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Cómo la gestión de las emociones determina el impacto de tu mensaje

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Los seres humanos, todos, solemos satanizar aquello que está por fuera de nuestro control. Las emociones, esas caprichosas, traviesas, traicioneras y juguetonas señoritas que hacen pilatunas con nosotros, no son la excepción. Y les imponemos una carga negativa que no poseen y las vemos como las malas del paseo, como fuente ilimitada de desdichas.

El resultado es que, entonces, las despojamos de un inmenso poder que sí tienen y que, lo desconocemos o lo ignoramos, nos sirve. ¿Sabes a qué me refiero? A que las emociones nos ayudan a sobrevivir y, también, a cubrir necesidades básicas. Al final, se trata de aprender que las emociones son una brújula, un faro que nos guía en la oscuridad.

Lo desconocemos porque nadie, absolutamente nadie, nos lo enseña. Y nadie nos lo enseña porque la esencia de todos los seres humanos, sin excepción, es la misma. Es decir, sufrimos por los mismos motivos, aunque las manifestaciones de ese sufrimiento sean diversas. O, de otra manera, expresamos de distintas formas esas emociones que son comunes para todos.

Todos sentimos dolor cuando nos golpeamos. Todos nos reímos cuando escuchamos un buen chiste. Todos lloramos de tristeza cuando perdemos a un ser amado o una mascota. Todos nos alegramos cuando vemos que un hijo es el héroe del juego. Todos nos dejamos llevar por la ira al ser testigos de una injusticia. A todos nos da miedo la muerte inminente…

Aunque la emoción sea la misma, la manifestación es distinta. ¿Por qué? principalmente, por las experiencias vividas y, algo muy importante, por la influencia del ambiente. Solemos decir que los asiáticos son “serios e imperturbables”, que los nativos del Caribe son “alegres, joviales y fiesteros”, que los adultos mayores son “tranquilos, reflexivos y pacientes”.

No nos damos cuenta de que todos los seres humanos, más allá de dónde nacimos, del país en que vivimos, de las experiencias vividas, somos así. Es decir, según las circunstancias del momento, somos (o podemos ser) serios, imperturbables, alegres, joviales, fiesteros, tranquilos, reflexivos y pacientes. Nadie nace con más o con menos emociones.

Son señales de alerta que el cerebro utiliza para comunicarnos que algo del exterior llama su atención. Un grito, la lluvia, unas carcajadas o algo indeterminado que lo inquieta. Son señales a las que nosotros (no él) le damos un valor, un significado. El cerebro recibe la información, relaciona el estímulo con la reacción y responde de manera idéntica si se repite esa situación.

Lo que debemos aprender es que las emociones son necesarias para la supervivencia. Su rol principal es desencadenar una conducta apropiada en función del estímulo recibido. La reacción al impulso es algo natural, inconsciente, un botón que el cerebro activa de manera automática. Mientras, el comportamiento que le sigue a esa reacción es aprendido.

Un ejemplo: tu corazón late con más fuerza y tus sentidos se agudizan cuando abres la puerta de tu casa y tu mascota, enloquecida, salta sobre ti para recibirte. Hasta ahí, todo se da en modo automático. Lo que sigue después es aprendido: para recompensarlo, no solo le das unas tiernas caricias, sino que también le juegas o quizás le regalas su snack preferido.

Uno más: caminas desprevenido por la calle, mientras escuchas tu cantante favorito en los audífonos, y de repente ves que las personas a tu alrededor corren. Sin saber qué sucede, miras a un lado y al otro y corres. Sin rumbo fijo, solo corres. Desconoces el estímulo, pero tu intuición (que es algo aprendido) te dijo que había algún peligro en ciernes y reaccionaste.

Sin embargo, las emociones tienen un poder mucho mayor que alertarnos de eventuales peligros o incitar la reacción a un estímulo. Estas traviesas señoritas comunican valiosa información sobre cómo percibimos e interpretamos los estímulos que recibimos. Es el camino a través del cual los demás nos conocen, nos entienden, nos aceptan o rechazan.

Aunque la mayoría de las veces no nos damos cuenta, no somos conscientes, la parte más importante de la comunicación que emitimos es no verbal. Así transmitas el mismo mensaje, así utilices las mismas palabras, lo que comunicas es distinto si hablas pausado o si gritas. El impacto que ese mensaje produce en otros es distinto por las emociones.

Las abuelas del pasado, del siglo pasado, argumentaban que “no fue lo que me dijo, sino cómo me lo dijo (el tono)”. ¿Cuál crees que sería la reacción de tu pareja si a su petición de casarse la respuesta es un escueto “ok”?Probablemente creerá que rechazaste su propuesta, caso contrario a lo que sucedería si estallas de emoción, gritas, saltas y lloras.

La comunicación consciente es un privilegio exclusivo del ser humano. Ninguna otra de las especies que habitan este planeta posee esa habilidad. Que, por cierto, está ahí en especial para comunicarnos, que significa tender puentes, estrechar lazos, solventar diferencias y establecer conexiones poderosas. Cualquier otro uso es equivocado.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero grabes en tu mente (posa el 'mouse' para seguir)
Lo que comunicas y cómo lo comunicas va más allá de las palabras. El impacto de tu mensaje está determinado, y condicionado de manera especial, por las emociones, poderosas y volátiles.

Lo que sufrimos cada día a través de las redes sociales y otros canales de comunicación es clara muestra de ello. Publicas un post con una frase que te inspiró y recibes una andanada de críticas e improperios. Das una opinión sobre cualquier tema (religión, deporte, política, amor, música, cocina…) y afloran silvestres los haters que ni siquiera conoces.

La clave, entonces, es entender que la comunicación, el mensaje que transmitimos, va mucho más allá de las palabras. No importa si es verbal, escrito o visual, el mensaje está condicionado por las emociones que incorpora y, en especial, por la percepción que de ellas tiene cada una de las personas que recibe tu mensaje. Esto es algo ajeno a tu control.

Es muy probables que te hayas dado cuenta de que la mayoría de los cortocircuitos o de los conflictos surgen del impacto de lo que comunicamos. Y de cómo lo comunicamos, claro. Es decir, de las emociones que transmitimos. Por eso, más allá de la natural habilidad de la comunicación, que viene incluida en la configuración original, debemos desarrollar otra.

¿Sabes cuál es? La de aprender a gestionar las emociones. Significa reconocer la emoción, aceptarla y responder de manera consciente. En otras palabras, la gestión de las emociones implica tener el control de lo que respondes, de la reacción al impulso, del comportamiento que realizas enseguida. No es fácil, sin duda, pero es posible lograrlo.

La clave está en entender la diferencia entre el sentimiento que experimentamos a partir de una emoción determinada y la forma (conducta) en la que la expresamos. Sentir ira porque alguien maltrata a su mascota está bien, pero no pueden hacer justicia por tu propia mano. Estar triste porque no te dieron el ascenso que anhelabas está bien, pero insultar a tu jefe es inaceptable.

Hay un largo trecho entre la comunicación asertiva y madura, consciente, y la reacción impulsiva, una descarga sin contención. La diferencia es el impacto que provocas en otras personas. Con una buena comunicación, estableces y fortaleces lazos; por medio de los estallidos emocionales, rompes vínculos, levantas barreras y generas el rechazo.

El mensaje que quiero transmitirte con este contenido es la importancia de ser consciente de lo que comunicas y de cómo lo comunicas. No son solo palabras que se las lleva el viento, sino también, y de manera especial, emociones poderosas y volátiles. Basta que recuerdes la última vez que tu hijo te sacó que quicio y la reacción desproporcionada que tuviste.

Se nos olvida que nuestras acciones, todas, tienen un impacto en los demás. Y olvidamos también que esas personas no están obligadas a consentir nuestras reacciones, a soportar nuestras descargas emocionales. Por eso, hay que echar mano de habilidades como la empatía, la paciencia, la tolerancia y el respeto, que ya sabes que no abundan por ahí.

Para gestionar adecuadamente las emociones, prueba esto:

1.- Identifícalas. Bien sea que tú la experimentas o es el resultado que provocas en otros. Si tienes claro cuál es la emoción, podrás ofrecer una respuesta adecuada, consciente. Recuerda que las emociones son información encriptada, señales de alerta que nos indican sobre qué terreno pisamos. La clave está en respirar unos segundos antes de reaccionar

2.- Acéptalas. Que no significa estar de acuerdo, sino entender que no están al alcance de tu control. El dolor provocado por la pérdida de un ser querido es desagradable, pero si no lo aceptas, si te resistes a esa emoción, más daño te hará. Las emociones, por si no lo sabías, son como las olas del mar: vienen, te tocan y se van, siempre se van. No dejes que te dominen

3.- Autorregúlalas. Sí, no es fácil, lo sé. Sin embargo, la calidad de tus comunicaciones y, por ende, de tus relaciones con tu entorno y contigo mismo dependerá de si ejerces control sobre tus emociones o permites que hagan sus travesuras. Arrebátales el poder que tienen sobre ti y demuéstrales que eres más fuerte, más inteligente. Autorregularlas aumentará tu bienestar

4.- Comunícalas. De manera asertiva y consciente, a sabiendas del poder que tienen tanto las palabras como las emociones. Exprésalas sin permitir que se transformen en reacciones inadecuadas. En la medida en que tengas el control, tu mensaje, tu comunicación, estará blindado y transmitirá justamente lo que deseas, sin cortocircuitos, sin daños colaterales

Jon Kabbat-Zinn, profesor emérito de medicina conocido por fundar el programa de Reducción de Estrés Basado en la Atención Plena (MBSR), dijo algo fantástico: “no puedes evitar las olas, pero sí puedes aprender a surfearlas”. No puedes evitar las emociones, pero sí tienes la capacidad para surfearlas y disfrutar el impacto positivo, constructivo e inspirador de tus mensajes, de tu comunicación.

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Cómo la sicología inversa te convertirá en el rey de la persuasión

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Tras casi 10 años dedicado a crear contenidos en el ámbito del marketing digital, tengo algunas certezas. Una de ellas es que a la mayoría de las personas les cuesta crear contenidos, pero no porque no sepan cómo hacerlo. De hecho, prácticamente todos publicamos contenidos a diario en los canales digitales: videos, artículos, imágenes, comentarios… Es decir, sabemos hacerlo.

¿Entonces? El problema, porque siempre hay un problema, es que crear y publicar contenidos de impacto son tareas que requieren una estrategia. Y una estrategia, quizás lo sabes, exige tiempo, método, seguimiento y paciencia. Ese es uno de los aspectos en los que la mayoría se equivoca, porque les han dicho que es posible hacer magia a la vuelta de unos pocos clics. Y no es así…

A veces, sin embargo, hay quienes entienden el proceso y están dispuestos a llevarlo a cabo. No obstante, hay un vacío que es generalizado, que todos lo sufren en mayor o menor medida. ¿Cuál es? La indispensable conexión con las emociones. Eso quiere decir que los contenidos creados, los mensajes emitidos, están direccionados hacia la lógica, al componente consciente del cerebro.

Cuando tu mensaje apunta a lo racional, el resultado suele ser desalentador. ¿Por qué? Porque al conectar con la parte consciente del cerebro lo que produces es la activación de las objeciones, de las prevenciones. Es elegir el camino más complicado, uno que en algunas circunstancias parece un campo minado. Y, lo más importante, uno que casi irremediablemente te lleva al rechazo.

Por fortuna, este es un problema que tiene solución. Y una solución que, además, es bastante sencilla, que está al alcance de todos, de cualquiera. ¿Sabes cuál es? Apelar a la sicología. Y no, no tienes que ir a la universidad y graduarte con honores, porque todos los seres humanos, sin excepción, incorporamos un chip de la sicología. Lo tenemos y lo utilizamos todos los días.

Sin embargo, lo hacemos de manera automática, inconsciente. Además, nos hacen creer que no está en esa configuración inicial con la que todos llegamos a este mundo. La sicología, en una forma básica, está presente en tus decisiones, en tu comportamiento, en tus emociones. Cada vez que interactúas con otra persona, las dos ponen en práctica el modo sicología. Es maravilloso.

Necesitas la sicología para hablar con tu pareja y, sobre todo, con tus hijos. En especial, cuando son niños o adolescentes que, a veces, muchas veces, se comportan caprichosamente. La necesitas también para una negociación, no importa si eres el vendedor o el comprador. La necesitas además para las relaciones humanas, particularmente cuando intentas persuadir a otros con tu mensaje.

Quizás te ha sucedido que publicas un mensaje con una invitación a participar en un evento virtual que vas a realizar próximamente. Quieres mostrarle al mercado que eres una autoridad en tu campo y posicionarte en la mente de tus clientes potenciales como una opción destacada. Luego, una variedad de personas acepta tu invitación, se inscribe en la actividad que tienes programada.

Eso te llena de ilusión, porque no solo contarás con una audiencia masiva, sino porque ves que son favorables las perspectivas. Sin embargo, a la hora de la verdad, cuando das a conocer tu oferta, la mayoría de esos clientes potenciales alza el vuelo, desaparece como por arte de magia. Y tú, claro, te quedas desconcertado, frustrado y, lo peor, confundido. “¿Qué fue lo que hice mal?”, te preguntas.

En realidad, es muy probable que no hayas hecho algo mal. ¿Entonces? Esas personas que en algún momento levantaron la mano lo hicieron como respuesta a un impulso emocional inconsciente, automático, porque algo que vieron en tu mensaje les llamó la atención. O quizás hubo algún detalle que despertó su curiosidad, pero no quieren comprar: solo están de paso.

Así es en la vida, en los negocios, en las relaciones. No todas las personas que conoces al final se quedan en tu vida: algunas solo están de paso. En el colegio o la universidad, por ejemplo, en tu grupo había quizás 25-30 compañeros, pero solo unos cuantos, 3 o 5, formaron parte de tu vida, de tu círculo cercano. Y está bien: es una forma de aprender a filtrar relaciones y compañías.

Porque, y esto es muy importante, no puedes ser amigo de todos, no cualquiera que esté ahí afuera es tu cliente potencial. Algunos de tus compañeros de clase solo estaban de paso en esa etapa de la vida y luego cada uno tomó su camino. En el mercado, mientras, algunas de esas personas que levantaron la mano eventualmente pueden convertirse en ruido, en una molestia.

Ahora, es claro que no puedes definir tu audiencia, tu mercado potencial, en buenos y malos. Se trata de entender que hay personas que están más preparadas para lo que tú ofreces, que están unos pasos por delante de los demásy te prestan más atención. El resto, en cambio, te exigirá cumplir el proceso de información, educación, nutrición e inspiración antes de pasar a la acción.

Un proceso en el que no es mala idea tratar de repescarlos. ¿Eso qué quiere decir? Darles otra oportunidad, darte otra oportunidad con ellos. Algo así como tirarles un salvavidas en medio de la tormenta y llevarlos a cambiar de opinión. Es el momento de utilizar la sicología, la persuasión, para conseguir que te presten atención de nuevo, pero esta vez de una manera diferente.

Moraleja

Este es el mensaje que quiero grabes en tu mente.
La sicología inversa es un recurso útil y efectivo que todos, sin excepción, utilizamos a diario. Fue creada para tratar, en especial, con personas rebeldes, tercas y desafiantes, aquellas que son reacias a seguir instrucciones.

Uno de los recursos más efectivos es el que se conoce como sicología inversa. Estoy seguro de que sabes de qué se trata, porque lo utilizas continuamente, aunque no te des cuenta. Entonces, sabes también que es una herramienta de persuasión poderosa, capaz de derribar las objeciones más sólidas, capaz de conseguir que la persona que escucha tu mensaje haga lo que tú deseas.

Si eres padre con hijos adolescentes, lo compruebas todos los días. Por ejemplo, tras pedirle varias a tu hijo que, por favor, arregle su cuarto y recoja el desorden antes de salir con sus amigos, utilizas la sicología inversa. Está bien, vete con tus amigos. Al fin de cuentas, como no tengo nada importante que hacer, me puedo dedicar a recoger tus cosas y arreglar tu cuarto”, le dices.

¿El resultado? Producto del sentimiento de culpabilidad, tu hijo da media vuelta y en un santiamén arregla su cuarto. ¡Eureka! Sucede porque la sicología inversa fue creada para tratar, en especial, con personas rebeldes, tercas y desafiantes, aquellas que son reacias a seguir instrucciones. Si las abordas por el modo consciente, su reacción irá desde ponerse a la defensiva hasta ser agresivas.

En el caso de un cliente potencial que alzó la mano, mostró curiosidad y al final se alejó, utilizar la sicología inversapuede brindarte excelentes resultados. No se trata de intentar convencerlo (porque lo más probable es que no lo logres), sino de inducirlo a cambiar su opinión a través de un mensaje que conecta directa y poderosamente con sus emociones. No es magia, es persuasión.

Frases como “Lamento que condenes a tu empresa a seguir relegada por la competencia”, “Si lo que eliges es seguir aferrado a estrategias caducas, te auguro los mismos resultados” o “El dolor es parte del proceso, pero el sufrimiento y todo lo que este significa es tu decisión” son como cargas explosivas que derriban objeciones y provocan drásticos cambios de comportamiento.

El poder de la sicología inversa radica en que resalta lo que esa persona o empresa se pierde. No se lo dices en esas palabras, no se lo dices directamente, pero la insinuación basta. Le tiras encima la carga de la responsabilidad, el sentimiento de culpabilidad, y la induces a dar marcha atrás y hacer lo que tú le sugieres. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que es una estrategia cero invasiva.

Y no tienes que forzar el cambio de decisión, porque ese será el resultado lógico de ese mensaje que incorpora la sicología inversa. Si alguna vez discutiste con tu pareja o con tus padres, estoy seguro de que aplicaste la reversa e hiciste lo que te decían al escuchar el consabido “haz lo que quieras”. Ya sabes que, si lo haces y sale mal, tendrás que soportar el karma de la cantaleta.

La sicología inversa nos ofrece cinco técnicas útiles y efectivas para darle poder a tu mensaje:

1.- Decir lo contrario. Es un recurso muy usado, por ejemplo, en el asunto de correos: “No leas esto” o “Haz clic solo si estás dispuesto a perder tu salud” y otros que activan el modo curiosidad
La clave: la incomodidad por el peso de la responsabilidad es muy persuasiva

2.- Rendirse. “Si es lo que quieres, hazlo” o “Ya te advertí, pero eres muy terco”. Cuando parece que se te acabaron los argumentos, frases de este estilo están en capacidad de producir el milagro
La clave: cuando dejas de confrontar, la otra persona baja las defensas de inmediato

3.- Provocar. Muy frecuente en los canales digitales. Un mensaje que confronta a la persona, que la reta: “Tú no eres capaz de vencerlo”, “Deja eso, tú no tienes talento para tocar la guitarra”
La clave: amamos los desafíos y odiamos que nos digan que no podemos hacer algo

4.- Misterio. Es el disparador de la curiosidad, provoca un impulso incontenible porque no hay nada más feo que quedarse con la duda. “No abras la caja”, “Si eres hombre, no cruces la puerta”
La clave: lo desconocido es poderosamente atractivo, un señuelo difícil de rechazar

5.- Dar alternativas. A nadie le gusta recibir órdenes o que le prohíban algo. Si das más de una opción, todo cambia: “Yo cocino y tú lavas los platos” o “¿Haces la tarea o te vas a dormir?”
La clave: las opciones dan la sensación de tener el poder, una emoción irresistible

A la hora de comunicarnos con otros, en especial cuando intentas persuadir y promover una respuesta específica, tan importante como lo que se dice es la forma en la que se dice. Es en ese momento en el que la sicología inversa se muestra como una poderosa y efectiva herramienta. Ya la utilizas, ya experimentaste sus beneficios, ahora solo falta hacerla consciente y disfrutarla…

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Nostalgia: el poder de las emociones ligadas a los recuerdos

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Si bien no estoy convencido de que “todo tiempo pasado fue mejor”, sí estoy seguro por completo de que dar un viaje al pasado, de cuando en cuando, es apasionante. Está claro que no podemos devolver el tiempo, dar marcha atrás al reloj y, por ejemplo, ser niños otra vez. Eso no es posible, pero lo que sí podemos hacer es apelar a la memoria, a los recuerdos, para revivir ese pasado.

En especial, los episodios del pasado que recordamos con gratitud, momentos en los que fuimos felices y que, sin duda, nos gustaría que se repitieran. Esa es la razón por la que los reencuentros con los amigos del colegio, la universidad o los primeros años laborales nos encantan. Aunque es claro que no somos los mismos, que la vida nos ha llevado por caminos distintos, nos encantan.

Cuando me gradué del colegio, en mi grupo marcamos un hito. ¿Sabes cuál? Era la primera generación que había hecho el tránsito completo desde kínder hasta sexto de bachillerato (ahora grado 11), como se llamaba entonces. No todo el grupo, por supuesto, sino siete compañeros. La vida nos unió cuando teníamos 4-5 años y juntos recorrimos ese camino durante 13 años.

Con el cartón que nos acreditaba como bachilleres, hicimos una promesa: vernos con frecuencia. Más allá de que cada uno tomaba su camino en la vida, de que seguramente no iba a ser fácil reunirnos, quedaba el deseo y, además, el compromiso. Nos reuníamos con frecuencia y en los quinquenios (5, 10, 15 años) nos acompañaban más compañeros de nuestro grupo y de otros.

Cada ocasión era única y especial. No solo era el reencuentro, recordar vivencias y volver a ser niños por un rato. También, comprobar cómo la vida nos cambiaba. Algunos compañeros eran casi irreconocibles por los drásticos cambios físicos sufridos: engordaron, desarrollaron calvicie, se adelgazaron en extremo, les salieron canas, en fin. Es el paso de los años, el peso de los años.

Aunque las personas cambiamos con el tiempo, y no solo en el aspecto físico, sino también en la forma en que pensamos y nos comportamos, esas reuniones siempre fueron agradables. La experiencia de volver al pasado es algo que la mayoría de los seres humanos disfrutamos. Es el poder de la nostalgia, una especie de cordón umbilical que nos conecta con el pasado.

Lo curioso es que, por definición, la palabra nostalgia y sus sinónimos añoranza y melancolía, entre otros, tienen una connotación negativa. Es decir, son recuerdos atados a episodios dolorosos que nos causaron pena o a pérdidas que nos dejaron cicatrices. Sin embargo, en la realidad nos sirve para revivir esos años maravillosos de la vida, esos momentos que no queremos olvidar.

Y eso, por supuesto, lo sabe el marketing. Desde siempre. No en vano, recientemente han tomado fuerza las campañas nostálgicas, cuya principal virtud es que conectan fácil y rápidamente con las emociones. Marcas como Nike, Adidas, Nintendo, Apple o Volkswagen, entre muchas otras, han apelado a este recurso: lanzaron productos nuevos cargados de nostalgia, con el aroma del pasado.

No es casualidad, por ejemplo, que Stranger Things sea una de las series más exitosas de Netflix desde cuando se lanzó, en 2016. En un ambiente clásico de la década de los años 80, trata sobre la afanosa búsqueda de un niño desaparecido por parte de sus padres y amigos, y las autoridades. Todos se ven envueltos en raros y misteriosos episodios contra fuerzas sobrenaturales.

El trasfondo de la serie es lo más interesante: la evocación de los años 80, una década que marcó a varias generaciones, por distintas razones. En Stranger Things se hace referencia a música de esa época, a los juegos, a las películas, a la forma de vestir, en fin. Lo más poderoso es que si tienes 50 o más años, si viviste los 80, son una parte importante de tu historia de vida. ¡Nostalgia pura!

Este ejemplo nos revela algo que muchos olvidan, o simplemente desprecian, a la hora de crear una historia. ¿Sabes a qué me refiero? A que no basta con que la trama sea interesante, que haya buenos personajes, que se desborden las emociones. Uno de los componentes más relevantes de una historia de impacto, en cualquier formato, es el contexto. Y la nostalgia es parte del contexto.

Porque, de esa forma, no es una historia la que disfrutas (la creada por los guionistas), sino mil y una historias más. ¿Cuáles? Todos esos recuerdos con los que te conectas desde el momento en el que te identificas con ese contexto. Si tienes conciencia de los 80, vuelves a ser niño o adolescente, visitas los lugares en los que fuiste feliz, vuelves a disfrutar la vida con esos amigos…

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
No podemos regresar al pasado, pero sí revivir momentos en los que fuimos felices. Es el poder de la nostalgia, un recurso muy útil en el marketing de contenidos.

Cuanto más detallado y preciso sea ese contexto, cuantos más elementos conecten con las emociones y despierten esos recuerdos que están dormidos en tu cerebro, en tu corazón, mucho mejor. ¿Por qué? Porque se produce el impacto de la identificación, que por si no lo sabes es uno de los recursos más poderosos en el marketing y la creación de contenidos no relacionados con la venta.

¿En qué consiste? Son los elementos de tu mensaje a partir de los cuales una persona, cualquiera, que haya vivido o se enfrente a lo mismo o algo similar de inmediato se conecta. Sucede porque esa persona se ver reflejada, porque se despertó algún recuerdo, porque es justo lo que vive en ese momento específico de la vida. No es exacto, igual al ciento por ciento, sino muy similar.

Es por la identificación, por ejemplo, que alguien adopta características, rasgos o comportamientos de otro. Su ídolo en el deporte, su cantante favorita, un personaje de la historia, en fin. Se da fundamentalmente durante la niñez, cuando el ser humano está en la búsqueda de modelos, pero también entre los adultos. La identificación es una forma de crear una nueva realidad.

También es un componente fundamental de la nostalgia. Su rol consiste en acelerar ese proceso de evocación de sentimientos, pensamientos y recuerdos positivos y auténticos, con el fin de lograr el mayor impacto posible. A través de la identificación, así mismo, se puede alcanzar uno de los objetivos primarios y decisivos de cualquier estrategia de marketing y de contenidos.

¿Sabes a qué me refiero? A establecer un vínculo de confianza y credibilidad con todas y cada una de las personas que reciben tu mensaje. Cuanto más fuerte sea la identificación, cuanto mayor sea la dosis de nostalgia, tendrás más impacto y podrás llegar a más personas que vivieron (o viven) esa situación que tú describes. El fin es que active una acción, un comportamiento específico.

Diversos estudios de neuromarketing recientes demostraron que cuando se activan en el cerebro las regiones vinculadas con la recompensa y la memoria emocional (recuerdos), la nostalgia provoca que se libere dopamina. Por si no lo sabes, es un neurotransmisor (una sustancia química) asociado con el placer y la motivación, que ayuda a consolidar recuerdos y los conecta con las emociones.

Así, por ejemplo, tu cerebro libera dopamina cuando le das un abrazo a tu mamá, cuando tu hijo te da un beso, cuando marcas el gol de la victoria de tu equipo de fútbol, cuando tu jefe te informa que te eligieron para el ascenso prometido… La dopamina es, así mismo, un disparador en esa siempre incierta tarea de tomar decisiones: si tu cerebro sabe que habrá recompensa, te impulsa a decir ‘sí’.

Es la razón por la cual nos cuesta tanto negarnos al pastel, al helado, al chocolate, a pesar de que somos conscientes de que el consumo excesivo es perjudicial para la salud. Es, así mismo, el motivo por el que una persona con baja autoestima o depresión recurre a comer en exceso o se va al gimnasio a exigirse al máximo, o quizás decide emborracharse para “olvidar las penas”.

Una reciente publicación del Journal of Consumer Research demostró que las personas que consumen contenidos con altas dosis de nostalgia les dan una valoración más positiva a los productos. Y no solo eso: también están dispuestas a pagar un poco más por ellos. El estudio indica que el 60 % tiene mayor inclinación a comprar cuando el mensaje incorpora la nostalgia.

Si al entrar a tus redes sociales has encontrado contenidos de este tipo, no te extrañes. Las marcas han redescubierto el valor de la nostalgia y tratan de aprovecharlo. Esas campañas generan, en promedio, un 70 % más deengagement y comentarios, y son compartidas más veces. Lo mejor es que el poder de la nostalgia se adapta a cualquier formato, dentro o fuera de internet.

Hay algo más: algunos estudios permitieron establecer que los consumidores tienden a atribuir mayor valor percibido a los productos que les recuerdan momentos felices. Es la razón por la cual las marcas cada vez más utilizan la nostalgia en sus estrategias. O por la que otras reencauchan productos que en el pasado fueron exitosos: son experiencias revestidas de significado.

Moraleja: si quieres crear contenidos de impacto, si quieres contar una historia que te permita conectar con las emociones de tu audiencia, y no encuentras el camino, recurre a la nostalgia. Desempolva algún recuerdo de tu pasado, uno que te hizo feliz y con el que se identifiquen otras personas. Las situaciones cotidianas, las más sencillas, suelen ser también las más poderosas.

Por último: ese mensaje en el que utilizas la nostalgia debe estar alineado con tus principios y valores, con tu propósito. De lo contrario, no te percibirán como auténtico y te van a rechazar. Además, el mensaje no se puede quedar en una historia bonita, porque se olvida rápido, sino que es necesario que aporte valor real. No menosprecies el poder de las emociones ligadas a los recuerdos

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Las 9 posibilidades de que tu mensaje termine en cortocircuito

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. ¿Eso qué significa? Que no se cumple el objetivo previsto. En otras palabras, hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Eso, por supuesto, en el mejor de los casos.

¿A qué me refiero? A que son más las ocasiones en las que esos mensajes emitidos no solo no cumplen con el cometido, sino que… ¡producen el efecto contrario, el impacto contrario! Nos sucede todos los días en todos los ámbitos de la vida: las relaciones personales y sentimentales, las casuales o, inclusive, el trabajo. Salimos de un cortocircuito y no tardamos en sufrir uno nuevo…

Hay una famosa frase de Edmond Wells, el personaje de ficción creado por el escritor francés Bernard Werber. Está presente en las obras que componen su Trilogía de las hormigas. La puedes encontrar en internet, en las redes sociales, y a mi modo de ver es absolutamente genial para resumir esos cortocircuitos. Es probable que la hayas visto, sin prestarle la atención adecuada:

“Entre lo que pienso,
lo que quiero decir,
lo que creo decir,
lo que digo,
lo que tú quieres oír,
lo que crees oír,
lo que oyes,
lo que quieres entender y
lo que crees entender
hay 9 posibilidades de que haya problemas en la comunicación”.

Genial, ¿cierto? La primera vez que la leí me produjo risas. Sin embargo, a los pocos segundos me di cuenta de que, entre líneas, o tras bambalinas, se escondía el motivo por el cual nos resulta difícil eso de comunicarnos. Una habilidad innata en los seres humanos, la que nos distingue de las demás especies, la que nos hace únicos. Y, también, la que suele meternos en muchos problemas.

Es insólito, porque ya no estamos en la era de los mensajes de humo. Ya no es el mundo de las aldeas desconectadas. Es el mundo globalizado, conectado por la red de redes. Todo el tiempo. Se acortaron las distancias, prácticamente se acabaron las limitaciones y se derribaron las fronteras. Es un escenario único que ninguna otra generación de la humanidad había disfrutado. Pero…

Si lo piensas por unos segundos, recordarás alguna o varias situaciones en las que se produjo ese cortocircuito. A veces, con consecuencias lamentables. No fue lo que me dijo, sino el tono en que lo dijo”, afirmaban las abuelas de antes. Y hoy, cuando la susceptibilidad está a flor de piel, cuando las personas son propensas a ofenderse por lo mínimo, necesitamos ser conscientes de lo que comunicamos.

Y de cómo lo hacemos, por supuesto. Por eso, bien vale la pena tomarse unos minutos para leer, releer y analizar la famosa frase de Edmond Wells. Que, a pesar de ser difundida por un personaje de la ficción, está estrechamente conectada con la realidad. Porque, además, todos, sin excepción, caemos en la trampa de los cortocircuitos, todos armamos huracanes en un vaso de agua

Veamos, entonces, qué hay detrás de cada una de esas 9 posibilidades:

1.- Lo que pienso: la intención original del mensaje.
No podemos leer la mente de los otros y, claro, los demás tampoco pueden leer la nuestra. Es decir, no siempre sabemos qué objetivos se persiguen con un mensaje específico, y menos en el caso de que esté arropado por las emociones del momento. A veces, seguro lo has vivido, ni siquiera uno mismo sabe con certeza qué quiere decir. La intención es el punto de partida.

2.- Lo que quiero decir: la intención de expresar un pensamiento.
En medio del frenesí de la rutina diaria, del estrés y de la histeria colectiva, no siempre decimos lo que pensamos. ¿Por qué? Porque lo que decimos es simplemente una reacción emocional a una situación en particular. Un desahogo. Sin embargo, lo expresamos con énfasis, con energía, hasta con convicción, sin darnos cuenta de que no pensamos así. Un cortocircuito viene en camino…

3.- Lo que creo decir: la interpretación del mensaje emitido.
Dado que no siempre somos conscientes de los mensajes que emitimos, de su poder, creemos haber dicho algo cuando en realidad es distinto lo que dijimos. Sucede, principalmente, cuando el objetivo de nuestro mensaje es convencer, en vez de comprender al otro. Queremos ganar la discusión, queremos tener la razón, en vez de intercambiar opiniones, conocimiento, vivencias.

4.- Lo que digo: la forma en que se verbaliza el mensaje.
Producto de lo anterior, el mensaje que transmitimos no es el adecuado. No para ese momento, no para esas circunstancias. Al tenor de las emociones (caprichosas, traviesas y traicioneras), nos engañan las palabras. Destilamos agresividad; somos ofensivos, despectivos o discriminadores, hirientes. No nos damos cuenta de que, por desgracia, no hay marcha atrás. ¡El daño está hecho!

Moraleja

Este es el mensaje que quiero que grabes en tu mente.
Cuanto más consciente seas de los mensajes que transmites, de su poder, menos probabilidades habrá de se produzcan cortocircuitos. Y no solo eso: también podrás disfrutar de la interacción con otros y producirás un impacto positivo.Recuerda: la tecnología es maravillosa, pero la clave está en ti.

5.- Lo que quieres oír: la expectativa del receptor.
La otra cara de la moneda. Así como tú expresas algo que no piensas o no sientes, algo que no quieres decir (no, al menos, de esa manera), tu receptor sufre un proceso parecido. Lo que quiere oír está determinado en función no solo de sus emociones, sino también de sus creencias, de su conocimiento de la situación o del tema, de sus experiencias previas. ¡Es una mezcla explosiva!

6.- Lo que oyes: lo que el receptor realmente percibe del mensaje.
Cuando no escuchamos con atención, cuando dejamos que la imaginación divague, lo que oímos casi nunca corresponde al mensaje que recibimos. ¡Ya hay un cortocircuito! Es, claramente, el escenario en el que surgen las desavenencias, los conflictos, esas discusiones que provocan heridas que tardan en sanar (o no sanan) y que dejan rencores, resentimientos y mucho dolor.

7.- Lo que crees entender: la interpretación del receptor.
Si no atiendes, no comprendes. Si tan solo oyes, si hay interferencia por ruido, crees haber oído algo, pero no siempre es la realidad. Interpretamos lo que otros nos dicen, manipulados no solo por el poder de las palabras del otro, sino también por las emociones. Lo grave es que todas las interpretaciones son verdades a medias, sesgadas, que por lo general nos inducen al error.

8.- Lo que quieres entender: el deseo del receptor.
Lo que está detrás, tras bambalinas, son las benditas expectativas. Que son primas hermanas de las emociones y, por lo tanto, juegan con nosotros. Muchas veces, la mayoría, el resultado de una conversación, de una interacción con otros, es una gran desilusión. ¿Por qué? Porque no se cumplió la expectativa que habíamos creado. Y lo peor es que no apreciamos lo que nos dijeron.

9.- Lo que entiendes: la comprensión final del receptor.
Entender y comprender no significan lo mismo. Entender es la punta del iceberg, lo que está a la vista de cualquiera. Comprender, mientras, es lo realmente importante, lo grande, lo que está oculto bajo la superficie. Lo malo es que casi siempre nos quedamos en la etapa de entender y no llegamos a comprender. Entonces, nos forjamos una idea equivocada del mensaje recibido.

Como vez, esto de comunicarnos con otros a veces se asemeja a intentar llenar un recipiente que está poroso o, peor, que tiene orificios. Será imposible lograr el objetivo, porque siempre habrá una fuga. La comunicación no es un proceso simple y directo, sino que implica múltiples pasos y posibles interferencias, ruidos, que desvían el mensaje o, peor, lo distorsionan o lo modifican.

Algo irónico en estos tiempos de tecnología de punta, de inteligencia artificial y demás, en los que la humanidad cuenta con herramientas y canales únicos. Poderosos. Sin embargo, basta dar una mirada a las publicaciones en redes sociales, a las reacciones de otros, para darse cuenta de que el mensaje que se transmitió no cumplió su objetivo. Y, además, de que cada uno entendió lo que quiso.

Esto es particularmente cierto en temas como el amor, la política, el deporte o la religión. Aunque, en la realidad, cualquier tema está expuesto a los cortocircuitos. La principal lección es que no se trata de los canales, de la tecnología, del formato: lo que realmente importa es el mensaje. Y, en especial, tu capacidad para transmitirlo, es decir, para evitar que tu idea se distorsione.

¿La clave? Ser conscientes de los mensajes que transmitimos. Eso significa ser cuidadosos tanto a la hora de crear el mensaje como a la hora de difundirlo. Velar porque no haya contradicciones, porque no se transmita algo contrario a lo que pensamos o deseamos. Es como cuando escribes un email para tu jefe: antes de hacer clic en enviar, relees, revisas, corriges. Así debería ser con todo.

Vivimos la era de la comunicación y de la tecnología. Enviamos y recibimos mensajes todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no conseguimos comunicarnos. Hablamos mucho, decimos mucho, pero la mayoría de las veces son palabras que se las lleva el viento. Cuando caemos en esa trampa, resignamos el privilegio de ayudar y servir a otros, de aprender y de transformarnos.

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La negociación, el poder oculto de la verdadera comunicación

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Los seres humanos, aun cuando estamos quietos y en silencio, nos comunicamos todo el tiempo. De hecho, lo que hacemos mientras dormimos dice mucho de cada uno. Se trata de un privilegio único, la característica que nos distingue del resto de las especies del planeta y, quién lo creyera, de manera irónica, fuente principal de muchas de nuestras desventuras.

En efecto, y seguro lo has padecido, somos víctimas de la premisa de “el pez muere por la boca”. O, de otra manera, solemos tropezar más con la lengua, cuando hablamos, que con los pies, cuando caminamos. Decimos cosas que no queríamos decir, o las decimos de una forma distinta a como deseábamos, o las decimos a las personas equivocadas en un mal momento.

Un contrasentido, sin duda, porque el objetivo último de la comunicación es la comunión. Es decir, establecer y fortalecer vínculos o relaciones, intercambiar conocimiento y experiencias que se traducen en valiosos aprendizajes. Sin embargo, hacemos un uso inadecuado de las palabras, de los mensajes; nos comunicamos para destruir, para herir, no para construir.

La comunicación está con el hombre desde que el hombre está en este mundo. Primero, de una forma arcaica para transformarse al ritmo que el ser humano evolucionó. Han pasado miles de años y, aunque parezca increíble, todavía no aprendemos a comunicarnos. O, quizás, todavía no entendemos cuál es el beneficio de esa habilidad que nos hace únicos.

La esencia de la comunicación es el intercambio de ideas, conocimientos y experiencias. Y no solo eso: también, creencias, pensamientos, sentimientos, miedos y sueños. Es tal el valor que le damos a la comunicación, que hablamos con las plantas o los animales, a sabiendas de que no nos pueden responder. Y nos sentimos incómodos con el silencio, nos atemoriza el silencio.

Lo más increíble, sin embargo, es que en la era de la tecnología y la comunicación, un tiempo en el que disfrutamos de herramientas y recursos que no tuvieron otras generaciones, cada vez es más difícil comunicarnos. Porque sí, estamos en contacto, al instante, pero no hay una verdadera comunicación. Y ni hablar de esas conversaciones en las que te dejan en visto.

Es como conversar con una pared o con un árbol. Disponemos de facilidades únicas, que van más allá de lo que habíamos imaginado, pero no sabemos usarlas. O, peor, las usamos mal. Somos reacios a cumplir con ese objetivo básico del intercambio de ideas, conocimientos y experiencias, quizás porque desconocemos que “lo que no se comparte, no se disfruta”.

De igual manera, “lo que no se comparte, no se multiplica (se marchita)”. Lo hacemos, quizás, porque nos cuesta dar (sin esperar a cambio), porque nos enseñan a pedir o a recibir. O, a lo mejor, porque olvidamos que, en esencia, todas las conversaciones son negociaciones. Pero, ojo, sin caer en el error de asumir que una negociación es sinónimo de una transacción.

Negociar entendido como “tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro”. Con sinónimos como acuerdo, pacto, convenio, ceder, traspasar o transferir. La dinámica es muy sencilla: “yo te doy, tú me das”. Ojalá en la misma medida, aunque en la práctica es difícil, casi imposible. Lo fundamental es que entre las partes haya un ánimo de negociar, de compartir.

Un matrimonio es un ejercicio de negociación. Diario, continuo, en el que la verdadera comunicación es un pilar. Una negociación que, además, cambia con el tiempo porque los seres humanos cambiamos con el tiempo. Hay nuevas prioridades, nuevos miedos, nuevas responsabilidades, nuevas oportunidades. Si no sabes negociar, tu matrimonio puede ser un caos.

O una amistad. Una relación que, seguro lo sabes, enfrenta retos, a veces difíciles, a lo largo del tiempo. Hay que negociar tiempos, intereses, la participación de otros. Y aprender a adaptarse a los cambios bajo la premisa que, aunque no se encuentren, aunque no se vean, los amigos se comunican todo el tiempo. La comunicación, fluida y honesta, es la base de la negociación.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que nos comunicamos más con la intención de solo decir lo necesario, lo justo. ¿La premisa? No exponernos. Una práctica que va en contravía de la esencia de la comunicación, que como mencioné es la de establecer lazos, puentes, vínculos. Y una vez hecha esta tarea, fortalecerlos, extenderlos, promover el intercambio de beneficios.

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Lo que hay detrás de esa actitud, de esa prevención, es el temor a la vulnerabilidad. En especial, a esa sensación de sentir que los demás nos reprocharán, nos desaprobarán, nos criticarán. Creemos que “si digo solo lo necesario, lo justo” vamos a estar protegidos, pero no es así. El único resultado es que echamos a perder el poder del acto de la comunicación.

En los años 90, uno de los agentes de la CIA ganó notoriedad por su don para persuadir a los sospechosos durante los interrogatorios. Su nombre era Jim Lawler y escribió varios libros acerca de contraespionaje, lucha contra el terrorismo y armas de destrucción masiva. Era un especialista en conseguir una conexión poderosa con otras personas y obtener respuestas clave.

¿Su táctica? Tan sencilla como efectiva: mostraba interés por los sentimientos del otro. Eso que llamamos empatía. Eso, por supuesto, no tiene nada de extraordinario, pues se trata de una capacidad que poseemos todos los seres humanos. ¿Entonces? Exponía su propia vulnerabilidad, contaba sus anécdotas personales y provocaba que los demás le correspondieran.

Al sentirse en el mismo plano que su interrogador, los sospechosos derribaban las barreras y se abrían. Contaban lo que Lawler quería saber y muchos confesaban sus delitos. Conseguía establecer un ambiente de franqueza y de confianza único y hacía que esas personas, reacias a hablar, a declarar, lo hicieran con soltura. Y, por supuesto, no había magia: era el poder de las emociones.

Las emociones, por si no lo sabes, son los cimientos de la civilización humana. El cerebro las reconoce tan bien que las personas las utilizamos para buscar aliados, compañía y parejas. Es a través de las emociones que conectamos con nuestros padres, que establecemos lazos de amistad, que formamos parte de comunidades y, lo mejor, descubrimos un lugar en el mundo.

Irónicamente, nos han enseñado que la vulnerabilidad es ‘mala’, pero no es cierto. De hecho, si no permites que las emociones te dominen, a través de la vulnerabilidad podrás conseguir una conexión genuina con los demás. Genuina y también, poderosa, transformadora. Una de esas conexiones que disfrutas y agradeces porque te brindó una experiencia positiva.

En un mundo en el que padecemos el efecto de hacer mal uso de la tecnología, de los canales digitales, la autenticidad que se desprende de la vulnerabilidad es un elíxir. Cuando exhibes tus emociones con transparencia, verás cómo las otras personas se abren contigo, de manera recíproca. Esa es la negociación, silenciosa y poderosa, que surge de la comunicación real.

Cuando pierdes el temor a sentirte vulnerable, cuando descubres el tesoro que reposa dentro de ti en forma de recuerdos, experiencias y aprendizajes, estás en capacidad de lograr conexiones únicas. Es a través del acto de compartir lo que eres que puedes identificarte con otras personas que han vivido algo parecido, más allá de que la circunstancias fueran distintas.

Esa comunicación genuina, auténtica, derriba las barreras de las diferencias. Es la razón por la cual puedes conversar animadamente, productivamente, con alguien que piensa distinto. Por ejemplo, personas con creencias políticas o religiosas opuestas o acérrimos aficionados a dos equipos rivales en algún deporte. Así pueden comunicarse de manera enriquecedora.

Mientras haya un punto de unión, aunque sea pequeño, es suficiente. Lo demás, eso que algunos llamarán magia, se producirá por cuenta de esa increíble capacidad de los seres humanos de conectar con otros. Cuanto más fluida, libre y espontánea sea la comunicación, cuanto más control tengas de las emociones involucradas, más fructífera será la negociación.

Moraleja: los seres humanos somos la especie privilegiada. Disponemos de herramientas, de recursos, de habilidades y de posibilidades que nos hacen únicos. A través de la comunicación genuina, constructiva e inspiradora, se crean sinergias increíbles, transformadoras. Es posible comprender significados ocultos, hallar similitudes y, lo mejor, controlar las emociones.

La clave radica en entender que comunicarnos es un privilegio y una responsabilidad. Es decir, en ser conscientes del uso que le damos, del objetivo de nuestra comunicación, del poder de los mensajes. Aprovechar lo que la vida nos ha dado de manera generosa y compartirlo con otros sin prevenciones, sin dobles intenciones, promoviendo negociaciones ganadoras.

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La música, un manantial inagotable de geniales ideas

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Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Un carnaval que cada uno disfruta a su manera. O lo sufre, también. Puedes ser el héroe de una ranchera, el villano de un tango, el enamorado empedernido de una balada. O el frenético guitarrista de una banda de rock, el parrandero de un vallenato o el fiestero de la salsa…

Cada uno escribe su propia historia, su propia canción. Lo que se me antoja genial es que cada día puede vivirse al tenor de un ritmo distinto. No hay limitaciones, más allá de las que te imponen tu creatividad, las circunstancias y tus emociones. En un mismo día, inclusive, puedes bailar varios ritmos, al vaivén de los acontecimientos. ¡La vida es un carnaval!

Cuando reveo el carrete de mi vida, siempre hay un radio a mi lado. Tenía uno grande, de esos que para funcionar necesitaban conectarse a la corriente eléctrica y el dial se movía de manera manual. Luego tuve un transistor, de batería, que llevaba conmigo a todos lados. Más adelante llegaron el walkman (¡qué maravilla de invento!) y, claro, los dispositivos digitales.

Siempre he creído que la radio es la mejor compañía. Es una especie de caja de Pandora que esconde miles de sorpresas. Las emociones del deporte, el impacto de las noticias diarias, el entretenimiento de las entrevistas y la magia de las canciones. Y más. Durante muchos años, lo primero que hacía al despertar era prender la radio y solo la apagaba antes de ir a dormir.

Sin duda, mi vocación por el periodismo responde a la influencia que la radio tuvo en mi vida en esos años de infancia y adolescencia. No en vano, mis primeros ídolos surgieron de esa cajita mágica: narradores deportivos, periodistas, deportistas y cantantes. Pedro Vargas, José Alfredo Jiménez, Raphael, Armando Moncada Campuzano, Yamid Amat, Hernán Peláez…

Aprendí que había un ritmo musical que se conectaba directamente con cada estado emocional. Quizás por eso mis gustos musicales siempre fueron diversos: ranchera, balada, bolero, vallenato, tango, salsa… Más adelante, en la adolescencia, música latinoamericana (en algún momento, de protesta), bailable (cumbia, merengue). Una colección interminable.

Con el tiempo, me convertí en periodista y, vaya ironía, qué alegría, mi primer trabajo me dio el privilegio de disfrutar de algunos de mis ídolos. Era redactor de una revista de espectáculo y entretenimiento y entrevisté a Raphael, Rocío Dúrcal, Facundo Cabral, Franco De Vita, Yordano, Timbiriche (Thalía, Edith Márquez, Paulina Rubio) y me hice amigo del Binomio de Oro.

Con ellos, Rafael Orozco (qepd) e Israel Romero, disfruté parrandas inolvidables, hasta amanecer, haciendo gala del título de uno de sus primeros éxitos. Creé una biblioteca musical que hoy es tanto uno de mis más valiosos tesoros y un orgullo. Tengo unos 300 acetatos y más de mil discos compactos. ¿Lo mejor? Toda la música está digitalizada en un dispositivo.

Y va conmigo a todas partes. Son más de 15.000 canciones que en conjunto resumen mi vida. Son como un maravilloso viaje al pasado, a esos recuerdos imborrables, a esos momentos inolvidables. También, a los amigos y circunstancias que sirvieron de excusa perfecta para escuchar música, para compartir. Para mí, antes y ahora, la música es felicidad pura.

Lo insólito es que muchos años después, cuando el oficio de narrar historias se convirtió en mi sello como periodista, primero, y como creador de contenidos digitales, después, me di cuenta de que todo había comenzado con la música. No fue algo planeado, sino casual, un capricho de la vida que agradezco infinitamente y procuro disfrutar y aprovechar cada día.

Te explico: siempre tuve problemas para memorizar. En el colegio, claro, esa dificultad me enfrentó a serios retos. En la música, así escuchara la canción decenas de veces, no podía aprenderme la letra. Entonces, decidí darme a la tarea de transcribir la letra de las canciones y tenía varios cuadernos a los que acudía cuando quería cantar. Así aprendí las letras.

Pero no fue solo eso. Dado que cada ritmo musical incorpora una estructura específica y distinta de los demás, sin querer queriendo mi cerebro las incorporó y aprendí a contar historias. Cuando comencé a escribir como periodista, esa habilidad afloró y me permitió diferenciarme de mis colegas: me convertí en storyteller a partir de cantar canciones.

Puede parecerte increíble, o quizás una mentira. Sin embargo, es la verdad. Jamás leí algún texto relacionado con la creación de historia, con copywriting o algo por el estilo. Tampoco me lo enseñaron en la universidad. Fue un aprendizaje espontáneo que adquirí de escuchar distintos ritmos, de aprenderme la letra, de cantarlas a grito herido una y otra vez, y una más.

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La música siempre ha ocupado un lugar importante en mi vida. Como compañía, como aliento, como paño de lágrimas y, en especial, como vínculo. En esas parrandas conocí a personas que luego fueron amigos por mucho tiempo con los que compartí momentos que no olvido. Experiencias sin filtros, en las que cada uno se mostraba tal como es.

Diversos estudios científicos, de antes y de ahora, han demostrado que la música le encanta al cerebro. De hecho, está comprobado que al nacer los bebés reconocen la música que escucharon mientras estaban en el vientre de mamá. Y también se sabe que a través de la música, de las canciones, nos relacionamos con el mundo exterior y aprendemos sobre él.

Una influencia muy importante proviene del entorno. En mi caso, por ejemplo, el gusto por las rancheras fue heredado de mi padre; por las baladas, de mi madre; por el vallenato, de mis amigos. Otra característica especial es que adquirimos nuevos gustos musicales a medida que crecemos, que tenemos contacto con más personas, que vivimos más experiencias.

Según el músico y periodista científico canadiense Michel Rochon, experto en el tema, “los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace cien mil años para comunicarse. Y no solo eso: “También, para aprovechar sus poderes con fines de supervivencia”. Todas las civilizaciones y todas las culturas crearon y disfrutaron la música.

“Es nuestra mejor amiga”, dice Rochon. “Lo mejor es que podemos elegir la música que mejor se adapta a la emoción del momento”. Todos tenemos una canción que nos hace reír, o llorar, o reflexionar, o bailar, o recordar viejos amores, o añorar la juventud. Según el experto, esa es la razón por la cual la música es crucial para la cohesión social y la felicidad personal.

Cada etapa de la vida está acompañada de música. Que, por supuesto, cambia a medida que crecemos, que evolucionamos. Música que, además, nos ayuda a forjar una identidad, una mentalidad. Que, también, y esto se me antoja maravilloso, nos permite ir y venir en el tiempo, regresar a la infancia o la juventud, revivir momentos que disfrutamos con personas que ya no están.

“Cuando escuchamos la música 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto demuestra el poder y la importancia de la música en nuestra vida”, dice Rochon. Tan importante, que es posible contar la historia de nuestra vida a través de las canciones que nos han marcado.

No sé qué sería de mi vida sin música. O, de otro modo, no concibo mi vida sin música. Y no concibo, tampoco, mi trabajo sin la influencia de la música. Tanto que, quizás lo sabes, me atrevo a catalogar a José Alfredo Jiménez como el copywriter más brillante que conocí. Y otros autores, como Juan Gabriel, Armando Manzanero o Marco Antonio Solís, son fuente de inspiración.

Y ese es, precisamente, el mensaje que te quiero transmitir en este contenido. Para cada situación de tu vida, positiva o negativa, siempre hay una canción ideal. Una que encaja perfectamente para permitirte gestionar las emociones del momento. Y esas canciones, esos recuerdos, esas experiencias, esos aprendizajes, son ideas para crear contenidos.

Sí, muchos de los contenidos que comparto contigo a través de canales digitales, en múltiples formatos, están inspirados en canciones que son parte de la historia de mi vida. Escuchar música es uno de los consejos que doy a quienes me dicen que están bloqueados o que no se les ocurre una buena idea. ¿La clave? Elegir bien la canción que conecte con la emoción del momento.

Hay quienes, por otro lado, me dicen que no se animan a contar su historia personal. ¿El motivo? Se sienten vulnerables, piensan que otros se van a aprovechar de esas debilidades. ¿La solución? La música. Si no me crees, te propongo un ejercicio, uno sencillo. Uno que no tienes que compartir con nadie, uno que te servirá como una profunda introspección.

¿Te animas? Solo tienes que elegir diez canciones (o 5, las que tú quieras) que representen momentos importantes de tu vida en diferentes etapas. Por ejemplo, alguna de la niñez, otra de la adolescencia, una de la universidad, la que le dedicabas a la que hoy es tu pareja, la que coreabas con tu familia en el cumpleaños del abuelo o en Navidad, y así sucesivamente.

Tienes dos opciones: o utilizas las canciones elegidas para contar tu historia, para escribir tu historia, o haces una historia independiente a partir de cada canción. O las dos, ¿por qué no? Ponle buena onda, escucha las canciones varias veces antes de sentarte a escribir. También es conveniente que establezcas un libreto, una estructura, para evitar que la improvisación te estorbe.

Celia Cruz tenía razón: ¡la vida es un carnaval! Luces, alegría, color, sabor y, claro, música. Y a mí lo que más me gusta del carnaval, lo que más disfruto, es la música. La música me lo ha dado todo: momentos inolvidables con seres queridos, amigos, experiencias imborrables, además de ser un ilimitado manantial de ideas para crear contenido de valor, de impacto.

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Humaniza tu marca: cuenta tu historia, conecta e inspira

“Érase una vez…”. Todos, sin excepción, escuchamos estas palabras alguna vez, en especial en la niñez, y con el paso del tiempo las recordamos con nostalgia, quizás con alegría y felicidad. O, a lo mejor, tú mismo las utilizas todavía cuando intentas arropar a tu hijo para que concilie el sueño o, de pronto, sentado en el regazo del abuelo, esté tranquilo mientras tú atiendes la visita.

La poetisa, ensayista, novelista y, sobre todo, activista política estadounidense Muriel Rukeyser nos dejó una frase memorable: “El universo está hecho de historias, no de átomos”. De hecho, cada ser humano que ha existido o que existe es en sí mismo una gran historia compuesta por miles, millones de pequeñas historias. Cada día vivido es una porción de la colcha de retazos de la vida.

Lo que muchos no entienden es que todas las historias son dignas de ser contadas, compartidas. Todas, sin excepción, encierran un aprendizaje y nos ofrecen una moraleja valiosa, solo que a veces pierden su impacto porque quien las cuenta no logra transmitirla. Es como los chistes: los buenos, los que nos hacen reír, tienen mayor impacto si quien los cuenta lo hace con gracia y estilo.

De hecho, yo soy pésimo contando chistes. ¡No tengo gracia alguna! En vez de risa, provoco lástima. Por el contrario, soy muy bueno contando historias. No solo disfruto hacerlo, sino que también tengo la sensibilidad para transmitir emociones, para provocar que quienes las escuchan o leen se involucren en la trama y, lo más importante, para que esos relatos se recuerden.

Piénsalo de esta manera: a lo largo de tu vida has conocido a cientos, a miles de personas. En tu barrio, en el colegio, a través de otros amigos, en el trabajo… Cientos o miles. Sin embargo, a muchas no las recuerdas y tampoco tienes claras las circunstancias en las que estuviste con ellas o cuándo los conociste. En últimas, son historias intrascendentes, de las que no transmiten.

Primera lección: las historias, como tal, no son buenas o malas. Lo que las diferencia, lo que ubica cada una en un extremo, es cómo se cuentan o quién las cuenta, así como el objetivo que persigue. Por eso, las premisas del tipo de “cuenta historias y vende más” o “usa el ‘storytelling’ y consigue más clientes” no solo no son ciertas, sino que son una engaño descarado. ¡Esa es la realidad!

Si fuera tan fácil, si seguir un libreto o utilizar una plantilla fuera el secreto del poder de las historias, todos los que las utilizaran, sin excepción, serían multimillonarios. Y no es así, por supuesto. De hecho, son más, muchas más, las historias insulsas, desabridas o patéticas que vemos a diario que las realmente buenas, las inolvidables. Los canales digitales están llenos de aquellas.

Eso se da porque la mayoría de las historias están cortadas por la misma tijera o, dicho de otra manera, son historias condenadas al fracaso. ¡De origen, son un fracaso! Y eso es, tristemente, lo que les sucede a muchas marcas, empresas o personas; a muchos negocios y, cada vez más, a los profesionales independientes que intentan posicionarse en internet a través de las historias.

¿Por qué? Porque son historias mal concebidas, historias que no se enfocan en lo que a las audiencias les interesa, sino en lo que el autor desea o necesita transmitir. Entonces, son historias a las que les falta algo muy importante: ¡la capacidad para transmitir emociones! Y, a través de ellas, producir identificación, empatía, simpatía, además de informar, educar, entretener e inspirar.

Sin la montaña rusa de las emociones, ninguna historia trasciende. Y con emociones no me refiero a hacer payasadas, a gritar, a llorar o a posar de víctimas como hacen los patéticos influencers. Se trata de emociones auténticas (es decir, sin libreto) que logren captar la atención de la audiencia y, lo que marca la diferencia, conectar con los valores, principios, sueños y proyectos de otros.

El poder del storytelling genuino es conectar a través de la emociones con quienes hayan vivido experiencias similares a las tuyas y, entonces, logren identificarse. Por ejemplo, los padres de niños autistas o con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) se identifican entre sí, más allá de que cada caso es único, de que cada persona es un universo irrepetible.

Así, por ejemplo, sucede en los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA). Las razones por las cuales cada una de esas personas toma la decisión de ingerir una bebida alcohólica, los efectos que la bebida les produce y los comportamientos que se derivan del abuso son parecidos, aunque únicos. Sin embargo, se identifican por la problemática, las emociones, el tras bambalinas de la adicción.

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Y esa es, precisamente, la razón por la cual esas reuniones son el escenario ideal para recibir ayuda, para apoyarse para controlar la adicción y llevar una vida ‘normal’. Entre ellas se escuchan, se comprenden, comparten historias y a veces se juzgan. Son esas otras personas que no tienen control sobre la bebida las más idóneas para ayudarlas, porque padecen lo mismo.

Segunda lección: las historias que cuentes carecerán de poder si no pueden conectar con las emociones de otros. O si esos otros no han vivido experiencias similares a las que cuenta tu historia. O no las quieren vivir. Recuerda el mencionado ejemplo de los padres de niños con TDAH o piensa en los aficionados a la música clásica, que se comportan como una comunidad.

Hoy, cuando hay más competencia que nunca en el mercado, cuando los productos o servicios que se ofrecen están cortados por la misma tijera, la clave de la diferenciación es la autenticidad. Ser diferente ya no es una opción, sino una prioridad. Ser auténtico es el activo más valioso que posees y la llave para abrir la puerta de la vida de aquellos a los que puedes impactar con tu historia.

Te confieso que no entiendo por qué tantas personas son reacias a contar su historia, a compartirla con otros. Sé que en el fondo está el temor a verse vulnerables, a sentirse vulnerables, a que los demás se aprovechen de sus debilidades. Si eres una de esas personas, entiende que nadie es perfecto, que todos erramos, que todos tenemos defectos o carencias, ¡todos, sin excepción!

Lo irónico es que es esa vulnerabilidad, precisamente, la que permite conectar con las emociones de otros y generar empatía y simpatía. Recuerda el ejemplo de los alcohólicos anónimos. Y es también esa vulnerabilidad la que blindará de autoridad tu mensaje, ¿lo sabías? Sí, porque es la forma en la que dirás al mercado que pasaste por lo mismo y que sabes cuál es la solución.

Una de las pesadillas del marketing actual, dentro y fuera de internet, es que abundan los expertos que te garantizan el éxito a través de fórmulas que ellos no han probado para alcanzar la fortuna que nunca consiguieron. Son como los profesores que te hablan sobre negocios, pero nunca han creado una empresa o el médico con notorio sobrepeso que te dice que debes hacer ejercicio 150 minutos a la semana.

¿Y sabes cuál es una característica común en la mayoría de ellos? Que saben contar historias, más allá de que son historias postizas, falsas, que pierden poder pronto. No te van a solucionar ningún problema, no te ayudarán a cumplir ningún sueño, pero te encandilarán con sus relatos, con su prosa, y te llevarán a comprarles algo que no solo no necesitas, sino que no te servirá.

Ahora, piensa en la otra cara de la moneda. ¿Sabes cuál es? La de la integridad, la autenticidad, la genuina vocación de servicio; también, la de las historias que conectan, que conmueven y, sobre todo, que inspiran. Historias comunes, pero poderosas; comunes, pero valiosas; comunes, pero transformadoras a través de las experiencias, del aprendizaje de los errores, de la vulnerabilidad.

En el mundo actual, en especial si eres un profesional independiente, si tú eres la marca de tu empresa o negocio, debes saber que tú eres el producto. Es decir, antes que lo que ofreces, bien sea un producto o un servicio, el mercado te compra a ti. ¿Eso qué significa? Que nadie te dará su dinero antes de confiar en ti, de creer en ti o, si así lo prefieres, de conectar con tu historia.

El objetivo del storytelling es darle una cara humana a tu marca, algo indispensable si tú eres la marca, el producto. Ten en cuenta que el mercado no quiere comprar, sino establecer relaciones con otras personas, que redunden en un intercambio de beneficios. Y eso solo se dará si existe un vínculo de confianza y credibilidad, una conexión emocional y una historia de la que quiera ser parte.

Historias reales, por supuesto. Historias de vida, de las que dan cuenta de los momentos de duda, de dificultad, de los momentos en los que la vida te exigió explorar en tu interior y sacar a relucir el superhéroe que hay en ti. Historias que le cuenten al mundo lo valioso y valiente que eres y, a través de ese mensaje poderoso, inspires a otros a construir sus propias historias de éxito.

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Las habilidades comunicativas, una cuestión de supervivencia

La irrupción de la inteligencia artificial supone un dilema para la humanidad. Su influencia se manifiesta en todas y cada una de las actividades de la vida, sin excepción, y son múltiples los oficios y profesiones que, dicen, están en peligro de desaparición. Sin embargo, sabemos que si algo caracteriza a la especie humana es, precisamente, su resiliencia, su capacidad para sobrevivir.

No olvides que los dinosaurios, una especie fuerte, depredadores, desaparecieron y muchas otras especies menores permanecieron en el planeta. El ser humano, además, ha sobrevivido a pandemias, pestes, catástrofes naturales como terribles huracanes, devastadores terremotos, pavorosas inundaciones y a eventos demoledores como la guerra. Parece que fuera indestructible.

Hace 25 años, quizás lo recuerdes, cuando internet irrumpió en nuestra realidad y la cambió por completo, nos dijeron que la vida no sería igual, jamás sería la misma. También dijeron que millones de empleos se perderían y que muchas empresas desaparecerían. Así fue, pero el ser humano volvió a exponer su asombrosa capacidad de adaptación y logró sobrevivir.

Con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que era un cambio beneficioso, aprendimos que la tecnología no llegaba para sustituirnos o, peor, para destruirnos, sino para ayudarnos. Que en la práctica significa complementarnos, potenciar nuestras habilidades, sacarnos de la zona de confort y, lo mejor, para brindarnos nuevas y maravillosas posibilidades de crecimiento.

No sé qué opinas, pero soy un agradecido de la tecnología. Cuando comencé mi carrera profesional, hace más de 37 años, los periodistas aún trabajábamos en máquina de escribir y los computadores eran un sueño. Es decir, he vivido en carne propia lo bueno y lo malo de esta revolución tecnológica que significó la transformación del oficio y de la mentalidad.

Fui de los primeros periodistas que utilizó internet en Colombia, en 1997. Para que te hagas una idea del contexto: ninguna empresa o medio de comunicación tenía una página web, los bancos apenas implementaban los cajeros electrónicos y lo que los expertos nos decían era que internet era “algo pasajero”, “una nueva moda que desaparecerá pronto”.

Por supuesto, y por fortuna, no fue así. Desaparecieron los que se quedaron en lo mismo de antes, los que fueron incapaces de evolucionar, los que no cumplieron con la premisa de saber adaptarse. Los demás, mientras, nos fortalecimos, adquirimos habilidades y nos convertimos en mejores personas, en profesionales más capacitados, gracias a la tecnología.

Hoy, el nuevo dinosaurio, la amenaza mediática, es la inteligencia artificial generativa. Sí, la que muchas personas llaman ChatGPT, pero esta herramienta es tan solo una de tantas de las que ya disponemos. Y vendrán otras más, sin duda, un tsunami tecnológico. Algunas de esas especies serán efímeras, no cumplirán con su propósito y desaparecerán. No hay remedio.

Otras, las más valiosas, las más poderosas, en cambio, permanecerán. Y se convertirán en una parte importante de nuestra vida, como ocurrió con internet hace más de 25 años. Por eso, más que una obligación es una decisión acertada aprender a utilizar esta maravilla. No al punto, quizás, de ser un experto, pero sí bajo la premisa de aprovechar su poder ilimitado.

Lo que, en todo caso, no se puede perder de vista, es que la diferencia, para bien o para mal, no la marca la tecnología: este es un privilegio del ser humano, del uso que haga de ella. No olvides que muchas personas, millones en el mundo, desconocían y/o desaprovechaban el poder de internet antes de la pandemia. Fue durante el encierro cuando lo descubrieron.

Después de ese punto bisagra, hoy estamos familiarizados con las reuniones virtuales y con otra serie de opciones que antes pocos usaban. Para muchas familias, por ejemplo, pasar la pandemia con un buen balance fue fruto, entre otras cosas, de las reuniones virtuales con familiares y amigos. En medio del encierro, pudieron salvaguardar su salud mental.

Repito: la tecnología es asombrosa, maravillosa, increíble. Ponle el calificativo que quieras y seguro te quedarás corto. Sin embargo, la magia está en el ser humano, en su inteligencia natural, en su capacidad para aprender, en su creatividad, en el uso que le brinda. Así, por ejemplo, la dinamita no fue creada para matar, para destruir, el uso más común que se le da.

Lo que la inteligencia artificial generativa hará por ti, si se lo permites, es potenciar tus habilidades, sacar el máximo provecho de tu conocimiento y producir un mayor impacto en la vida de quienes te rodean, de aquellos sobre los que ejerces influencia. Esta tecnología llegó para ayudarnos, para facilitarnos la vida, para permitirnos ser más productivos y rentables.

Lo esencial, lo fundamental, lo que marca la diferencia, repito, está en ti. ¡ERES TÚ! De hecho, un reciente estudio de la prestigiosa consultora Kantar Media, llamado Las competencias que definirán el ecosistema mediático del mañana, nos ofrece unas lecciones valiosas. Se hicieron 1.110 encuestas en 53 países a personas relacionadas con investigación, datos e insights.

Estas fueron algunas de las conclusiones más destacadas:

1.- Se reconoce la necesidad de adaptarse a los cambios que llegaron y a los que vendrán

2.- Se entiende que tecnología y talento van de la mano, son complementarios, no opuestos

3.- Los expertos en estas nuevas tecnologías son la nueva joya de la corona laboral

¿Cómo te parece? A mi juicio, nada sorprendente, nada que no fuera previsible. Lo que me llamó la atención de los resultados de la encuesta, el motivo por el cual escribí esta nota, fue el escalafón de las 10 competencias más importantes hoy. Ten en cuenta que los consultados son personas relacionadas con los medios de comunicación, agencias de marketing y afines:

1.- Habilidades de comunicación y storytelling79 %

2.- Análisis e interpretación de datos – 73 %

3.- Capacidad para explicar técnicas y metodologías complejas – 65 %

4.- Posibilidad de conectar fuentes de datos – 60 %

5.- Visualización de datos – 59 %

6.- Experiencia diversa y nuevas perspectivas – 57 %

7.- Experiencia en investigación – 46 %

8.- Conocimientos de data science39 %

9.- Manejo de big data – 36 %

10.- Experiencia en el uso de la IA – 27 %

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¿Qué opinas? Honestamente, a mí me sorprendió ver en el número uno las habilidades de comunicación y el storytelling, que en teoría son las principales víctimas de la inteligencia artificial generativa. No porque desconozca su importancia, sino porque la percepción del mercado era distinta. Es decir, veía que lo prioritario era la tecnología, las herramientas, no la habilidad.

Por supuesto, es algo que me alegra, me entusiasma. Entre otras razones, porque respalda mi lucha de los últimos años: crear conciencia de que el factor diferencial, lo que realmente provoca impacto, no es el canal, no es el formato, no es el recurso, no es la herramienta: es la capacidad del ser humano para sentir, compartir y transmitir emociones y experiencias.

Un ejemplo: cuando desarrolló su carrera periodística, primero, y la de escritor, después, el gran Gabriel García Márquez, Gabo, escribió en cuartillas. Es decir, en máquina de escribir. Solo al final, cuando ya era famoso y consagrado, cuando ya había ganado el Premio Nobel, usó la computadora. El talento estaba en él, la imaginación estaba en él, no en la herramienta.

Uno más: cuando ganó sus 18 campeonatos mayores, entre 1962 y 1986, el estadounidense Jack Nicklaus utilizó palos que hoy no solo son reliquias, sino arcaicos. Por aquel entonces, el desarrollo de la industria del golf iba a lomo de mula, a diferencia de lo que sucede hoy, cuando los cambios, los avances tecnológicos, se dan a la velocidad de un rayo.

A lo largo de su sensacional trayectoria, Nicklaus acumuló 73 triunfos en el PGA Tour, para ubicarse como el tercero de la historia. Solo lo superan Sam Snead y Tiger Woods, con 82. El Oso Dorado es considerado por muchos el mejor jugador de todos los tiempos, tanto por su capacidad técnica como, en especial, por su férrea mentalidad ganadora y su determinación.

Hoy, sin embargo, muchas personas creen que lo importante es la herramienta, el canal o el formato y menosprecian lo realmente valioso: el contenido. Menosprecian lo que pueden entregarle al mercado y se limitan a seguir la tendencia, la moda. Algunas logran hacer ruido, pero su efecto es a corto plazo y pronto surge un nuevo objeto brillante que las desplaza.

Las habilidades comunicativas son las que nos permiten comunicarnos de manera efectiva con otros, bien sea a través del habla, de la escritura, de la gestualidad (movimiento), de la pintura, del canto o, inclusive, de las señas. Son fruto de un proceso consciente cuyo fin es transmitir un mensaje, establecer un vínculo o realizar un intercambio de conocimiento y experiencias.

La escucha activa, la comunicación verbal, la no verbal, la empatía, la asertividad y la inteligencia emocional son, entre otras, las principales habilidades comunicativas. Todos los seres humanos disponemos de ellas, pero cada uno las desarrolla en distinta medida o, de otra forma, cada uno privilegia algunas que le resultan más cómodas o que son más fáciles.

En la película Náufrago, lo que le permitió sobrevivir a Chuck Noland (interpretado por Tom Hanks) no fue la tecnología. De hecho, no tenía herramientas porque perdió el transmisor de emergencia de la balsa en la que llegó a una isla desierta. Sobrevivió gracias a sus habilidades y a su ingenio para arreglárselas en un medio de un ambiente inhóspito.

Volvamos al comienzo: amenazado por los depredadores, con pocos recursos y un precario conocimiento del entorno, el ser humano sobrevivió en la prehistoria. Y a lo largo del tiempo ha hecho lo mismo una y otra vez tras tragedias naturales, guerras o pandemias. Lo ha hecho gracias a su inteligencia, a su intuición, a su resiliencia y a su capacidad de adaptación.

En una sola palabra, gracias a sus habilidades. Entre ellas, las comunicativas, que le han servido para transmitirles a otros, de generación en generación, el conocimiento adquirido y el aprendizaje fruto de sus experiencias. Haber enseñado a otros cómo sobrevivir a pesar de las dificultades es lo que le ha permitido al hombre ser la especie que no se extingue.

Como dice la canción, “yo no sé mañana”, no sé qué pasará mañana, dentro de unos años. No sé cuál será el resultado de una encuesta similar de Kantar Media en 5 o 10 años. De lo que sí estoy seguro es de que las habilidades comunicativas se darán mañas para entreverarse entre las más importantes, las indispensables, las más valoradas. Es cuestión de supervivencia…

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¿Sabes cuáles el poder de las palabras? Generar emociones

Está claro que, por ahora, ninguna de las maravillosas opciones de generación de contenido que nos brinda la inteligencia artificial está en capacidad de transmitir emociones. Ese, seguro lo sabes, es un privilegio concedido al ser humano. Lo que sí puede hacer la IA es servir de canal para que tú transmitas tus emociones y puedas conectar con tu audiencia.

¿Entraste a X, Instagram o LinkedIn en los últimos días? Si lo hiciste, lo más probable es que te hayas sentido abrumado. ¿Por qué? Por el inclemente bombardeo de los adalides de la IA, que nos anuncian que ahora prácticamente nada se podrá hacer sin concurso de esta tecnología. Peor aún, proclaman que, si no la utilizas, tu vida será miserable en verdad.

Un día te dicen que ChatGPT es la maravilla y al siguiente te envían un email en el que te anuncian que esa herramienta es basura y que es cuestión del pasado porque apareció Gemini. Al siguiente, te informan que Gemini quedó obsoleto por cuenta de Claude o de Lobo AI, Illustroke, Tabnine, Microsoft Designer, ReccloudIA o alguna otra. Un verdadero tsunami…

La humanidad vivió más de 20 siglos sin inteligencia artificial. Y tan mal no le fue. Logró ir a la Luna, por ejemplo, y sobrevivió a terremotos, inundaciones y pandemias, entre otros males. ¡Logró sobrevivir al propio ser humano!, con su poder autodestructivo, toda una hazaña. Y escribió, dibujó, creó, cantó, bailó, aprendió idiomas y trabajó sin la inteligencia artificial.

Sin embargo, los autoproclamados gurús de esta disruptiva tecnología ahora nos dicen que la IA es “indispensable” para todo, absolutamente todo. Hasta para pensar, que es un privilegio exclusivo de nuestra especie. Es claro que esta herramienta, como muchas otras de las que disfrutamos hace décadas, está en capacidad de facilitarnos la vida en distintos ámbitos.

Soy un abanderado de la tecnología y, especialmente en mi trabajo, la he disfrutado y aprovechado. Ten en cuenta que, desde que comencé mi carrera profesional hace casi 37 años usaba máquina de escribir y luego migré a Tandy, PC y portátil. Transmití información a través de télex (teletipo), fax y, ahora, por los distintos canales y medios de internet.

El mensaje es claro: la clave del éxito de tu mensaje, del impacto que puedas producir (sea cual fuere tu intención), no radica en las herramientas o la tecnología. Siempre contamos con poderosas herramientas y tecnología, ajustadas a la época, a las condiciones, a las posibilidades de cada momento. Y siempre, también, fue posible impactar con tu mensaje.

En otras palabras: no porque uses ChatGPT, Gemini, Claude o cualquier otra de las poderosas herramientas de AI que ya existen, o alguna de las que vendrá, tienes asegurado el resultado que esperas. Repito: no son ellas las que determinan el impacto de tu mensaje. Si te enfocas en ellas y menosprecias lo que tú estás en capacidad de aportar, lo lamentarás.

Sí, porque la diferencia la marcas tú, porque eso que algunos llaman magia la pones tú. De hecho, ¡está en ti!En tu conocimiento, en el aprendizaje a partir de tus experiencias, de tus vivencias; en las lecciones surgidas de tus errores, en tu pasión, en tu vocación de servicio. Todo este poderoso coctel sumado a las herramientas adecuadas es… ¡dinamita pura!

Es cierto que la interpretación del mensaje y, por ende, el impacto que este pueda causar es distinto en función del canal a través del cual se transmite. No es lo mismo ver imágenes, un video, que escuchar la voz e imaginarlo. No es lo mismo escuchar la voz, en un pódcast, con sus altos y bajos, sus entonaciones, que leer un texto y conectarse con lo que este transmite.

¿La razón? Las palabras incorporan y expresan emociones. Y las emociones, ya lo sabes, son diferentes para cada persona, para cada situación. ¿Por qué? Porque las emociones son la respuesta del cerebro a un estímulo interno o externo. Respuesta que está determinada por lo que conocemos, lo que hemos vivido, nuestras creencias, pensamientos y miedos.

A ti, por ejemplo, subirte a un avión puede producirte pánico, mientras que para otra persona es un placer. A ti, por ejemplo, las arañas o los ratones te producen repugnancia, mientras que para otra persona son inofensivos, no le generan emoción alguna. Es, por eso, que en una reunión alguien hace un chiste y, aunque la mayoría ríe carcajadas, otros más ni se inmutan.

Así mismo, si tú publicas un mensaje relacionado con cómo hacer el duelo y superar una pérdida, sin duda este impactará más a quienes la hayan sufrido recientemente, es decir, a quienes tienen una herida abierta. Esta premisa, que muchos pasan por alto, es la que te permitirá atraer la atención de tu audiencia, despertar su curiosidad y que muestre interés.

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¿Cómo lograr este objetivo? Lo fundamental, evita caer en la trampa de las patéticas y odiosas plantillas, elimina de tus hábitos el copy + paste y no hagas caso de las tendencias que, muchas veces, son un peligroso atajo que te desvía. ¿Sabes cuál es la primera piedra de un mensaje de impacto? La autenticidad. Si haces caso omiso de ella, si no la aprovechas, lo lamentarás.

¿Por qué? La respuesta es sencilla: la rueda ya fue inventada, lo mismo que el agua tibia. ¿Eso qué significa? Que, inclusive en esta era de la tecnología que nos sorprende cada día, todo fue inventado, absolutamente todo. Y prácticamente todo fue probado, de modo que ya sabemos qué funciona y qué no, qué es útil y qué no, que es humo o fake news y qué no.

Médicos pediatras hay cientos de miles y, en esencia, todos son buenos. Sin embargo, cuando uno de tus hijos se enferma o presenta algún síntoma tú no acudes a todos. Buscas uno con el que haya empatía, uno que te brinde confianza, uno que no te deje espacio para las dudas (es decir, uno auténtico). Uno que, además, sintonice contigo a través del mensaje.

Sí, porque hay personas, en cualquier profesión o ámbito de la vida, convencidas de que el miedo y el dolor son el único camino para provocar un impacto. Y no es así, por fortuna. Sí, sé perfectamente que todos los días, sin excepción, somos sometidos a un inclemente e incesante bombardeo mediático de miedo y dolor, mensajes que son una verdadera peste.

El problema, ¿sabes cuál es el problema con el miedo y el dolor? Que nos paralizan. Es decir, producen el efecto contrario al que esperamos. En esencia, provocan que el cerebro dé una respuesta automática, pero que se manifiesta solo, exclusivamente, como una voz de alerta. Sin embargo, jamás se traducirá en realizar la acción que tú esperar generar con tu mensaje.

Entonces, dejemos claro algo fundamental: lo que produce el impacto, lo que genera la respuesta por parte de quien recibe tu mensaje, no son las palabras, sino las EMOCIONES. Y lo escribo en mayúscula para que no haya duda. Por supuesto, para alcanzar el impacto esperado, debes usar las palabras correctas, aquellas de desaten el caudal de emociones.

Por eso, justamente por eso, las patéticas plantillas no sirven, como tampoco el odioso copy + paste. Las palabras correctas son aquellas que expresan, sin temor a confusión, el mensaje que deseas transmitir y que, además, te permiten conectar con esas personas y generar una respuesta emocional que se manifieste en una acción concreta (no simplemente en una reacción).

Ahora, otro tema crucial: ¿cuáles son las emociones que nos movilizan? El amor y todas sus manifestaciones: pertenencia, tenacidad, afecto, paz, bondad, consuelo, serenidad, ternura o admiración. También, agradecimiento, apoyo, compasión, confianza, empatía, solidaridad, seguridad, aceptación, armonía, generosidad, paciencia, compromiso y atracción.

Tu tarea, entonces, es determinar, en función de la persona o grupo de personas a las que te diriges, cuál es la manifestación de esa emoción movilizadora (el amor) es la adecuada para ese mensaje en particular. Y así cada vez que te comuniques con el mercado, con tu audiencia. Siempre habrá una más conveniente que otra, una que provoque mayor impacto.

El miedo y el dolor, igual que todas sus manifestaciones, nos paralizan. Sí, es cierto, hay una reacción automática que se frena tan pronto la alarma se difumina, desaparece. O cuando la sensación de inseguridad se dispersa. Por eso, mi consejo es que no apeles a este recurso más allá de lo necesario para llamar la atención de tu audiencia. ¡Excederte será negativo!

El amor, en sus múltiples manifestaciones, en cambio, nos moviliza. Provoca curiosidad, genera empatía, produce identificación a partir de principios, valores y experiencias; nos inspira desde la comunión de sueños y propósito de vida. El amor y sus manifestaciones son una fuerza muy poderosa que nos permite establecer vínculos estrechos y muy sólidos.

Las palabras tienen poder por sí mismas y, sobre todo, en función de las emociones que generan. Si es para bien o para mal, si ayudan a otros o solo los mortifican (más sal en la herida), dependerá de tu intención, primero, y de qué palabras elijas. Y, por favor, grábate algo: no existen palabras inocentes, porque todas, absolutamente todas, provocan una emoción.

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Cómo evitar que tu cerebro caiga en la ‘obsolescencia programada’

Si lo quieres ver así, es tanto un gran privilegio como una dificultad (al menos, para algunos). ¿A qué me refiero? Los seres humanos, todos, sin excepción, tenemos tanto el privilegio de aprender cada día y la dificultad (si así la quieres ver) de entender que el aprendizaje nunca termina. Aunque no me lo preguntaste, para mí no hay dualidad: lo interpreto como una maravillosa bendición.

Vivimos la era de la tecnología, con poderosas y sorprendentes herramientas y recursos que nos llegan para mejorar las tareas que realizamos cada día. Desde las sencillas en casa hasta las más complejas en el ámbito laboral. Ciertamente, nunca antes la humanidad disfrutó más, nunca antes la vida fue tan fácil, ni tan cómoda como lo es ahora. ¡Y cada vez será más fácil, más sencilla!

Más allá de que para algunos el manejo de la tecnología y sus herramientas es un desafío, estas nuevas versiones son cada vez más humanas, más intuitivas. Así, por ejemplo, puedes impartirle instrucciones a tu teléfono por voz y él las interpreta y las realiza de inmediato. O la inteligencia artificial generativa, que crea imágenes o textos, entre otros, a partir de instrucciones sencillas.

De nuevo, vivimos la más fantástica era para el ser humano. Lo que para otras generaciones fue un problema o un proceso de aprendizaje, lento, complicado y costoso (especialmente, en términos de tiempo), hoy es fácil. ¿Por ejemplo? Hoy puedes leer o escuchar libros a través de aplicaciones en 1, 3 o 5 horas, del mismo modo que aprendes inglés desde el celular, al ritmo que desees.

 Sin embargo, y aquí está el pero de la historia, esta maravillosa era de la tecnología es también la era de la odiosa obsolescencia programada. ¿Sabes en qué consiste? Es la acción consciente y premeditada de los creadores de productos (sobre todo, de tecnología) para que dejen de servir (o que sus funciones y características se vuelvan obsoletas) tras un determinado tiempo.

Televisores, celulares, computadores y otros electrodomésticos que al cabo de 2-3 años se transforman en un estorbo porque ya no están en capacidad de cumplir a cabalidad las funciones para las que fueron creados. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que no hay un plan B válido. Es decir, la única opción es ir a la tienda y renovar el equipo (esa es la esencia de la obsolescencia).

Durante años, lidié con ese problema principalmente con mis computadores, tanto de escritorio como portátiles. Microsoft, con sus múltiples versiones de Windows, siempre infestadas de mil y un virus, es por mucho el rey de la obsolescencia programada. Una estela que han seguido todos sus partners, todos los que de una u otra manera están involucrados en esos aparatos.

Hace poco más de dos años, me enfrenté a uno de esos problemas. Mi computador, que en teoría estaba “perfecto”, rendía al mínimo con video. Y el video es parte fundamental de mi trabajo, así que no puedo estar limitado. Tuve la posibilidad de dar el salto a los productos Apple y adquirí un Mac mini, primero, y luego un computador de escritorio. ¡Fue la mejor decisión que pude tomar!

Sí, son más costosos; sí, Apple te cobra además por servicios relacionados como aplicaciones (y no es económico); sí, la mayoría de las personas usan PC o dispositivos Android; sí, los periféricos que se requieren para los computadores Apple son exclusivos y costosos. Sí, sí… pero los productos de esta marca son MUCHO mejores que los demás y te olvidas de la obsolescencia programada.

Que también se sufre con esta marca, pero de manera distinta: no es a corto plazo (2-3 años), sino a largo plazo (al menos 10 años). Es decir, tiempo suficiente para que le saques el jugo a esa inversión que realizaste, que a partir de los beneficios que obtienes o, en mi caso, del ROI que recibo a partir de mi trabajo te permite recuperar con creces lo que pagaste por ese dispositivo.

Lo mejor, ¿sabes que es lo mejor? Que las actualizaciones, a diferencia de las de Windows, no están destinadas a corregir fallos de seguridad, de estabilidad del sistema o de funcionamiento. ¿Entonces? Son verdaderas mejores de funciones, ampliación de servicios o cobertura. Es un gana-gana. Y no te cobran más por esas actualizaciones, que por demás se realizan con frecuencia.

Por eso, cada vez que me aparece la notificación “Hay actualizaciones pendientes” no me molesto, como ocurría antes, cuando tenía mi computador Windows. ¿Por qué? Porque sé perfectamente que es un proceso rápido (otro gran beneficio) y, además, positivo. Es decir, algo que sirve, que va a potenciar las características de mi iMac, la va a potenciar y mi trabajo será más agradable.

Es, justamente, lo que sucede con tu cerebro, ¿lo sabías? Sí, como si fuera una computadora, cuando nacemos tiene un disco duro dispuesto para recibir información y unas funciones básicas programadas por defecto. Sin embargo, desde el momento en que llegas a este mundo es tu responsabilidad programarlo, configurarlo con las aplicaciones que te permitan aprovecharlo.

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¿Cuáles son esas aplicaciones? El conocimiento, para comenzar. Que, a diferencia de lo que sucede con un computador, no tiene límites. Puedes almacenar tanto como desees, como seas capaz de adquirir. Puedes, por ejemplo, aprender dos, tres o cinco idiomas. Puedes, también, leer un par de libros al mes o tomar un curso sobre pintura, si esa es la afición que te apasiona y disfrutas.

También están las habilidades, que el diccionario define como “capacidad y disposición para algo”. Eso significa que tenemos más facilidad para aprender unas, pero no cometas el error de pensar que “no estás hecho” para las demás. La diferencia es que las primeras las desarrollarás más rápido y las disfrutarás más, mientras que estas otras requerirán mayor esfuerzo y disciplina de tu parte.

Así mismo, el cerebro se nutre de las experiencias que vivimos cada día. De todas, no solo de las negativas, como solemos pensar. Todo lo que nos ocurre en la vida tiene un porqué, es decir, una razón o un propósito, e incorpora una lección, un aprendizaje. Ese porqué dependerá un poco de tus metas en la vida, de tus planes, mientras que la lección es inevitable, aunque sea dolorosa.

Hay otro componente importante de esa configuración del cerebro: creencias, pensamientos, sentimientos y emociones (amor y miedo y todas sus manifestaciones). Son esas aplicaciones que muchas veces incorporamos de manera inconsciente, impulsiva, y que en la práctica son un problema porque nos distraen, nos consumen tiempo valioso y son perjudiciales a largo plazo.

La vida es como una App Store que nos brinda infinidad de aplicaciones, de programas, de gadgets que podemos instalar en nuestro cerebro y utilizar. No todas son convenientes o productivas, no todas las aprendemos a gestionar, no todas nos brindan los servicios o beneficios prometidos. La clave está en saber cuáles sí y las demás, eliminarlas: hay que liberar espacio para algo útil.

Una de las situaciones incómodas a la que me enfrento a mi trabajo es encontrarme personas que se niegan a ejecutar las “actualizaciones pendientes”. Tristemente, han convertido su cerebro en un dispositivo con fecha de expiración, de caducidad. Le han impuesto una obsolescencia programada que se traduce en que no están en disposición de aprovechar las actualizaciones.

Soy un eterno aprendiz y, además, me encanta enfrentar el reto del aprendizaje. Es decir, no soy de los que se quedan sin responder la pregunta fundamental: aquella de “¿Podré hacerlo?” o “¿Seré capaz de aprenderlo?”. Gracias a esta mentalidad abierta, la vida me ha dado el privilegio de aprender una gran cantidad de cosas que no imaginabao, inclusive, que no estaban en mis planes.

Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que con frecuencia en mi camino aparece la famosa notificación de “tienes actualizaciones pendientes”. La vida me brinda la posibilidad de aprender más, de vivir nuevas experiencias, de conocer más personas, de explorar otros ámbitos de mi profesión. La vida me abre horizontes infinitos, gratificantes, que refuerzan mi propósito y le dan sentido a cada día.

Y tú, ¿aprovechas las “actualizaciones pendientes?”. En el caso de la creación de contenidos, de las estrategias efectivas para comunicar nuestro mensaje, la experiencia me ha enseñado que son muy pocos los que se atreven a hacer clic en “actualizar todo”. La mayoría, la gran mayoría, funciona con la configuración limitada producto de la temida y odiada obsolescencia programada.

Y, créeme, no es la herramienta que utilizas, o el canal que eliges, o la inteligencia artificial lo que te permitirá aprovechar esto tan valioso que la vida te brinda. El valor no está allí, sino en el poder de tu mensaje que está determinado por lo que sabes, lo que has vivido, lo que has aprendido de tus errores, así como de lo que te apasiona y, por supuesto, del propósito que guía tu vida.

No me canso de repetirlo: tienes todo, absolutamente todo, lo que necesitas para crear un mensaje poderoso que produzca un impacto positivo en la vida de otros. Uno que informe, eduque, entretenga y, sobre todo, inspire. Uno que sea la otra cara de la moneda de la perversa infoxicación y sirva para crear relaciones poderosas, vínculos transformadores e innovadores.

“Tienes actualizaciones pendientes” y, a diferencia de los dispositivos sujetos a la obsolescencia programada que los convierte en chatarra tecnológica en poco tiempo, tu cerebro te permite aprender cada día, todos los días, sin excepción. Cuanto más actualizada esté tu configuración, mejor. Elige bien las aplicaciones que vas a utilizar y, una vez las descargas, ¡aprovéchalas!

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