadie le interesa, no despierta la atención o la curiosidad de nadie. Son palabras que se las lleva el viento. El fondo del asunto es que el mercado no es ignorante, no es tonto: por el contrario, es cada vez más educado, está mejor informado y, además, no elige al azar.

De acuerdo con un estudio publicado por la consultora Nielsen en España, a la creatividad de los avisos publicitarios, de los mensajes de las marcas, se atribuye el 47 % del impacto total de las ventas. Es decir, los avisos creativos son más persuasivos, consiguen que casi la mitad de los que atendieron ese mensaje tomen la acción esperada y compren. Si eres creativo, vendes más.

Así mismo, una encuesta de Adweek realizada en Estados Unidos determinó que el 85 % de los adultos de ese país confía más en una marca que se comunica a través de anuncios con calidad. Si bien este es un concepto que puede ser interpretado de múltiples formas, la calidad se asimila a la creatividad. Es decir, el consumidor no traga entero y se da cuenta cuando quieren engatusarlo.

Un error que, por supuesto, se paga caro. O, si quieres ver la otra cara de la moneda, una virtud que se premia con la lealtad y la compra recurrente. ¿Un ejemplo? Apple. Sus productos no son “modelos exclusivos”, pero sí incorporan características y beneficios que otros similares del mercado no poseen. Y, aunque suelen ser más costosos, sus fanáticos no dudan en comprarlos.

¿La razón? Apple, más allá de la tecnología de punta, se especializó en crear mensajes poderosos a través de los cuales comparte sus valores y principios, sus sueños, con los de un segmento del mercado. Que no es mayoritario, pero, sí, “exclusivo” (este, sí). ¿Y qué hace especiales los mensajes que transmite Apple? La creatividad, por supuesto. Ese, sin duda, es el sello de la casa.

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Ahora, es probable que te preguntes ¿qué es un mensaje creativo? Veamos:

1.- Es auténtico. Partamos de la base de que la rueda y el agua tibia ya fueron creadas, así que las ideas ciento por ciento distintas no existen. No vayas a tropezar con esa piedra, entonces. De lo que se trata es de darle un enfoque distinto a esa idea: desde tus principios y valores, tus creencias y tu forma de ver el mundo, para que así conecten con las emociones de tus clientes potenciales.

La clave radica en diferenciarte del ruido, de la histeria en la que está envuelta la mayoría, de tomar el atajo de las ‘tendencias’ que, al final, son solo ‘más de lo mismo’. Haz de cuenta que vas caminando por el parque y, escondidos en el bullicio y el desorden, escuchas algunos los acordes del canto de los pájaros. Seguro atraen tu atención: es lo que debes conseguir con tus mensajes.

2.- Muestra tu valor. Una de las principales razones por las cuales a muchas marcas, negocios y emprendedores les cuesta comunicar su mensaje, generar el impacto deseado, es porque no se atreven a mostrar su valor. Un valor que se refleja tanto en sus principios y valores como en sus creencias. Pero, sobre todo, en su historia: es el camino más seguro para conectar con las emociones.

No es tu producto o servicio lo que inspira a tu cliente potencial: es el camino que has construido superando dificultades, asumiendo retos, escalando montañas, levantándote de las caídas y, en especial, intentándolo una vez más. Esa persistencia, esa determinación y esa valentía son los hilos a través de los cuales tu cliente potencial consigue identificarse contigo y, lo mejor, inspirarse.

3.- Sentir, antes que pensar. Si bien lo que nos hace distintos a los humanos del resto de especies de las especies del planeta es que somos racionales, la verdad es que la mayoría de las decisiones que tomamos son fruto de impulsos emocionales. Es decir, primero sentimos y luego pensamos. Más, a la hora de comprar, porque mientras no exista esa emoción no se producirá una acción.

Para poder transmitir esos sentimientos (valores, principios, creencias) y conectar con las emociones de tus clientes potenciales, primero debes establecer un vínculo de confianza y credibilidad. Pero, además, debes demostrar que realmente te interesa el bienestar de tu cliente, que tu propósito es ayudarlo y que tu interés es brindarle experiencias satisfactorias y felices.

4.- Una relación, un intercambio. El marketing del siglo XXI ya no consiste en vender, como en el pasado, sino en comunicarte con el mercado, conectarte con todos y cada uno de tus clientes potenciales. En otras palabras, en establecer una relación a largo plazo que se manifieste a través de un variado intercambio de beneficios. Uno de ellos, por supuesto, es que te compre.

Hoy, a diferencia del pasado, los consumidores no quieren comprar: quieren conectarse con las marcas con las que comparten principios, valores y creencias, quieren comunicarse con ellas y vivir experiencias gratificantes. Quieren que esas marcas sean la luz que ilumine su camino, una fuente de inspiración para cumplir sus sueños, satisfacer sus deseos y ser parte de algo positivo.

5.- Escucha al mercado. La mayoría de las veces que un mensaje no conecta con el mercado es porque no consigue conectar con las emociones de esas personas que tienen una necesidad insatisfecha. ¿El origen del problema? Que las marcas (negocios o emprendedores) asumen que conocen esa necesidad y creen que su producto o servicio es la “solución perfecta”. Y no es así.

El secreto del éxito de cualquier mensaje radica en escuchar, no en hablar. Aprovecha las maravillas de la tecnología y abre tantos canales de comunicación como sea necesario para escuchar a tus clientes potenciales. Recuerda: no eres tú el genio del marketing, el que se las sabe todas; el único y verdadero genio es el mercado, así que escúchalo, atiende sus necesidades y satisfácelas.

No menosprecies el poder de tu mensaje: si lo aprovechas, si lo sabes utilizar, es lo que realmente te hará diferente, único y, sobre todo, atractivo para el mercado. No sigas la corriente (tendencias) y, por favor, no caigas en la trampa de copiar a otros o serás etiquetado como ‘más de lo mismo’. Recuerda: la gente no compra tu producto o servicio, te compra a ti, el modelo de éxito que tú encarnas y transmites.

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Las claves creativas del contenido de impacto para 2024, según Adobe

Parte del bombardeo mediático al que somos sometidos a diario, en especial en esta época de comienzo de año, es el de las tendencias. Los gurús que presumen de la bola de cristal nos dicen cómo, según ellos, va a ser la vida en prácticamente todos los ámbitos. Predicciones que lejos están de ser inocentes, que responden a intereses particulares y por lo general no se cumplen.

El diccionario nos dice que tendencia es “Propensión o inclinación en las personas y en las cosas hacia determinados fines”, por un lado, o “Idea religiosa, económica, política o artística que se orienta en determinada dirección”. Las famosas tendencias no son más que una herramienta de los estrategas de la manipulación para guiarnos hacia un objetivo o comportamiento específicos.

¿Recuerdas la minifalda? A mediados de los años 60, esta diminuta prenda, revolucionaria y contestataria para la época, causó un gran revuelo. Surgió en Inglaterra y por cuenta del cine y la televisión cruzó el Atlántico y en Estados Unidos causó furor. Allí se convirtió en tendencia y en una moda que, hoy todavía, se resiste a desaparecer. Y cada tanto regresa, claro, como una tendencia.

Las tendencias intentan fijarnos un camino: cuantas más personas decidan tomarlo, mejor para quienes crearon y están detrás de ella, de quienes reciben los mayores beneficios (en especial, los económicos). O, quizás, una idea a partir de la cual un político o un partido político establece un mensaje. En Colombia, por ejemplo, el “Nos vamos a volver Venezuela” causó grandes estragos.

Fue una tendencia enarbolada por líderes de opinión, medios de comunicación, catedráticos y ciudadanos del común afines con la ideas de la derecha extrema. Estigmatización, discriminación y polarización fueron algunos de los resultados de ese camino que muchos decidieron seguir. Uno que, con el paso del tiempo, desveló una mentira y dejó traslucir, más bien, intereses ocultos.

Eso, sin embargo, no significa que todas las tendencias sean manipuladoras o perversas, porque las hay positivas. O que tengamos que hacer caso omiso de ellas. Cuando no están revestidas del halo de la manipulación, las tendencias nos sirven para conocer comportamientos predecibles de las personas, del mercado. Que, valga recalcarlo, no son verdades sentadas en piedra, irrefutables.

Son menos subjetivas que la intuición, la simple sospecha o el olfato, que muchas veces son el soporte de las decisiones de personas o negocios. En el mundo actual, especialmente en el nivel de las grandes ligas, las marcas y empresas se toman muy en serio las tendencias. Sí, que son dictadas por ellas mismas en función de sus intereses, pero no están tan contaminadas por la manipulación.

Si bien me confieso contrario a las tendencias, y dudo de la veracidad de la mayoría, hay casos que, sin duda, vale la pena considerar. Por estos días, en internet me encontré una publicación en la que Adobe, el gigante de servicios digitales en la nube, padre de la suite de Photoshop y muchas más aplicaciones fantásticas, expuso las que, a su juicio, serán las “tendencias creativas de 2024”.

¿Qué nos propone Adobe? “Contenidos (básicamente, imágenes) relajantes, creativos, dinámicos y llenos de nostalgia”. ¿De qué se trata? Contenidos que combinan inteligencia artificial (¡claro, no podía ser de otra manera!) y 2D y 3D, entre otros elementos. Sin embargo, no es algo cosmético, estético, porque lo fundamental es el mensaje, el impacto que puedes transmitir con palabras e imágenes.

Veamos un poco de qué se trata cada una de las propuestas de Adobe:

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1.- Contenidos relajantes.
Hoy, más que nunca, después de episodios traumáticos que marcaron nuestra salud mental como la pandemia, sin dejar de lado la agobiante cotidianidad, el ser humano busca paz y tranquilidad. El equilibrio es una prioridad y, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, las personas estamos más abiertas a cambios y desapegos si lo que obtenemos a cambio es mayor bienestar general.

En términos de consumo de contenidos, son cada vez más las personas que se incomodan por tanta sangre, tanto dolor, tanta toxicidad. Somos más sensibles a ciertos estímulos negativos o agresivos a los que estábamos acostumbrados o a los que no les prestábamos atención. Hoy, en cambio, nos incomodan y queremos evitarlos, queremos sustituirlos por positivos y constructivos.

“Las marcas pueden aprovechar para incorporar elementos visuales fluidos y relajantes que calman los sentidos”, dice Adobe. A eso le agregaría mensajes que te inviten a reflexionar, a cuestionarte sin juzgarte, a explorar para conectar con tu poder interior y sacar a relucir tu mejor versión. Son contenidos inspiradores, propositivos, que sean fuente de paz y tranquilidad, y de felicidad.

2.- Asombro y alegría.
Hoy, producto de los duros golpes recibidos en los últimos años, y también de la incertidumbre reinante, las personas queremos vivir no solo experiencias nuevas, sino que además sean gratificantes, enriquecedoras y divertidas. Aquello de “la vida es un ratico” dejó de ser el coro de una conocida canción del colombiano Juanes y se convirtió en la premisa de vida de muchos.

Estamos aquí, en este mundo, para aprender y disfrutar, no para sufrir. Si bien lo que sucede a alrededor en la mayoría de las ocasiones es ajeno a nuestro control, también es cierto que la calidad de las experiencias que vivimos está determinada por las elecciones que hacemos, por las decisiones que tomamos. Y queremos consumir mensajes que nos hagan reír, que nos reconforten.

En ese contexto, no solo es crucial el contenido de tu mensaje, sino la forma en que lo emites, lo presentas. El uso de herramientas como la inteligencia artificial y otras más, los videos cortos y las imágenes atractivas te ayudarán a generar un mayor impacto. Por supuesto, lo crucial es el valor que puedas transmitir: sorprende a tu audiencia, rompe esquemas y, sobre todo, ¡sé auténtico!

3.- Dinamismo.
La dinámica de la vida es el cambio, ¿lo sabías? Más en estos tiempos modernos en los que los cambios se suceden con tanta rapidez que a veces no los percibimos, no los disfrutamos. Si bien el ser humano suele resistirse al cambio, a salir de la zona de confort, los últimos acontecimientos nos han enseñado que esa es una necedad: los cambios se darán, aunque nos guste o no.

Si bien es errado decir que los contenidos estáticos están en desuso, la verdad es que los que incorporan dinamismo, con efectos 2D y 3D, son los que mayor impacto generan hoy. Y, no lo olvides, deben ser divertidos, también. En medio de la estresante rutina, de la caótica realidad, el ser humano (¡todos!) busca pequeños oasis que le aporten algo de relax, le arranquen una sonrisa.

Ten cuidado de no sobrepasar el límite de lo agradable: exceso de efectos, más si no son útiles para darle fuerza al mensaje que transmites, es perjudicial. Estos elementos son convenientes si ayudan a que tu mensaje genere un mayor impacto y, además, sirvan para diferenciarte de la competencia. No temas en probar otros formatos, pero tampoco caigas en la trampa de las múltiples identidades.

4.- La nueva nostalgia.
Recordar es vivir, ¿cierto? Más si se trata de recuerdos gratos de la infancia y la juventud, en especial. Lo retro, quizás lo sabes, siempre está de moda, ¡siempre! Reconectar con ese pasado grato y feliz es una de las estrategias de persuasión más efectivas que utilizan las marcas y los líderes que influyen en el pensamiento y, por ende, en el comportamiento de las personas.

Cuando somos sometidos de manera repetida a estímulos negativos, dolorosos, los seres humanos nos aferramos a lo que nos brinda paz, tranquilidad y felicidad. Por eso, recurrimos al baúl de los recuerdos de la memoria, en especial, de los positivos e inspiradores. Esa conexión con el pasado es muy poderosa y, además, inevitable, una tendencia en la que Adobe es toda una experta.

Los contenidos que involucran experiencias a través de las cuales tu audiencia pueda sentirse identificada, y cuyas raíces estén en un pasado de grata recordación, son pertinentes. Lo que no puedes perder de vista es la importancia de la conexión emocional: es a través de ellas que puedes atraer la atención de otras personas. Esa es la gran oportunidad para transferirles valor.

Repito: no soy muy amigo de las tendencias, pero, esta en particular me llamó la atención. ¿Por qué? Porque más que una tendencia para 2024 es una necesidad del mercado en estos momentos en los que la salud mental está golpeada y el bienestar es prioridad. Hay demasiada pornobasura en internet, en los medios, en la vida real, y el único antídoto efectivo es el contenido de calidad.

Este fenómeno de infoxicación, de contenidos tóxicos que nos abruman, sucede en particular porque las personas, como tú, que están en capacidad de generar contenidos de valor, no lo hacen. Por miedo, por pensar que a nadie le interesará, por creer que la gente está muy ocupada y no le prestará atención, por lo que sea: ninguna de estas razones es cierta, es tan solo una excusa…

A este mundo le faltan personas que se despojen de sus miedos, de las prevenciones del qué dirán los demás, y se atrevan a compartir aquello tan valioso que atesoran: su historia, su conocimiento, sus experiencias, el aprendizaje de sus errores y, sobre todo, su mensaje. Más que una tendencia creativa, como las definió Adobe, se me antoja una oportunidad de darle al mundo tu legado. ¿Te animas?

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El contenido, la herramienta más poderosa para impactar la vida de otros

¿Cómo te fue en 2023 en tu empresa, negocio, emprendimiento o como profesional independiente sin producir y compartir contenido de calidad? No te apures, conozco bien la respuesta: ¡no creas y compartes contenido propio, solo te dedicas a vender (a intentar vender, de hecho). Es una realidad del mercado, uno de los puntos débiles, y también una fortaleza de los exitosos.

Creemos, porque así nos lo enseñaron, que “hacer negocios (o marketing) es vender”, pero no es cierto. Esa fue una concepción popular durante décadas en el siglo pasado. Sin embargo, lo que se impone hoy es distinto: hacer negocios (o marketing) va más allá inclusive de satisfacer necesidades básicas de los consumidores, o sus deseos más fervientes, y consiste en servir.

Cuanto más sirvas, es decir, cuanto más ayudes a otras personas con lo que haces, con tus productos o servicios, con tu conocimiento, más venderás. ¡Esa es la premisa! A eso, justamente, se dedican las marcas, negocios y personas que lideran el mercado, las más influyentes: ayudan a otros. Las ventas, el dinero, llegarán después como una consecuencia lógica de tus acciones.

Ahora, algo que quizás ya sabes o has experimentado: no basta con tener “el mejor producto” del mercado, o “el mejor servicio” al “mejor precio”… No basta. Porque si el mercado no se entera, si tus clientes potenciales no sabes que existes y qué ofreces, ¡nadie te comprará! Será el secreto mejor guardado, una especie de tesoro escondido, y todo lo que hagas será en vano.

El juego del marketing en el siglo XXI consiste en ser visible a la porción del mercado a la que puedes servir con aquello que ofreces, en posicionarte en la mente de esos clientes potenciales para que piensen en ti, y solo en ti, cuando esa necesidad apremie. Y, por último, en comunicar el mensaje adecuado a través del cual puedas conectar con las emociones de esas personas y persuadirlas.

En últimas, entonces, hacer marketing (o vender) es crear y comunicar el mensaje que tu audiencia potencial quiere escuchar. Mensaje que, valga recalcarlo, no es “vender, vender, vender”, es decir, manipular a partir del miedo y forzar la venta. La venta, repito, es una consecuencia lógica de lo que haces (y de lo que no haces), de cómo lo haces y, en especial, del mensaje que comunicas.

Otra puntualización importante: crear contenido de valor NO es hablar de ti, de los cargos que has ocupado, de las campañas exitosas que has liderado para marcas multinacionales de presupuesto millonario. Tampoco es presumir de los autos o las propiedades que posees o del dinero que hay en tu cuenta bancaria. Y no es tratar de venderte como la solución perfecta, en nuevo gurú.

Eso, créeme, a NADIE le interesa, ¡a nadie! Menos, si no eres visible, sino te posicionaste en la mente de tus clientes potenciales y si tu mensaje no llegó a las personas correctas (es decir, a las que padecen el problema que tú puedes solucionar y están interesadas en esa solución). ¿O es que a ti te interesa saber los pormenores de la vida del vecino huraño con el que nunca cruzas palabra?

El objetivo del contenido de valor es atraer la atención de esas personas que están ahí afuera, en el mundo real (NO en redes sociales), primero, y luego despertar su curiosidad. Que en su cerebro se active la pregunta clave, aquella que desvela lo que a esa persona, en realidad, le interesa: ¿Qué hay aquí para mí? Si consigues que esa persona llegue a este punto, habrás ganado una batalla.

Sin embargo, estás lejos de vender. Esa es la realidad. Ese es tan solo el comienzo, el primer paso de la que podría ser una fructífera relación a largo plazo, de un intercambio de beneficios, si los siguientes pasos son los adecuados. ¿Y cuáles son esos pasos? Informar, educar, nutrir y entretener a esa audiencia, a esas personas que atrajiste y a las que les despertaste la curiosidad.

En esa labor, la mejor herramienta es el contenido de valor. No pases por alto la palabra “herramienta”, porque solemos creer que solo sirven o son útiles las que nos proporciona la tecnología. Y no es así, por supuesto. El contenido que aporta valor y llega a las personas que necesitan esa información es más importante que el formato o los canales de difusión.

No te distraigas con esos asuntos que son secundarios. Hay que considerarlos, sí; hay que acertar en la elección, sí; hay que garantizar que la producción sea de calidad (por simple respeto a tu audiencia), pero lo relevante, la razón por la cual tus clientes (potenciales o actuales) consumen ese contenido es porque creen que tiene valor. Es decir, les aporta algo de lo que carecen.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que a veces, la mayoría de las veces, esas personas no saben que necesitan eso que tú les ofreces. De hecho, ni siquiera saben que padecen un dolor porque las manifestaciones son leves o están controladas, así que en este punto del proceso NO te van a comprar. Es más: no te aceptarán que les hables de tu producto o servicio. No todavía.

Está en una fase de exploración, de descubrimiento, ¿recuerdas? Para él, lo importante en ese momento es saciar la curiosidad que despertaste. Entonces, lo que requieres es información. No de tu producto o servicio, no de tu oferta, insisto, sino de cuál es el problema que lo aqueja, de cuáles son las manifestaciones de ese problema o carencia y de cómo puedes (vas a) ayudarlo.

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En ese contexto, ¿qué tipo de contenido debes crear y compartir? Veamos:

1.- Responder lo prioritario. Es decir, las preguntas básicas, obvias, que tu cliente potencial se hace después de que atrajiste su atención y despertaste su curiosidad. Por eso, debes conocer muy bien a tu cliente potencial, saber con exactitud cuál es su problema y, más importante aún, cuáles son las manifestaciones, pues al fin y al cabo son ellas las que tiene que lidiar, las que lo incomodan.

Un ejemplo: eres un vendedor de autos de alta gama, un segmento muy competido y exclusivo. Tu tarea, entonces, consiste en destacar el diferencial de tu producto (seguridad, bajo consumo, confort) y, sobre todo, explicarle a tu cliente potencial por qué es la mejor elección para él y su familia. Olvídate de las características y del precio: enfócate en crearle la necesidad.

2.- Edúcalo. Una tarea que prácticamente nadie cumple. La mayoría se desboca en la intención de vender tan rápido como sea y fracasa. ¿Y por qué? Porque su cliente potencial no está educado, no sabe que tiene problema, no sabe cuál es el problema, no sabe qué hay detrás de esas incómodas manifestaciones de las que desconoce su origen. Responde sus inquietudes y… ¡lo atraparás!

Un ejemplo: eres un coach y tienes un programa para ayudar a los padres en la crianza de sus hijos entre los 5 y los 15 años, un período apasionante y, a la vez, crítico. Identifica los problemas comunes, bríndales consejos prácticos de fácil aplicación y resultados certeros y enséñales que eso de ser padre es un aprendizaje sobre la marcha. ¿La clave? Enfócate en lo positivo y constructivo.

3.- Conexión emocional. Si no logras conectar con las emociones de tu cliente potencial, ¡no le venderás! Ni ahora, ni después. ¿Por qué? Porque la compra, seguro lo sabes, es la respuesta a un estímulo emocional incontrolable. Si apuntas al dolor, a lo racional, ¡no venderás! La motivación de tu cliente es tu gran aliada: hazle saber que su vida será mejor si obtiene lo que le ofreces.

Un ejemplo: eres un consultor inmobiliario que vende proyectos nuevos en La Florida (EE. UU.). Tus clientes son suramericanos que quiere irse a vivir allá, pero tienen miedo por la legalización del estatus, por la adaptación de sus hijos y, sobre todo, por la plusvalía de su inversión. Cuéntales de esos clientes a los que ya ayudaste, que ya viven allí, y de cómo su vida cambió para mejor.

4.- Inspíralo. La inspiración es el punto de partida de la persuasión, es decir, la estrategia a través de la cual consigues que tu cliente potencial realice la acción que tú le propones y que lo beneficia. La inspiración transporta a esa persona al escenario al que prometes llevarla, ese en el que un aspecto de su vida deja de ser un problema y, por lo tanto, es más feliz, su vida es mejor.

Un ejemplo: eres un profesor de idiomas que ofrece cursos por internet, tanto para niños como para adultos. Explícale a tu cliente los beneficios de dominar una segunda lengua, de cómo esta herramienta le abre puertas y le brinda oportunidades valiosas. Enfócate en que entienda que sus hijos estará un par de escalones arriba del resto de su generación y su vida será más feliz.

Este 2023 se nos escapa de las manos y el corazón le abre las puertas a un 2024 que recibimos con ilusión. Por mi parte, el propósito es continuar en esta cruzada de compartir mi conocimiento y experiencia para guiarte en la tarea de construir y transmitir mensajes poderosos que contribuyan a ayudar a otros. Recuerda: lo que la vida te ha regalado carece de sentido si no lo compartes.

Todos, absolutamente todos, tenemos la responsabilidad de utilizar aquello que hemos atesorado, conocimiento y experiencias, para inspirar a quienes no han gozado de la misma buena suerte que nosotros. Generar un impacto positivo en la vida de otros es la tarea más maravillosa que se nos encomendó y el contenido que creas y compartes es la herramienta más poderosa de que dispones.

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Haz de tu mensaje (conocimiento) el mejor propósito para 2024

Es una pregunta que todos, absolutamente todos, nos formulamos en algún momento de la vida. De hecho, es frecuente cada vez que la vida nos confronta, nos pone contra la pared, nos obliga a nadar contra la corriente. Entendemos que estamos en este mundo por una razón especial, pero no la conocemos, de ahí que la respuesta al gran interrogante de la vida nunca es definitiva.

¿Sabes cuál es ese interrogante? Sí, ese de ¿cuál es el motivo por el cual llegamos a este mundo? Porque no estamos aquí por casualidad, simplemente porque fuimos el espermatozoide más rápido de la ocasión o porque nos ganamos una suerte de lotería. Todos, absolutamente todos, llegamos a este mundo por una razón y nuestra misión en la vida es, justamente, descubrirla.

Nacemos sin un propósito, ¿lo sabías? Sé que esta es una afirmación que puede reñir con tus creencias, con esos mensajes que están grabados en tu mente desde la niñez. Porque a todos nos dicen que llegamos para esto o lo otro o, quizás, nos trazan un rumbo: “tienes que ser médico (o abogado, o arquitecto, o contador) como tu abuelo, tu padre y tus hermanos”, nos dicen.

Y dócilmente, muchas veces, intentamos recorrer ese camino. Que, tristemente, nos ofrece una alta dosis de dificultades, tropiezos y dolor y casi nunca nos brinda la recompensa que anhelamos. La de ser felices, la de sentirnos realizados con lo que hacemos, la de saber que aportamos un granito de arena para que este mundo sea mejor, la de dejar un legado por el que nos recuerden.

Nacemos sin un propósito y ese, sin duda, al menos para mí, es un gran descubrimiento. ¿Por qué? Porque significa que todo lo que haga en la vida, para bien o para mal, marcará el camino que deba transitar. Es decir, cada día es una aventura, una oportunidad para aprender, para crecer; también, para cristalizar unos sueños y forjar otros y, en especial, gozar del privilegio de ayudar a otros.

A lo largo de la vida, cada día sin excepción, y a partir de aprendizaje surgido sobre todo de los errores que cometemos, descubrimos cuál es nuestro propósito. Es decir, la razón por la cual llegamos a este mundo, el para qué. Un camino en el que adquirimos dogmas, costumbres, hábitos, rituales e ideologías que se manifiestan en nuestras decisiones y comportamiento.

Decisiones y comportamientos que, en últimas, no son más que un mensaje que le transmitimos al mundo sobre quiénes somos y qué hacemos. Sobre lo que sentimos y lo que tememos. Sobre el conocimiento adquirido y las experiencias vividas. Un mensaje que, en esencia, no es un libreto o un script que se aprende de memoria y se recita cada vez que alguien pregunta quiénes somos.

Durante más de 30 años trabajé como periodista en medios de comunicación, empresas y por cuenta propia, como freelance. Un camino en el que enfrenté múltiples dificultades, como el ego, ese virus que nos infecta a todos en algún momento de la vida y que, si lo permitimos, será un enemigo silencioso que echará a perder nuestros sueños. Además, es un pésimo consejero.

No solo te lleva por rumbos equivocados, sino que nubla tus ojos y te impide ver lo que es evidente. Es decir, no ves las oportunidades, no valoras tus capacidades, no entiendes que la vida te dio el privilegio de adquirir conocimiento y vivir experiencias increíbles. Despojarme del ego no fue tarea fácil y en algún momento fue doloroso. Sin embargo, fue necesario y liberador.

¿Por qué? Durante años, porque eso fue lo que me enseñaron en la academia, en los medios y en las empresas, porque así funciona el ambiente, estuve convencido de que eso tan valioso que la vida me había regalado era para mí. Sí, como el regalo que recibes en la Navidad o tu cumpleaños. La verdad, esa es una creencia equivocada, porque nada de eso tiene sentido si no lo compartes.

Lo que no se comparte, no se disfruta, le aprendí hace años a un cliente. Una máxima de vida maravillosa, poderosa, que me sirvió para descubrir mi propósito. ¿Y cuál es? Compartir y disfrutar todo aquello que la vida me dio el privilegio de atesorar. Compartir que, en la práctica, en el día a día de la vida, significa transferirlo a otros para que regrese en forma de múltiples bendiciones.

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Quizás lo has experimentado: cuando enseñas a otros, no solo eres maestro: también eres un aprendiz y, a veces, muchas veces, el que más aprende. Piensa en algo que le hayas enseñado a tus hijos: no solo te queda la satisfacción de ayudarlos, de ver que lo pueden hacer por sí mismos, sino que esa interacción te brinda conocimiento nuevo y valioso que podrás utilizar en el futuro.

Esta, créeme, es una premisa que se aplica a todo en la vida. A cualquier actividad o rama del conocimiento. Desde que descubrí ese propósito, mi trabajo dejó de ser un trabajo convencional y se convirtió en una misión de vida. Que me sirve, además, para ganar dinero, porque así funciona el mundo, porque lo necesito y me ayuda a disfrutar de otras pasiones, a darme recompensas.

El propósito de la vida, ese mensaje trascendente que construimos a lo largo de la vida, surge a partir de los dogmas, costumbres, hábitos, rituales, creencias e ideologías adquiridas. Que, seguro lo sabes, no son estáticas: cambian, se refuerzan, se transforman, se revalúan, en función de lo que vivimos, de lo que aprendemos y, fundamentalmente, de las personas de las que nos rodeamos.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que entendemos mal el propósito, por un lado, y porque el propósito goza de mala fama. ¿Por qué? Lo entendemos mal porque asumimos que es un punto, una meta, y no es así: se trata del proceso. De otra forma, confundimos propósito con deseo, con algo que anhelamos que se dé, pero que casi nunca se cristaliza por nuestra falta de acción.

¿Por ejemplo? Los famosos propósitos de Año nuevo, que no son más que deseos que jamás, o casi nunca, se cumplen. Aprender un nuevo idioma, bajar de peso, leer un libro al mes, viajar o conseguir un trabajo en el que te valoren como persona y profesional. Acaso empezamos con uno de ellos y a los pocos días, o semanas, lo abortamos. Y los renovamos cada 12 meses, sin éxito.

Sin éxito, lamentablemente. ¿Por qué? Porque se quedan como un simple deseo al no estar sustentados en un plan de acción realizable y una estrategia que nos permita llevarlo a cabo. Así mismo, porque la mayoría de las veces no es algo que anhelamos fervientemente, con pasión, y por eso lo abandonamos al primer tropiezo o, quizás, una vez el entusiasmo se esfuma.

El propósito solo puede cumplirse si hay determinación, una actitud que se renueva cada día. Y, por supuesto, acciones efectivas. Que, no sobra decirlo, a veces te significará ganar enemigos gratuitos, la antipatía de algunos y la reprobación de muchos. ¡No les prestes atención! Ese es el indicativo de que vas por el camino correcto, cuando otros, los que no hacen nada, se incomodan.

Un propósito, cualquiera que sea, solo tiene sentido en virtud del conocimiento que adquirimos durante el camino. El conocimiento es el combustible, el alimento que lo nutre, lo fortalece. Y solo se concreta en función de lo que pensamos, tememos, sufrimos, disfrutamos, aprendemos. Un propósito es todo el camino, el proceso, pero también es la meta que nos proponemos alcanzar.

Moraleja: lo que la vida te ha regalado, lo que te ha dado el privilegio de atesorar, no es para ti. Tú eres, simplemente, un instrumento, el intermediario para que ese conocimiento valioso, esas experiencias increíbles, ese aprendizaje de los errores, sea transferido a otros. Que lo necesitan, que lo anhelan, por cierto, porque están en la misma búsqueda que estabas tú hace un tiempo.

Entonces, ¿me aceptas una invitación? Si este año, como todos los años, haces un propósito de Navidad o Año Nuevo que sea el de compartir tu conocimiento, tus experiencias, tu pasión, así como tus creencias y tus emociones, para ayudar a otros. Cuando amas lo que haces, y en especial cuando haces lo que amas, la vida te recompensa de mil y una formas maravillosas. ¡Aprovéchalo!

No te quedes trabado en el tema del formato o la extensión. Comienza por lo más sencillo, por aquel que te resulte más cómodo: audio, video, texto, el que sea. Nutre a tu comunidad, a esas personas que ya creen en ti, con las que hay confianza. Demuéstrales que tienes mucho para ofrecerles y que tu propósito es ayudarlas. Te sorprenderá el impacto que puedes conseguir.

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Por qué es imposible quedarse ‘sin ideas’ o con la ‘mente en blanco’

¿Cómo es posible que un ser humano, cualquiera, diga que ‘se quedó sin ideas’? O, de otra forma, “que no se le ocurre ninguna idea”. Sencillamente, es imposible que esto suceda. Mientras estés vivo, mientras tu cerebro funcione, es imposible que esto suceda. Porque, no lo olvides, inclusive cuando dormimos (y dormimos la tercera parte de la vida), nuestro cerebro permanece activo.

No soy neurólogo, no soy sicólogo, no soy científico, así que no puedo darte un diagnóstico a partir de la ciencia. Tan solo puedo compartir contigo alguno postulado que encuentro en internet (otro cerebro maravilloso) y que confirman que no existe esa carencia de ideas. El cerebro, seguro lo sabes, es un órgano maravilloso, ilimitado, capaz de aprender todo lo que tú le pidas. ¡Todo!

¿Sabes qué hace tu cerebro mientras duermes? Trabaja. Durante el día, especialmente en esta era de la comunicación y de la infoxicación, el cerebro recibe millones de impulso, información que proviene tanto del exterior como del interior. Producto de estos impulsos, las neuronas se acercan y activas las redes que trabajan incansablemente para ayudarnos a procesar y utilizar esos datos.

En la noche, dado que ya ha cesado el bombardeo informativo, las neuronas se separan y permiten que los fluidos cerebrales hagan su tarea. ¿Cuál? Limpiar el cerebro, eliminar todos los residuos metabólicos que nos dejó la actividad diurna. Esta es una labor fundamental para la salud, no solo la de tu cerebro, sino la del resto de tu cuerpo, y posibilita que al día siguiente estés descansado.

Sin embargo, el trabajo nocturno de tu cerebro no termina ahí. De manera simultánea, procesa ese inmenso y variado caudal de información que recibió mientras estabas despierto. ¿Qué hace con esos datos? Los reorganiza, los asocia, los archiva y los consolida en la memoria para que luego los puedas utilizar cuando dispongas. Si esto no sucediera, esa valiosa información se perdería.

El procesamiento y consolidación de la información es, precisamente, lo que nos permite aprender. Como si se tratara de un disco duro, este proceso libera espacio en el hipocampo, la estructura cerebral relacionada con el aprendizaje, y le permite grabar los recuerdos que necesitamos. Esa consolidación requiere un sueño lento que libere capacidad y archive la información con eficacia.

Este procedimiento se traduce en la generación de nuevas conexiones entre las neuronas. Durante la noche, la conectividad se incrementa de tal modo que el cerebro se vuelve más creativo. ¿Lo sabías? Resolver problemas mientras dormimos, comprender de manera novedosa situaciones de la vida o darle una vuelta inesperada a algo que nos preocupa, son experiencias comunes en la noche.

En ese proceso de reorganización de la información recibida durante el día, el cerebro genera nuevas conexiones entre los conceptos y nos lleva a crear ideas que antes no existían. Selecciona información diurna al azar y asocia conceptos que no se relacionan entre sí produciendo ideas absolutamente innovadoras. Ideas que permanecen allí disponibles para lo que las requieras.

¿Ahora entiendes por qué es imposible ‘no tener ideas’? La verdad es que esa es una muy conveniente excusa para justificarnos, para no sentirnos mal, para no aceptar que, tristemente, desaprovechamos el poder de nuestro cerebro por simple pereza. Es duro decirlo, pero es la realidad: nos conformamos con lo mínimo, con lo básico, y no aprovechamos su gran poder.

El cerebro, quizás lo sabes, es un músculo. Y, como tal, se atrofia en la medida en que no lo uses, en que no lo exijas, en que no lo entrenes. De la misma manera que sucede, por ejemplo, con los músculos abdominales, o los de los brazos: se vuelven flácidos, débiles, si no realizamos ejercicios de fortalecimiento, si no los exigimos en el día a día. Los músculos están hechos para trabajar duro.

Y el cerebro no es la excepción, sino la norma. Cuanto más lo exijas, cuanto más lo exprimas, cuanto más lo uses, mayor será el potencial que desarrolle. Está hecho para trabajar duro, más allá de que, si lo educas de esa forma, si lo entrenas de esa forma, también puede ser conformista, mediocre. Lo que tu cerebro te dé dependerá exclusivamente de cómo lo uses, lo alimentes.

Una idea que tenemos en relación con el cerebro es que él controla nuestra vida, y no es así. ¿Lo sabías? Es el centro de control de tu cuerpo, de los órganos y de los sentidos, pero tu vida la controlas tú y tu cerebro lo controlas (o deberías controlarlo) tú. Es decir, tú eres quien da las órdenes, las instrucciones: el cerebro, con su infinito poder, aprende y ejecuta lo que le pides.

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Increíble, ¿cierto? Esa es la razón por la cual puedes hablar (aprender) varios idiomas, o puedes practicar varios deportes con un nivel superior al recreativo. También, por la cual a lo largo de estás en capacidad de adquirir y potenciar múltiples habilidades manuales y cognitivas. El cerebro, como un ilimitado disco duro, almacena y procesa toda la información que le proporciones. ¡Toda!

¿Entiendes? Literalmente, humanamente, es imposible que no se te ocurra una idea, que tu mente “se quede en blanco” cuando vas a crear contenido. ¿Por qué? Tu cerebro está lleno de ellas, de los millones de ideas con que lo has alimentado desde que naciste, con las experiencias que has vivido, con el aprendizaje de los errores que has cometido, con los sentimientos que has tenido.

Veámoslo de otra manera: la mejor biblioteca del mundo, una que tenga la mayor variedad de libros de todos los temas, es inútil si a ella no llegan personas curiosas con ánimo de aprender, de investigar, de profundizar, de explorar. Ese lugar solo tiene sentido si cada día cientos o miles de personas acuden allí para buscar, procesar, interpretar y disfrutar de la información disponible.

Igual que con tu cerebro. Cada interacción que tienes con cualquier persona es una fuente de información que llega a tu cerebro y queda almacenada. Y los mensajes de las canciones, o la moraleja de las películas que ves, o lo que aprendes de los libros que lees o, inclusive, lo que ves en la calle en situaciones en las que no participas. Toda esa información llega a tu cerebro.

Y en las noches, mientras duermes, él la procesa: la organiza, la depura, la cataloga, la organiza y la archiva, es decir, la deja lista, disponible para cuando la requieras. Son miles de millones de ideas almacenadas en ese maravilloso disco duro. Como cuando exploras en tu computador, solo tienes que ir a la carpeta en la que se encuentra la información y hacer clic en el archivo que necesitas.

¿Fácil, cierto? Entonces, ¿por qué insistes en aquello de “no se me ocurre una idea” o “mi mente se quedó en blanco”? Si no lo sabías, te lo informo: ¡es mentira! Simplemente, una excusa para no cargar con la responsabilidad de ese sueño que no arranca, de ese propósito que has revalidado una y mil veces y nunca prospera. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Todo está dentro de ti.

No tienes que ir a ninguna parte, no necesitas un dispositivo o conexión wifi: así como le preguntas a Mr. Google cuando buscas información acerca de algún tema, acudes a tu cerebro y le pides que te brinde las ideas que ha almacenado. ¿Y sabes qué? Tu cerebro se sentirá halagado, le encantará que le preguntes, porque su misión es ayudarte. Para eso fue creado, y adora el trabajo duro.

Otras terribles mentiras, y muy dolorosas, por cierto, son aquellas de creer que “no soy inteligente” o “no nací para eso”. Eso que llamamos “personas inteligentes” (o más inteligentes que nosotros, que el promedio) en realidad son personas que descubrieron, potencian y aprovechan los poderes de su cerebro. O, dicho de otra manera, personas que tomaron el control de su cerebro.

Una canción, el título de un libro, la frase que escuchaste en una película y se te grabó, el chiste que contó un compañero de trabajo, la reflexión a la que te invita tu mentor o las maravillas de la naturaleza que perciben tus ojos son ideas. No son buenas o malas, solo ideas, es decir, el punto de partida de mensajes, de contenidos valiosos a través de los cuales puedes conectar con otros.

Ahora, algo más: si llegara a suceder (y no sucederá, te lo aseguro) que dentro de los miles de millones de ideas que hay en tu cerebro no encuentras una, solo una, que te sirva para crear un contenido, puedes acudir a tu corazón. Allí, quizás lo sabes, también se encuentra un gran arsenal de ideas, solo que en una forma distinta de la almacenada en el cerebro: son emociones.

Lo que amas, lo que odias, lo que te produce miedo, lo que te genera confianza, lo que te ilusiona, lo que te inspira, lo que te hace soñar está allí, en tu corazón. Miles de millones de interacciones con otras personas, vivencias, experiencias o recuerdos que, en esencia, son ideas. ¿La clave para aprovecharlas? Conéctalas con la información que guarda tu cerebro y el resultado será grandioso.

Desde que naces y hasta que mueres, todo, absolutamente todo lo que te sucede, representa una idea susceptible de convertirse en contenido valioso. Lo que hay a tu alrededor, las emociones que sientes o el simple y maravilloso hecho de despertar cada mañana. Todo esto, absolutamente todo, es información que tu cerebro, en su infinita genialidad, guarda para ti, para que las uses (si quieres…).

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En la era de la comunicación, esta habilidad es un lujo necesario

“No es lo que dice, es el tono en que lo dice”, solía decir mi madre, alma bendita, luego de terminar una conversación telefónica con la abuela (su mamá). Ciertamente, la abuela no solo era algo imprudente (bastante, por cierto) y carecía del tacto para decir las cosas: las soltaba sin anestesia, como si no las hubiera pensado, y por lo general, casi siempre, generaba una reacción de rechazo.

Seguro no tenía mala intención, probablemente su intención no era la de molestar a los otros con sus comentarios, pero la verdad era que elegía el camino incorrecto. Entonces, chocaba una y otra vez con sus hijos, con sus sobrinos, con cualquier persona a la que le descargara sus municiones. Sin duda, le faltaba empatía y no era consciente del poder de sus palabras, un poder destructivo.

Desde que hace más de una década las maravillosas herramientas tecnológicas, como aplicaciones de mensajería instantánea y transmisiones en vivo, nos dieron la posibilidad de comunicarnos en vivo y en directo, el problema salió a flote. ¿Cuál problema? Que los seres humanos, en general, no sabemos comunicarnos, algo que redunda en discusiones, relaciones tóxicas y malentendidos.

Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que este mal se manifiesta en todos y cada uno de los ámbitos y escenario de la vida. ¡Sin excepción! Entonces, cuando no desarrollas las habilidades de la comunicación asertiva, de la empatía, de la escucha activa, cada vez que abras la boca o que escribas un mensaje quedarás expuesto a la reacción negativa de tus interlocutores. ¡Auch!

“El que mucho habla, mucho yerra”, reza el popular dicho. Y es cierto, pero no podemos asumirlo como una verdad sentada en piedra. ¿A qué me refiero? A que la solución no es quedarnos callados, no hablar, sino aprender a hablar, a decir lo correcto sin herir a los demás, sin correr el riesgo de que se sientan agredidos. En otras palabras, hay que desarrollar la habilidad de comunicarse.

Hablar, leer, escuchar y escribir son las habilidades del lenguaje que nos permiten relacionarnos con otros, desenvolvernos en la sociedad y establecer vínculos con los demás. Es a través de ellas que logramos construir lazos de confianza y credibilidad, de respeto mutuo. Cuanto más sólidas sean las bases sobre las que se edifican esas habilidades, mayores serán los beneficios recibidos.

Por supuesto, no son las únicas formas de comunicación. También están las no verbales, que a veces transmiten más, dicen más de nosotros que aquello que decimos o escribimos. La comunicación no verbal es la transferencia de información a través del lenguaje corporal, incluido el contacto visual, las expresiones faciales, los gestos… Por ejemplo, cuando sonríes o lloras.

Seguro sabes que, a veces, muchas veces, la comunicación no verbal transmite más que la verbal. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que no siempre lo que tu interlocutor percibe o interpreta es lo que tú en realidad quieres comunicar. ¿Por qué? Porque ese tipo de comunicación incorpora una alta dosis de subjetividad y está condicionado por las traviesas emociones.

Además, con la irrupción de múltiples y poderosas herramientas tecnológicas, como el teléfono inteligente que incorpora cámaras de fotografía y video y nos permite mantenernos conectados 24/7/365, las habilidades comunicativas recobraron relevancia. En todos los ámbitos de la vida, en especial en las que interactuamos con otros seres humanos, como las relaciones personales y el trabajo.

Hoy, ya no es una opción, un lujo, aquello de saber comunicarse: más que una necesidad, es una obligación. No importa a qué te dediques o cuál sea el rol que desempeñes: si no te comunicas de la manera adecuada, sufrirás en tus relaciones, tropezarás repetidamente con malentendidos y es muy probable que tus mensajes no se comuniquen convenientemente. Pagarás un alto precio.

Cada día, a través de diversos canales, vemos cómo las empresas (incluidas las grandes), negocios y profesionales independientes que monetizan sus conocimientos cometen graves errores que les impiden comunicarse con su audiencia, con sus clientes, con el mercado. Errores que bien pueden evitarse en la medida en que se desarrollen y potencien las habilidades comunicativas. Veamos:

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1.- Fungir de experto. Ser ‘experto’ es el oficio más popular hoy. Ciertamente todos somos expertos en algo, pero de tanto uso abusivo el término perdió relevancia, ahora se mira con cierta desconfianza. Justificada la mayoría de las veces. Cuando asumimos el rol del experto, marcamos una distancia con nuestro interlocutor, una distancia que le resta brillo a la comunicación.

No necesitas recurrir a un lenguaje técnico, a palabras rebuscadas o en otro idioma para que la gente entienda que conoces el tema. Cuando más sencilla sea la forma en que te expreses, cuanto más claro sea tu mensaje, más personas podrán escucharte y conectar contigo. La autoridad y el respeto no se ganan con términos técnicos, sino con tu conocimiento, don de gentes y empatía.

2.- No prepararte. Una variación del anterior: como estás convencido de que conoces el tema a profundidad, eliges no prepararte para la reunión, para la exposición, para la presentación. “Improviso, y listo”, piensas. A veces funciona, ciertamente, pero otras, la mayoría, es un experimento que sale mal: la gente se da cuenta, percibe tu inseguridad o tu prepotencia.

Una de las características del mensaje de poder es el respeto por la audiencia. Respeto que, entre otras opciones, se manifiesta a partir de la preparación de tu mensaje, de entender la importancia que tiene para tu interlocutor, de reconocer que puedes ayudarlo. En las estrategias de contenidos abunda la improvisación o, de otro modo, la reiteración: más de lo mismo, lo mismo que todos.

3.- No conectas. Es decir, nadie escucha tu mensaje o, a pesar de que lo escuche, no lo atiende. Las tuyas son palabras vacías, que se las lleva el viento. Hablas o te comunicas, pero el resultado es como si estuvieras solo en la cima de una montaña o abandonado y perdido en una isla desierta. Aunque grites con todas tus fuerzas, nadie se da por aludido dado que no consigues conectar.

Quizás porque te diriges al público equivocado; quizás porque, aunque es el público adecuado, el mensaje está errado. Quizás porque no utilizas el lenguaje adecuado (hablas como experto) o porque lo que dices no es de interés para esas personas. Es una situación incómoda que provoca que te sientas invisible, que lastima tu autoestima, te llena de inseguridad y te abruma.

No importa si eres un profesional, médico, abogado, contador, arquitecto, sicólogo; o un músico, un chef, un deportista o un maestro. Hagas lo que hagas, el mundo actual, el del siglo XXI, nos exige a todos desarrollar la habilidad de comunicarnos de manera efectiva. No solo asertiva, sino empática, constructiva, inspiradora, reflexiva; mensajes que contribuyan a hacer de este un mundo mejor.

Vivimos la era de la información, de la comunicación, una etapa en la que disponemos, además, de poderosas y recursivas herramientas que nos permiten llegar a más personas. Sin embargo, la gran ironía es que cada vez menos personas nos escuchan o nos atienden y, por supuesto, el problema no se origina en la tecnología o en los canales que utilizamos: se trata del mensaje que emitimos.

O, algo muy frecuente, de la forma en que lo comunicamos. En el mundo actual, los que conocen y aprovechan el poder del mensaje, los que desarrollan la habilidad de comunicarse, son los que están en capacidad de impactar la vida de otros. Para bien o para mal. Políticos, escritores, cantantes, coaches, mentores, influenciadores o profesionales independientes, entre otros.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que nunca es tarde para comenzar, si aún no lo hiciste. No importa cuáles habilidades de comunicación posees ahora o cuáles te hacen falta: si quieres ser visible, si quieres que el mundo te escuche, si quieres conectar con las personas con las personas a las que puedes ayudar o con las que pueden ayudarte, necesitas armar todo el rompecabezas.

No es tu conocimiento, tus experiencias, tus logros o tu simpatía lo que te permitirá impactar positivamente la vida de otros, empezando por su entorno cercano. Ese es un privilegio que le corresponde a tu mensaje, siempre y cuando desarrolles la habilidad de comunicarte de manera verbal o no verbal, usando la tecnología o a través de la magia de la interacción con otros.

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La desinformación es la nueva pandemia: ¿existe una solución?

¿Sabías que, de nuevo, estamos en pandemia? No la provocada por el COVID-19, por cierto, que tanto daño causó, que tanto dolor nos infligió. No habrá confinamientos, aunque el uso de los tapabocas no caería mal. ¿Sabes cuál es? La desinformación, un mal que inclusive ha llamado la atención de la Unesco, la organización de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura.

“La liberación de la palabra a través de la tecnología digital ha representado un inmenso progreso. Pero las redes sociales también han acelerado y amplificado la difusión de información falsa y la incitación al odio, lo que plantea graves riesgos para la sociedad, la paz y la estabilidad”, alertó la francesa Audrey Azoulay, directora general de la Unesco desde 2017. ¿Te suena familiar?

“Para proteger el acceso a la información, debemos regular sin demora estas plataformas, protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresión y los derechos humanos, agregó. Un tema que, seguro lo sabes, no es nuevo: desde hace casi dos décadas comenzó el debate y, de manera triste, se quedó en discusiones bizantinas que poco o nada aportaron (menos, una solución).

En 2015, en declaraciones al diario italiano La Stampa, el catedrático Umberto Eco puso el dedo en la llaga: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Su queja no terminó ahí: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”, dijo Eco, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2000. “En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control”.

El fenómeno de la desinformación, según Eco, es una degradación del periodismo. “Hace un tiempo se conocía la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tas. Con internet no sabes quién habla, no puedes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Cualquier web que hable de complots o que se inventen historias absurdas tiene un increíble seguimiento, se quejó.

Recientemente, la Unesco publicó los resultados de una encuesta realizada en 16 países en los que se realizarán procesos electorales en 2024. Esos escenarios, se sabe, se han convertido en un campo de batalla en el que la desinformación reina y la incertidumbre, el miedo y las mentiras vuelan silvestremente. La conclusión es alarmante: el 85 % de los consultados sufre por la desinformación.

El diccionario define este término como “Dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”. También, “Dar información insuficiente u omitirla”. ¿Se te antoja familiar? Por supuesto, es lo que sufrimos todos los días, pero no solo en las redes sociales, sino a través, también, de los medios de comunicación, que son grandes promotores de la desinformación.

Es justo decir que la desinformación ha existido desde siempre, solo que con las redes sociales y los canales digitales llegó a niveles jamás imaginados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? El daño que produce, manifiesta tanto a través de la desconfianza como de la falta de credibilidad en las fuentes. Además, y esto es más perverso, que muchas personas se creen las versiones falsas.

“La desinformación está de plena actualidad. Ha entrado de lleno y con fuerza en la vida política, económica y social, en nuestra esfera privada y en nuestro lenguaje habitual. Es un término cuyo concepto aparece asociado a otros, como posverdad, ciberseguridad o injerencias, también de actualidad”, de acuerdo con el Real Instituto Elcano, de España, que pregona valores como la independencia y la transparencia.

Recalca, para que se entienda la complejidad y el alcance del problema, que “el diccionario Oxford declaró ‘post-truth’ palabra del año 2016 y que en 2017 volvió a hacer lo mismo con ‘fake news’”. Señala, así mismo, que “Hoy la revolución digital lo ha cambiado todo y se producen más noticias que nunca y se difunden a mayor escala, mundial o local”. Sin embargo, ese no es el enemigo.

¿A qué me refiero? No es internet, o las redes sociales, o cualquier canal digital, el culpable de la desinformación. Todos ellos son, por decirlo de alguna manera, los “idiotas útiles” que sirven a los intereses perversos y manipuladores de quienes, en realidad, están detrás de la desinformación. Mal haríamos en satanizar la tecnología, cuando el responsable es quien la usa y cómo la usa.

Las redes sociales son la principal fuente de información en casi todos los países, según el estudio de la Unesco. Solo el 50 % de la gente confía en las noticias con las que se topa de bruces en las redes sociales, un porcentaje que escala hasta el 66 % en el caso de la televisión, hasta el 63 % en el caso de la radio y hasta el 57 % en las webs y las apps de noticias. La desconfianza es real.

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Un dato muy interesante y relevante es que a los ciudadanos les preocupa, y mucho la desinformación, pero también el discurso de odio, que se reproduce como por arte de magia. El 67 % de los ciudadanos consultados admiten haber sido confrontados con mensajes de odio en las redes sociales (una proporción que se dispara hasta el 75 % entre los menores de 35 años).

Con este oscuro panorama, hay que darles la razón a quienes afirman que las internet, y en especial las redes sociales, son una cloaca o, cuando menos, un jungla infestada de depredadores. Un mal que llega a niveles de alerta roja en época de elecciones, de tragedias, de hechos con poca o ninguna trascendencia que, sin embargo, se convierte en virales y son el caldo de cultivo.

Lo insólito es que el remedio para este mal, el antídoto para la desinformación, está en internet, en las redes sociales, ¿lo sabías? Me explico: el problema es que hoy circulan en la web más noticias falsas, distorsionadas y manipuladas que noticias reales. Y cuando digo “noticias” me refiero no solo a las originadas por los medios de comunicación, sino a publicaciones de cualquier persona.

¿Cuál es la solución? Hoy, la balanza está inclinada para el lado de la desinformación, es decir, hay más contenidos basados en mentiras, en verdades distorsionados o manipuladas, que en hechos ciertos, en certezas, en datos sustentados. ¿La proporción? Imposible de determinar, pero creo que un 40-60 (información real-desinformación) es bastante optimista, quizás irreal.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que, como se dice popularmente, los buenos somos más, pero los malos son más astutos. O, en otras palabras, los malos saben cómo hacer la tarea que les conviene y los buenos nos quedamos petrificados padeciéndola. O, a lo sumo, maldecimos las redes sociales, aseguramos que internet es una olla podrida y nos resignamos en silencio.

Internet (incluidas las redes sociales, por supuesto) necesita más creadores de contenidos reales, ciertos, veraces y, sobre todo, de valor. ¡De cualquier tema! Desde asuntos tan sencillos como “Así se prepara una lasaña de pollo y champiñones” hasta “Estrategias efectivas para vender más en tu negocio”. Contenido creado por personas honestas, con principios y valores.

No más vendehúmos, no más expertos sabelotodo que solo quieren tu dinero, no más falsos gurús que te engañan y desaparecen. ¡No más! Hay que quitarles el privilegio de ser los reyes de la red, hay que quitarles el espacio que se han ganado con sus bulos, hay que castigarlos con el látigo de la indiferencia hasta que no encuentren eco en sus publicaciones. ¡Esta es una cruzada heroica!

Que nos corresponde librarla a todos los buenos, ¡a todos, sin excepción! Es decir, a todos los que a partir del conocimiento acumulado, de las experiencias vividas, de los aprendizajes surgidos de los errores, de nuestros principios y valores, dones y talentos, estamos en capacidad de transformar el mundo. No es ciencia ficción o una idea loca: es una propuesta, un reto, una gentil invitación.

Te sorprendería saber cuántas personas valiosas, aptas para llevar a cabo esta cruzada, no se dan cuenta del poder que poseen, no se dan por enteradas, no se sienten involucradas. Esa es la razón por la cual los malos, los promotores de la desinformación, actúan con impunidad, llevan a cabo sus fechorías una tras otra. Necesitamos que la balanza se incline hacia el lado de los buenos.

A lo largo de más de 36 años como periodista y creador de contenidos, he tenido el privilegio de impactar de manera positiva en la vida de otros. Quizás no generando grandes transformaciones o cambios, pero sí brindándoles un oasis de alegría, de paz, de tranquilidad, de reflexión, o quizás inspirándolos con esos contenidos. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Tú también puedes hacerlo.

Repito: los buenos somos más, pero los malos se notan más. Como decía el gran Facundo Cabral, Los buenos somos mayoría, pero no se nota, porque las cosas buenas son humildes y silenciosas. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba, hay millones de caricias que construyen la vida. Necesitamos hacer ruido, mucho ruido, para acabar con la desinformación.

¿Te animas? Créeme: tu conocimiento, tus vivencias, tus aprendizajes, tus dones y talentos, son lo que muchas personas buscan, anhelan tener para mejorar su vida. No solo es tu responsabilidad compartirlos, sino que, mientras no lo hagas, te perderás el privilegio de ser agente de transformación positiva, uno de los arquitectos de ese mundo que todos deseamos con ahínco.

La desinformación se combate con información verdadera, con contenido de calidad y, sobre todo, de valor. No esperes que sea tu amigo, o tu vecino, o una empresa, el que empiece. Sé tú el primer eslabón de la cadena, el líder, la inspiración que mueve a otros, a muchos. Se tú el gestor de ese ruido que necesitamos escuchar para callar a los promotores de la desinformación. ¿Te animas?

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¿Extensión, formato, canal? Mejor, privilegia la calidad de tu contenido

¿Largo o corto? La respuesta es mucho más sencilla de lo que te imaginas: tanto (corto o largo) como se necesite para transmitir tu mensaje. Olvídate de las pavorosas tendencias que dicen que “la gente ya no lee”, “la gente no tiene tiempo para leer” y otros bulos por el estilo. Porque, la verdad, son solo eso: bulos, mentiras que se levantan como espesas cortinas de humo.

¿Para qué? Para tratar de ocultar la incapacidad de producir un mensaje poderoso que genere un impacto (ojalá positivo) en la audiencia. Los que insisten en que hay que escribir corto, o que los videos deben ser cortos, no tienen mucho que decir o no saben cómo decirlo. Porque la realidad es bien distinta y los ejemplos, que sobran, no tienen discusión. ¿Quieres saber cuáles ejemplos?

Los niveles de lectura se incrementaron durante la pandemia. Era algo de suponer, ¿cierto? Con las personas confinadas en casa, estresadas en medio de un ambiente de incertidumbre y dolor, era inevitable buscar algún escape, un elíxir para la mente. Muchos optaron por la lectura. Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que inclusive después de la pandemia los niveles se han sostenido.

Uno más: el auge de las ferias del libro en Latinoamérica. Bogotá (Colombia), Lima (Perú), Buenos Aires (Argentina) y Guadalajara (México) realizan las más importantes y multitudinarias. En cada una de ellas hay más de medio millón de visitantes. Las de Alemania (Fráncfort), Francia (París), India (Nueva Deli) y Estados Unidos (Bookexpo America, en Nueva York) son otras de relevancia.

Son certámenes en los que se ofrecen miles de nuevos títulos y miles más de autores reconocidos. Muchos libros que tienen más de 300 páginas y que se venden, como se dice en Colombia, “como pan caliente”. Ciertamente, hay personas que compran libros que nunca leen, pero la mayoría no es así: de hecho, el público comprador de las ferias es cada vez más joven, nuevos lectores.

Y también hay nuevos escritores, algunos muy buenos. Que comienzan a abrirse paso en esa jungla que es el mercado editorial, que privilegia lo comercial sobre la calidad del contenido. Es decir, la dinámica del mercado se mantiene, la industria no se ha detenido ni está estancada, como aseguran algunos. Y, si tienes dudas, el libro impreso está más vigente que en décadas pasadas.

Otro ejemplo nos lo ofrecen el cine y las series de televisión o streaming. Son industrias que van en alza o que, en el peor de los casos, mantienen una audiencia fiel. Son actividades a las que las personas les dedican tiempo, y no solo durante el fin de semana. En los países latinoamericanos, además, están las telenovelas y los reality shows, que exhiben altas cifras de sintonía.

La verdad detrás de estos ejemplos es que la gente consume el contenido que le interesa en el formato que más le agrada. Lo consume bien sea por necesidad o por gusto. Y, repito, le dedica un tiempo considerable. Que no mide si el resultado de esa experiencia es gratificante, satisfactoria y le brinda un oasis de felicidad en medio de una cotidianidad colmada de dificultades y problemas.

Aquello de “hay que escribir corto, porque la gente no lee”, surgió hace un par de décadas, a raíz de la explosión de internet. Cuando las herramientas y los recursos estuvieron a disposición de cualquiera, no solo de las empresas o de los ricos, se abrieron mil y un portales web. La mayoría no tenía la capacidad de producir buen contenido y se limitaba a publicar decenas de “textos cortos”.

Por supuesto, son portales que ya desaparecieron o que, en el mejor de los casos, son clandestinos (casi nadie los lee). La muestra fehaciente de esta práctica son los medios de comunicación: en sus páginas web publican cientos de notas que ellos llaman noticias, pero que no son más que versiones cortas de rumores, chismes sin fundamento o, peor aún, informaciones distorsionadas.

Por eso, justamente por eso, están sumidos en una profunda crisis, que más que económica es de credibilidad, un valor que se perdió por completo porque las audiencias se cansaron de consumir la pornobasura que publican: no hay espíritu para salir a la calle y hacer reportería como en el pasado, no hay tiempo para la verificación, no hay tiempo para complementar las informaciones.

Sí, es cierto que hay una audiencia para esos contenidos de mala calidad, pero es inevitable: el mercado es diverso. Pero estoy seguro de que no eres tú uno de ellos (y por eso estás leyendo otro tipo de contenidos). A veces, sin embargo, hay medios que se equivocan, producen informes atractivos, serios y bien documentados. ¿Y sabes qué sucede? La gente los consume.

De nuevo, el tema no es la extensión (¿corto o largo?), sino la calidad del contenido. Una premisa que se aplica a cualquier tipo de contenido que produzcas y publiques. Es innegable que quienes producimos contenido competimos no solo contra otros productores de contenidos (algunos de ellos, muy buenos), sino contra la histeria colectiva que cunde en la cotidianidad de la vida.

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La clave para determinar la extensión de tu contenido, en cualquier formato (video, audio o texto), es el estado de la relación con tu audiencia. Me explico: si las personas que van a consumir tu contenido no te conocen, no saben qué haces, no saben a qué te dedicas y tampoco saben que las puedes ayudar, requieres MÁS contenido (más cantidad, no necesariamente de mayor extensión).

Dado que hoy la competencia es muy grande, no puedes asumir que todo el mundo te conoce y sabe qué haces. Aunque tu empresa está muy posicionada en el mercado o seas el referente de tu industria como emprendedor. Recuerda que “los clientes para toda la vida” son una especie a punto de extinguirse y que, lo más importante, los consumidores cambian sus hábitos.

Si eres nuevo en el mercado o si ofreces un producto/servicio a un nuevo nicho tu estrategia de contenidos debe ser más robusta. MÁS contenido y, a veces, contenidos más extensos. ¿Por qué? Porque se trata de una audiencia fría, que requiere mayor información, que está en fase de exploración, que busca identificar la mejor opción. Además, tiene muchas objeciones.

En el mundo actual, no importa si eres médico, mecánico, escritor, coach, abogado o dueño de un negocio, y vendes algún producto o servicio, la clave del éxito radica en la confianza que estés en capacidad de desarrollar con el mercado, con todos y cada uno de tus clientes. Si confían en ti, te van a comprar, ahora o después; si no logras establecer ese vínculo, solo recibirán lo que des gratis.

¿A partir de qué surge esa confianza? De que el mercado sepa quién eres, qué haces, por qué lo haces (¿cuál es tu propósito?) y cuáles son tus resultados (¿a quién ayudaste antes?). Pero, sobre todo, de ¿cómo puedes ayudar a esas otras personas? ¿Qué les ofreces? ¿Estás capacitado para hacerlo? ¿Lo que ofreces es la verdadera solución al problema que aqueja a esas personas?

Olvídate del dinero (el precio de lo que vendes), que es absolutamente secundario. Si logras convencer al mercado de que eres su mejor opción y de que lo que ofreces es la solución real, el dinero aparecerá. Claro, siempre y cuando esas personas confíen en ti, disipen sus miedos y crean que las quieres ayudar de manera genuina, es decir, que su bienestar es lo que te mueve.

Ahora, ¿cómo crear ese vínculo de confianza? El camino más seguro (no el más corto y tampoco el más económico) es generar contenido de calidad. Corto y largo, en función del nivel de conocimiento que el mercado tenga de ti, como ya lo mencioné. Contenido en diferentes formatos y que, además, cumpla con el objetivo de educar a tu audiencia, entretenerla y nutrirla.

La comunicación con esas personas se basa en contar historias (sí, el famoso storytelling), compartir tus opiniones, demostrarles que tú pasaste por la misma situación en la que se hallan (y explicarles cómo la superaste) y que sabes cómo alcanzar el éxito (o que tienes la solución que están esperando). No es vender, de manera agresiva e invasiva, sino informar, educar y entretener.

Como lo hace un buen libro, o una buena película, o una buena serie, o un pódcast, ¿entiendes? El formato que elijas no es lo importante, más allá de que debes ser consciente de cuál es el que más agrada a tu audiencia, a tus clientes potenciales. Lo que en realidad es relevante es la calidad del contenido que produces, la pertinencia (oportunidad) y, en especial, el valor que transmites.

Una de las premisas, que no la puedes pasar por alto, no la puedes omitir, es aquella de responder las preguntas habituales del mercado, de tu audiencia, y derribar las objeciones frecuentes. Esa es una de las tareas fundamentales del contenido: informar, educar, responder. En la medida en que puedas absolver las inquietudes del mercado, ayudarlos a liberarse de sus miedos, confiarán en ti.

Ahora, ¿qué sucede cuando te lanzas a vender sin compartir contenido de valor? La venta en frío es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos quienes le ofrecemos algo al mercado. No te la recomiendo: es un proceso que te desgasta, que provoca que malgastes tus recursos y tus energías, en el que te equivocas fácilmente o, peor, corres el riesgo de elegir ir por un atajo.

Es muy probable que te rechacen de plano y, no solo eso: que también te etiqueten como una molestia, como más de lo mismo o, peor, como un tóxico vendehúmo. Ese será el principio y el fin de tu aventura. Un final abrupto y doloroso por el que te reprocharás el resto de tu vida. Y, además, te perderás el privilegio y la oportunidad de ayudar a otros con tu trabajo, tu contenido.

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Cambio de chip: el nuevo mejor negocio es ‘vender’ bienestar

¿Sabías que en estos tiempos modernos, pospandemia, el bienestar vende? Es decir, es un buen negocio, un negocio lucrativo que, además, va en crecimiento. Y no, no es una tendencia más, otra moda pasajera, sino una realidad manifiesta. Se estima que el mercado del bienestar representa 1.500 millones de dólares al año, con un crecimiento de entre el 5 y el 10 %. ¿Convencido?

Una reciente encuesta realizada por la consultora McKinsey & Company, que consultó a 7.500 consumidores de seis países (Brasil, China, Alemania, Japón, Reino Unido y Estados Unidos), así lo estableció. Una de las principales conclusiones es que no solo hay un mayor interés en el tema por parte de los consumidores, sino, también, en su disposición a invertir más en las soluciones.

Sin duda, un mensaje claro para el mercado: aunque la competencia es cada vez mayor, hay una oportunidad para todos. En especial, para aquellos que estén en capacidad de brindar lo que el mercado requiere. El dato es revelador: el 79 % de los encuestados aseguró que el bienestar es un tema importante en su vida, mientras que el 42 % fue un poco más allá: dijo que es una prioridad.

El consumidor actual considera el bienestar en seis dimensiones:

1.- Mejor salud. Va más allá de los medicamentos y suplementos e incluye dispositivos médicos, telemedicina y servicios sanitarios a distancia, así como rastreadores personales de salud. Gozar de buena salud es hoy una prioridad y los consumidores buscan estar al tanto de cualquier novedad

2.- Mejor forma física. El afán de estos consumidores es intentar recuperar y mantener los niveles de forma física que exhibían en la antesala de la crisis provocada por el COVID-19. Lo nuevo es que ahora es la casa el lugar elegido por las personas para practicar ejercicio y ponerse en forma

3.- Mejor nutrición. Siempre ha formado parte del bienestar, pero ahora los consumidores quieren alimentos que les ayuden a alcanzar sus objetivos de bienestar, además de tener buen sabor. Hay un incremento en el uso de aplicaciones de nutrición, programas de dieta y asesoría especializada

4.- Mejor aspecto. Se refiere principalmente a ropa orientada cómoda y productos de belleza (cuidado de la piel y suplementos de colágeno), pero también incluye ofertas de servicios como procedimientos estéticos no quirúrgicos. Nos lo se trata de sentirse bien: hay que verse bien

5.- Dormir mejor. Además de la medicación tradicional para descansar, como la melatonina, ahora se también se contempla el uso de dispositivos de seguimiento del sueño a través de aplicaciones y otros productos que mejoran el descanso. Dormir mal es un enemigo silencioso y peligroso

6.- Mejor atención plena. Esta corriente ha ganado aceptación entre los consumidores en los últimos tiempos, con aplicaciones centradas en la medicación y ofertas orientadas a la meditación. La mitad de los consumidores consultados expresó que le inquieta el tema del mindfulness

Ahora, por otro lado, los consumidores de bienestar no son un bloque monolítico con preferencias uniformes. ¿Eso qué quiere decir? Según la encuesta de McKinsey & Company, hay distintos grupos que se comportan de forma muy diferente. Los entusiastas son consumidores con ingresos altos que siguen activamente a las marcas en las redes sociales y se entusiasman con las innovaciones.

Mientras, los socialmente responsables prefieren (y están dispuestos a pagar más por) marcas sostenibles desde el punto de vista medioambiental y con ingredientes limpios/naturales. Y los consumidores preocupados por el precio creen que los productos de bienestar son importantes, pero comparan meticulosamente las características y ventajas antes de comprar para conseguir la mejor oferta.

Un dato revelador: los consumidores expresan que sus esperanzas y expectativas relacionadas con un mayor bienestar están por debajo de lo esperado. ¿Eso qué significa? Sugiere que el mercado puede estar desatendido. La mayoría de los consumidores de todo el mundo afirman que sus niveles de bienestar personal están estancados o incluso han disminuido en los últimos meses.

Y otro más: en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, más del 88 % de los consumidores afirman priorizar la personalización tanto o más que hace dos o tres años. Es decir, no quieren que se los vea como una masa uniforme, sino como personas individuales con necesidades puntuales que necesitan suplir. O, de otra manera: no quieren ser un número en tu contabilidad, exigen que los trates como personas.

Y uno más, valioso: en Estados Unidos, Europa y Japón, entre el 10 y el 15 % de los consumidores afirman seguir a personas influyentes en las redes sociales y haber comprado basándose en la recomendación de un influencer. En China y Brasil, este porcentaje oscila entre el 45 y el 55 %. Más del 60 % de los consumidores afirman que considerarán una marca o producto publicado por un influencer favorito.

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Otra tendencia que desvela la encuesta: los consumidores se decantan cada vez más por servicios que abordan las necesidades de salud física y mental (por ejemplo, entrenadores personales, nutricionistas y servicios de asesoramiento). Se considera que los servicios son una mejora, no una sustitución, del espacio general de bienestar. Es decir, la gente anda en busca de los expertos.

Y la última, que se antoja crucial: la mayoría de los consumidores afirman que no quieren que una única solución o marca les ayude en todas las facetas del bienestar. Llamativo, ¿cierto? Esto nos indica que la gente no cree en las soluciones perfectas, en las fórmulas mágicas, y sabe que sus problemas no obedecen a un solo factor, de ahí que la solución también debe ser variada.

Ahora, supongo que tienes curiosidad de por qué traigo a colación este tema. O, quizás, ¿qué tiene que ver esto del bienestar con el marketing de contenidos, el copywriting o el storytelling, que son mis especialidades? La verdad, tiene mucho que ver. Sobre todo, con una premisa que es posible me hayas escuchado: nadie, absolutamente nadie, compra un dolor; todos buscamos la solución.

Es decir, todos buscamos el bienestar. Que no se restringe al aspecto de la salud física o mental, sino que se extiende a otros ámbitos de la vida, en especial en estos últimos tiempos. ¿Por ejemplo? También son manifestaciones de bienestar la paz interior y la tranquilidad, las relaciones armónicas y constructivas, disfrutar de los placeres de la vida (viajar, comer) o la soledad elegida.

La pregunta es, entonces, ¿estás en capacidad de brindarle algún tipo de bienestar al mercado? A partir de tu conocimiento y experiencia, de tu oficio, de tu área de especialización, ¿puedes ayudar a otras personas a mejorar su vida, a conseguir el bienestar que anhelan? Estoy seguro que sí, solo que es probable que no seas consciente de ello o, más bien, no sabes cómo hacerlo, cómo comenzar.

Desde siempre, una de las verdades absolutas del marketing fue aquella de apelar al dolor de tus clientes potenciales, exponerlo y agitarlo hasta que esa persona te rogara por una solución. Esta fue una estrategia efectiva durante décadas, pero ya sabes que todo cambia. Y el mercado cambió mucho después de los sucesos de los últimos años, en especial por lo que vivimos en la pandemia.

La realidad, y esta encuesta de McKinsey & Company lo certifica, es que la gente no quiere más dolor: ya sufrió demasiado, ya se hartó de que otros se beneficiaran de su dolor. Por eso, el bienestar, que durante todo este tiempo fue un valor menospreciado hoy es prioridad para la mayoría de las personas en el mundo. La gente quiere sentirse bien, ser feliz, disfrutar la vida.

Ser consciente de este cambio, de esta nueva realidad, es crucial para las empresas, negocios, emprendedores y profesionales independientes que, más allá del oficio que nos ocupe o la profesión que ejerzamos, estamos en capacidad de ayudar a otros, de brindarle al mercado una solución que la gente necesita. Soluciones que, sobre todo, sirvan para mejorarles la vida.

Y ese mejorarles la vida es, también, amplio: enseñarles a usar las herramientas de la inteligencia artificial para potenciar su trabajo (sea cual sea), o rutinas de ejercicios sencillos y efectivos en casa para mantenerse en forma. O técnicas para mejorar la vocalización en el inglés y hablar con fluidez, o consejos para lidiar con los hijos en la edad de la rebeldía. Esto, créelo, es parte del bienestar.

Hoy, el mercado no necesita que agites su dolor (recuerda, ya sufrió demasiado). Lo que busca, lo que está dispuesto a comprar, es todo aquello que le brinde bienestar en cualquiera de sus diversas manifestaciones. La salud es la prioridad, pero lo demás no está de más. Lo que busca, en otras palabras, es que le enseñen cómo construir y disfrutar ese bienestar integral en su vida.

Quizás eres uno de tantos que ha sacado provecho del dolor del mercado en el pasado. Está bien, esas eran las reglas del juego, nadie puede juzgarte o condenarte. Sin embargo, debes entender, ser consciente, de que las reglas cambiaron, los consumidores cambiaron sus prioridades. Y, no lo olvides, nadie compra un dolor. Hoy, el mercado busca gente que lo inspire, que le brinde bienestar.

Tanto la propuesta de valor de tu producto o servicio como tu mensaje deben enfocarse, entonces, en la promesa de una vida mejor, en el bienestar entendido como disfrutar la vida. Dicho de otra manera, el bienestar se convirtió en el punto débil de los seres humanos, en ese aspecto álgido que lo moviliza, que lo lleva a tomar acción. Ya no más dolor: la clave está en el bienestar.

Como bien dice mi amigo y mentor Álvaro Mendoza, nuestro trabajo como emprendedores, dueños de negocio o profesionales independientes consiste en llevar a nuestros clientes potenciales de la isla del infierno, donde viven agobiados por el dolor, a la isla del paraíso, donde podrán disfrutar de la promesa de bienestar que tú ofreces y estás en capacidad de darles.

Si las conclusiones de la encuesta de McKinsey & Company son ciertas, y estoy completamente seguro de que es así, es necesario cambiar el chip y enfocarnos en un mensaje inspirador, positivo, constructivo. Convertirnos en guías que conduzcan a esos clientes afligidos de la isla del infierno a la isla del paraíso para que disfruten el bienestar. El nuevo mejor negocio es vender esperanza, bienestar.

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