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Copywriting + emociones: la mezcla explosiva de la persuasión

Lo que la mayoría de las personas llaman la magia del copywriting no está en la palabras. Lo lamento si esto que acabas de leer supone una decepción para ti. Pero, es la verdad. Las palabras conectan en el cerebro con nuestro lado racional, que las procesa con el fin de entender el mensaje que transmiten. Sin embargo, difícilmente se traducen en acciones.

¿Dónde, entonces, está la magia del copywriting? En las emociones. Sí, aquellas traviesas, caprichosas y traicioneras señoritas que juegan con nosotros, que nos obligan a actuar de manera impulsiva. Cuando las palabras que utilizamos conectan en el cerebro con aquel lugar secreto donde se esconden las emociones, sucede la magia: se abre la caja de Pandora.

Porque, seguramente lo sabes, seguramente lo has vivido en carne propia, una palabra, la misma palabra, produce efectos disímiles. Es decir, si estás en un salón con un grupo de 10 personas, lo más probable es que esa palabra genere 10 emociones diferentes. ¿Lo ves? Magia. Si no me crees, haz una prueba: comprobarás que el impacto nunca es el mismo.

Si bien es imposible establecer con exactitud el origen del copywriting, se puede convenir que fue a finales del siglo XIX cuando esta técnica de escritura alzó vuelo. Fue de la mano de la publicidad, que se había convertido por aquel entonces en el canal preferido de las marcas para llegar a los clientes potenciales. Sin embargo, hay ejemplo mucho más antiguos.

Lo cierto, en todo caso, es que el copywriting no es hijo de internet, como algunos piensan, y mucho menos de las redes sociales. Tampoco es cierto aquello de que copywriting es una herramienta para vender: más bien, vender es uno de los efectos que se pueden conseguir a través de los textos persuasivos, es decir, enfocados en inducir una acción específica.

Que puede ser una entre mil opciones, no solo vender. ¿Por ejemplo? Escuchar una canción, ver un video, descargar un libro digital, inscribirse a un curso, dejar un comentario, referir a un conocido o, algo muy común en estos tiempos, suscribirse a una lista de correo. Y hay muchas otras alternativas. Entonces, NO, el copywriting no es solo escribir textos para vender.

Hay quienes afirman que los textos persuasivos son originarios de Babilonia y hay registros de que por allá en 1477, es decir, de hace 545 años. Sin embargo, el uso continuo se dio desde finales del siglo XIX en el terreno de la publicidad. Gracias a la efectividad de las campañas, el copywriting comenzó a expandirse, a abarcar más industrias, ganó popularidad y notoriedad.

Y hoy es una herramienta poderosa no solo de las grandes empresas, sino también de los pequeños negocios y de los emprendedores. O de cualquier persona que tenga la necesidad de transmitir un mensaje persuasivo o que, dicho de otra manera, requiera que su audiencia realice una acción determinada. Porque, no lo olvides, el copywriting no es solo para vender.

El diccionario dice que persuadir es “Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. Mientras, inducir es “Mover a alguien a algo o darle motivo para ello” o “Provocar o causar algo”, que es también un sentido que se acepta para mover. No comparto lo de “obligar a alguien”, que se antoja más del terreno de la manipulación, un exceso de la persuasión.

Lo que me interesa que te quede claro cuando termines de leer esta nota (ojalá llegues al final y hasta te animes a dejarme un comentario) es que el copywriting es una habilidad que todos, absolutamente todos, necesitamos. Sin importar a qué nos dedicamos, cuál es nuestra profesión o si escribimos a diario: esta técnica es la base del éxito en las relaciones.

Por ejemplo, de padre a hijo. ¿Imaginas cómo cambiaría el resultado de la interacción con tus hijos si en vez de enviar mensajes a su lado racional te diriges al emocional? Cuando te vas por el lado común, el racional, activas los mecanismos de defensa: el berrinche, la pataleta, la negación, la terquedad. Es decir, lo único que consigues es reforzar la conducta inapropiada.

En cambio, por el lado de las emociones, el tema es distinto. ¿Por qué? Porque las emociones son el punto débil del ser humano. ¡De cualquier ser humano! Y más de un niño o jovencito, que son tan emocionales, a los que les cuesta tanto dominar esos impulsos inconscientes. Y lo mismo sucede con tu pareja, tu compañero de trabajo, tu amigo o hasta con tu mascota.

Por eso, justamente por eso, un mensaje persuasivo apunta a las emociones. Porque su fin es conseguir una acción específica, una sola, que redunde en un intercambio de beneficios. Y esto último es muy muy importante: intercambio. No como en la manipulación, en la que solo una de las partes termina ganando, se impone a la fuerza; no, hay intercambio de beneficios.

Por otro lado, y esta es otra de las poderosas razones por las cuales todos necesitamos aprender y poner en práctica el copywriting, en el ámbito de los negocios, dentro o fuera de internet, la compra es la respuesta a un impulso emocional. Después, solo después, lo justificamos a través de la razón: “Es justo lo que estaba buscando”, “Me lo merezco” y más.

Esa es la explicación por la cual cuando pasas por un almacén o navegas en internet y ves un producto que llama tu atención de inmediato te enamoras. Sientes un impulso incontrolable y unas ansias terribles de obtenerlo. Y no quedas satisfecho hasta que lo logras. Cueste lo que cueste, así implique un sacrificio. Al fin y al cabo, a todos nos encanta darnos algún gustito.

Lo que hace el copywriting, su magia, es utilizar las palabras adecuadas para conectar con los disparadores de las emociones, también conocidos como gatillos mentales. ¿Sabes cuáles son? Son aquellos recuerdos guardados en el subconsciente que se activan cuando el cerebro recibe un mensaje o, dicho de otra manera, es una respuesta automatizada a un impulso específico.

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Ya sabes que el cerebro es genial y por su cuenta realiza acciones necesarias antes de que tú le des la orden. Te facilita la vida: apenas recibe la información (el mensaje), la filtra, busca el recuerdo correspondiente y activa la respuesta emocional adecuada. De acuerdo con el estímulo recibido, libera la emoción correspondiente, la misma que sentiste otras veces.

En palabras sencillas, tu cerebro toma decisiones antes de que lleguen a la consciencia. Por eso, por ejemplo, te ríes al escuchar un chiste, o lloras durante la boda de tu mejor amigo, o sientes miedo cuando te enfrentas a algo desconocido. Estos estímulos interpretados por el inconsciente son los disparadores (gatillos) emocionales, el objetivo del copywriting.

Ahora, veamos cuáles son los disparadores emocionales más comunes a los que apela el copywriting para inducir una acción determinada:

1.- Dinero.
Todos queremos ganar dinero, mucho dinero. Y cuanto más rápido y más fácil, mejor. Tu mensaje debe decir claramente cómo se conseguirá y ser creíble, con el menor riesgo.

2.- Sexo.
Sí, la tentación de la carne nos hace débiles. Pero no solo las relaciones, el contacto físico, sino lo que nos haga sentir mejor: ropa, un auto, un corte de pelo, un cuerpo contorneado, en fin.

3.- Estatus.
Uno muy poderoso. Nos encanta aparentar, sentirnos superiores. Que los demás sepan que ganamos mucho dinero, que lucimos ropa de marca, que ocupamos un cargo importante

4.- Salud.
Claro, no todo es frivolidad o material. Estar saludables es una prioridad, en especial en estos tiempos. Lo que contribuya a fortalecerla o solucione un problema es de nuestro interés.

5.- Evitar un dolor.
No solo el dolor físico, sino el que se desprende de una situación incómoda, una culpa o un rechazo, por ejemplo. Es uno de los disparadores emocionales más utilizados en copywriting.

6.- Creencias.
Religiosas, políticas o aquellas conectadas con un propósito o un estilo de vida o algo que nos brinde placer (el deporte). Son poderosas, una gran fuerza que no tiene explicación racional.

7.- Ocio (placer).
¿Quién no quiere disfrutar la vida? Vacaciones, lugares idílicos y paradisíacos, buena comida, playa, brisa y mar… También, tranquilidad, todo lo que esté conectado con nuestras pasiones.

8.- Resentimiento.
Encontrar revancha de las situaciones que nos provocaron dolor, de las personas que nos hicieron daño o de las pérdidas inesperadas son impulsos que nos movilizan con facilidad.

9.- Miedo.
Una de las dos emociones básicas, y todas sus manifestaciones. El miedo a perder algo es más poderoso que el deseo de tener algo. Además, involucra a las personas cercanas a nosotros.

10.- El amor.
¡Por supuesto! El amor y todas sus manifestaciones. ¿Quién no ha hecho una locura por amor? Hacer felices a los demás es un objetivo por el que estamos dispuesta a hacer lo que sea.

Cuando tu mensaje conecta en tu cerebro con alguno de estas disparadores emocionales, de inmediato se genera una respuesta automática que, lo más importante, deriva en una acción. Que no es forzada, sino inspiradapor una emoción. ¿Entiendes ahora el poder que tienen las palabras? Por eso, justamente por eso, todos debemos aprender y usar el copywriting.

Lo que nos dice el mercado es que “apuntes al dolor” de tu cliente potencial, lo agites y luego le des la solución para ese problema. Sin embargo, seguramente ya lo viviste muchas veces en carne propia, el dolor no moviliza, no inspira. Por el contrario, ¡paraliza! El dolor sirve para llamar la atención, en una primera etapa, pero luego tienes que conectar con las emociones.

Que son las que nos movilizan, las que nos inspiran a tomar acción, las que nos llevan a tomar decisiones impulsivas. Como la compra, por ejemplo. Sin embargo, no olvides que esta técnica de escritura llamada copywriting no se utiliza hoy solo para vender, entre otras razones porque limitarla a esa acción sería desaprovechar sus superpoderes. El copywriting es para persuadir.

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Realidad e imaginación: cómo gestionar esta mezcla para ser mejor escritor

A veces, la mayoría de las veces, no lo percibimos. O, quizás, nos damos cuenta, pero de inmediato miramos hacia otro lado, distraemos la atención. La vida, nuestra vida, es una combinación de realidad y ficción o, dicho de otra forma, lo que en verdad vivimos y lo que creemos que vivimos. Esto, seguramente lo sabes, se aplica tanto a los acontecimientos positivos como a los negativos.

Sucede, por ejemplo, cuando conocemos a una persona que nos atrae, nos llama la atención. Aunque quizás solo pasamos unos minutos con ella, aunque fueron pocas las palabras que cruzamos, aunque es poco o nada lo que sabemos de ella, en nuestra mente hay una relación. Nos imaginamos momentos felices que aún no llegaron, soñamos momentos que quizás no se darán.

Sucede, por ejemplo, cuando tenemos la oportunidad de viajar, en especial a uno de esos lugares que nos atraen como imán. Bien sea por su cultura, por su historia, por sus paisajes naturales, por su gastronomía, por alguna personalidad que nació allí. Antes de llegar, mucho antes, la mente nos paseo por sus calles, nos hace sentir el frescor de la brisa, nos derrite el paladar con sus menús.

La capacidad de imaginación del ser humano, de cualquier ser humano, es ilimitada. Por supuesto, algunos la hemos desarrollado mejor que otros, la utilizamos como una poderosa herramienta, la hemos explotado en un nivel superlativo y la disfrutamos. No es un talento, o un don, mucho menos un privilegio reservado para unos pocos: es una habilidad que todos poseemos.

La otra cara de la moneda es la razón, una capacidad exclusiva del ser humano, precisamente la que nos distingue del resto de especies. Podemos ejercer control sobre nuestros actos, sobre nuestras decisiones; podemos controlar las emociones y los instintos. Podemos, aunque a veces, muchas veces, no lo hacemos. ¿Por qué? Porque la razón está ligada a la responsabilidad.

¿A dónde quiero llevarte con esta reflexión? A que te des cuenta de que los seres humanos somos una mezcla de razón e imaginación. Una mezcla que, es importante entenderlo, no es estática, sino que se moldea a las circunstancias. A veces, de manera inconsciente; otras, por fuera de nuestro control. Y está bien, porque así es la naturaleza, porque así somos todas las personas.

A veces, quizás porque nos cuesta aceptar la realidad que vivimos, la vida que hemos construido; quizás porque nos dejamos llevar por las emociones, permitimos que la imaginación vuele de más y nos provoque inquietud y temor, nuestra vida se restringe a una lucha incesante, desgastante. ¿Entre qué y qué? Entre la imaginación y la razón. La verdad, sin embargo, es que no tiene sentido.

¿Por qué? En esta batalla, seguramente ya lo sabes (o por lo menos tienes sospechas) no hay un ganador, tampoco, un perdedor. ¿Por qué? Porque el rival al que enfrentas eres tú mismo, tus creencias limitantes, tu ignorancia sobre algunos temas, tu falta de autoconocimiento, tus miedos a enfrentar las circunstancias que has creado. Si no te detienes, solo conseguirás autodestruirte.

Y no es lo que deseas, ¿cierto? Más bien, ¿por qué no aprendes a aprovechar esa dualidad, esa rivalidad entre imaginación y razón? Por si no lo sabías, son la materia prima básica de cualquier escritor. Olvídate de la tan cacareada inspiración (las musas o como la quieras llamar), del talento, de los dones y de tantas otras falacias que han hecho carrera en el imaginario popular.

Lo que sucede es que no lo vemos así, no las vemos así. ¿A qué me refiero? A que cualquier persona puede ser un buen escritor. ¡Tú puedes ser un buen escritor! Que no necesariamente significa millonario o afamado, que es el modelo que nos venden, pero que solo unos pocos alcanzan. Se trata, en esencia, de desarrollar la capacidad de transmitir mensajes persuasivos.

Mensajes que motiven, que inspiren, que eduquen, que entretengan, que ayuden a generar cambios positivos en la vida de otras personas, que las impulsen a transformarse. ¡Tú puedes ser el buen escritor que cause este efecto! Y una de las asignaturas que debes aprobar en ese camino es, precisamente, aquella de aprender a utilizar esa poderosa mezcla de imaginación y razón.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que actuamos a partir de la imaginación, que se manifiesta a través de las traviesas y caprichosas emociones, y luego nos justificamos con la razón. Así en todas y cada una de las actividades de la vida, en todas y cada una de las decisiones de la vida, en todas y cada una de las acciones que realizamos en la vida.

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Sucede cuando aceptas un trabajo o tomas la decisión de cambiar. Cuando le pides matrimonio a tu pareja. Cuando solicitas un préstamo en el banco para adquirir un auto de lujo que no puedes pagar de contado. Cuando miras la vitrina de un almacén y, al fondo, ves ese suéter que tanto habías buscado y lo compras, aunque está fuera de tu presupuesto. Y así sucesivamente…

El obstáculo con el que muchos se enfrentan a la hora de comenzar a escribir, en especial cuando no han desarrollado la habilidad, cuando no han cultivado el hábito o, peor aún, cuando se dejan llevar por sus miedos, es que le apuestan todo a la razón. Es decir, dejan de lado la imaginación con la excusa de que “la inspiración nunca llegó”, pero sabemos que esa es una gran mentira.

El origen del obstáculo es eso que llaman objetividad, que como la inspiración o el tal bloqueo mental no existe. Nadie, absolutamente nadie, puede ser objetivo. Porque, valga recalcarlo, en este tema no hay puntos intermedios, no hay matices: 0 o 100, todo o nada. Nadie es 50 % objetivo o 99 % objetivo; eso no existe. Sin embargo, muchos tropiezan con esa piedra.

De lo que se trata es de ser fiel a la realidad, a los hechos, relatarlos tal y como sucedieron. El problema es que, aunque hagas tu mayor esfuerzo, nunca podrás evitar que las emociones, que tus creencias, que tus valores y principios entren en juego. ¡Siempre estarán presentes, siempre! Por eso, aunque tú y yo seamos testigos de una realidad, cada uno la ve e interpreta a su manera.

Un ejemplo: podemos estar sentados en un sofá viendo un partido de fútbol y ser hinchas del mismo equipo. Sin embargo, cada uno verá su propio partido, uno distinto, al vaivén de sus emociones, de sus percepciones. Cada uno valorará aspectos distintos, recordará momentos diferentes, criticará jugadas distintas, se hará una idea del resultado diferentes de la del otro.

Cuando vas a escribir y eres novato, o no cuentas con experiencia profesional, es común caer en esta trampa. Sin embargo, ya sabes que para cada problema hay una solución (al menos una). En este caso, la solución es darte licencia para apartarte de la realidad, del espacio de la razón, y aprovechar lo que la imaginación (la creatividad) te pueden aportar. Que es mucho, por cierto.

Todos los seres humanos, absolutamente todos, somos creativos. En distintas facetas o actividades de la vida, es cierto, pero todos somos creativos. Así mismo, todos necesitamos de la creatividad en lo que hacemos, sin importar a qué nos dedicamos: el abogado, el médico, el obrero, el jardinero, el deportista, el profesor, el panadero y el escritor necesitan la creatividad.

Que, y esto es muy importante, no significa estrictamente crear de cero. Es decir, no tienes que crear una nueva realidad, porque la realidad ya está creada. Como dice mi buen amigo y mentor Álvaro Mendoza, “no es necesario reinventar la rueda”. Se trata de contar esa realidad con tus propios ojos, dejándote guiar por tu conocimiento y experiencias, por tus emociones.

Como en el caso del partido de fútbol. Por supuesto, debes entender que hay un límite razonable entre recrear la realidad (verla desde tu perspectiva y relatarla) y llegar a los terrenos de la ficción. ¿Por qué? Porque aquí es posible darles juego a elementos o hechos que no son reales. ¿Cuáles, por ejemplo? Animales que hablan, seres humanos con alas o los tradicionales superhéroes.

Es un recurso válido, un estilo que tiene muchísimos adeptos, pero no es lo mío. Lo mío es ver la realidad, interpretarla y recontarla. Sazonarla con mi conocimiento, experiencias, creencias y emociones tratando de brindarles a mis lectores un platillo delicioso. A veces se logra y otras, no. Esa es la realidad. Por eso, no queda otro camino que escribir y escribir, trabajar y trabajar.

Una de las tareas primarias de un escritor, en especial de los que no tienen experiencia, es la de aprender a darse licencia. ¿A qué me refiero? A perder el miedo de contarle al mundo cómo lo ves, cómo lo sientes, expresar qué te gusta y qué te disgusta, con qué estás de acuerdo y con qué no. ¿Por qué nos cuesta trabajo? Por el bendito qué dirán, por temor a la crítica o la desaprobación.

Escribir, amigo mío, es, como lo he mencionado otra veces, un acto soberano de rebeldía, la máxima expresión de libertad. Mientras escribes, eres Dios. Quizás posees el conocimiento, quizás ya desarrollaste la habilidad, quizás tienes un mensaje poderoso, pero te faltan cinco centavitos para el peso: aprender a dominar la mezcla de imaginación y razón para recrear la realidad y contarla.

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¿Qué compra el mercado? Tus resultados, tu transformación, tu historia

Hoy, en el siglo XXI, en esta nueva realidad pospandemia, hay una regla de oro: el cliente no compra tu producto o tu servicio, ¡te compra a ti! Hoy, en el siglo XXI, en esta nueva realidad pospandemia, el producto eres TÚ. Lo que marca diferencia, lo que hace que se queden contigo y no vayan con la competencia eres TÚ. Aplica tanto a la vida como a los negocios, a tu trabajo.

No es un proceso nuevo, ni derivado de la crisis provocada por la pandemia. Es algo que se venía gestando desde hace años, pero que en este nuevo escenario, un escenario inesperado y disruptivo, se aceleró y se profundizó. En la actualidad, el factor diferencial, aquel por el que un consumidor toma la decisión de comprarte a ti y no a tu competencia, eres TÚ.

En el pasado, en el siglo pasado, las personas se casaban con las marcas. Eran uniones para toda la vida, basadas en una fidelidad al ciento por ciento. Hoy, en cambio, son muy pocos los clientes que se casan con las marcas. De hecho, la infidelidad es una norma, está bien vista y es aceptada por unos y otros. Inclusive, la exclusividad está también a punto de extinguirse.

Antes, si eras consumidor de Coca-Cola, no había riesgo de que te tomaras una Pepsi. Si el auto que te gustaba era un Mercedes-Benz, en tu garaje nunca veríamos un BMW. Si las zapatillas que utilizabas para practicar deporte eran Adidas, no era posible que adquieras una Nike. Y así sucesivamente: no solo había fidelidad, sino que se la fortalecía con la exclusividad.

Sin embargo, ya no es así. Los consumidores nos cansamos de esas exclusividades entre otras razones porque nos dimos cuenta de que los únicos que perdíamos éramos nosotros mismos. Por eso, si hay un producto de la competencia que nos gusta, lo compramos sin sentir el menor remordimiento, sin culpa alguna. Es una manifestación de la competencia.

¿De cuál competencia? De aquella a la que está sometidas las marcas, sea cual fuere el producto o servicio que nos ofrezcan. Ocurre en todas las industrias, nadie está exento. Las marcas compiten por nuestra predilección, ya no por nuestra fidelidad porque saben que esta prácticamente ya no existe. Con cada producto/servicio, compiten para que las elijamos.

Este cambio, créeme, nos beneficia a quienes no somos grandes empresas y, por ende, no contamos con presupuestos multimillonarios para hacer publicidad. Nos beneficia porque nos da la posibilidad de competir en un mercado cada vez más atiborrado de marcas, con cada vez más productos de calidad. Y con productos de calidad me refiero también a los profesionales.

La condición para competir con alguna posibilidad de éxito, es decir, con alguna posibilidad de que el mercado te elija, es ser visibles, posicionarnos y tener una propuesta única de valor poderosa. ¿Y qué hay detrás se esa visibilidad, de ese posicionamiento y de esa PUV? Un mensaje. Es decir, lo que el mercado compra hoy es el MENSAJE que TÚ transmites.

La diferencia ya no está en los títulos académicos, en los cargos que has desempeñado, en el saldo de tu cuenta bancaria, en la cantidad de seguidores que tienes en redes sociales o en los lujos que te puedes brindar. Nada de eso le interesa al mercado, por ninguna de esa razones te elegirán a ti. La diferencia está en el MENSAJE que TÚ transmites, en su poder de inspiración.

Ahora, hagamos unas precisiones pertinentes:

– Un MENSAJE PODEROSO no es hablar de ti y solo de ti
– Un MENSAJE PODEROSO no es hablar de tus hazañas
– Un MENSAJE PODEROSO no es referirte a las características de tu producto
– Un MENSAJE PODEROSO no es publicar fotos de tu casa, de tus vacaciones, de tus lujos
– Un MENSAJE PODEROSO no está centrado en ti

CGCopywriter

Cuando digo “el mercado te compra a TI” me refiero a que el mercado compra la capacidad de transformación que se desprende de tu conocimiento en un área determinada, del valor de las experiencias que has vivido, del aprendizaje que extractaste de tus errores, de la pasión con que haces tu trabajo, de tu desinteresada vocación de servicio y, en especial, de tus resultados.

¿Entiendes? Lo que el mercado compra, en última, son TUS RESULTADOS. ¿Cómo preparas esa deliciosa lasaña de carne y pollo con champiñones? ¿Cómo te reinsertaste en el mercado laboral después de sufrir una pérdida personal? ¿Cómo lograste cambiar tus hábitos, rebajar de peso y dejar de necesitar medicamentos para tratar la diabetes? RESULTADOS…

Muchas personas, que desconocen o no valoran el poder que tienen dentro de sí, me dicen que hago magiacon las palabras. Me da pena con ellas, pero no soy mago y tampoco me sé siquiera un truco. Lo que sí hice fue desarrollar, pulir, mejorar y volver consciente la habilidad de escribir, de pensar, de imaginar, algo que cualquier persona puede lograr, que TÚ puedes lograr.

RESULTADOS. Sin embargo, hay que tener en cuenta algo importante: los RESULTADOS son el final de la historia, son la parte visible del iceberg. Porque lo más valioso de toda historia y de todo iceberg es lo que no se ve a simple vista, lo que está oculto. Eso, LO OCULTO, es lo que debes transmitir con TU MENSAJE. El cómo lo lograste, el cómo no te dejaste derrotar.

Lo que muchas personas no entienden, o no saben, es que su MENSAJE es la solución a los problemas de otros, al dolor de otros; es la respuesta a las inquietudes de otros, el modelo que otros quieren seguir. Algunos creen que si guardan ese mensaje como si fuera un preciado tesoro su vida va a ser mejor, pero no es así. De hecho, sucede justamente lo contrario.

Si tienes un conocimiento especializado, si acumulas experiencia valiosa, si cometiste errores que te dejaron grandes enseñanzas, tu RESPONSABILIDAD, tu deber, es compartirlos con los demás. ¿Por qué? Porque, como dice un amigo, “lo que no se comparte, no se disfruta”. Y, de otro modo, “lo que no se comparte se pierde, se desvaloriza”. Compartirlo es lo que lo potencia.

Ahora, ¿cuál es la mejor forma de compartir tu mensaje? ¿Un curso? ¿Un libro? ¿Un seminario? ¿Un pódcast? Todas son opciones válidas. Sin embargo, hay un hilo conducto que las identifica: las HISTORIAS. Contar historias es la mejor forma de compartir tu mensaje, es la manera más efectiva para generar un impacto positivo en los demás, para persuadirlos.

Relatar una historia de lo que has vivido, de los problemas que enfrentaste, de las caídas que sufriste, de la ayuda que recibiste, del conocimiento que te sirvió para salir adelante y, sobre todo, de la transformación positiva de tu vida, es INSPIRADOR. Inspirar a otros, por si no lo sabías, es la más poderosa estrategia para producir cambios significativos en el mundo.

¿Te gustaría ser fuente de esa transformación? ¿Te gustaría ser fuente de inspiración? Si la respuesta a estos interrogantes es un sí, entonces, utiliza tus historias para inspirar, para impactar, para persuadir (movilizar en pos de una acción específica). A partir de una buena historia, otras personas se identificarán contigo, establecerán una conexión de empatía.

Una buena historia, además, te permitirá crear un vínculo de confianza y credibilidad con los demás. Te sentirán cercano, humano, deseable. Querrán que les cuentas más historias, en especial de aquellas surgidas de situaciones comunes de la rutina diaria, de esas que para la gran mayoría de las personas son fuente de problemas, de conflictos, de infelicidad.

Una buena historia es aquella capaz de conectar con las emociones de otros y provocar una reacción, generar una respuesta. Por supuesto, se trata de que sea una reacción positiva, una respuesta positiva a lo que tú propones. Una buena historia, en fin, te convierte en la mejor elección para el mercado. No es tu producto, no es tu servicio: el mercado te compra a TI, compra tu historia…

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