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Marketing de contenidos es el rey: mata publicidad y tráfico orgánico

Es una realidad, una verdad irrefutable, aunque haya marcas que, de manera terca y necia, se empeñen en desconocerlo. ¿A qué me refiero? A que el común de los seres humanos odiamos la publicidad. No solo porque cada vez es más intrusiva, más abusiva, más inoportuna, sino también porque los mensajes que incorpora tristemente son mentiras, manipulaciones.

Desde siempre, la publicidad fue la mano derecha de las empresas, grandes, medianas y pequeñas, dentro y fuera de internet, para llegar a sus potenciales consumidores. De hecho, es el rubro al que destinan la mayor parte de sus presupuestos, en el entendimiento de que, más tarde o más temprano, obtendrán el retorno a esa inversión. Al menos, así funcionaba.

Porque el escenario, léase el mercado, cambió radicalmente con la aparición de internet. Que se dio, por si no lo recuerdas, hace más de 25 años, a finales del siglo pasado. Lo increíble, lo insólito, es que son muchas las marcas que se manejan de la misma manera que lo hacían entonces. Como si nada hubiera cambiado, como si los consumidores fueran iguales.

Y no lo son, por supuesto. Piensa en tu propio caso: ¿eres el mismo de hace 5 años? ¿De hace 10? No, claro que no. Y si hablamos de hace 25 años, peor todavía. Quizás eras un niño y este tema de la publicidad, de la relación con las marcas, era intrascendente para ti. Además, en esos tiempos, había muchas menos marcas y el mundo no estaba globalizado, ¿recuerdas?

Hoy, prendes el celular y te aparece un aluvión de avisos. Entras a Gmail o cualquiera que sea tu cuenta de correo electrónico y encuentras la bandeja de entrada invadida por mensajes de ventas, por publicidad. Navegas por placer o por necesidad, en busca de información, y te aparecen mil y un avisos. Y ni se te ocurra hacer clic en alguno, porque el efecto es terrible.

Sí, como decimos en Colombia, si haces clic en un aviso esa marca te aparecerá hasta en la sopa. Serás sometido a un bombardeo incesante, inclemente. No solo para que compres, sino después de que compras. Prácticamente no hay escapatoria, más allá de que la tecnología nos brinda la posibilidad de acudir a los bloqueadores (benditos sean), que nos dan un respiro.

El problema, porque ya sabes que siempre hay un problema, es que esto de la publicidad se convirtió en un búmeran para las marcas. ¿Entiendes? Aquel objeto que lanzas y en algún momento se devuelve contra ti, y te golpea. Abusaron tanto de este recurso que es la publicidad que hastiaron al mercado, que ahora rechaza abiertamente ¡la publicidad!

Ahora, no se trata de satanizar la publicidad. Es un jugador muy importante en el mundo de los negocios, dentro o fuera de internet. Un jugador indispensable, valga decirlo. ¿Por qué? Para atraer la atención de los clientes potenciales, un negocio, cualquier negocio o empresa, tiene dos opciones: la publicidad (paga), por un lado, y el tráfico orgánico (gratuito), por otro.

Ningún negocio es sostenible a largo plazo actualmente solo con tráfico orgánico. No solo porque a través de esa estrategia tu alcance es limitado, sino que además es lento. Sí es posible conseguir resultados, pero no inmediatos. Salvo que dispongas de suficientes recursos para sobrevivir a largo plazo, y de que seas paciente, el tráfico orgánico es insuficiente.

Entonces, te guste o no, tienes que echar mano de la otra alternativa. Sí, de la publicidad. Aunque no te guste, aunque tan solo escuchar esta palabra te provoque sobresalto. La verdad es que la publicidad, bien hecha (honesta, abierta, enfocada en las necesidades del cliente), es una poderosa herramienta. Porque, sí, hay publicidad bien hecha, publicidad que da resultado.

Sin embargo, tal y como el tráfico orgánico, es insuficiente. ¿Por qué? Porque cada día hay más competencia y, por ende, más publicidad. Y también porque los costos de la publicidad son más altos. Y el alcance (el impacto), cada vez menor. En otras palabras, aunque suene contradictorio, ni el tráfico orgánico (gratuito) ni la publicidad (paga) son suficientes.

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¿Entonces? Si el plan A es insuficiente y el plan B, también, ¡hay que recurrir al plan C! ¿Sabes cuál es? El contenido de valor, las estrategias de marketing de contenidos. Que en la práctica, si se las utiliza bien, si no se abusa de ellas, de sus ventajas, son una mezcla de las virtudes del tráfico orgánico y de la publicidad. No es gratuita, pero tampoco es tan costosa como esta.

Lo irónico es que durante décadas las marcas, las empresas de todos los tamaños, dentro y fuera de internet, renegaron del contenido y le apostaron todos los recursos a la publicidad. O, en su defecto, al tráfico orgánico. Hasta que se dieron cuenta, ¡por fin!, de que estas dos herramientas son insuficientes y no les quedó más remedio que hacer uso del Plan C.

Ahora, entonces, vivimos un bum del contenido, de la generación de contenido. Hoy, las marcas impulsan la creación de contenido, aunque muchas veces este no sea más que publicidad disfrazada, oculta tras la cara bonita o el cuerpo atlético de un influenciador. Ese es el acabose de las aspiraciones de la marca, porque significa el derrumbe de su credibilidad.

El problema es que asumen, están convencidos, de que el contenido es una herramienta para vender, porque así lo dice el mercado, porque hay muchos que lo pregonan. Sin embargo, no es así. El contenido para vender es aquel estrictamente relacionado con la publicidad, con los avisos; el resto del contenido debe enfocarse en educar, entretener, informar y fidelizar.

En la práctica, lo que se ve en internet y en las publicaciones de las marcas, de las empresas y de las personas (emprendedores) es bien distinto: ¡venta, venta, venta! Agresiva, abusiva, intrusiva. ¿El efecto? El rechazo absoluto, el bloqueo total. En vez de ganar el que puede ser un cliente a largo plazo, pierden para toda la vida a quien era un potencial cliente.

¿Por qué? Porque comenten alguno de estos graves errores:

1.- “Mi cliente es igual que yo”.
No, definitivamente, no. Es cierto que todos, en algún momento del proceso, de la vida, fuimos el avatar (cliente potencial) que buscamos, pero ya no. Fue antes, no ahora. Sin embargo, son muchos los que asumen que su necesidad, su deseo, es la misma de su cliente potencial. Y se equivocan feo. Porque sus contenidos carecen de emoción, no generan identificación.

2.- Menosprecian el contenido.
Es decir, creen que cualquier contenido que hable de su marca o de sí mismos servirá para atraer la atención del mercado. Y no es así. De hecho, lo más probable es que la respuesta que reciban sea la opuesta a la que esperan: el rechazo. El contenido es una herramienta poderosa si la sabes utilizar, si la pones en manos de un experto, si te enfocas en tu cliente potencial.

3.- No hay una estrategia.
Publican por publicar, porque “hay que publicar”. Sin saber siquiera si sus clientes potenciales están en ese canal o red, sin medir los resultados. Se dedican a hablar de sí mismos, de sus productos, de sus hazañas, y eso a nadie le interesa. El ROI (retorno de la inversión) del contenido es posible solo cuando este responde a una estrategia coherente.

4.- Seguir las ‘tendencias’.
Que no son más que los intereses que persiguen los grandes, los que, por su poder económico, están en capacidad de manipular el mercado, de distorsionar las necesidades de los clientes. Además, cuando todos hablan de las mismas ‘tendencias’, el impacto se reduce al mínimo y el mercado se cansa rápidamente. Ser diferente y auténtico es cualidades muy bien valoradas.

5.- Vender, vender, vender…
Cuando contenido y publicidad se mezclan, aquel pierde su valor. Y, lo peor, provoca tanto rechazo como esta. No desaproveches la oportunidad que te brinda tu cliente potencial de educarlo, entretenerlo y cultivarlo a través del contenido. Si lo haces bien, es decir, si lo que publicas no es una venta disfrazada, y si tienes lo que él necesita, tarde o temprano comprará.

Es una realidad irrefutable, innegable: los seres humanos odiamos la publicidad. En todas sus formas y presentaciones. En especial, cuando es abusiva, intrusiva y agresiva, como aquella de la que hacen gala tantas empresas y emprendedores. Y ni si te ocurra apostarle todos tus duros al tráfico orgánico porque te llevarás una gran frustración, y lo pagarás caro.

Aunque sus resultados no se dan a corto plazo, aunque exige paciencia y consistencia, el marketing de contenidos es hoy (y casi siempre lo fue) el arma secreta de las empresas y emprendedores que lideran el mercado en cualquier industria. Lo es siempre y cuando se le utilice bien (no venta) y esté enfocado en las necesidades y deseos del cliente potencial.

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Tu historia de vida: el mensaje más poderoso, tu legado…

Escribe algo que valga la pena leer o haz algo sobre lo que valga la pena escribir”. Esta frase es atribuida a Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los EE. UU. También, un prolífico científico, inventor, estadista y diplomático. Fue uno de los motores del movimiento independentista y junto con Thomas Jefferson y John Adams, redactó la Declaración de Independencia.

Fue el decimoquinto de 17 hermanos y su formación académica fue precaria: ni siquiera terminó la escuela primaria. Desde los 10 años, trabajó en la empresa familiar, junto con su padre, y más adelante se convirtió en aprendiz de la imprenta de su hermano James. Con solo 15 años, fundó el New England Courant, primer periódico independiente de las colonias británicas.

Completó su formación en Inglaterra, donde estuvo dos años. De manera simultánea, desarrolló su actividad en este campo y en la política. Como científico, inventó el pararrayos, la denominada estufa de Franklin (más seguro que las tradicionales chimeneas) y las gafas bifocales. También estudió en profundidad las tormentas que azotan el continente americano.

Se dedicó de lleno a la construcción de la nación, a sembrar por doquier la semilla de eso que hoy conocemos como “el sueño americano”. La música, otra de sus pasiones, ocupó parte de su tiempo durante la vejez. Una vez se retiró de la vida pública, se dedicó a escribir. Murió en 1790, a los 84 años, y dejó inconclusa su Autobiografía, que fue publicada un año después.

Podría contarte mucho más acerca de Benjamin Franklin, pero estoy seguro de que lo mencionado es suficiente. Asumo que te queda claro que este personaje cumplió cabalmente con aquella premisa de Escribe algo que valga la pena leer o haz algo sobre lo que valga la pena escribir”. Escribió y, en especial, hizo muchas cosas de las que vale la pena escribir.

Lo que quizás más llamó mi atención de la historia de Benjamin Franklin es que, en esencia, fue un tipo común y corriente que nos dejó un legado extraordinario. Era experto en algunas cosas, pero quizás no era el número uno en ninguna de ellas. Era curioso, inquieto y no se dejaba amedrentar por el temor a lo desconocido. Y, sobre todo, era práctica: ejecutaba.

Además, y esto por supuesto es muy importante, fue un tipo auténtico, honesto, que sabía cuál era su propósito, que estaba conectado con sus valores y principios y que tenía una gran vocación de servicio. Alguien, quizás tú, podría decirme que esa es la definición de una persona ideal o perfecta, pero se me antoja que se trata de un ser humano común y corriente.

Como tú, como yo, como cualquiera. Y eso, quizás lo sabes, es una excelente noticia. ¿Por qué? Porque hoy, en la era de la globalización, la persona es la marca. De la misma manera que un Lionel Messi, un Barack Obama, una Jennifer Lopez, una Shakira o un Freddy Mercury son una marca reconocida, cualquier persona, como tú, como yo, también puede serlo. ¿Lo sabías?

De hecho, en los últimos tiempos, el mercado descubrió uno de los cambios más impactantes derivados de la revolución tecnológica. ¿Sabes a cuál me refiero? A las personas que son marcas. Antes, en el pasado, en el siglo pasado, las marcas eran exclusivamente las empresas, las grandes empresas, aquellas que por su poder económico tenían un alcance ilimitado.

Hoy, gracias a la magia de internet, a las poderosas herramientas y canales que nos brinda internet, una persona cualquiera, como tú o como yo, puede ser un fenómeno global. Fíjate, por ejemplo, lo que ocurrió con Lionel Messi después de que Argentina se consagró como la campeona del Mundial de Catar-2022: su impacto en las redes sociales literalmente explotó.

La foto que publicó en su perfil de Instragram, mientras paseaba por el césped del estadio Lusail con el trofeo en la mano, registró más de 67 millones de likes en tan solo dos días. Y, claro, la cifra sube constantemente, mientras que los comentarios eran más de 1,8 millones. Lejos, con modestos 56 millones, quedó el récord anterior, de la cuenta @wolrd_record_egg.

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¿Entiendes? Messi, tras conquistar el único que trofeo que hasta ahora le había sido esquivo, se convirtió en la marca del éxito, del triunfo, de la felicidad. Una locura, sin duda, pero también una clara demostración de cómo una persona puede ser una marca exitosa. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que no necesitas ser Messi y ganar el Mundial para lograrlo.

Hoy, en un fenómeno impulsado también por la pandemia, la gente no sigue solo a las marcas, sino también a las personas. Y, de manera especial, sigue a las personas que son marca. ¿Eso qué significa? Que cualquiera, como tú o como yo, está en capacidad de generar un impacto positivo en internet (no solo en redes sociales) a través de lo que representa para otros.

¿Y sabes cuál es el secreto? El mensaje, tu mensaje. Así como ninguna marca es perfecta, ninguna persona lo es. Messi, de hecho, no es perfecto: necesitó participar cinco veces en la Copa Mundo y llegar a dos finales para levantar el trofeo. Y en el proceso sufrió terribles decepciones, mil y una humillaciones. Sin embargo, no se rindió y un día lo logró.

Messi es un tipo común y corriente, uno de provincia. Tranquilo, humilde, un tipo al que no le gustan las exposiciones públicas más allá de sus maravillosas ejecuciones y conquistas en el campo de juego. Tiene una familia normal, practica un deporte normal y es protagonista de una historia de superación como la de muchos otros, como miles más. Eso sí: es auténtico y honesto.

Las dos condiciones que, según un estudio realizado por la consultora We Communications, el mercado les exige a las marcas. Aquel viejo anhelo de las marcas que representaban superhéroes quedó en el pasado: la gente sabe, entiende, que es una ilusión. Lo ocurrido en los últimos años les ha demostrado a los consumidores que no existen las marcas perfectas.

Por eso, justamente por eso, lo que las personas esperan de las marcas ha cambiado. ¿Y qué esperan? Que palabras y acciones estén alineadas, es decir, que sean coherentes. Al estilo de Messi. Que, si se equivocan, lo reconozcan y enmienden el daño provocado, que pasen del dicho al hecho y que, de manera especial, actúen de acuerdo con los valores que promulgan.

Una consecuencia directa de la incertidumbre que reina en nuestra vida en los últimos tiempos es la desconfianza, el escepticismo. Y la gente necesita volver a creer, necesita en quien creer. Como en Lionel Messi. La gente necesita que aquello en lo que cree, en lo que confía, bien sea una marca o una persona (en especial, si es esta última), sea transparente. Así de simple.

Todos, absolutamente todos los que habitamos este planeta, estamos en capacidad de ser una marca poderosa, una influencia positiva para otros, un modelo digno de seguir. Como Lionel Messi. Y todos, absolutamente todos, disponemos de lo necesario para cumplir con esa tarea. ¿Sabes a qué me refiero? Al mensaje que encarnamos, a la historia que protagonizamos.

Que, por supuesto, está lejos de ser perfecta. Como no es perfecta la de Lionel Messi, pero a todos nos conmovió, a todos nos inspiró, a muchos les arrancó una lágrima. Tu historia de vida, tal cual es, es el mensaje más poderoso e impactante que puedes transmitir, que debes transmitir para que otros aprendan de tus errores, para que otros sigan y extiendan tu legado.

No sé a ti, pero a mí ese me parece un increíble privilegio que disfruto y procuro honrar cada día a través de mi trabajo. Y tú puedes hacer lo mismo, sin importar a qué te dedicas, cuál es tu profesión o si eres un perfectodesconocido. Recuerda: si aprovechas la magia de internet, puedes volverte visible para muchos y, con el poder de tu mensaje, provocar un impacto positivo.

Escribe algo que valga la pena leer o haz algo sobre lo que valga la pena escribir”, dijo Benjamin Franklin. Y hoy, 232 años después de su muerte, su recuerdo sigue vivo y su legado, vigente. Su mensaje, su historia de vida, la vida de una persona común y corriente, dejó una huella imborrable que inspiró y sigue inspirando a muchos. Y tú también puedes hacerlo…

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Aprovecha las pequeñas sociedades y marca un golazo con tu mensaje

Los técnicos de fútbol las definen como pequeñas sociedades. Son una obsesión para ellos, en el entendido de que son de esos factores que permiten marcar grandes diferencias. Por lo general, son dos o tres jugadores, pero hay casos especiales. ¿Por ejemplo? El Brasil de 1970, con Pelé, Rivelino, Tostao, Gerson y Jairzinho, cinco genios que jugaban de memoria.

En el libro Fútbol sin trampa, publicado por el técnico campeón mundial en 1978 César Luis Menotti, en 1986, después de desvincularse del FC Barcelona, las define como jugadores con un mismo concepto futbolístico, pero de características diferentes, aunque complementarias, que, si se juntan, pueden alcanzar un elevadísimo rendimiento. Todo, por supuesto, en beneficio del equipo”.

Y agrega: “Hay que descubrir sus posibilidades, avalarlas y acrecentarlas, mejorándolas en los entrenamientos. Incentivarlas, entre otras cosas, recordando la importancia que tuvieron las pequeñas sociedades en la historia del fútbol internacional. Nunca deterioran el sentido colectivo del equipo, a pesar de que parezca que se buscan entre los dos socios”.

Xavi-Iniesta, Pibe Valderrama-Freddy Rincón, Diego Maradona-Jorge Valdano-Jorge Luis Burruchaga o Michel Platini-Alain Girese son, entre muchas otras, algunas de las que trascendieron. El buen fútbol, la fantasía y, sobre todo, los buenos resultados pasaban por estas pequeñas sociedades, jugadores individualmente sobresalientes, colectivamente incomparables.

Cuando eres un empresario o emprendedor y necesitas transmitir tu mensaje al mercado, hacer que trascienda y les llegue a las personas correctas, requieres armar pequeñas sociedades. Una de ellas, la más importante, entre las estrategias de marketing y el marketing de contenidos. No es la única, sin duda, y vale la pena recalcar que tampoco son excluyentes.

De la misma forma en que todos los grandes equipos de la historia, los ganadores, gozaron de las pequeñas sociedades de sus más geniales individualidades, en tu negocio/empresa debes contar con estas. Las estrategias de marketing, solas, te ayudarán a alcanzar algunos objetivos, pero tarde o temprano te frenarás. ¿Por qué? Porque les hace falta su socio ideal.

Así mismo, puedes poner en marcha una magistral estrategia de marketing de contenidos, de la mano de los copywriters más reconocidos del mercado, pero por sí misma no será suficiente. ¿Por qué? Porque si bien los contenidos son indispensables para conectar e interactuar con el mercado, con tus clientes, lo que genera las ventas, los resultados, es el buen marketing.

Te lo voy a decir en otras palabras, para que no queden dudas: el buen marketing y el marketing de contenidosson la pareja perfecta, el matrimonio ideal. Nacieron el uno para el otro. Las pequeñas sociedades son la base de un gran equipo, de uno ganador. Si revisas la historia de los equipos campeones en la Copa Mundo, descubrirás varias pequeñas sociedades.

El problema, porque siempre hay un problema, es que la mayoría de los empresarios y emprendedores reniega de la pequeña sociedad que conforman las estrategias de marketing y el marketing de contenidos. No entienden, no captan, el poder que tienen cuando están unidas. Lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que mandan al banco de suplentes a una de ellas.

Que, claro está, es el marketing de contenidos. Porque les parece irrelevante, costoso; porque asumen que es muy difícil medir el retorno de la inversión (ROI) o porque no tienen paciencia para esperar que se den los resultados. También, porque están convencidos de que su producto o servicio es perfecto o el ideal y que el mercado lo comprará. Y están equivocados.

Los pilares del éxito de una estrategia exitosa, dentro o fuera de internet, son lo que se conoce como las 3M del marketing. ¿Sabes a qué me refiero? Mensaje, Mercado y Medio (en ese orden), las tres primeras de las 8 Reglas de los emprendedores exitosos, el best-seller escrito por mi amigo y mentor Álvaro Mendoza. Y lo dice con la autoridad que le confieren 25 años en el mercado.

Una autoridad, entre otras razones, basado en ser uno de los mayores productores de contenido gratuito. Uno de los primeros, también. A pesar de algunos altibajos, su blog es uno de los pioneros de internet y uno de a los que Google reconoce por su longevidad y, claro, por la calidad del contenido. Una estrategia de marketing de contenidos consistente y coherente.

Que, valga recalcarlo, NO se enfoca en vender, como lo hace la gran mayoría. ¿Entonces? Para él, el blog, la estrategia de marketing de contenidos, es una herramienta de prospección y de fidelización. En otras palabras, el imán que atrae nuevos clientes y el que garantiza que los actuales continúen a su lado mientras los educa, los nutre, les comparte su conocimiento.

Cuando eres Coca-Cola, Procter & Gamble, Mercedes-Benz, Apple, Microsoft o Amazon, ‘billetera mata marketing de contenidos’. Para estos gigantes del mercado, es más práctico y efectivo invertir en multimillonarias campañas, que dan resultados a corto plazo, que apostar por el marketing de contenidos. ¡OJO!: todos, sin embargo, implementan esta estrategia.

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Dado que enfrentan una competencia poderosa y feroz, no pueden darse el lujo de ceder terreno: ponen sus dólares al servicio de la publicidad y venden, venden mucho. Al tiempo, en todo caso, utilizan la estrategia de marketing de contenidos para reforzar el mensaje, para educar a su clientela y para llamar la atención de aquellos que todavía no son sus clientes.

Y no creas que se trata de una tendencia: es una norma. Más en estos tiempos en los que los clientes no son fieles, en los que los consumidores no se casan con las marcas, en los que el comportamiento del mercado cambia constantemente. De hecho, en los últimos años ha ido en crecimiento el monto que estas grandes empresas invierten en marketing de contenidos.

Ahora, si no perteneces a esa élite, si no tienes una billetera gorda y no puedes invertir millones de dólares en publicidad, entonces, te guste o no, tienes que acudir a las pequeñas sociedades: estrategias de marketing más marketing de contenidos. Cualquier otro camino que elijas será un atajo que, quizás lo sabes, implica un grave riesgo: caer por profundo barranco.

No importa a qué te dediques o cuál sea tu profesión, si quieres transmitir tu mensaje o si anhelas vivir de tu conocimiento, dentro o fuera de internet, necesitas ser visible, primero; debes posicionarte, después, y debes exhibir autoridad, por último. Si eres odontólogo, para que lleguen pacientes a tu consultorio; si eres coach, para que contraten tus servicios.

Y así sucesivamente. Cualquiera que sea tu profesión, el área en el que te desempeñes. Y dado que no tienes la billetera gorda de Coca-Cola, Apple o Amazon, necesitas la pequeña sociedad de las estrategias de marketing y el marketing de contenidos. Además, si lo haces partes con una ventaja que no es menor: la mayoría de tus competidores menosprecia esta poderosa alianza.

Los siguiente son algunos, solo algunos, de los beneficios de una estrategia de marketing de contenidos:

1.- Te da visibilidad.
Dado que son pocos los que implementan una estrategia de marketing de contenidos coherente, no será difícil diferenciarte y atraer la atención del mercado. Claro, siempre y cuando no te enfoques en vender como único objetivo y entiendas que primero debes darte a conocer, posicionarte y nutrir al mercado. Ahora, si no eres visible, tus ventas serán ¡cero!

2.- Te permite interactuar.
El objetivo primario (y fundamental) de una estrategia de marketing de contenidos no es vender. Sí, ya sé que en el mercado pregonan lo contrario, ¡pero, mienten! Descaradamente, mienten. La ventaja de una adecuada estrategia de marketing de contenidos es que despierta la curiosidad de tus clientes potenciales y abre un poderoso canal de comunicación de doble vía.

3.- Filtra a tus prospectos.
No necesitas más clientes (cantidad), sino clientes de calidad, cualificados. Es decir, personas que estén interesadas en lo que ofreces, personas a las que en realidad puedas ayudar, a las que les puedas solucionar el problema que las aqueja. El contenido que publicas te ayudará a repeler a los prospectos que no saben lo que quieren o que solo buscan lo fácil y gratuito.

4.- Te ayuda a definir tu avatar.
A través del contenido que publicas (no importa en qué medio, si es dentro o fuera de internet), no solo puedes interactuar con tus clientes potenciales. También, y esto es algo muy poderoso (y útil, claro), podrás perfilar a tu cliente ideal (avatar). ¿Cómo? Haciendo el seguimiento de sus acciones, identificando sus intereses, gustos, necesidades y aspiraciones.

5.- Fideliza a tus clientes.
En esta tarea, sin duda, mi amigo Álvaro Mendoza es un genio. Entiende que la primera venta es tan solo el comienzo, porque lo mejor llegará después, y mientras recorre ese camino se dedica a educar, a nutrir, a entretener a sus clientes. ¿Cómo lo hace? Con contenido gratis y, sobre todo, de calidad. Una estrategia que, valga decirlo, le ha dado resultados durante ¡25 años!

Los sucesos ocurridos en los últimos años, en especial la pandemia, nos mostraron que en internet hay una gran oportunidad para quienes poseemos conocimiento y experiencias valiosas que podemos compartir con otros. Si anhelas vivir de tus talentos, si sueñas con un negocio propio, con vivir de tus pasiones, internet es un universo ilimitado si lo aprovechas.

Por supuesto, no se trata solo de vender: es la posibilidad de transmitir tu mensaje, de ayudar a otros, de dejar un legado en este mundo y garantizar que tu paso por este planeta no sea en vano. Recuerda: las pequeñas sociedades son el secreto del éxito de los grandes equipos de la historia: aprovecha las estrategias de marketing y el marketing de contenidos y marca un golazo…

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Copywriting + emociones: la mezcla explosiva de la persuasión

Lo que la mayoría de las personas llaman la magia del copywriting no está en la palabras. Lo lamento si esto que acabas de leer supone una decepción para ti. Pero, es la verdad. Las palabras conectan en el cerebro con nuestro lado racional, que las procesa con el fin de entender el mensaje que transmiten. Sin embargo, difícilmente se traducen en acciones.

¿Dónde, entonces, está la magia del copywriting? En las emociones. Sí, aquellas traviesas, caprichosas y traicioneras señoritas que juegan con nosotros, que nos obligan a actuar de manera impulsiva. Cuando las palabras que utilizamos conectan en el cerebro con aquel lugar secreto donde se esconden las emociones, sucede la magia: se abre la caja de Pandora.

Porque, seguramente lo sabes, seguramente lo has vivido en carne propia, una palabra, la misma palabra, produce efectos disímiles. Es decir, si estás en un salón con un grupo de 10 personas, lo más probable es que esa palabra genere 10 emociones diferentes. ¿Lo ves? Magia. Si no me crees, haz una prueba: comprobarás que el impacto nunca es el mismo.

Si bien es imposible establecer con exactitud el origen del copywriting, se puede convenir que fue a finales del siglo XIX cuando esta técnica de escritura alzó vuelo. Fue de la mano de la publicidad, que se había convertido por aquel entonces en el canal preferido de las marcas para llegar a los clientes potenciales. Sin embargo, hay ejemplo mucho más antiguos.

Lo cierto, en todo caso, es que el copywriting no es hijo de internet, como algunos piensan, y mucho menos de las redes sociales. Tampoco es cierto aquello de que copywriting es una herramienta para vender: más bien, vender es uno de los efectos que se pueden conseguir a través de los textos persuasivos, es decir, enfocados en inducir una acción específica.

Que puede ser una entre mil opciones, no solo vender. ¿Por ejemplo? Escuchar una canción, ver un video, descargar un libro digital, inscribirse a un curso, dejar un comentario, referir a un conocido o, algo muy común en estos tiempos, suscribirse a una lista de correo. Y hay muchas otras alternativas. Entonces, NO, el copywriting no es solo escribir textos para vender.

Hay quienes afirman que los textos persuasivos son originarios de Babilonia y hay registros de que por allá en 1477, es decir, de hace 545 años. Sin embargo, el uso continuo se dio desde finales del siglo XIX en el terreno de la publicidad. Gracias a la efectividad de las campañas, el copywriting comenzó a expandirse, a abarcar más industrias, ganó popularidad y notoriedad.

Y hoy es una herramienta poderosa no solo de las grandes empresas, sino también de los pequeños negocios y de los emprendedores. O de cualquier persona que tenga la necesidad de transmitir un mensaje persuasivo o que, dicho de otra manera, requiera que su audiencia realice una acción determinada. Porque, no lo olvides, el copywriting no es solo para vender.

El diccionario dice que persuadir es “Inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”. Mientras, inducir es “Mover a alguien a algo o darle motivo para ello” o “Provocar o causar algo”, que es también un sentido que se acepta para mover. No comparto lo de “obligar a alguien”, que se antoja más del terreno de la manipulación, un exceso de la persuasión.

Lo que me interesa que te quede claro cuando termines de leer esta nota (ojalá llegues al final y hasta te animes a dejarme un comentario) es que el copywriting es una habilidad que todos, absolutamente todos, necesitamos. Sin importar a qué nos dedicamos, cuál es nuestra profesión o si escribimos a diario: esta técnica es la base del éxito en las relaciones.

Por ejemplo, de padre a hijo. ¿Imaginas cómo cambiaría el resultado de la interacción con tus hijos si en vez de enviar mensajes a su lado racional te diriges al emocional? Cuando te vas por el lado común, el racional, activas los mecanismos de defensa: el berrinche, la pataleta, la negación, la terquedad. Es decir, lo único que consigues es reforzar la conducta inapropiada.

En cambio, por el lado de las emociones, el tema es distinto. ¿Por qué? Porque las emociones son el punto débil del ser humano. ¡De cualquier ser humano! Y más de un niño o jovencito, que son tan emocionales, a los que les cuesta tanto dominar esos impulsos inconscientes. Y lo mismo sucede con tu pareja, tu compañero de trabajo, tu amigo o hasta con tu mascota.

Por eso, justamente por eso, un mensaje persuasivo apunta a las emociones. Porque su fin es conseguir una acción específica, una sola, que redunde en un intercambio de beneficios. Y esto último es muy muy importante: intercambio. No como en la manipulación, en la que solo una de las partes termina ganando, se impone a la fuerza; no, hay intercambio de beneficios.

Por otro lado, y esta es otra de las poderosas razones por las cuales todos necesitamos aprender y poner en práctica el copywriting, en el ámbito de los negocios, dentro o fuera de internet, la compra es la respuesta a un impulso emocional. Después, solo después, lo justificamos a través de la razón: “Es justo lo que estaba buscando”, “Me lo merezco” y más.

Esa es la explicación por la cual cuando pasas por un almacén o navegas en internet y ves un producto que llama tu atención de inmediato te enamoras. Sientes un impulso incontrolable y unas ansias terribles de obtenerlo. Y no quedas satisfecho hasta que lo logras. Cueste lo que cueste, así implique un sacrificio. Al fin y al cabo, a todos nos encanta darnos algún gustito.

Lo que hace el copywriting, su magia, es utilizar las palabras adecuadas para conectar con los disparadores de las emociones, también conocidos como gatillos mentales. ¿Sabes cuáles son? Son aquellos recuerdos guardados en el subconsciente que se activan cuando el cerebro recibe un mensaje o, dicho de otra manera, es una respuesta automatizada a un impulso específico.

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Ya sabes que el cerebro es genial y por su cuenta realiza acciones necesarias antes de que tú le des la orden. Te facilita la vida: apenas recibe la información (el mensaje), la filtra, busca el recuerdo correspondiente y activa la respuesta emocional adecuada. De acuerdo con el estímulo recibido, libera la emoción correspondiente, la misma que sentiste otras veces.

En palabras sencillas, tu cerebro toma decisiones antes de que lleguen a la consciencia. Por eso, por ejemplo, te ríes al escuchar un chiste, o lloras durante la boda de tu mejor amigo, o sientes miedo cuando te enfrentas a algo desconocido. Estos estímulos interpretados por el inconsciente son los disparadores (gatillos) emocionales, el objetivo del copywriting.

Ahora, veamos cuáles son los disparadores emocionales más comunes a los que apela el copywriting para inducir una acción determinada:

1.- Dinero.
Todos queremos ganar dinero, mucho dinero. Y cuanto más rápido y más fácil, mejor. Tu mensaje debe decir claramente cómo se conseguirá y ser creíble, con el menor riesgo.

2.- Sexo.
Sí, la tentación de la carne nos hace débiles. Pero no solo las relaciones, el contacto físico, sino lo que nos haga sentir mejor: ropa, un auto, un corte de pelo, un cuerpo contorneado, en fin.

3.- Estatus.
Uno muy poderoso. Nos encanta aparentar, sentirnos superiores. Que los demás sepan que ganamos mucho dinero, que lucimos ropa de marca, que ocupamos un cargo importante

4.- Salud.
Claro, no todo es frivolidad o material. Estar saludables es una prioridad, en especial en estos tiempos. Lo que contribuya a fortalecerla o solucione un problema es de nuestro interés.

5.- Evitar un dolor.
No solo el dolor físico, sino el que se desprende de una situación incómoda, una culpa o un rechazo, por ejemplo. Es uno de los disparadores emocionales más utilizados en copywriting.

6.- Creencias.
Religiosas, políticas o aquellas conectadas con un propósito o un estilo de vida o algo que nos brinde placer (el deporte). Son poderosas, una gran fuerza que no tiene explicación racional.

7.- Ocio (placer).
¿Quién no quiere disfrutar la vida? Vacaciones, lugares idílicos y paradisíacos, buena comida, playa, brisa y mar… También, tranquilidad, todo lo que esté conectado con nuestras pasiones.

8.- Resentimiento.
Encontrar revancha de las situaciones que nos provocaron dolor, de las personas que nos hicieron daño o de las pérdidas inesperadas son impulsos que nos movilizan con facilidad.

9.- Miedo.
Una de las dos emociones básicas, y todas sus manifestaciones. El miedo a perder algo es más poderoso que el deseo de tener algo. Además, involucra a las personas cercanas a nosotros.

10.- El amor.
¡Por supuesto! El amor y todas sus manifestaciones. ¿Quién no ha hecho una locura por amor? Hacer felices a los demás es un objetivo por el que estamos dispuesta a hacer lo que sea.

Cuando tu mensaje conecta en tu cerebro con alguno de estas disparadores emocionales, de inmediato se genera una respuesta automática que, lo más importante, deriva en una acción. Que no es forzada, sino inspiradapor una emoción. ¿Entiendes ahora el poder que tienen las palabras? Por eso, justamente por eso, todos debemos aprender y usar el copywriting.

Lo que nos dice el mercado es que “apuntes al dolor” de tu cliente potencial, lo agites y luego le des la solución para ese problema. Sin embargo, seguramente ya lo viviste muchas veces en carne propia, el dolor no moviliza, no inspira. Por el contrario, ¡paraliza! El dolor sirve para llamar la atención, en una primera etapa, pero luego tienes que conectar con las emociones.

Que son las que nos movilizan, las que nos inspiran a tomar acción, las que nos llevan a tomar decisiones impulsivas. Como la compra, por ejemplo. Sin embargo, no olvides que esta técnica de escritura llamada copywriting no se utiliza hoy solo para vender, entre otras razones porque limitarla a esa acción sería desaprovechar sus superpoderes. El copywriting es para persuadir.

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¿Cómo sacar el máximo provecho del ‘copywriting’? 10 fundamentos

En los últimos años, el copywriting se puso de moda. Sin embargo, a diferencia de lo que muchos creen, no es algo nuevo. De hecho, se considera que las pinturas rupestres en las cavernas son el primer indicio de este oficio. ¿Por qué? Eran mensajes (cifrados) a través de los cuales se buscaba inducir una conducta, determinar un comportamiento o difundir una idea.

Y así ha sido siempre, más allá de la evolución propia del ser humano, del oficio y, por supuesto, de las herramientas y los medios. Que son fantásticos, sin duda, pero no son lo más importante. La muestra está en que mucho antes de que existiera internet con su variedad de superpoderes el copywriting ya era un recurso utilizado con excelentes resultados.

Lo primero que hay que establecer, entonces, es que el copywriting no surgió con internet y tampoco se creó para vender por internet. Es decir, no ha sido internet el que impulsó el avance del copywriting, sino justamente lo contrario. Lo que sucede es que, por lo menos en estos confines de Dios, este oficio estaba se restringía a las agencias de publicidad.

Aunque, en el fondo, esa es una versión mentirosa. ¿A qué me refiero? A que el copywriting no es exclusivo de los textos publicitarios o de ventas. Es, seguramente, el uso generalizado, el de mayor frecuencia, pero no es el único. Por ejemplo, si lo piensas, te darás cuenta de que cada vez más las noticias de los medios, en cualquier formato, son un genial libreto de copywriting.

No solo porque cada vez más los medios están hipotecados a los intereses comerciales de sus propietarios y patrocinadores, sino porque se convirtieron también en la cajita de resonancia de los partidos políticos, sectas, equipos deportivos, figuras mediáticas, en fin. Utilizan esta poderosa técnica para transmitir los mensajes que les sirven y para vender sus ideas.

La verdad, simple y llana, es que los medios hoy cada vez son menos de comunicación y, más bien, cada vez son más de influencia, manipulación, de distorsión, de aleccionamiento. Y se apalancan, por supuesto, en el poder del copywriting. Hoy, los medios son peones del juego de los poderosos y su rol consiste en difundir las ideas que a aquellos les interesa transmitir.

Teóricamente, el copywriting es una técnica de escritura, que aprovecha el poder de la persuasión, para motivar acciones específicas por parte de los receptores (clientes o audiencia). “Compre esto”, “Lea esto”, “Vote por este”, “Odie a fulano”, “Rásguese las vestiduras por sutano”, “Este personaje encarna el mal” o “Este otro es la figura del bien”

Un discurso muy elaborado que se apalanca en la retórica, en la repetición incesante de los mensajes, que al final calan bien por la reiteración o porque simplemente dicen lo que las personas quieren escuchar. Es música para sus oídos y la disfrutan, bailan al son que les toquen. Porque, no lo olvides, las palabras tienen un inmenso poder, el de las emociones.

Lo irónico, lo doloroso, es que la mayoría de las personas son víctimas de los mensajes de los que utilizan el poder del copywriting, por ignorancia. Bien porque desconocen la realidad, la historia o porque dan por sentado lo que ven y leen en las redes sociales (el paraíso del fake-news), bien sea porque carecen del criterio para discernir y cuestionar esos mensajes.

Lo curioso, mientras, es que todos, absolutamente todos, utilizamos el copywriting en la vida diaria, sin darnos cuenta. De manera inconsciente, pero consistente. En los mensajes que les enviamos a nuestra pareja, a nuestros hijos, a los amigos, a los compañeros de trabajo o a la persona que nos atiende en el banco, en el supermercado o en la estación de gasolina.

Mensajes que van de lo inocente a lo manipulador, más allá de que la mayoría de las veces no somos conscientes de ello. “Si te comes el almuerzo, te llevo al parque”, “Te querría más si no me acosaras con tus preguntas”, “Todo lo hago por ti, pero no me entiendes” y muchos más que no solo condicional las acciones y reacciones de otros, sino que producen un impacto.

Por supuesto, y esto quiero que te quede claro, el copywriting en sí no es bueno o malo, positivo o negativo, constructivo o destructivo. Depende del uso que cada uno le dé a esta poderosa herramienta y, también, de la persona o audiencia que recibe los mensajes. Y queda claro también que no es una técnica exclusiva de la publicidad, las ventas o los negocios.

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De hecho, la de escribir textos persuasivos (copywriting) es una de las habilidades mejor valoradas hoy en el ámbito laboral. No solo porque es escasa, sino porque hallar copywirters verdaderamente buenos es casi como ganarle el gordo de la lotería. ¡Una suerte! Porque en este campo, como en tantos otros en el mundo moderno, no todo lo que brilla es oro.

Más bien, hay mucho cobre. Lo temibles vendehúmo que pregonan las fórmulas perfectas y cuyo único recurso son las famosas plantillas. Yo, seguramente lo sabes, por mi formación como periodista voy por otro camino y para mí la esencia del copywriting, una técnica que he aprovechado durante 35 años de ejercicio profesional, es la imaginación, la creatividad.

Y soy un convencido de que cualquier persona, sin importar qué haya estudiado o a qué se dedique, requiere desarrollar la habilidad del copywriting. No solo para el trabajo, sino para las relaciones, para estar en capacidad de transmitirle al mundo el poder de tu mensaje. Y si bien es un oficio que se nutre de la práctica, es importante conocer cuáles son sus fundamentos:

1.- La idea.
Es el punto de partida, lo básico: el mensaje que quiero transmitir. Que debe ser puntual, preciso, único. Eso significa que los demás mensajes los dejo para más tarde, para una próxima ocasión. Establece la idea principal y las secundarias y, a partir de ellas, fija la estructura de tu texto. Cuanto más sencilla y clara sea la idea, mucho mejor, porque evitarás las confusiones.

2.- Tu cliente (audiencia).
Es la razón de ser de tu mensaje, sin importar si es de ventas o no. Si el mensaje no lo ayuda, no le sirve de alguna manera, no es la solución a la necesidad que le quita el sueño, carece de sentido. Tienes que conocerlo muy bien, en especial el apartado de las ilusiones, de lo que lo moviliza, porque a través del miedo (o del dolor) no harás que ejecute la acción que sugieres.

3.- El objetivo (1).
¿Cuál es la acción que pretendes que realice a partir de tu mensaje? Este objetivo debe estar en concordancia con la idea y, por ende, tiene que ser específico, claro. Además, inspirador, porque de lo contrario no conseguirás que actúe. Es lo que en marketing conocemos como el call to action o llamado a la acción. Si es confuso, si despierta dudas, no lo movilizará.

4.- El objetivo (2).
Tu mensaje debe apuntar a una y solo una necesidad de tu cliente (audiencia). No te creas un superhéroe que puede salvar el mundo, que va a acabar con todos los problemas. Si asumes esa actitud, difícilmente atraerás su atención. Un problema, una solución; una necesidad, una solución. Después, si puedes, si estás en capacidad de hacerlo, avanzas con las demás.

5.- Sé positivo.
La vida, por sí misma, ya es lo suficientemente dura como para que tu mensaje le ponga sal a la herida. Sé positivo, constructivo, inspirador, y así no solo conseguirás atraer la atención de tu cliente potencial, sino que generarás confianza y empatía. Además, quizás no lo sabes, 9 de cada 10 copywriters se enfocan en el dolor y en forzar la venta. ¡Sé positivo, sé distinto!

6.- Sé honesto.
Es una cualidad muy valorada por el mercado, porque hay demasiados vendehúmo, muchos tramposos. Una venta o una acción cuyo punto de partida es el engaño o la manipulación es un búmeran que se devolverá y caerá sobre ti. Créeme que una de las recompensas maravillosas de ser copywriter es la incomparable satisfacción que sientes cuando ayudas a una persona.

7.- Beneficios, no características.
Un mensaje enfocado en tu ego (YO), en las características o el precio de tu producto o en el dolor (problema o necesidad) de tu cliente potencial será como un globo pinchado que se desinfla lentamente. Dale poder a tu mensaje, transmite la transformación que tu producto o servicio está en capacidad de obrar, cuéntale cómo mejorará su vida. ¡No vendas, persuade!

8.- Cuida el lenguaje.
No solo porque las palabras tienen un inmenso poder, el de las emociones, sino porque debes evitar caer en la tentación de la voz del experto. Si tu mensaje está cargado de palabras raras o difíciles de comprender, de ideas confusas o abundan las referencias ególatras (YO), perderá poder y/o nadie lo entenderá. Cuando más simple y claro, mejor. ¡No escribas, conversa!

9.- Dirígete a una persona.
Sí, conversa. Como cuando estás en una cafetería con tu pareja o un amigo. Y háblale de manera sencilla, amigable, empática, sin olvidar que, aunque tu mensaje sea de interés para muchas personas, para miles, tú te diriges a una sola. Si el mensaje es poderoso, si es lo que esas otras personas, miles, necesitan, por identificación tarde o temprano las atraerá.

10.- Sé agradecido.
Desarrollar la habilidad del copywriting es una excelente forma de agradecerle a la vida por cuanto te da, por las bendiciones que llueven sobre ti y los tuyos de diversas formas. Utiliza, aprovecha el poder de las palabras para retribuirla. Transmite tu conocimiento a otros, inspíralos y ayúdalos a construir su mejor versión. Esas, créeme, son palabras que valen oro.

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La rutina: 5 beneficios para escribir (comenzar, avanzar y terminar)

Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir. No como un maestro, no como un escritor consagrado, sí como un ser humano común y corriente que, esto es lo importante, acumula conocimiento y valiosas experiencias que puede compartir con otros. Y lo más doloroso: te pierdes la maravillosa recompensa.

Hay muchas personas que están convencidas de que hay magia en internet. En cierta forma tienen razón, pero no como ellas creen. Me explico: piensan que la magia consiste en que a la vuelta de unos cuantos clics vas a comenzar a ganar millones de dólares o vas a ser famoso y reconocido. Y no es cierto. Nada de eso sucede y, la verdad, es insólito que crean esos cuentos.

La magia de internet es cierta en el siguiente sentido: nunca sabes quién te ve, quién lee tus publicaciones. A veces, muchas veces, porque la gente que nos ve no interactúa, no deja un like o un comentario, asumimos que “nadie lo vio”. Y no necesariamente es así. De hecho, y lo digo por experiencia de más de 25 años publicando en internet, ¡siempre alguien nos ve!

Y, cuidado: cuando digo “alguien nos ve” no hablo en singular, de una sola persona. Son muchas las que nos ven, las que valoran y disfrutan el contenido, más allá de que no estén en disposición de interactuar. La realidad es que publicar en internet, bien sea en una de las redes sociales o en un blog o una página web, cada día es más un acto de fe. ¿Sabes a qué me refiero?

Presumir que “me lee mucha gente” es una mentira, una muestra de prepotencia. Porque, aunque tengas métricas que demuestren que una nota (o varias) fueron leídas por mil, cinco mil o diez mil personas esas cifras en el infinito universo de internet son irrisorias. Esa es la verdad. Ahora, si escribes para ser famoso y tu principal métrica es el ego, está bien.

Sin embargo, en particular, voy por otro camino. Escribo porque mi esencia es transmitir mi mensaje, mi conocimiento, mis experiencias, el aprendizaje de mis errores, para que el camino de otros sea más llevadero. Escribo con la ilusión de que mis textos le sirvan a alguien, al menos para distraerse en medio de una rutina histérica, de una cultura de la infelicidad.

Si sigues con atención mis publicaciones, es probable que varias veces hayas leído que pienso que escribir es una terapia. Lo es para mí. Y me permite, a través de la imaginación, de la creatividad y de la observación y la escucha, crear mundos increíbles (pero creíbles), o historias apasionantes que conectan con las emociones y las activan. Créeme: ¡es algo maravilloso!

Por eso, me cuesta entender que tantas personas, que podrían ayudar a mejora el mundo de otros, de quienes las rodean y de quienes tienen acceso a la magia de internet, no escriban. Y no lo hacen simplemente porque piensan que no poseen talento (lo cual no es cierto), que es difícil (lo cual no es cierto), que no nacieron para ello (lo cual no es cierto) o por pereza (cierto).

En el fondo, en la mayoría de los casos, la razón es sencilla: no saben cómo hacerlo. Que en la práctica se traduce “no tienen un método, una rutina”. Y, sí, tienen razón: sin un método, sin una rutina, escribir es bien complicado. El síndrome de la hoja en blanco acecha todo el tiempo y te embarga la idea de que tu mensaje a nadie le interesa. Es un clásico autosaboteo.

El oficio de escribir es complicado para algunos, para muchos, no por lo que significa en sí, dado que todos aprendemos a escribir en la escuela primaria y escribimos todos los días. Lo es, en esencia, porque nos exige cualidades-valores-habilidades que no abundan o que, dicho de otra forma, muy pocos, solo algunos, nos damos a la tarea de desarrollar y potenciar.

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¿Sabes a cuáles me refiero? Disciplina, en primer término; paciencia, tolerancia, empatía, responsabilidad y una metodología. Una metodología, un método, que está determinada por una rutina. Dicho en otras palabras, el éxito en la tarea de escribir radica en crear una rutina y, de tanto repetirla, convertirla en un hábito. Ahí es cuando se terminan los problemas.

¿Por qué? Porque cuando consigues desarrollar el hábito no solo alcanzaste un logro importante y le enseñaste a tu cerebro lo que quieres que haga, sino que también venciste tus miedos y enterraste las excusas. Además, le ganaste a la resistencia al cambio, que es una de las limitantes más fuertes que existe. Entonces, la tarea consiste en crear un hábito.

Veamos qué nos dice el diccionario sobre hábito: Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas. Por supuesto, la premisa de esa “repetición de actos iguales o semejantes” es conseguir resultados idénticos y los esperados. Un hábito, en otras palabras, es un minisistema.

En cuanto a rutina, el DLE nos dice: “Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”, por un lado, y “Secuencia invariable de instrucciones que forma parte de un programa y se puede utilizar repetidamente”, por el otro. Fíjate: son los hábitos (uno o varios simultáneos) los que conforman las distintas rutinas.

Ahora, hay que entender que una rutina no es una camisa de fuerza, es decir, que puede ser modificada, corregida o moldeada, pero tampoco es conveniente cambiarla a cada paso. Y, aunque sea moldeada de lo que hacen otros, lo importante es que responda a tu forma de ser, a tus necesidades y que te permita alcanzar los objetivos propuestos. Si no es así, no sirve.

Las ventajas de crear una rutina se pueden resumir así:

1.- Optimizar el tiempo.
El tiempo es el único activo que no puedes recuperar, así que aprovecharlo es una prioridad. Con una rutina, tu proceso será ordenado y podrás cumplir las metas más fácil y rápido
2.- Mantenerte enfocado.
Las distracciones son el principal enemigo del escritor. Una rutina bien construida, por lo tanto, te ayudará a estar enfocado y, por lo tanto, a avanzar. Por supuesto, requieres disciplina
3.- Calma la ansiedad.
En especial en la primera etapa, cuando no hay experiencia, el escritor novel suele caer en la ansiedad, que es muy mala consejera. Una rutina, sumada a un buen plan de trabajo, la calman
4.- Facilita retomar.
Todos los escritores, sin excepción, tenemos algún momento en el que es necesario parar. Parar y respirar. Con una buena rutina establecida, la tarea de retomar no es un drama
5.- Lo vas a disfrutar.
Y no es una contradicción. Porque tenemos una idea negativa de lo que es una rutina, pero en el caso de la escritura nos ayuda a establecer un ritmo, avanzar y no sufrir en el proceso

Si lo piensas un poco, es lo mismo que sucede en cualquier otra actividad que realices en la vida. Montar en bicicleta, jugar al tenis, leer en casa, cocinar o trabajar. Para todas requieres un método, una rutina que te permita comenzar, avanzar y, finalmente, cumplir los objetivos propuestos. Si lo intentaras en serio, con compromiso, estoy seguro de que te darías cuenta de cuán fácil es escribir…

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¿Cómo crear una buena historia en 5 sencillos pasos?

Los seres humanos tenemos la capacidad de hacer difícil lo fácil. A pesar de que disponemos de la inteligencia, que nos otorga una increíble ventaja sobre el resto de especies del planeta, nos empeñamos en tropezar con la misma piedra. Así sucede en todas las actividades de la vida, desde las cotidianas hasta las que realizamos esporádicamente. Y lo padecemos, claro.

Una de ellas, por ejemplo, es el proceso de escribir. Aunque prácticamente todos aprendemos en la escuela primaria, muchos viven con la idea de que no lo saben hacer. Lo irónico es que una persona común y corriente escribe todos los días, más en estos tiempos en los que estamos hiperconectados y nos comunicamos permanentemente a través de la tecnología.

En realidad, ese “no sé escribir” que argumenta tanta gente es más bien un “me gustaría escribir como un profesional y no sé cómo hacerlo”. Una de las razones es que nos preocupa el qué dirán los demás, recibir su aprobación, o que nos digan que no les gustó, que está mal. En la práctica, no siempre se escribe bien, ni siquiera el escritor consagrado lo hace perfecto.

El oficio de escribir es como la vida misma: cada día es distinto, a veces el balance es positivo y otras, negativo. No siempre estás con la disposición adecuada porque tu mente está distraída u ocupada con preocupaciones, con el estrés acumulado. O, lo que más se da, que no hay claridad acerca de lo que se quiere transmitir y, entonces, aparece el síndrome de la página en blanco.

Que es una bonita excusa, por cierto. El origen de este problema es un error de metodología o, peor, falta de una metodología. Es que nos han metido en la cabeza la idea que escribir es una cuestión de talento o, bendito Dios, de inspiración. Y no es así. Porque talento poseemos todos los seres humanos, así que este no tiene por qué ser el factor diferenciador en este caso.

En cuanto a la tal inspiración, si sigues con atención los contenidos que comparto, sabrás cuál es mi posición: ¡no existe! Más bien, a los seres humanos nos otorgaron el privilegio de la imaginación, una capacidad inagotable que siempre está al alcance de la mano. Lo que sucede es que somos perezosos y nuestro cerebro es cómodo: si no lo exiges, él tampoco se rebela.

Escribir es producto del trabajo, esa es la verdad. Todo lo demás que se diga es una excusa o, simplemente, una mentira. Que nos sirve para justificarnos, para procrastinar, para esconder la falta de compromiso. Se requiere planificación, investigación, imaginación y paciencia porque, por más talento que poseas, forjar un estilo propio no se da de la noche a la mañana.

Además, no es algo que te puedan enseñar. ¿Por qué? Porque el estilo del escritor es reflejo de su personalidad, de su visión del mundo, de su conocimiento, de sus experiencias, de sus creencias, de sus vivencias, de sus miedos, de entorno y, claro, de su disciplina. Disciplina para escribir con frecuencia, para leer, para escuchar, para observar y, por supuesto, para trabajar.

Ah, y que no se olvide: evitar elegir el camino difícil, el complicado. Especialmente en el comienzo del camino, cuando necesitas adquirir ritmo, mantener la motivación y no dejarte llevar por la incertidumbre, por tus miedos. Ahora, no es que haya un camino fácil, porque eso dependerá tanto de tu metodología como de tu disciplina, de tu persistencia y de tu paciencia.

La mayoría de las personas que anhela escribir usualmente piensa al revés. ¿A qué me refiero? Quiere comenzar por el final, no por el principio. Me explico: “Quiero escribir una novela” o “Quiero publicar un libro sobre los viajes que he realizado”. ¿Entiendes? Si vas a correr una maratón, primero debes gatear, luego caminar, después trotar y, por último, correr.

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Ese es el proceso ineludible de la vida. En la escritura, a mi juicio el primer paso, el que más te servirá en la tarea de descubrir y forjar tu estilo y, en especial, de adquirir confianza y soltarte es contar historias. ¿Por qué? Porque los seres humanos por naturaleza somos contadores de historias, lo hacemos todo el tiempo, la mayoría de las veces de modo verbal.

Lo mejor es que estamos rodeados de historias: el amanecer, el aroma del café en el desayuno, el sol de la mañana, el atardecer, la lluvia, la luna en la noche, el ladrido de tu mascota, el abrazo de tu pareja, la sonrisa de tus padres, el relato de tu hijo luego de regresar del colegio, en fin. Hay historias, buenas historias, por doquier. Solo hay que escribirlas.

En internet abundan las plantillas que promete convertirte en un escritor consagrado, pero la verdad es que no sirven. Para algunas personas serán una buena guía, pero no te ayudarán si no aportar lo tuyo. ¿Y qué es lo tuyo? Imaginación, disciplina. Y atrevimiento, porque escribir siempre es una aventura que nos permite entrar a fascinantes mundos imaginarios.

Escribir, también, es algo similar a armar un rompecabezas. La salvedad es que las piezas siempre son distintas y las puedes armar a tu antojo, caprichosamente. Lo importante es que al final, cuando termines, haya valido la pena el esfuerzo y sea una historia digna de leer. A continuación, te relaciono los cinco elementos indispensables (la fichas de tu rompecabezas):

1.- El porqué.
¿De qué se trata tu historia? ¿Por qué vale la pena contarla? Esta idea debe estar clara en tu mente, muy precisa, porque de lo contrario le abrirás la puerta a la improvisación (que es la enemiga de la imaginación) y puedes echarla a perder. No tiene que ser un gran motivo, sino un aprendizaje, una pequeña lección, una experiencia que resultó agradable, en fin.

2.- El contexto.
Fundamental. Es el escenario en el que se desarrolla tu historia, el que le brinda color y calor a tu relato, el que lo hace único. Incluye tanto el entorno como la problemática, el conflicto sobre el que gira tu historia, que no tiene que ser la Tercera Guerra Mundial. Una duda, un sentimiento encontrado, una discusión, un descubrimiento… Sencillo, pero preciso.

3.- El protagonista.
El quien va a resolver ese conflicto. No tiene que ser un superhéroe ni un superdotado. Cuanto más humano sea, mejor, porque así podrá conectar con más personas. Lo deben acompañar otros personajes secundarios para darle color y calor al relato, para hacerlo creíble. Un buen protagonista sufre, se equivoca, cae y se levanta, pero encuentra la manera de salir airoso.

4.- El antagonista.
Una historia sin antagonista carece de picante, no sabe a nada. Ten en cuenta, eso sí, que no necesariamente es otra persona: puede ser una situación, una creencia, un miedo. La clave radica en no exagerar su rol en la historia, porque le puede restar credibilidad. Y, bien sea una persona y otra manifestación del mal, su poder es inferior al del protagonista y siempre pierde.

5.- La moraleja.
¿Qué está en juego en tu historia? ¿Cuál es el riesgo que corre el protagonista? ¿Qué puede perder? ¿Qué puede ganar? ¿Qué lección aprenderá? Tan importante como un final feliz es la moraleja, el mensaje que vas a transmitir. Lo debes tener claro y definido antes de escribir la primera palabra. Una reflexión, una sentencia, un aprendizaje, algo que inspire a tu lector.

¡Importante!: la clave para llamar la atención del lector, para atraparlo, radica en tu capacidad para jugar con estos cinco elementos mencionados. Es decir, de tu imaginación. Déjala volar con libertad, crea, inventa sin límites. El resto es probar una y otra vez, escribir y escribir. No hay otro camino, créeme. Lo único que te convertirá en buen escritor es escribir y escribir…

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¿Sabes cuál es el verdadero poder de las palabras? Te lo revelo

A veces, muchas veces,  los seres humanos confundimos la magnesia con la gimnasia, como decían las abuelas en tiempos inmemoriales. Lo grave, lo preocupante, es que nos sucede en las actividades que realizamos a diario, en las más comunes y hasta en las vitales. ¿Por ejemplo? En la comunicación, un privilegio de nuestra especie que no sabemos aprovechar.

O, lo que es peor, que su uso se convierte más en fuente de conflicto, de división, de distanciamiento, que de concordia, de unión, de disfrute. Una de las razones es porque las palabras, todas, están cargadas con un inmenso poder. El problema es que a veces lo que decimos y lo que la otra persona interpreta no coincide. Ahí es cuando se arma la de Troya.

Nos sucede a diario y en las interacciones más sencillas. Cuando le pides algo a tu hijo, cuando tu jefe te hace un comentario, cuando tu pareja te formula una pregunta, cuando alguien de tu trabajo emite una opinión o, inclusive, cuando vemos las noticias en la televisión o en internet. Lo más grave es que en la mayoría de las ocasiones no somos conscientes del porqué.

Entonces, nos pasamos la vida tropezando con la misma piedra y preguntándonos “¿Qué hice?, qué dije?”, sin hallar una respuesta. Y no la hallamos porque nos concentramos en las palabras, que son tan solo un instrumento, una herramienta para comunicarnos y relacionarnos con otros. Lo importante, lo que origina los problemas y cortocircuitos, es lo que está detrás.

¿Sabes a qué me refiero? A las benditas, traviesas y caprichosas emociones. La realidad es que nos relacionamos con otras personas desde emociones, del bienestar o el malestar que nos produce esa emoción específica. La emoción es lo que determina la forma de relacionarnos y la calidad de las relaciones. Sin embargo, intentamos comunicarnos con la parte racional.

Ese detalle, que nunca es menor, es la razón por la cual tantas empresas, emprendedores y negocios no venden. A pesar de que tienen buenos productos o servicios, de que está en capacidad de acabar con el dolor de sus clientes potenciales, no venden. En la práctica, lo que sucede es que sus palabras no consiguen atraer la atención de sus clientes potenciales.

¿Por qué? Cuando nos dirigimos al cerebro, a la parte racional del ser humano, tenemos que luchar contra las objeciones, que muchas veces se convierten en un obstáculo insalvable. Es decir, activamos el principal enemigo, damos pie para que ese cliente potencial eleve sus barricadas y se ponga lejos del alcance. Además, activa también los mecanismos de defensa.

En cambio, cuando nuestro mensaje está dirigido a las emociones las posibilidades de conseguir que esa persona realice la acción que a nosotros nos interesa son altas. Un ejemplo: tu hijo pequeño hace un berrinche porque no quiere comer lo que le serviste en el almuerzo. Si lo abordas por la razón, si lo incriminas, si intentas obligarlo, solo conseguirás exacerbarlo.

Mientras, si apelas a las emociones, tus opciones de lograr que coma son mayores. ¿Por qué? Porque las emociones son el punto débil del ser humano. La razón es tan sencilla como poderosa: dado que son una reacción espontánea, inconsciente, no podemos controlarlas. Solo podemos aprender a gestionarlas, pero para muchos esta es una asignatura pendiente.

Es algo que comprobamos todos los días, en diferentes circunstancias, pero no valoramos. Cada vez que te diriges a las emociones, en especial a las positivas, conseguimos el objetivo. Así es con tus hijos, con tu pareja, con tu mascota, con tus compañeros de trabajo, con tus amigos y, créeme, contigo mismo. Recuerda: las emocionesson nuestro punto débil.

Es muy común escuchar aquello de “descubre el dolor de tu cliente ideal y agítalo”, una estrategia de marketing que durante décadas ha dado buenos resultados. Sin embargo, en virtud de los cambios de hábitos y comportamientos de los consumidores, así como su mayor nivel de conocimiento, ha perdido eficacia. En otras palabras: nadie te comprará un dolor.

Si investigas un poco, bien sea en libros o en internet, encontrarás muchas teorías y posiciones diversas, todas válidas. A mí, en particular, me gusta aquella según la cual solo hay dos emociones: el amor y el miedo. Las demás, todas las demás, son manifestaciones de una u otra. ¿Por qué creo en esta teoría? Porque, en últimas, son las dos emociones que nos mueven.

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Piensa un poco: lo que haces, en cualquier actividad de la vida o en cualquiera de tus relaciones, está dirigido, condicionado, por el amor o por el miedo. Que, y esto quizás se te antoje polémico, al final de cuentas son lo mismo, es decir, son las caras de la misma moneda. A lo mejor, en algún momento experimentaste aquello de “del amor al odio solo hay un paso”.

Y es cierto. Repito: son las dos emociones que nos movilizan o frenan. Por amor, el ser humano es capaz de hacer lo que sea, sacrificios y esfuerzos que signifiquen llegar a sus límites. Por miedo, o alguna de sus manifestaciones como el odio, el ser humano puede quedarse postrado, desaprovechar sus dones y talentos y someterse a no disfrutar la vida.

¿Entiendes? Cuando conoces a alguien y después de 5 minutos de conversación te sientes como si fueran amigos de toda la vida es, precisamente, por las emociones que te despierta. Te brinda confianza, te hace sentir seguro, alegre, puedes ser tú mismo y eso te entusiasma. Son las emociones, también, la razón por la que rechazas a otra persona con la que no congenias.

Las palabras están cargadas con un inmenso poder, el poder de las emociones que transmiten o que generan (reacción). Son las emociones, no las palabras, las que nos permiten establecer relaciones sólidas y duraderas con otras personas, o las que nos alejan de ellas. No lo olvides: las emociones son el punto débil del ser humano, la puerta de entrada a sus profundidades.

Cuando quieras llamar la atención de otra persona, un camino rápido es el miedo, una emoción que llevamos a flor de piel en estos tiempos modernos de incertidumbre y zozobra. Sin embargo, una vez captas su atención el miedo ya no te sirve, porque el miedo paraliza y a ti lo que te interesa es que esa persona se movilice, realice una acción específica de tu agrado.

Es, entonces, cuando entran en juego el amor, la emoción positiva más poderosa, y todas sus manifestaciones. Es por esta razón que puedes enamorar con palabras, puedes conseguir que un desconocido te aprecie y siga, puedes crear una comunidad entorno de tus ideas. Si lo que pretendes es generar una reacción positiva, una acción efectiva, activa la emoción del amor.

La emoción es lo que determina la forma de relacionarnos y la calidad de las relaciones que establecemos con otras personas. Sin embargo, intentamos comunicarnos con la parte racional, es decir, confundimos la gimnasia con la magnesia. Recuerda: lo positivo, lo que nos hace sentir bien, nos moviliza; el miedo, el dolor y todas sus manifestaciones, nos paraliza.

Algunos dicen que comunicarnos es un arte, otros opinan que es una ciencia. Algo de verdad hay en cada una de esas premisas. Para mí, sin embargo, es una aventura que nos exige destrezas, habilidades y sensibilidad. Una aventura a veces encantadora y enriquecedora y otras, terrorífica y traumática. Ese es el poder de la carga emocional de las palabras.

Si desconoces esto, sino eres capaz de plasmar esto en tus mensajes (escritos, orales o visuales), estarás sometido a una de dos situaciones. Por un lado que tus mensajes sean palabras vacías que se las lleva el viento; por otro, que estén sobrecargadas de emociones y se conviertan en detonantes de conflictos, malentendidos, y te hagan pasar muy malos ratos.

“Las empresas tienden a vender soluciones a problemas externos, pero los clientes compran soluciones a problemas internos”. Esta genial frase es autoría del autor, orador y empresario estadounidense Donald Miller. Y cuando se refiere a “problemas internos” hace relación, específicamente, a aquellas emociones que nos dominan, que juegan con nosotros.

A lo largo de 35 años de trayectoria profesional como periodista en diferentes ámbitos y tareas, descubrí que el verdadero poder de las palabras está en las emociones. Para bien o para mal, según el uso que se les quiera dar. En mi caso, procuro honrar ese privilegio que me dio la vida de comunicarme con otros, de relacionarme, a través de las palabras, de mis mensajes.

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Dar y recibir: la clave para crear mensajes poderosos

La vida es sabia y nos envía poderosos mensajes de distintas formas. Tantas y tan contundentes, que te sorprendería descubrir a cuántas no les has dado la atención requerida. Señales que pasamos por alto cotidianamente y que, si las atendiéramos, nos libraríamos de muchos obstáculos, de muchas caídas, de muchos golpes dolorosos. Si las atendiéramos.

El problema es que en la vida no podemos ir pensando en lo que pudo haber sido y no fue. Esa es una actitud equivocada que nos mantiene frenados, atados al pasado, aferrados a situaciones que ya fueron, que no puedes modificar. Necesitamos desarrollar la habilidad de escuchar y atender los mensajes que nos envía la vida, para luego no lamentarnos.

Uno de ellos, y te parecerá hasta divertido, nos lo ofrece el diccionario del español. Cualquiera de las versiones que puedas consultar, el libro físico o una versión digital. En todas ellas, dar está primero que recibir. Y no es casualidad. Es uno de tantos poderosos mensajes que la vida nos envía y que, por obvios, los omitimos, no les prestamos la atención requerida.

Es probable que hayas escuchado que vivimos la era de las marcas personales. En especial después de una crisis global como la pandemia, un período en el que el reinado de las marcas (empresas, negocios) se debilitó. Los emprendimientos, los negocios/personas ocuparon los lugares vacíos y se convirtieron en las alternativas que los consumidores buscaban.

Una de las consecuencias de la pandemia fue aquella de que las personas del común perdimos la confianza en las instituciones y en muchas marcas. La incertidumbre, el miedo y, sobre todo, esa incómoda sensación de sentirnos vulnerables, tan vulnerables, nos abrió los ojos. Y nos dimos cuenta de que ni las instituciones, ni las marcas, nos ofrecían lo que necesitábamos.

¿Por qué? ¿Qué está mal? Que es un juego desequilibrado, en el que damos más, mucho más, de lo que recibimos. Y no está bien. No es lo correcto. Por eso, justamente, durante la crisis fueron muchas las personas que cortaron el cordón umbilical que durante años las mantuvo atadas a marcas e instituciones, a personalidades, y posaron su mirada en nuevas opciones.

Descubrieron que podían vivir sin ellas, que podían vivir sin sus productos y/o servicios o, de otra forma, que podían beneficiarse de productos/servicios distintos. Quizás no tan conocidos, quizás no tan famosos, quizás no tan poderosos, pero con una virtud: brindaron la solución, a veces desesperada, que los usuarios requerían durante un momento difícil de su vida.

El fondo del problema está en la educación que recibimos en la niñez, lo que vemos que hacen los mayores: el mal ejemplo cunde. ¿A qué me refiero? A que nos enseñan a pedir (a exigir) en vez de dar. Somos muy recibidores por crianza, cuando deberíamos ser más dadores. Está claro que la vida no es uno u otro, que se requieren ambos extremos, pero debe haber equilibrio.

Que, por supuesto, no significa un 50/50 o una cifra específica. Lo que necesitamos aprender, y poner en práctica, es que cuanto más damos, cuanto más compartimos, cuanto más ofrecemos, mayor será la recompensa que recibiremos. Es una ley de la vida, uno de sus tantos mensajes poderosos que desoímos, a los que no les prestamos la atención que merecen.

Un ejemplo: cuidas a tu mascota, la cepillas, la consientes, le pones agua fresca, dedicas una parte de tu tiempo para jugarle con la pelota y lo sacas a pasear al parque, donde se relaciona con toros perros. Das de muchas formas. ¿Y qué recibes? Lealtad, cariño incondicional, alegría desbordada y compañía permanente. Y aprendes de su nobleza, de su capacidad de perdón.

Uno más: te fijaste la meta de ser saludable, de respetar ese templo que es tu cuerpo para que no se deteriore. Le das una buena alimentación, balanceada y libre de toxinas, de vicios como el alcohol y el cigarrillo. Practicas ejercicio con regularidad, descansas el tiempo suficiente, haces lo que te gusta, te das tiempo para ti mismo y disfrutas la vida con otras personas.

¿Y qué recibes? Aprendizajes múltiples, relaciones que se traducen en un intercambio de beneficios, vives experiencias increíbles y aventuras inolvidables y siembras la semilla de la abundancia, la prosperidad y la felicidad. También, algo que no es despreciable: la satisfacción de ocupar un lugar importante en la vida de otros, de que tu vida tenga sentido y propósito.

Ahora, te preguntarás qué tiene que ves todo esto que he mencionado antes con tu capacidad, con tu habilidad para comunicar un mensaje. La verdad, mucho, mucho más de lo que crees. ¿Por qué? La clave está en la respuesta que le des al siguiente interrogante: ¿qué es lo más poderoso, lo más valioso que puedes ofrecerles a otros, que puedes compartir con el mundo?

Tu mensaje, tu conocimiento, el aprendizaje surgido de tus experiencias, de tus errores, de tus relaciones con otros y con el mundo. Especialmente si eres experto en algún tema, no importa en cuál, tu deber, tu responsabilidad, es compartirlo con otros. ¿Por qué? Porque esos otros lo necesitan y tú puedes ayudarlos, porque hay otros que no han sido bendecidos igual que tú.

Uno de los obstáculos a los que se enfrentan los empresarios, dueños de negocios, emprendedores o profesionales independientes cuando se relacionan con el mercado es no recibir la respuesta que esperaban. Por lo general, intentan vender y no venden. ¿Por qué? Quizás tienen un buen producto/servicio, quizás tienen una solución, pero no venden.

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La razón es que no han conseguido establecer un vínculo de confianza y credibilidad con el mercado. No han podido demostrar su autoridad a esos clientes potenciales, que no tienen claro por qué esa persona es la mejor opción, por qué deberían elegirla. Quizás están enfocadas en el producto/servicio y no en cómo este puede ayudar a esas otras personas.

Son errores comunes que se cometen con frecuencia, que comete la mayoría. Sin embargo, hay otra razón más pesada: porque le piden algo al mercado, quieren recibir algo del mercado, antes de darle algo al mercado. Y así no funciona. Ni la vida, ni el marketing o los negocios. La premisa es al contrario: primero das, das y das(cuanto más puedas) y luego pides (recibes).

¿Por qué de esa forma? Primero, porque así es la naturaleza del ser humano. Estamos programados para recibir primero y luego dar. Segundo, porque es un proceso que luego reforzamos de manera consciente a través de nuestras acciones, por lo general derivadas del ejemplo de otros. Y lo aplicamos a todo en la vida: relaciones, negocios, trabajo y con nosotros mismos.

No importa si eres empresario o emprendedor; o médico, abogado, contador, profesor, artista, escritor, coach (en cualquiera de sus modalidades) o consultor inmobiliario. Si vendes tus servicios, si quieres ayudar a otros a transformar su vida compartiendo tu conocimiento y el aprendizaje de tus errores y experiencias, ante de pedir (vender o recibir) tienes que dar.

¿Qué puedes dar? Veamos:

1.- Consejos útiles y prácticos que ofrezcan buenos resultados con rapidez
2.- Aprendizajes surgidos de tus errores en el proceso
3.- Un paso a paso del proceso que seguiste para obtener resultados
4.- Las principales dificultades que encontraste en el camino
5.- Cómo sorteaste esas dificultades para seguir avanzando
6.- Cuál fue la búsqueda que realizaste para hallar una solución
7.- Qué alternativas probaste y por qué no te funcionaron
8.- A quién recurriste para que te brindara ayuda
9.- Cómo fue ese carrusel de emociones a lo largo del proceso
10.- Cuál fue el punto bisagra, ese momento que cambió todo para bien
11.- Cuál fue el error más grosero que cometiste y cómo lo corregiste
12.- Qué debiste aprender en el proceso para poder avanzar
13.- Por qué elegiste esa opción específica, qué tenía distinto de las demás
14.- Qué resultados se dieron: cómo es ahora tu vida
15.- Tu historia: cómo llegaste a esa situación que te obligó a buscar una transformación

Como ves, hay mucho para dar. Porque, seguro lo sabes, cada una de estas 15 opciones puede dividirse de modo que puedas dar más. Fíjate, además, que en ningún momento hablo de fórmulas perfectas o de magia o de libretos, sino de experiencias, vivencias, aprendizajes. Eso, créeme, es el corazón de un mensaje poderoso, que luego te permitirá recibir recompensas valiosas.

Una de las cuales, eventualmente, será que el mercado compre aquello que le ofreces. Sin embargo, no es la única ni la más importante. Porque también están la gratitud, el respeto y las ganas de retribuirte recomendándote con sus familiares y amigos, con sus conocidos. Y, por supuesto, te volverá a comprar, una y otra vez, en la medida en que no dejes de darle más.

La vida es sabia y nos envía poderosos mensajes de distintas formas. Uno de ellos, y hasta te parecerá divertido, nos lo ofrece el diccionario del español. En cualquiera de sus versiones, dar está primero que recibir. Y no es casualidad. Es uno de tantos poderosos mensajes que la vida nos envía y que, por obvios, los omitimos, no les prestamos la atención requerida.

Hay mucho para dar. Y cuando más des, cuanto más valor aportes, cuanto más sirvas a otros, más recibirás. Es una ley de la vida, una premisa que se aplica a todo lo que hagas en la vida. Eso sí: no des con la mente puesta en lo que vas a recibir, porque así no funciona. Concéntrate en dar y la vida se encargará de que recibas lo que mereces (que seguro es más de lo que diste).

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La marca (el mensaje) eres tú: 5 claves para potenciarla

¿Sabías que todo lo que haces, y cómo lo haces, es un mensaje poderoso? ¿Y que aquello que no haces también comunica? Es lo que conocemos como personal branding o marca personal. Un concepto que, si le preguntas a Mr. Google, te informará que fue acuñado por Tom Peters, un escritor estadounidense, en el artículo titulado The Brand Called You (La marca llamada tú).

Se publicó en la revista Fast Company, el 31 de agosto de 1997. La idea básica del texto es que cualquier persona, toda persona, debe verse a sí misma como una marca que está en constante competencia con otras marcas (otras personas) en procura de atención. Según Peters, el conocimiento, las experiencias y las habilidades son la base de la marca personal.

Asegura, así mismo, que para influir en el mercado, en otras personas, es indispensable construir una marca personal poderosa, fuerte. Es, precisamente, lo que cada día vemos en personalidades como políticos, artistas (cantantes, escritores, actores) o deportistas, entre otras, que transmiten un mensaje que es consumido por sus seguidores y grandes audiencias.

“Tu marca es lo que dicen de ti cuando no estás presente”, es una frase que se le atribuye a Jeff Bezos, el fundador de Amazon, y que resume a la perfección el sentido de la marca personal. Es, en otras palabras, el impacto (positivo o negativo) que generas en otras personas en cada una de tus interacciones con ellas, la huella que dejas en la vida de otros con tu mensaje.

Desde siempre, en el ámbito de los negocios se habló de marca, pero referida a las empresas, a los negocios, no a las personas. Fue solo después de la irrupción de internet, más el artículo de Peters, cuando se comenzó a hablar de las marcas persona. En un comienzo se concibió como algo exclusivo de los famosos, las figuras públicas reconocidas, pero ahora se generalizó.

¿Eso qué significa? Que todos, absolutamente todos, somos una marca personal. Lo irónico es que muchas personas no lo entienden o no lo perciben así y menosprecian el impacto que están en capacidad de generar. O, peor aún, se dedican a imitar a algún personaje público con la idea de que ellas también serán adoradas, de que el brillo de la estrella las cobijará.

Todos, absolutamente todos, nos convertimos en una marca personal el día en que nacemos y la construimos hasta el día en que morimos. Lo hacemos de manera consciente o inconsciente. Por supuesto, quienes entienden su importancia y trabajan para potenciarla son aquellos que mayores réditos obtienen. Es decir, mayor influencia ejercen sobre los que los rodean.

Hoy, gracias a las poderosas y recursivas herramientas que nos ofrece la tecnología, hay una gran cantidad de influenciadores. Una tendencia que ha ido en crecimiento impulsada por las astronómicas cifras que estos reciben por cuenta de la publicidad y, también, de la cantidad de seguidores que acumulan. La mayoría de ellos, sin embargo, son unos payasos ridículos.

Su virtud, seguramente la única, es saber sacar provecho de los bajos instintos de una audiencia en busca de mecanismos de escape a una realidad agobiante y traumática. Por lo mismo, también son estrellas fugaces que brillan un corto tiempo y luego desaparecen, se extinguen. Bien sea porque entraron en desgracia, bien porque el público se aburrió de ellas.

Hoy, igualmente, no importa a qué te dedicas, qué cargo ocupas o qué tan reconocido eres: todos, absolutamente todos, necesitamos ser una marca personal. Una consciente, una que sea coherente, una que aporte valor a su entorno, una capaz de dejar huella (o legado) en este mundo. Una que, sobre todo, tenga la capacidad de inspirar a otros a ser su mejor versión.

Con tu conocimiento, las experiencias que has vivido, el aprendizaje surgido de tus errores, más los dones y talentos que te regaló la naturaleza, ya eres una marca personal poderosa. ¿Lo sabías? ¿Eres consciente de ello? ¿Lo aprovechas? ¿Ya definiste el mensaje que quieres transmitir? ¿Ya sabes cuál es la marca personal que te identifica y cómo comunicarla?

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Veamos algunas claves que seguro te van a ayudar:

1.- Autenticidad.
¿Sabes por qué son efímeras las marcas personales hoy? Porque son burdas copias de otras marcas. Así de sencillo, así de triste. El mercado te adorará o te odiará, porque esa es la realidad, por ser tú, tú mismo, auténtico. Si te empeñas en ocultar tus defectos o debilidades o, de otro modo, por mostrarte perfecto, tu marca será rechazada por no ser auténtica.

Ya eres distinto, así naciste: un modelo único e irrepetible. No tienes que imitar a nadie, no puedes copiar a nadie. Además, lo que el mercado anhela es encontrar marcas personales poderosas y auténticas que lo puedan inspirar, que sean honestas y coherentes. Si no eres auténtico, no eres una marca personal: tan solo, quizás, puedas llegar a ser una buena copia.

2.- Mensaje.
No puedes salvar al mundo, así te empeñes. Nadie, en solitario, puede hacerlo. Sin embargo, y esto es maravilloso, todos podemos cambiar algo de nuestro mundo, de nuestro entorno, con pequeñas acciones que generar grandes y profundos cambios. Olvídate de las frases bonitas y sonoras, de los clichés que pululan en internet, de los libretos perfectos que tantos pregonan.

¿Cuál es tu mensaje? Una vez lo hayas definido y lo compartas con las personas correctas, es decir, con aquellas que se identifican con tu propósito de vida y están dispuestas a recorrer el camino contigo, se creará una poderosa cadena de intercambio de beneficios. El poder de tu marca personal es tu mensaje. Lo demás, todo lo demás, es accesorio, segundario o irrelevante.

3.- Tu historia.
No eres un superhéroe y no vas a salvar al mundo, eso está claro. Pero, eso no es un problema. ¿Por qué? Porque tu mayor valor, tu principal activo, es precisamente ser una persona común y corriente que consigue logros extraordinarios, que deja huellas positivas y profundas. Algunos se esfuerzan en mostrarse como víctimas de la vida y solo logran despertar lástima.

Más que saber de tus dificultades, que por supuesto son pertinentes, lo que el mercado quiere saber es cómo las superaste, a qué recurriste (y si funcionó) y quién te ayudó. Y no te olvides de lo más importante: cuál fue el resultado obtenido, es decir, cómo es tu vida hoy, después de sufrir esa transformación. Utiliza tu historia para inspirar a otros a que tomen acción.

4.- Los errores.
Aparecerán en el camino. Y tu tarea no consiste en tratar de evitarlos, porque no lo lograrás, sino en aprender de ellos. Un error no es más que una oportunidad de aprendizaje, una lección que la vida te ofrece para que te des cuenta de algo que no funciona o que haces mal. Es tan solo un llamado de atención, así que no te obsesiones con él y continúa con tu camino.

Las marcas personales poderosas no son perfectas, porque nadie lo es. Son, precisamente, las que han aprendido de sus errores y, lo mejor, han dejado atrás esos acontecimientos y no los cargan consigo. Eso sí: cuanto más rápido te equivoques, más rápido aprenderás y, además, es muy probable que el precio del error sea menor. Aunque te equivoques, cree en ti.

5.- Coherencia.
Con la autenticidad, son las características fundamentales de tu marca personal. Lo que piensas, lo que sientes, lo que dices y lo que haces (y cómo lo haces) debe estar conectado. No puede haber vacío o incoherencias (contradicciones) porque, de lo contrario, tu marca se irá abajo. Lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Que ser coherentees más fácil de lo que se antoja.

¿Cómo lograrlo? Ser auténtico, tener claro tu mensaje y la forma de transmitirlo y, en especial, dedicarte a servir a otros. Esa es la clave: servir. Cuanto más sirvas, mayor será el impacto positivo que puedas provocar y, por ende, mayor la huella que dejarás. Coherencia + servicio desinteresado son los ingredientes de la fórmula del éxito en cualquier actividad en la vida.

Vivimos la era de las marcas, pero de las marcas personales. Hoy, especialmente si eres de quienes vivimos de nuestro talento y conocimiento, sabes que TÚ ERES LA MARCA. Todo el tiempo encarnamos un mensaje poderoso y todo el tiempo nos vendemos, nos ponemos a disposición de otros. Por eso, es imprescindible trabajar tu marca, desarrollarla y potenciarla.

Tu marca personal te acompañará hasta el último de tus días y, además, cuando tú te vayas de este mundo permanecerá acá, en la memoria de quienes te conocieron, de aquellos con los que tuviste contacto, en los que recibieron tu impacto positivo. No te definen un cargo, un salario, unos bienes o lo que acumulas en redes sociales: lo que te define es tu marca personal.

Moraleja: lo primero es ser consciente de que eres una marca personal y, después, darte a la tarea de trabajar en ella. Cada día. Con consistencia, con disciplina. Siguiendo un plan y unas estrategias específicas. Y, lo más importante: transmitiendo un mensaje poderoso que les aporte valor a otros, que deje huella en su vida, que garantices que serás inolvidable.

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